¿Somos todos comunistas?
Atilio Borón
ene 11th, 2014 |
By Boltxe kolektiboa |
Category: Sozialismoa
Hacia
finales del siglo pasado el economista y sociólogo marxista norteamericano
James O’Connor elaboró un muy interesante argumento en torno a lo que dio en
llamar “la segunda contradicción del capitalismo”. La primera era la que oponía
trabajo asalariado a capital. Era la contradicción “clásica” analizada en los
textos fundacionales del marxismo. Trabajo asalariado que no era otra cosa que
la culminación del proceso por el cual con el advenimiento del capitalismo
hombres y mujeres dejaron de ser personas para convertirse en un tipo muy
especial de mercancía, la fuerza de trabajo. Tipo muy especial porque, a
diferencia de cualquier otra mercancía, la fuerza de trabajo posee el don único
de valorizar al capital y de esa manera asegurar su reproducción ampliada. Esto
es lo que Marx en El Capital llamó “el recóndito
secreto de la plusvalía.”
El
aporte de O’Connor fue advertir que el capitalismo tenía que vérselas también
con una segunda contradicción, la que oponía el desarrollo de las fuerzas productivas
y la consecuente acumulación del capital con la naturaleza, que en gran medida
se compone de (a) un stock fijo de los así llamados “recursos naturales”, en
realidad bienes comunes, y (b) una porción decreciente de recursos renovables,
todos los cuales condicionan y establecen límites tanto al capital constante
como al capital variable. Esta “segunda contradicción” había sido atisbada por
Marx tanto en los Grundrisse como en El
Capital, pero en una época, como la segunda mitad del siglo XIX, caracterizada
por una sobreabundancia de “recursos naturales” en relación a la demanda
exigida por el proceso de desarrollo capitalista era poco menos que inevitable
la subestimación de su importancia, algo que sería inadmisible el día de hoy
cuando la naturaleza: el agua, el aire, los bosques y selvas, las especies
vegetales y animales, todo ha sido convertido en mercancía por la dinámica
capitalista. En esta segunda contradicción la acelerada tasa de agotamiento de
algunos minerales (o de los hidrocarburos, para citar apenas un par de
ejemplos) impacta frontalmente sobre los costos de producción de ciertas ramas
industriales y, en consecuencia, sobre la tasa de ganancia de la empresa
capitalista. El argumento es muy complejo y no es este el lugar para desarrollarlo
con el nivel de detalle que sería preciso, pero creemos que con lo dicho basta
para formarse una idea del argumento de O’Connor y, más en general, de todo el
“ecosocialismo.”
Ahora
bien: si el capitalismo demostró tener la habilidad de neutralizar gran parte
–pero no todas, y como prueba están las revoluciones del siglo veinte- de las
reacciones contestatarias que brotaban de la contradicción trabajo
asalariado-capital (gracias a su capacidad de construir una hegemonía sobre el
conjunto de la sociedad, tema sobre el cual Gramsci teorizó profundamente) los
dispositivos de “dirección intelectual y moral”, para seguir con las categorías
del fundador del PCI, o la eficacia de la “industria cultural” de la sociedad
burguesa (Adorno y Horkheimer), no tienen efecto alguno sobre la “segunda
contradicción.” Se puede intentar persuadir a la clase obrera y a los
trabajadores en general de que el capitalismo es el único sistema realista y
posible, porque reconcilia el “egoísmo natural” del hombre con los imperativos
de la organización económica y que, en consecuencia, fútil será cualquier
intento de construir una nueva sociedad. Si el indoctrinamiento ideológico del
capitalismo tiene éxito la contradicción será atenuada, impidiendo una ruptura
revolucionaria. Pero nada de esto se aplica a la “segunda contradicción”: puede
haber mucho cobre y carbón en la tierra, pero más pronto que tarde se acabarán,
como se han ido acabando bosques y selvas y la incompatibilidad entre la
acumulación capitalista y la salvaguarda de la naturaleza no responde a las
estrategias de manipulación ideológica. Se puede manipular la conciencia social
–de eso trata la industria de la publicidad, nos recuerda Chomsky- como para
que una sociedad inherente e insanablemente injusta como el capitalismo
aparezca como una “sociedad libre”, donde quienes se quedan hundidos en la
pobreza es exclusivamente por causa de su indolencia o ignorancia; pero nada de
ello es posible en el terreno de la “segunda contradicción”. Allí los
discursos, relatos, propaganda y manipulación ideológica chocan, literalmente,
contra las capas geológicas del planeta, contra la tierra, contra el agua cada
vez más inalcanzable para mil millones de seres humanos. Este límite, el que
opone la naturaleza al capitalismo, es infranqueable; el otro, el que enfrenta
al trabajo asalariado con el capital, puede ser relativamente controlado,
aunque mediante operaciones cada vez más complicadas y costosas. Si el límite
tradicional remataba en un dilema: “socialismo o barbarie”, el segundo límite
es mucho más radical, es “socialismo o extinción de la especie humana”, como lo
advirtiera Fidel en la Cumbre de la Tierra (Río, 1992). Por eso, en el trabajo
que subimos a continuación en nuestro blog, Manuel M. Navarrete habla de los
“comunistas sin saberlo” ante un mundo que, visto desde esta perspectiva, sólo
puede salvarse si los bienes comunes de la Madre Tierra pasan a ser utilizados
siguiendo una lógica diametralmente opuesta a la que marca la ley del valor. En
otras palabras, si se utilizan en una nueva organización económica claramente
pos-capitalista, tendencialmente orientada hacia la construcción de una
sociedad comunista. Esto es lo que, con otras palabras, propone Navarrete en su
artículo.
