Manuel Moncada Fonseca
I.
El atraso heredado y la inestabilidad política
Panorama general
En
1821 Centroamérica conquistó su independencia de España. Tres siglos había
durado el dominio colonial español sobre nuestros territorios, pero, durante
todo ese tiempo, jamás hubo lo que se ha dado en llamar "paz
colonial". Al contrario, contra ese
dominio se sostuvo una lucha permanente, lucha que desembocó, justamente, en la
Independencia. Mas no fueron los pueblos los que gozaron los frutos de ésta
última, sino los criollos, es decir, los opresores locales. Pese a ello, debe
considerarse que “ante el indígena -como dice Wheelock- la independencia
descubría a sus enemigos de clase, mostrando al pueblo la debilidad de los
prejuicios de abolengo, superioridad étnica, social e intelectual y enfilándolo
junto a otros sectores oprimidos en una lucha de clase que al margen de las
ideas políticas habría de centrarse entre explotados y explotadores” [1].
Ahora
bien, la circunstancia que los opresores locales se vieran pronto al servicio
de las potencias capitalistas en expansión, lejos de encubrir el carácter de
clase del dominio local, mostraría su incapacidad para conservar la soberanía e
independencia de Centroamérica. La incapacidad a que acabamos de hacer alusión
debe ser explicada partiendo no tanto de de factores de orden subjetivo, como del
enorme atraso económico y social en que España dejó postrada a Centroamérica.
Lógicamente, después de tres siglos de robo, saqueo y explotación no podía más que
derivarse una nefasta herencia material y espiritual para nuestros pueblos.
Fracaso de la revolución
social
Ligado indisolublemente a lo
anterior está el fracaso de la revolución social, fenómeno que se observó por doquier en América
Latina [2].
Al respecto de este fracaso leemos: “El éxito militar y la independencia
político-estatal obtenidos, sin embargo, son limitados por el fracaso de la
revolución social. Las formas feudales de dependencia y, en muchos países,
hasta la esclavitud se conservan […] El hecho de no haberse realizado la
ruptura social radical con la hipoteca colonial y sus usufructuarios facilita
desde entonces que América Latina caiga en dependencia de las grandes potencias
capitalistas” [3]. Por otra
parte, la clase criolla centroamericana -que se había formado como una fuerza
burocrática y mercantil y que, por ende, estaba acostumbrada políticamente a un
estilo patrimonial- “careció de una visión de clase y de una dimensión
nacional” [4].
Por
supuesto, no fue el atraso en sí la causa primordial de las desdichas que
pronto comenzarían a sufrir los pueblos de Centroamérica, sino el que dicho
atraso coincidiera plenamente con la expansión del capitalismo a escala
mundial. En efecto, con todo y el enorme atraso que heredaron de España
nuestros pueblos, y pese al espíritu de colonizadores que siguió caracterizando
a los criollos en su relación con el indígena y sus compañeros de infortunio
-el negro y el mestizo-, es indudable que la independencia, considerada en sí
misma, mediante su puesta en práctica, podía haber abierto las posibilidades
para que nuestros países despegaran al desarrollo. Ello, tarde o temprano, les
hubiera conducido a la superación del atraso heredado del colonialismo.
Mas,
en virtud de su coincidencia con la expansión del Mercado Capitalista Mundial,
la Independencia, sin mayor base que la de esa nefasta herencia de atraso
abismal, no pudo preservarse ni desplegar la posibilidad de progreso que ella
encerraba. De esta suerte, tras el dominio colonial de España, se impuso el del
Mercado Capitalista Mundial, mercado que entonces lideraba Inglaterra.
Desventajas de la
economía centroamericana
A
fin de comprender la llamada "anarquía" observada en Nicaragua de
1823 a 1857, es necesario remitirse al factor económico que, como se sabe,
sirve de base para comprender el conjunto de fenómenos sociales [5].
