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domingo, 22 de junio de 2014

Naturaleza y origen del imperialismo

Naturaleza y origen del imperialismo
Miguel D’Escoto Brockmann

Enviado por tortilla en Vie, 20/06/2014 - 11:14

Miguel D’Escoto Brockmann, M.M., UNICA, Managua, 18 de junio 2014

Coloquio Internacional - El antimperialismo latinoamericano

Una de las preguntas más frecuentes entre la gente, a través de los siglos, ha sido: ¿Cuál es el propósito de nuestra existencia humana? En muchas instancias, aunque no en todos los casos, esta pregunta, extremadamente importante, ha sido precedida por otra concerniente a la existencia o no existencia de un poder supremo, creador de todas las cosas, pasadas, presentes o futuras, aunque a él-ella nadie lo haya creado.

León Tolstoi es uno de los hombres sabios que pasó por toda la gama de esas profundas preguntas que, desde el inicio de los tiempos, ocupan a la mente humana. En su larga trayectoria en búsqueda de respuestas a las preguntas que, para él, más urgían de clarificación, Tolstoi llegó a la conclusión definitiva que, de hecho, existe Dios y que él-ella es nuestro creador. Y con respecto a la pregunta que para qué Dios nos había creado, Tolstoi no dudó en afirmar que solo nos pudo haber creado para nuestra felicidad. Esa respuesta, sin embargo, lo llevó a preguntarse si la felicidad era algo realmente alcanzable por los humanos.

A esta pregunta, la más importante, especialmente en tiempos como hoy, cuando más y más personas angustiadas tienden a creer que la felicidad humana no es lograble, Tolstoi enfáticamente asegura que sí se puede alcanzar. Pero, nos aclara, que solamente si nos olvidamos de nosotros mismos y vivimos para los demás. Es decir, cuando el bien común es lo que más nos importa y llegamos hasta comprometer nuestras propias vidas en pro de la justicia, el amor, la noviolencia, la solidaridad y la paz, como, siguiendo el ejemplo de nuestros héroes y mártires, lo han hecho y lo hace todo auténtico sandinista, solamente entonces podremos alcanzar la felicidad.

Si así fuere, entonces es perfectamente comprensible que, viviendo en medio de lo que el papa Francisco, hace poco, llamó la “globalización de la indiferencia”, la verdadera felicidad sea algo tan raro en nuestro mundo, que se encuentra extremadamente hundido en codicia y despreocupación por el bienestar de los demás y, menos aun, por el de las generaciones venideras.

Lo que nuestro mundo ha perdido, pero ojalá muy pronto vuelva a encontrar, para su propia supervivencia, es la espiritualidad. Para Edward O. Wilson, probablemente el biólogo contemporáneo de mayor prestigio, la espiritualidad es una de las tres características fundamentales en el proceso evolutivo humano. Cuando esta falta, se atrofia, o simplemente no se desarrolla simultáneamente con las otras características humanas esenciales, el resultado es un ser inhumano, o una nación monstruosa, motivada solamente por la codicia de lo material y lista siempre, como los Estados Unidos de América, a cometer cualquier crimen para saciar sus desorbitados deseos de poseerlo todo y de someter a todo el mundo bajo su diabólica voluntad imperialista. El cosmos retrocede al caos y muy probablemente hasta la extinción de nuestra propia especie. 

Esa afirmación del papa Francisco de que el mundo está viviendo una globalización de la indiferencia es horrible, es muy fuerte y duele mucho porque es absolutamente cierta. Es solamente viviendo la ley suprema del amor, sin excepciones ni exclusiones, que el humano puede alcanzar la felicidad. Sin amor no puede haber felicidad. El odio, o mejor dicho, la indiferencia sobre el bienestar de los demás y de la Madre Tierra, no solo hace imposible la felicidad – de hecho termina matando a nuestra especie porque la única verdad es que nos amamos los unos a los otros o nos morimos todos. Fuimos creados para amar y ser amados y no hay de otra, o lo hacemos o pereceremos.

