Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

lunes, 27 de noviembre de 2017

La Competitividad Debe Inexcusablemente Combatirse

Podría parecer exagerado pero este es un retrato de la peor expresión de competitividad registrada en la historia humana


La Competitividad Debe Inexcusablemente Combatirse

Presentación

Fidel en su calidad de líder de la revolución latinoamericana, nos muestra cómo superar los embates enemigos: 

“Leer es una coraza contra todo tipo de manipulación. Moviliza las conciencias, nuestro principal instrumento de lucha frente al poder devastador de las armas modernas que posee el imperio; desarrolla la mente y fortalece la inteligencia [...]; estimula el sentido crítico y es un antídoto contra los instintos egoístas del ser humano.”

Y se refiere a la competitividad en estos términos, haciendo suyo un discurso de Evo Morales: 

“...cómo tener un instrumento como el ALBA, un instrumento de integración, de solidaridad, solidaridad sin condiciones, cómo compartir en vez de competir, cómo practicar políticas de complementariedad y no de competitividad. / “…dentro de esa competitividad solo pequeños grupos se beneficiarán y no las mayorías […]. / “Dentro de estas políticas de competitividad y no de complementariedad ni el capitalismo ya es una solución para el capitalismo, esa es la crisis financiera.”




La peor de las posturas


Pensamos que de cuantas posturas existen, la peor entre las peores es la de ser competitivos. Ella desune, provoca el enfrentamiento de unos contra otros; invita a la de guerra de todos contra todos. Su naturaleza dañina es consustancial a la del sistema que no por casualidad la lanza al ruedo por todos los puntos cardinales, contaminando, en absoluto, lo que sale a su paso - personas, colectivos, naciones enteras, el mundo en su conjunto. Hablamos del capital, desde luego.

Y no otro que ese sistema de “libre empresa” -con sus ideólogos y seguidores de toda laya- es el responsable de presentarla como la forma de ser por excelencia, desvalorizando de modo tajante el acercamiento fraterno entre los pueblos; negando la cooperación entre ellos. Así se blande ese espíritu de confrontación perenne, interminable y persistente.


La solidaridad


Por encima de la solidaridad entre las personas, pueblos y naciones, no debe colocarse nada. La competitividad, no debe asumirse bajo ningún pretexto, en tanto que elemento primordial del mundo capitalista, sus ideólogos, sus mercados y sus instituciones en general. ¿Por qué darle cabida en el campo de los que luchan por un mundo de justicia social? ¿No es por ventura, la prédica más efectiva del individualismo como valor supremo, lo que se esconde detrás de este concepto? 

Y no es aceptable, pensamos, que, en lo substancial, se le pueda atribuir a su definición algo distinto a lo que le imprimen el capital y sus agentes.

La competitividad empuja al que la adopta a recurrir a cuanto esté a su alcance para perpetrar sus ambiciones; con harta frecuencia -por más que trate de ocultarse- constriñe a despreciar por completo todo ápice de ética o moral; somete los procesos económicos y sociales de una nación a la voluntad de los mercados transnacionales; sustituye comportamientos basados en derechos individuales, en detrimento de los colectivos; trata de reducir el rol del Estado, sindicatos, escuelas, universidades, ciudades, etcétera, a garantizar un entorno favorable a las empresas corporativas; fomenta el culto al “mejor” desde una perspectiva estrictamente comercial; pone a competir a la clase obrera de unos países con la de otros, tanto por condiciones de trabajo, como salariales; igual hace con los individuos y las instituciones. 

De esta suerte, cada empresa, ciudad, región, país y el mundo en su totalidad, se colocan en un plano que lleva a que los más competitivos -aunque en mayoría absoluta resulten fraudulentos- se vuelvan gananciosos o, al menos, supervivientes de la monstruosa vorágine capitalista.

Para concluir estas líneas, rechazamos decidida y firmemente la ideología reaccionaria que dibujaba con cinismo Federico Nietzsche, con un sentido competitivo a más no poder. Para él “Los demás son simplemente la humanidad. Se debe ser superior a la humanidad por la fuerza, por el temple, por el desprecio...”. (El Anticristo).

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