De cierto, el atraso de la estructura socio-económica heredada del colonialismo
colocó en desventaja a los nacientes estados centroamericanos frente a las
potencias capitalistas en expansión, dueñas del mercado mundial.
A inicios del siglo XIX, la mayor parte de la población
centroamericana se dedicaba a la agricultura de subsistencia, siendo escasa la
parte de la misma que se dedicaba al comercio. La agricultura de exportación
representaba así una parte relativamente pequeña de la actividad económica [6].
La ganadería -que junto con la agricultura se constituyó en una de las
actividades principales-, en lo fundamental, respondía igualmente a las
necesidades inmediatas de la población. Las cosas no podían resultar de otra
manera toda vez que la mano de obra y el crédito fueron los recursos más
escasos, en tanto que la tierra abundaba
[7].
Con productos escasos, de demanda oscilante, y sin
la debida experiencia comercial, la economía centroamericana no podía competir,
en ningún sentido, con la de las potencias capitalistas en expansión [8]. En consecuencia, en el intercambio establecido
entre una economía predominantemente de subsistencia (la de Centroamérica) y
una de mercado (la de Inglaterra y la de EEUU, entre otras), esta última debía
imponerse sobre la primera, someterla a su propia dinámica.
Así resultó que “a raíz de la Independencia, el
comercio de León y el Realejo pasó a ser controlado por empresarios ingleses,
entre quienes se destacan John Foster, Vice-cónsul británico en aquel
puerto, Thomas Manning en León, Walter Bridge y Jonás Glenton. Su principal
negocio era la exportación de añil y maderas preciosas; la caoba y el palo de
brazil gozaban de gran demanda. Los comerciantes ingleses prestaban dinero al
gobierno nicaragüense a cambio del monopolio del tabaco y de las rentas de las
aduanas del Realejo. También gozaban de los derechos exclusivos sobre las
importaciones en la costa del Pacífico. Adquirían tierras para cultivar
productos de exportación tales como tabaco, añil y algodón. Introdujeron una
nueva maquinaria para limpiar, procesar y empacar esta fibra, gracias a la cual
incrementaban la producción a la vez que reducían sus gastos. En medio de las tormentas
políticas de Nicaragua, estos comerciantes se protegían bajo el paraguas del
gobierno británico” [9].
La llamada anarquía de 1823-1857
La economía de subsistencia o natural, que imperaba en Centroamérica tras la Independencia, entrañaba una gran desconexión entre unas y otras regiones agrícolas y, por ende, la ausencia de un poder político nacional. Sobre esta base, se generaban constantes guerras intestinas entre las distintas facciones de la clase dominante, guerras a las que forzosamente conducían a las masas populares.
Ciertamente, al proclamarse “la independencia de España se abre un sangriento período de guerras civiles en las que los patrones de las haciendas y los dueños del comercio resuelven sus disputas hegemónicas a costa de la sangre de los pobres, obligados a pelear bajo las divisas partidarias de los terratenientes, según sea a quien pertenezca el fundo donde viven en servidumbre” [10].
A nuestro entender, esa falta de unidad política entre las facciones de la clase dominante estuvo siempre contenida, potencialmente, durante los tres siglos de existencia del colonialismo español. Ciertamente, si España mantuvo su poder sobre toda la parte de Nicaragua que ella conquistó, lo hizo gracias, casi exclusivamente, a las armas y a la labor de los misioneros religiosos, y no mediante el impulso de la estructura económica. En este sentido, el dominio colonial mantuvo una unidad artificial en todo el territorio latinoamericano [11].
Por consiguiente, eliminado el dominio de España, desaparecía el factor militar como medio artificial de unidad política, puesto
que entre las facciones de la clase dominante ninguna disponía de suficientes
recursos materiales ni bélicos, como para mantener bajo su dominio todo el territorio de Nicaragua, tal como lo había hecho la administración colonial,
la que, gracias al saqueo colonial, sí llegó a contar con tales recursos.
