Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

sábado, 21 de junio de 2014

LAS REVOLUCIONES LAS HACEN LOS PUEBLOS MÁS ALLÁ DE SU FE, SU ATEÍSMO O SU AGNOSTICISMO

Contra las posturas de ciertos marxistas y de ciertos cristeros
LAS REVOLUCIONES LAS HACEN LOS PUEBLOS MÁS ALLÁ DE SU FE, SU ATEÍSMO O SU AGNOSTICISMO
Manuel Moncada Fonseca


Planteo del asunto

Organización religiosa y creyentes -indiscutible mayoría de los habitantes del orbe-son dos cosas distintas y, muchas veces, por completo contrapuestas. Según el informe Gallup 2011-2012 «Religion and Atheism Index», 57 % de la población mundial cree en alguna religión; significa que aproximadamente 6 de cada 10 personas son creyentes, frente a un 23 por ciento que se define como no religioso, y 13 por ciento que se afirma de condición atea.[1] Los datos acusados, por sí mismos, hablan de la necesidad de tomar en cuenta, muy en cuenta, a los creyentes. 


Pero se trata de algo más que no debe subestimarse ni sobrevalorarse. En sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui le atribuye un carácter progresista a la religión del Tahuantinsuyo.[2] Más aún, se atreve a lanzar este desafío: El concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce ya la religión a una iglesia y un rito. Y reconoce a las instituciones y sentimientos religiosos una significación muy diversa de la que ingenuamente le atribuían, con radicalismo incandescente, gentes que identificaban religiosidad y "oscurantismo".”[3]

Por su parte, Engels acota que el cristianismo primitivo “un buen día puede llegar a ser molesto para las gentes muy ricas que hoy suministran de su bolsillo  el dinero para esta propaganda”.[4]

Los clásicos del marxismo nos dan una guía para la acción, no recetas. Su pensamiento no puede simplemente recitarse para demostrar verdad alguna o para sacarlo de contexto. Ninguna cita, ni la del más genial entre los seres humanos, demuestra por sí misma nada, si su contenido no se corrobora en y por la realidad objetiva. La práctica es siempre el máximo criterio de la verdad, ella tiene, pues, la última palabra, como expresan Marx, Engels y Lenin.

Al respecto de la relación apropiada entre creyentes y marxistas, Lenin aporta:

“No hay libros ni prédicas capaces de ilustrar al proletariado si no le ilustra su propia lucha contra las tenebrosas fuerzas del capitalismo. La unidad de esta verdadera lucha revolucionaria de la clase oprimida por crear el paraíso en la tierra tiene para nosotros más importancia que la unidad de criterio de los proletarios acerca del paraíso en el cielo”.[5]

Sandino al hacer referencia a los asuntos religiosos, aunque, ante una pregunta del periodista vasco Ramón de Belausteguigoitia, dijera que “las religiones son cosa del pasado”,[6] no deja de contextualizar sus posiciones respecto a una u otra temática. Su plano no es ocuparse de la religiosidad como un fin en sí mismo, sino desde la perspectiva de la lucha, en uno u otro momento. Ello lo lleva a plantear ideas como estas: “… Ud., verá que en estos momentos el Clero está aliado con los banqueros yanquis, y que por eso han venido muchos canónigos y otra clase de porquerías a las Segovias predicando mansedumbre en los humildes segovianos para que acepten la humillación de los banqueros yanquis”.[7]

Como puede constatarse, Sandino no dice que el clero esté, de por vida y para toda la eternidad, comprometido con los banqueros yanquis; habla de lo que constata durante su lucha por la liberación nacional. Por la misma razón, lejos de asumir un plano absolutamente opuesto a las creencias de los pueblos, si bien,  efectivamente, desmitifica los asuntos religiosos, no entra del todo en choque con la fe de quienes lucharon a su lado. Así, estando en Méjico, en carta a Simón Larrache del 3 de marzo de 1930, expresa:  

“… nuestra conducta, nuestros actos, nuestras determinaciones, serán dentro de los idealismos de esos pueblos…”.[8]

Tendencias en el clero son diversas…


Aunque en el clero latinoamericano -como en muchas partes del orbe- ha habido una tendencia mayoritariamente prointervencionista, también es cierto que, en sus filas, ha habido no pocos personajes de signo opuesto. Camilo Torres Restrepo (1929-1966), en Colombia, murió abrazando la causa revolucionaria de las FARC-EP; el padre Gaspar García Laviana (1941-1978), internacionalista español, como militante de la causa Sandinista, murió peleando con las armas en la mano en contra de la dictadura militar somocista; en El Salvador, el obispo Oscar Arnulfo Romero (1917-1980) desafió al ejército genocida de su país, mismo que, comprendiéndolo defensor de los intereses populares, lo último a balazos mientras oficiaba una misa, ello con la venia innegable de la oligarquía salvadoreña; igual suerte corrió, también en El Salvador, el sacerdote jesuita, de origen español, Ignacio Ellacuría (1930-1989).


