La bandera de general Sandino, capturada por Marines estadounidenses en el año 1932.
Interventores,
cipayos y luchadores
La
“pacificación” de Nicaragua por Estados Unidos o cómo Moncada se volvió presidente*
Manuel Moncada Fonseca
En general, es ampliamente conocida la historia que
condujo al pacto del Espino Negro suscrito el 4 de mayo de 1927, pero son poco
conocidos los pormenores de este tratado que puso fin a la Guerra Constitucionalista de 1925-1926; es decir, el maremágnum de cosas que llevó a
José María Moncada a la presidencia en 1929.
Su posición ante la imposición Stimson
Su posición ante la imposición Stimson
Gral. José Ma. Moncada con los militares
norteamericanos con los que firmó el famoso pacto del “Espino Negro”. Foto tomada durante ese evento, en la ciudad
de Tipitapa, Nicaragua; en donde se encontraron las tropas del Gral. Moncada y
los comandantes de las fuerzas interventoras norteamericanas. (Foto original, propiedad
de Flavio Rivera Montealegre)
Moncada
establece que, en Henry L. Stimson, no sólo hubo deseo de paz sino también
determinación para imponerla de cualquier forma, lo que dedujo “por el tono
de la citación” que el segundo le
hiciera. Ante dicha situación, en las filas liberales, se produjeron
acaloradas discusiones. Pero se impuso el convencimiento de que el encuentro a
realizarse iba a ser con un representante del presidente Coolidge, y de que
hacerlo no importaba porque “lo cortés no quita lo valiente.”
Sin
embargo, al emprenderse la marcha hacia el lugar del encuentro, en uno de los
retenes, uno de los generales liberales quiso detener los vehículos en que
Moncada y su comitiva viajaban. Sonaron disparos, pero se le convenció de la
necesidad de conocer la voluntad de Estados Unidos y de “no dar coses contra
el aguijón.”
Moncada
expresa que, en el encuentro, Stimson le manifestó su deseo de hablar a solas
con él; le “insinuó” que las armas debían rendirse y que Díaz debía ser
reconocido; le dijo que gracias a Latimer, tenía conocimiento de que él era un
hombre capaz no sólo de cumplir con su deber, sino también de llegar fácilmente
a un acuerdo favorable a la “Patria”.[1] Antes de
la paz de Tipitapa (4 de mayo de 1927), no obstante, Moncada se mostró indignado cuando a Wiwilí llegaron a ofrecerle
dinero para que depusiera las armas, expresando que, bajo ninguna circunstancia,
lo haría y que tampoco aceptaría la permanencia de Díaz en el poder.[2] De todos
modos, en el encuentro guardó las apariencias.
En este
afán, le respondió a Stimson que el Presidente Constitucional de Nicaragua era
Sacasa y que Díaz era tan sólo un usurpador; que reconocerlo equivalía a
admitir que se había “derramado sangre por ambiciones egoístas y no por la
legitimidad.” Con el mismo fin, dio a entender que se vio obligado a
aceptar las condiciones señaladas por la amenaza de Stimson de que conseguiría
la paz a costa de lo que fuera.
Y siendo inhumano continuar la “guerra con una nación de ciento veinte millones de habitantes”, cuando Nicaragua apenas tenía ochocientos mil, expresó su disposición a rendir las armas, insinuando lo que, en verdad, lo empujaba a dar semejante paso: la “condición de elecciones libres, presididas por marinos y de tratar con el Gobierno [norte] Americano, y no con el de Díaz, que no cumplirá su palabra.”
Los delegados de Sacasa, R. Espinoza, Leonardo Argüello y M. Cordero Reyes, por su parte, manifestaron, según Moncada, que ellos no aceptarían la responsabilidad del desarme; que tenían instrucciones de dejar que el asunto lo resolviera el Jefe del Ejército, quien, a su turno, se apresuró a declarar su disposición para asumir dicha responsabilidad. Sin embargo, en una carta del 5 de mayo de 1927, expresaron su desacuerdo con "todo lo que significaba la continuación de Díaz en el poder” y su protesta contra la determinación de desarme que Estados Unidos tenía. A Moncada le expresaron que las cosas no podían definirse por lo que a él pudiera convenirle. Este último dice no saber si sus correligionarios estaban así desaprobando o no su proceder, anotando que en realidad no se encontraba en un lecho de rosas y que en su “alma había una profunda rebelión.”
Y, justificando su proceder, en un manifiesto, Moncada expresa que el liberalismo había demostrado su poder derrotando al Partido Conservador, pero que todos sus esfuerzos de libertad y su propio honor, a última hora, habían sido anulados por voluntad de Estados Unidos y su Ejército; que no era humano obligar a los nicaragüenses a derramar su sangre “en estéril y triste sacrificio”; y que sus soldados podían inclinarse “ante la fuerza y rendir quizás las armas, pero no la dignidad y el decoro.” Añade que nunca había tenido momento de mayor angustia y meditación que cuando vivió la paz del Espino Negro, porque eso era una pesadilla para su alma de patriota; y él no tenía valor, ni se sentía con derecho, para resolver, por sí sólo, lo que debía hacer el país entero.[3]
Y siendo inhumano continuar la “guerra con una nación de ciento veinte millones de habitantes”, cuando Nicaragua apenas tenía ochocientos mil, expresó su disposición a rendir las armas, insinuando lo que, en verdad, lo empujaba a dar semejante paso: la “condición de elecciones libres, presididas por marinos y de tratar con el Gobierno [norte] Americano, y no con el de Díaz, que no cumplirá su palabra.”
Los delegados de Sacasa, R. Espinoza, Leonardo Argüello y M. Cordero Reyes, por su parte, manifestaron, según Moncada, que ellos no aceptarían la responsabilidad del desarme; que tenían instrucciones de dejar que el asunto lo resolviera el Jefe del Ejército, quien, a su turno, se apresuró a declarar su disposición para asumir dicha responsabilidad. Sin embargo, en una carta del 5 de mayo de 1927, expresaron su desacuerdo con "todo lo que significaba la continuación de Díaz en el poder” y su protesta contra la determinación de desarme que Estados Unidos tenía. A Moncada le expresaron que las cosas no podían definirse por lo que a él pudiera convenirle. Este último dice no saber si sus correligionarios estaban así desaprobando o no su proceder, anotando que en realidad no se encontraba en un lecho de rosas y que en su “alma había una profunda rebelión.”
Y, justificando su proceder, en un manifiesto, Moncada expresa que el liberalismo había demostrado su poder derrotando al Partido Conservador, pero que todos sus esfuerzos de libertad y su propio honor, a última hora, habían sido anulados por voluntad de Estados Unidos y su Ejército; que no era humano obligar a los nicaragüenses a derramar su sangre “en estéril y triste sacrificio”; y que sus soldados podían inclinarse “ante la fuerza y rendir quizás las armas, pero no la dignidad y el decoro.” Añade que nunca había tenido momento de mayor angustia y meditación que cuando vivió la paz del Espino Negro, porque eso era una pesadilla para su alma de patriota; y él no tenía valor, ni se sentía con derecho, para resolver, por sí sólo, lo que debía hacer el país entero.[3]
Las vacilaciones de Sacasa
El 7 de mayo de 1927, Sacasa, en
una nota a sus representantes, expresó que estaba en favor de la protesta que
ellos habían expresado por la imposición de Stimson, pero que, en las
circunstancias creadas, Moncada era el llamado a resolver el problema relativo
al ejército. ¿De qué manera concebía Sacasa el arreglo del asunto? No se sabe,
porque en su comunicación no dejaba nada en claro. Sin embargo, es sintomático
que, en ella misma, dijera que en el mensaje que había recibido de sus
representantes no encontraba “claramente expresada la opinión del general
Moncada.”
¿Qué esperaba en realidad de éste? No sabemos, pero deploraba que el
Gobierno de Estados Unidos persistiera en su propósito de “nulificar los
derechos de una nación débil, únicamente por mantener un régimen nacido de un
golpe de estado”, el de Adolfo Díaz, violentando así no sólo la
constitución de Nicaragua, sino también el tratado centroamericano suscrito en
Washington en 1923. Consecuentemente, no era del todo posible, a su parecer,
aceptar dicho régimen.[4]
Como puede percibirse,
Sacasa, por un lado, dejaba en manos de Moncada el problema del desarme; por el
otro, protestaba contra la falta de una posición clara de parte del mismo.
¿Estamos, quizás, ante los dobleces y ambigüedades de un amable liberal tal
como lo definía el historiador Roberto Cajina?[5]
Con relación a Moncada,
una cosa es indudable: él nunca estuvo autorizado por nadie, más que por su
propia ambición, para suscribir la paz del 4 de 1927.[6]
Puntualizaciones de Carlos Cuadra Pasos
Paradójicamente, no otro que Carlos Cuadra Pasos es el que desnuda el
trasfondo del pacto del Espino Negro. Éste, según su parecer, fue una doble
imposición: la de Díaz y la de Moncada. No hubo trato directo entre las
partes beligerantes. Sacasa no aceptó el convenio y más bien abandonó el
territorio nicaragüense, como protestante vencido. Y una parte del ejército
encabezado por Moncada, desconociendo igualmente lo pactado, se alejó hacia el
norte, bajo el mando de Sandino.
En Washington, por otra parte, Henry L. Stimson afirmaba la
conveniencia que tenía, para justificar la política de su país en el Caribe, un
triunfo del liberalismo en Nicaragua. Más aún, los oficiales de la marina
estadounidense abiertamente manifestaban sus simpatías por Moncada, “por el
mérito -añade Cuadra Pasos- de haber sido el factor principal para
lograr la paz en Nicaragua sin derramamiento de sangre [norte] americana.”.
Por lo demás, Moncada no olvidaría que en Tipitapa
“floreció su presidencia.”[7]
No en vano, por iniciativa “propia”, “espontánea” y “personal”, ya en su cargo
de Presidente de Nicaragua, patrocinó la idea -por cierto fracasada- de llamar
a Tipitapa con el nombre de Villa Stimson.[8]
De que Sacasa no consintió el desarme firmado en Tipitapa, da cuenta
el mismo Moncada. Éste, pretendiendo curarse en salud, señala que Sacasa, Díaz
y escritores estadounidenses, entre otros, habían dicho que él no había hecho “bien
en la rendición de las armas” y que
incluso se le quería achacar “la
responsabilidad de la intervención en las elecciones”, a la que accedió “se
dice, por interés personal.”
Y, con todo, sigue justificando su actitud, afirmando que el deber más
alto y excepcional de la vida consiste en persistir, en no morir por
heroísmo o por locura, porque la libertad puede encontrarse más tarde y
defenderse siempre; los muertos, en
cambio, ante sí, “solamente tienen el sepulcro y la nada”, sin ninguna
capacidad para hablar.[9] Y hay que ver que Moncada sí pudo
seguir hablando... desde el poder presidencial que había acariciado, como dice
Carlos Cuadra Pasos, desde muy joven.[10]
El viejo sueño de la presidencia
Moncada sostiene que Sacasa había autorizado a sus delegados que su
nombre fuera propuesto a Stimson como sustituto de Solórzano, porque él era un
Senador de la República y porque dicho diplomático lo aceptaría “por
tratarse de persona amiga de la influencia [norte] americana en Nicaragua.” Todo porque, lejos de
luchar por el restablecimiento del orden constitucional, apoyando la idea de
que Sacasa asumiera la presidencia que legalmente le correspondía por renuncia
de Solórzano, Moncada aspiró la presidencia para sí mismo.
Mas, queriendo guardar las apariencias, dice haber prohibido toda
mención de su nombre como prospecto para la presidencia, porque, de lo contrario,
los mismos liberales, con justicia, lo habrían acusado de traidor y porque se
habría dudado de la rectitud de su proceder.[11]
Pero en Lo porvenir (1898) Moncada ya proyectaba esa ambición de
convertirse en mandatario.[12] Y se equivoca al plantear que los demás iban a dudar de su persona,
porque, ciertamente, nadie tuvo dudas de que su presidencia floreció en el
Espino Negro.