La máxima expresión del atraso económico fue, pues,
la gran inestabilidad política que imperó, después de la Independencia, no
sólo en Nicaragua sino también en el resto de Centroamérica. Esta situación se
vio significativamente agravada a consecuencia de la crisis económica iniciada
a partir de 1820 en Centroamérica, traducida, según Oscar René Vargas, en “la
paralización, disminución y, en el mejor de los casos, estancamiento de las
fuerzas productivas”. Hacia ello había conducido la devastación de los campos,
provocada por las fuerzas en pugna y por la utilización de las entradas de
aduana y del estanco para sufragar los gastos del ejército en su lucha contra
las fuerzas rebeldes [12].
La característica más relevante del período de
inestabilidad política [13] fue la presencia de contradicciones existentes,
por un lado, entre las provincias centroamericanas y la capital federal y, por
el otro, las registradas a lo interno de cada provincia contra la respectiva
capital. No obstante, la contradicción
fundamental fue la establecida entre las provincias y su capital federal,
ciudad Guatemala.
Tipos
de contradicciones
Las provincias se oponían al centralismo
de ciudad Guatemala debido a que ésta: disponía de las entradas fiscales (las
de aduana, estanco, tabaco, diezmos, alcabalas, etc.), utilizándolas para su
propio beneficio; contribuía a la liquidación de la industria artesana de las
demás provincias, permitiendo la libre penetración de mercancías extranjeras;
imponía fuertes derechos de exportación a los productos de las mismas. La
exigencia planteada por las provincias ante la capital federal consistía en
que todos los ingresos fiscales -sobre todo los de aduana- pudieran
distribuirse de acuerdo a la riqueza aportada por cada provincia, a la
población y a las necesidades de cada una de ellas [14].
El monopolio que Guatemala ejercía sobre los
ingresos fiscales favorecía primordialmente a los terratenientes y comerciantes
que habitaban en ella. Lo poco que llegaba de esos ingresos a las restantes
provincias, beneficiaba principalmente a las capitales respectivas. En ello
radica el origen de los conflictos librados entre León y Granada (Nicaragua);
Comayagua y Tegucigalpa (en Honduras); Cartago y San José (en Costa Rica);
Quetzaltenango y ciudad Guatemala (en la antigua Capitanía General) [15].
Como puede apreciarse, los conflictos entre las
facciones de la clase dominante tenían una base económica [16]. Sin embargo, dado que esas facciones se agrupaban
alrededor de una u otra ciudad, las contradicciones entre ellas aparecían, para
el caso de Nicaragua, como conflictos entre las ciudades de León (residencia
de los liberales) y Granada (residencia de los conservadores), las cuales
“organizaban su vida económica en forma autónoma” y “aparecían como sustitutos
de un Estado Nacional” [17].
En el marco de las contradicciones que aflorarían en
Centroamérica apenas proclamada la independencia, debemos distiguir dos
momentos: El primero es el del enfrentamiento entre los partidarios de la
anexión a México y los independentistas (1821 1823), el segundo, el de la
lucha entre los partidarios y los enemigos de la federación centroamericana (1823-1838).
II. Dos momentos en el desarrollo de las contradicciones
La lucha entre anexionistas e independentistas
(1821-1823)
Apenas proclamaba la independencia respecto a
España, las fuerzas más acaudalas de entre los criollos anexaron Centroamérica al
imperio mexicano de Agustín Iturbide. A fin de comprender las causas que
condujeron a las fuerzas más retrógradas del istmo a dar semejante paso, nos
remitiremos a José Dolores Gámez. La lucha entre los partidarios de la anexión
a México y los de la república tiene sus raíces en el conflicto que, a partir
del siglo XVII, se entabló entre los criollos y los chapetones o españoles
peninsulares, los que “continuaban llegando a América con pretensiones
de conquistadores, monopolizando todo y mirando a los criollos dueños del suelo
y con mejor educación y aptitudes que ellos cual si fuesen degenerados e
inferiores” [18].
