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domingo, 3 de marzo de 2013

Los líderes de la Revolución contra el Liberalismo Progresista, según José María Moncada



Los líderes de la Revolución contra el Liberalismo Progresista, según José María Moncada
Manuel Moncada Fonseca



Adolfo Díaz


Era el padre de la Revolución, escribe Moncada. Estaba entregado a su servicio totalmente. Y al contrario de lo que una gran mayoría de estudiosos plantea, afirma que Díaz puso su fortuna, lograda a punta de fatiga y honradez, a disposición de la causa contra la tiranía. Nunca tuvo asomo de mezquindad, nada que estuviera en contra de la patria y de sus compañeros. Huyendo de la tiranía zelayista, Díaz se trasladó a la Costa Atlántica. Y gracias a su trato afable y a su honradez, pudo allí ganarse a todos, incluidos los extranjeros. Gozaba de la fama de que su opinión era discreta y su carácter incorruptible. Continuamente infundía en el general Juan José Estrada la necesidad de la insurrección. Le hablaba de las calamidades del país, de las de la Costa Atlántica, en la que el monopolio del banano impedía que hubiera otras fuentes de riqueza.1


Lo expuesto por Moncada en sus Memorias de la Revolución contra Zelaya respecto a Adolfo Díaz, es, no obstante, distinto a lo que sobre este personaje escribirían en una publicación, en  plena era somocista, sus correligionarios liberales. Ello es igualmente opuesto al supuesto, del que habla Carlos Cuadra Pasos, de que el Conservatismo no improvisa hombres en el poder.


La publicación referida, basándose en documentos conservadores, cuestiona a Díaz en su condición de presidente por haber nombrado a Emiliano Chamorro como diplomático, propiamente como Ministro de Nicaragua en Washington, sin tener ninguna preparación para desempeñarse en ese campo; todo por alejarlo de Nicaragua, pero haciéndole creer que su nombramiento en ese cargo “era el mejor modo de preparar su candidatura para el próximo período presidencial.”  Y Chamorro, ya en su condición de diplomático, desde Estados Unidos, atacaba a Díaz, según refería Ernesto Solórzano, un sobrino del segundo. Lo acusaba, entre otras cosas, de ejercer presión sobre sus votantes, amenazándolos “con la cárcel, para obtener el triunfo de sus candidatos”;  y de haber sido electo ilegalmente con apoyo del ministro estadounidense en Nicaragua.2


Los conservadores criticaban lo que llamaban el “americanismo eleccionario” de Chamorro. Si esto es así, el de Adolfo Díaz era, a nuestro criterio, un “americanismo” permanente, algo a toda prueba que no tenía nada que ver con esa imagen de patriota inmaculado que Moncada le atribuye. De allí su convicción de que la intervención estadounidense en Nicaragua se mantendría por mucho tiempo, estimando erróneo suponer lo contrario.3 Por si esto fuera poco, escuchemos a Díaz ante el Congreso, planteando abiertamente su adhesión por el Imperio:


“...si nosotros tuviéramos una vida ordenada y tranquila, los Estados Unidos […] no necesitarían intervenir en los asuntos de nuestras interioridades.” Y cada vez que se produzcan conflictos en Nicaragua, prosigue, el gobierno [norte] americano tendrá que intervenir para evitar que lo hagan otros Gobiernos.”  Por tal razón, a su entender, debía crearse “una situación jurídica con los Estados Unidos, que convierta el hecho inexorable de las intervenciones armadas en un derecho escrito.”4


Esa era la forma en que Adolfo Díaz -al que Moncada tanto elogia en sus Memorias de la Revolución Contra Zelaya- abogaba permanentemente por la patria. Con todo, en el Congreso Nacional, varios diputados, estimando inaceptables esas declaraciones de Díaz, se opusieron a ellas de forma clara y categórica. Y concluyendo su exposición al respecto, preguntaban:


“¿Cómo puede crearse una intervención jurídica que convierta el hecho inexorable de las intervenciones armadas en un derecho escrito, sin que se vulnere la independencia ni se menoscabe la soberanía de Nicaragua?”5


El periodista vasco Ramón de Belausteguigoitia escribe: “Cuando inicia sus luchas contra los liberales, el año [19]10, Adolfo Díaz llama a los americanos con esas llamadas que el imperialismo procura que le hagan como prolegómenos de sus penetraciones armadas...”6


Moncada habla de la mediana fortuna de la que, según él, Adolfo Díaz logró hacerse honradamente, así como de la generosidad con que éste decidió ponerla a disposición de causa libertaria. Pero, para Carlos Quijano, Díaz era tan sólo un empleado de la empresa estadounidense La Luz y los Ángeles Mining Company que operaba en Bluefields, en la que percibía anualmente mil dólares (ochenta mensuales), convirtiéndose pese a ello en “el capitalista de la revolución”, a la que prestó 600 mil dólares. Pero "su" dinero, provenía “de capitalistas yanquis o del mismo Departamento de Estado.”  


