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jueves, 24 de septiembre de 2015

Nicaragua después de la Independencia

Nicaragua después de la Independencia
Manuel Moncada Fonseca 


I.  El atraso heredado y la inestabilidad política


Panorama general

En 1821 Centroamérica conquistó su independencia de España. Tres siglos había durado el dominio colonial español sobre nuestros territorios, pero, durante todo ese tiempo, jamás hubo lo que se ha dado en llamar "paz colonial".  Al contrario, contra ese dominio se sostuvo una lucha permanente, lucha que desembocó, justamente, en la Independencia. Mas no fueron los pueblos los que gozaron los frutos de ésta última, sino los criollos, es decir, los opresores locales. Pese a ello, debe considerarse que “ante el indígena -como dice Wheelock- la independencia descubría a sus enemigos de clase, mostrando al pueblo la debilidad de los prejuicios de abolengo, superioridad étnica, social e intelectual y enfilándolo junto a otros sectores oprimidos en una lucha de clase que al margen de las ideas políticas habría de centrarse entre explota­dos y explotadores” [1].

Ahora bien, la circunstancia que los opresores locales se vieran pronto al servicio de las potencias capitalistas en expansión, lejos de encubrir el carácter de clase del dominio local, mostraría su incapacidad para conservar la soberanía e independencia de Centroamérica. La incapacidad a que acabamos de hacer alusión debe ser explicada partiendo no tanto de de factores de orden subjetivo, como del enorme atraso económico y social en que España dejó postrada a Centroamérica. Lógicamente, después de tres siglos de robo, saqueo y explotación no podía más que derivarse una nefasta herencia material y espiritual para nuestros pueblos.

Fracaso de la revolución social

Ligado indisolublemente a lo anterior está el fracaso de la revolución social, fenómeno que se observó por doquier en América Latina [2]. Al respecto de este fracaso leemos: “El éxito militar y la independencia político-estatal obtenidos, sin embargo, son limitados por el fracaso de la revolución social. Las formas feudales de dependencia y, en muchos países, hasta la esclavitud se conservan […] El hecho de no haberse realizado la ruptura social radical con la hipoteca colonial y sus usufructuarios facilita desde entonces que América Latina caiga en dependencia de las grandes potencias capitalistas” [3]. Por otra parte, la clase criolla centroamericana -que se había formado como una fuerza burocrática y mercantil y que, por ende, estaba acostumbrada políticamente a un estilo patrimonial- “careció de una visión de clase y de una dimensión nacional” [4].

Por supuesto, no fue el atraso en sí la causa primordial de las desdichas que pronto comenzarían a sufrir los pueblos de Centroamé­rica, sino el que dicho atraso coincidiera plenamente con la expansión del capitalismo a escala mundial. En efecto, con todo y el enorme atraso que heredaron de España nuestros pueblos, y pese al espíritu de colonizadores que siguió caracterizando a los criollos en su relación con el indígena y sus compañeros de infortunio -el negro y el mestizo-, es indudable que la independencia, considerada en sí misma, mediante su puesta en práctica, podía haber abierto las posibilidades para que nuestros países despegaran al desarrollo. Ello, tarde o temprano, les hubiera conducido a la superación del atraso heredado del colonialismo.

Mas, en virtud de su coincidencia con la expansión del Mercado Capitalista Mundial, la Independencia, sin mayor base que la de esa nefasta herencia de atraso abismal, no pudo preservarse ni desplegar la posibilidad de progreso que ella encerraba. De esta suerte, tras el dominio colonial de España, se impuso el del Mercado Capitalista Mundial, mercado que entonces lideraba Inglaterra.

Desventajas de la economía centroamericana

A fin de comprender la llamada "anarquía" observada en Nicaragua de 1823 a 1857, es necesario remitirse al factor económico que, como se sabe, sirve de base para comprender el conjunto de fenómenos sociales [5]. De cierto, el atraso de la estructura socio-económica heredada del colonialismo colocó en desventaja a los nacientes estados centroamericanos frente a las potencias capitalistas en expan­sión, dueñas del mercado mundial.

A inicios del siglo XIX, la mayor parte de la población centroamericana se dedicaba a la agricultura de subsistencia, siendo escasa la parte de la misma que se dedicaba al comercio. La agricultura de exportación representaba así una parte relativamente pequeña de la actividad económica [6]. La ganadería -que junto con la agricultura se constituyó en una de las actividades principales-, en lo fundamental, respondía igualmente a las necesidades inmediatas de la población. Las cosas no podían resultar de otra manera toda vez que la mano de obra y el crédito fueron los recursos más escasos, en tanto que la tierra abundaba  [7].