“El partido tradicionalista o conservador al que sus
contrarios llamaron servil, compuesto de los chapetones y criollos cortesanos
suyos se mantuvo siempre apegado al pasado, a pesar de su adhesión al acta [de
Independencia] del 15 de septiembre [de 1821], a la cual toleró en un
principio, halagado como estuvo por las promesas del habilísimo Plan de Iguala
[el de la anexión de Centroamérica a México], que les garantizaba un monarca
español en México con los mismos usos, costumbres, leyes y religión de la Madre
Patria, así como sus lucros y privilegios de abolengo; y después en el momento
de la proclamación, cuando esta varió de rumbo en favor de la idea republicana,
aturdido por el clamor de la muchedumbre, que invadía la sesión y también por
el temor que ésta le inspiraba.
“Cuando más tarde pudo apreciar en calma el paso en
falso que había dado y darse cuenta exacta de que era contrario a sus intereses
y preocupaciones, procuró reparar el mal entendiéndose con Iturbide que fue
entonces su única esperanza de salvación.
“El otro partido, que siempre había gemido bajo una
planta opresora y venía siendo desde un principio la víctima del despotismo y
mala voluntad de los chapetones y de los criollos adláteres de estos, entendía
las cosas de otro modo y soñaba con la implantación del sistema republicano que
nivelaría [a] todos, no tanto por lo que de bueno este tenía en sí
políticamente considerado como porque lo creía llamado a poner término al
dominio y preponderancia de sus contrarios y a librarlos de la insolencia del
elemento criollo y cortesano que formaban su mayor pesadilla.
“La anexión de Guatemala a México, sin esos
antecedentes, no habría sido quizás tan adversada por los liberales, porque en
aquella época no había tanta exigencia en asuntos de autonomía nacional,
tratándose de un país hermano, como porque había la creencia general que el
triunfo de aquel pensamiento era también el de los españoles y criollos
execrados por las demás clases” [19].
De esta larga cita que hemos tomado de la obra de
Gámez, Historia Moderna de Nicaragua, podemos extraer una serie de ideas
que alumbran la comprensión de la lucha entre independentistas y anexionistas:
- El apego al pasado que
caracterizaba al partido tradicionalista o conservador, el cual se vio obligado
por la presión de las masas a tolerar la independencia.
- Los chapetones, siempre bajo
la constante presión de las masas, tuvieron que pronunciarse en favor de la
república.
- Esta misma fuerza, siendo
consciente de la inestabilidad de su dominación, sintiéndose amenazada por la
muchedumbre que le inspiraba temor, decidió la anexión a México, pensando que,
de esa forma, salvaguardaría sus privilegios.
- El otro partido, el de los
criollos de clase media, se pronunciaba en contra de la anexión, al parecer, en
virtud de que identificaba la realización de ésta con la continuidad del
dominio que sobre ellos ejercían los chapetones y los criollos serviles.
El pueblo sí asumió posiciones
abiertamente clasistas
Otra, muy distinta, fue la actitud asumida por las
masas populares. Su lucha contra la anexión a México tuvo un carácter
abiertamente clasista, es decir, que, de manera franca, el pueblo, mediante
esa lucha, aspiraba a realizar sus propios intereses sobre todas las facciones
de la clase dominante. Esto, claro está, lo hacía aún de forma instintiva,
espontánea. No se podía esperar otra cosa de una época donde el atraso general
imperante en la sociedad debía, inevitablemente, expresarse en un incipiente
desarrollo de la conciencia de las masas. Pero la incapacidad de la clase
dominante para defender la Independencia abonaba el terreno sobre el cual la
necesidad de mantener el estatus de Nicaragua como Estado independiente tendría
en ellas la fuerza social que no sólo defendería este estatus sino que, además,
buscaría como realizarlo plenamente.