Las potencias más grandes de este mundo, con los Estados Unidos de América a la cabeza, dedican todo su poder y capacidad persuasiva mediante la compra de conciencias, amenazas de todo tipo y de intimidaciones para imponer en el mundo su ideología de indiferencia, del yo-que-pierdismo sobre la suerte de los demás, de codicia y de un cada vez mayor acaparamiento de lo material y, de esta manera, lograr una cada vez más amplia aceptación de su ideología, su pensamiento único, sobre el cual no aceptan discusión ni posibilidad de alternativa alguna.

El becerro de oro ha sido nuevamente entronizado. Lo que hoy se conoce como capitalismo es la religión más contraria a todos los principios y valores vividos y enseñados por Jesús de Nazaret. Es lo que anima y vitaliza a la Bestia, es decir, al imperialismo, la mayor perversidad y crimen que jamás ha existido en la historia de la humanidad. 

Creo que, independientemente de religión o ateísmo, la inmensa mayoría de seres humanos que han oído hablar de Jesús estarán de acuerdo en afirmar su grandeza. Él vivió hace dos mil años y tenía una misión muy clara a la que dedicó cada instante de su vida. Esa misión no era crear una nueva religión o una nueva iglesia. ¿Para qué? Ya habían más que suficientes.

Jesús de Nazaret, el más grande de todos los profetas, en quien se encarnó la segunda Persona de la Trinidad era, por sobre todas las cosas, un antiimperialista y por eso fue crucificado, la pena de muerte exclusivamente reservada para los antiimperialistas. Pero Jesús era además un revolucionario, es decir, predicaba una alternativa al imperialismo que él llamaba con el nombre de reino de este mundo, y esa alternativa era el Reino de Dios en la Tierra.

La alternativa o contrapropuesta de Jesús al maléfico tipo de gobernanza que el profeta Daniel llama bestia y que la Apocalipsis o Libro de Revelaciones, el último libro del Nuevo Testamento, llama Bestia, con mayúscula, en cuyo nombre junta a los cinco grandes imperios que hasta la fecha se habían conocido (el babilónico, el medo, el persa, el griego y el romano), era retroceder al inicio de las civilizaciones para erradicar la perversidad intrínseca que las caracteriza, el imperialismo, y comenzar de nuevo. Había que cambiar por completo la filosofía o teología de gobernanza imperial.

Para el imperio el primer principio es y ha sido siempre “religión”. Hacer grandes monumentos que suponen demostrar fe y sometimiento a la voluntad divina, estampar In God we trust, en Dios confiamos, por todos lados y terminar todos los discursos del emperador con el famoso God bless you de Ronald Reagan. El segundo principio es guerra, el tercero, victoria y el cuarto, paz. La alternativa de Jesús es, primero, religión, segundo, noviolencia, tercero, justicia y cuarto, paz.


El reino de este mundo, como Jesús llamaba al imperialismo, se fundamentaba en el principio de aplastamiento del otro como prerrequisito para la paz, mientras que el Reino de Dios en la Tierra, la contra propuesta de Jesús, tiene como principio la paz a través de la justicia. Es, por lo tanto, combatiendo su filosofía, su teología o su cultura, que lograremos terminar con el reino de este mundo, el imperialismo, que fue el grave descarrilamiento en el comportamiento humano después de y, en cierta manera, como consecuencia de las nuevas realidades creadas por la revolución neolítica.

Para hablar de la historia o raíces del imperialismo habría que ver cuándo se comienza a registrar el origen de la codicia y del homicidio por codicia. En el libro de Génesis se habla de Adán y Eva como el primer hombre y la primera mujer, es decir, la primera pareja de homo sapiens sapiens capaz de auto reproducirse. Eso, según los cálculos de los entendidos en la materia del proceso evolutivo de la humanidad, tiene que haber ocurrido hace unos cien mil años. Génesis después nos habla de cómo, horrorizados, Adán y Eva contemplan el fratricidio de Caín contra su hermano Abel. Caín es presentado como agricultor y su hermano Abel como pastor.

