ÓSCAR ARAUJO
LEÓN CUENTOS MÁS ALLÁ DEL REALISMO
Por Winston Orrillo
“A través de su ventana atisbaba, ahora, una
cordillera que lejos de
ser
ondulante y soleada como la del pueblo en que se encontraba
el colegio, el cine y el
hotelilto, era crispada, ríspida y erizada de
edificios grises y azoteas llenas
de trastos polvorientos…¡Y habitantes
polvorientos”
O.A.
L.
Sí, más allá del realismo, pero también más acá,
porque Óscar nos hace ingresar a los meandros de la criatura humana, desde su
ubérrimo mundo interior, el que se proyecta en sus relatos, en sus cuentos, y,
de este modo, participamos en su enjundia poética: y, en el mismo texto que hemos
usado como epígrafe, un poco más adelante, leemos lo siguiente:
“Claro, qué tontería,
cómo se le podía ocurrir que la diosa del ecran se iba a desprender del lienzo luminoso de
aquel cine lejano para venirse a pasear bajo el alero de su ventana, en una ciudad
gris, de edificios grises, entre gente impía y gris…Era la suya –sin duda- una imaginación
gris.”
Y, hasta hay un cuento, “Un horizonte gris” que
tiene como leitmotiv esta atmósfera
depresiva, en la que verbi gratia,
asistimos a una clásica enfermedad que se produce en el deletéreo invierno de
humedades limeñas, que ataca especialmente a los niños. Y, en efecto, es un
niño la víctima en este cuento... Pero mejor sigamos leyendo las palabras
dilaceradas de Óscar Araujo León, en este su nuevo libro La agonía de Nuria (Editorial
San Marcos, Lima, 2014), motivo de nuestro comentario.
“Se oía en el silencio su trabajosa respiración
trajinando sus bronquios; luego parpadeó, desvió la visa y se quedó mirando la
fotografía en la mesa de noche sobre un horizonte gris de amanecer o
atardecer…”.
Es una pareja,
de las millones que tenemos, cuyas vida –insulsas, grises- no tienen salida alguna, y que tan bien retrata OAL. Esta
suerte de desesperante inercia es, pues, muy bien delineada por el narrador, cuya alma
lírica nos captura de sobremanera. Veamos, pues, en este caso, a la mujer en la
soledad de su convivencia con un hombre igualmente opaco, en medio de una vida
desdibujada por la rutina y la falta de horizonte, de perspectiva, de porvenir.
Ah, y no se crea que es, solamente, una perspectiva malograda económicamente:
no. Hay algo como un fatalismo, como un peso mucilaginoso que envuelve a esta
cohorte de personajes tan magistralmente presentados por Araujo.
“…ella se dedicaba, como única actividad
relevante, a observar encima de la cómoda del cuarto, su foto sobre un horizonte
gris, sin arrancar la huella de una edad
de oro, como si su matrimonio, su vida, fueran una inmensa y prolongada foto
sobre un horizonte gris que ya duraba
años, sin transición, sin pasado feliz. Y el hombre sabía todo eso y no tenía
fuerzas para incluir a la mujer en las palabras dirigidas al niño…”
Hemos recurrido a estas largas citas, para
adentrarnos, sin intervención de
nosotros, en la atmósfera que tan bien delinea Óscar Araujo León, por otro lado
ya un maestro en las inmersiones en la realidad, mayormente desolada o
desabrida, de sus personajes, que se repiten y nos conducen a lo que podría ser
la atmósfera prevaleciente en su narrativa (por lo menos en este volumen) de
nuestro autor.
Así, en el cuento “La primera vez” la estupenda
descripción del ambiente del prostíbulo chalaco
– el popular “Trocadero”- es admirable:
“Entramos al local que estaba en el centro y
caminamos por el largo pasadizo; allí todas las caras eran soñolientas y
brillaban de aburrimiento, y cuando miraban lanzaban relámpagos de burla o
desprecio. No había sonrisas. Solo muecas tristes, iracundas, desesperadas,
cínicas…”
Éste el mejor OAL. Aquí es donde penetra inmejorablemente
el alfanje de su narrativa desmitificadora, donde hay niños, adolescentes o
adultos permanentemente en situaciones conflictivas, o acosados por un mundo
adonde ellos no dijeron los traigan (mejor sería decir, acarreen).
Estamos, pues, claro que sí, en un realismo nada
mostrenco, ya que, más allá de él, Araujo nos entrega humor, ironía, rica
imaginación y una sápida descripción de Lima-centro y de Lince y de Jesús
María, es decir de un contorno urbano no muy bien trabajado por la narrativa ad usum. (Vargas Llosa y Bryce, por
ejemplo, tienen, es obvio, otros horizontes urbanos)
Elemento fundamental, y sine qua non, es el uso, por el autor, de un lenguaje coloquial que
acerca, al lector, a personajes totalmente vivos, dinámicos y nada acartonados.
Nos complacen, de sobremanera, las descripciones
en las que el autor tiene uno de sus mejores hándicaps. Veamos, apenas, una de
ellas:
“En el centro del perfume barato, Teodoro
olfateó un aroma sutil a labores domésticas: extraña mixtura de ajo-cebollas,
aceite de frituras, estropajo, detergente, pero demasiado tenue para ser
repulsiva y sintió alivio”.
Una permanente travesía, es, asimismo, la que el
autor nos permite hacer en lo que podríamos llamar una suerte de permanente
autoscopia: todos sus personajes son, mutatis
mutandis, él mismo: sus preocupaciones, sus conflictos, sus obsesiones, sus
manías, sus paranoias, sus devenires bipolares.
Por ello no deviene extraña la presencia de
psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras y hasta el propio ambiente alucinante
del Hospital “Víctor Larco Herrera”, que tanto tiene que ver con la cultura
peruana ( y si alguien duda de esto, pregúntenle a Francisco García Calderón,
Juan Francisco Valega y/o Martín Adán, para solo citar a los más conocidos. Y,
en cuanto, a los mismos especialistas, no olvidemos los casos de Mercedes
Cabello y José María Arguedas, entre varios otros).
Y, en este sentido, y para finalizar, una pieza
maestra, entre varias otras (como “Sofía & Sofía”) es “El síndrome del
narrador (una poética)” que recomendamos sin reservas como obra de antología y
que debe ser leída, exhaustivamente, en los “talleres” de narrativa que se han
puesto de moda.
Óscar Araujo León (1951) es uno más de los brillantes escritores
que ha parido limalahorrible, y
muchas de las profundidades de su literatura nos las explicamos cuando sabemos que
su grado académico –en la primera Universidad de América, San Marcos- no es en
Literatura, sino nada menos que en Filosofía...
Él ha publicado libros de cuentos, una novela y
dos importantísimas antologías, una de prosa, Cuentos peruanos. Generación del 80, y una de versos Como una espada en el aire, que
contiene textos de la Generación del 60, con su prólogo y muy valiosas notas. Asimismo,
Excluidos del festín, es su recopilación
de artículos de crítica literaria.
Actualmente dicta talleres de narrativa y sigue,
sin prisa pero sin pausa, una obra creativa y crítica ciertamente
paradigmática.
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