En Nicaragua, la anexión a México no sólo fue
repudiada sino que generó una rebelión popular encabezada por Cleto Ordóñez, la
cual adquirió la dimensión de un levantamiento de la multitud, que se prolongó
por largos meses. La rebelión de Ordóñez lanzó la consigna “se acabaron los
dones”, pronunciándose, de esta suerte, contra los elementos más acaudalados de
la ciudad. Mas las cosas no se redujeron a un lema. Se procedió a actuar
directamente en favor del pueblo y en contra de aquéllos:
- Los rebeldes arrancaron los
escudos nobiliarios de las casas de los ricos y los destruyeron.
- Los habitantes de los barrios
populares y comarcas rurales bajaron a expropiar los productos de los almacenes
pertenecientes a los principales comerciantes.
- De las despensas de los ricos
se extrajeron viandas y vino y, en las calles, se sirvieron comilonas para la
multitud [20].
Todo ello evidencia
claramente el sentido clasista de la rebelión encabezada por Ordóñez en la
ciudad de Granada en 1822.
El levantamiento de Ordóñez contra la anexión a
México fue en Nicaragua el más relevante, pero no el único. Poco antes del
mismo, también durante ese año, en León un grupo de artesanos del barrio
Sutiaba y varios estudiantes asaltaron y se apoderaron del cuartel de la
compañía provincial. Este movimiento perseguía, al parecer “... llevar a cabo el movimiento popular... [que]
el pueblo se reuniera en cabildo abierto y pudiera ejercer el mismo las
atribuciones del poder y proceder a elegir una junta de once individuos que
ejercieran todas las funciones del mando” [21].
El imperio de Agustín Iturbide fue derrocado en
1823. Este mismo año, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala
se constituyeron en federación, bajo el nombre de “Provincias Unidas de
Centroamérica” [22]. En ella, en un inicio, los elementos liberales,
conformados principalmente por latifundistas y comerciantes, se impusieron.
Ello obedeció a dos razones: al relativo debilitamiento de las fuerzas
conservadoras, observado tras la caída de Iturbide; y al hecho de que las
riquezas de los liberales no fueran afectadas por la guerra de Independencia [23].
La República Federal, impulsada por estas fuerzas,
tomó medidas tendientes a organizar y modernizar el Estado: suprimió los
estancos, ofreció los terrenos realengos y baldíos en propiedad privada, inició
la desamortización de los bienes eclesiásticos y limitó la influencia de la
Iglesia en los asuntos públicos. Asimismo declaró la libertad de comercio [24].
Muy pronto, sin embargo, estalló la lucha entre
federalistas y antifederalistas, que habría de desembocar en el rompimiento de
la federación centroamericana, acaecida en 1838 [25]. Por lo menos en el caso de Nicaragua, aunque en
un primer momento hubo fuerzas interesadas en el predominio de las ideas
liberales, sobre esas fuerzas se impuso luego el afán de lucro que habían
heredado de la colonia. Por ello, la lucha degeneró, al decir de Carlos
Fonseca, “en riñas de bandos opuestas que se disputaban el botín gubernamental”
[26].
En este mismo sentido, se pronuncia la autora
Shirley Christian, la que, después de señalar que la principal diferencia
filosófica entre liberales y conservadores era su actitud hacia la Iglesia
Católica (los primeros, abogando por la limitación de la función de ésta al
cuido de las almas; los segundos, deseando que la misma pudiera tener gran
influencia en el Gobierno), señala:
“Por lo general las luchas entre ambos partidos no
estaban en relación con esas diferencias en su filosofía. Mas bien era una
lucha por el poder y por las posibilidades de enriquecimiento que este ofrece” [27]
Siempre en relación con Nicaragua, es muy probable
que, en el abandono de los principios liberales, haya influido el temor de toda
la clase dominante ante la lucha del pueblo, pues ese mismo temor, en el último
período del enfrentamiento entre liberales y conservadores (1844-1855), fue uno
de los factores que empujó a estas fuerzas a hacer coincidir, por primera vez,
sus intereses para enfrentar de manera conjunta al pueblo sublevado [28].
