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domingo, 25 de marzo de 2018

Carlos Marx y Federico Nietzsche, personajes diametralmente opuestos

Carlos Marx y Federico Nietzsche, personajes diametralmente opuestos 
Revista Libre Pensamiento
Presentación

Al emprender la lectura de una obra, lo primero que procede es identificar los intereses que mueven a su autor, sus motivaciones reales; particularmente sus intereses de clase. Verlo de otra forma, es perderse en laberintos y autoengaños; creer que se puede escribir o hablar sin definiciones político-ideológicas, como si fuera posible situarse en un plano neutral, el más cómodo y engañoso de cuantos esgrime la cultura burguesa. Mas hasta los que quieren presentarse por encima del bien y el mal terminan mostrando que el positivismo que blanden es sólo careta. Leopold Ranke (1795-1886), historiador alemán es, quizá, el más emblemático exponente de ese doble rasero.[1]

No obstante, existen autores que, de manera cínica, lanzan al rostro del lector su mezquindad clasista. Tal es el caso de Federico Nietzsche (1844-1900), filósofo y filólogo alemán. Ello pese a que muchos de sus intérpretes pretenden conducir a quienes lo leen a la falsa idea de que el pensamiento de este filósofo no es descifrable ni encasillable, toda vez que sus escritos, según ellos, no responden a una sola óptica, sino a múltiples, en dependencia de lo que trate y cómo lo haga. 

Se aduce que su “categoría de «interpretación» [que] se eleva a único principio definitorio posible para un mundo cuya esencia última se ha vuelto indescifrable […] tenía por fuerza que acabar […] proclive a las simplificaciones e incomprensiones…”[2]

Incluso abiertos defensores de su filosofía admiten que “su radical individualismo y el desprecio de “una conciencia social” o de la noción de “justicia social”, junto con la falta de reconocimiento de los efectos que los sistemas sociales ejercen sobre los individuos, son aspectos que a menudo nos llevan a discrepar de él”.[3]

Sin agotar para nada las referencias a Nietzsche, compartimos esta valoración de su pensamiento: “El muro Nietzsche aún no ha sido derribado y sirve de parapeto a propuestas devastadoras de la persona y de la sociedad...”[4]

Nuestra óptica en torno al asunto tratado 

Expondremos un poco nuestra óptica sobre el pensamiento sobradamente clasista de Nietzsche, a quien le oponemos a Marx. El primero es, en el mejor de los casos, un genio ególatra que cree en la superioridad de los de arriba y en la inferioridad de la Humanidad; el segundo es un genio revolucionario que descubre y explica de modo pormenorizado el funcionamiento del Capital, de forma hasta ahora insuperable. Inspirados en Marx podemos construir un mundo esencialmente justo, siguiendo a Nietzsche sólo podemos rendir culto a toda suerte de instintos y odiar de modo cerval, como lo hizo él, a la Humanidad.

¿Cómo es posible que personas progresistas, ya no se diga revolucionarias, vean en Nietzsche un paradigma de pensamiento y comportamiento libre?

Se puede acaso, estimar tal al que, sin tapujos de ningún tipo, proclamó: “Los débiles y los fracasados han de perecer. Esta es la primera proposición de nuestra filantropía. Y hay que ayudarlos a perecer.”[5] Al que llamó a “ser superior a la humanidad mediante la fuerza, el temple y el desprecio…”[6] Al que con cinismo acotó: “La misma vida me parece instinto de crecimiento, supervivencia acumulación de fuerzas, poder. Donde no hay voluntad de poder sobreviene el desastre.”[7]

Al que confesó el origen de su odio en estos términos: “¿A quién odio más entre la canalla actual? A la canalla socialista, a los apóstoles de la chandala,[8] que socavan los instintos, el placer, el sentimiento de hartura del obrero, que lo hacen envidioso y le enseñan la venganza…”[9]

¿Puede acaso asombrar que viera en el Imperio Romano la obra más admirable de todos los tiempos?[10]

Y no deja de confesarse: “Soy belicoso por naturaleza. Atacar es parte de mis instintos.” [11] Respondiéndose a sí mismo la pregunta “de cómo uno llega a ser lo que es”, dice: “Y con ello toco la obra maestra en el arte de la propia conservación, del egoísmo.”[12]

