Henry L. Stimson "pacificador" de Nicaragua en mayo de 1927; cómplice principal de Truman en el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945
José María Moncada en su dimensión de Dirigente Político. Segunda entrega
3. El apoyo de Estados Unidos a la Revolución*
Problemas en las filas revolucionarias
Ya hablamos del
infausto panorama que, al parecer de Moncada, reinaba en las filas del régimen
zelayista. Sin embargo, según sus propios planteamientos, las cosas tampoco
andaban bien entre los revolucionarios que se alzaron en armas en contra de
este régimen en 1909. Hubo liberales que se comprometieron a secundar la lucha
de la Costa, pronunciándose a favor de ella en Granada y tomándose los vapores
del Lago de Nicaragua. Pero no ocurrió nada de lo que prometieron; ni siquiera
siguieron el camino por tierra que los hubiera llevado hasta la Costa para
incorporarse a la Revolución. Tampoco se movieron cuando supieron que Emiliano
Chamorro había desembarcado en el Bluff, al momento en que estalló la
insurrección. Y hasta en Bluefields hubo liberales rivenses que se mostraron
indiferentes al inicio, aunque otros fueron resueltos desde el comienzo.
Merece
atención lo que el autor señala de los hermanos Enrique y Rodolfo Espinoza. Al
primero, la revolución lo nombró agente para comprar armas en Nueva Orleans; el
segundo fue propuesto por Juan José Estrada para que representara al Gobierno Provisional
en Washington, pero, amen de rehusarse, “declaró
(...) ante uno de los secretarios de Estado [norte] americano que la revolución de
Bluefields no tenía el apoyo del país.” Moncada aclara, no obstante, que
Rodolfo Espinoza era uno de los ministros de Zelaya y que, en tal concepto, no
había hecho otra cosa que cumplir con su deber.
Según Moncada, el
asunto estriba en que, al conocer que sus hermanos eran parte preponderante de
la rebelión en la Costa, Rodolfo Espinoza se acercó a la Revolución, expresando
entonces que, a su juicio, la continuidad de Zelaya en el poder era
inconveniente para toda Centro América. De esta forma, nació la
contrarrevolución.
En relación con Enrique Espinoza, refiere que, al mismo tiempo que se escogió al Dr. Salvador Castrillo como representante de la Revolución en Washington, éste viajó a Nueva Orleans con el objeto de comprar rifles, tiros y otros elementos. Sin embargo, al regresar a Bluefields, llevó consigo mil rifles "Mauser", dos máquinas y doscientos mil tiros. Pero el parque no era para "Mauser" y, ante semejante hecho, sólo expresó que llegaría “más tarde.”
Así
las cosas, Bluefields se vio paralizada, en un momento en el que las “huestes” de Zelaya continuaban
acercándose a El Rama. En estas condiciones, los generales revolucionarios
retrocedían. La solución al problema la dio un mecánico, que tuvo la idea de
ampliar la recámara de los rifles. Así se hizo, y los rifles, puestos en acción,
colocaron a El Rama en condiciones de resistir.1
Un recambio inesperado
José Madriz, presidente de Nicaragua desde el 21 de diciembre de 1909 hasta el 19 de agosto de 1910. Derrocado por los conservadores gracias a la intervención estadounidense en su contra.
Según Moncada, se supo que Zelaya maquinó para que uno de los suyos le sucediera en el poder. Sin embargo, arteramente, envió a los revolucionarios proposiciones de paz que éstos rechazaron, no pudiendo, sin embargo, detener el rumbo que llevaban las cosas: Madriz llegó al poder el mismo día de la batalla de El Recreo. Tuvo un bautizo de sangre. Y, según la visión del autor, siendo impuras las manos que colocaron en las suyas la administración del país, viviría envuelto en la borrasca y la impureza.
Con ese recambio las cosas se complicaron. En apariencia, Madriz profesaba ideales libertarios. Pero, no los practicaba. Transigía por oro. Y esto no iba del todo con él, afirma Moncada, quien comprendiendo la apariencia del cambio que quería operarse en el poder y la que daba el mismo Madriz, se pronunció a favor de librar la batalla de El Recreo lo más pronto posible. En las filas revolucionarias se resolvió librarla el 20 de diciembre de 1909.
