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lunes, 21 de septiembre de 2015

II. Causas internas de la Independencia: la situación de las colonias

II. Causas internas de la Independencia: la situación de las colonias 
Manuel Moncada Fonseca 

a) Los criollos clase dominante a medias


Los españoles peninsulares


- Los criollos o españoles americanos

- Los indios    

- Los negros   

-Los mestizos 

Veamos por qué cada uno de estos sectores, exceptuando al de los peninsulares que era el más beneficiado, se oponía al dominio impuesto por España:

Las capitulaciones

La Corona española había enviado a muchos aventureros a conquistar las tierras americanas, a quienes en pago por sus servicios se les otorgaron diversos privilegios y ventajas. De este modo, se evitó que la metrópoli asumiera como empresa estatal la conquista, lo cual le hubiera acarreado muchos gastos [1]

Se trata de que, acabando de lograr su unidad política y religiosa, tras la expulsión de los moros del territorio español, la Corona no disponía aún de un ejército real capacitado para efectuar la conquista del Nuevo Mundo [2]. En virtud de ello, se vio empujada a hacer uso de las llamadas capitulaciones, cuya esencia consistía en encargar la conquista a particulares dispuestos a ceder parte de los beneficios de dicha empresa al rey; pero, la Corona, desde un inicio, quiso ser la más beneficiada y, además, trató permanentemente de convertir a los indios en sus vasallos. El mayor esfuerzo en esta línea lo realizó mediante la promulgación, en 1542, de las Nuevas Leyes de Indias. 


Rechazo a las Nuevas leyes de Indias

Los criollos, por su parte se indignaron y se rebelaron contra las pretensiones de la Corona y, en especial, contra dichas leyes. Fue tal el grado de oposición a éstas que España, al decir del autor Waldo Frank, se vio obligada a cercenarlas gradualmente hasta que cayeron en desuso. “Nuevos señores de la tierra habían establecido su poder en las Españas Americanas -nos dice el mismo autor- y el muy católico rey se vio impotente frente a las fuerzas económicas que mantenían su imperio” [3].

Para otros autores, las Nuevas Leyes sustituyeron la dominación esclavista por la feudal, o lo que es igual, el dominio de los criollos sobre el indio por el de la Corona sobre éste mismo. Tal es, por ejemplo, la posición de Severo Martínez Peláez, quien plantea que, en fin cuentas, el imperio español se vio obligado a hacer varias concesiones a los criollos, llegándose a “situaciones intermedias” [4]. El autor nicaragüense Germán Romero Vargas, al hacer referencia a la evolución de las encomiendas, sostiene que estas “en el transcurso del siglo XVIII [...] se volvieron simples recaudaciones de tributos y pasaron al rey, quien las concedía a particulares que no residían en la provincia” [de Nicaragua], conservándose, sin embargo, la dominación social de los criollos sobre los indios [5].

Como quiera que haya sido, ya fuese que las Nuevas Leyes quedaran en letra muerta; o que sustituyeran el dominio criollo por el dominio directo de la Corona sobre el indio y sus tierras o, finalmente, que las encomiendas se convirtieran en recaudación de tributos para el rey, lo cierto es que el conflicto entre la Corona y los criollos no cesó sino hasta que la independencia respecto a España se hubo consumado. Y todo porque el criollo no se iba jamás a conformar con ocupar un papel secundario en el  dominio sobre las tierras y los indios de América.

Clase dominante a medias

En efecto, los criollos compartían el poder económico y político, pero subordinándose a la monarquía española en la persona de sus funcionarios peninsulares. En realidad, lo único que a ellos les era dado regir fueron los gobiernos locales o municipales. El criollo, generalmente, no podía ser ni virrey, ni capitán general, ni oidor o juez, ni gobernador. Sólo le era permitido, pues, el cargo, de cabildo [6]

En el plano religioso, debe señalarse que al inicio del dominio colonial todo el clero procedía de España. Y aunque, posteriormente, los criollos también llegaron a formar parte del mismo, las dignidades  de Arzobispo, Obispo y Canónigo se reservaron siempre a los provenientes de España [7].

Según Tibor Wittman y Corvina Kiadó, “de un total de más de cien virreyes de las colonias, sólo cuatro fueron criollos, pero éstos también procedentes de la aristocracia de sangre limpia” [8]. A fines del dominio colonial, el observador francés Dauxion Lavaysse hizo una comparación muy interesante entre los criollos franceses y españoles: “sus privilegios [dice refiriéndose a los criollos franceses] no sólo eran semejantes a los europeos sino que en las colonias francesas bastaba pertenecer a una familia blanca para gozar de los privilegios de una persona de origen noble” [9].

Racismo en todas las direcciones

Los criollos, penetrados por los fuertes prejuicios raciales que la Corona española inculcaba a las distintas clases sociales que constituían sus colonias -a fin de dividirlas y de ese modo fortalecer su dominio sobre ellas- se apartaban de los que no tuvieron piel blanca; aspirando, a poseer los mismos derechos que los peninsulares. éstos, por su parte, hacían sentir su supuesta superioridad racial no sólo sobre el indio, el negro y el mestizo, sino también sobre el mismo criollo.

Y hasta el más mísero de los europeos -atestiguaba el geógrafo y naturalista Alejandro Humboldt-, por mucho que careciera de cultura, se sentía superior a los blancos nacidos en América, pues sabía que ganando o perdiendo bienes siempre podía obtener puestos inalcanzables para los nacidos en América [10].
           