Esa identificación de Caín como agricultor es un dato sumamente importante puesto que nos permite suponer una fecha aproximada a ese horrendo fratricidio. En primer lugar podemos decir que eso ocurrió después de la revolución neolítica, hace apenas diez mil años, pues fue entonces cuando el humano descubre la agricultura y pasa de una vida nómada a una vida sedentaria, cerca de sus siembros.

En otras palabras, lo de Caín y Abel es algo que tiene que haber ocurrido hace menos de diez mil años, fecha del inicio de la revolución neolítica. Con el descubrimiento de la agricultura y su refinamiento el hombre va descubriendo la posibilidad de incrementar la producción y de mejorar los métodos de almacenamiento para su durabilidad. Por primera vez el hombre llega a descubrir la riqueza –el tener más de lo que necesita para sobrevivir– y por primera vez tiene que decidir qué hacer con su excedente, encontrar una manera para usarlo para el bien común o aprovecharlo para su enriquecimiento personal sacándolo al mercado cuando ya muchos estén pasando hambre y así venderlo al más alto precio posible.

Fue entonces cuando la noble y más antigua de las especializaciones humanas, la economía (la ley de la casa) empieza a no seguir siendo una cuestión social y se mercantiliza, olvidándose del bien común y convirtiendo al lucro en su principal razón de ser. Así fue como siglos después empezamos a ver lo que hoy se conoce como capitalismo el que, en su etapa más desarrollada, se convirtió en imperialismo con un ámbito de control cada vez más amplio, hasta llegar, con el imperialismo gringo, el más asesino y diabólico de cuantos han habido, a proponerse el infame full spectrum dominance, planetario, atmosférico, ultra terrestre y cósmico.

Ser seguidor de Jesús es ser radical e intransigentemente anti-capitalista y antiimperialista; significa dedicar nuestras vidas a proclamar y a vivir el reino de Dios en la Tierra –es decir instalar un tipo de gobernanza basada en equidad, igualdad, justicia, misericordia, compasión, noviolencia, amor, solidaridad y paz. Como el papa Francisco dijo hace poco –no se puede ser cristiano en este mundo de exclusión e injusticia si no se es también revolucionario. Esto simple y llanamente significa que la mayor parte de los papas, obispos y sacerdotes, no han sido cristianos, en el sentido de ser seguidores de Jesús. Han sido el fruto de la creciente paganización de la iglesia comenzando con el papado.

Hace unos pocos días nomás, en su reflexión correspondiente al 28 de abril, titulada “Vivimos tiempos de Noé”, nuestro querido hermano Leonardo Boff nos recuerda que, en su tercer y último informe del 13 de abril recién pasado, los 2000 científicos del PICC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) nos recuerdan que nos quedan 15 años para impedir que el clima de la Tierra suba por encima de 2 grados centígrados. Señala Boff que si los llegase a superar, entonces conoceremos algo de lo que fue el diluvio.

No obstante esta seria advertencia de los científicos más calificados del mundo en el tema de cambio climático la inmensa mayoría de jefes de Estado o de gobierno del mundo no parecieran darle la menor importancia y con su acostumbrada irresponsabilidad criminal el congreso estadounidense vetó todas las medidas para impedir o mitigar las terribles consecuencias del calentamiento global.

Para sobrevivir necesitamos una civilización diferente que priorice la vida y no el lucro, una cultura de sobriedad compartida, de la sencillez asumida, y no de la acumulación tremenda donde, como nos recuerda Boff, en una entrevista brindada a Denis Torres, director del Instituto Martin Luther King de la UPOLI, aquí en Managua, unas 327 familias, grupos de ricos, pluri-ricos del mundo, poseen más rentas que 45 países dónde viven 600 millones de personas. El 1% de los ricos poseen el 60% de toda la riqueza de toda la Tierra.

Por su parte, Gabriel García Márquez, Q.E.P.D., poco antes de morir, nos señalaba la incongruencia de decir que amamos la vida pero, al mismo tiempo, no parecemos dar importancia a la desaparición de seis especies animales cada hora de los días y las noches debido a la criminal depredación de la pluvi selva tropical.