Unas cuantas líneas más abajo refrenda: “…estas cosas pequeñas –nutrición, lugar, clima, esparcimiento- toda la casuística del egoísmo- son extraordinariamente más importantes que cuanto hasta ahora se ha tenido por importante”.[13] Y pese a que no pocas mujeres lo citan convencidas de sus aportes, Nietzsche expresa que “La emancipación de la mujer” es el odio instintivo de la mujer mal constituida, esto es, incapaz de engendrar, contra la mujer bien constituida…”[14]

De modo reiterativo habla de “El odio a la humanidad, a la “gentuza” [que] siempre ha sido mi máximo peligro.”[15]Restriega nuevamente con estas palabras: “La compasión enseguida hiede a plebe…”[16]

Muy a pesar de Nietzsche y su visión retrógrada de los pueblos, Cuba da muestras de lo que significa ser, en verdad Humanidad. Libra, con mucha fuerza argumentativa, la Batalla de las Ideas; muestra con orgullo sano sus grandes alcances en distintos campos del quehacer social: salud, educación, ciencia y tecnología, arte, música, esparcimiento, amplia participación de hombres y mujeres en la discusión de los problemas que la afectan y en la adopción colectiva de medidas para su superación.

Combate los prejuicios raciales que se siembran contra los pueblos del mundo; contra su riquísima cultura; valora los grandes aportes de Fidel a su forja revolucionaria como nación; expone los grandes hitos de su propia historia y la de los pueblos en general; ofrece su solidaridad excepcional con éstos y, particularmente, los servicios abnegados de sus excelentes médicos, dentro y fuera de su territorio; descobija nítidamente el sentido de conceptos como cultura en sentido exclusivista y elitista y en su sentido más amplio, que cubre las más variadas expresiones del quehacer humano, rechazando que se le reduzca a refinamiento.

Sus ciudadanos han interiorizado mejor que nadie el sentido atribuido a los conceptos según quien los esgrima.

La superioridad moral, intelectual y práctica de Carlos Marx 

Marx es sobre todo un ser humano de extraordinaria sensibilidad social y de magna fuerza intelectual. Muestra al mundo los secretos del Capital, desentraña la mercancía en todos sus pormenores, descubriendo que la fuerza de trabajo, aunque es parte de ella, tiene la cualidad de generar un valor que, siendo superior al propio y no siendo remunerado, es la base de la acumulación y del enriquecimiento empresarial; desenvuelve la idea de la lucha de clases como motor de la historia y no la violencia como fin en sí mismo como la contempla Nietzsche; desarrolló la dialéctica hegeliana colocándola con los pies sobre la tierra y planteó con claridad meridiana que el proletariado no puede simplemente tomar el poder del Estado, sino destruirlo y convertirlo en instrumento de su propio poder.[17]

Sus postulados acusan que “al capital no le inquieta la salud y la duración de la vida del trabajador, como no sea por imposición en la sociedad.” Y señala cómo se arrancan las reivindicaciones populares: “El establecimiento de una jornada de trabajo normal es el resultado de una lucha de varios siglos entre el capitalista y el trabajador.”[18]

Mostrando su sencillez como persona, nada que ver con la visibilízima pedantería de Nietzsche, Marx expone: “No soy una persona amargada […] y Engels es como yo. No nos gusta nada la popularidad. Una prueba de ello […] es que durante la época de la Internacional, a causa de mi aversión por todo lo que significaba culto al individuo, nunca admití las numerosas muestras de gratitud procedentes de mi viejo país, a pesar de que se me instó para que las recibiera públicamente. Siempre contesté […] con una negativa categórica. Cuando nos incorporamos a la Liga de los Comunistas […] lo hicimos con la condición de que todo lo que significara sustentar sentimientos irracionales respecto a la autoridad sería eliminado de los estatutos”.[19]

Dos puntualizaciones de Marx:

Para que el poder del capitalismo se vuelva insoportable al grado que contra el mismo haya que rebelarse, plantea, debe engendrar a una masa por entero desposeída, en contradicción con todo el mundo de riquezas y cultura, lo que supone un gran incremento del desarrollo de las fuerzas productivas, “en un plano histórico universal”, y no solo local, porque sin esta premisa práctica, “sólo se generalizaría la escasez y […] con la pobreza, comenzaría de nuevo […] la lucha por lo indispensable y se recaería nuevamente en toda la miseria anterior…”[20]

No hay así espacio que dé garantía de triunfo forzoso a la revolución. Y Marx no vaticina nada sobre el número de veces que pueda producirse esa recaída que acusa. Porque no es mago ni recurre, jamás, a oráculos.

