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jueves, 17 de septiembre de 2015

Apuntes en torno al imperio incaico o Tahuantinsuyo: El comunismo incaico

Apuntes en torno al imperio incaico o Tahuantinsuyo:
El comunismo incaico
Manuel Moncada Fonseca

Tercera parte


El comunismo incaico poseía naturaleza agraria. Paolo Gallizioli acota que el mismo preveía la propiedad común de las tierras cultivables, de las aguas, de las tierras de pasto y de los bosques; la cooperación en el trabajo y la apropiación individual de cosechas y frutos. Es más, aunque el dominio colonial puso fin a la estructura económica incaica, el indio nunca se hizo individualista, siempre encontró el medio de defender la comunidad a través de la cooperación. La persistencia de la comunidad frente a la agresión constante de las haciendas es una prueba de la tendencia natural del indio al comunismo.”[1]

En la misma tónica arriba anotada, otra fuente, después de acusar las controversias al respecto, plantea qué significaba el imperio incaico para las mayorías que lo habitaban:

“No puede caber duda respecto al hecho de que esa organización se aproximó, como ninguna otra en el mundo, al ideal de justicia y bienestar a que aspiran los pueblos de la humanidad actual. Fue una sociedad donde el trabajo era obligatorio, donde se producían alimentos en la mayor proporción posible; donde cada familia natural, como miembro de la familia social o ayllu, tenía derecho a cultivar un lote de tierras suficiente para satisfacer sus necesidades. La previsión social funcionaba, cuando la comunidad tenía el deber de trabajar las tierras de los inválidos, sea por razón de edad avanzada, sexo, enfermedad o incapacidad, o por razón de estar prestando servicios en el ejército. En esa forma se consiguió que no hubiera mendigos ni desocupados, siendo castigada como un delito la ociosidad. Por lo tanto, no había familias demasiado ricas, ni gentes demasiado pobres como en la sociedad actual.”[2]

Ciertamente, el extenso dominio de los incas sólo pudo mantenerse y desarrollarse gracias a la preocupación que ellos mostraron por la felicidad y el bienestar de los pueblos conquistados. Prueba de ello fue el desconocimiento del hambre y las grandes injusticias.[3]

El investigador alemán Bernd Schmelz, cataloga al estado incaico como un estado perfectamente organizado que logró conquistar y administrar un imperio tan vasto recurriendo a principios de organización social con fuerte arraigo en la región andina. Por su parte, la investigadora Karoline Noack, también alemana, acota que nunca se ha visto que a una cultura se le llame de formas tan disímiles como a la inca: socialista, comunista e imperialista. Aunque estos criterios no afirmen ni nieguen la condición socialista o comunista del estado incaico, reconocen, eso sí, que los incas tomaron muy en cuenta las tradiciones de los pueblos bajo su poder, tales como el ayllu y la mita y que no se trataba de un estado centralista absolutista.[4]      

Y aún entre aquéllos que están o estuvieron lejos de los ideales socialistas y que más bien abrazan o abrazaron, sin vacilaciones, los ideales de la civilización capitalista, se reconocen las bondades que, a su parecer, tuvo la cultura incaica. En ese sentido, traemos a colación la interesantísima posición de lo que pensaba el escritor y político peruano José de La Riva Agüero (1885-1944):

Planteaba este intelectual peruano que el carácter de las instituciones incaicas consistía “en la teocracia despótica, en el socialismo, en la inmovilidad y en la total sumisión e ignorancia del indio”. De inmediato, aunque sostiene que “El Inca era Dios” y que, por tanto, “ante  él desaparecían todos las libertades de los súbditos”, refiere que “La propiedad era colectiva; el matrimonio impuesto por el gobierno. En fin el objeto del indio no consistía en su bienestar [individual], sino en el social.”

Más importante aún es que haga este reconocimiento:

“No puede menos de admirarnos que un estado de civilización tan incipiente haya podido alzarse hasta la sublime idea de confraternidad y colocar la utilidad de cada uno en la de todos”. Esto lo acota aunque luego diga, reflejando su visión burguesa del mundo, que “la realización de semejante idea, fructuosa solo en una sociedad de ángeles o santos, hubo de encontrar en el Perú obstáculos morales que lo hicieron en alto grado maléfico.”

Todo porque parte de la idea dominante de la civilización occidental, lo cual expresa sin ambages. Mucho ojo a lo que admite: “En la inmensa mayoría de los hombres, el egoísmo es la causa de la actividad y del progreso. […] y los inventos industriales y científicos no pudieron nacer donde faltaban el poderosos estímulo de la propiedad privada, y toda la libertad de pensamiento. Consecuencia rigurosa del despotismo teocrático y del socialismo fue la inmovilidad, el estancamiento.”