Comunistas sin saberlo
Manuel M. Navarrete *
Rebelión, 19 de Abril de 2009
Es
nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que en lugar de
encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros a salvo del arma de
destrucción masiva más potente de la historia: el sistema económico internacional.
(Carlos Fernández Liria)
(Carlos Fernández Liria)
El
90% de la gente es comunista sin saberlo. Sé que podrá sonar a afirmación
excéntrica para llamar la atención. Nada más lejos de mi intención.
Supongamos
que somos astronautas y descubrimos un pequeño planeta. Este planeta está
habitado por una especie de seres, algunos de los cuales son verdes y otros
azules, aunque todos se alimentan de bananas. Lo que pasa es que sólo hay cinco
bananeras en todo el planeta. Cuatro de ellas están en la zona donde viven los
90 verdes; la quinta, donde viven los azules, que son sólo 10. Sin embargo, los
90 verdes (que se mueren de hambre) trabajan para los 10 azules (que, para
colmo, viven en la opulencia).
Supongamos
que volvemos a la Tierra y hacemos una encuesta. ¿No están seguros de que, como
poco, el 90% de los encuestados pensaría que esa situación es injusta y
abominable? ¿No están seguros de que al menos nueve de cada diez encuestados
serían razonablemente partidarios de colectivizar las cinco bananeras, puesto
que de este modo nadie tendría que morir de hambre en pos del disfrute ajeno?
Cualquier
persona que piense esto; cualquier persona a la que le parezca inmoral e
incluso nazi la postura del 10% restante (que he dejado por margen de error,
más que por otra cosa) es ya comunista sin saberlo.
Porque
nosotros vivimos en ese mundo de los verdes y los azules (aunque los colores
aquí sean otros…). Pensémoslo. ¿Cuánto petróleo, oro, diamantes, coltán o plata
tiene España? Prácticamente nada. En cambio, ¿cuánto tienen África o Latinoamérica?
Inmensas reservas. ¿Cómo es posible, entonces, que allí estén peor? ¿Quizá algo
inherente a su raza? ¿O tal vez elaboran Constituciones más imperfectas que la
española y ello les lleva misteriosamente al hambre? ¿No tendrá algo que ver el
hecho de que, hace unos siglos, esos países fueran esclavizados por nosotros?
¿Será también casualidad que, cada día, nuestras multinacionales sigan
explotando sus recursos y reinvirtiendo los capitales aquí, en la metrópoli?
Incluso
la FAO (la organización específica de la ONU ocupada de asuntos alimentarios)
reconoce que este planeta es capaz de abastecer a más del doble de su
población. Incluso el Global Footprint Network (California) demostró
matemáticamente que el nivel de vida de un país como España es imposible de
generalizar a todo el planeta (harían falta tres planetas Tierra para ello).
Dado
que sólo disponemos de un planeta Tierra, ¿cómo justificaremos nuestro derecho
a vivir por encima de otros pueblos, si no es mediante tesis supremacistas? Si
mi nivel de vida es imposible de generalizar a cada ser humano del mundo, no
puedo defenderlo como argumento de nada, porque es sencillamente defender un
privilegio.
Según
ese mismo estudio, hay otros países cuyo nivel de vida sí es sostenible para el
planeta, pero en ellos existen situaciones de miseria y muerte de hambre.
Existe un único país en el mundo (insisto: sólo uno) que cumple al mismo tiempo
los requisitos de sostenibilidad y bienestar, sin muerte de hambre: Cuba.