Segunda precisión: “Todas las colisiones de la historia nacen […] de la contradicción entre fuerzas productivas y la forma de intercambio. Por lo demás, no es necesario que esta contradicción, para provocar colisiones en un país, se agudice precisamente en ese mismo país. La competencia con países industrialmente más desarrollados, provocada por un mayor intercambio internacional, basta para engendrar también una contradicción semejante en países de industria menos desarrollada.”[21]

De esta suerte, en Marx no hay ni economicismo, ni mecanicismo. Rompe de un tajo con la falsa idea centrada en la ficción de la revolución estallando sólo en países con altísimo grado de desarrollo industrial. Expresiones reales del asunto son la revolución cubana, nicaragüense, coreana, vietnamita, entre otras.

Marx es no sólo contrario al economicismo sino también a la teleología. En una carta a Kugelmann del 17 de abril de 1871, el autor de El Capital aporta: “Sería por cierto muy fácil hacer la historia universal si para iniciar la lucha se esperase que las perspectivas fueran excepcionalmente favorables. Por otra parte, la historia tendría una naturaleza muy mística si el “azar” no desempeñase ningún papel. Estos mismos accidentes intervienen, como es natural, en el curso general del desarrollo y son compensados a su vez por otros accidentes. Pero la aceleración y el retardo dependen en gran medida de todos los “accidentes”, como el carácter de las personas que al principio están a la cabeza del movimiento”.[22]

Bibliografía
___________________
[1] Ranke no fue ni absolutamente objetivo, ni neutral ni imparcial, no sólo porque seleccionara “los hechos más relevantes” o porque hiciera juicios de valor, sino también porque consciente y deliberadamente, como acusa Josep Fontana, identificaba los conceptos “estado” y “nación”, con lo que hacía reverencia al poder reaccionario y porque toda su obra la destinó a atacar a la revolución y las ideas progresistas. Fontana, Josep. Historia. Análisis del pasado y proyección social. Crítica. Grupo editorial Grijalbo. Barcelona, 1982. pp. 127-134. 
[2] Manuel Barrios Casares. “Un siglo tras Nietzsche”. https://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible.php?art=3876&t=articulos
[3] Mi Nietzsche. La Filosofía del devenir y el emprendimiento. https://books.google.com.ni/books?isbn=9506415811
[4] Alonsofia.com. EL LOCO DE NIETZSCHE. http://www.alonsofia.com/fn/nietzsche-racista.html
[5] Friedrich Nietzsche. EL ANTICRISTO. Mestas ediciones. Segunda edición: diciembre, 2016. p. 14 
[6] Ibíd. Prefacio. p. 12. 
[7] Ibíd. p. 18. 
[8] Término con el que se designa en la India a los parias situados por debajo incluso del nivel de los esclavos.
[9] Ibíd. 111
[10] Ibíd. p. 112. 
[11] Friedrich Nietzsche. ECCE HOMO. Mestas ediciones. Primera edición: Septiembre, 2016. p. 27. 
[12] Ibíd. p. 49. 
[13] Ibíd. 
[14] Ibíd. p 59. 
[15] Ibíd. p. 29. 
[16] Ibíd. pp. 23-24. 
[17] C. Marx; F. Engels. OBRAS ESCOGIDAS en tres tomos. Tomo I. El Manifiesto Comunista. Editorial Progreso, Moscú, 1974. Prefacio a la edición alemana de 1872. p. 100. 
[18] Carlos Marx. El Capital. Tomo I. Librerías Allende. Julio de 1980. pp. 270-271. 
[19] Carlos Marx, citado por Iñaki Gil de San Vicente. La ética marxista como crítica radical de la ética burguesa. http://www.lahaine.org/b2-img10/gil_etica.pdf
[20] Carlos Marx, Federico Engels. La Ideología Alemana. La Ideología Alemana. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1982. p. 35. 
[21] Ibíd. p. 82. 
[22] Iñaki Gil de San Vicente. Ob. cit.

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