Sin vacilaciones, se es sandinista y punto
Manuel Moncada
Fonseca
Nadie que se aprecie a sí mismo debe
explicar, sin razón ni motivo valedero de por medio, por qué es liberal,
conservador, socialcristiano, socialdemócrata, cristiano, budista, musulmán, ni
ninguna otra condición política, religiosa o de cualquier otro tipo; ni
siquiera la de hechicero o brujo.
Por lo mismo, es insólito que una persona de
izquierda, a la que le preguntan si es tal su condición, sintiéndose como cogida
en falta, diga algo como esto: “Si soy de izquierda, pero debo decirte por qué
razón lo soy”. Ello evidencia inconsecuencia político-ideológica; es
mostrarse con sentimiento innecesario de culpa y, por ende, trasluce algún
nivel de vergüenza que tampoco posee fundamento real.
En un lugar público de Managua, topamos
casualmente con un compañero al que conocemos desde hace muchos años. Entramos en conversación y, al rato, se nos sumó una mujer profesional que se acercó
a recargar su celular. Y como sucede más que a menudo, en medio de diversidad
de tópicos, salió a flote la política. En este campo ella, sin empacho, dijo no
ser “ni chicha, ni limonada”. Objetamos semejante falacia. Huelga toda
explicación al respecto.
Y justo después que afirmáramos nuestra convicción
sandinista, al preguntarle ella al camarada mencionado sí él coincidía en eso
con nosotros, respondió: “Si pero dejame decirte por qué lo soy… Yo soy
un sandinista con pensamiento propio…” Poco le faltó para añadir que los demás
sandinistas no lo tenemos.
Al escuchar semejante repuesta,
pensamos: “De cuándo acá una persona de izquierda tiene que explicar o, mejor
dicho, justificar que ese es su sello político-ideológico”.
Cada quién es libre
de ser y declararse partidario de esto u lo otro. Para la persona de izquierda, ponerse a explicarlo es casi
confesarse o sentirse culpable por algo justo y necesario: la de estar
cardinalmente opuesto a un sistema podrido e inhumano hasta la médula: el
capitalismo, en todas sus variantes.
Lo otro que en él estimamos deplorable
fue que, blandiendo acomodaticiamente el marxismo, dijera que “siendo
dialécticos, había que admitir que el capitalismo tiene cosas buenas y que el
socialismo ha fracasado por doquier…” Ella, la “apolítica” le hizo coro.
Las bondades de la esclavitud asalariada no existen para nada. Son
quimeras, no otra cosa. Durante siglos, los hechos cotidianos han venido
demostrándolo hasta el hartazgo. Sólo las creen los que, de una u otra forma,
están siendo amamantados por los beneficios que el llamado libre mercado brinda
a minorías insignificantes de aquí y de allá… Lo demás es cuento de camino.
Concluyamos. Más allá de los errores que comete cualquier proceso revolucionario, declararse sandinista y sobre todo serlo es un gran orgullo.
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