Y las acusaciones que Moncada lanzara contra Díaz, llamándolo “Presidente
infeliz y cobarde que no ha podido vencer en el campo de batalla, [y] ha
pedido el auxilio de los marinos [norte]
americanos”, se volvieron en su contra, cuando suplicó la
supervisión de las elecciones de 1928, y -asumiendo la presidencia en 1929- la
permanencia de las tropas yanquis en suelo nicaragüense.[13]
Por lo demás, es insalvablemente contradictorio que el hombre que “generosamente” había entregado todo "su" capital a la revolución contra Zelaya y al que todo el mundo respetaba por su “honradez” y “patriotismo”,[i] resultara ahora un “infeliz” y un “cobarde". Ya instalado en la Presidencia del país, Moncada declaraba que, desde Matagalpa hasta las Costas del Océano Pacífico, la paz reinaba entre los nicaragüenses, excepto en el norte de Jinotega, en la frontera con Honduras (por Telpaneca) y en otros lugares asolados por bandoleros.[14]
Acusaciones contra Sandino
Por lo demás, es insalvablemente contradictorio que el hombre que “generosamente” había entregado todo "su" capital a la revolución contra Zelaya y al que todo el mundo respetaba por su “honradez” y “patriotismo”,[i] resultara ahora un “infeliz” y un “cobarde". Ya instalado en la Presidencia del país, Moncada declaraba que, desde Matagalpa hasta las Costas del Océano Pacífico, la paz reinaba entre los nicaragüenses, excepto en el norte de Jinotega, en la frontera con Honduras (por Telpaneca) y en otros lugares asolados por bandoleros.[14]
Acusaciones contra Sandino
Moncada admite que aceptó el desarme del 4 de mayo de 1927, así como la permanencia de Díaz en
el poder, pero que todo lo hizo forzado y que, sólo en estas circunstancias, había dado la promesa
de que se esforzaría en convencer al ejército de la idea del desarme, lo que
asumiría como una “obligación sagrada.” El argumento que utilizaría para
eso sería el supuesto “de la imposibilidad de continuar la guerra.” Curiosamente,
en el cálculo de que persuadiría a los jefes y a las tropas de la necesidad de
la paz en unos ocho días, hacía la
salvedad de uno de los jefes del ejército, de Sandino, pues pensaba que éste,
teniendo “ideas muy diferentes” de los demás y de las suyas, se alzaría “con
las armas.”
Moncada cuenta que después de la batalla de Laguna de Perlas, Sandino llegó a Puerto Cabezas para solicitarle armas al presidente Sacasa; que al mismo le gustaba hablar de la necesidad de que los ricos fueran combatidos por los pobres, “de que éstos detestaban la propiedad y de otras cosas que son el lenguaje del comunismo” y, por consiguiente, él había tenido razones para negarle las armas que aquél había solicitado. Le achaca haber consentido el desarme, pero, en vez de firmarlo, como hicieran todos los demás, le escribió a él autorizándolo para hacerlo en su nombre.[15]
Señala que, en un encuentro anterior que tuvo con los jefes del Ejército, comprendió la farsa de Sandino, cruzando por su mente la idea de hacerlo prisionero, pero que un sentimiento de humanidad y de honor lo había detenido. Al fin y al cabo, acota, Sandino había compartido con todos la fatiga de la guerra. La diferencia entre ambos radicaba en que en éste privaban los “instintos y su desconocimiento del poder de Estados Unidos” así como “sus exaltaciones y fanatismo”; en él, por el contrario, obraba la voluntad y la conciencia de su responsabilidad.[16]
La realidad del desarme
Moncada cuenta que después de la batalla de Laguna de Perlas, Sandino llegó a Puerto Cabezas para solicitarle armas al presidente Sacasa; que al mismo le gustaba hablar de la necesidad de que los ricos fueran combatidos por los pobres, “de que éstos detestaban la propiedad y de otras cosas que son el lenguaje del comunismo” y, por consiguiente, él había tenido razones para negarle las armas que aquél había solicitado. Le achaca haber consentido el desarme, pero, en vez de firmarlo, como hicieran todos los demás, le escribió a él autorizándolo para hacerlo en su nombre.[15]
Señala que, en un encuentro anterior que tuvo con los jefes del Ejército, comprendió la farsa de Sandino, cruzando por su mente la idea de hacerlo prisionero, pero que un sentimiento de humanidad y de honor lo había detenido. Al fin y al cabo, acota, Sandino había compartido con todos la fatiga de la guerra. La diferencia entre ambos radicaba en que en éste privaban los “instintos y su desconocimiento del poder de Estados Unidos” así como “sus exaltaciones y fanatismo”; en él, por el contrario, obraba la voluntad y la conciencia de su responsabilidad.[16]
La realidad del desarme
Reuniendo a
la tropa, Moncada manifestó que sabía que sus miembros eran denodados, pero que
él carecía del valor para llevarlos al sacrificio, porque detrás de cinco mil
marinos habría otros millares, como en 1912. Dijo a sus hombres que a una
victoria segura los llevaría -como lo había hecho siempre-, pero que de ninguna
manera los conduciría a la muerte segura. Con todo, como jefe estaba obligado a
consultarlos, de modo que, si estaban dispuestos a continuar la lucha, él no
los abandonaría, que, en ese caso, “iría con ellos al sacrificio.”
Al reunirse de nuevo con sus tropas, el 10 de mayo, Moncada recibió el
visto bueno para arreglar “los términos definitivos del desarme general.” Firmaron
todos, excepto Sandino. Sin embargo, es sintomático que reconociera que el
desarme no era una “tarea tan fácil como Stimson creía. Los soldados
llorando rompían los rifles. Ciento setenta hombres dejaron sus armas en el
cuartel de Boaco, sin esperar el pago de diez pesos ofrecidos. Se oían entre
los jefes voces de rebeldía. El Dr. Carlos A. Morales, Magistrado de la Corte
Suprema había encontrado en los puertos de Boaco al General Luis Beltrán
Sandoval, el segundo al mando del ejército, en camino para Granada con
ametralladoras y soldados. Le convenció de que volviera a los cuarteles.”
Más aún, Moncada señala que, en vez de aprovechar el ofrecimiento de
30 mil córdobas que Stimson ofrecía como pago a los soldados que entregaran las
armas ante los marinos estadounidenses, él prefirió marchar a caballo a
Teustepe, comprendiendo que las tropas “se hallaban al borde de la
insurrección”, la cual podía evitarse con su “presencia y abnegación.”[17]
El relevo histórico
Antes de la Paz del Espino Negro, en noviembre de 1926, Moncada expresó su temor de que los estadounidenses no estuvieran con los liberales por el celo que les producía el apoyo que México le brindaba a sus fuerzas. Por otra parte, se quejó de que Sacasa demorara mucho su retorno a Nicaragua, porque con ello seguían las dificultades del ejército. Y siempre que se le preguntaba sobre su regreso, prometía que lo haría, pero incumplía su palabra, provocando el empantanamiento de los liberales en la Costa Atlántica, cuando, según la convicción de Moncada, el triunfo estaba en el interior del país.
En diciembre del mismo año, Moncada declara que no le molesta la declaratoria de neutralidad de la Costa Atlántica por parte de los marinos. De hecho, en septiembre, él mismo se la había solicitado a Denis. Y confiesa que incluso agradeció su imposición a los interventores, sin percatarse de que el Pacífico también la sufriría. Lo que sí le molestaba era la posición del Departamento de Estado de estimar malos a los liberales y buenos a los conservadores porque eso, a su criterio, era “apasionamiento impropio de parte de una nación tan poderosa como Estados Unidos de América.”
Pensaba que eso había generado “las molestias y desazones que padecieron los marinos y también el Departamento de Estado”, al que la opinión mundial acusaba de imperialismo y de conquistador, así como de provocar a Hispanoamérica; que Estados Unidos, de haber procedido de otra forma, “se habría ahorrado el volcán de odios que dió vida y aplausos, meses después, al bandolerismo de Sandino, terrible y destructor.”
La actitud de Sacasa, de palabra al menos, era distinta. En diciembre de 1926, se quejaba de que por conveniencia de la ocupación estadounidense se había desarmado a su guardia, retenido sus elementos de guerra y prohibido todos sus movimientos. Y todo esto pese a que los intereses extranjeros nunca habían peligrado. Comprendía que las zonas neutrales no eran sino la forma de proteger al gobierno de facto de Adolfo Díaz, quien contaba con efectiva influencia entre los banqueros de Wall Street. Y Díaz, en 1926, según Sacasa, estaba haciendo lo mismo que había hecho en 1912; esto es, recurrir al Gobierno de Estados Unidos “para mantenerse en el poder por tal apoyo.”
El relevo histórico
Antes de la Paz del Espino Negro, en noviembre de 1926, Moncada expresó su temor de que los estadounidenses no estuvieran con los liberales por el celo que les producía el apoyo que México le brindaba a sus fuerzas. Por otra parte, se quejó de que Sacasa demorara mucho su retorno a Nicaragua, porque con ello seguían las dificultades del ejército. Y siempre que se le preguntaba sobre su regreso, prometía que lo haría, pero incumplía su palabra, provocando el empantanamiento de los liberales en la Costa Atlántica, cuando, según la convicción de Moncada, el triunfo estaba en el interior del país.
En diciembre del mismo año, Moncada declara que no le molesta la declaratoria de neutralidad de la Costa Atlántica por parte de los marinos. De hecho, en septiembre, él mismo se la había solicitado a Denis. Y confiesa que incluso agradeció su imposición a los interventores, sin percatarse de que el Pacífico también la sufriría. Lo que sí le molestaba era la posición del Departamento de Estado de estimar malos a los liberales y buenos a los conservadores porque eso, a su criterio, era “apasionamiento impropio de parte de una nación tan poderosa como Estados Unidos de América.”
Pensaba que eso había generado “las molestias y desazones que padecieron los marinos y también el Departamento de Estado”, al que la opinión mundial acusaba de imperialismo y de conquistador, así como de provocar a Hispanoamérica; que Estados Unidos, de haber procedido de otra forma, “se habría ahorrado el volcán de odios que dió vida y aplausos, meses después, al bandolerismo de Sandino, terrible y destructor.”
La actitud de Sacasa, de palabra al menos, era distinta. En diciembre de 1926, se quejaba de que por conveniencia de la ocupación estadounidense se había desarmado a su guardia, retenido sus elementos de guerra y prohibido todos sus movimientos. Y todo esto pese a que los intereses extranjeros nunca habían peligrado. Comprendía que las zonas neutrales no eran sino la forma de proteger al gobierno de facto de Adolfo Díaz, quien contaba con efectiva influencia entre los banqueros de Wall Street. Y Díaz, en 1926, según Sacasa, estaba haciendo lo mismo que había hecho en 1912; esto es, recurrir al Gobierno de Estados Unidos “para mantenerse en el poder por tal apoyo.”
Está claro
que Moncada anduvo de "ofrecido" desde antes de la suscripción del
pacto del Espino Negro. Desde entonces le preocupaba que la imagen de Estados
Unidos se deteriorara ante la opinión pública mundial y protestaba porque el
Departamento de Estado no había aún captado que liberales y conservadores eran
ya esencialmente idénticos. Así las cosas, ya era posible el relevo de unas
fuerzas por otras, en el desempeño de ese papel de intermediarios del dominio
estadounidense en Nicaragua que los conservadores habían asumido desde 1910. Le
tocaba ahora a los liberales asumirlo. Y Moncada, francamente, facilitó de
forma extraordinaria las cosas.[18]
2. El derecho de expansión de Estados Unidos
Theodore Roosevelt: "Ningún triunfo pacífico es tan grandioso como el supremo triunfo de la guerra".