Al
parecer, Zelaya quiso resistirse al cambio en espera de los resultados de El
Recreo. Conociéndolos, el 21 diciembre, transfirió a Madriz todo el poder y, de
esta forma, la guerra en Nicaragua entró en una nueva etapa, tornándose más
cruel y terrible, al avivar los odios pasados y presentes.
La
presencia de Madriz en el poder imposibilitó la unidad de los liberales y los
conservadores que peleaban contra el régimen tiránico en la Costa. Y no se
puede decir que Zelaya pensara en él de forma casual. Lo hizo inspirado por una
intriga poderosa urdida en un país extraño. Con todo, la Revolución siguió
adelante. Al respecto, Moncada escribe:
“...y tengo [el] orgullo en haber ayudado con todas mis fuerzas a los conservadores contra los liberales. Muy estúpido sería si en diez y seis años de odisea política (?) no hubiese comprendido que tal partido liberal es indigno de figurar en la historia de Nicaragua.” Además, ese partido, según él, vale lo que la fracción hebertista valió para la revolución francesa.2
Disputa por la dirección de la campaña
La
revolución siguió avanzando, dice el autor. Empero, al no más caer enfermo
Mena, las disputas por la dirección de la campaña no se hicieron esperar.
Rivera, el intendente, la quería para Agustín Zeledón. Chamorro la pedía para
él “con más derecho y con sobrada justicia.” Al final, en virtud de que los razonamientos
de Moncada siempre tuvieron eco en el General Estrada, Jefe del Gobierno
Provisional, la elección recayó en “Chamorro
con gran contentamiento del ejército.” Pero, de entre los oficiales de las
fuerzas rebeldes, Matute, cuando menos, mostró descontento por ese
nombramiento, expresando que no acataría las órdenes de Chamorro, pues para él
era una lástima que, en esas manos, todo se fuera a perder.
En
medio de ese estira y encoge que motivó la selección del sustituto de Mena -lo
que había hecho que cada cual actuara por su lado, de acuerdo a sus propios
intereses- se perdió tiempo. Esto permitió a las fuerzas de Madriz prepararse
mejor, mientras él hacía propuestas de paz, aparentando disposición para ceder.
La situación no era del todo buena para la causa de la Revolución.
La descoordinación, cuenta Moncada, estaba a la orden del día, al grado que se registró un choque entre sus propias fuerzas, motivado por el extravío de un piquete que se ordenó realizar una noche. Hubo en ello influencia del alcohol, pues muchos oficiales estaban en estado de ebriedad. Peor aún, la fuerza de avanzada, desde temprano, se había pasado al enemigo. Y, aún tras la batalla, siguió observándose el fenómeno. En las filas revolucionarias sólo quedaron “los pocos hombres de Mena”, que sumaban unos ciento cincuenta hombres.
Chamorro
fue derrotado en Tisma, lo que fue un gran yerro de su parte. El resto de las
fuerzas hubiera tenido el tiempo necesario para correr en su auxilio. Pero,
mientras Mena y Moncada querían hacerlo, otros lo impedían. Unos tiraban del
carro hacia adelante; otros, lo hacían hacia atrás.
Si,
como ya quedó dicho, toda Nicaragua estaba en contra de Zelaya, en contra de Madriz, anota Moncada, sólo estaba
la Costa Atlántica, sólo ella “sangraba
por la libertad.” Granada, Masaya y Managua, en cambio, no lo hacían.3
El apoyo de Estados Unidos a la Revolución
Moncada critica a Madriz pensando que sus proposiciones de paz no son sinceras. Sin embargo, los llamados revolucionarios hacían lo suyo: proponían a Madriz la mediación -que éste rechazaba- del Gobierno de Estados Unidos. Pero estimaban “necesario impedir todo arreglo”, pues preferían “morir en aquellas montañas”, sepultarse “bajo la ciénaga” o en “las aguas del mar”, y hasta “concluir con todo”, antes de someterse “a esa tiranía espantosa.”