Pío Bolaños, acusa que en el manejo del ferrocarril, del cual el gobierno de Díaz disponía del 49 %, se hacían enormes gastos y transacciones de las que no se daba cuenta a nadie que no fuera el propio gobernante. Y los cónsules de Nicaragua, quienes no rendían cuentas a nadie, tomaban para sí los fondos que recaudan por cuenta de la nación. Algunas de esas oficinas consulares llegaron a generar anualmente una suma de 48 mil dólares. Y Díaz, pese a la pobreza del país, mantenía “en Washington dos embajadas, una ante el Departamento de Estado y la otra ante los banqueros norteamericanos...” 8


Volvamos a las Memorias de la Revolución contra Zelaya.



Juan José Estrada



Este líder sabía todo sobre la realidad de la Costa. Siendo partidario de Zelaya y empleado suyo, durante casi toda su Administración, fue siempre adversario de los monopolios y del abuso de la fuerza. Deseaba un gobierno que enmendara sus errores e hiciera justicia. Y Díaz, descubriendo su rechazo al robo y a la dilapidación, pensó en él.


Estrada, a veces, se irritaba; otras, se dominaba, retirándose uno o dos días del palenque. Sabía escuchar y moderar las exigencias de todos. Se conducía como político, como pocos saben hacerlo en Centro América. La fracción conservadora entera y la liberal lo querían. Era el Jefe Provisional de la Revolución de Bluefields. Se mantuvo fiel al liberalismo que Zelaya no logró manchar; a ese que los mismos conservadores querían abrazar, negándose a ello por temor a esa palabra que el tirano deshonró y envileció.9


La realidad, no obstante, era muy distinta, según el parecer, entre otros, del historiador Sofonías Salvatierra, que plantea que, aunque Estrada aparecía como jefe de la Revolución y como cabeza del Gobierno que sustituyó al de Zelaya, no representaba causa ni política alguna. Para los conservadores su presencia en el poder resultaba, por eso, más bien embarazosa, de modo que su caída podía producirse en cualquier momento, como efectivamente ocurrió entre el 8 y el 9 de mayo de 1911.10


Gregorio Selser anota que Estrada no sólo era traidor a su jefe, sino también un incapaz en todos los asuntos de Gobierno, así como muy dado a la bebida.11


The American, semanario en inglés que aparecía en Bluefields, contrariamente a lo que Moncada dice de la relación entre Estrada y los conservadores, en agosto de 1912, señalaba que aunque Estrada había sido electo para dos años, los conservadores no creían en él y usando toda su influencia en la Asamblea Nacional trabajaron para dejarlo como presidente nominal.12


Emiliano Chamorro


Moncada señala a este líder como el primero en llegar a Bluefields para negociar con Juan José Estrada el apoyo de un partido. Lo estima parte de los patriotas que se han formado en la desgracia; un hombre enteramente de carácter, valeroso y firme en las ideas y tradiciones de su partido. No siempre fue un militar afortunado, pero siempre, aún en la derrota, lograba preservar su prestigio. Debió eso a “su serenidad en el combate y a cierto arrojo digno de mejor suerte.”


Cuando Adolfo Díaz estaba en la cárcel, preparando, “infatigable” y “tesoneramente”, el movimiento armado en Bluefields, Chamorro se encontraba en Guatemala. Y al momento que sus amigos lo llamaron, procedente de la capital de este país, llegó a El Bluff el mismo día en que se iniciaba la Revolución.


Tras la batalla de El Recreo -en El Rama, municipio de la actual Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS)- Emiliano Chamorro publicó un manifiesto en el que declaraba que sus fuerzas no tenían como propósito un espíritu partidista o de predominio; que su deseo era tener patria y hogar, así como gozar de la libertad y del derecho. Pero sus hombres se consideraban autorizados para participar en la administración de la cosa pública. Su Manifiesto reconocía al General Estrada “como Jefe Provisional de la República”, pese a su condición liberal y no conservadora, como la de la mayoría de los revolucionarios.


En campaña, Chamorro se mostraba abnegado y dispuesto a ahogar sus propias ambiciones en aras de sus compañeros y amigos. Parecía una fatalidad que, pese a tener como única aspiración ser el primero en llegar a Managua como vencedor, aparecía, por el contrario, como el gran derrotado de la Revolución. Su problema radicó en que, a pesar de su audacia y valentía, siempre se mostró orgulloso de ser el último en la retirada.


