Manuel Moncada Fonseca
Adolfo Díaz
Era
el padre de la Revolución, escribe Moncada. Estaba entregado a su servicio
totalmente. Y al contrario de lo que una gran mayoría de estudiosos plantea,
afirma que Díaz puso su fortuna, lograda a punta de fatiga y honradez, a
disposición de la causa contra la tiranía. Nunca tuvo asomo de mezquindad, nada
que estuviera en contra de la patria y de sus compañeros. Huyendo de la tiranía
zelayista, Díaz se trasladó a la Costa Atlántica. Y gracias a su trato afable y
a su honradez, pudo allí ganarse a todos, incluidos los extranjeros. Gozaba de
la fama de que su opinión era discreta y su carácter incorruptible.
Continuamente infundía en el general Juan José Estrada la necesidad de la
insurrección. Le hablaba de las calamidades del país, de las de la Costa Atlántica,
en la que el monopolio del banano impedía que hubiera otras fuentes de riqueza.1
Lo expuesto por Moncada en sus Memorias de la Revolución contra Zelaya respecto a Adolfo Díaz,
es, no obstante, distinto a lo que sobre este personaje escribirían en una
publicación, en plena era somocista, sus correligionarios liberales. Ello
es igualmente opuesto al supuesto, del que habla Carlos Cuadra Pasos, de que el
Conservatismo no improvisa hombres en el poder.
La publicación referida, basándose en documentos
conservadores, cuestiona a Díaz en su condición de presidente por haber
nombrado a Emiliano Chamorro como diplomático, propiamente como Ministro de
Nicaragua en Washington, sin tener ninguna preparación para desempeñarse en ese
campo; todo por alejarlo de Nicaragua, pero haciéndole creer que su
nombramiento en ese cargo “era el mejor modo de
preparar su candidatura para el próximo período presidencial.” Y Chamorro, ya en su condición de diplomático, desde Estados
Unidos, atacaba a Díaz, según refería Ernesto Solórzano, un sobrino del
segundo. Lo acusaba, entre otras cosas, de ejercer presión sobre sus votantes,
amenazándolos “con la cárcel, para
obtener el triunfo de sus candidatos”; y de haber sido
electo ilegalmente con apoyo del ministro estadounidense en Nicaragua.2
Los conservadores criticaban lo que llamaban el “americanismo eleccionario” de Chamorro. Si esto es
así, el de Adolfo Díaz era, a nuestro criterio, un “americanismo” permanente,
algo a toda prueba que no tenía nada que ver con esa imagen de patriota
inmaculado que Moncada le atribuye. De allí su convicción de que la
intervención estadounidense en Nicaragua se mantendría por mucho tiempo, estimando
erróneo suponer lo contrario.3 Por si esto fuera poco,
escuchemos a Díaz ante el Congreso, planteando abiertamente su adhesión por el
Imperio:
“...si nosotros tuviéramos una vida ordenada y
tranquila, los Estados Unidos […] no necesitarían intervenir en los asuntos de
nuestras interioridades.” Y cada vez que se
produzcan conflictos en Nicaragua, prosigue, el gobierno [norte] americano tendrá que
intervenir para evitar que lo hagan otros Gobiernos.” Por tal razón, a su entender, debía crearse “una situación jurídica
con los Estados Unidos, que convierta el hecho inexorable de las intervenciones
armadas en un derecho escrito.”4
Esa era la forma en que Adolfo Díaz -al que Moncada
tanto elogia en sus Memorias de la Revolución
Contra Zelaya- abogaba permanentemente
por la patria. Con todo, en el Congreso Nacional, varios diputados, estimando
inaceptables esas declaraciones de Díaz, se opusieron a ellas de forma clara y
categórica. Y concluyendo su exposición al respecto, preguntaban:
“¿Cómo puede crearse una intervención jurídica que
convierta el hecho inexorable de las intervenciones armadas en un derecho
escrito, sin que se vulnere la independencia ni se menoscabe la soberanía de
Nicaragua?”5
El periodista vasco Ramón de Belausteguigoitia escribe: “Cuando inicia sus luchas contra los liberales, el
año [19]10, Adolfo Díaz llama a los americanos con esas llamadas que el
imperialismo procura que le hagan como prolegómenos de sus penetraciones
armadas...”6
Moncada habla de la mediana fortuna de la que,
según él, Adolfo Díaz logró hacerse honradamente, así como de la generosidad
con que éste decidió ponerla a disposición de causa libertaria. Pero, para
Carlos Quijano, Díaz era tan sólo un empleado de la empresa estadounidense La Luz y los Ángeles Mining Company que operaba en Bluefields, en la que percibía anualmente mil dólares
(ochenta mensuales), convirtiéndose pese a ello en “el capitalista de la
revolución”, a la que prestó 600 mil
dólares. Pero "su"
dinero, provenía “de capitalistas yanquis
o del mismo Departamento de Estado.” 7
Pío Bolaños, acusa que en el manejo del
ferrocarril, del cual el gobierno de Díaz disponía del 49 %, se hacían enormes
gastos y transacciones de las que no se daba cuenta a nadie que no fuera el
propio gobernante. Y los cónsules de Nicaragua, quienes no rendían cuentas a
nadie, tomaban para sí los fondos que recaudan por cuenta de la nación. Algunas
de esas oficinas consulares llegaron a generar anualmente una suma de 48 mil
dólares. Y Díaz, pese a la pobreza del país, mantenía “en Washington dos
embajadas, una ante el Departamento de Estado y la otra ante los banqueros
norteamericanos...” 8
Volvamos a las Memorias de la Revolución
contra Zelaya.