Para
justificar plenamente su incondicionalidad a Estados Unidos, Moncada plantea su
tesis sobre el fracaso de la ley de Cristo.
El fracaso completo de la Ley de Cristo
De todo cuanto leemos en la obra Estados Unidos en Nicaragua,
nada dibuja con tanta nitidez la alienación del pensamiento de Moncada como su
tesis de que el mundo no ha conocido un verdadero concepto de imparcialidad y
de justicia. Conozcámosla.
Entre los hombres, nos dice, siempre reina la creencia de la
superioridad de unos respecto a otros; de unas razas respecto a otras; de unas
civilizaciones respecto a otras y de unas inteligencias respecto a otras. El
hombre nunca ve la paja en su propio ojo, sino sólo en el ajeno. “Estas
reflexiones conducen a la imposibilidad de que en este mundo reine la Ley de
Cristo: amaos los unos a los otros.” El
amor entre los hombres, que no se había puesto aún en tela de juicio -ni
siquiera en Memorias de la Revolución contra Zelaya-, aparece ahora como
un imposible.
Y aunque Moncada reconoce la influencia que la educación tiene en el
hombre, en la corrección de sus instintos, señala que, pese a tantos siglos de
educación, es poco lo que las naciones se han corregido y que lo probable es
que, en el futuro, se asista al “fracaso completo de la ley de Cristo.”
Aduce como evidencia la guerra mundial y lo proceloso que es el mundo actual.
“¿Dónde existe la civilización? ¿En qué rincón del planeta los hombres
son iguales ante la ley, el connacional y el extranjero?” Tras formularse estas preguntas, el autor plantea: hay que pensar
siempre tomando como base la larga y secular experiencia acumulada; el poder
pervierte el corazón humano y entre más apoyado se sienta el ciudadano por la
fuerza de las escuadras de guerra y los acorazados, más se endurece el corazón
humano y más se endurece el pecho contra otros hombres y otros pueblos.
Y
ojo con el siguiente reconocimiento: los interventores estadounidenses no han
amado a Nicaragua, al contrario, le han provocado mucho dolor y tristeza; todo
porque se piensan superiores a nosotros e incapaces de equivocarse. Pero esto
es muy distinto a lo que leímos en las Memorias de la Revolución contra
Zelaya. Es, de hecho, su diferencia fundamental, porque si en las Memorias
de la Revolución contra Zelaya todo lo que Estados Unidos hace se inspira
en ideales humanistas.[ii]
En Estados Unidos en Nicaragua, el humanismo es superado por completo por el egoísmo y por el deseo de dominio de unos sobre otros.
En Estados Unidos en Nicaragua, el humanismo es superado por completo por el egoísmo y por el deseo de dominio de unos sobre otros.
Todo derecho, prosigue,
se trate del privado, del público o del internacional, debe basarse en la
igualdad. Por ello, si el Almirante Latimer, a nombre de su Gobierno, hundió en
el Río Grande las armas y municiones del Ejército Constitucionalista, debió
hacer exactamente lo mismo con las armas y municiones que a Chamorro y Díaz les
llegaban a las aguas de Corinto. Con ello, Estados Unidos habría salvado a su patria del odio del resto de América.
Aunque el
mundo nunca ha visto con malos ojos el nacionalismo -amor que excluye al resto
de los amores de la tierra, según Moncada-, la humanidad sigue sin comprender
que la causa suprema de las guerras es ese egoísmo nacionalista. Y Estados
Unidos, colmando su poderío hasta el grado de no cometer error, se ha privado
del cariño “del resto del mundo”, lo cual representa un “gran peligro
para su propia existencia.”
¿Crítica al egoísmo y la prepotencia del
imperio?
Lo que
Moncada ha revelado hasta ahora no es, ni por asomo, lo que parece ser; esto
es, una crítica al egoísmo y la prepotencia de las naciones poderosas con
respecto al resto de los pueblos. Pretende ser tan sólo una forma muy
"pragmática" de aceptar la realidad tal cual es; por muy cruda que
pueda parecer.
Lo que sí
dice en sentido directo, sin apariencias, es lo relativo a la preocupación por
el deterioro de la imagen de Estados Unidos ante el mundo. Desde este ángulo,
no hay que preocuparse por todo lo demás, porque ello no es otra cosa que
expresión de la necesidad de expansión que una gran potencia como Estados
Unidos tiene, aunque, para ello, deba pisotear los derechos de todas las
restantes naciones del mundo.
Tras hablarnos del egoísmo nacionalista que, según su entender, impera en el mundo, en tono “pragmático”
plantea:
*Primero, que “no debemos cegarnos” pensando en lo que la
humanidad debiera ser según la ley de Cristo, “sino en lo que es.”
*Segundo, que Estados Unidos, siendo una nación poderosa, no puede
cruzarse de brazos, y está obligada a expandirse como lo han hecho naciones de
Europa y Asía.
*Tercero, que esta nación debe realizar su ideal de grandeza aunque
sea a costa del mundo entero.
*Cuarto, que Nicaragua, ocupando, para bien o para mal, un plano
equidistante de Estados Unidos, Europa y Asía, conviene a la defensa del
primero y a la del continente americano en su conjunto, y esta defensa podría
ser para bien de todas las naciones americanas.[iii]
*Quinto, así sea por desgracia, a Estados Unidos compete mantener la
defensa de las tierras americanas de cualquier invasión europea o asiática.[19]
Habiendo conocido sus argumentos a favor del dominio a ultranza de
Estados Unidos, nos suena abstracto que Moncada se pregunte sobre las
presunciones que Philander Knox tuvo contra Zelaya. Expresa no saberlo, pero
que aquél apoyó la revolución contra éste “alegando su sistema de Gobierno”
y hasta quiso dividir Nicaragua, cercenándole su Costa Atlántica. Y cuando esto
tuvo lugar, Moncada le escribió a Dawson para suplicarle que evitara que ello
ocurriera, prometiéndole que Nicaragua podría, a cambio, “ceder a
perpetuidad a Estados Unidos el derecho a construir el canal, para evitar todo
recelo, y las estaciones navales necesarias a la defensa del continente.” Y
aunque el Chamorro-Bryan no fue tan agradable para nosotros, expresa, fue lo
suficiente para librarnos de la incertidumbre de la secesión de la Costa
Atlántica.
Por lo demás, de acuerdo a Moncada, Nicaragua y Centroamérica entera
habían estado bajo el arbitrio de Washington desde el tratado Clayton-Bulwer de
1850 y el Hay-Pauncefote que lo sustituyó.
Moncada revela que Emiliano Chamorro y Mena lo llamaron para que junto
con ellos viajara a Bluefields a plantearle a Estrada que proclamara la
independencia de la Costa y solicitara que la nueva república fuera reconocida.
Sin embargo, rechazó la idea. Pero para él no quedó claro si ese asunto se
había concebido en Washington, o si provenía solamente de Moffat y los
conservadores.[20] Según Cuadra Pasos, fue obra de Moffat.[21]
Tres recompensados
En Estados Unidos en Nicaragua hay dos hechos muy curiosos y,
además, en extremo, reveladores. El primero de ellos es relativo al momento en
que Emiliano Chamorro se convirtió en presidente de Nicaragua, cargo al que
accedió entrando “por la puerta abierta y sin oposición”, lo que “era
además, una justa recompensa. Había firmado el tratado Bryan-Chamorro” [de 1914]. El
segundo hecho es que, en las elecciones de 1920, aunque los cómputos
favorecieron al candidato de la llamada coalición, José Esteban González,
siendo el Congreso totalmente conservador, declaró ganador a Diego Manuel
Chamorro, a quien se le sumaron los votos del otro candidato. “Muy justo el
premio -comenta Moncada-. Él había pedido, en 1912, como ministro de
relaciones [exteriores], el desembarco de los marinos.”[22]
Ya sabemos que el tercer hombre premiado con la presidencia fue
Moncada, aunque él se calle el hecho. José María Moncada, Juan José Estrada,
Adolfo Díaz, Emiliano Chamorro, sostiene el Dr. Daniel Alegría en sus Memorias,
“todos fueron presidentes, por haber entregado a su patria a los gringos
invasores.”[23]
Con base en lo que Moncada expone en sus obras y especialmente en Estados
Unidos en Nicaragua, es fácilmente rebatible el supuesto que él, con el
Espino Negro, respondió a intereses distintos a los de Estados Unidos,
propiamente a los del presidente mexicano Plutarco Elías Calles. Pero ello se
afirma, por ejemplo, en un artículo de 1928 en El Correo del Caribe,
semanario de Bluefields. En él se acusaba a Moncada de haber recibido
instrucciones de ese presidente mejicano para eliminar a Juan Bautista Sacasa
como Jefe de la Revolución y para hacerse del Poder. Sin embargo, es indudable
que, al firmar la Paz de Tipitapa, Moncada no respondió a otros intereses que a
los de Estados Unidos y, especialmente, a los suyos, aunque eso pasó,
innegablemente, por la eliminación de Sacasa como presidente.[24]
3. La visión del interventor
Henry L. Stimson, padre del Espino Negro
Para completar el cuadro de los hechos históricos que condujeron al Pacto del Espino Negro, es oportuno conocer la visión que sobre ellos posee Henry L. Stimson, enviado especial de Coolidge que se encargó, por medio de ese pacto, de “pacificar” Nicaragua en 1927 y de promover a José María Moncada a la presidencia del país.
Persistencia del hegemonismo estadounidense
Moncada, al igual que Carlos Cuadra Pasos, defiende a ultranza la
política hegemonista de Estados Unidos en el continente americano, dibujándola
como algo benéfico o como algo dictado por la necesidad de la defensa
continental. Pero ¿cuáles son en realidad los principios que rigen las
relaciones de esta potencia mundial con sus vecinos americanos? Con la tesis de
“América para los Americanos”, expresada en 1823 por el Presidente James
Monroe, Estados Unidos escondía su deseo de preservar, para sí mismo, el
dominio sobre los pueblos del Hemisferio Occidental.[25]
Bien diría más tarde Sandino, “los imperialistas (...) han interpretado la Doctrina de Monroe así: América para los
Yankees.”[26]
El Destino Manifiesto, en cambio, abiertamente proclamaba que Estados
Unidos estaba destinado por la "Divina Providencia" a dominar sobre
las naciones débiles para conducirlas al progreso y la civilización. El fenómeno del filibusterismo fue su corolario,
tal como sostiene William O. Scroggs. Sobre esta base, se explica la
intervención filibustera contra México y Nicaragua, país este último que, de
haber o no existido William Walker, habría sido, de todas maneras, invadido por
algún representante de Estados Unidos.[27]
Josiah Strong uno de los predicadores del Destino Manifiesto expresaba
que los anglosajones impondrían su dominio a toda la humanidad, expulsando a
las razas débiles, asimilando a otras y transformando al resto, hasta que el
mundo entero se anglosajonizara.[28]
La relación de hegemonía que Estados Unidos mantuvo antes, por su
esencia, es igual a la que ahora despliega. Jaime Suchliki, Director de la
Revista de la Universidad de Miami “Norte y Sur” dice que siendo una gran
potencia, Estados Unidos tiene siempre interés en mantener su influencia en
otros países, debiendo para ello mejorar su capacidad para realizar operaciones
encubiertas, las que debe ejecutar cuando su seguridad esté cuestionada, cuando
la posibilidad de su efectividad exista y cuando otros esfuerzos no surtan los
efectos esperados.[29]
El también estadounidense, Noam Chomsky, caracterizando la política
exterior de su país, anota, por su parte, que “la mayor preocupación de la
política exterior estadounidense es la de garantizar la libertad para robar y
explotar.”[30]
Personajes como Carlos Cuadra Pasos y José María Moncada defendieron,
aunque no lo confesaran, ese pretendido derecho estadounidense para robar y
explotar a los pueblos de nuestro continente. Es más, sin el concurso que
personas como ellos brindaron a la intervención estadounidense es difícil
concebir que ésta pudiera imponer sus intereses sobre nuestro territorio. En
eso radica la trascendencia de ambos.