Con productos escasos, de demanda oscilante, y sin la debida experiencia comercial, la economía centroamericana no podía competir, en ningún sentido, con la de las potencias capitalistas en expansión [8]. En consecuencia, en el intercambio establecido entre una economía predominantemente de subsistencia (la de Centroamérica) y una de mercado (la de Inglaterra y la de EEUU, entre otras), esta última debía imponerse sobre la primera, someterla a su propia dinámica.

Así resultó que “a raíz de la Independencia, el comercio de León y el Realejo pasó a ser controlado por empresarios ingleses, entre quienes se destacan John Foster, Vice-cónsul británico en aquel puerto, Thomas Manning en León, Walter Bridge y Jonás Glenton. Su principal negocio era la exportación de añil y maderas preciosas; la caoba y el palo de brazil gozaban de gran demanda. Los comerciantes ingleses prestaban dinero al gobierno nicaragüense a cambio del monopolio del tabaco y de las rentas de las aduanas del Realejo. También gozaban de los derechos exclusivos sobre las importaciones en la costa del Pacífico. Adquirían tierras para cultivar productos de exportación tales como tabaco, añil y algodón. Introdujeron una nueva maquinaria para limpiar, procesar y empacar esta fibra, gracias a la cual incrementaban la producción a la vez que reducían sus gastos. En medio de las tormentas políticas de Nicaragua, estos comerciantes se protegían bajo el paraguas del gobierno británico” [9].

La llamada anarquía de 1823-1857
 La economía de subsistencia o natural, que imperaba en Centroamérica tras la Independencia, entrañaba una gran desconexión entre unas y otras regiones agrícolas y, por ende, la ausencia de un poder político nacional. Sobre esta base, se generaban constantes guerras intestinas entre las distintas facciones de la clase dominante, guerras a las que forzosamente conducían a las masas populares.
Ciertamente, al proclamarse “la independencia de España se abre un sangriento período de guerras civiles en las que los patrones de las haciendas y los dueños del comercio resuelven sus disputas hegemónicas a costa de la sangre de los pobres, obligados a pelear bajo las divisas partidarias de los terratenientes, según sea a quien pertenezca el fundo donde viven en servidumbre” [10].
A nuestro entender, esa falta de unidad política entre las facciones de la clase dominante estuvo siempre contenida, potencialmente, durante los tres siglos de existencia del colonialismo español. Ciertamente, si España mantuvo su poder sobre toda la parte de Nicaragua que ella conquistó, lo hizo gracias, casi exclusivamente, a las armas y a  la labor de los misioneros religiosos, y no mediante el impulso de la estructura económica. En este sentido, el dominio colonial mantuvo una unidad artificial en todo el territorio latinoamericano [11].
Por consiguiente, eliminado el dominio de España, desaparecía el factor militar como medio artificial de unidad política, puesto que entre las facciones de la clase dominante ninguna disponía de suficientes recursos materiales ni bélicos, como para mantener bajo su dominio todo el territorio de Nicaragua, tal como lo había hecho la administración colonial, la que, gracias al saqueo colonial, sí llegó a contar con tales recursos.

La máxima expresión del atraso económico fue, pues, la gran inestabilidad política que imperó, después de la Independencia, no sólo en Nicaragua sino también en el resto de Centroamérica. Esta situación se vio significativamente agravada a consecuencia de la crisis económica iniciada a partir de 1820 en Centroamérica, traducida, según Oscar René Vargas, en “la parali­zación, disminu­ción y, en el mejor de los casos, estancamiento de las fuerzas produc­tivas”. Hacia ello había conducido la devastación de los campos, provoca­da por las fuerzas en pugna y por la utilización de las entradas de aduana y del estanco para sufragar los gastos del ejército en su lucha contra las fuerzas rebeldes [12].

La característica más relevante del período de inestabilidad política [13] fue la presencia de contradicciones existentes, por un lado, entre las provincias centroamericanas y la capital federal y, por el otro, las registradas a lo interno de cada provincia contra la respectiva capital.  No obstante, la contradicción fundamental fue la estableci­da entre las provincias y su capital federal, ciudad Guatemala.