No obstante, la causa determinante del rompimiento
de la unidad centroamericana debe buscarse en el gran atraso económico que
caracterizaba a las cinco provincias del Istmo. Si entre éstas existía
aislamiento económico y físico, ello obedecía al predominio de una economía
preferentemente de subsistencia más que de mercado. Un intercambio comercial
fluido entre las cinco naciones centroamericanas habría servido como soporte
material para mantener y afianzar la unidad centroamericana sobre bases federales,
pero la ausencia del mismo, por el contrario, condujo al rompimiento de la
unidad entre las provincias de Centroamérica [29]. A los factores de orden interno que sirven para
explicar este fenómeno, debe necesariamente sumarse el factor externo, pues “el
imperio inglés primero y los Estados
Unidos después, presionaron diplomática y militarmente, para impedir el empeño
unionista en la región” [30].
Sólo
partiendo del atraso económico heredado de España, podemos comprender por qué a
pesar de que a principios del siglo XIX en Europa se estaba operando una
revolución científica y técnica, basada en la gran industria maquinizada, en
Centroamérica no se pasaba del cultivo del jiquilite, de la cría de la
cochinilla y del ganado y de los cultivos de subsistencia. Resalta el hecho de
que sólo determinadas porciones de los grandes latifundios se utilizaran para
las tres primeras actividades mencionadas. Tanto el jiquilite como la
cochinilla se utilizaban para la extracción de tintes, en tanto que el ganado
se destinaba a la producción de cueros.
No
obstante, esta producción, hacia 1850, entró en crisis, dado que, para esa
época, en Alemania se inventaron los colorantes sintéticos, que fueron poco a
poco sustituyendo a los naturales. Se inicio así un período de estancamiento
económico traducido en la reducción del comercio exterior y en la
generalización de la pobreza. Dentro de este contexto histórico, el cultivo
cafetalero comenzó “a cobrar importancia y a extenderse por doquier
hasta que llegó a convertirse en el nuevo y principal producto de exportación
en forma tal que marcará el inicio del ciclo de las revoluciones burguesas en
Centro América” [31].
Previo al examen de la producción cafetalera y sus
implicaciones para nuestro país, debemos comprender de qué manera, tras el
dominio colonial español, hizo su irrupción un nuevo dominio: el del mercado
mundial capitalista.
IV. Notas:
[1].Wheelock Román, Jaime. Raíces Indígenas
de la Lucha Anticolonialista en Nicaragua. Editorial Nueva Nicaragua,
Managua 1985. p. 89.
[2. En Colombia, por ejemplo, “…el
pueblo en armas esperaba, además de la Independencia Nacional, la revolución de
las estructuras y la mentalidad de la Colonia (…) la libertad de los esclavos,
la distribución de las tierras bien situadas a los campesinos pobres, el
rescate de comunidades indígenas, la abolición de privilegios religiosos y de
casta y la institución real del Estado de derecho”. Torres Giraldo, Ignacio. Síntesis de
Historia Política de Colombia. Editorial Margen Izquierdo. Colección
Pensamiento. Primera edición. Julio de 1972. p. 11.
[3] Historia de los
tiempos Modernos (1789-1917/1918. Cuaderno IV. Universidad
Wilhelm Pieck. Rostock, RDA. 1986. Traducción e
impresión provisionales. p. 114.
[4] Torres-Rivas,
Edelberto. Notas sobre las clases y el Estado en Centroamérica. En: La
Inversión Extranjera en Centroamérica. EDUCA, Centroamérica. Tercera
edición, 1974. p. 242.
[5] “Nada resulta más evidente que
la imposibilidad de entender, sin el auxilio de la Economía, los fenómeno que
dominan el proceso de formación de la
nación peruana. La economía no explica, probablemente, la totalidad de un
fenómeno y de sus consecuencias. Pero explica sus raíces. Esto es claro, por lo
menos, en la época que vivimos. Época que si por alguna lógica parece regida
es, sin duda, por la lógica de la Economía.”
José Carlos Mariátegui. Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta.
Perú. Lima, 1975.