El papel de Chamorro concluyó con la guerra. Fue desahuciado por las armas, cosa que él mismo comprendió de esta forma, “cediendo generosamente sus derechos” a favor del General Luis Mena, quien fue nombrado General en Jefe, con lo que la causa al fin pudo confiarse a “mano previsora, prudente y atrevida.” Aunque sabiendo de este nombramiento, Matute quiso rebelarse en El Rama.13 En síntesis, al parecer de Moncada, Emiliano Chamorro era un hombre formado en la desgracia, patriota, valeroso, firme, abnegado y poco afortunado en el campo militar.


Pero, detengámonos de nuevo en los planteamientos de la Publicación Liberal a la que ya recurrimos antes. En ella se acusaba a Emiliano Chamorro de haber puesto a Nicaragua en manos de los banqueros estadounidenses, quienes principalmente por su culpa “esclavizaron y maniataron económicamente a nuestra Patria por tan largos años.”14


José Coronel Urtecho, en carta que enviara a este caudillo del Conservatismo,  compara la fuerza que éste dirigía con “una máquina perfecta de obedientes fanáticos, hábiles como políticos, pero incapaces de independencia como miembros del Partido” que él se encarga de manejar “como un autómata.”  Y los liberales de la publicación estiman a Chamorro un hombre sin ninguna catadura intelectual ni moral, aunque adelantado en la sedición, de la que hizo un sistema, como del engaño, el más socorrido de sus recursos.15  


Luis Mena


De todos los líderes de la Revolución, éste era el más apreciado por Moncada. De él cuenta que era llamado con cariño "Tigre de la Montaña" por los estadounidenses; que acudió presto al llamado de la causa libertaria y que lo conoció en 1897, después de la toma de Jinotepe.


El autor confiesa que el cariño que ha sentido hacia él lo ciega un poco, pues ambos caminaron juntos con mucho compañerismo, unidos por el brazo y los ideales. Por eso, dice no saber si actúa o no imparcialmente al decir que Mena es el militar de mayores capacidades que ha conocido en Nicaragua; el más enérgico para la preservación de la disciplina y, a la vez, el más prudente y astuto. “Dirige como jefe y trabaja como soldado.” 


En medio de la ciénaga, enderezaba las cargas; con el mismo afán, aliviaba las tristezas que embargaban a sus soldados. Es afable, arrojado en el campo de batalla; ocasionalmente, vacila con el fin de conocer mejor el flanco débil y determinar la manera más rápida de propinar golpes decisivos al enemigo.16


Como contraparte de lo que expresa Moncada sobre este personaje, The American plantea que Mena se encargó de sacar a Estrada del poder el 14 de mayo de 1911, y que fue enemigo del sufragio. Lo acusa, por otra parte, de estar asociado al cónsul inglés en negocios de la banca, mismo que lo instigó a protestar contra la influencia fiscalizadora de Estados Unidos en Nicaragua. Y Moncada mismo, contradiciendo lo que ha dicho en sus Memorias de la Revolución contra Zelaya, declara que Mena, sin conocimiento de Estrada, ordenó que se emitieran en Estados Unidos 10 millones de pesos en papel moneda, dinero que luego hizo introducir clandestinamente a Nicaragua y distribuir entre él, el Ministro Sandino y sus soldados.17


José María Moncada


Al hablar sobre su propia participación en la Revolución, el autor expresa que su objeto era lograr la unidad de las filas; que, por su experiencia de diecisiete años de lucha contra las fuerzas zelayistas, sabía que las revoluciones fracasan cuando son hechas por caudillos con ideas contrarias a los propósitos por ellas planteados. Sabía que la unidad era el secreto de los triunfos de Zelaya, ello pese a que León, Managua y el país entero estaban contra su tiranía, los escándalos y los monopolios. Y si tal era el secreto del enemigo, había que buscar afanosamente la unidad de acción en las filas revolucionarias, aunque ello fuera casi un imposible. Al inicio, no fue difícil alcanzarla. La ruptura vino después de El Recreo, cuando Fornos Díaz salió de Costa Rica, habiendo fraguado con Madriz la forma de ponerle freno a la Revolución, al estilo del segundo: Apurando la caída de Zelaya.


No encontrando, a lo largo de diecisiete años, un sólo liberal que pudiera convencerlo, el autor se inclinó “por el lado conservador.”  En el bando contrario, predominaba la gente autoritaria, despótica e inescrupulosa que defendía ciegamente a la tiranía. De esa gente, el país no podía esperar nada bueno. Los llamados conservadores, en cambio, dejando bien puesto su nombre, en vez de entretenerse en el juego y en el vino y de practicar la “intemperancia” como sus enemigos, conocían la honradez y la moralidad.