La verdad innegable es que estamos en una guerra total contra Gaia y no hay ninguna certeza de que vayamos a ganar esa guerra ni de que tengamos la voluntad política para tomar las medidas coercitivas necesarias, dentro del marco de la noviolencia, y asumir los riesgos inevitables cuando se pretende detener el ímpetu imperial.

No obstante, ser activamente antiimperialista, empeñarse en detener ese ímpetu avasallador y criminal, es la obligación de todo cristiano y de toda persona de ética y de valores que obligan a defender la vida y la justicia. Pero, para resistir al imperialismo en cuanto tal, es imprescindible estar claros de qué es lo que estamos enfrentando.

Nosotros estamos acostumbrados a que la palabra “civilización” signifique  todo lo que es bueno en nuestra humanidad como, por ejemplo, la poesía, el drama, la música, el baile, arte, pintura, alfarería, escultura, etc., etc… Pero lamentablemente hay un lado feo, un lado oscuro, de toda civilización, como la describe Michael Mann en su extensa y aun inconclusa obra sobre sociología comparada del poder imperial: una civilización no imperial es algo aun desconocido en nuestro mundo.

Esta afirmación de Mann y de todos los más importantes científicos sociales contemporáneos nos hace preguntarnos si es que la normalidad de la violencia de todas las grandes culturas o civilizaciones, por lo menos de las de Europa, del cercano y medio Oriente, es decir, el imperialismo, es nuestro destino inevitable. O, por otro lado, ¿es que realmente podemos cambiar la normalidad de la brutalidad de la civilización, el imperialismo?

Algunos podrían decir, y de hecho dicen, de que no hay de qué preocuparse. Que situaciones casi tan precarias como la presente ya las ha vivido la Tierra. Nos recordarán que la Tierra ha pasado 15 grandes diezmaciones y en dos de ellas perdió cerca del 90% de su capital biológico. No obstante la Tierra logró rehacerse. Cuando desaparecieron los dinosaurios, hace unos 65 millones de años, la Tierra necesitó un millón de años para rehacerse.

Sin embargo, la crisis que atraviesa la Tierra hoy en día es diferente. Es la primera que cuenta con la existencia de la especie humana. Es solamente ahora, con el imperialismo y la especie humana en existencia, que por primera vez nuestra especie corre el riesgo de extinción y esta es una crisis de naturaleza antropogénica, ha sido causada por el irresponsable comportamiento humano. Es decir, el gran meteoro hoy día no vendrá necesariamente del espacio. La codicia convertida en cultura de indiferencia por el bien de los demás es el gran meteoro que hoy amenaza a nuestra especie y a la mayor parte de la vida en la Tierra.

Mantener y propagar esta civilización de codicia, apetito ilimitado por controlarlo y poseerlo todo, es la razón de ser del peor de los males que jamás haya existido en la humanidad: el capitalismo y el imperialismo. Por mantener esta civilización de individualismo, codicia inagotable y genocidio, Estados Unidos está dispuesto a utilizar cualquier y todos los métodos que considere necesarios, independientemente de que la consecuencia sea la extinción de la vida de la propia especie humana.

Entonces, ¿Qué Debemos Hacer? Esta pregunta que es precisamente la que las actuales circunstancias nos obliga a plantearnos, coincide exactamente con el título de un libro que Tolstoi publicó en 1886, como muchos ya habrán notado. Estas palabras que Tolstoi usa como título de su grandioso libro que tanto perturbó la conciencia del mundo occidental por la fuerza con que expresa las consecuencias sociales de la revolución industrial para los artesanos y gente pobre del mundo, fueron tomados del Evangelio de Lucas, capítulo 3, versículo10 en adelante: “La gente le preguntaba: ¿Entonces qué debemos hacer? Él les contestaba: El que tenga dos capas dé una al que no tiene y quien tenga que comer haga lo mismo.”