[6] Lindo Fuentes, Héctor. La
Economía de Centroamérica de las Reformas Borbónicas a las Reformas Liberales.
Versión fotocopiada. p. 248.
[7] Ibíd. pp. 254,
257.
[8]. Torres Rivas, Edelberto. Interpretación
del desarrollo Social Centroamericano. EDUCA, 1981. p. 38.
[9]. Burns, Bradford E. Nicaragua: Surgimiento del Estado-Nación
1798-1856.. Instituto de Historia de Nicaragua. Talleres de Historia.
Cuaderno Nº 5. Managua, Nicaragua, 1993.
p. 22.
[10] Ramírez, Sergio. El Alba de
Oro. Siglo Veintiuno Editores. México 1984. pp. 55-56.
[11] Manfred Kossok dice al respecto: “Como
resultado de la Conquista, España estableció un imperio colonial centralizado
pero no unitario. Centralismo y Unidad pueden ser dos fenómenos idénticos, pero
no tienen que serlo necesariamente. En el caso de España no hubo tal
identidad”. Kossok,
Manfred. Revolución, Estado y Nación en la Independencia. s-f-e. p. 163. Esa no-correspondencia entre centralismo y unidad se
ligó muy estrechamente a la ausencia de una conquista y de una colonización que
tuviera como proyecto el progreso económico. Se
entiende así el criterio según el cual “...la mayoría de los
invasores probablemente se proponía
permanecer en el nuevo mundo sólo temporalmente. Su preocupación en esos
primeros días era la de acumular riquezas o botines, tan rápidamente como fuera
posible, para regresar con ellos y cargados de prestigio a España. Así fue como
la conquista de la América Central, en las dos décadas subsiguientes guarda más
parecido con un asalto prolongado que con una ocupación”. Macleod, Murdo J.
Historia Socio-Económica de la América Central Española 1520-1720. s-f-e.
pp. 39-40. Gregorio Smutko plantea en esencia lo mismo: “La conquista y los
primeros años de la colonia fueron más una rapiña que una ocupación”.
Smutko, Gregorio. La Mosquitia. Historia y Cultura de la Costa Atlántica.
Editorial La Ocarina. Colección Costeña. p. 65. Así se explica el hecho que,
después de haber transcurrido un siglo desde el momento de llamado
“descubrimiento” de América, en ésta no se registró ninguna superpoblación
española. Se estima que, hacia 1550, en
todo el Nuevo Mundo la cantidad de españoles apenas comprendía 15.000 hombres.
Malajovski, K.B. Historia del Colonialismo en Oceanía. Editorial
“NAUKA”. Redacción Central de Literatura Oriental, Moscú 1979. pp. 27-28.
[12]. Vargas, Oscar-René. Notas sobre la Historia de Nicaragua
1823-1892. Material inédito. p. 2.
[13] Los conflictos que, a
lo interno de la provincia de Nicaragua, tuvieron lugar después de la
Independencia propiciaron que de ella se separaran Nicoya y Guanacaste. Las
tensiones en Granada a causa de la anexión de Centroamérica al Imperio Mexicano
de Miguel Iturbide y, particularmente, de la rebelión armada que en contra de
semejante hecho estalló en esta ciudad, motivaron dicha separación. No era para
menos dados “los naturales e imprescindibles reclutamientos, las
contribuciones forzosas, persecuciones y todas las calamidades que producen
esas revueltas...”. Álvarez, Miguel Ángel. De cómo perdimos las
Provincias de Nicoya y Guanacaste. 1942. p. 21. No obstante sólo hasta el
15 de abril de 1858, con la suscripción del tratado Caña Jerez por parte de
Costa Rica y Nicaragua, se cedieron a la primera los territorios de Nicoya y
Guanacaste. El artículo 6 del tratado rezaba: “La República de Nicaragua
tendrá exclusivamente el dominio y sumo imperio sobre las aguas del Río San
Juan desde su salida del lago hasta su desembocadura en el Atlántico, pero la
República de Costa Rica tendrá en dichas aguas los derechos perpetuos de libre
navegación desde la expresada desembocadura hasta tres millas inglesas antes de
llegar al Castillo viejo con objeto de comercio”. Ibíd. p. 67.