En correspondencia con lo expuesto, nos parece oportuno recurrir a lo que expresa el salvadoreño Carlos Molina Velásquez: 

Ellacuría y Romero fueron a su Iglesia lo que Dalton a su Partido: críticos que se atrevían a poner en duda si el lugar desde el que hacían su reflexión era el adecuado o si los fines que debían perseguir y los medios correspondientes eran los correctos. Aunque eso significara discutir, provocar o y exigir cambios radicales en las estructuras correspondientes.”[9]

En Nuestra América, hay exponentes de la Teología de la Liberación consecuentes con la causa de los pueblos que la pueblan, ponemos por caso al argentino Rubén Dri, quien sostiene que la neutralización de los movimientos sociales de América Latina y la existencia de gobiernos progresistas en la región son uno de los objetivos principales del nombramiento de Jorge Bergoglio como Papa.[10]

Ponemos otro ejemplo, aunque distinto, se trata de un sacerdote nicaragüense que, sin llegar a la condición de revolucionario, se opuso claramente a la ocupación militar yanqui. Hablamos de Monseñor Simeón Pereira, quien, en 1921, con motivo de dicha intervención, envió una carta al Cardenal James Gibssons, Arzobispo de Baltimore, en la que, entre otras cosas, expresaba:

“La conquista no solamente se extiende a las finanzas, a la política [...] sino que invade los serenos campos de la conciencia [...] Fuertemente vinculados los intereses del Gobierno de Nicaragua con particulares intereses de nuestro País, se aprovecha este nexo para dar acogida a los que llegan quizá [...] como favorecidos, y favorecedores a su vez de planes financieros y políticos [...] Quizá se alegue como pretexto para retener en nuestro País la fuerza armada de los Estados Unidos el que se diga que ésta es garantía de Paz en la República [...] que haya un entendimiento entre nuestra Patria y la nación estadounidense; pero que este sea siempre sobre la base de la equidad y de los mutuos intereses; que no afecte en nada a nuestra religión, a nuestra libertad, a nuestra autonomía, a nuestro idioma; que no trate de deprimir a nuestra raza...”[11]

Las revoluciones las hacen los pueblos más allá de su fe, su ateísmo o su agnosticismo



Insistimos en esta temática partiendo de que el mundo, en definitiva, no puede cambiarse por personas aisladas. Menos ante un enemigo como el imperio estadounidense-europeo, artero en el ataque desatado por su infernal maquinaria bélica y muy poderoso con sus medios, lo que empuja a los pueblos del mundo a unirse más allá de sus diferencias culturales, religiosas, políticas, etc. En fin de cuentas, el cambio revolucionario es, siempre, el resultado de múltiples voluntades y acciones. Ello nos debe llevar al reconocimiento del que piensa distinto; del que ve el mundo de otro modo. No es esto, ni por cerca, una suerte de prédica religiosa; es sólo un intento de insistir en que no hay, ni puede haber, procesos, cambios, proyectos, fuerzas o personas perfectas; ni revoluciones, por tanto, químicamente puras; desatadas y conducidas exclusivamente por presuntos materialistas consumados.


Es un absurdo pretender hacer las revoluciones sin las masas de creyentes. Ello equivale a renunciar a ellas de antemano. La lucha es contra el sistema opresor, no contra los oprimidos, más allá de su fe, su ateísmo o, sí se prefiere, de su agnosticismo.   

Ignorar a los creyentes, de cualquier credo o fe religiosa, no lleva a parte alguna. De ser así, las revoluciones serían un imposible, porque son pueblos aplastantemente creyentes los que han realizado las revoluciones del mundo. Lo que estamos haciendo es una observación contra esas posiciones en las que el ateísmo se saca a relucir sin sentido alguno; así como contra aquéllas en las que el amor al prójimo se vuelve un formalismo y no una práctica.


