II. Causas internas de la Independencia: la situación de las colonias
Manuel Moncada Fonseca
a) Los criollos clase dominante a medias
- Los españoles
peninsulares
- Los españoles peninsulares
- Los criollos o
españoles americanos
- Los indios
- Los negros
-Los
mestizos
Veamos por qué cada uno de estos sectores,
exceptuando al de los peninsulares que era el más beneficiado, se oponía al
dominio impuesto por España:
Las capitulaciones
La Corona española
había enviado a muchos aventureros a conquistar las tierras americanas, a
quienes en pago por sus servicios se les otorgaron diversos privilegios y
ventajas. De este modo, se evitó que la metrópoli asumiera como empresa estatal
la conquista, lo cual le hubiera acarreado muchos gastos [1].
Se trata de que, acabando de lograr su
unidad política y religiosa, tras la expulsión de los moros del territorio
español, la Corona no disponía aún de un ejército real capacitado para efectuar
la conquista del Nuevo Mundo [2]. En
virtud de ello, se vio empujada a hacer uso de las llamadas capitulaciones,
cuya esencia consistía en encargar la conquista a particulares dispuestos a
ceder parte de los beneficios de dicha empresa al rey; pero, la Corona, desde
un inicio, quiso ser la más beneficiada y, además, trató permanentemente de
convertir a los indios en sus vasallos. El mayor esfuerzo en esta línea lo
realizó mediante la promulgación, en 1542, de las Nuevas Leyes de Indias.
Rechazo a las Nuevas leyes de Indias
Los criollos, por su parte se indignaron y se rebelaron contra
las pretensiones de la Corona y, en especial, contra dichas leyes. Fue tal el
grado de oposición a éstas que España, al decir del autor Waldo Frank, se vio
obligada a cercenarlas gradualmente hasta que cayeron en desuso. “Nuevos señores de la tierra habían
establecido su poder en las Españas Americanas -nos dice el mismo autor- y el
muy católico rey se vio impotente frente a las fuerzas económicas que mantenían
su imperio” [3].
Para otros autores, las Nuevas Leyes
sustituyeron la dominación esclavista por la feudal, o lo que es igual, el
dominio de los criollos sobre el indio por el de la Corona sobre éste mismo.
Tal es, por ejemplo, la posición de Severo Martínez Peláez, quien plantea que, en fin cuentas, el imperio español se vio obligado a hacer
varias concesiones a los criollos, llegándose a “situaciones intermedias” [4]. El autor nicaragüense Germán Romero
Vargas, al hacer referencia a la evolución de las encomiendas, sostiene que
estas “en el transcurso del siglo
XVIII [...] se volvieron simples recaudaciones de tributos y pasaron al rey,
quien las concedía a particulares que no residían en la provincia” [de
Nicaragua], conservándose, sin embargo, la dominación social de los criollos
sobre los indios [5].
Como quiera que haya sido, ya fuese que las Nuevas Leyes
quedaran en letra muerta; o que sustituyeran el dominio criollo por el dominio directo de
la Corona sobre el indio y sus tierras o, finalmente, que las encomiendas se
convirtieran en recaudación de tributos para el rey, lo cierto es que el conflicto
entre la Corona y los criollos no cesó sino hasta que la independencia respecto
a España se hubo consumado. Y todo porque el criollo no se iba jamás a
conformar con ocupar un papel secundario en el
dominio sobre las tierras y los indios de América.
Clase dominante a medias
En efecto, los criollos compartían el poder económico y
político, pero subordinándose a la monarquía española en la persona de sus
funcionarios peninsulares. En realidad, lo único que a ellos les era dado regir
fueron los gobiernos locales o municipales. El criollo, generalmente, no podía
ser ni virrey, ni capitán general, ni oidor o juez, ni gobernador. Sólo le era
permitido, pues, el cargo, de cabildo [6].
En el plano religioso, debe señalarse que al inicio del dominio colonial todo
el clero procedía de España. Y aunque, posteriormente, los criollos también
llegaron a formar parte del mismo, las dignidades de Arzobispo, Obispo y Canónigo se reservaron
siempre a los provenientes de España [7].