El fondo histórico
Henry L. Stimson antes de llegar a Nicaragua en 1927, fue maestro de
artes en Yale, Doctor de Leyes en Harvard, Secretario de Guerra durante la
Administración de Taft y Coronel del ejército estadounidense. Después de la
"pacificación" de Nicaragua, fue gobernador de Filipinas, Secretario
de Estado durante la administración de H. Hoover.[31]
Para justificar el intervencionismo de su país, al hacer referencia a
lo que él llama fondo histórico de la política de Estados Unidos en Nicaragua,
Stimson señala que, en 1821, Centroamérica se libró del yugo de España, mas
pronto se evidenció su incapacidad para asumir la independencia y “para una
autonomía popular.” Según él, el analfabetismo masivo, reinante
en la población, facilitaba el control por fraude, amenaza o fuerza. De esta
forma, el presidente y sus allegados dictaban el resultado de las elecciones.
En tales circunstancias, la
fuerza era la única alternativa que tenía el pueblo para librarse del poder de
un hombre o de un partido. Por ello, la guerra civil se constituyó, durante
casi un siglo, en la parte medular del sistema político reinante. Empujado
a la violencia, el pueblo se habituó a ella, de modo que los males de la guerra civil se tornaron
un círculo vicioso en Nicaragua.
En lo que a Estados Unidos respecta, desde la independencia de
Centroamérica, todos sus esfuerzos se habían orientado a prestar asistencia
para una “metódica autonomía.” Entre esos esfuerzos, Stimson señala las
conferencias de paz celebradas por los países centroamericanos en Washington en
1907 y en 1923. En esta última, se acordó el no-reconocimiento a los gobiernos
que fueran el resultado de un golpe de Estado o de una guerra civil contra
cualquier gobierno legalmente constituido. Y aunque su país no fue parte del
tratado, anunció que se sometería a lo que en él se establecía. Con todo, no se
pudo atacar la raíz del mal, las elecciones controladas por el gobierno
continuaron y la guerra civil siguió, de este modo, siendo “parte esencial
del sistema.”
Según
Stimson, cuando lo que él llama régimen dictatorial de José Santos Zelaya fue depuesto
en 1910, dejando al país en una condición de disturbio y desasosiego peor que
cualquiera que se haya conocido durante muchos años, el gobierno estadounidense
envió fuerzas navales a Nicaragua con la misión de proteger los bienes y la
vida de sus ciudadanos en ella radicados. Y, en 1912, estas fuerzas se tomaron
por asalto el casi inexpugnable cerro de Masaya. Se les retiró después de esto.
Pero, en Managua, a ruego del Gobierno, permaneció un resguardo de cien hombres
hasta agosto de 1925, “sin tomar parte en ninguna riña o violencia.”[32]
El Lomazo
Estados Unidos, según Stimson, durante muchos años, buscó la
forma de retirar a los marinos de Managua, pero siempre se topó con la porfía
del gobierno nicaragüense. Con todo, había anunciado, varios meses antes de las
elecciones de 1924, que haría efectivo el retiro de sus marinos el primero de
enero de 1925. Mas, por insistencia del gobierno de Solórzano, se convenció de
que podía dejarlos unos meses más a fin de que la nueva administración pudiera
estabilizar su situación. El retiro se efectuó hasta en agosto de 1925. Sin
embargo, Emiliano Chamorro perpetró un golpe de Estado en octubre de ese mismo
año.
Temiendo por sus vidas, Sacasa primero, y Solórzano después,
abandonaron el país. El congreso desplazó a los liberales y a los conservadores
moderados y, en su lugar, colocó a partidarios de Chamorro. Este asumió la
presidencia el 10 de enero de 1926, lo que, según Stimson, ocurrió a pesar de
la protesta de Estados Unidos y en contra de la amonestación que el Gobierno de
su país realizó amparándose en las conferencias de 1907 y 1923.
Con todo, Emiliano Chamorro, aún a sabiendas de que su Gobierno no
sería reconocido por Estados Unidos y por ningún país de Centroamérica,
persistió en su propósito. Pero, para agosto de 1926, la situación de Nicaragua,
después de diez meses de éxito para Chamorro, se puso otra vez tan inquieta que
Estados Unidos se vio nuevamente compelido a enviar a Bluefields y Corinto
barcos para proteger a sus ciudadanos y sus intereses, aunque sólo después de
múltiples solicitudes hechas en su propio territorio.
Mientras Chamorro se mantuvo en el poder, según Stimson, el gobierno
estadounidense no dejó de ejercer presión moral sobre él “para inducirlo a
retirarse.” Y pese a que lo llama dictador, es curioso que ese
dictador-usurpador no fuera obligado por la fuerza a dejar el poder como se
había hecho contra Zelaya y luego contra Madriz. Ello, además, pese a que
Chamorro estaba violentando los tratados de 1907 y 1923 “que él mismo había
firmado como delegado.”
No fue sino hasta en octubre de 1926 que, en el buque estadounidense
“Denver”, surto en Corinto, Estados Unidos lo obligó a renunciar. En su lugar,
el Congreso nicaragüense, que estaba totalmente
bajo su control, nombró al senador Uriza, quien de antemano había sido
nombrado por él en ese poder como segundo.
El silencio que Stimson guarda respecto al involucramiento de su país
en El Lomazo contrasta con los hechos históricos expuestos por otras personas.
Sofonías Salvatierra apunta, al respecto, que no está claro si Chamorro
perpetró este golpe de Estado de acuerdo con el embajador estadounidense,
bajo el entendido de que, sustituyendo o eliminando a Carlos Solórzano, le
haría entrega inmediata de la presidencia a Díaz, lo que Chamorro no hizo,
haciéndose designar presidente por el Congreso.
“El caso es que el Departamento de Estado no lo reconoció, aunque los
oficiales de la intervención, en el aspecto económico, no le pusieron ningún
obstáculo, ni en las aduanas, ni en el banco, ni en el ferrocarril.”[33]
Cuadra Pasos, hablando del asunto, corrobora que la legación estadounidense “miró
con simpatía este golpe militar.”[34]
Salvador Mendieta, quien fuera por tan sólo siete días ministro de
Solórzano, señala como cómplices de ese golpe de Estado a Adolfo Díaz y a
Carlos Cuadra Pasos, quienes fueron adversarios de la candidatura de Solórzano
y enemigos del Gobierno de la Transacción y estaban, además, ligados por
intereses económicos a Chamorro. Y Denis, señala Mendieta, se había encargado
de introducir a Adolfo Díaz como reemplazo de Chamorro. No está de más decir
que esa figura de la intervención estadounidense fue vinculada en Estados
Unidos con el fascismo,[35] hecho reconocido por un escritor como Neill Macaulay, que no está del
todo comprometido con la izquierda.[36]
Nombramiento y reconocimiento de Díaz
Estados
Unidos rechazó a Uriza por ser electo por un congreso afín a Chamorro. Así las
cosas, este poder del Estado hubo de reunirse otra vez para elegir a un nuevo presidente y, el 10 de
noviembre de 1926, Adolfo Díaz fue nombrado como primer designado. La elección
no podía favorecer a Solórzano, pretexta Stimson, porque éste se encontraba en
California y Sacasa en Guatemala. El segundo había sido expulsado de Nicaragua
aproximadamente un año antes. Por consiguiente, su país reconoció a Díaz el
diecisiete de noviembre del mismo año.
No pudiendo negar la constitucionalidad de Sacasa, Stimson aduce que
los suyos no iban a presentarlo al público como el presidente por la ley. Ello
pese al reconocimiento de que tanto Solórzano como Sacasa habían sido víctimas
de la violencia de Chamorro. En lo que sí insistieron fue en que si alguno de
los ausentes debía ser colocado en el puesto de presidente, ese tenía que haber
sido Solórzano y no Sacasa.
En todo caso, el reconocimiento de Díaz como presidente legítimo de
Nicaragua fue inmediatamente seguido por Gran Bretaña, Francia Alemania, Italia
y España, así como por El Salvador, Guatemala y Honduras. Y sólo dos semanas
después del reconocimiento yanqui, en diciembre, agrega Stimson, apareció
Sacasa en Puerto Cabezas, rodeado por unos cuantos acompañantes, proclamándose
a sí mismo “Presidente Constitucional de Nicaragua y General en Jefe de las
fuerzas revoltosas”, siendo entonces reconocido por México en ese cargo.[37]
Stimson
oculta tres cosas importantes: una que Solórzano renunció a la presidencia de
la república; dos que siendo Sacasa el Vicepresidente y no habiendo renunciado
a su cargo estaba facultado, como en efecto lo hizo, para reclamar para sí la
presidencia de Nicaragua; tres que Sacasa no reclamó la presidencia hasta en
diciembre de 1926, lo hizo antes, después de que Solórzano renunciara a dicho
cargo.
En efecto,
Solórzano renunció a la presidencia comprendiendo la inutilidad de un
derramamiento de sangre. Sacasa, por su parte, se había refugiado en El
Salvador, país al que llegó, según se dice, disfrazado de sacerdote,
organizando su gabinete de Gobierno en México. De él formaron parte el Dr.
Leonardo Argüello, Jerónimo Ramírez Brown y Rosendo Argüello padre, quien
renunció a dicho gabinete al momento en que a él se integró José María Moncada,
hombre al que consideraba talentoso, pero “oportunista que ponía los ojos en
Washington y no en su conciencia para guiar su derrotero.”
Es más, en
una carta, Rosendo Argüello padre llama a Moncada “otro Díaz”; alguien
presto a entregar las armas sin replicar al momento en que el yanqui se lo
indicara. Rosendo Argüello hijo, a su vez, dice que Sacasa ya había adquirido
compromisos en esta línea y que hasta otro tipo de presión pudo haber de por
medio para que ratificara el nombramiento de Moncada como Jefe del Ejército.[38]
El pretexto estadounidense para negarse a aceptar que Solórzano o
Sacasa pudieran asumir la presidencia de Nicaragua fue el hecho real que
ninguno de ellos se encontraba en Nicaragua y, en tal concepto, alguien
distinto a ellos debía gobernar el país. Díaz fue ese alguien. Con ello se
desconocieron los tratados de 1907 y los de 1923, pese al compromiso
estadounidense de respetarlos.
Y, extrañamente, dos días antes de que Estados Unidos lo reconociera
como presidente, Díaz, el 15 de noviembre de 1926, solicitó la
"protección" de los marinos estadounidenses, pretextando que la
situación del país colocaba en peligro los bienes de estadounidenses y de otros
extranjeros residentes en Nicaragua, y que todo ello ocurría sin que el
gobierno de su país pudiera hacer nada para evitar tal orden de cosas.
Cuando en enero de 1928 se realizaba en la Habana la VI Conferencia
Panamericana, plantea Gregorio Selser, para la mayoría de los Estados
americanos en Nicaragua “no existía aún un gobierno que mereciese
llamarse tal.”[39]
Justificación de las zonas neutrales
Stimson sostiene que la protección de vidas y propiedades de
extranjeros en Nicaragua se dejó en manos del almirante Latimer, quien recurrió
a un modo usualmente practicado para situaciones similares; esto es,
estableciendo zonas neutrales en las cuales no se registraran combates y donde,
por tanto, los extranjeros y sus propiedades estuvieran resguardados.
Por otra parte, procedió con especial cuidado para evitar que se violaran los
derechos de las partes beligerantes.