Sobre su propia forma de ser, Moncada expresa que ayuda sin que se lo pidan, incluso aunque no le tengan confianza, como tantas veces le ha sucedido y le sigue sucediendo. Así se arrojó en Bluefields al lado del Conservatismo. Procura, anota, no atribuirse elogios a sí mismo, sobre todo para no herir la falsa modestia de sus adversarios. Admite que los revolucionarios eran pocos, que después de regresar a El Rama, gracias a un gran esfuerzo, lograron reunir entre mil y dos mil hombres, divididos en compañías que, cuando más, contaban con veinticinco hombres.


Antes de que Zelaya tomara el poder, fundó en Granada el periódico “El Centinela”. En aquél entonces se hizo revolucionario. Y cuando aquél entró en escena, se puso de su lado, trabajando por unirlo al General Zavala, cuyas ideas compartía. Tenía en esa época sólo 23 años, y se deleitaba llamándose liberal, creyendo en el partido y en los hombres que llevaban ese nombre. Pensaba que Zelaya era el mejor entre los hombres, el más liberal, justiciero y leal entre ellos. Y casi el mismo día en que su entonces hombre idealizado tomara el poder, salió a luz  “El Centinela”, pero esta vez en Managua. Viendo con agrado el ascenso de Zelaya, este periódico lo aplaudió. La razón era sencilla: los vencedores, al inicio, no se mostraron vengativos. A los pocos días, sin embargo, la situación cambió de raíz. Los presos aparecieron, siendo algunos trasladados a León. Los gritos de odio se dejaron oír.


Poniendo atención a lo que hacían José Dolores Gámez y Ortiz, entre otros, Moncada se percató de que disponían de la Tesorería y la emprendió contra ambos. Para Zelaya no fue problema que atacara a Ortiz. Ello lo complacía, escribe  el autor, pero deja inconclusa la idea; podemos suponer que al mandatario sí le molestaba la crítica a Gámez. Por ello, cuando esos hombres sacrificaron su periódico y a él lo dieron de alta, el mandatario lo celebró. Y aunque en su interior éste compartía su actitud, por consideraciones políticas consintió que actuaran en su contra, lo que produjo su “primera herida”. De esta suerte, para noviembre de 1893, Moncada dice haber roto por completo con el Liberalismo. Así las cosas, volvió a su pueblo, donde buscó trabajo infructuosamente.


La constante persecución de la que fue objeto por parte de los Abaunza de Masaya y de los Solís hizo que rodara por tierra su “modesto haber”. Perdió su finca de café, que fue hipotecada a Leandro Abaunza. Cayó preso, “herido y ensangrentado por la soldadesca”. Fue calumniado y puesto “de ambos pies en el cepo, boca abajo” y amarrado de ambos brazos. Peor aún, fueron preparados los rifles que se utilizarían para ultimarlo en caso de que pronunciara palabra. Un mes pasó luchando para se le hiciera justicia. La alcanzó gracias a que aún había jueces probos, pero no sin que antes, en Granada, un zelayista se pronunciara a favor de su sentencia a muerte.


En 1897 participó en la Revolución que dirigió Toño Reyes en Jinotepe. Y desde el 17 de septiembre de este año, huyó de la persecución y del hostigamiento al que fue sometido por partidarios del régimen zelayista. En enero del próximo año, fue de nuevo capturado y amarrado en El Arroyo, mientras se encontraba en la finca de un amigo inolvidable. Luego se le condujo a Managua, donde pudo, no obstante, huir de la cárcel y ocultarse en una casa cercana al muelle. Un día después de esto, a su refugio, le llegaron a decir que su hermano Manuel  había sido  apaleado, al grado de hacerlo vomitar sangre por la boca, “por el delito de no haber denunciado” su  evasión.


Desde entonces, Moncada juró que vengaría esa afrenta y por eso pidió a Chamorro que le “permitiera acompañarlo”. El caudillo conservador lo rechazó. Pero Mena lo acogió, lo responsabilizó de cincuenta hombres y le permitió actuar con independencia. Por eso, más que su amigo, éste fue su hermano. Con el combate del Muelle comenzó a dirigir por sí sólo una fuerza militar. Antes participó en el de Santa Clara, pero sólo como ayudante de Mena.


Al convertirse en capitán, se consideró “poderoso”, “invencible” y jactancioso. Contaba entonces tan sólo con “ciento noventa hombres, una máquina y un cañón”. Y aunque recapacitaba y se sentía como un necio presumido, poco duraba su cordura y volvía a soñar con “los caracteres de lo porvenir, el mapa geográfico de mis soñadas hazañas.”


La desgracia lo empujó a distintos campos laborales. Fue maestro, agricultor, escribiente, soldado, dependiente de comercio, estudiante de derecho, ingeniero, autor de libros de educación y hasta constructor de “malos juguetes cómicos”; jefe expedicionario empeñado en triunfar y mal político por haber dado “en la comezón inexplicable de decir la verdad” (¿?). Más que de libros, aprendió de su propia experiencia. Su temperamento le proporcionó una vida “singularmente novelesca.”