Según Tibor Wittman y Corvina Kiadó, “de un total de más de cien virreyes de las
colonias, sólo cuatro fueron criollos, pero éstos también procedentes de la
aristocracia de sangre limpia” [8]. A fines del dominio colonial, el observador
francés Dauxion Lavaysse hizo una comparación muy interesante entre los
criollos franceses y españoles: “sus privilegios [dice refiriéndose a los
criollos franceses] no sólo eran semejantes a los europeos sino que en las
colonias francesas bastaba pertenecer a una familia blanca para gozar de los
privilegios de una persona de origen noble” [9].
Racismo en todas las direcciones
Los criollos, penetrados por los fuertes
prejuicios raciales que la Corona española inculcaba a las distintas clases
sociales que constituían sus colonias -a fin de dividirlas y de ese modo
fortalecer su dominio sobre ellas- se apartaban de los que no tuvieron piel
blanca; aspirando, a poseer los mismos derechos que los
peninsulares. éstos, por su
parte, hacían sentir su supuesta superioridad racial no sólo sobre el indio, el
negro y el mestizo, sino también sobre el mismo criollo.
Y hasta el más mísero
de los europeos -atestiguaba el geógrafo y naturalista Alejandro Humboldt-, por
mucho que careciera de cultura, se sentía superior a los blancos nacidos en
América, pues sabía que ganando o perdiendo bienes siempre podía obtener
puestos inalcanzables para los nacidos en América [10].
Era tal el
desprecio experimentado por los peninsulares hacia los criollos, que para
referirse a éstos usaban también el término despectivo de "indianos", con lo que indudablemente herían su sueño
de sentirse pertenecientes a la "raza superior" [11].
Para el caso de Guatemala, quien fuera su arzobispo, García Peláez,
citado por Virgilio Rodríguez Beteta, hablaba de la división que se introdujo
en España a inicios del dominio colonial “entre españoles moradores de la Península
[Ibérica] y españoles transportados a las Indias; luego, la que resultó entre
españoles europeos y españoles criollos y en fin, la que se ocasionó entre
criollos de antigua y reciente descendencia de europeos, no llevando bien los
primeros que los segundos se colocasen en igual categoría para la opción a
oficios y encomiendas” [13].
Control absoluto del comercio
Amén de la disputa en torno al indio y la
tierra, otra manifestación de las contradicciones de carácter económico entre
la Corona y los criollos se liga al hecho de que los peninsulares, representando a la Corona, ejercían un control absoluto
del comercio y de la economía en general. Toda empresa tenía que hacerse,
forzosamente, sólo a través de la Casa de Contratación en Sevilla, y únicamente
con este puerto español.
Ilustra esa enorme restricción al desarrollo
económico de las colonias americanas, el hecho que a pesar de que la Nueva
España tenía, en muchos lugares, condiciones tanto o más propicias para el cultivo de la vid y del olivo que la
propia monarquía, ésta jamás permitió que, en sus posesiones
americanas, se sembraran esos cultivos que, por cierto, constituían su
principal riqueza. Con ello, la metrópoli obligaba a sus propios ciudadanos a
comprar a precios elevados el vino o el aceite de oliva. Exactamente igual
ocurría con otros productos demandados por los españoles: embutidos, jamón
serrano, pastas, quesos, vestidos, telas, trajes, zapatos, etc. [13]
A través del comercio, el imperio español
disponía del conjunto de recursos procedentes de América y, al mismo tiempo,
exportaba hacia sus colonias productos europeos. El sistema de monopolio
comercial, impuesto por España, era absoluto porque sólo los súbditos de Castilla podían comerciar con
América, excluyendo de ello no sólo a las naciones extranjeras sino incluso a
los propios españoles no castellanos.
Ese sistema monopólico tenía, entre
otros, el propósito de controlar la totalidad del tráfico marino y de impedir
el contrabando de metales preciosos.
Institucionalmente, esta función era ejercida por la Casa de
Contratación que funcionó, desde 1503 hasta 1717 en Sevilla.
