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martes, 27 de febrero de 2018

SANDINO, EDUCADOR POR EXCELENCIA

SANDINO, EDUCADOR POR EXCELENCIA
Revista Libre Pensamiento

Se mutila al héroe cuando se le priva de su humanidad al presentarlo como sí sólo amara y no odiara a los que atacan lo que ama. Veamos porqué.

La grandeza de Sandino no tiene relación alguna con predestinación. No. Salvo, en apariencia, cuando explica a sus hombres los derroteros de la lucha libertaria a partir de sus propios idealismos, para hacerse comprender, para llegarles con más facilidad. Su grandeza estriba en ser un humano formidable. Un héroe a la cabeza de héroes y heroínas. Todos de carne y hueso. Porque ellos no pisan otro mundo que éste.

Sienten, piensan y actúan como seres humanos. Aman, odian, se enfadan (arrechan) como lo hace cualquier persona del orbe, usando incluso improperios, según las circunstancias. Lo diferente en ellos, lo que en verdad los distingue es su entrega a los demás; su lucha por una Nicaragua para todos, a partir de los intereses mayoritarios.

Sandino se expresa, por ejemplo, así: “¡Oh infame tú, Moncada, verdugo de mujeres indefensas… ya cumpliste con el mandato de tus amos. Te cobraste en lo que más quería, destruyendo mi hogar!/ “¡Maldito seas, infame!”

Y con claridad meridiana guarda distancias siderales respecto a los grandes responsables del sufrimiento del pueblo. En noviembre de 1933, en referencia al pacto del Espino Negro que le significó a Moncada la presidencia del país -que asumiría a inicios de 1929-, sostiene:

“Moncada nos traicionó en Tipitapa. Allí quedó también liquidado mi liberalismo. Tomé la decisión de luchar por la patria, de libertarla de esos perros [los yanquis] y también de luchar contra esos politicastros, liberales y conservadores, corrompidos y zánganos; construir una nueva Nicaragua sin toda esa podredumbre.”

Y no oculta su odio sagrado a los invasores y traidores, así como a todo el orden social por ellos impuestos. “La ironía de los libertadores reflejábase en la mirada; su sarcástica sonrisa acentuaba la expresión de odio a los invasores…”, anota.

Y no era gratuito… Reflejando la procedencia de semejante sentimiento, acusa: “Centenares de doncellas y respetables matronas han sido violadas; muchísimas de ellas perecieron después de afrentarlas; asesinadas por los que estaban haciendo creer al mundo el desinterés que tienen [los invasores] para pacificar a nuestro país”. Y con aplomo declara que los patriotas sienten “mucho odio santo” por “esas fieras humanas”, que dejan “en la orfandad a millares de niños, y sin ayuda alguna a las viudas e inválidos.”

Por lo mismo, con la autoridad moral que le da su entrega sin límites a la lucha libertaria del pueblo nicaragüense, Sandino devuelve las acusaciones en su contra a la cancha del enemigo: “Sé que me llaman en Washington bandido, pero Sandino y sus hombres nunca violarán mujeres, ni mutilarán cadáveres de sus enemigos”.

Respondiendo a tanto crimen y destrucción, sostiene: “…la infinidad de huérfanos que dejó la traición, tuvieron que llegar a la edad en que el niño, convertido en hombre libre, reclama sus derechos a los que han matado por la fuerza el principio de libertad, y es por eso que los esclavistas tiemblan al reflexionar que la vindicta pública tendrá que sancionar tan negro crimen.”

Con todo, no se deja arrastrar por el odio hacia el enemigo. Sabe sopesar que acciones como la de pegar fuego a toda una ciudad ocupada por el invasor, no es procedente cuando de por medio están “muchos inocentes que hubieran sufrido las consecuencias”. Más aún, señala que en Ocotal debió sacrificar el triunfo completo para no afectar más de lo necesario la suerte de compatriotas que estaban del lado del invasor. Acusa, asimismo, que el amor a su causa es tan grande que está dispuesto “a perdonar a todos”.

Mas para nada disminuye la dureza y rudeza de la guerra contra el invasor. Por lo mismo expresa que resulta natural que al que viola la soberanía de una nación deba ser expuesto a morir de “la forma que haya lugar”; añadiendo que “tal es el derecho que le asiste al verdadero patriota al defender su Patria”.

Pese a todo, no deja de reconocer la humanidad del invasor. Por ello aclara: “…no tenemos interés [por] las vidas de nuestros enemigos, y solamente luchamos por la libertad de nuestra patria.” Y aunque llama a combatirlos con las armas en la mano, no lo hace porque sea partidario de la pena de muerte, sino por las circunstancia de la guerra de agresión impuesta a la nación.

Sandino vence, pues, su propio odio al enemigo y, pese a todo, coloca el amor en primer término. Actúa a lo Martí, quien dice:

“¡No se bata / Sino al que odie al amor!: ¡Únjanse presto / Soldados del amor los hombres todos! / ¡La tierra entera marcha a la conquista / De este rey y señor, que guarda el cielo!”.

Así educa Sandino. Así se educan entre sí sus soldados.

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