Era tal el desprecio experimentado por los peninsulares hacia los criollos, que para referirse a éstos usaban también el término despectivo de "indianos", con lo que indudablemente herían su sueño de sentirse pertenecientes a la "raza superior" [11].  Para el caso de Guatemala, quien fuera su arzobispo, García Peláez, citado por Virgilio Rodríguez Beteta, hablaba de la división que se introdujo en España a inicios del dominio colonial “entre españoles moradores de la Península [Ibérica] y españoles transportados a las Indias; luego, la que resultó entre españoles europeos y españoles criollos y en fin, la que se ocasionó entre criollos de antigua y reciente descendencia de europeos, no llevando bien los primeros que los segundos se colocasen en igual categoría para la opción a oficios y encomiendas” [13].

Control absoluto del comercio

Amén de la disputa en torno al indio y la tierra, otra manifestación de las contradicciones de carácter económico entre la Corona y los criollos se liga al hecho de que los peninsulares, representando a la Corona, ejercían un control absoluto del comercio y de la economía en general. Toda empresa tenía que hacerse, forzosamente, sólo a través de la Casa de Contratación en Sevilla, y únicamente con este puerto español.

Ilustra esa enorme restricción al desarrollo económico de las colonias americanas, el hecho que a pesar de que la Nueva España tenía, en muchos lugares, condiciones tanto o más propicias para el cultivo de la vid y del olivo que la propia monarquía, ésta jamás permitió que, en sus posesiones americanas, se sembraran esos cultivos que, por cierto, constituían su principal riqueza. Con ello, la metrópoli obligaba a sus propios ciudadanos a comprar a precios elevados el vino o el aceite de oliva. Exactamente igual ocurría con otros productos demandados por los españoles: embutidos, jamón serrano, pastas, quesos, vestidos, telas, trajes, zapatos, etc. [13]

A través del comercio, el imperio español disponía del conjunto de recursos procedentes de América y, al mismo tiempo, exportaba hacia sus colonias productos europeos. El sistema de monopolio comercial, impuesto por España, era absoluto porque sólo los súbditos de Castilla podían comerciar con América, excluyendo de ello no sólo a las naciones extranjeras sino incluso a los propios españoles no castellanos. 

Ese sistema monopólico tenía, entre otros, el propósito de controlar la totalidad del tráfico marino y de impedir el contrabando de metales preciosos.  Institucionalmente, esta función era ejercida por la Casa de Contratación que funcionó, desde 1503 hasta 1717 en Sevilla. 

Una característica del sistema comercial español consistió en la existencia de una oferta pequeña al lado de una gran demanda, lo que tenía por objeto el mantenimiento de altos precios, con lo que sólo se beneficiaban los comerciantes de Sevilla [14].

El contrabando como aliciente

La contraparte de este sistema comercial, que afectaba, de una u otra forma, a todos los americanos, fue la tendencia de los colonos a establecer estrechos contactos con contrabandistas europeos, a fin de tener acceso a una mayor cantidad de artículos que se obtenían a precios más bajos que los que se adquirían mediante el sistema comercial de la metrópoli.

Rechazo a la carga impositiva

Los pobladores de las posesiones coloniales se oponían también a la fuerte carga de impuestos que afectaban el desarrollo agrícola y a que la industria no se viera estimulada ni protegida por el dominio colonial. Pero, probablemente, una de las cosas que más irritaba a los habitantes de Hispanoamérica fue que casi todas las rentas públicas, lejos de utilizarse para el desarrollo de sus territorios, eran consumidas por la metrópoli [15].

Es muy interesante en lo que atañe a la situación en que se hallaban las colonias americanas, a causa de la dominación española, la siguiente observación de José Carlos Mariátegui: 

“El imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía abastecer a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas más prácticas y necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros colonizadores de nuevo tipo querían, a su turno, enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como creación de una economía manufacturada y librecambista” [16]. Propiamente, la debilidad del imperio español según este autor, radicó en su “carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que política y económica” [17].

Notas


[1]Martínez Peláez, Severo.  Ob. cit. p. 36.
[2] Arellano, Jorge Eduardo. Nueva Historia de Nicaragua.  Fondo Editorial CIRA, 1990. p. 105.
[3] Frank, Waldo. El Nacimiento de un Mundo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979. p. 417.
[4] Martínez Peláez, Severo. Ob. cit. pp. 74 y 88.
[5] Romero Vargas, Germán. Las Estructuras Sociales de Nicaragua en el siglo XVIII.  Vanguardia 1987. p. 107.
[6]  Pochet Araya, Carlos. Historia de América en Perspectiva Latinoamericana.
[7] Ayón, Tomás. Historia de Nicaragua. Desde los tiempos remostos hasta el año de 1852. Tomo I. Madrid, 1956.  p. 333.
[8]  Tibor, Wittman; Kiado, Korvina.  Historia de América Latina.  Budapest 1980. p. 80.
[9]  Ibíd. p. 159.
[10]  Ibíd.
[11]  Arredondo Muñozledo, Benjamín.  Segundo Año de Historia.  México, DF. 1977. p. 419.
[12] Rodríguez Beteta, Virgilio. Ideologías de la Independencia. EDUCA, Centroamérica, 1971. p. 26.
[13]  Arredondo Muñozledo, Benjamín.  Ob. cit. p. 416.
[14] Sobre el sistema comercial de la España colonialista, consúltese la obra ya citada de Pochet Araya.
[15]  Marbán, Edilberto. Ob. cit. pp. 45-46.
[16] Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca "Amauta", Lima Perú. 1978. p. 18.
[17]  Ibíd. p. 14.

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