La Inquisición, cuadro de Goya
Sirviendo
a los de siempre
¿Qué
es un puritano? ¿De qué lado está?
Manuel
Moncada Fonseca
Emma
Goldman (1869-1940), anarquista lituana de origen judío que escribiera manifiestos
feministas y libertarios, distinguiéndose entre las pioneras de la emancipación
de la mujer[1],
planteaba que el puritanismo, aunque “ya no emplea el torniquete y la mordaza”,
“sigue manteniendo una influencia cada vez más deletérea, perniciosa, en la
mentalidad norteamericana”. Entre “los sepultureros del arte y de la cultura
norteamericana”, ella contaba a Anthony Comstock; añadiendo que este mismo
personaje actuaba igual “que el Torquemada de los días sombríos de la
inquisición”, al personificar al “autócrata de nuestra moral o morales”, dictando
“los cánones de lo bueno y de lo malo, de la pureza y del vicio.”[2]
Desde
luego, el puritanismo no es atribuible sólo a la mentalidad estadounidense, pues infecta el quehacer
humano por doquier. Y en efecto, quien lo practica, actúa indefectiblemente
como un inquisidor moderno, que funge, quiera o no, como agente del averno real.
Antes
de seguir adelante con nuestro afán de bosquejar al puritano, de antemano,
aclaramos que nuestras palabras no se dirigen en absoluto, contra fe alguna,
religiosa o no, sustentada con auténtica libertad, devoción y entrega por
infinidad de personas de estos y otros lares del planeta que nos da cobijo a
todos; sino contra esa más que malsana y destructiva tradición poseída por
aquéllos que disfrazan sus posiciones vistiendo trajes de ovejas o pureza, tras
los cuales se agazapa un alma mezquina y descompuesta que hace daño,
descalificando e intrigando contra la moralidad o el quehacer de quienes no
actúan a su ton ni a su son; o, dicho de otro modo, al del mejor postor
imaginario o real.
El
puritano, pensamos, es una alma que esconde una naturaleza pérfida, ególatra y,
en mayor o menor medida, deshumanizada, aunque vista de ángel, arcángel o
querubín, y se muestre, de modo permanente, en guarda en pro de la preservación
de la moral a secas –dada de una vez y para siempre- y de unos “buenos modales”
¡qué sepa Judas quién los ha sacado de la manga de la camisa! o, mejor dicho,
sí se sabe quiénes, históricamente, lo han hecho, mas no tiene caso
mencionarlos tan seguido. Son los mismos de siempre, de generales
conocidas, como dicen los entendidos en materia de leyes. Los pueblos del
planeta los reconocen muy bien porque, desde 1492 hasta el presente, han
sufrido en carne propia sus humillaciones, sus opresiones, sus rapiñas y sus
crímenes de lesa humanidad y naturaleza; fenómenos que han comenzado a extenderse,
hoy en día, a las naciones que habitan el Norte.
Ese
ente maligno, el puritano, es incapaz de reconocer los claros oscuros, mayores o
menores, presentes en toda conducta y acción humana; excepción hecha de
aquéllas personas que sólo por su exterior siguen siendo tales, pues, por
dentro, no son sino los padres del inframundo (los mismos
de siempre); y los que, en verdad, esculpen, entre muchas, a ciertas personas que van a misa todos los
domingos a aparentar que siguen los mandamientos, preceptos y rituales de la
iglesia, cualquiera que esta sea, aunque, en sus adentros, es decir en su alma
pútrida, pisoteen la fe sana de millones de seres humanos.
El puritanismo más sutil es, quizá, el del académico que se retrotrae de la praxis social sumiéndose, o creyendo que lo hace, en las profundidades de la ciencia pura, para no contaminarse de política, a la que de forma ilusoria descalifica de raíz, estimándola, indefectiblemente mala, o creyéndola lejos de toda sapiencia efectiva; ello pese a que su búsqueda real, con harta frecuencia, no es la ciencia sino el cargo oficinesco. Y no faltaba más, aunque lo niegue con tozudez, este tipo de académico se coloca al servicio de los de siempre o termina haciéndolo.
El puritanismo más sutil es, quizá, el del académico que se retrotrae de la praxis social sumiéndose, o creyendo que lo hace, en las profundidades de la ciencia pura, para no contaminarse de política, a la que de forma ilusoria descalifica de raíz, estimándola, indefectiblemente mala, o creyéndola lejos de toda sapiencia efectiva; ello pese a que su búsqueda real, con harta frecuencia, no es la ciencia sino el cargo oficinesco. Y no faltaba más, aunque lo niegue con tozudez, este tipo de académico se coloca al servicio de los de siempre o termina haciéndolo.
Finalmente,
está la peor variante de puritanismo. Se trata del que ejercen aquellas personas que han
abandonado las causas más justas, pretextando que los ideales revolucionarios
han sido traicionados por doquier, como si fuera posible encontrar procesos de
cambio social puros, aislados y vueltos tales en un laboratorio. Y lo peor, hoy
están entregadas de lleno a los mismos de siempre. No es fortuito, ni mucho menos gratuito, que las mismas se opongan en Bolivia,
Ecuador, Nicaragua, como en otras de nuestras naciones y en muchas otras
latitudes, a toda obra colosal o no, en pro de los pueblos, disque por
preservar el medio ambiente o cosa parecida.
En
América Latina los procesos revolucionarios avanzan, como hemos venido insistiendo, pese a los errores que en ellos se cometen y pese a
los oportunistas que se enquistan o puedan enquistarse en su tejido. Se trata,
por cierto, de procesos hechos por y para los pueblos; y no por y para
individuos aislados que sólo buscan su autocomplacencia, a lo narciso.
No ha habido, no hay, ni habrá jamás, cambios, procesos, transformaciones, obra
humana -colectiva o individual- perfecta, pura, impoluta. Todo lo que en este
mundo existe, todo sin excepción, se mueve sobre la base de contradicciones. No
comprender esto y, sobre todo, negarse a comprenderlo, amén de negar la
dialéctica objetiva de las cosas, es lo propio del puritano, ese monstruo que
se viste invariablemente de oveja y se serviliza con los mismos de siempre.
Los que se han apartado de las causas
revolucionarias a partir de sus defectos, no han hecho, en realidad, sino
mostrar su flaqueza ideológica y ética. El que deja de creer en lo bueno, deja
al fin y al cabo de creer, incluso, en sí mismo. No es de extrañar que haya,
hoy día, personas que, arrepentidas de su pasado izquierdista -que tomaron al
parecer de pasatiempo juvenil-, formen parte del “coro celestial” de la más
envenenada y rancia derecha mundial: la imperial.
Concluimos recalcando que no estamos, ni por cerca, contra la moral bien entendida, ni contra los modales que los pueblos adopten y practiquen sana y libremente. Mas fustigamos toda falsa moral que bendiga la maledicencia y la pretensión de juzgar lo que no esté acorde con la moral amoral que Occidente engendra e impone.
[2] Emma Goldman. “La hipocresía del puritanismo (1911)"
http://www.nodo50.org/codoacodo/marzo08/emma.htm
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