Y respondiendo a los críticos de la política indicada, Stimson anota
que esos “críticos han dicho que nuestro gobierno deliberadamente estableció
estas zonas para el propósito de estorbar las operaciones de los revoltosos
evitándoles capturar las ciudades que ellos, de otro modo, podrían haber
tomado.”[40]
¿No es cierto acaso? Hasta el mismo Moncada, que no se cuenta entre
los críticos del imperialismo, en su obra Estados Unidos en Nicaragua,
habla de que las zonas neutrales estorbaron a los liberales. Es más, como ya
hemos visto, él mismo sugirió su puesta en práctica, pero no se imaginó que
ello iba a abarcar tanto el Atlántico como el pacífico.[41]
Al respecto, el autor
estadounidense Lejeune Cummins, contemporáneo de Sandino que tuvo la oportunidad
de consultar el diario privado de H. L. Stimson, escribe: “Latimer trató de limitar el
campo geográfico de la lucha demarcando en territorio nicaragüense lo que llamó
“zonas neutrales”. Y lo hizo a sabiendas
de que en esa forma ayudaba a los conservadores y hacia perder a los liberales
posiciones estratégicas que habían ganado, como también las facilidades que
entonces tenían para abastecer a sus tropas de víveres y pertrechos de guerra.”[42]
Las partes beligerantes, la
población y sus expectativas
Durante la administración Coolidge, a Stimson se le encomendó la
“pacificación” de Nicaragua. Éste cuenta que, en su país, la mayoría de las
manifestaciones políticas “venían de los partidarios revoltosos.” Ya en Nicaragua, pudo percibir, no obstante, que los soldados de ambos
ejércitos eran, en gran medida, reclutados entre las clases bajas. Los
reclutas, siendo forzados a pelear, desconocían la causa por la cual lo hacían.
Como resultado de ese tipo de reclutamiento, las deserciones en ambos
ejércitos fueron constantes, al grado que el país se fue gradualmente llenando
de hombres desorganizados, pero armados, originando así el desorden y el
bandolerismo reinantes. Para muchos de estos hombres, resultaba más fácil vivir
en Nicaragua que trabajar, hecho que se facilitó por la posesión de armas y por
la desorganización de la autoridad.
Contrastando con lo anterior, en distintas partes de su obra, Stimson
vende una imagen espléndida de Moncada. Ello fue seguramente el vehículo para
promocionarla, más que en Nicaragua, en Estados Unidos; todo con miras a
postularlo como candidato a la presidencia de nuestro país entre los personeros
del Gobierno estadounidense. No por casualidad, comparando a las fuerzas
contendientes, escribe:
“Las
fuerzas conservadoras eran más numerosas, los liberales tenían en Moncada, el
jefe más diestro.” Y agrega: “El
general Moncada (...) en
aquellos tiempos había puesto él mismo en informe, públicamente defendido el
derecho de los Estadosunidos (sic) para
intervenir en Nicaragua y concurrir al establecimiento del orden y la
libertad.”
Ahora adviértase la forma en que Stimson trata de justificar la
intervención de su país en contra del nuestro. Señala que dada la situación de
total desacuerdo existente en Nicaragua, era más que claro que su pacificación
no podría lograrse por los ejércitos enfrentados, que trabajaban a favor de la
anarquía. Y, de no ser por la presencia de los marinos, esta tendencia se
habría acelerado infinitamente.
Tras alabar a Moncada y justificar la agresión armada de su país en
contra del nuestro, Stimson sostiene que había plena aceptación de los
estadounidenses entre la población de Nicaragua, viéndolos “como una
activa ayuda para sacarlos de este desacuerdo y sus penosas consecuencias.” Observa, además, que los jefes
de ambos partidos buscaban afanosamente la intervención de su país y estaban
interesados en asegurar “el supremo
interés de los Estados Unidos en el establecimiento y protección de un ordenado
y responsable gobierno en todo Centroamérica.” Esto
implicaba, entre otras cosas, el desarme general de toda la población y la
creación de una fuerza policial apartidista que sustituyera a las fuerzas que
el gobierno usualmente utilizaba “para aterrorizar y controlar las
elecciones.”[43]
Dilema del interventor: ¿Cómo
violentar las leyes sin violentarlas?
Eberhardt, Latimer y Stimson, según revela el último, actuaban al
unísono en un mismo objetivo. Más aún,
todas las cuestiones las consultaban con Díaz y los integrantes de su gabinete
de Gobierno, de los que recibían cooperación. El memorándum que, según Stimson,
Díaz puso en manos de estadounidenses el 22 de abril de 1927, contenía las
bases de lo que se firmaría en Tipitapa varios días después:
*Paz general y desarme simultáneo de ambos partidos ante
estadounidenses.
*Amnistía general, regreso de los expatriados y restitución
de las propiedades a los confiscados.
*Participación de los liberales en el gabinete de Díaz.
*Organización de una guardia civil apartidista y comandada
por oficiales estadounidenses.
*Intervención estadounidense en las elecciones de 1928 y en
las de los años subsiguientes, con poder policial para hacer efectiva la
intervención.
*Permanencia de una fuerza de marinos para hacer efectivo lo
anterior.
A pesar de
su condición de incondicional del dominio estadounidense en Nicaragua, es
dudoso que Díaz haya sido el que presentara estas bases de paz a los
interventores. Lo más seguro es que Stimson se las haya presentado a él, dado
que fue enviado a Nicaragua precisamente con ese objeto. Desarme y permanencia
de Díaz en el poder, son asuntos que, con toda probabilidad, se habían decidido
previamente en Estados Unidos.
Según Stimson, Díaz le había expresado su disposición para retirarse
del cargo si la causa de la paz lo requería. Pero él, basándose en sus
investigaciones, estaba convencido de que lo conveniente para el
establecimiento de la paz inmediata era la continua permanencia del segundo en
la presidencia. ¡Y sabía lo que hacía!
Díaz estaba dispuesto a licenciar al ejército; a dar los pasos
necesarios en lo ejecutivo y lo monetario para la creación de una guardia
“apartidista” y para elegir como oficiales de la misma a los estadounidenses
que recomendara el presidente estadounidense. Aceptaba, asimismo, que los
Consejos de Elección estuvieran presididos por estadounidenses y que se
encargaran no sólo de las urnas electorales sino también de utilizar los
servicios de la guardia “para prevenir el desorden y la continuación.”
Y ¡vaya novedad! Stimson señala a continuación que los antecedentes de
Díaz, en lo atinente a sus relaciones con Estados Unidos, “hacían ver que en
su palabra se podría confiar.” Solamente gracias a esta seguridad, añade,
“y no de otro modo Díaz permanecería en su empleo.” En otras palabras, la
única razón para mantenerlo en el poder era su absoluta adhesión al dominio
yanqui en Nicaragua.
Para la
intervención había, sin embargo, un problema que sortear: alcanzar la paz sin violentar la Constitución de
Nicaragua. Pero ello era técnicamente imposible porque el nombramiento de un
suplente de Díaz, de acuerdo a la Constitución vigente, la de 1911, implicaba “una
fatal demora y la creación inmediata de nuevas controversias políticas, aún
peores que aquellas que surgieron sobre la legitimidad de la presidencia de
Díaz.” Además, la persona que lo sustituyera debía ser electa por el
Congreso, pero el que lo había elegido a él había concluido su período. Y la
guerra hizo lo suyo impidiendo el establecimiento de uno nuevo.
No había
así salida alguna: actuar a espaldas del Congreso para elegir al sucesor de
Díaz hubiera conducido, inevitablemente, a la violencia y al descontento de los
muchísimos liberales que rechazaban a Díaz; y realizar nuevas elecciones era
imposible sin que hubiera paz, mientras, por otro lado, la anarquía avanzaba
cada día más.[44]
Con base en
estos argumentos -dignos de un sofista- sólo es posible llegar a la siguiente
conclusión: la única salida ante todo esto era mantener a Díaz en el poder. Y
esto no representaba, según Stimson, peligro alguno, porque los jefes militares
liberales le habían expresado que la idea era aceptable para su partido, aunque
por todo la que habían dicho públicamente, no podían pronunciarse a favor de
ningún convenio con Díaz.
Conferencia con los delegados de Sacasa y con
Moncada
Sacasa en
abril de 1927, declinando llegar a la conferencia con Stimson, había anunciado
el envío del Dr. Rodolfo Espinoza, del Dr. Leonardo Argüello y del Dr. Manuel
Cordero Reyes. El primero era Ministro de Relaciones Exteriores de Sacasa y,
además, su asesor principal; el segundo era un conocido jefe liberal, y el
tercero era el secretario privado de Sacasa. Los delegados de este último,
según Stimson, rechazaron con vigor cualquier sentimiento antiestadounidense de
parte de las fuerzas liberales o cualquier actitud hostil de México.[45]
Aseguraron que su partido reconocía la zona de legitimidad de interés e
influencia que Estados Unidos tenía, la cual se ensanchaba hasta Panamá.
Pero había
un punto sobre el cual no se pronunciaban: el atinente a la permanencia de Díaz
en el poder. A pesar de todo, pidieron contactarse con Moncada, lo que alegró a
los representantes estadounidenses porque les daba a ellos la posibilidad de hablar con él. Los
delegados de Sacasa le enviaron comunicación del asunto para invitarlo al
encuentro.[46]
Atiéndase
lo que Stimson revela al respecto. Sintió la sensación -sostiene- de que, de
este encuentro, dependerían muchas cosas, porque:
*Primero, Moncada era la fuerza vital de la guerra y, como soldado y como hombre de letras, era una figura sobresaliente en el ámbito de Nicaragua.
*Segundo,
a pesar de su identificación con el liberalismo, no vaciló en oponerse a la
dictadura zelayista en 1909.
*Tercero,
conduciendo la difícil campaña de 1926-1927, se había ganado el respeto de
todos los observadores militares.
*Cuarto,
no tenía los reparos técnicos (léase éticos) que sí tenían los jefes civiles de
su partido para aceptar un compromiso substancial.
Stimson
concluye así: “Yo no estaba defraudado.” Y el 4 de mayo, mientras los
tres oficiales estadounidenses que habían llegado desde la montaña con Moncada
estaban algo fatigados, éste “estaba ya listo para el asunto.” Durante
quince minutos, conferenció con los delegados de Sacasa, quienes le comunicaron
que, después, se reunirían con Stimson. Con éste habló en inglés de forma
inusitadamente fluida y sencilla.
Y, en menos
de treinta minutos, se entendieron y aseguraron la paz, cuyos términos Moncada
ya había leído y aceptado en todo menos en un punto: el relativo a la
continuidad de Díaz en el poder. Pero, expresaba que lo aceptaría con la
condición de que Stimson, en una carta, explicara que la supervisión electoral
de 1928 se realizaría bajo el entendido de que Díaz terminaría su período y de
que esto no podría objetarse de ningún modo. Añadía que su intención era usarla
para convencer del desarme a su ejército.
La carta fue escrita y enviada.
En ella se reafirmaban los términos de paz ya conocidos. Se hacía hincapié en
que Estados Unidos estaba listo para custodiar las armas de los que estuvieran
dispuestos a entregarlas “y para desarmar enérgicamente a aquellos que no lo
hicieran así.” Stimson le aclara a
Moncada, no obstante, que la inclusión de la última oración no representaba una
amenaza para las tropas disciplinadas que estaban bajo su mando, sino para los
bandoleros que estaban esperando cualquier oportunidad para dedicarse al
merodeo.
Lo extraño es que el mismo Moncada justificó su firma de la paz
tomando como base la amenaza proferida por aquél. Pero más paradójico resulta
que los que no fueron amenazados se desarmaran, en tanto que los amenazados se
mantuvieran con las armas en la mano.
Recibiendo la carta, Moncada le expresó a Stimson que los liberales no
podían creer que el gobierno de Estados Unidos fuera capaz de hacer una promesa
para luego incumplirla, y que los jefes del ejército se empeñarían en convencer
a sus hombres de que la “promesa de elecciones limpias” sería “colmada.”[47]
Y así fue efectivamente.