Una característica
del sistema comercial español consistió en la existencia de una oferta pequeña
al lado de una gran demanda, lo que tenía por objeto el mantenimiento de altos
precios, con lo que sólo se beneficiaban los comerciantes de Sevilla [14].
El contrabando como aliciente
La contraparte
de este sistema comercial, que afectaba, de una u otra forma, a todos los
americanos, fue la tendencia de los colonos a establecer estrechos contactos
con contrabandistas europeos, a fin de tener acceso a una mayor cantidad de
artículos que se obtenían a precios más bajos que los que se adquirían mediante
el sistema comercial de la metrópoli.
Rechazo a la carga impositiva
Los pobladores
de las posesiones coloniales se oponían también a la fuerte carga de impuestos
que afectaban el desarrollo agrícola y a que la industria no se viera
estimulada ni protegida por el dominio colonial. Pero, probablemente, una de las cosas que más
irritaba a los habitantes de Hispanoamérica fue que casi todas las rentas públicas, lejos de utilizarse para el desarrollo
de sus territorios, eran consumidas por la metrópoli [15].
Es muy interesante en lo que atañe a la
situación en que se hallaban las colonias americanas, a causa de la dominación
española, la siguiente observación de José Carlos Mariátegui:
“El
imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y
políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía
abastecer a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias
sentían apetencia de cosas más prácticas y necesidad de instrumentos más
nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y
cuyos banqueros colonizadores de nuevo tipo querían, a su turno, enseñorearse
en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía
como creación de una economía manufacturada y librecambista” [16]. Propiamente, la debilidad del imperio español según este autor,
radicó en su “carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que
política y económica” [17].
Notas
Veamos por qué cada uno de estos sectores,
exceptuando al de los peninsulares que era el más beneficiado, se oponía al
dominio impuesto por España:
La Corona española
había enviado a muchos aventureros a conquistar las tierras americanas, a
quienes en pago por sus servicios se les otorgaron diversos privilegios y
ventajas. De este modo, se evitó que la metrópoli asumiera como empresa estatal
la conquista, lo cual le hubiera acarreado muchos gastos [1].
Se trata de que, acabando de lograr su
unidad política y religiosa, tras la expulsión de los moros del territorio
español, la Corona no disponía aún de un ejército real capacitado para efectuar
la conquista del Nuevo Mundo [2]. En
virtud de ello, se vio empujada a hacer uso de las llamadas capitulaciones,
cuya esencia consistía en encargar la conquista a particulares dispuestos a
ceder parte de los beneficios de dicha empresa al rey; pero, la Corona, desde
un inicio, quiso ser la más beneficiada y, además, trató permanentemente de
convertir a los indios en sus vasallos. El mayor esfuerzo en esta línea lo
realizó mediante la promulgación, en 1542, de las Nuevas Leyes de Indias.
Para otros autores, las Nuevas Leyes
sustituyeron la dominación esclavista por la feudal, o lo que es igual, el
dominio de los criollos sobre el indio por el de la Corona sobre éste mismo.
Tal es, por ejemplo, la posición de Severo Martínez Peláez, quien plantea que, en fin cuentas, el imperio español se vio obligado a hacer
varias concesiones a los criollos, llegándose a “situaciones intermedias” [4]. El autor nicaragüense Germán Romero
Vargas, al hacer referencia a la evolución de las encomiendas, sostiene que
estas “en el transcurso del siglo
XVIII [...] se volvieron simples recaudaciones de tributos y pasaron al rey,
quien las concedía a particulares que no residían en la provincia” [de
Nicaragua], conservándose, sin embargo, la dominación social de los criollos
sobre los indios [5].
Según Tibor Wittman y Corvina Kiadó, “de un total de más de cien virreyes de las
colonias, sólo cuatro fueron criollos, pero éstos también procedentes de la
aristocracia de sangre limpia” [8]. A fines del dominio colonial, el observador
francés Dauxion Lavaysse hizo una comparación muy interesante entre los
criollos franceses y españoles: “sus privilegios [dice refiriéndose a los
criollos franceses] no sólo eran semejantes a los europeos sino que en las
colonias francesas bastaba pertenecer a una familia blanca para gozar de los
privilegios de una persona de origen noble” [9].