Deseamos recalcar que ni la condición religiosa, ni la atea, deben estar en función de lucirse como si de trofeo se tratara. Cada quien es libre de ser una cosa u otra. Sin embargo, el ser creyente, ateo o agnóstico, no debe tomarse como motivo de orgullo en sí mismo. Si estas condiciones no se ponen en función de la lucha por la transformación del mundo, francamente pierden toda utilidad y, por tanto, toda razón de ser. En el peor de los casos, abonan a la causa opresora. Por ello, más allá de los planos filosóficos contrapuestos entre creyentes y no creyentes, los esfuerzos de unidad, entre sus portadores y portadoras, deben prevalecer en función del ser humano en su conjunto y de los seres vivos del planeta que a todos nos cobija.

Contra la apoliticidad de cualquier signo



Desde luego, no tenemos por qué cruzarnos de brazos ante quienes desde pretendidas posiciones cristianas atacan, muchas veces, las ideas de izquierda. Cuando ello ocurre, debemos dar una adecuada batalla ideológica, no para responder a los pregoneros de semejante posición; sino en aras de precisar nuestras posiciones ante los que cándidamente caen en esa trampa cristera. No se debe tolerar que se ataquen las ideas sustentadas desde el hipócrita plano de la apoliticidad. Recordamos muy bien a una mujer, vecina de otros tiempos, diciendo que ella no se inmiscuía en política para agregar, de inmediato, su deseo de que alguien disparara contra el comandante Daniel Ortega Saavedra.

Observamos, sin embargo, por aquello de la dialéctica que lo rige todo, desde lo macro a lo microscópico, que la lucha de clases es más compleja de lo que suele concebirse; así sea porque, en la realidad de los hechos, con no poca frecuencia o con mucha, la ideología dominante atenaza la voluntad y la acción de millones de personas oprimidas en su contra; o, bien, porque el opresor local no es siempre el enemigo a combatir de forma inmediata, sino más bien el foráneo que, desde luego, se vale también de una parte de las fuerzas del primero para imponerse como dominio. Se quiera o no, se debe considerar lo del enemigo esencial y lo del enemigo secundario, para no enfrentarse en múltiples frentes que desgastan la lucha de los pueblos. 

Si se acepta lo anterior, se debe aceptar, igualmente, que todo lo humano está lleno de virtudes, pero también de fallas. Tampoco se está haciendo apología de las fallas, ni sobrevalorando las virtudes. Lo primero equivaldría a un absurdo, luego no debe buscarse sino su superación; pero ello no es algo que se logre de una vez y para siempre, sino como resultado de un proceso interminable. Lo segundo, puede conducir a asumir una pretendida perfección que tampoco existe de por sí, sino también en un proceso, de igual forma, inagotable.


Por ello, hemos dicho respecto a los procesos revolucionarios lo siguiente: 

“Aceptando el error como inevitable, esperar procesos revolucionarios químicamente puros resulta por completo ilusorio. Con todo, por encima y a pesar de los crápulas que se adhieren como garrapatas, pulgas y otros parásitos, al tejido revolucionario, este sigue su curso general, con escollos, retrocesos, golpes bajos, con lo que sea, pero continúa y muestra su fortaleza. […]”.[12]


¿“La pobreza hoy es un grito"?

A nuestro entender, los revolucionarios no deben enfrascarse en discusiones que hieran los sentimientos de las personas creyentes. Pero, no por ello, deben ocultar su posición frente a esa institución secular que, a lo largo de su existencia, ha servido a la opresión de la cual ha sido parte inseparable. Hablamos del Vaticano y sus jerarcas.

Puede entenderse que los gobiernos del mundo, más allá de sus posiciones político-ideológicas, reconozcan al Vaticano como Estado y al Papa como Jefe del mismo. Dentro de la diplomacia impuesta por el mundo capitalista, todo gobernante debe respetar los protocolos internacionales que ella encierra y muchos otros asuntos. En lo esencial, eso no es criticable para nada. El reconocimiento de los gobernantes de turno, digamos, de EEUU o de la Unión Europea, se hace más allá de que, de antemano, se conozca su naturaleza interventora, genocida, saqueadora y destructora. Y, aún así, no queda más remedio que aceptarlos. No vamos acá a sacar los pañales sucios de los estadistas estadounidenses y europeos, de los cuales, al menos entre los primeros, no haya quizá uno sólo que escape de los “atributos” acusados. Ni el mismo Lincoln resulta para nada ejemplar cuando se conoce su profundo racismo, por ejemplo.[13]