Juan José Estrada
Este líder sabía todo sobre la realidad de la Costa. Siendo partidario de Zelaya y empleado suyo, durante casi toda su Administración, fue siempre adversario de los monopolios y del abuso de la fuerza. Deseaba un gobierno que enmendara sus errores e hiciera justicia. Y Díaz, descubriendo su rechazo al robo y a la dilapidación, pensó en él.
Estrada, a veces, se irritaba; otras, se dominaba,
retirándose uno o dos días del palenque. Sabía escuchar y
moderar las exigencias de todos. Se conducía como político, como pocos saben
hacerlo en Centro América. La fracción conservadora entera y la liberal lo
querían. Era el Jefe Provisional de la Revolución de Bluefields. Se mantuvo
fiel al liberalismo que Zelaya no logró manchar; a ese que los mismos
conservadores querían abrazar, negándose a ello por temor a esa palabra que el
tirano deshonró y envileció.9
La realidad, no obstante, era muy distinta, según
el parecer, entre otros, del historiador Sofonías Salvatierra, que plantea que,
aunque Estrada aparecía como jefe de la Revolución y como cabeza del Gobierno
que sustituyó al de Zelaya, no representaba causa ni política alguna. Para los
conservadores su presencia en el poder resultaba, por eso, más bien embarazosa,
de modo que su caída podía producirse en cualquier momento, como efectivamente
ocurrió entre el 8 y el 9 de mayo de 1911.10
Gregorio Selser anota que Estrada no sólo era
traidor a su jefe, sino también un incapaz en todos los asuntos de Gobierno,
así como muy dado a la bebida.11
The American, semanario en inglés que
aparecía en Bluefields, contrariamente a lo que Moncada dice de la relación
entre Estrada y los conservadores, en agosto de 1912, señalaba que aunque
Estrada había sido electo para dos años, los conservadores no creían en él y
usando toda su influencia en la Asamblea Nacional trabajaron para dejarlo como
presidente nominal.12
Emiliano Chamorro
Moncada
señala a este líder como el primero en llegar a Bluefields para negociar con Juan José Estrada el apoyo de
un partido. Lo estima parte de los patriotas que se han formado en la
desgracia; un hombre enteramente de carácter, valeroso y firme en las ideas y
tradiciones de su partido. No siempre fue un militar afortunado, pero siempre,
aún en la derrota, lograba preservar su prestigio. Debió eso a “su serenidad en
el combate y a cierto arrojo digno de mejor suerte.”
Cuando Adolfo Díaz estaba en
la cárcel, preparando, “infatigable” y “tesoneramente”, el movimiento armado en
Bluefields, Chamorro se encontraba en Guatemala. Y al momento que sus amigos lo
llamaron, procedente de la capital de este país, llegó a El Bluff el mismo día
en que se iniciaba la Revolución.
Tras la batalla de El Recreo -en El Rama, municipio
de la actual Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS)- Emiliano Chamorro
publicó un manifiesto en el que declaraba que sus fuerzas no tenían como
propósito un espíritu partidista o de predominio; que su deseo era tener patria
y hogar, así como gozar de la libertad y del derecho. Pero sus hombres se
consideraban autorizados para participar en la administración de la cosa pública. Su Manifiesto reconocía al General Estrada “como Jefe Provisional de la República”, pese a su condición liberal y no conservadora, como la de la mayoría de
los revolucionarios.
En campaña, Chamorro se mostraba abnegado y
dispuesto a ahogar sus propias ambiciones en aras de sus compañeros y amigos.
Parecía una fatalidad que, pese a tener como única aspiración ser el primero en
llegar a Managua como vencedor, aparecía, por el contrario, como el gran
derrotado de la Revolución. Su problema radicó en que, a pesar de su audacia y
valentía, siempre se mostró orgulloso de ser el último en la retirada.
El papel de Chamorro concluyó con la guerra. Fue desahuciado
por las armas, cosa que él mismo comprendió de esta forma, “cediendo generosamente sus derechos” a favor del General Luis
Mena, quien fue nombrado General en Jefe, con lo que la causa al fin pudo
confiarse a “mano previsora, prudente
y atrevida.” Aunque sabiendo de este nombramiento, Matute quiso
rebelarse en El Rama.13 En síntesis, al
parecer de Moncada, Emiliano Chamorro era un hombre formado en la desgracia,
patriota, valeroso, firme, abnegado y poco afortunado en el campo militar.
