El comunismo incaico
Manuel Moncada Fonseca
Tercera parte
El comunismo incaico poseía naturaleza agraria. Paolo Gallizioli acota que el mismo “preveía la propiedad común de las tierras cultivables, de las aguas, de las tierras de pasto y de los bosques; la cooperación en el trabajo y la apropiación individual de cosechas y frutos.” Es más, aunque el dominio colonial puso fin a la estructura económica incaica, el “indio nunca se hizo individualista, siempre encontró el medio de defender la comunidad a través de la cooperación. La persistencia de la comunidad frente a la agresión constante de las haciendas es una prueba de la tendencia natural del indio al comunismo.”[1]
En la misma tónica arriba
anotada, otra fuente, después de acusar las controversias al respecto, plantea qué
significaba el imperio incaico para las mayorías que lo habitaban:
“No
puede caber duda respecto al hecho de que esa organización se aproximó, como
ninguna otra en el mundo, al ideal de justicia y bienestar a que aspiran los
pueblos de la humanidad actual. Fue una sociedad donde el trabajo era
obligatorio, donde se producían alimentos en la mayor proporción posible; donde
cada familia natural, como miembro de la familia social o ayllu, tenía derecho
a cultivar un lote de tierras suficiente para satisfacer sus necesidades. La
previsión social funcionaba, cuando la comunidad tenía el deber de trabajar las
tierras de los inválidos, sea por razón de edad avanzada, sexo, enfermedad o
incapacidad, o por razón de estar prestando servicios en el ejército. En esa
forma se consiguió que no hubiera mendigos ni desocupados, siendo castigada
como un delito la ociosidad. Por lo tanto, no había familias demasiado ricas,
ni gentes demasiado pobres como en la sociedad actual.”[2]
Ciertamente, el extenso
dominio de los incas sólo pudo mantenerse y desarrollarse gracias a la
preocupación que ellos mostraron por la felicidad y el bienestar de los pueblos
conquistados. Prueba de ello fue el desconocimiento del hambre y las grandes
injusticias.[3]
El investigador alemán
Bernd Schmelz, cataloga al estado incaico como un estado perfectamente
organizado que logró conquistar y administrar un imperio tan vasto recurriendo
a principios de organización social con fuerte arraigo en la región andina. Por
su parte, la investigadora Karoline Noack, también alemana, acota que nunca se
ha visto que a una cultura se le llame de formas tan disímiles como a la inca:
socialista, comunista e imperialista. Aunque estos criterios no afirmen ni
nieguen la condición socialista o comunista del estado incaico, reconocen, eso
sí, que los incas tomaron muy en cuenta las tradiciones de los pueblos bajo su
poder, tales como el ayllu y la mita y que no se trataba de un estado
centralista absolutista.[4]
Y aún entre aquéllos que
están o estuvieron lejos de los ideales socialistas y que más bien abrazan o
abrazaron, sin vacilaciones, los ideales de la civilización capitalista, se
reconocen las bondades que, a su parecer, tuvo la cultura incaica. En ese
sentido, traemos a colación la interesantísima posición de lo que pensaba el
escritor y político peruano José de La Riva Agüero (1885-1944):
Planteaba este intelectual
peruano que el carácter de las instituciones incaicas consistía “en la
teocracia despótica, en el socialismo, en la inmovilidad y en la total sumisión
e ignorancia del indio”. De inmediato, aunque sostiene que “El Inca era Dios” y
que, por tanto, “ante él desaparecían
todos las libertades de los súbditos”, refiere que “La propiedad era colectiva;
el matrimonio impuesto por el gobierno. En fin el objeto del indio no consistía
en su bienestar [individual], sino en el social.”
Más importante aún es que
haga este reconocimiento:
“No puede menos de
admirarnos que un estado de civilización tan incipiente haya podido alzarse
hasta la sublime idea de confraternidad y colocar la utilidad de cada uno en la
de todos”. Esto lo acota aunque luego diga, reflejando su visión burguesa del
mundo, que “la realización de semejante idea, fructuosa solo en una sociedad de
ángeles o santos, hubo de encontrar en el Perú obstáculos morales que lo
hicieron en alto grado maléfico.”
Todo porque parte de la
idea dominante de la civilización occidental, lo cual expresa sin ambages.
Mucho ojo a lo que admite: “En la inmensa mayoría de los hombres, el egoísmo es
la causa de la actividad y del progreso. […] y
los inventos industriales y científicos no pudieron nacer donde faltaban el
poderosos estímulo de la propiedad privada, y toda la libertad de pensamiento.
Consecuencia rigurosa del despotismo teocrático y del socialismo fue la
inmovilidad, el estancamiento.”
Desde luego, diferimos de
esta comprensión de la vida social dado que el mundo empresarial no es, en sí
mismo, motor del desarrollo industrial y científico; menos que aceptemos el supuesto falso de la
libertad de pensamiento. El empresariado no ha hecho sino explotar al
asalariado, al que siempre arrebata una parte de su jornada laboral, devenida
de la parte adicional de esta última, de la cual se apropia sin novedad.