En consecuencia, con todo lo que se conoce de EEUU, Europa y sus mandatarios, a ningún Estado del mundo se le ocurre desconocer a los que resultan, gracias a lo que se llama establishment, electos para administrar un poder que les es, en gran medida ajeno… Sin ello, los conflictos internacionales estarían, probablemente, mucho más agudizados de lo que ahora están… Y, con toda seguridad, los pretextos para invadir territorios resultarían sobranceros.

Pero una cosa son los mandatarios, obligados a representar a moros y cristianos dentro y fuera de los territorios que les toca encabezar, y otra, muy distinta, es la de las personas naturales  que no ocupan cargos de ninguna índole y están, por tanto, libres de las responsabilidades propias de quienes, forzosamente, hablan en representación de sus naciones o de sectores determinados de las mismas. Pensamos que confundir estos asuntos tan distintos, lejos de ayudar a la lucha libertaria de los pueblos contra el imperio y sus lacayos, impone a la misma más obstáculos que los que le imponen a ella sus mismos enemigos de clase.

Desde un ángulo estrictamente particular, sostenemos que entre esos enemigos de clase, se encuentran el Papa Francisco y sus antecesores. Y ¡qué bueno que este Nuevo Pontífice califique de escandalosa a la pobreza y que llame a los cristianos a implicarse en política! lo que no deja de ser una mera afirmación... 

Y prosigue: “En el mundo, donde hay tanta riqueza, tantos recursos para dar de comer a todos no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, sin educación, tan pobres. La pobreza hoy es un grito".[14]

Pero lo expresa como si por primera vez ello estuviera ocurriendo. Habría, en todo caso, que decir que ello es, hoy, un grito en el llamado mundo enriquecido, pero en el empobrecido, el fenómeno es de muy vieja data. Bergoglio pudo haber dicho que, hoy, ese grito es mayor que nunca. Pero lo que de ningún modo se puede admitir de su parte, es que exprese que “no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, sin educación, tan pobres”. De esta suerte, protege a los responsables, a las transnacionales, al capitalismo global y a los múltiples medios de los que se vale este sistema opresor para eternizarse. Su posición es, en verdad, una forma vergonzante de politicidad. ¿Es esa la que espera de los cristeros?

Es claro que en el plano del Vaticano y del Pontífice en él de turno, el rechazo al marxismo, a sus seguidores  y, sobre todo, a su comprensión de la lucha de clases como partera de la Historia, es una constante, por más que ahora Francisco aparezca extendiendo sus brazos al mundo entero. 

Sostenemos que Bergoglio está abogando desde el Vaticano por maquillar el capitalismo, tal como desean los grandes apologistas del mismo en Europa.

Polman y Lynn Forester de Rothschild, organizadores de una conferencia sobre el capitalismo realizada en mayo pasado en Londres, sostuvieron en un ensayo que este sistema "a menudo ha resultado de gran manera, disfuncional. A menudo alienta la miopía, contribuye a las grandes disparidades entre los ricos y los pobres, y tolera el tratamiento irresponsable del capital ambiental. Si estos costos no pueden ser controlados, el apoyo al capitalismo puede desaparecer". La alcaldesa de Londres, por su parte, Fiona Woolf, propuso que el capitalismo sea "para todos, no sólo para los pocos dorados". Y Carlos de Borbón,  recién ungido rey de España, dijo que "el trabajo a largo plazo del capitalismo es servir a la gente, y no al revés". Y no faltaba más, Christine Lagarde, mandamás del FMI, osadamente trae a colación a Carlos Marx cuando éste sostiene que el sistema capitalista "acarrea las semillas de su propia destrucción" y, sin que extrañe para nada, al papa Francisco, quien “descubre” en el aumento de la desigualdad "la raíz del mal social". Lagarde siguió así: "en última instancia, debemos ocuparnos de la igualdad de oportunidades, no de la igualdad de resultados"; a su parecer “las oportunidades nunca podrían ser iguales en una sociedad profundamente desigual, y pidió más sistemas progresivos de impuestos, y un mayor uso de los impuestos sobre la propiedad.” [15]

¿No queda clara, acaso, la enorme preocupación que los representantes del capital tienen por la suerte que este pueda correr muy pronto ante el desencanto, cada vez mayor, ante las supuestas bondades que este sistema encierra, al grado que pueda ello conducirlo a su implosión?