Los
revolucionarios querían ganar la guerra contra el régimen de Madriz, pero
sabían que eso no podría volverse realidad sin el apoyo estadounidense. Desde
luego, no todos confesaban que las cosas fueran efectivamente así. Tampoco lo
hacían los liberales que, como Moncada, participaron en la lucha contra el
liberalismo nacionalista. En aras de negar la subordinación y la dependencia de
los revolucionarios respecto a Estados Unidos, Moncada cuenta que Chamorro les
propuso solicitar a New Orleáns, o a Panamá, quinientos mil dólares; que le
respondieron que quizá no hubiera necesidad y que, para la causa de la
Revolución, sería más glorioso hacer las cosas con sus propios esfuerzos.
Ligado
a este afán de Moncada de negar la dependencia que los revolucionarios tenían
respecto al Norte, estaba también su propósito de presentar a este imperio como
una fuerza que influía en los asuntos internos de Nicaragua, pero sólo en un
plano estrictamente moral y fraternal. De este modo, la negativa para aceptar
la ayuda estadounidense no tenía nada en común con el temor a una conquista,
sino con la dignidad y el orgullo, pues se tenía confianza en que el triunfo,
al fin y al cabo, sería alcanzado “sin
auxilio material de nadie.”
Hay más aún: en diciembre de 1909, habiendo fracasado en su empeño de evitar que las fuerzas de Madriz entraran a El Rama y a Bluefields, la Revolución pensó en proclamar a la Costa Atlántica “república independiente, al igual de la de Panamá.” Prestemos atención a esta idea porque la comparación con Panamá no tiene nada de casual. Realmente la única manera de lograr ese propósito era contando con el apoyo estadounidense. No extraña que Thomas P. Moffat, cónsul de Estados Unidos en Bluefields, según refiere Carlos Cuadra Pasos, presentara a los líderes conservadores un plan en tal sentido. Por lo demás, Panamá no se volvió, al separarse de Colombia en 1903, sino una colonia del imperio estadounidense. No en vano, como señala Moncada, los madricistas acusaban a los revolucionarios de querer vender la Costa.
El
"Venus", un barco gubernamental, amenazaba a los revolucionarios en
el Bluff. Hasta ellos llegó un oficio de rendición enviado por Irías, que fue
contestado enérgicamente por vapores estadounidenses encargados, según Moncada,
de proteger -la cantinela de siempre- los intereses y las vidas estadounidenses. Bajo la compresión de
que se acercaba el combate, de los vapores desembarcó gente en Bluefields.
Mientras
tanto, el Bluff, la presunta fortaleza inexpugnable, defendida por unos
doscientos hombres valientes, pero carentes de alma para el combate, cayó en
manos de fuerzas gubernamentales. Para salvar la situación comprometida de los
revolucionarios, la intervención estadounidense dio a conocer una resolución del
Gobierno de su país, en la que se reconocía el derecho de aquéllos para
recaudar aranceles aduaneros. Se puso así término a la ocupación de la
fortaleza.4
El dominio estadounidense como fatalidad
Aunque atrás hemos visto a Moncada afanado en negar
la intervención estadounidense en favor de los revolucionarios antizelayistas,
ahora lo veremos en un plano contrario, no sólo admitiendo la intervención sino
también estimándola fatal. La lectura detenida de lo que él dice al respecto,
propiamente sobre la relación entre los pueblos grandes y los pequeños, nos ha
servido para detectar que, a estas alturas, en su pensamiento se ha registrado
un vuelco radical hacia la derecha, en el que ya no queda nada de ese antiguo
espíritu de lucha que, en un inicio, alimentó, así fuera sólo en lo teórico.**
El mundo, a su parecer, es ahora un organismo que tiene un cerebro derivado del pensamiento y de los intereses predominantes y fatales, tanto en la economía, como en la política. El género humano va, de este modo, rumbo a una suerte de confederación universal de pueblos pequeños y grandes, siguiendo el ejemplo de los astros que, guiados por el sol, se dirigen a la constelación de Hércules. En este sentido, la intervención estadounidense es un hecho fatal, responde a una ley biológica; por ello, resulta imposible detenerla. Los gobernantes de talento deben convertirla en algo moderado que dé paso a la mezcla y no a la destrucción de unas razas por otras.