Un “bandolero”
y dos “grandes patriotas”
La paz fue suscrita con esas condiciones por
todos los jefes liberales menos por Sandino. Pero, según Stimson, había
descontentos en ambos bandos. Algunos conservadores pensaron que Díaz se estaba
comportando con mucha generosidad; y algunos sacasistas estimaron traidor a
Moncada. El pueblo en general no se equivocó, mostrándose contento con el
desarme.[48] Sin
embargo, como sabemos, el mismo Moncada, en su Estados
Unidos en Nicaragua, desmiente
a Stimson en eso del contento general con el desarme. En todo caso, si eso era
efectivamente así ¿cómo pudo Sandino mantener su campaña desde 1927 hasta
1933?
Al respecto, no está de más que traigamos a colación lo que Alejandro
César, Ministro de Nicaragua en Washington, declaró el 9 de Enero de 1928: “Parece
que las masas liberales de Nicaragua deben estar dando su apoyo al General
Sandino, pues de otro modo resulta difícil de explicar la extensión y la
gravedad que está tomando el movimiento dirigido por él (...) cuenta con el
apoyo de numerosos liberales, pues si no fuera así no podría operar en la forma
tan atrevida y tan eficaz como lo hace.”[49]
Pero claro,
para Stimson en Nicaragua sólo hay dos grandes patriotas: “Uno Conservador y
otro Liberal, cada uno dispuesto a sacrificar su ambición personal e interés de
partido, para el más alto bienestar de su país; y uno y otro dispuesto a
confiar en el honor y buena voluntad de los Estadosunidos (sic), Adolfo
Díaz y José María Moncada.”
Vuelco liberal hacia el Conservatismo
Compartiendo
con Díaz y Moncada la tesis de que la seguridad de su país está colocada por
encima de cualquier soberanía e independencia ajenas, no extraña del todo que
el pacificador de la Nicaragua de 1927 los tenga en tal alta estima.[50] En alta estima tiene al segundo, igualmente,
Anastasio Somoza García para quien José María Moncada es un hombre de “mente
previsora”, su cerebro, el “de un político sagaz”, que con el Espino
Negro actúa como “el eslabón fuerte que ató el honor de los Estados Unidos
de Norte América a la justicia de un pueblo.” Es un “reconocido estratega y valeroso
militar.”[51]
Con toda
razón, en diciembre de 1928, antes de hacerle la entrega formal de la
presidencia a José María Moncada, Adolfo Díaz expresó:
“El Partido
Conservador aparece en este momento vencido por su propia obra, y sin embargo,
en el campo de la ideología, su triunfo ha sido definitivo. Sus adversarios [los
liberales] han tenido que rectificar, adoptar sus ideales, adaptarse a las
formas de los nuevos tiempos, en fin, han tenido que colocarse en un plano
esencialmente conservador y confesar con los hechos que en el litigio que
sostuvimos por diez y ocho años (...) nosotros llevábamos la razón y nos
asistía la justicia, que nuestra mira era verídica, la única que cabría seguir
dentro de las posibilidades y dentro de las realidades de la Patria y de la
época.”
Y al entregarle la presidencia a Moncada, el primero de enero de 1929,
Díaz ratificando esas palabras, expresó: “Tras diversos ideales concurríamos
a un sólo deseo: el bienestar de la Patria.” (?)[52]
Todo se reduce, pues, a que el pensamiento y la acción de los
liberales se habían trocado esencialmente conservadores y, en tal sentido,
ellos no tenían más interés en asumir posiciones nacionalistas. Efectivamente,
a partir del momento en que viera abortado su proyecto nacionalista, la otrora
progresista burguesía liberal, comprendiendo que su suerte futura estaba
irremediablemente ligada al mercado mundial capitalista, particularmente al
estadounidense y, por ende, a la política de ese mercado, buscaría la
sustitución de los conservadores en su papel de intermediarios del dominio
imperialista en Nicaragua.
Todo estriba, como otrora apuntara Sergio Ramírez Mercado, en que la
intervención yanqui castró a liberales y conservadores por igual de sus restos
de pudor nacional, y borró en ellos toda idea de soberanía y de proyecto
nacional. Con el fin del régimen zelayista, nos dice, el liberalismo, como
modelo de desarrollo independiente, vio agotadas sus posibilidades históricas,
al coincidir con el desarrollo de la política imperialista estadounidense de
expansión e intervención militar, orientadas a defender la aplicación de la
Doctrina Monroe.
La última posibilidad del liberalismo como modelo de desarrollo
nacional hubiera sido rechazar la paz de 1927 y colocarse a la cabeza del
pueblo para resistir la intervención y combatir al conservatismo, pero el
liberalismo representado por Moncada, acotaba Ramírez, no hacía más que mostrar
las huellas de la castración de 1912. Y añade que habiéndose agotado el
liberalismo como modelo de desarrollo, e igualados los liberales a los
conservadores, se agotó también la posibilidad de que ellos, como partidos y
sobre todo como clase, pudieran ofrecer una repuesta a la independencia
nacional, negada precisamente por su complicidad.
Mas las cosas no tienen para Ramírez sólo una causa externa, sino
también interna, ya que aunque políticamente el agotamiento del liberalismo y
del conservatismo se determinaba por la intervención, también obedecía a la
incapacidad de estas fuerzas para proponer un modelo de desarrollo
socioeconómico viable para el país.[53]
Pero en todo
este vuelco liberal hacia el conservatismo, como bien dice Carlos Cuadra Pasos,
el papel de Moncada fue determinante: “hizo evolucionar a su partido en
redondo hacia una política de amistad con el Gobierno de los Estados Unidos.”[54]
4. La Guerra Constitucionalista, Moncada y
Sandino
Premio al guerrerismo y la traición
Stimson sostuvo atrás que los observadores
internacionales reconocían la gran capacidad de Moncada en la conducción de la
Guerra Constitucionalista (1926-1927). Sin embargo, Rafael de Nogales Méndez,
quien fuera general de su país y visitara Nicaragua durante los años de la
gesta de Sandino, en su libro El Saqueo de Nicaragua, amén de sostener exactamente lo contrario,
desenmascara la política estadounidense contra los países centroamericanos y,
particularmente, contra el nuestro. Desnuda en primera instancia la hipocresía
de Frank B. Kellog, a quien inmerecidamente, señala, en un solemne cónclave,
concedieron el premio Nóbel de la paz:
“Me pregunto si [los que
se lo otorgaron] lo hacían a sabiendas de lo que estaba
ocurriendo en Nicaragua (...) Me temo que no. Si lo hubieran hecho, quizás
hubieran meditado un minuto. Porque la rapiña aniquilaba a Nicaragua. Una
guerra sangrienta estaba allí desencadenándose. Reinaba en Nicaragua la
opresión. El privilegio estaba sofocando los derechos humanos en aquel país.”
El autor anota que mientras Kellog recibía su premio, por lo bajo, estaba
en el plan de fomentar la guerra. Marines
con sus ametralladoras, sus destructores y cañoneras se encontraban
protegiendo el trust del banano y otros intereses estadounidenses. “Los
diplomáticos de revólver al cinto y blindados de hierro”, en cambio,
estaban empeñados en garantizar una elección que favoreciera a un puñado de
traidores nicaragüenses dispuestos a seguir al pie de la letra la voluntad de
Wall Street y del Departamento de Estado.
Sacasa y la conversión de Moncada en jefe del
Ejército
Mientras la
Guerra Constitucionalista se desenvolvía en el Atlántico y el Pacífico, Sacasa
había permanecido ocioso durante tres meses en Guatemala, esperando el apoyo de
Washington. Fue incapaz de escuchar a Beltrán Sandoval, quien en nombre del
Ejército Constitucionalista, llegó a esa nación centroamericana a pedirle que
volviera a Nicaragua a restablecer el Gobierno Constitucionalista. Volvió hasta
en noviembre, cuando en el Ejército se dudó de su buena fe.
De regreso en Nicaragua, se estableció en Puerto Cabezas, donde asumió
la Presidencia provisional del país. En cuanto a normas sociales, Sacasa era un
gentleman, señala Nogales Méndez, a quien le impresionaron “su
personalidad y sus buenos modales”, aunque no le había parecido “un
hombre de carácter. Ni tampoco sincero.”
Según este autor colombiano, Beltrán Sandoval fue el primero en
levantarse en armas en Bluefields, el 2 de mayo de 1926;[55]
y fue él y no Moncada el que libró la
batalla de Laguna de Perlas, tras la cual las victoriosas fuerzas constitucionalistas,
que él encabezaba, cruzaron Nicaragua por la Costa del Pacífico.
Nogales Méndez basa su afirmación en un resumen escrito sobre la
Guerra Constitucionalista, que se había publicado en La Noticia del 11
de junio de 1927, y en el hecho de que su contenido no fue nunca refutado por
Moncada. Por eso, Sandoval no le reconoció jamás su supuesta condición como
Jefe del Ejército Constitucionalista. Tampoco lo hizo el resto de los oficiales
superiores, razón por la cual el Comando del Ejército “fue igualmente
dividido entre Beltrán Sandoval y Moncada.”
En un informe aparecido igualmente en La Noticia el 8 de
junio de 1926, el General Parajón
declaraba que junto con sus hombres, a partir de ese momento, se estaba
poniendo bajo el mando de Moncada y Sandoval “los dos jefes del ejército de
Sacasa.” Pero, según Nogales Méndez, Moncada no fue en realidad el
Comandante en Jefe del Ejército constitucionalista. Y jamás hubiera participado
en las conversaciones secretas, ni en la firma de convenios con Stimson -que le
sirvió como medio para traicionar la Guerra Constitucionalista- si Sacasa no lo
hubiera nombrado “Secretario de Guerra, con plenos poderes.”
Sacasa, consciente o inconscientemente, al parecer por miedo a que
Sandoval pudiera hacerse del control total del Ejército Constitucionalista,
colocó a Moncada en esa posición. Además, era insólito que lo nombrara
en el cargo de Secretario de Guerra, sabiendo que había traicionado “la
Causa del Liberalismo Nicaragüense cada vez que podía.”
En el afán
de evitar que Beltrán Sandoval y sus tenientes Plata, Mora, Miller y Escamilla
ocuparan Matagalpa y que Sandino se les uniera enseguida, Moncada ejecutó su
plan premeditado de colocarse a la cabeza del Ejército Constitucionalista. Se
vio tan “tan precipitadamente ansioso” de sacar a sus tropas fuera de la
ruta de Matagalpa -refirió su secretario Heriberto Correa a Nogales
Méndez- que, a causa de ello, por poco
sacrifica a su convoy de municiones. Y tras haber sido casi eliminado en la vía
Tierra Azul-Boaco-Tipitapa, decidió negociar con Stimson con el fin de ganarse su
apoyo en las elecciones de 1928.
Desde la presidencia, contra los patriotas
sandinistas
Convertido
en presidente, Moncada ordenó a los habitantes de los distritos afectados por
la guerra concentrarse en puntos determinados, bajo la advertencia de que todo
el que se encontrara fuera de esas zonas sería sancionado sumariamente, lo que
según Nogales Méndez, demostraba la inseguridad que Moncada tenía en su
posición.
Las fuerzas de ocupación habían recurrido, con frecuencia, a ese “método
atrabiliario”, sin que parecieran comprender que el establecimiento de
campos de concentración suele tener efectos indeseables, no sólo desde el punto
de vista moral, sino también militar. Ello ocurre sobre todo, anota el autor
colombiano, cuando hay de por medio ofrecimientos de recompensa a los que
lograran capturar, vivos o muertos, no sólo a los patriotas sandinistas sino
también a “desertores de la Guardia Nacional, una fuerza (…) que Moncada
organizó para ayudar a los marines a liquidar a Sandino y sus compañeros de
armas.”
Respecto a
la causa del viaje de Sandino a México, de la que supo por referencias que éste
le hiciera directamente, Nogales Méndez explica lo que sigue: se trataba en
realidad de seguirle el juego a Moncada, quien como nuevo presidente, había
anunciado oficialmente que si aquél ponía fin a su lucha, los marinos yanquis
se retirarían de inmediato y el país podría entonces disfrutar de un auténtico
gobierno democrático. La verdad es que Sandino no hizo otra cosa que ocultar
sus parques y fusiles, dispersar a sus hombres y marcharse temporalmente a
México. Como los marines continuaron en su país, regresó a él a reemprender la
lucha.
