I. Causas externas de la Independencia: la situación de España
Manuel Moncada Fonseca
La independencia de las colonias americanas del yugo colonial de España y Portugal fue resultado de factores internos y externos; obedecía tanto a lo que ocurría en ellas, como a lo que tuvo lugar allende sus fronteras. Lo interno se constituyó en su causa fundamental; lo externo en el factor que la favoreció. Fue pues la interrelación de ambos factores lo que la hizo posible.
Entre las causas externas de este hecho histórico trascendental debe examinarse, antes que nada, la situación de la metrópoli que impuso su dominio sobre una gran parte del continente americano: España. Se estimaba que, a inicios del siglo XVI, España era uno de los países que más desarrollo había alcanzado a escala mundial. Los ágiles caballos de guerra [1], las técnicas en el trabajo del acero y las armas de fuego que los conquistadores utilizaron contra los habitantes del Nuevo Mundo, determinaron su superioridad bélica sobre éstos últimos [2]. Partiendo de ello, los castellanos pudieron vencer en lo que verdaderamente fue la esencia de la conquista: la consecución del dominio económico sobre los nativos americanos.
“Los indios -señala Severo Martínez Peláez- no estuvieron sujetos y dominados mientras no se les despojó de sus fuentes de riqueza -apropiación de sus tierras- y se les sometió a la esclavitud. Vale decir que la lucha armada fue solamente un medio, un recurso para llegar al sometimiento económico, y que este último fue el momento decisivo de la conquista” [3].
Lo anterior debe ligarse necesariamente al hecho que, para el conquistador, las cosas se vieron grandemente facilitadas por lo que la autora francesa Laurette Sejourne llama “la singular lealtad” de los aborígenes americanos, pues a todo lo largo del proceso de “conquista no se registra un solo caso de españoles muertos después de haber recibido hospitalidad, cuando su desaparición hubiera salvado millares de vidas”. Todo lleva a pensar, acota la misma autora, “que para los autóctonos era inadmisible un ataque sin previa declaración de guerra y la manera como dejan perder invariablemente todas las buenas ocasiones de deshacerse de sus agresores obliga a pensar que la traición fue un arma más eficaz todavía que el arcabuz o que el cañón” [4].
Lo anterior debe ligarse necesariamente al hecho que, para el conquistador, las cosas se vieron grandemente facilitadas por lo que la autora francesa Laurette Sejourne llama “la singular lealtad” de los aborígenes americanos, pues a todo lo largo del proceso de “conquista no se registra un solo caso de españoles muertos después de haber recibido hospitalidad, cuando su desaparición hubiera salvado millares de vidas”. Todo lleva a pensar, acota la misma autora, “que para los autóctonos era inadmisible un ataque sin previa declaración de guerra y la manera como dejan perder invariablemente todas las buenas ocasiones de deshacerse de sus agresores obliga a pensar que la traición fue un arma más eficaz todavía que el arcabuz o que el cañón” [4].
Volvamos a la metrópoli. Una cosa fue la situación de España en el siglo XVI y otra muy distinta la que le tocó vivir antes que sus colonias se le rebelaran y acabaran con su dominio. Es más, ya desde mediados del siglo XVI y a lo largo de todo el siglo XVII, España experimentó una prolongada decadencia económica que abarcó primeramente el agro y luego llegó hasta la industria y el comercio. Esto era una manifestación del parasitismo de los señores feudales, tanto seglares como religiosos. La nobleza y el clero, clases privilegiadas del medioevo español, se apropiaban de los metales preciosos que sus súbditos saqueaban a las colonias americanas. De este modo, los colosales medios obtenidos del saqueo a estas posesiones de ultramar, lejos de utilizarse en el fomento de formas capitalistas de desarrollo, se consumían destructivamente por la clase feudal que gobernaba España.
Los mercaderes españoles, obteniendo grandes ganancias del comercio colonial, retiraban sus capitales de las manufacturas. Y por cuanto comerciaban preferentemente con mercancías extranjeras, el oro y la plata importados de América no paraban en España sino que llegando a ella, de inmediato se fugaba a otros países de Europa, en concepto de pago por las mercancías con las que se abastecían España y sus posesiones coloniales.
Ciertamente, el Estado español parecía interesado en desarticular el comercio y la industria de su propio país. Gastaba sumas colosales en las empresas militares y en el mantenimiento del ejército. En aras de ello, constantemente hacía crecer los impuestos y se endeudaba sin cesar.
Ya durante el reinado de Carlos V, la monarquía española contrajo una gran deuda con los banqueros alemanes, de quienes recibió grandes empréstitos. A fines del siglo XVI, entre el 51% y el 62% de los gastos de la metrópoli correspondían al pago de los intereses de la deuda estatal. En distintas ocasiones, Felipe II se vio obligado a declarar la bancarrota estatal. A fin de obtener nuevos empréstitos, su gobierno concedía a banqueros genoveses y alemanes el derecho de recaudar impuestos en diferentes regiones de España, así como el de hacer uso de otras fuentes de ingresos, con lo que se acrecentaba la fuga de metales preciosos de la metrópoli.