Dando
a entender que está en favor de que los débiles puedan ser en verdad
independientes, Moncada expresa: “Sería
muy hermoso, muy bello y digno de memoria que la pulga se rebelara contra el
elefante, pero de allí resultaría el aplastamiento y Nicaragua debe propender en
primer término a la existencia.”
Todo
porque, para desgracia del planeta, ya ha desaparecido el alma hermosa del
Quijote. E imaginando a todo el mundo como él, Moncada supone que Madriz -al
que llaman, según él, hombre sabio, asunto muy distinto a lo que antes expresó en torno a este mismo personaje- firmó las convenciones de Washington en
1907 y aceptó la existencia de una Corte que era, a su parecer, la primera
expresión organizada de la intervención estadounidense en Centroamérica.5 Y si Madriz
acató la prohibición inglesa de atacar San Juan del Norte, ¿por qué, se pregunta,
no podía aceptar la prohibición estadounidense de atacar Bluefields, lugar en
el que había muchos intereses extranjeros?
Los
revolucionarios no podían impedir que las fuerzas estadounidenses entraran en
Bluefields y en cualquier otro lugar, puesto que el objetivo era evitar la
destrucción de una ciudad y, de ningún modo, atentar contra su integridad. Al
contrario, actuaban a “favor de la
humanidad, sentimiento más noble, más alto y justiciero.”6
Un sacerdote y un poeta contra la intervención
Y
mientras Moncada pintaba el dominio estadounidense como una ley biológica a la
que no es posible oponerse de ninguna forma, Monseñor Simeón Pereira, en 1921,
con motivo de la intervención estadounidense contra Nicaragua, envió una carta
al Cardenal James Gibssons, Arzobispo de Baltimore, en la que, entre otras
cosas, expresaba:
“La conquista no solamente se extiende a las
finanzas, a la política [...] sino que invade los serenos campos de la
conciencia [...] Fuertemente vinculados los intereses del Gobierno de Nicaragua
con particulares intereses de nuestro País, se aprovecha este nexo para dar
acogida a los que llegan quizá [...] como favorecidos, y favorecedores a su vez
de planes financieros y políticos [...] Quizá se alegue como pretexto para
retener en nuestro País la fuerza armada de los Estados Unidos el que se diga
que ésta es garantía de Paz en la República [...] que haya un entendimiento
entre nuestra Patria y la nación estadounidense; pero que este sea siempre
sobre la base de la equidad y de los mutuos intereses; que no afecte en nada a
nuestra religión, a nuestra libertad, a nuestra autonomía, a nuestro idioma;
que no trate de deprimir a nuestra raza...”7
Rubén Darío, por su lado, en 1910, en su artículo "Las palabras y los Actos de Mr. Roosevelt”, protestando contra la revolución antizelayista fomentada por Estados Unidos, expresaba:
“Hay en este momento en América Central un pequeño
Estado que no pide más que
desarrollar, en la paz y en orden su industria y comercio; que no quiere más
que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino con la seguridad
de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de
represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta
revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la República de
los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho a los Estados Unidos que pueda
justificar su política. Mas bien se encontraba segura, si no de su protección,
al menos de su neutralidad, en virtud del tratado y las convenciones firmadas
en Washington en diciembre de 1907.”8
Las quejas de Quisling
Tras presentarnos las cosas desde el ángulo de quienes estaban sirviendo los intereses estadounidenses en un plano completamente servilizado, Moncada se queja de que, en el interior de Nicaragua, la prensa atribuyera los triunfos de los revolucionarios a la ayuda de los “americanos.” Y sostiene cerradamente, a contrapelo de los hechos y de lo que él mismo ha dicho, que eso no es cierto, que los revolucionarios por orgullo y pundonor, no lo consintieron y porque creían bastarse a sí mismos para alcanzar el triunfo.