Para demostrar que no ha tratado de elogiarse a sí mismo por unas acciones libradas en Juigalpa, admite que su triunfo en ellas no se debió ni a su habilidad, ni a ninguna estrategia de su parte, sino a la torpeza del enemigo. Éste, presentándole el flanco, le permitió tirarse a fondo y decir como César que fue, vio y venció. En todo caso, el soñador de hazañas -como él se llama a sí mismo- no tenía dificultad alguna para jactarse, porque esto, según su entender, “inflama el ánimo del soldado, le entusiasma y le infunde cariño hacia sus jefes […] todos buscamos ídolos, aunque sean de barro…” 


Con todo, Moncada se estima a sí mismo un humilde autor de memorias de la Revolución contra el zelayismo. Y nada le costaba, a partir de una certera decisión -la de ordenar el fusilamiento de un soldado que en estado de ebriedad privó de la vida a otro- restablecer, como por encanto, la disciplina de la tropa.18


Una curiosa reflexión sobre las guerras


Moncada hace una reflexión sobre lo que realmente valen la política y la guerra desatadas siempre por liberales y conservadores. Se declara enemigo de la guerra y expresa su deseo de no volver a ver, nunca más, una sola gota de sangre que se derrame por consideraciones políticas, por pasiones sectarias; por fanatismo en muchos, por ambiciones en otros. Piensa que lo único que hacen las fuerzas en pugna es sacrificar al pueblo que cree y se deja seducir por promesas y palabras.


“El pueblo es el que siempre muere -escribe-, los inocentes son los que caen […] mientras los caudillos, llegada la hora del triunfo olvidan a las viudas y huérfanos, heridos y contusos, el valor y la constancia en la liza […] y seguimos odiándonos y asesinándonos los unos a los otros.”


A partir de lo que el autor acaba de expresar, habrá que preguntarse: ¿Se incluye él entre esos que antes de alcanzar el poder lo prometen todo y que, al tomarlo, se olvidan de cuanto han prometido? ¿Qué se esconde detrás de la reflexión que acaba de hacernos? ¿Acaso una suerte de arrepentimiento a medias, o quizá la intención de mostrarse distinto a todos los demás? Sigamos leyéndolo:


“Me dirán que yo también odio. Pero yo contesto que este es el único odio santo: el odio a la mentira y al perjurio; el odio que empleó Jesucristo para sacar a los fariseos del templo. Este odio es justicia, porque propende a la perfección moral. No es irracional...”19


Moncada pretende entonces mostrarse a sí mismo como la excepción de aquéllos que antes del poder son una cosa y estando en él resultan otra. En el resto, se puede inferir de la lectura, reina un odio visceral. En él, por el contrario, impera un odio justiciero, idéntico al que Jesucristo mismo sintió al momento de expulsar a los fariseos del templo de su Padre. El asunto no termina acá. Considérese que Moncada escribió sobre estas cosas relativas a la Revolución contra el zelayismo durante su administración, lo que nos lleva a concluir que  se piensa la excepción de la regla;  que supo, presuntamente, ser el mismo antes, durante y después de tomar el poder.  



5. Un propagandista del dominio externo


Entreguismo a toda prueba


Sofonías Salvatierra nos proporciona una imagen completa de lo que caracteriza a José María Moncada. Hela aquí:


Comienza haciendo una valoración crítica de la situación imperante en Nicaragua desde el momento en que los conservadores, con el decidido apoyo de Estados Unidos, retomaron el poder en 1910. Nicaragua quedó con ello virtualmente gobernada por los banqueros de Nueva York, Brown Brother y J. W. Seligman &amp., Cc., que la convirtieron en cosa cotizable, tanto que el mismo concepto de nacionalidad se había esfumado.


Sin embargo, liberales y conservadores presentaban este orden de cosas como bueno, todo para merecer los favores del interventor. Lo hacían aparecer “como si fuera una cosa irremediable, para que [el pueblo] no lo rechazara [...] Este género de propaganda y de política lo personificó característicamente el General José María Moncada, con la insistencia de querer forjar un  troquel.”



Refiere Salvatierra que, en una conferencia que dictó en el Parque Central de Managua, Moncada expresó que era inútil resistírsele al Norte, porque éste avanzaría sobre el Sur sin que nadie pudiera evitarlo. Todo en aras de hacerse notar ante “la intervención como uno de los suyos.” Y siendo ya presidente, para acabar con el disgusto que causara la profanación del cementerio de Managua perpetrada por soldados estadounidenses, en un manifiesto, responsabilizó a los nicaragüenses de las bajas acciones de aquéllos.