Pero, detengámonos de nuevo en los planteamientos
de la Publicación Liberal a la que ya recurrimos antes. En ella se acusaba a
Emiliano Chamorro de haber puesto a Nicaragua en manos de los banqueros estadounidenses,
quienes principalmente por su culpa “esclavizaron y
maniataron económicamente a nuestra Patria por tan largos años.”14
José Coronel Urtecho, en carta que enviara a este
caudillo del Conservatismo, compara la fuerza que éste dirigía con “una máquina perfecta de obedientes fanáticos, hábiles como políticos,
pero incapaces de independencia como miembros del Partido” que él se encarga de manejar “como un autómata.” Y los liberales de la publicación estiman a Chamorro un hombre sin
ninguna catadura intelectual ni moral, aunque adelantado en la sedición, de la
que hizo un sistema, como del engaño, el más socorrido de sus recursos.15
Luis Mena
De todos los líderes de la Revolución, éste era el
más apreciado por Moncada. De él cuenta que era llamado con cariño "Tigre de la Montaña" por los estadounidenses;
que acudió presto al llamado de la causa libertaria y que lo conoció en 1897,
después de la toma de Jinotepe.
El autor confiesa que el cariño que ha sentido
hacia él lo ciega un poco, pues ambos caminaron juntos con mucho compañerismo,
unidos por el brazo y los ideales. Por eso, dice no saber si actúa o no
imparcialmente al decir que Mena es el militar de mayores capacidades que ha
conocido en Nicaragua; el más enérgico para la preservación de la disciplina y,
a la vez, el más prudente y astuto. “Dirige como jefe y
trabaja como soldado.”
En medio de la ciénaga, enderezaba las cargas; con
el mismo afán, aliviaba las tristezas que embargaban a sus soldados. Es afable,
arrojado en el campo de batalla; ocasionalmente, vacila con el fin de conocer
mejor el flanco débil y determinar la manera más rápida de propinar golpes
decisivos al enemigo.16
Como contraparte de lo que expresa Moncada sobre
este personaje, The American plantea que Mena se
encargó de sacar a Estrada del poder el 14
de mayo de 1911, y que fue enemigo del sufragio. Lo acusa, por otra parte,
de estar asociado al cónsul inglés en negocios de la banca, mismo que lo
instigó a protestar contra la influencia fiscalizadora de Estados Unidos en
Nicaragua. Y
Moncada mismo, contradiciendo lo que ha dicho en sus Memorias de la
Revolución contra Zelaya, declara que Mena, sin conocimiento de Estrada,
ordenó que se emitieran en Estados Unidos 10 millones de pesos en papel moneda,
dinero que luego hizo introducir clandestinamente a Nicaragua y distribuir
entre él, el Ministro Sandino y sus soldados.17
José María Moncada
Al hablar sobre su propia participación en la
Revolución, el autor expresa que su objeto era lograr la unidad de las filas;
que, por su experiencia de diecisiete años de lucha contra las fuerzas
zelayistas, sabía que las revoluciones fracasan cuando son hechas por caudillos
con ideas contrarias a los propósitos por ellas planteados. Sabía que la unidad
era el secreto de los triunfos de Zelaya, ello pese a que León, Managua y el
país entero estaban contra su tiranía, los escándalos y los monopolios. Y si tal
era el secreto del enemigo, había que buscar afanosamente la unidad de acción
en las filas revolucionarias, aunque ello fuera casi un imposible. Al inicio,
no fue difícil alcanzarla. La ruptura vino después de El Recreo, cuando Fornos
Díaz salió de Costa Rica, habiendo fraguado con Madriz la forma de ponerle
freno a la Revolución, al estilo del segundo: Apurando la caída de Zelaya.
No encontrando, a lo largo de diecisiete años, un
sólo liberal que pudiera convencerlo, el autor se inclinó “por el lado conservador.” En el bando
contrario, predominaba la gente autoritaria, despótica e inescrupulosa que
defendía ciegamente a la tiranía. De esa gente, el país no podía esperar nada
bueno. Los llamados conservadores, en cambio, dejando bien puesto su nombre, en
vez de entretenerse en el juego y en el vino y de practicar la “intemperancia” como sus enemigos,
conocían la honradez y la moralidad.
Sobre su propia forma de ser, Moncada expresa que
ayuda sin que se lo pidan, incluso aunque no le tengan confianza, como tantas
veces le ha sucedido y le sigue sucediendo. Así se arrojó en Bluefields al lado
del Conservatismo. Procura, anota, no
atribuirse elogios a sí mismo, sobre todo para no herir la falsa modestia de
sus adversarios. Admite que los revolucionarios eran pocos, que después de
regresar a El Rama, gracias a un gran esfuerzo, lograron reunir entre mil y dos
mil hombres, divididos en compañías que, cuando más, contaban con veinticinco
hombres.