Para tener una idea exacta del grado de parasitismo y del saqueo practicado por la nobleza española en sus posesiones coloniales, basta tener presente el siguiente hecho: Si a mediados del siglo XVI, el 70 % de todas las entradas procedían de la propia metrópoli, y el 30 % de las colonias, hacia 1584, en cambio, las entradas procedentes de la metrópoli constituían tan sólo el 30 %, mientras que las de las colonias se habían elevado al 70 % [5].
Al respecto de la gran fuga de metales que tenía lugar en España, Aníbal Ponce señala: “En vano el descubrimiento de América le dio al monarca y a los nobles los frutos del árbol de oro. Sin una burguesía capaz de circular y centuplicar la riqueza, el oro de América no hizo nada más que atravesar España. Mientras en Inglaterra el producto del pillaje colonial estimularía muy pronto el trabajo del país hasta crear la gran industria, en España sólo sirvió para comprar en el extranjero los productos manufacturados que la burguesía inexistente no podía producir” [6].
Como puede apreciarse, España no sólo se arruinaba a sí misma, sino también a sus colonias americanas, en las que hacía recaer todo el paso de sus recurrentes guerras con una gran parte de las naciones de Europa y, particularmente, con Inglaterra y Francia. Por ello, no es casual que sobre las colonias americanas influyera todo aquello que, a escala internacional, se volcara contra la monarquía española. El autor mexicano Agustín Cue Cánovas presenta cinco acontecimientos que actuaron contra el colonialismo español. Estos son los siguientes:
- Las ideas de la Ilustración y del Enciclopedismo francés.
- La Revolución Industrial Inglesa (iniciada hacia 1760) y la consiguiente expansión del poderío inglés en América.
- La independencia de Estados Unidos de América (proclamada el 4 de julio de 1776) junto a su expansión mercantil y territorial.
- El triunfo de la Revolución Burguesa el 14 de julio de 1789 en Francia.
A esto debe necesariamente agregarse la rivalidad entre las grandes potencias coloniales. Con el objeto de debilitar el poderío colonial de Inglaterra, España favoreció y apoyó la independencia de Estados Unidos, con lo que no sólo resintió profundamente a Inglaterra sino que, además, llegó a inspirar anhelos de libertad en los habitantes de sus propias colonias, quienes pensaban que “lo que era lícito contra Inglaterra, lo era también contra España” [8].
Notas:
1. El autor cubano Alberto Prieto introduce un ángulo polémico en lo que respecta al papel que los caballos de guerra jugaron en la conquista de Tenochtitlán. “…poca importancia tuvieron los caballos o las armas de fuego en la conquista de la Confederación Azteca -escribe-. ¿Se puede imaginar acaso que dieciséis caballos y cuarenta y cinco mosquetes y demás modernos medios bélicos desembarcados por Cortés, representaran la esencia del triunfo castellano sobre decenas de miles de hábiles soldados de Tenochtitlán? En verdad resulta muy difícil responder afirmativamente”, concluye. Prieto, Alberto. Las civilizaciones precolombinas y su fracaso. Editorial Gente Nueva, 1982. p. 68. Como contraparte de este planteamiento, que ve las cosas en un plano cuantitativo y no cualitativo en lo que respecta a los caballos, López de Gómora, citado por el autor Carlos Meléndez, al hablar de Diriangén y los quinientos hombres que llegaron a buscar a los españoles, señala que cuando a este cacique le preguntaron a qué había llegado respondió que a ver quiénes eran los extranjeros porque le habían dicho que era gente de barba y que andaba “encima de unas alimañas”. Era el caballo, entonces, un bicho raro que llamó la atención del indio antes de ser utilizado en su contra. Mas cuando esto ocurrió en abril de 1523, los españoles, como señala el segundo autor mencionado, pudieron controlar el ataque de los indígenas jefeados por Diriangén “sobre todo por la ayuda de los caballos” a los que ellos temían. Oviedo, por su parte, citado igualmente por Meléndez, refiriéndose a un suceso al parecer de mayo de 1524, relacionado con Hernández de Córdoba, hace también referencia a que los indígenas “temían mucho de los caballos, é nunca avian visto tales animales […] que los alcanzaban y mataban…” Ibíd.. p. 57. Meléndez, Carlos. Hernández de Córdoba Capitán de Conquista en Nicaragua. Serie Histórica. Colección Cultural Banco Nicaragüense.1993. pp. 43-44, 57
[2]. Martínez Peláez, Severo. La Patria del Criollo. EDUCA. 1975. pp. 26-27
[3]. Ibíd. p. 30.
[4]. Sejourne, Laurette. América Latina. I Antiguas culturas precolombinas. Historia Universal Siglo XXI. 1973. pp. 46-47.
[5]. Sobre la situación de España en los siglos XVI y XVII nos hemos informado en: Scazkin, S. D. Historia de la Edad Media. Tomo II, Moscú "Escuela Superior", 1977, pp. 119-123. Obra en ruso.
[6]. Ponce, Aníbal. Obras. Casa de las Américas. Colección Nuestra América. 1975. pp. 458-459.
[7]. Cue Canovas, Agustín. Historia Social y Económica de México 1521-1854. En: El Proceso Independentista en América Latina y en Estados Unidos. Editorial Pueblo y Educación. 1979. p. 116.
[8]. Ibíd. p. 121. Sejourne, Laurette. América Latina. I Antiguas culturas precolombinas. Historia Universal Siglo XXI. 1973. pp. 46-47.
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