No obstante, los mismos representantes de Estados Unidos en Nicaragua, “comprendiendo la gravedad de la falta cometida por sus subalternos, hicieron acto de presencia en el fúnebre recinto.”  Y los soldados en formación “reverenciaron el sagrado lugar y dieron así una explicación a la cultura y a la humanidad, y dejaron [...] en la indebida postura al amigo que, exagerando afectos, ponía sonrojos en la amistad.”20


El periodista Gustavo Alemán Bolaños, refiriéndose al asunto, completa el panorama, indicando que los marinos destruyeron “a tiros las piezas de adornos de los monumentos de mármol” y profanaron “el recinto con francachelas sobre las tumbas.”21



En 1920, interviniendo en contra de un bloque político llamado Coalición, Moncada, según Salvatierra, en aras de ganar adeptos para la campaña electoral de la oligarquía conservadora, que llevaba como candidato a Diego Manuel Chamorro, en el Parque Central de Managua, expresó estas palabras: “La coalición no es real en sus gestiones en Washington, porque no ofrece nada a cambio, teniendo tanto que ofrecer: ríos, lagos, montañas.”


En la Guerra Constitucionalista de 1926-1927, a Moncada le correspondió dirigir la expedición del Atlántico. Bloqueó El Bluff, lo bombardeó durante muchos días sin ningún resultado. Pero él, ahora “aparecía afiliado al partido liberal, a ver que resultaba.” Sabemos que antes participó muy activamente en la Revolución contra el zelayismo, al lado de los conservadores.


En octubre de 1926, durante las conferencias auspiciadas por Denis y  verificadas en el barco estadounidense "Denver", surto en Corinto, Moncada protestaba contra la paz que la intervención estadounidense quería imponerle al país. Y hasta le hizo saber a Sacasa que si él aceptaba la paz, tendría que ver vería qué hacer con el Ejército. “Pero en Tipitapa, como la paz le convenía fue pacifista.” Moncada participaba en la Guerra Constitucionalista, tratando de aprovechar las oportunidades que, desde 1910, había buscado; primero al lado de los conservadores en contra de los liberales; ahora, combatiendo con los liberales en contra de los conservadores.


En el año 1932, a Moncada se le ve actuando nuevamente contra la paz, todo porque, según él, en su condición de Gobernante, no podía, ni debía tolerar nada que pudiera encaminarse a tratar con Sandino; y porque, para él, anota Salvatierra, pronunciarse a favor de la paz era manifestarse en contra de Estados Unidos, serle desleal. Eso significa que, para Moncada, la mayor prueba de amistad hacia esta nación “era seguirnos matando.” Y al hablarle a Sacasa, su sucesor en la Presidencia, Moncada lo declara enemigo de la misma, anticipándose así a los pasos que aquél pudiera emprender en pro de la paz.22   


Este tipo de conducta lleva al poeta Salomón de la Selva a declarar que en Nicaragua sólo existen dos partidos efectivos: el de divisa rojinegra con principios antiimperialistas bien definidos, encabezado por Sandino, y el de divisa rojiverde “cuyos principios son de oposición al pueblo y obediencia servil al amo extranjero”, dirigido por Moncada. 23


Moncada según Emiliano Chamorro


Si nos "olvidamos", póngase por caso, del tratado de 1914 que lleva su nombre y nos atenemos a los planteamientos que Emiliano Chamorro hace en su Autobiografía, su Gobierno se portó con menos entreguismo que el de Moncada. Este caudillo conservador cuenta, por ejemplo, cómo puso en cintura a unos soldados estadounidenses que, una noche, en un salón de baile, provocaron una riña con varios nicaragüenses. Los soldados fueron encarcelados, pese a las amenazas del Jefe de la guardia de la embajada de Estados Unidos de que los libraría por la fuerza y pese a la insinuación del Ministro Jefferson de retirar a los marinos de Nicaragua.


Chamorro, quien, según su propia versión de los hechos, había ordenado prepararse para repeler cualquier ataque de esas fuerzas, respondió que como él nunca solicitó a los marinos el asunto lo tenía sin cuidado. Pero ¿qué percepción tenía Chamorro de Moncada?  Al momento del triunfo sobre el zelayismo, escribe el primero, entre Luis Mena y él no existían diferencias de criterios, ni ambiciones que pudieran separarlos, “no fue sino hasta que el General José María Moncada entró a figurar al lado de Mena en la Revolución que comenzaron a ver ligerísimos puntos que parecían divergentes entre el uno y el otro”, lo que, al final, provocó el distanciamiento entre ambos.24


En busca de la presidencia


Ramón de Belausteguigoitia describe a Moncada como el cínico por antonomasia; un hombre con aparente instrucción, con una vida carente de ejemplaridad; “hombre seguro de sí mismo y de sus ambiciones”, que “no cree en el agradecimiento de los pueblos y de la historia, sino en las satisfacciones inmediatas del Poder de la ambición...”25