Antes de que Zelaya tomara el poder, fundó en
Granada el periódico “El Centinela”. En aquél entonces se hizo revolucionario. Y cuando aquél entró en
escena, se puso de su lado, trabajando por unirlo al General Zavala, cuyas
ideas compartía. Tenía en esa época sólo 23 años, y se deleitaba llamándose
liberal, creyendo en el partido y en los hombres que llevaban ese nombre.
Pensaba que Zelaya era el mejor entre los hombres, el más liberal, justiciero y
leal entre ellos. Y casi el mismo día en que su entonces hombre idealizado
tomara el poder, salió a luz “El Centinela”, pero esta vez en Managua. Viendo con agrado el ascenso de Zelaya, este
periódico lo aplaudió. La razón era sencilla: los vencedores, al inicio, no se
mostraron vengativos. A los pocos días, sin embargo, la situación cambió de
raíz. Los presos aparecieron, siendo algunos trasladados a León. Los gritos de
odio se dejaron oír.
Poniendo atención a lo que hacían José Dolores
Gámez y Ortiz, entre otros, Moncada se percató de que disponían de la Tesorería
y la emprendió contra ambos. Para Zelaya no fue problema que atacara a Ortiz.
Ello lo complacía, escribe el autor, pero deja inconclusa la idea;
podemos suponer que al mandatario sí le molestaba la crítica a Gámez. Por ello,
cuando esos hombres sacrificaron su periódico y a él lo dieron de alta, el mandatario
lo celebró. Y aunque en su interior éste compartía su actitud, por
consideraciones políticas consintió que actuaran en su contra, lo que produjo
su “primera herida”. De esta suerte, para noviembre de 1893, Moncada dice haber roto por
completo con el Liberalismo. Así las cosas, volvió a su pueblo, donde buscó
trabajo infructuosamente.
La constante persecución de la que fue objeto por
parte de los Abaunza de Masaya y de los Solís hizo que rodara por tierra su “modesto haber”. Perdió su finca de café,
que fue hipotecada a Leandro Abaunza. Cayó preso, “herido y ensangrentado
por la soldadesca”. Fue calumniado y puesto “de ambos pies en el
cepo, boca abajo” y amarrado de ambos
brazos. Peor aún, fueron preparados los rifles que se utilizarían para
ultimarlo en caso de que pronunciara palabra. Un mes pasó luchando para se le
hiciera justicia. La alcanzó gracias a que aún había jueces probos, pero no sin
que antes, en Granada, un zelayista se pronunciara a favor de su sentencia a
muerte.
En 1897 participó en la Revolución que dirigió Toño
Reyes en Jinotepe. Y desde el 17 de septiembre de este año, huyó de la
persecución y del hostigamiento al que fue sometido por partidarios del régimen
zelayista. En enero del próximo año, fue de nuevo capturado y amarrado en El Arroyo,
mientras se encontraba en la finca de un amigo inolvidable. Luego se le condujo
a Managua, donde pudo, no obstante, huir de la cárcel y ocultarse en una casa
cercana al muelle. Un día después de esto, a su refugio, le llegaron a decir
que su hermano Manuel había sido apaleado, al grado de hacerlo
vomitar sangre por la boca, “por el delito de no
haber denunciado” su evasión.
Desde entonces, Moncada juró que vengaría esa
afrenta y por eso pidió a Chamorro que le “permitiera acompañarlo”. El caudillo conservador lo rechazó. Pero Mena lo acogió, lo
responsabilizó de cincuenta hombres y le permitió actuar con independencia. Por
eso, más que su amigo, éste fue su hermano. Con el combate del Muelle comenzó a
dirigir por sí sólo una fuerza militar. Antes participó en el de Santa Clara,
pero sólo como ayudante de Mena.
Al convertirse en capitán, se consideró “poderoso”, “invencible” y jactancioso. Contaba
entonces tan sólo con “ciento noventa hombres,
una máquina y un cañón”. Y aunque recapacitaba y
se sentía como un necio presumido, poco duraba su cordura y volvía a soñar con “los caracteres de lo porvenir, el mapa geográfico de mis
soñadas hazañas.”
La desgracia lo empujó a distintos campos
laborales. Fue maestro, agricultor, escribiente, soldado, dependiente de
comercio, estudiante de derecho, ingeniero, autor de libros de educación y
hasta constructor de “malos juguetes cómicos”; jefe expedicionario
empeñado en triunfar y mal político por haber dado “en la comezón
inexplicable de decir la verdad” (¿?). Más que de libros, aprendió de su propia experiencia. Su temperamento le
proporcionó una vida “singularmente
novelesca.”