Comparando
a ambos personajes, Nogales Méndez plantea que si Moncada era un maniquí,
Sandino resultaba “popular por su justicia y por ahorrar a las poblaciones
civiles cualesquiera cargas indebidas.” Resultaba, asimismo, “famoso por
su gran severidad.” Y valorándolo desde el punto de vista militar, señala:
“Para un observador militar avezado resulta que los métodos de Sandino son los
de un jefe militar que, como Abd-el-Krim en los desiertos de Marruecos, sabe cómo
adaptar los métodos europeos a las condiciones locales.” [56]
El apoyo de Stimson a la candidatura de Moncada
Debemos,
regresando un poco en el tiempo, preguntarnos ¿cómo vieron los
conservadores el apoyo estadounidense a la candidatura de Moncada?
Denis, en
Memorándum a Díaz aparecido en la Publicación Liberal que, en más de una
ocasión, hemos consultado, le expresaba, entre otras cosas, que la situación en
EEUU no favorecía a los conservadores, ya que Stimson tenía más o menos ganados
a Kellog y a White a favor de la candidatura de Moncada porque éste “sería
un pro-americano.” Y en Managua se esperaba que el panorama favorable a
Moncada que había en Washington, se repitiera igual entre los marinos y la
legación estadounidense. Los liberales expresaban que estas cosas eran dichas
sólo por los celos que entre los conservadores provocaba el aprecio que Stimson
tenía por el candidato liberal.
En
noviembre de 1927, Alejandro César se quejaba ante el Departamento de Estado de
la forma en que la prensa de EE.UU estaba asumiendo una actitud favorable a la
candidatura de Moncada, lo que podría interpretarse, decía, como señal de que
el propio gobierno estadounidense estaba colocado en ese mismo plano. Agregaba
que, en distintas oportunidades, funcionarios de EE.UU en Nicaragua habían
elogiado al candidato liberal en discursos públicos. Y en carta a Díaz, del 8
de noviembre de 1917, Alejandro César expresa, abiertamente, algo que en su
correspondencia al Departamento de Estado sólo insinuaba:
“No hay
duda que Mr. Stimson favorece abiertamente a Moncada por simpatías personales o
tal vez en virtud de promesas que no conocemos”, agregando que
en el Departamento de Estado “Stimson es bastante oído.”
Falsa neutralidad de EEUU respecto a los
candidatos nicaragüenses
Tratando de guardar las apariencias, Frank B. Kellog, en entrevista
realizada en enero de 1928 con Carlos Cuadra Pasos, anotaba que él tenía
informes acerca de la creencia, existente en Nicaragua, en la inclinación del
gobierno de su país por uno de los candidatos y, propiamente, por el liberal. A
esto Cuadra Pasos respondió que esa era una opinión que circulaba “en las
masas.” Kellog, expresó entonces que, de ser necesario, no habría problema
en repetir que su país estaba asumiendo una posición neutral respecto a los
candidatos.
Tomándole la palabra, y para asegurar que, en efecto, tal sería el
proceder estadounidense, Cuadra Pasos sugirió que, por medio de la legación de
Estados Unidos en Nicaragua, “se expidiera una declaración (...) pública
confirmando la imparcialidad de los EEUU.” Su interlocutor respondió que, en Washington,
lo haría por escrito. Pero, tal como se infiere de la entrevista, el gobierno
de Díaz estaba más que claro de que los funcionarios estadounidenses estaban
haciendo campaña electoral a favor de Moncada.
Alejandro César, en cable que enviara a Díaz desde Washington, en octubre de 1928, expresaba: “tengo datos alarmantes parcialidad Guardia Nacional y atentados liberales obtenidos Departamento de Estado (...) Diga si liberales o guardias han impedido inscripción conservadores algunos lugares.”[57]
Y a pesar de que la Publicación Liberal señalaba que eso era sólo intriga de César porque la Guardia Nacional estaba en disposición del gobierno nicaragüense para guardar el orden y la legalidad, dicha institución estuvo, desde su creación en 1927, bajo la influencia y control estadounidense.
Pero no sólo la parte conservadora señalaba a Moncada como el candidato predilecto de Estados Unidos. En un escrito de octubre de 1928, firmado por Luis Felipe Corea, se plantea que la Transacción como mixtura política, amén de dar, tras bastidores, su apoyo al moncadismo, había llevado a buena parte del Partido Liberal Histórico a claudicar y, consecuentemente, había conducido a que la intervención extranjera entrara en una nueva etapa.
Los oscuros convenios de los cuales se derivaron esas consecuencias, agrega Corea, tienen como única finalidad repartir “las prebendas o acomodos que puedan granjearse del poder público”, sin pretender de ningún modo favorecer a la democracia moderna, ni al progreso en provecho, preferentemente, del obrerismo industrial y de las masas del pueblo. Y, poniendo en duda las declaraciones hechas por funcionarios estadounidenses con relación a la candidatura de Moncada, dice -con un signo de interrogación al final- lo que sigue:
Alejandro César, en cable que enviara a Díaz desde Washington, en octubre de 1928, expresaba: “tengo datos alarmantes parcialidad Guardia Nacional y atentados liberales obtenidos Departamento de Estado (...) Diga si liberales o guardias han impedido inscripción conservadores algunos lugares.”[57]
Y a pesar de que la Publicación Liberal señalaba que eso era sólo intriga de César porque la Guardia Nacional estaba en disposición del gobierno nicaragüense para guardar el orden y la legalidad, dicha institución estuvo, desde su creación en 1927, bajo la influencia y control estadounidense.
Pero no sólo la parte conservadora señalaba a Moncada como el candidato predilecto de Estados Unidos. En un escrito de octubre de 1928, firmado por Luis Felipe Corea, se plantea que la Transacción como mixtura política, amén de dar, tras bastidores, su apoyo al moncadismo, había llevado a buena parte del Partido Liberal Histórico a claudicar y, consecuentemente, había conducido a que la intervención extranjera entrara en una nueva etapa.
Los oscuros convenios de los cuales se derivaron esas consecuencias, agrega Corea, tienen como única finalidad repartir “las prebendas o acomodos que puedan granjearse del poder público”, sin pretender de ningún modo favorecer a la democracia moderna, ni al progreso en provecho, preferentemente, del obrerismo industrial y de las masas del pueblo. Y, poniendo en duda las declaraciones hechas por funcionarios estadounidenses con relación a la candidatura de Moncada, dice -con un signo de interrogación al final- lo que sigue:
“… el
Secretario de Estado Kellog reiteró que el gobierno de Washington no intenta
escoger ningún candidato para presidente de Nicaragua o en influenciar en las
elecciones que se verificarán en enero (?)”, pero sostiene que la
nominación de Moncada fue producto del
fraude y no de la voluntad del Partido Liberal.[58] Y como
bien dice Lejeune Cummins, “el resultado de las elecciones fue un triunfo
del Departamento de Estado.”[59]
Traición versus resistencia
No fue nada casual que, desde el propio inicio de su actividad
revolucionaria, Sandino apreciara con nitidez la naturaleza entreguista de las
clases criollas, llamándolas canallas, cobardes y traidoras.[60]
Tampoco lo fue que él haya sido el único, de entre los Jefes del Ejército
Liberal o Constitucionalista, que se opuso a deponer las armas contra los
interventores y sus lacayos, manifestando, bajo la amargura que lo embargó tras
el Espino Negro, que el “pueblo nicaragüense de aquella Guerra
Constitucionalista esperaba su libertad.” [61]
Moncada, con su traición, había provocado la desmoralización de los
soldados de su ejército. Con demagogia convenció a sus generales de que la paz
del Espino Negro significaba el triunfo completo de las fuerzas liberales, ya
que, con ello, supuestamente, se restablecería el orden constitucional y el
Partido Liberal estaría de nuevo en el poder.[62]
Y este hecho, el que todos los generales -menos uno- aceptara la paz del Espino
Negro, provocó el desaliento general en las filas del Ejército
Constitucionalista.
Las masas habían sido el elemento motor de esta guerra, que tuvo un
desenlace inconsecuente debido a que la hegemonía de la misma la tuvieron los liberales. Pero las causas
que las habían llevado a alzarse en armas no se habían esfumado. Hacía falta
que alguien les transmitiera el ánimo de continuar la lucha y les demostrara,
con su propio ejemplo, estar dispuesto a cualquier sacrificio en aras de salvar
a Nicaragua. Ese alguien fue Sandino, quien, sobreponiéndose a todo, decidió
resistir, al decir de Sergio Ramírez, "más con ánimos de sacrificarse
como un ejemplo futuro, que con pretensiones de una victoria militar.”[63]
Con su traición, Moncada estuvo a punto de provocar una prolongada
frustración de la lucha popular. Por el contrario, con su inquebrantable
decisión de encabezarla y continuarla, Sandino evitó que dicha posibilidad se
realizara, logrando, en 1933, expulsar a los invasores yanquis del suelo
nicaragüense. Moncada, no obstante, logró su cometido: “ganó” las elecciones de 1928 y, en enero de 1929,
asumió la presidencia de la República, durante la cual, bajo su propio
padrinazgo, se gestó la dictadura somocista, que tendría en Sandino a la
primera de sus víctimas.
El sandinismo naciente es parte de esas fuerzas que obligaron al
imperio a revisar su estrategia de dominación en el Hemisferio Occidental,
naciendo así la Política de Buena Vecindad, que prohijó en América Latina, como
dice Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, a dictaduras tan sanguinarias como la
somocista.[64]
Pero, en todo caso, es improbable, sino en extremo difícil, que esto pudiera
materializarse sin el debido concurso que hombres como Moncada prestaron
siempre al interventor.
Moncada,
entre otras cosas, sacó a Somoza García del anonimato, lo nombró primer Jefe
Director de la Guardia Nacional y, al parecer, se encargó de empujarlo luego al
asesinato de Sandino y al derrocamiento de Juan Bautista Sacasa, para colocarlo
en la Presidencia de Nicaragua.
-------------------------------
*Artículo publicado inicialmente en Revista de Historia y Ciencias Sociales, bajo el título: "Antecedentes de las elecciones que llevaron a José María Moncada a la presidencia". Una publicación del Departameto de Historia UNAN-Managua, Nicaragua. N0. 9, II Semestre 2006.
[i] Manuel Moncada Fonseca. “Los líderes de la Revolución contra el
Liberalismo Progresista, según José María Moncada”.
http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2013/03/los-lideres-de-la-revolucion-contra-el_3.html
[ii] La
revolución contra Zelaya. Memorias del Gral. José María Moncada. Masaya Nicaragua 193 (?). Original Mecanografiado por Apolonio
Palacios, durante la administración Moncada.
[iii]. Esto se contradice con el
postulado del autor que dice que la
humanidad no puede vivir, por su egoísmo, de acuerdo a la ley de Cristo y con
el planteamiento de que Estados Unidos está llamado a expandirse aún a costa
del resto de las naciones del mundo.
[1] Moncada, J.M. Estados Unidos
en Nicaragua. Tipografía Atenas. Managua D.N. Nicaragua C.A. 1942. pp. 4-7.
[2] Selser, Gregorio. Sandino General de
Hombres de Libres. EDITORIAL DE CIENCIAS SOCIALES, CIUDAD DE LA HABANA,
,1981.Tomo I. p. 193.
[3] Moncada, J.M. Estados Unidos
en Nicaragua. Ob. cit. pp. 7-13.
[4] Ibíd. pp. 14-15.
[5] Véase introducción a la obra de
Juan Bautista Sacasa ¿Cómo y por qué
caí del poder? Vanguardia 1988. pp. 9-39.