Rafael de Nogales Méndez proporciona de él una breve semblanza biográfica: 


De 1888 a 1892, Moncada vivió en Granada. Allí escribía en un diario local a favor del Partido Conservador, a cuyas filas se incorporó. En 1893 participó en la revolución conservadora que derrocó al presidente Roberto Sacasa. En 1894, pidió al Presidente Liberal Zelaya que lo nombrara Diputado por el Distrito de Masatepe, donde nació*, pero conociendo a Moncada como realmente era, el mandatario rehusó hacerlo. De allí que el  primero se fuera disgustado a Costa Rica. Retornó en 1897. Buscó entonces  la protección de Manuel Coronel Matus, quien, según Rafael de Nogales Méndez, lo ayudó a escribir el panfleto El porvenir, valiéndose de la imprenta nacional de Nicaragua.


Después de esto, Moncada emigró de nuevo y vivió por algún tiempo en Honduras, país en el que  permaneció, oponiéndose a Nicaragua, su país de origen. Luego pasó por El Salvador y Guatemala, donde se hizo íntimo del dictador Estrada Cabrera. En 1909, habiendo retornado a Nicaragua, se integró a la lucha contra Zelaya. En 1910, durante la administración de Juan José Estrada, fue nombrado Secretario Asistente de Guerra. En 1911, siempre bajo esa administración, fue ascendido a Secretario de Estado. 


En abril de este mismo año, junto con Estrada, trató de apresar al temible General Luis Mena, quien fungía como Ministro de Guerra. Fallando en el intento, Estrada y él se vieron encarcelados y deportados. En 1912, durante el levantamiento armado contra Adolfo Díaz, Moncada se mantuvo en Nueva York, donde se desempeñó como un asalariado de Adolfo Díaz como gratificación “por sus inútiles maniobras.”



En 1920, constatando que Estrada, Díaz y Chamorro, no deseaban ya más tratos con él, obligó a los conservadores a unirse a los constitucionalistas. Percibiendo la naturaleza ambiciosa de su personaje, Nogales Méndez, antes de la paz de Tipitapa, vaticina que Moncada no hacía más que aprovecharse de la Guerra Constitucionalista como “medio para volverse Presidente.”  Y por esta ambición, estaba presto a competir con el propio Adolfo Díaz en bajezas e infamias.26


Horacio Argüello Bolaños hace también alusión al hecho que Moncada buscara la presidencia primero con los conservadores, después con los liberales, con los cuales logró satisfacer su ambición.27


Máximo Soto Hall ve a Moncada en tres momentos distintos. En el primero de ellos, éste se le presenta como “una hermosa figura política [...] hombre de ilustración y [...] de nobles ideales”; en el segundo, esta figura, antes entera, “se cambia y se modifica tan pronto la seductora promesa de la presidencia vibra en sus oídos” y, en el tercero, se le ve reconociendo la intervención y solicitando a Estados Unidos la supervigilancia de las elecciones de 1928, que gracias a los interventores "ganó" con suma facilidad.28


¿Cuándo se operó el viraje de Moncada al campo enemigo?


Hemos de preguntarnos, ¿cuándo realmente se operó el gran viraje de Moncada al campo del enemigo? Sabemos que la aceptación del Pacto del Espino Negro no representó sino el  punto culminante de un cambio que se inició desde mucho antes que el régimen de Zelaya fuera derrocado.


Al momento de la aparición de Lo porvenir (1898), él ya actuaba asumiendo posiciones identificables plenamente con el Conservatismo, como él mismo se encargó ya de decirlo. Y unos 16 años antes de la Paz de Tipitapa, su identificación con la hegemonía estadounidense en el Hemisferio Occidental era evidente, sólo que aún no la presentaba en esa forma tan descarnada y cínica con que la presenta en sus Memorias de la Revolución contra Zelaya. 


Efectivamente, en su panfleto, Social and political influence of the United States in Central America, escrito hacia 1911, Moncada hace una defensa cerrada de la Doctrina Monroe y de la Nota Knox, afirmando, respecto a esta última, que el proceder estadounidense en contra de la tiranía de José Santos Zelaya es justo y equitativo, y se merece, en consecuencia, la aprobación de todas las naciones americanas.29


Apuntando en esta misma dirección, debemos señalar que Moncada, como él mismo se encarga de decirlo, viajó en 1923 a Washington, donde expuso ante Munro, encargado desde entonces de la sección latina, la idea de que marinos estadounidenses supervigilaran las elecciones de Nicaragua:



“Y lo decía con derecho, porque habiendo intervenido los marinos en 1912 para mantener en el poder a Adolfo Díaz, justo era que las cosas se arreglaran de la misma manera que antes se habían arreglado; que los conservadores, que no concedían ninguna libertad electoral, fueran medidos con la misma vara de medir con que a los liberales se les había medido.” Pero entonces, se queja Moncada, no se le escuchó.30


Es claro, entonces  lo siguiente: mucho antes del Espino Negro, Moncada comenzó a ofertar la idea de un liberalismo capaz de convertirse en la carta de relevo del conservatismo en su papel de fuerza intermediaria del dominio estadounidense en Nicaragua. 