Para demostrar que no ha tratado de elogiarse a sí
mismo por unas acciones libradas en Juigalpa, admite que su triunfo en ellas no
se debió ni a su habilidad, ni a ninguna estrategia de su parte, sino a la
torpeza del enemigo. Éste, presentándole el flanco, le permitió tirarse a fondo
y decir como César que fue, vio y venció. En todo caso, el soñador de hazañas
-como él se llama a sí mismo- no tenía dificultad alguna para jactarse, porque
esto, según su entender, “inflama el ánimo del
soldado, le entusiasma y le infunde cariño hacia sus jefes […] todos buscamos ídolos,
aunque sean de barro…”
Con todo, Moncada se estima a sí mismo un humilde
autor de memorias de la Revolución contra el zelayismo. Y nada le costaba, a
partir de una certera decisión -la de ordenar el fusilamiento de un soldado que
en estado de ebriedad privó de la vida a otro- restablecer, como por encanto,
la disciplina de la tropa.18
Una curiosa reflexión sobre las guerras
Moncada hace una reflexión sobre lo que realmente
valen la política y la guerra desatadas siempre por liberales y conservadores.
Se declara enemigo de la guerra y expresa su deseo de no volver a ver, nunca
más, una sola gota de sangre que se derrame por consideraciones políticas, por
pasiones sectarias; por fanatismo en muchos, por ambiciones en otros. Piensa
que lo único que hacen las fuerzas en pugna es sacrificar al pueblo que cree y se
deja seducir por promesas y palabras.
“El pueblo es el que siempre muere -escribe-, los inocentes son los que caen […] mientras los caudillos,
llegada la hora del triunfo olvidan a las viudas y huérfanos, heridos y
contusos, el valor y la constancia en la liza […] y seguimos odiándonos y asesinándonos los unos a
los otros.”
A partir de lo que el autor acaba de expresar,
habrá que preguntarse: ¿Se incluye él entre esos que antes de alcanzar el poder
lo prometen todo y que, al tomarlo, se olvidan de cuanto han prometido? ¿Qué se
esconde detrás de la reflexión que acaba de hacernos? ¿Acaso una suerte de
arrepentimiento a medias, o quizá la intención de mostrarse distinto a todos
los demás? Sigamos leyéndolo:
“Me dirán que yo también odio. Pero
yo contesto que este es el único odio santo: el odio a la mentira y al
perjurio; el odio que empleó Jesucristo para sacar a los fariseos del templo.
Este odio es justicia, porque propende a la perfección moral. No es
irracional...”19
Moncada pretende entonces mostrarse a sí mismo como
la excepción de aquéllos que antes del poder son una cosa y estando en él
resultan otra. En el resto, se puede inferir de la lectura, reina un odio
visceral. En él, por el contrario, impera un odio justiciero, idéntico al que
Jesucristo mismo sintió al momento de expulsar a los fariseos del templo de su
Padre. El asunto no termina acá. Considérese que Moncada escribió sobre estas
cosas relativas a la Revolución contra el zelayismo durante su administración,
lo que nos lleva a concluir que se piensa la excepción de la regla;
que supo, presuntamente, ser el mismo antes, durante y después de tomar el
poder.
5. Un propagandista del
dominio externo
Entreguismo a toda prueba
Sofonías Salvatierra nos proporciona una imagen
completa de lo que caracteriza a José María Moncada. Hela aquí:
Comienza haciendo una valoración crítica de la
situación imperante en Nicaragua desde el momento en que los conservadores, con
el decidido apoyo de Estados Unidos, retomaron el poder en 1910. Nicaragua
quedó con ello virtualmente gobernada por los banqueros de Nueva York, Brown
Brother y J. W. Seligman &., Cc., que la convirtieron en cosa
cotizable, tanto que el mismo concepto de nacionalidad se había esfumado.
Sin embargo, liberales y conservadores presentaban
este orden de cosas como bueno, todo para merecer los favores del interventor.
Lo hacían aparecer “como si fuera una cosa
irremediable, para que [el pueblo] no lo rechazara [...] Este género de propaganda y de
política lo personificó característicamente el General José María Moncada, con
la insistencia de querer forjar un troquel.”
Refiere Salvatierra que, en una conferencia que
dictó en el Parque Central de Managua, Moncada expresó que era inútil
resistírsele al Norte, porque éste avanzaría sobre el Sur sin que nadie pudiera
evitarlo. Todo en aras de hacerse notar ante “la intervención como uno
de los suyos.” Y siendo ya presidente,
para acabar con el disgusto que causara la profanación del cementerio de
Managua perpetrada por soldados estadounidenses, en un manifiesto,
responsabilizó a los nicaragüenses de las bajas acciones de aquéllos.