Los criollos, penetrados por los fuertes
prejuicios raciales que la Corona española inculcaba a las distintas clases
sociales que constituían sus colonias -a fin de dividirlas y de ese modo
fortalecer su dominio sobre ellas- se apartaban de los que no tuvieron piel
blanca; aspirando, a poseer los mismos derechos que los
peninsulares. éstos, por su
parte, hacían sentir su supuesta superioridad racial no sólo sobre el indio, el
negro y el mestizo, sino también sobre el mismo criollo.
Y hasta el más mísero
de los europeos -atestiguaba el geógrafo y naturalista Alejandro Humboldt-, por
mucho que careciera de cultura, se sentía superior a los blancos nacidos en
América, pues sabía que ganando o perdiendo bienes siempre podía obtener
puestos inalcanzables para los nacidos en América [10].
Era tal el
desprecio experimentado por los peninsulares hacia los criollos, que para
referirse a éstos usaban también el término despectivo de "indianos", con lo que indudablemente herían su sueño
de sentirse pertenecientes a la "raza superior" [11].
Para el caso de Guatemala, quien fuera su arzobispo, García Peláez,
citado por Virgilio Rodríguez Beteta, hablaba de la división que se introdujo
en España a inicios del dominio colonial “entre españoles moradores de la Península
[Ibérica] y españoles transportados a las Indias; luego, la que resultó entre
españoles europeos y españoles criollos y en fin, la que se ocasionó entre
criollos de antigua y reciente descendencia de europeos, no llevando bien los
primeros que los segundos se colocasen en igual categoría para la opción a
oficios y encomiendas” [13].
Amén de la disputa en torno al indio y la
tierra, otra manifestación de las contradicciones de carácter económico entre
la Corona y los criollos se liga al hecho de que los peninsulares, representando a la Corona, ejercían un control absoluto
del comercio y de la economía en general. Toda empresa tenía que hacerse,
forzosamente, sólo a través de la Casa de Contratación en Sevilla, y únicamente
con este puerto español.
Ilustra esa enorme restricción al desarrollo
económico de las colonias americanas, el hecho que a pesar de que la Nueva
España tenía, en muchos lugares, condiciones tanto o más propicias para el cultivo de la vid y del olivo que la
propia monarquía, ésta jamás permitió que, en sus posesiones
americanas, se sembraran esos cultivos que, por cierto, constituían su
principal riqueza. Con ello, la metrópoli obligaba a sus propios ciudadanos a
comprar a precios elevados el vino o el aceite de oliva. Exactamente igual
ocurría con otros productos demandados por los españoles: embutidos, jamón
serrano, pastas, quesos, vestidos, telas, trajes, zapatos, etc. [13]
A través del comercio, el imperio español
disponía del conjunto de recursos procedentes de América y, al mismo tiempo,
exportaba hacia sus colonias productos europeos. El sistema de monopolio
comercial, impuesto por España, era absoluto porque sólo los súbditos de Castilla podían comerciar con
América, excluyendo de ello no sólo a las naciones extranjeras sino incluso a
los propios españoles no castellanos.
Ese sistema monopólico tenía, entre
otros, el propósito de controlar la totalidad del tráfico marino y de impedir
el contrabando de metales preciosos.
Institucionalmente, esta función era ejercida por la Casa de
Contratación que funcionó, desde 1503 hasta 1717 en Sevilla.
Una característica
del sistema comercial español consistió en la existencia de una oferta pequeña
al lado de una gran demanda, lo que tenía por objeto el mantenimiento de altos
precios, con lo que sólo se beneficiaban los comerciantes de Sevilla [14].
La contraparte
de este sistema comercial, que afectaba, de una u otra forma, a todos los
americanos, fue la tendencia de los colonos a establecer estrechos contactos
con contrabandistas europeos, a fin de tener acceso a una mayor cantidad de
artículos que se obtenían a precios más bajos que los que se adquirían mediante
el sistema comercial de la metrópoli.