*. Moncada no nació en Masatepe, como suele creerse, sino en San Rafael del Sur.





1Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit.  pp. 13, 75.  
2. Publicaciones del Partido Liberal Nacionalista. Recuerdos de un pasado que siempre es de actualidad. Editorial “La Hora”. Managua, Nicaragua, Marzo de 1962. pp. 20-21, 23-24.
3.  Alemán Bolaños. Gustavo. Sandino el Libertador. IMCUSA. San José, Costa Rica. 1980. p. 150.
4.  “Mensaje del Presidente Adolfo Díaz leído en la VI Sesión ordinaria del Congreso Nacional, celebrada el 25 de Febrero de 1927". En: Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua. Tomo XXVI. Año 1969. Managua, D.N. Nicaragua, C.A. pp. 132-133.
5.   La Gaceta. Managua, Jueves 22 de Diciembre de 1927. Nº 284. p.  2280.
6.  Belausteguigoitia, Ramón de. Con Sandino en Nicaragua. Ob. cit.  pp. 50-51.
7. Quijano, Carlos. Ensayo sobre el imperialismo de Estados Unidos en Nicaragua. (1909-1927). Ob. cit. pp. 37-38.
8. Bolaños, Pío. Génesis de la intervención norteamericana en Nicaragua. Managua: Nueva Nicaragua. 1984. pp. 23-25, 71-73, 75-76, 94, 98.
9.  Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 14, 20-21, 45-46, 79.
10. Salvatierra, Sofonías. Sandino o la tragedia de un pueblo. Madrid 1934. p. 34.
11. Selser, Gregorio. ”Zeledón y Sandino”. En: Boletín del Archivo General de la Nación. Nº 4-5. Julio-diciembre de 1980.Ob. cit. p. 15.
12. The American. 18 de Agosto de 1912. (Periódico semanal  en inglés publicado en Bluefields).
13.  Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 1-2, 15, 52, 69-70, 76.
14.  Nos referimos a la ya citada Publicaciones del Partido Liberal Nacionalista. Recuerdos de un pasado que siempre es de actualidad.
15. Carta de José Coronel Urtecho a Emiliano Chamorro de Agosto de 1938. En: Publicaciones del Partido Liberal Nacionalista. Ob. cit. pp. 7, 15, 19.
16. Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 16, 78. 
17.The American. 18 de Agosto de 1912.
18. Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 17-18, 20, 86, 93, 98-99,  101, 120, 142-143, 146-147, 157, 166, 211.
19. Ibíd. pp. 67-68. 
20. Salvatierra, Sofonías. Sandino o la tragedia de un Pueblo. Ob. cit. pp. 24, 28-29.
21. Alemán Bolaños, Gustavo. Sandino el Libertador. Ob. cit. pp. 201-202. 
22. Salvatierra, Sofonías.  Sandino o la Tragedia de un pueblo. Ob. cit. 30, 38, 88-89.
23. Selva, Salomón. “Los dos partidos efectivos de Nicaragua”. En: El Sandinismo: Documentos Básicos. Instituto de Historia del Sandinismo. Managua: Nueva Nicaragua, 1983. p. 277.
24. Chamorro, Emiliano. El último caudillo. Autobiografía. Ob. cit. pp. 188-189, 268. 
25. Belausteguigoitia. Ramón de. Con Sandino en Nicaragua. Ob. cit. pp. 53-55, 210.
26. Nogales Méndez, Rafael. El Saqueo de Nicaragua. Ediciones Centauro, Caracas Venezuela. 1981. pp. 199-200.
27. Argüello Bolaños, Horacio. "Los Vende Patria. Genios y Hombres". En: Revista Conservadora. Octubre de 1969. pp. 34-35. 
28. Soto Hall, Máximo. Nicaragua y el Imperialismo Norteamericano. Artes y Letras Editorial. Av. de Mayo 1357 Buenos Aires, 1929. pp. 93-95.
29. Moncada, J.M. Social and Political influence of the United States in Central America. Translated from the spanish by Aloysius C. Gaham of The New York Bar. Sin fecha de edición. Fotocopia. Fondo Moncada. IHNCA. p. 45.
30.  La Gaceta. Sección Editorial. Manifiesto Presidencial. Jueves 22 de Mayo de 1930.  p. 882.

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