No obstante, los mismos representantes de Estados
Unidos en Nicaragua, “comprendiendo la
gravedad de la falta cometida por sus subalternos, hicieron acto de presencia
en el fúnebre recinto.” Y los soldados en
formación “reverenciaron el sagrado
lugar y dieron así una explicación a la cultura y a la humanidad, y
dejaron [...] en la indebida postura
al amigo que, exagerando afectos, ponía sonrojos en la amistad.”20
El periodista Gustavo Alemán Bolaños, refiriéndose
al asunto, completa el panorama,
indicando que los marinos destruyeron “a tiros las piezas de
adornos de los monumentos de mármol” y profanaron “el recinto con francachelas sobre las tumbas.”21
En 1920, interviniendo en contra de un bloque
político llamado Coalición, Moncada, según Salvatierra, en aras de ganar
adeptos para la campaña electoral de la oligarquía conservadora, que llevaba
como candidato a Diego Manuel Chamorro, en el Parque Central de Managua,
expresó estas palabras: “La coalición no es real
en sus gestiones en Washington, porque no ofrece nada a cambio, teniendo tanto
que ofrecer: ríos, lagos, montañas.”
En la Guerra Constitucionalista de 1926-1927, a
Moncada le correspondió dirigir la expedición del Atlántico. Bloqueó El Bluff,
lo bombardeó durante muchos días sin ningún resultado. Pero él, ahora “aparecía afiliado al partido liberal, a ver que resultaba.” Sabemos que antes
participó muy activamente en la Revolución contra el zelayismo, al lado de los
conservadores.
En octubre de 1926, durante las conferencias
auspiciadas por Denis y verificadas en el barco estadounidense
"Denver", surto en Corinto, Moncada protestaba contra la paz que la
intervención estadounidense quería imponerle al país. Y hasta le hizo saber a
Sacasa que si él aceptaba la paz, tendría que ver vería qué hacer con el
Ejército. “Pero en Tipitapa, como
la paz le convenía fue pacifista.” Moncada participaba en la
Guerra Constitucionalista, tratando de aprovechar las oportunidades que, desde
1910, había buscado; primero al lado de los conservadores en contra de los
liberales; ahora, combatiendo con los liberales en contra de los conservadores.
En el año 1932, a Moncada se le ve actuando
nuevamente contra la paz, todo porque, según él, en su condición de Gobernante,
no podía, ni debía tolerar nada que pudiera encaminarse a tratar con Sandino; y
porque, para él, anota Salvatierra, pronunciarse a favor de la paz era
manifestarse en contra de Estados Unidos, serle desleal. Eso significa que,
para Moncada, la mayor prueba de amistad hacia esta nación “era seguirnos matando.” Y al hablarle a Sacasa, su sucesor en la
Presidencia, Moncada lo declara enemigo de la misma, anticipándose así a los
pasos que aquél pudiera emprender en pro de la paz.22
Este tipo de conducta lleva al poeta Salomón de la
Selva a declarar que en Nicaragua sólo existen dos partidos efectivos: el de
divisa rojinegra con principios antiimperialistas bien definidos, encabezado
por Sandino, y el de divisa rojiverde “cuyos principios son de
oposición al pueblo y obediencia servil al amo extranjero”, dirigido por Moncada. 23
Moncada según Emiliano
Chamorro
Si nos "olvidamos", póngase por caso, del
tratado de 1914 que lleva su nombre y nos atenemos a los planteamientos que Emiliano
Chamorro hace en su Autobiografía, su Gobierno se portó
con menos entreguismo que el de Moncada. Este caudillo conservador cuenta, por
ejemplo, cómo puso en cintura a unos soldados estadounidenses que, una noche, en un salón de baile, provocaron una riña con varios
nicaragüenses. Los soldados fueron encarcelados, pese a las amenazas del Jefe
de la guardia de la embajada de Estados Unidos de que los libraría por la
fuerza y pese a la insinuación del Ministro Jefferson de retirar a los marinos
de Nicaragua.
Chamorro, quien, según su propia versión de los
hechos, había ordenado prepararse para repeler cualquier ataque de esas
fuerzas, respondió que como él nunca solicitó a los marinos el asunto lo tenía
sin cuidado. Pero ¿qué percepción tenía Chamorro de Moncada? Al momento
del triunfo sobre el zelayismo, escribe el primero, entre Luis Mena y él no
existían diferencias de criterios, ni ambiciones que pudieran separarlos, “no fue sino hasta que el General José María
Moncada entró a figurar al lado de Mena en la Revolución que comenzaron a ver
ligerísimos puntos que parecían divergentes entre el uno y el otro”, lo que, al final, provocó el distanciamiento entre ambos.24
En busca de la presidencia
Ramón de Belausteguigoitia describe a Moncada como
el cínico por antonomasia; un hombre con aparente instrucción, con una vida
carente de ejemplaridad; “hombre seguro de sí
mismo y de sus ambiciones”, que “no cree en el agradecimiento de los pueblos y de la historia, sino en
las satisfacciones inmediatas del Poder de la ambición...”25
Rafael de Nogales Méndez proporciona de él una
breve semblanza biográfica:
De 1888 a 1892, Moncada vivió en Granada. Allí
escribía en un diario local a favor del Partido Conservador, a cuyas filas se
incorporó. En 1893 participó en la revolución conservadora que derrocó al
presidente Roberto Sacasa. En 1894,
pidió al Presidente Liberal Zelaya que lo nombrara Diputado por el Distrito de
Masatepe, donde nació*, pero conociendo a Moncada como realmente era, el
mandatario rehusó hacerlo. De allí que el primero se fuera disgustado a
Costa Rica. Retornó en 1897. Buscó entonces la protección de Manuel Coronel Matus, quien, según
Rafael de Nogales Méndez, lo ayudó a escribir el panfleto El porvenir, valiéndose de la imprenta nacional de Nicaragua.