Los pobladores
de las posesiones coloniales se oponían también a la fuerte carga de impuestos
que afectaban el desarrollo agrícola y a que la industria no se viera
estimulada ni protegida por el dominio colonial. Pero, probablemente, una de las cosas que más
irritaba a los habitantes de Hispanoamérica fue que casi todas las rentas públicas, lejos de utilizarse para el desarrollo
de sus territorios, eran consumidas por la metrópoli [15].
Es muy interesante en lo que atañe a la
situación en que se hallaban las colonias americanas, a causa de la dominación
española, la siguiente observación de José Carlos Mariátegui:
“El
imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y
políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía
abastecer a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias
sentían apetencia de cosas más prácticas y necesidad de instrumentos más
nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y
cuyos banqueros colonizadores de nuevo tipo querían, a su turno, enseñorearse
en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía
como creación de una economía manufacturada y librecambista” [16]. Propiamente, la debilidad del imperio español según este autor,
radicó en su “carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que
política y económica” [17].
[1]Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. p. 36.
[2] Arellano, Jorge Eduardo. Nueva Historia de Nicaragua. Fondo Editorial CIRA, 1990. p. 105.
[3] Frank, Waldo. El Nacimiento de un Mundo. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1979. p. 417.
[4] Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. pp. 74 y
88.
[5] Romero Vargas, Germán. Las Estructuras Sociales de Nicaragua en el siglo XVIII. Vanguardia 1987. p. 107.
[6] Pochet Araya, Carlos. Historia de
América en Perspectiva Latinoamericana.
[7] Ayón, Tomás. Historia de Nicaragua. Desde los tiempos remostos hasta el año
de 1852. Tomo I. Madrid, 1956. p.
333.
[8] Tibor, Wittman; Kiado, Korvina.
Historia de América Latina.
Budapest 1980. p. 80.
[9] Ibíd. p. 159.
[10] Ibíd.
[11] Arredondo Muñozledo, Benjamín. Segundo Año de Historia. México, DF. 1977. p. 419.
[12] Rodríguez Beteta, Virgilio. Ideologías de
la Independencia. EDUCA, Centroamérica, 1971. p. 26.
[13] Arredondo Muñozledo, Benjamín. Ob. cit. p. 416.
[14] Sobre el sistema comercial
de la España colonialista, consúltese la obra ya citada de Pochet Araya.
[15] Marbán, Edilberto. Ob. cit. pp. 45-46.
[16] Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca
"Amauta", Lima Perú. 1978. p. 18.
[17] Ibíd. p. 14.
[1]Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. p. 36.
[2] Arellano, Jorge Eduardo. Nueva Historia de Nicaragua. Fondo Editorial CIRA, 1990. p. 105.
[3] Frank, Waldo. El Nacimiento de un Mundo. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1979. p. 417.
[4] Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. pp. 74 y
88.
[5] Romero Vargas, Germán. Las Estructuras Sociales de Nicaragua en el siglo XVIII. Vanguardia 1987. p. 107.
[6] Pochet Araya, Carlos. Historia de
América en Perspectiva Latinoamericana.
[7] Ayón, Tomás. Historia de Nicaragua. Desde los tiempos remostos hasta el año
de 1852. Tomo I. Madrid, 1956. p.
333.
[8] Tibor, Wittman; Kiado, Korvina.
Historia de América Latina.
Budapest 1980. p. 80.
[9] Ibíd. p. 159.
[10] Ibíd.
[11] Arredondo Muñozledo, Benjamín. Segundo Año de Historia. México, DF. 1977. p. 419.
[12] Rodríguez Beteta, Virgilio. Ideologías de
la Independencia. EDUCA, Centroamérica, 1971. p. 26.
[13] Arredondo Muñozledo, Benjamín. Ob. cit. p. 416.
[14] Sobre el sistema comercial
de la España colonialista, consúltese la obra ya citada de Pochet Araya.
[15] Marbán, Edilberto. Ob. cit. pp. 45-46.
[16] Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca
"Amauta", Lima Perú. 1978. p. 18.
[17] Ibíd. p. 14.
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