Respecto a lo segundo, en verdad está
suficientemente comprobado que el capitalismo jamás ha permitido mayor libertad de conciencia que
aquella que no ponga en riesgo sus bases de sustentación. Tampoco admitimos lo
tercero; a saber, que el socialismo y el despotismo teocrático dieran lugar al
estancamiento del imperio incaico. Lo cierto es que el socialismo logró avanzar
en pocas décadas lo que el capitalismo alcanzó en siglos; el Tahuantinsuyo
alcanzó en un solo siglo grandes niveles de desarrollo socio-económico, hecho
antes nunca visto.
“Otra consecuencia fatal
del despotismo teocrático –añade el autor- fue la servil sumisión del indio y
su completa ignorancia.” Hablar de ignorancia en las circunstancias de los
pueblos incaicos es expresión inequívoca del traslape de situaciones y
civilizaciones muy distantes en el plano geográfico e histórico. Digamos
entonces que lo que acá se llama ignorancia debe, por fuerza, contemplarse de
modo relativo, toda vez que en los logros incaicos, en tan solo un siglo de
existencia, lejos de expresarse ignorancia, se evidencia sabiduría. Más aun, ello puede deducirse de este reconocimiento
que hace el autor: “Los adelantos fueron notables en las industrias,
principalmente, en la agricultura, muy superior a la europea de entonces”.[5]
¿Hubo esclavitud entre los Incas?
Deseamos poner de
relieve algo de mucha importancia en relación con el concepto esclavo aplicado
al imperio incaico y a muchas otras culturas nativas de América, ya que no
puede entenderse de forma mecánica, ni absoluta. Como plantea la autora
Laurette Sejourne, los europeos llamaban esclavos a distintos tipos de
servidores, pero nada confirmaba la existencia de la esclavitud como institución.
Y Las Casas, citado por esta misma autora, escribe: “... Nunca en todas
estas Indias se halló que hiciesen diferencias, o muy poca, de los libres y aun
de los hijos a los esclavos, cuando al tratamiento, cuasi en la mayor parte, si
no fue en la Nueva España y en las otras provincias donde acostumbraban
sacrificar hombres a sus dioses, que sacrificaban comúnmente los que en las
guerras captivaban por esclavos...”[6]
Anglería, citado
por la misma autora, expresa: “Es cosa averiguada que aquellos indígenas poseen
en común la tierra, como la luz del sol y el agua, y que desconocen las
palabras “tuyo” y “mío”, semillero de todos los males”.[7]
Compartimos, así, la afirmación de que
entre los incas no hubo esclavitud en el sentido estricto de la palabra. Si
acaso, los únicos que se acercaban esta condición fueron los pinas, hombres que
no pertenecían a la comunidad. Se trataba de prisioneros de guerra.[8]
Aún cuando reconoce la naturaleza autocrática de la
sociedad incaica, José Carlos Mariátegui la define, como “comunismo agrario”. Y
a aquellos autores que la critican a partir de concepciones liberales de
libertad y de justicia, Mariátegui opone el hecho histórico -que él estima
positivo e irrefutable-, de que el régimen incaico garantizaba la existencia y
el crecimiento de la población; de modo que, al momento de aparición de los
conquistadores españoles, ésta se calculaba en diez millones de personas. Y,
por el contrario, tras tres siglos de dominio colonial, dicha población se
redujo a tan sólo un millón de personas. No obstante, este autor peruano no
confunde las cosas. Aclara que el comunismo incaico y el contemporáneo son
fenómenos diferentes entre sí; ambos son, para él, el resultado de experiencias
y de civilizaciones humanas distintas.[9]
[1] Tomado de: Organización Social Inca: Nobleza y Pueblo.
http://www.historiacultural.com/2009/04/organizacion-social-inca-nobleza-y.html
[2] EL IMPERIO SOCIALISTA DE LOS INCAS. https://akwanusagana.wordpress.com/2012/02/04/el-imperio-socialista-de-los-incas/
[3] Monografías.com. Los incas. Ob. cit.
[4] DW.com. Los incas: entre mito y realidad. http://www.dw.com/es/los-incas-entre-mito-y-realidad/a-17187314
[5] José de La Riva Agüero. OBRAS COMPLETAS DE JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO. I
v ESTUDIOS DE HISTORIA PERUANA LAS CIVILIZACIONES PRIMITIVAS y EL IMPERIO
INCAICO. INFLUENCIA DE LAS INSTITUCIONES INCAICAS EN LA CIVILIZACIÓN DEL
PERÚ. http://repositorio.pucp.edu.pe/index/bitstream/handle/123456789/9204/Estudios%20de%20historia%20peruana
[6] Sejourne, Laurette. América Latina
I. Antiguas Culturas Precolombinas. Siglo
XXI, editores S.A. Cuarta edición en castellano, diciembre de 1973. p. 135.
[7] Cita de
Pedro Mártir de Anglería en: América Latina. I. Antiguas
culturas precolombinas. Ob. cit. p. 136.
[8]Taringa. “Todo sobre los incas”. www.taringa.net/posts/info/3446211/Todo-sobre—los
incas.html
[9] Kuzmishev, V.A. Orígenes
del pensamiento social del Perú. Obra en ruso. Editorial “Nauka”. 1979. p.
309.
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