[6] No
puede pasarse por alto el hecho de que a la Guerra Constitucionalista
los liberales se sumaran sólo tres meses después de que la misma estallara como
producto del descontento y la rebeldía espontáneos del pueblo. Menos que pueda
pasar desapercibida la forma inconsecuente en que Sacasa y Moncada la
conducían. Con relación a esto último, debe recordarse: a) Que Sacasa salió
huyendo de puerto Cabezas, dada la presión de la marina estadounidense, en
diciembre de 1926; b) la negativa de Sacasa y Moncada para entregarle armas a
Sandino; c) el rechazo de ambos a la propuesta que éste les hiciera para abrir
un frente de guerra en Las Segovias; d) el intento de asesinato de Sandino por
parte de Moncada; e) la orden que éste diera para evitar que soldados de otras
columnas se pasaran a la comandada por Sandino; y por último, f) el desenlace
reaccionario que tuvo la Guerra Constitucionalista, el 4 de mayo de 1927, que
tuvo en Moncada a su protagonista principal.) Selser, Gregorio. Sandino
General de Hombres Libres. Ob. cit. pp. 198, 200, 218-219. Selser,
Gregorio. Nicaragua: de Walker a Somoza. Mex Sur Editorial S.A.1984. pp.
156-157.
[7] Cuadra Pasos, Carlos. Historia de Medio Siglo. Ediciones El
pez y la serpiente. 1964. pp. 140, 146, 155.
[8] La Gaceta. Sección Editorial. “Discurso Oficial
Pronunciado por el Dr. Julián Irías, Ministro de Relaciones Exteriores, en
Villa Stimson, el 4 de mayo de
1930”. Managua, lunes 5 de mayo de 1930. p. 770.
[9] Moncada. J.M. Estados Unidos
en Nicaragua. Ob. cit. pp. 36, 38.
[10] Cuadra Pasos, Carlos. Historia de Medio Siglo. Ob.
cit. p. 160.
[11] Moncada, JM. Estados Unidos En Nicaragua.
Ob. cit. pp. 18-19.
[12] El personaje central de esta
obra, representando al mismo Moncada, cuenta que en un momento determinado de
su vida, representantes de su pueblo le pidieron que aceptara la candidatura para
la presidencia de su país. Al respecto de esta invitación dice: “Acepte.
¡Qué no hace uno por la patria!” Y, más
adelante, vuelve a la carga con esto: “Por modo espontáneo y casi unánime,
llamáronme los pueblos (...) al
ejercicio del Poder Ejecutivo de la República”. Moncada, José María. Lo
Porvenir. Segunda edición. Managua, Tipografía Alemana de Carlos Heuberger.
1898. pp. 129, 133.
[13] Moncada. J.M. Estados Unidos
en Nicaragua. Ob. cit. p. 20.
[14] Nota editorial. “Declaración
del Presidente de la República, General José María Moncada”. La Gaceta.
Diario oficial. Nº. 12. Managua, martes 15 de enero de 1929.
p. 85.
[15] Sandino aclara que conociendo a
Moncada sabía que una conferencia con él significaría su muerte, por esa razón
le dijo al Jefe del Ejército Liberal que lo autorizaba a firmar en su nombre.
Román, José. Maldito País. Ediciones el pez y la serpiente. Managua,
Nicaragua. Edición definitiva, 1983. p. 123.
[16] Moncada, J. M. Estados
Unidos en Nicaragua. Ob. cit. pp. 23-26.
[17] Ibíd. pp. 25-29.
[18] Ibíd. pp. 93-94,107, 109,
114,120-121.
[19] Ibíd. pp. 125, 127-129,
131-132, 136-137.
[20] Ibíd. 137-139, 151-152,
155.
[21] Cuadra Pasos Carlos.
Obras. Obras I. Colección Cultural Banco de América. Serie Ciencias Sociales. pp.
326-327.
[22] Moncada, José María. Estados
Unidos en Nicaragua. pp. 195-196.
[23] "Memorias del doctor Daniel Alegría Rodríguez".
En: Flakoll, D.J., Alegría, Claribel. Nicaragua: La revolución
Sandinista Una crónica política 1855-1979. Serie popular era. Imprenta
Madero S.A. México D.F. 1982. p. 44.
[24] Valle, Francisco del. “El
Espino Negro”. El Correo del Caribe. 28 de enero de 1928.
[25] Entre los postulados
principales de esta doctrina figuran: “(1) ‘Los continentes americanos por
la libre e independiente condición que han adoptado y sostenido, no habrán de
considerarse como sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea”.
(2) “El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente distinto...
del de los Estados Unidos... consideraremos todo intento de su parte por
extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como un peligro para
nuestra paz y seguridad”. (3) “No intervenimos ni intervendremos en las
existentes colonias o dependencias de ninguna potencia europea”. (4) “En las
guerras de las potencias europeas en asuntos que se relacionen con ellas mismas
no tomaremos ninguna parte, ni es compatible con nuestra política
hacerlo". Reseña de la Historia de los Estados Unidos. Servicio
Informativo y cultural de los Estados Unidos de América. Sin fecha de
edición. p. 74.
[26] Sandino,
Augusto C. El Pensamiento Vivo. Tomo 1. Editorial Nueva Nicaragua, 1984. p. 271.
[27] Scroggs, William O. Filibusteros y financistas. La Historia de William
Walker y sus asociados. Colección Cultural Banco de América. Serie
Histórica Nº1, PINSA. Nicaragua, 1974. pp. 3-5, 98.
[28] Véase:
Selivánov, Valentín. "La Expansión de EEUU en América Latina". En:
Historia de las Intervenciones Norteamericanas. Obra en dos tomos, Tomo
II. Redacción de "Ciencias sociales
Contemporáneas". Academia de Ciencias de la URSS, Moscú, 1982. p. 15.
[29] Suchlicki, Jaime. “Carta del
editor”. En: Norte y Sur. Revista de las Américas. Miami.
Noviembre-Diciembre 1994, Summit of the Americas. Las Américas se reúnen para
forjar el futuro. p. 2. John Spainer, otro estadounidense, en su obra La Política Exterior Norteamericana a partir de
la segunda Guerra Mundial, plantea que Estados Unidos no sobreviviría como
país democrático si estuviera rodeado de “mares totalitarios”; si los
valores democráticos no prosperaran en otras naciones. En tal concepto, la meta
de esta gran potencia no es sólo su seguridad sino también la de “una
América democrática”. Spainer, John. La
Política Exterior Norteamericana a partir de la segunda Guerra Mundial.
Grupo Editor Latinoamericano. Colección Estudios Internacionales. Buenos Aires,
Argentina. 1991. pp. 14, 17.
[30] Chomsky, Noam. Nuestra
pequeña región de por aquí. Política de seguridad de los Estados Unidos. Managua, Nueva Nicaragua. 1988. pp. 17-19, 29.
[31] Stimson, Henry. La Policía
Yanqui en Nicaragua. Versión española y notas por Alberto Canales.
Editorial Nicaragüense. Managua, Nicaragua, América Central. 1965. (La
traducción correcta del título del libro es la Política Yanqui en Nicaragua).Véase
el Prólogo. p. 9.
[32] Ibíd. pp. 11-17.
[33] Salvatierra Sofonías. Sandino o
la Tragedia de un pueblo. Madrid 1934. p. 39
[34] Cuadra Pasos, Carlos. Obra.
Tomo II. Colección Cultural Banco de América.
Serie Ciencias Humanas. 1977. p. 306.
[35] Selser, Gregorio. Sandino
General de Hombres Libres. Tomo I. Ob. cit. pp. 126-128, 145.
[36] Macaulay, Neill. Sandino. Traducción de Luciano Cuadra. EDUCA. 1970. p.
266.
[37] Stimson, H.L. La Policía
yanqui en Nicaragua. Ob. cit. pp. 20-23.
[38] Argüello, Rosendo R. Doy
Testimonio. CIRA. Colección testimonio. Talleres DIESA, Managua,
Nicaragua, 1987. p. 10.
[39] Selser, Gregorio. Sandino
General de Hombres Libres. Tomo I. Ob. cit. p. 404.
[40] Stimson. H. L. La
Policía Yanqui en Nicaragua. Ob. cit. p. 25.
[41] Moncada, José María. Estados
Unidos en Nicaragua. Ob. cit. p. 121.
[42] Cummins, Lejeune. Don Quijote en burro. Editorial Nueva Nicaragua 1983.
p. 18.
[43] Stimson. H. L.
La
Policía Yanqui en Nicaragua. Ob. cit. pp. 29-30, 32-35.
[44] Ibíd. pp. 37-39.
[45] Gregorio Selser
desenmascara la pretensión de ligar la lucha sandinista con la supuesta
intromisión bolchevique de México en los asuntos internos de nuestro
país, haciendo ver que esa acusación contra México se relacionaba más con la
mira de los intereses estadounidenses en la Nación azteca que con los que tenía
en la nuestra. El Pequeño Ejército Loco. Sandino y la Operación México
Nicaragua. Editorial Nueva Nicaragua. 1986.
[46] Ibíd. p. 40.
[47] Ibíd. pp. 41-43, 46.
[48] Ibíd. p. 48.
[49] Selser, Gregorio. Sandino
General de Hombres Libres. Tomo I. pp. 397-398.
[50] Stimson, H. L. La policía
Yanqui en Nicaragua. Ob. cit. pp. 49, 51-66.
[51] Somoza.
A. El Verdadero Sandino o el Calvario de las Segovias. Edi. Y Lito. San
José, S.A. Managua, Nic. C.A. 1976. pp. 17-18.
[52] Cuadra Pasos. Historia
de Medio Siglo. Ob. cit. pp. 157-158.
[53] Ramírez,
Sergio. "Sandino y los partidos políticos". Sesión inaugural del
curso académico 1984. CNES–UNAN, Comité Nacional Pro-Conmemoración del 50
Aniversario de la muerte del General
Augusto César Sandino. pp. 10, 13-14, 19-20, 25.
[54] Cuadra Pasos.
Obras II. Colección Cultural Banco de América. Serie Ciencias Humanas. Colección
Cultural Banco de América. Serie Ciencias Humanas. 1977. p. 308.
[55] Sandino anota que a Beltrán
Sandoval se le atribuye el levantamiento de El Rama del 4 de mayo de 1926, pero
en realidad quien lo encabezó fue el General Adán Gómez, al que, por no saber
leer ni escribir, Moncada y Sandoval le robaron sus glorias. Román, José.
Maldito País. Ob. cit. p. 123.
[56] Nogales Méndez, Rafael. El
Saqueo de Nicaragua. Ediciones Centauro, Caracas, Venezuela. pp. 55-57, 66,
71, 73, 154, 198-199, 206- 207,
278.
[57] Publicaciones
del Partido Liberal Nacionalista. Segunda parte. Editorial
la hora. Managua, Nicaragua. Marzo de 1962. pp. 94-95, 110-111, 120-123, 193-194.
[58] Voces de Alerta
del Dr. Luis Felipe Corea. Managua, octubre
de 1928. pp. 2, 6, 8.
[59] Cummins, Lejeune. Don Quijote en burro.
Editorial Nueva Nicaragua, 1983. p. 45.
[60] Sandino C., Augusto. El
Pensamiento vivo. Tomo I. Editorial Nueva Nicaragua, 1984. p. 79.
[61] Ibíd. p. 98.
[62] Maraboto. Emigdio. Sandino
ante el Coloso. Managua. Ediciones Patria y Libertad. Febrero, 1980. p. 12.
[63] Ramírez, Sergio. "El
Muchacho de Niquinohomo". En: Ramírez, Sergio. El Alba de Oro.
Siglo XXI editores. Segunda edición 1984. p. 32.
[64] Chamorro Cardenal,
Pedro Joaquín. Estirpe Sangrienta: Los Somoza. Talleres de Artes
Gráficas. Managua, Nicaragua, diciembre de 1978. p. 248.
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