Sin embargo, de
inmediato sostiene que el General Chamorro, Pedro Joaquín Chamorro y muchos
otros luchadores “querían y pedían americanos” y sólo una fracción de ellos se opuso a
semejante idea. Por lo demás, según él, el total de soldados extranjeros no
sobrepasó los treinta hombres y la mayoría regresó a su país sin haber peleado.
Según su parecer, los que realmente lo hicieron fueron unos diez.
A todo esto debe decirse que, aunque las cosas hayan sido así, el asunto más que verse desde un ángulo cuantitativo, como lo hace el autor, debe verse desde el punto de vista de la calidad. Por reducida que fuera la cantidad de soldados estadounidenses, contaban siempre con una poderosa maquinaria bélica y con la determinación de los gobernantes estadounidenses de dar permanente protección, según la vieja cantinela, a las propiedades y a las vidas de sus ciudadanos en cualquier rincón del mundo. No obstante, también la cantidad se puso de lado de la Revolución, como lo confirma el mismo Moncada: “Y si ocuparon más de doscientos [soldados] la ciudad de Bluefields solamente guardaban los intereses extranjeros y [a] la población no combatiente.”9
Propuesta de paz
El 29 de diciembre de 1909, Madriz había propuesto una paz basada en las siguientes premisas:
1. El poder ejecutivo debía ser confiado al Gobierno que él presidía.
2. El licenciamiento de ambos ejércitos: el conservador depositaría su armamento en El Bluff y quedaría custodiado por un cónsul amigo, escogido de común acuerdo, hasta que tomara posesión el presidente electo.
3. El reconocimiento de la deuda pública y la asunción de compromisos pecuniarios por parte de la Revolución.
4. La elección de un presidente en un plazo que no excediera los seis meses a partir del momento en que el acuerdo quedara ratificado.
5. Madriz no sería candidato en el afán de garantizar la elección del presidente.
Juan José Estrada, Emiliano Chamorro y Pedro A. Fornos le respondieron, el 31 de diciembre de 1909, que la base primordial de un arreglo debía ser el reconocimiento previo del Gobierno Provisional que Estrada encabezaba, quien, por su lado, contraería el compromiso de realizar elecciones libres de autoridades máximas del país.
Demostrando que el fin de la guerra estaba en manos de Estados Unidos y no de ellos mismos, los revolucionarios, el 3 de marzo de 1910, enviaron al cónsul de Estados Unidos en la Costa Atlántica de Nicaragua, T. Moffat, una carta. Tras plantearle la necesidad de la paz, en ella suplicaban al Gobierno de Estados Unidos dignarse a “mediar amistosamente para terminar la guerra.”
En su calidad de mediador, el Gobierno estadounidense designaría al más apto de los nicaragüenses para ocupar provisionalmente la presidencia, sin que Estrada ni Madriz pudieran serlo. El presidente provisional, a su turno, convocaría a elecciones inmediatamente para elegir al presidente constitucional. El Gobierno de EEUU reconocería dichas elecciones. El de Nicaragua, a su vez, aceptaría la deuda pública contraída por la Revolución y aboliría “los monopolios inconstitucionales y las concesiones ruinosas.”
Madriz, por su lado, en carta dirigida a Juan J. Estrada el 14 de marzo de 1910, expresaba, entre otras cosas, su confianza en que el Gobierno estadounidense estaría dispuesto a aceptar con gusto su mediación en el conflicto, siempre y cuando entre las bases que le presentaran no hubiera alguna por completo inaceptable. Pero no ocurría así, porque la primera y la tercera de las bases propuestas violentaban la Constitución de Nicaragua y herían la dignidad de la nación. El Gobierno reconocería, eso sí, la deuda pública de la Revolución y aboliría tanto los monopolios inconstitucionales como las concesiones ruinosas.