Después de esto, Moncada emigró de nuevo y vivió
por algún tiempo en Honduras, país en el que permaneció, oponiéndose a
Nicaragua, su país de origen. Luego pasó por El Salvador y Guatemala, donde se
hizo íntimo del dictador Estrada Cabrera. En 1909, habiendo retornado a
Nicaragua, se integró a la lucha contra Zelaya. En 1910, durante la
administración de Juan José Estrada, fue nombrado Secretario Asistente de
Guerra. En 1911, siempre bajo esa administración, fue ascendido a Secretario de
Estado.
En abril de este mismo año, junto con Estrada,
trató de apresar al temible General Luis Mena, quien fungía como Ministro de
Guerra. Fallando en el intento, Estrada y él se vieron encarcelados y
deportados. En 1912, durante el
levantamiento armado contra Adolfo Díaz, Moncada se mantuvo en Nueva York,
donde se desempeñó como un asalariado de Adolfo Díaz como gratificación “por sus inútiles maniobras.”
En 1920, constatando que Estrada, Díaz y Chamorro,
no deseaban ya más tratos con él, obligó a los conservadores a unirse a los
constitucionalistas. Percibiendo la naturaleza ambiciosa de su personaje,
Nogales Méndez, antes de la paz de Tipitapa, vaticina que Moncada no hacía más
que aprovecharse de la Guerra Constitucionalista como “medio para volverse
Presidente.” Y por esta ambición,
estaba presto a competir con el propio Adolfo Díaz en bajezas e infamias.26
Horacio Argüello Bolaños hace también alusión al
hecho que Moncada buscara la presidencia primero con los conservadores, después
con los liberales, con los cuales logró satisfacer su ambición.27
Máximo Soto Hall ve a Moncada en tres momentos
distintos. En el primero de ellos, éste se le presenta como “una hermosa figura política [...] hombre de ilustración y [...] de nobles ideales”; en el segundo, esta figura, antes entera, “se cambia y se modifica
tan pronto la seductora promesa de la presidencia vibra en sus oídos” y, en el tercero, se le ve reconociendo la intervención y solicitando a
Estados Unidos la supervigilancia de las elecciones de 1928, que gracias a los
interventores "ganó" con suma facilidad.28
¿Cuándo se operó el viraje de Moncada al campo
enemigo?
Hemos de preguntarnos, ¿cuándo realmente se operó
el gran viraje de Moncada al campo del enemigo? Sabemos que la aceptación del
Pacto del Espino Negro no representó sino el punto culminante de un
cambio que se inició desde mucho antes que el régimen de Zelaya fuera
derrocado.
Al momento de la aparición de Lo porvenir (1898), él ya actuaba
asumiendo posiciones identificables plenamente con el Conservatismo, como él
mismo se encargó ya de decirlo. Y unos 16 años antes de la Paz de Tipitapa, su
identificación con la hegemonía estadounidense en el Hemisferio Occidental era
evidente, sólo que aún no la presentaba en esa forma tan descarnada y cínica
con que la presenta en sus Memorias de la Revolución
contra Zelaya.
Efectivamente, en su panfleto, Social and political influence of the United States in Central America, escrito hacia 1911,
Moncada hace una defensa cerrada de la Doctrina Monroe y de la Nota Knox,
afirmando, respecto a esta última, que el proceder estadounidense en contra de
la tiranía de José Santos Zelaya es justo y equitativo, y se merece, en
consecuencia, la aprobación de todas las naciones americanas.29
Apuntando en esta misma dirección, debemos señalar
que Moncada, como él mismo se encarga de decirlo, viajó en 1923 a Washington,
donde expuso ante Munro, encargado desde entonces de la sección latina, la idea
de que marinos estadounidenses supervigilaran las elecciones de Nicaragua:
“Y lo decía con derecho, porque habiendo
intervenido los marinos en 1912 para mantener en el poder a Adolfo Díaz, justo
era que las cosas se arreglaran de la misma manera que antes se habían
arreglado; que los conservadores, que no concedían ninguna libertad electoral,
fueran medidos con la misma vara de medir con que a los liberales se les había
medido.” Pero entonces, se queja Moncada, no se le escuchó.30
Es claro, entonces lo siguiente: mucho antes
del Espino Negro, Moncada comenzó a ofertar la idea de un liberalismo capaz de
convertirse en la carta de relevo del conservatismo en su papel de fuerza
intermediaria del dominio estadounidense en Nicaragua.