[14] Vargas, Oscar-René. Notas sobre la Historia de Nicaragua
1823-1892.. Ob. cit. pp. 4-5.
[15] Ibíd.
[16] “Las aparentes
rivalidades lugareñas, simbolizadas por las pretensiones hegemónicas de las
ciudades tales como Granada, León y Corinto eran la simple expresión de
factores comerciales en juego. Granada representaba a los terratenientes y
cultivadores en tanto que el puerto de Corinto, en el Pacífico (...) era, con
la ciudad de León, la expresión de los pequeños propietarios, de los artesanos,
así como de la incipiente clase de los comerciantes al menudeo. Aquéllos eran
los conservadores, mechudos o calandracas, éstos los liberales, desnudos o
timbucos”. Selser, Gregorio. Nicaragua de Walker a Somoza. Mex Sur
Editorial S.A. 1984. p. 33.
[17] Ramírez, Sergio. Ob. cit. p. 12.
[18] Gámez, José Dolores. Historia Moderna de
Nicaragua. Complemento a mi Historia de Nicaragua. Colección Cultural Banco
de América. Serie Histórica Nº 7, Nicaragua, 1975. p. 113.
[19] Ibíd. pp. 113-114.
[20] Fonseca, Carlos. Viva Sandino. DEPEP-FSLN,
1984. pp. 18-20.
[21] Cita tomada de Wheelock Román. Ob. cit. p. 331.
[22] Decreto de
Independencia absoluta de las Provincias del Centro de América. (1º de julio de
1823). En: Documentos de la Historia de Nicaragua 1523-1857.
Recopilación de Antonio Esgueva Gómez. Universidad Centroamericana. Managua
1993. Departamento de Filosofía e Historia. pp. 125-127.
[23]. Véase:
Historia de América. Selección de Lecturas, en dos tomos, tomo
I. Editorial Pueblo y Educación, 1980.
p. 256.
[24] Torres Rivas, Edelberto. Interpretación
del desarrollo Social Centroamericano.
Ob. cit. p. 39.
[25] “La independencia
disolvió el vínculo principal que unía al istmo: la actividad centralista de la
monarquía. Es decir, en la medida que la Audiencia se iba disolviendo en el
proceso independentista, los Cabildos fueron cobrando mayor fuerza e iniciaron
procesos internos de unidad regional, pues las élites locales pasaron a
sustituir a los funcionarios peninsulares en los gobiernos de las provincias,
haciendo más patente su ruptura con la capital. Ante ello, la autoridad
política de la ciudad de Guatemala, ya en manos de comerciantes y
terratenientes capitalinos, que abogaban por el libre comercio, vieron primero
en la diputación provincial y, luego, en la anexión a México, un recurso para
hacer valer su autoridad política y, así, revitalizar su hegemonía no
consumada”. Tarracena Arriola, Arturo. Reflexiones sobre la Federación
Centroamericana, 1823-1840. En: Revista de historia. Nº2 . Número
especial (1992-1993). Publicaciones del Instituto de Historia de
Nicaragua-Universidad Centroamericana
(UCA). p. 6.
[26] Fonseca, Carlos. Ob. cit. p. 20.
[27] Christian, Shirley.
Nicaragua. Revolución en la Familia. Sudamericana-Planeta. Buenos Aires.
1987. p. 12.
[28] Wheelock Román, Jaime. Ob. cit. pp. 94-101.
[28] “Las cinco provincias, con límites
imprecisos pero aisladas entre sí, no pudieron mantenerse dentro de un pacto
federal sin poseer la base económica indispensable para sustentarlo”. Torres Rivas, Edelberto. Interpretación
del desarrollo Social Centroamericano. Ob. cit. p. 41.
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