Notas: 


[2]El pueblo inkaico ignoró toda separación entre la religión y la política, toda diferencia entre Estado e Iglesia. Todas sus instituciones, como todas sus creencias, coincidían estrictamente con su economía de pueblo agrícola y con su espíritu de pueblo sedentario. La teocracia descansaba en lo ordinario y lo empírico; no en la virtud taumatúrgica de un profeta ni de su verbo. La Religión era el Estado.” José Carlos Mariátegui. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. http://www.marxists.org/espanol/mariateg/1928/7ensayos/05.htm
[3] Ibíd. V. El factor religioso. I.  LA RELIGIÓN DEL TAWANTINSUYO.
[4]. F. Engels. Del socialismo utópico al científico. En C. Marx; F. Engels. Obras escogidas. En tres tomos. Tomo III. Editorial Progreso Moscú. 1974. p. 115.
[5] V.I. Lenin. “El socialismo y la religión”. En: Lenin. Acerca de la religión. Editorial Progreso, Moscú. 1974. p. 9
[6] Augusto C. Sandino. El Pensamiento Vivo. Tomo 2. Editorial Nueva Nicaragua. Managua, 1981. “Conversaciones con Ramón de Belausteguigoitia”. p. 289.
[7] Ibíd. “Carta a Lidia de Barahona”. 12 de mayo de 1931. pp. 174-175.
[8] Ibíd. “Carta A Simón Larrache”. 3 de marzo de 1933. p. 86.
[9] Carlos Molina Velásquez. “Pensamiento crítico y cristianismo de liberación”. http://www.uca.edu.sv/filosofia/admin/files/1369065112.pdf
[10] Diego M. Vidal. “El teólogo de la liberación Rubén Dri opina sobre el papa Francisco I”. http://www.lahaine.org/index.php?p=73962
[11] Carta de Monseñor Doctor Simeón Pereira y Castellón a su Eminencia Cardenal James Gibbons, Arzobispo de Baltimore, fechada el 9 de enero de 1921. En: Medicina y Cultura. Año I.  Enero de 1979. Nº 3. pp. 19-21.
[12] Manuel Moncada Fonseca. “La quimera de los “buenos” y los “malos” y la conversión de todo en “malo””. http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2013/10/la-quimera-de-los-buenos-y-los-malos-y.html
[13] ““Al igual que la independencia de Centroamérica en 1821 y la abolición del régimen de servidumbre en Rusia en 1861, la abolición de la esclavitud en EEUU en 1865, respondió a la voluntad política de los de arriba de impedir que semejante cambio fuera el corolario de una rebelión de los de abajo, en este caso, de los esclavos. Quiere decir que Abraham Lincoln (1809-1865), como revela el recién fallecido historiador estadounidense Howard Zinn, al decidir la manumisión de los esclavos no hizo sino responder a los términos de los blancos, y sólo cuando ello se constituyó en una exigencia de las necesidades económicas y políticas de la cúpula empresarial del Norte. No debe así sorprender que el humanismo en Lincoln fuera simple retórica. En realidad, la abolición de la esclavitud no llegó a ocupar el primer lugar en su lista de prioridades. Y, aún y cuando admitía que la esclavitud era injusta y una mala política, consideraba que su abolición sería aún más perjudicial. En agosto de 1856, justamente después de que en campaña declarara que había que superar el racismo y unir a todos los estadounidenses como un sólo pueblo, declaró en Charleston, al sur de Illinois, que no estaba y nunca había estado “a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra” y que tampoco estaba ni estaría nunca “a favor de dejar votar ni dejar formar parte de los jurados a los negros, ni de permitirles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos.” Manuel Moncada Fonseca. “Teoría del conocimiento, "Historia Verdadera" y neutralidad político-ideológica” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105126
[14] El Nuevo Herald. “El papa Francisco no vive en el apartamento papal porque no puede estar solo”. http://www.elnuevoherald.com/2013/06/07/1494283/el-papa-francisco-no-vive-en-el.html
[15] Chrystia Freeland. “El capitalismo está en riesgo de implosionar advierte presidenta del FMI en foro de plutócratas capitalistas”. http://www.aporrea.org/internacionales/n252556.html

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