Acceso respectivamente a la primera y segunda parte de este escrito:
*. Moncada no nació en Masatepe, como
suele creerse, sino en San Rafael del Sur.
1. Memorias de la Revolución
contra Zelaya. Ob. cit.
pp. 13, 75.
2. Publicaciones del Partido
Liberal Nacionalista. Recuerdos
de un pasado que siempre es de actualidad. Editorial “La Hora”. Managua, Nicaragua, Marzo de
1962. pp. 20-21, 23-24.
3. Alemán
Bolaños. Gustavo. Sandino
el Libertador. IMCUSA. San José, Costa Rica. 1980. p. 150.
4. “Mensaje
del Presidente Adolfo Díaz leído en la VI Sesión ordinaria del Congreso
Nacional, celebrada el 25 de Febrero de 1927". En: Revista
de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua. Tomo XXVI. Año 1969.
Managua, D.N. Nicaragua, C.A. pp. 132-133.
5. La
Gaceta. Managua, Jueves 22 de Diciembre de 1927. Nº 284. p. 2280.
6. Belausteguigoitia,
Ramón de. Con
Sandino en Nicaragua. Ob. cit. pp.
50-51.
7. Quijano, Carlos. Ensayo sobre el
imperialismo de Estados Unidos en Nicaragua. (1909-1927). Ob. cit. pp. 37-38.
8. Bolaños, Pío. Génesis
de la intervención norteamericana en Nicaragua. Managua: Nueva Nicaragua. 1984. pp. 23-25, 71-73,
75-76, 94, 98.
9. Moncada,
José María. Memorias
de la Revolución contra Zelaya. Ob.
cit. pp. 14, 20-21, 45-46, 79.
10. Salvatierra, Sofonías. Sandino o la tragedia de un pueblo. Madrid 1934. p. 34.
11. Selser, Gregorio. ”Zeledón y Sandino”.
En: Boletín del Archivo General de la Nación. Nº
4-5. Julio-diciembre de 1980.Ob. cit. p. 15.
12. The American. 18 de Agosto de 1912. (Periódico semanal en inglés publicado en Bluefields).
13. Moncada,
José María. Memorias
de la Revolución contra Zelaya. Ob.
cit. pp. 1-2, 15, 52, 69-70, 76.
14. Nos referimos a la ya citada Publicaciones
del Partido Liberal Nacionalista. Recuerdos
de un pasado que siempre es de actualidad.
15. Carta de José
Coronel Urtecho a Emiliano Chamorro de Agosto de 1938. En: Publicaciones
del Partido Liberal Nacionalista. Ob. cit. pp. 7, 15, 19.
16. Moncada, José María. Memorias
de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 16, 78.
17.The American. 18 de
Agosto de 1912.
18. Moncada, José
María. Memorias
de la Revolución contra Zelaya. Ob.
cit. pp. 17-18, 20, 86, 93, 98-99, 101,
120, 142-143, 146-147, 157, 166, 211.
19. Ibíd. pp.
67-68.
20. Salvatierra, Sofonías. Sandino
o la tragedia de un Pueblo. Ob. cit. pp. 24, 28-29.
21. Alemán Bolaños,
Gustavo. Sandino el Libertador. Ob. cit. pp. 201-202.
22. Salvatierra,
Sofonías. Sandino
o la Tragedia de un pueblo. Ob. cit. 30, 38, 88-89.
23. Selva, Salomón.
“Los dos partidos efectivos de Nicaragua”. En: El Sandinismo: Documentos Básicos. Instituto de
Historia del Sandinismo. Managua: Nueva Nicaragua, 1983. p. 277.
24. Chamorro,
Emiliano. El
último caudillo. Autobiografía. Ob. cit. pp. 188-189,
268.
25. Belausteguigoitia.
Ramón de. Con
Sandino en Nicaragua. Ob. cit. pp. 53-55,
210.
26. Nogales
Méndez, Rafael. El
Saqueo de Nicaragua. Ediciones Centauro, Caracas Venezuela. 1981. pp. 199-200.
27. Argüello
Bolaños, Horacio. "Los Vende Patria. Genios y Hombres".
En: Revista
Conservadora. Octubre de 1969. pp. 34-35.
28. Soto
Hall, Máximo. Nicaragua y el Imperialismo Norteamericano. Artes y Letras Editorial.
Av. de Mayo 1357 Buenos Aires, 1929. pp. 93-95.
29. Moncada,
J.M. Social
and Political influence of the United States in Central America. Translated from the spanish by Aloysius C. Gaham of The New York Bar. Sin fecha de edición. Fotocopia. Fondo Moncada.
IHNCA. p. 45.
30. La
Gaceta. Sección Editorial. Manifiesto Presidencial. Jueves 22 de Mayo
de 1930. p. 882.
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