Así
pues, el único modelo económico que cabe defender sin estar defendiendo
privilegios es el cubano. Se piense lo que se piense de su modelo político, lo
que acabo de decir es irrefutable, por un motivo bastante sencillo: no es una
opinión. Cuando un profesor explica en la pizarra que dos más dos son cuatro,
no está diciendo que su opinión sea que dos más dos son cuatro. Lo que yo acabo
de escribir tampoco se sitúa en el terreno de las opiniones. No está por encima
ni por debajo de ellas, tampoco a su izquierda o a su derecha. Sencillamente está
en otro plano completamente diferente: el de los hechos objetivos.
Si
hay recursos sobrados para abastecer a todos pero no se hace; si, además, mi
nivel de vida no es generalizable a todo el planeta; si, para colmo, las zonas
más ricas en recursos son otras y precisamente las más hambrientas, entonces
¿cómo negar que estoy viviendo a costa de la explotación de quienes no están
abastecidos? Es lógica matemática, ¿cómo refutarla? No se trata de superioridad
intelectual, sino de que yo, con mayor o menor suerte, al menos busco la
verdad, y no la justificación de intereses espurios.
El
quid de la cuestión está en que el hambre no es producto del mal funcionamiento
del sistema, sino del buen funcionamiento del sistema. La concentración
creciente de los recursos es inherente a la propia lógica del sistema económico
capitalista. Por eso éste asesina a 40.000 personas de hambre cada día, una por
una. En otras palabras, cada día hay doscientos 11-M en el mundo, pero de
hambre. ¿Por qué nos importará tan poco? ¿Será precisamente porque sospechamos
miserablemente su causa y, en lugar de comunistas sin saberlo, somos nazis
sospechándolo?
Nos
han escamoteado el verdadero debate: ese es el problema. Nos lanzan cien
patrañas sobre Cuba (que no hay elecciones, que las hay pero sólo pueden
presentarse los del PC, que viven peor que el resto de Latinoamérica, que no
tienen permiso para opinar, que su prensa es menos libre que la que controlan
multinacionales como PRISA…) para que nos dediquemos a rebatirlas y, agobiados,
no demos abasto. También -y aquí hemos fallado nosotros- nos centramos con
frecuencia en debatir sobre el pasado, o nos obcecamos en interminables
discusiones terminológicas, sin estar tan en desacuerdo como de ese modo
hacemos ver.
El
verdadero debate no va por ahí, y debemos intentar recuperarlo. Aunque se
demostrara que lo que las multinacionales mediáticas afirman sobre Cuba es
cierto; aunque se demostraran cosas mil veces peores, yo seguiría siendo
partidario de una economía socialista, por sentido común. Es irracional
permitir que con los medios fundamentales de vida se hagan negocios privados, y
no hay nada en la economía socialista que la haga inherente a políticas más
represivas que las aplicadas por países capitalistas. La Alemania nazi era un
país capitalista y asesinó a millones, por no hablar de los EE UU (Vietnam,
Irak…) o -como dijimos- de las víctimas cotidianas del hambre.
Si
soy comunista (o anarquista, o anticapitalista), no es por una cuestión
ideológica a priori; tampoco porque me apasione la política (prefiero el ocio).
Sino por una cuestión racional y a la vez moral: es la única opción que me
permite conservar la dignidad como ser humano. Porque un privilegio puede ser
placentero, y muchas cosas más, pero es por definición indigno. Como también lo
es buscar mil excusas para no alzar al menos la voz contra semejante genocidio
silencioso una vez que se hace innegable (por ejemplo, los pretextos
torremarfilistas que exigen la perfección a quienes sí se oponen, como si la
pasividad no fuera de entrada mucho más imperfecta).
En
las películas de Ciencia-Ficción, los extraterrestres suelen retratarse superdesarrollados
sólo tecnológicamente. Supongamos que algún día nos visitaran, pero estuvieran
también superdesarrollados éticamente. En ese caso, lo primero que harían sería
realizar estadísticas parecidas a las de la FAO y el Global Footprint Network,
y seguramente, con cara extrañada, nos preguntarían: perdonad, pero… ¿qué
estáis haciendo? ¿Qué clase de seres sois? Aquí hay comida para todos, ¿cómo es
que una minoría vive en la opulencia mientras la mayoría se muere de hambre? Lo
mismo dirían Jesucristo y Mahoma, si Dios existiera y les permitiera volver.
Si
ese día llegara, me gustaría que no se me tuviera que caer la cara de
vergüenza; me gustaría poder decirles: yo siempre me opuse a esta barbarie. Y
el único modo de hacerlo es siendo comunista.
___________
*
Manuel M. Navarrete es Licenciado en Filología Hispánica y Máster en
Profesorado por la Universidad de Sevilla (Andalucía). Activista de los
movimientos sociales y del sindicalismo alternativo. Pesimista de la razón y
optimista de la voluntad
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