Comentando
este intercambio de correspondencia, Moncada escribe:
“...generalmente se busca para mediadores entre las naciones a los gobiernos más imparciales y equitativos (?) ¿Qué ofensa había, pues, para la soberanía nicaragüense en proponer como mediador, en una contienda civil a un presidente norteamericano? ¿Era más civilizado y más humano seguir derramando sangre para conquistar el poder? [...] La intervención para las elecciones era meramente diplomática [...] y eso tampoco merece censura.” 10
En
la candidez de estas preguntas no podía creer siquiera el mismo autor, quien
atrás dejó claramente establecido que el dominio estadounidense sobre los
pueblos del continente es algo tan fatal como la atracción que el sol ejerce
sobre los planetas que giran a su alrededor. Tampoco podía esperarse inocencia
alguna en aquél que, como Moncada, estaba claro de que el gobierno
estadounidense había concedido a la facción de Estrada el derecho a cobrar
aranceles aduaneros en Bluefields, negándoselo a las fuerzas del Gobierno de
Madriz.
Continuará.
Continuará.
---
** El presente ensayo es parte de una tesis nuestra intitulada José María Moncada: Pensamiento y Acción. No hacemos en él, por consiguiente, alusión directa a los aspectos que estamos acá sólo recordando de otras parte de todo nuestra tesis.
* El uso del
concepto “revolución” en el presente texto no guarda relación alguna con el que
se utiliza para hacer referencia a profundas transformaciones sociales, sino en
este caso particular a una revuelta armada concebida, financiada y promovida
por EEUU.
** El presente ensayo es parte de una tesis nuestra intitulada José María Moncada: Pensamiento y Acción. No hacemos en él, por consiguiente, alusión directa a los aspectos que estamos acá sólo recordando de otras parte de todo nuestra tesis.
Ver primera entrega de este ensayo en el siguiente vínculo:
1. Moncada, José María. Memorias de la
revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 11-12. (Ya citada en la primera entrega).
2. Ibíd. pp. 24, 28, 32-34.
3. Ibíd. 26, 35-36, 39, 55, 67.
4.
Ibíd. pp. 73, 79-80, 131-132.
5. La Corte de Justicia Centroamericana no fue
un instrumento dócil en manos de Estados Unidos. Por el contrario, condenó los
términos del tratado Chamorro-Bryan por atentar contra la soberanía no sólo de
Nicaragua sino también de Costa Rica, Honduras y El Salvador. Es más, como la
determinación de esta corte fue que Nicaragua mantuviera su statu quo anterior al tratado, Estados
Unidos y Nicaragua rechazaron esta decisión. Nearing, Scott;
Freeman, Joseph. La Diplomacia del Dólar. Editorial
de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro. La Habana 1972. p. 209.
6. Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 138-139.
7. Carta de Monseñor Doctor Simeón Pereira y Castellón a su Eminencia
Cardenal James Gibbons, Arzobispo de Baltimore, fechada el 9 de enero de 1921.
En: Medicina y Cultura. Año I.
Enero de 1979. Nº 3. pp. 19-21.
8. Darío, Rubén. Las Palabras y los Hechos de Mr. Roosevelt. En
Darío Rubén. Textos Socio-Políticos.
Managua, Nicaragua. Ediciones de la Biblioteca Nacional. 1980. p. 46.
9. Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob.
cit. pp. 139-140. En contra de posiciones semejantes, sustentadas por
historiadores estadounidenses, interesados en minimizar la presencia de la
infantería de marina en Managua y el puerto de Corinto en 1912, resaltando que
se trataba de tan sólo cien simbólicos marines, Gregorio Selser escribe: “La falacia del argumento reside en
aparentar ignorancia de los métodos de que se valieron Díaz y sus sucesores
para acallar toda oposición liberal: la violencia, la cárcel y hasta el
asesinato. Los marines servían como decoración disuasiva, porque el poder
seguía siendo custodiado por las naves de Guardia en Corinto o en las cercanías
de Bluefields, sobre el Atlántico. Bastaba el aviso telegráfico para que en
pocas horas se hiciera presente la llamada "Flota Bananera",
caracterización muy utilizada en la época para describir a los escuadrones
navales que patrullaban el área centroamericana”. Selser, Gregorio.
Nicaragua de Walker a Somoza. Ob. cit. p. 132. (Ya citada en la primera entrega).
10.Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 262-264, 267, 279.
10.Moncada, José María. Memorias de la Revolución contra Zelaya. Ob. cit. pp. 262-264, 267, 279.
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