Estas respuestas de Juan el precursor son apenas un anticipo de la revolución cultural, de valores y principios, que Jesús nos traería como su principal misión en este mundo. Un mensaje 100% político y revolucionario porque era profundamente antiimperialista y proponía que construyéramos una gobernanza o sistema de gobierno basado en los principios de equidad, igualdad, justicia, amor, compasión, misericordia, noviolencia, perdón, solidaridad y paz. Nada más opuesto al imperialismo y a las prácticas de las rameras o meretrices locales, terminología bíblica para los vendepatria, que eran los líderes políticos locales y los más altos jerarcas religiosos, quienes se confabularon para lograr la crucifixión de Jesús, pena de muerte exclusivamente reservada para los antiimperialistas.

Se crearon una religión y una iglesia, la de la mayor parte de los aquí presentes, supuestamente para seguir proclamando y viviendo el Reino de Dios en la Tierra, pero, para desgracia del mundo, la iglesia no tardó en entrar en un franco proceso de paganización, de traición absoluta a Jesús cuyo nombre utilizaba, hasta llegar los papas a auto llamarse vicarios de Cristo, infalibles y todo lo que ya conocemos. Ahora, a más de 1,700 años después de Constantino y el Concilio de Nicea que él convocó, presidió y clausuró, sin ser ni siquiera catecúmeno, preparando el camino para que en el año 382 Teodosio declarara al Cristianismo religión oficial del Imperio, pareciera que la iglesia, en su expresión jerárquica, está buscando hacer cambios rectificatorios. Que Dios bendiga, ilumine y cuide al papa Francisco.
No obstante, y a pesar del Vaticano, el Espíritu Santo continuó siempre acompañando a la humanidad y así fue posible el surgimiento de muchos grandes santos del Reino de Dios, entre los cuales claramente sobresalen San Francisco y Santa Clara. Sobre San Francisco, Arnold Toynbee (1889-1975), el más importante historiador occidental, que murió el siglo pasado y cuyos juicios sobre Sandino, nuestro hermano Aldo Díaz Lacayo, recopiló y publicó, dijo: “Francisco ha sido la persona más importante de occidente, seguimos su ejemplo y enseñanzas o pereceremos todos.”

Edward O. Wilson, el gran biólogo a quien ya nos hemos referido, es uno de los que piensa que las consecuencias del espíritu y la práctica imperial capitalista debería , por lógica, ser denunciada, adversada y desvirtuada por una gran coalición de los que creen en la dignidad de la vida y en nuestra obligación de cuidarla y defenderla. Piensa que esta gran coalición debería, por lógica también, ser encabezada por todas las iglesias, especialmente las que se dicen seguidoras de Jesús. 

Edward O. Wilson tiene toda la razón. Pero, ¿quiénes son esos seguidores de Jesús? La iglesia católica, la más grande entre las que se dicen seguidoras de Jesús, ciertamente no lo ha sido, en su dirigencia por lo menos, desde unos 1,700 años. Si hubiera sido fiel en la proclamación y la vivencia del Reino, como San Francisco, por ejemplo, el mundo no estaría sufriendo las 15 crisis convergentes que hoy día amenazan hasta con la supervivencia de nuestra propia especie. Pero sea eso como sea, la propuesta, casi súplica, de Edward O. Wilson la deberíamos tomar en serio.

Reconociendo que para Dios nada es imposible, debemos de seguir con toda nuestra fuerza tratando de ser más y más fieles a Jesús y luchar por la cristianización de nuestra iglesia y por la formación de una gran coalición ecuménica, verdaderamente universal, con todas las personas de buena voluntad, creyentes o no creyentes, y así poder dar fin de una vez y para siempre al capitalismo y al imperialismo, de tal manera que podamos crear un tipo de gobernanza basado en el amor, la justicia, la noviolencia, el perdón, la solidaridad y la paz. Solamente estableciendo firmemente el Reino de Dios en la Tierra, proclamado y vivido por Jesús, lograremos poner fin a los dos peores males inventados por el hombre, el capitalismo y el imperialismo.

Muchas gracias.


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