Desde luego, diferimos de esta comprensión de la vida social dado que el mundo empresarial no es, en sí mismo, motor del desarrollo industrial y científico; menos  que aceptemos el supuesto falso de la libertad de pensamiento. El empresariado no ha hecho sino explotar al asalariado, al que siempre arrebata una parte de su jornada laboral, devenida de la parte adicional de esta última, de la cual se apropia sin novedad. Respecto a lo segundo, en verdad está  suficientemente comprobado que el capitalismo jamás ha  permitido mayor libertad de conciencia que aquella que no ponga en riesgo sus bases de sustentación. Tampoco admitimos lo tercero; a saber, que el socialismo y el despotismo teocrático dieran lugar al estancamiento del imperio incaico. Lo cierto es que el socialismo logró avanzar en pocas décadas lo que el capitalismo alcanzó en siglos; el Tahuantinsuyo alcanzó en un solo siglo grandes niveles de desarrollo socio-económico, hecho antes nunca visto.

“Otra consecuencia fatal del despotismo teocrático –añade el autor- fue la servil sumisión del indio y su completa ignorancia.” Hablar de ignorancia en las circunstancias de los pueblos incaicos es expresión inequívoca del traslape de situaciones y civilizaciones muy distantes en el plano geográfico e histórico. Digamos entonces que lo que acá se llama ignorancia debe, por fuerza, contemplarse de modo relativo, toda vez que en los logros incaicos, en tan solo un siglo de existencia, lejos de expresarse ignorancia, se evidencia sabiduría. Más aun,  ello puede deducirse de este reconocimiento que hace el autor: “Los adelantos fueron notables en las industrias, principalmente, en la agricultura, muy superior a la europea de entonces”.[5]

¿Hubo esclavitud entre los Incas?

Deseamos poner de relieve algo de mucha importancia en relación con el concepto esclavo aplicado al imperio incaico y a muchas otras culturas nativas de América, ya que no puede entenderse de forma mecánica, ni absoluta. Como plantea la autora Laurette Sejourne, los europeos llamaban esclavos a distintos tipos de servidores, pero nada confirmaba la existencia de la esclavitud como institución. Y Las Casas, citado por esta misma autora, escribe: “... Nunca en todas estas Indias se halló que hiciesen diferencias, o muy poca, de los libres y aun de los hijos a los esclavos, cuando al tratamiento, cuasi en la mayor parte, si no fue en la Nueva España y en las otras provincias donde acostumbraban sacrificar hombres a sus dioses, que sacrificaban comúnmente los que en las guerras captivaban por esclavos...”[6]

Anglería, citado por la misma autora, expresa: “Es cosa averiguada que aquellos indígenas poseen en común la tierra, como la luz del sol y el agua, y que desconocen las palabras “tuyo” y “mío”, semillero de todos los males”.[7]

Compartimos, así, la afirmación de que entre los incas no hubo esclavitud en el sentido estricto de la palabra. Si acaso, los únicos que se acercaban esta condición fueron los pinas, hombres que no pertenecían a la comunidad. Se trataba de prisioneros de guerra.[8]

Aún cuando reconoce la naturaleza autocrática de la sociedad incaica, José Carlos Mariátegui la define, como “comunismo agrario”. Y a aquellos autores que la critican a partir de concepciones liberales de libertad y de justicia, Mariátegui opone el hecho histórico -que él estima positivo e irrefutable-, de que el régimen incaico garantizaba la existencia y el crecimiento de la población; de modo que, al momento de aparición de los conquistadores españoles, ésta se calculaba en diez millones de personas. Y, por el contrario, tras tres siglos de dominio colonial, dicha población se redujo a tan sólo un millón de personas. No obstante, este autor peruano no confunde las cosas. Aclara que el comunismo incaico y el contemporáneo son fenómenos diferentes entre sí; ambos son, para él, el resultado de experiencias y de civilizaciones humanas distintas.[9]




[1] Tomado de: Organización Social Inca: Nobleza y Pueblo. http://www.historiacultural.com/2009/04/organizacion-social-inca-nobleza-y.html
[3]  Monografías.com. Los incas. Ob. cit. 
[4] DW.com. Los incas: entre mito y realidad. http://www.dw.com/es/los-incas-entre-mito-y-realidad/a-17187314
[5] José de La Riva Agüero.  OBRAS COMPLETAS DE JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO. I v ESTUDIOS DE HISTORIA PERUANA LAS CIVILIZACIONES PRIMITIVAS y EL IMPERIO INCAICO. INFLUENCIA DE LAS INSTITUCIONES INCAICAS EN LA CIVILIZACIÓN DEL PERÚ.  http://repositorio.pucp.edu.pe/index/bitstream/handle/123456789/9204/Estudios%20de%20historia%20peruana
[6] Sejourne,  Laurette. América Latina I. Antiguas Culturas Precolombinas. Siglo XXI, editores S.A. Cuarta edición en castellano, diciembre de 1973. p. 135.
[7]  Cita de Pedro Mártir de Anglería en:  América Latina.  I. Antiguas culturas precolombinas.  Ob. cit. p. 136.
[9] Kuzmishev, V.A. Orígenes del pensamiento social del Perú. Obra en ruso. Editorial “Nauka”. 1979. p. 309.  

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