Tipos de contradicciones

Las provincias se oponían al centralismo de ciudad Guatemala debido a que ésta: disponía de las entradas fiscales (las de aduana, estanco, tabaco, diezmos, alcabalas, etc.), utilizándolas para su propio beneficio; contribuía a la liquidación de la industria artesa­na de las demás provincias, permitiendo la libre penetración de mercan­cías extranjeras; imponía fuertes derechos de exportación a los productos de las mismas. La exigencia planteada por las provincias ante la capital fede­ral consistía en que todos los ingresos fiscales -sobre todo los de aduana- pudieran distribuirse de acuerdo a la riqueza aportada por cada provincia, a la población y a las necesidades de cada una de ellas [14].

El monopolio que Guatemala ejercía sobre los ingresos fiscales favorecía primordialmente a los terratenientes y comer­ciantes que habitaban en ella. Lo poco que llegaba de esos ingresos a las restantes provincias, beneficiaba principalmente a las capitales respectivas. En ello radica el origen de los conflictos librados entre León y Granada (Nicaragua); Comayagua y Tegucigalpa (en Honduras); Cartago y San José (en Costa Rica); Quetzaltenango y ciudad Guatemala (en la antigua Capitanía General) [15].

Como puede apreciarse, los conflictos entre las facciones de la clase dominante tenían una base económica [16]. Sin embargo, dado que esas facciones se agrupaban alrededor de una u otra ciudad, las contradicciones entre ellas aparecían, para el caso de Nicaragua, como conflic­tos entre las ciudades de León (residencia de los liberales) y Granada (residencia de los conservadores), las cuales “organizaban su vida económica en forma autóno­ma” y “aparecían como sustitutos de un Estado Nacional” [17].

En el marco de las contradicciones que aflorarían en Centroaméri­ca apenas proclamada la independencia, debemos distiguir dos momentos: El primero es el del enfrentamiento entre los par­tidarios de la anexión a México y los independentis­tas (1821 1823), el segundo, el de la lucha entre los partidarios y los enemigos de la federación centroamericana (1823-1838).

II. Dos momentos en el desarrollo de las contradicciones

La lucha entre anexionistas e independentistas (1821-1823)

Apenas proclamaba la independencia respecto a España, las fuerzas más acaudalas de entre los criollos anexaron Centroamérica al imperio mexicano de Agustín Iturbide. A fin de comprender las causas que condujeron a las fuerzas más retrógradas del istmo a dar semejante paso, nos remitiremos a José Dolores Gámez. La lucha entre los partidarios de la anexión a México y los de la república tiene sus raíces en el conflicto que, a partir del siglo XVII, se entabló entre los criollos y los chapetones o españoles peninsulares, los que “continuaban llegando a América con pretensiones de conquistadores, monopolizando todo y mirando a los criollos dueños del suelo y con mejor educación y aptitudes que ellos cual si fuesen degenerados e inferiores” [18].

“El partido tradicionalista o conservador al que sus contrarios llamaron servil, compuesto de los chapetones y crio­llos cortesa­nos suyos se mantuvo siempre apegado al pasado, a pesar de su adhesión al acta [de Independencia] del 15 de sep­tiembre [de 1821], a la cual toleró en un principio, halagado como estuvo por las promesas del habilísimo Plan de Iguala [el de la anexión de Centroamérica a México], que les garantizaba un monarca español en México con los mismos usos, costumbres, leyes y religión de la Madre Patria, así como sus lucros y privilegios de abolengo; y después en el momento de la proclamación, cuando esta varió de rumbo en favor de la idea republicana, aturdido por el clamor de la muchedumbre, que invadía la sesión y también por el temor que ésta le inspiraba.       

“Cuando más tarde pudo apreciar en calma el paso en falso que había dado y darse cuenta exacta de que era contrario a sus intereses y preocupaciones, procuró reparar el mal entendién­dose con Iturbide que fue entonces su única esperanza de salvación.

“El otro partido, que siempre había gemido bajo una planta opresora y venía siendo desde un principio la víctima del despotismo y mala voluntad de los chapetones y de los criollos adláteres de estos, entendía las cosas de otro modo y soñaba con la implantación del sistema republicano que nivelaría [a] todos, no tanto por lo que de bueno este tenía en sí políticamente con­siderado como porque lo creía llamado a poner término al dominio y preponder­ancia de sus contrarios y a librarlos de la insolencia del elemento criollo y cortesano que formaban su mayor pesadilla.

“La anexión de Guatemala a México, sin esos antecedentes, no habría sido quizás tan adversada por los liberales, porque en aquella época no había tanta exigencia en asuntos de autonomía nacional, tratándose de un país hermano, como porque había la creencia general que el triunfo de aquel pensamiento era también el de los españoles y criollos execrados por las demás clases” [19].

De esta larga cita que hemos tomado de la obra de Gámez, Historia Moderna de Nicaragua, podemos extraer una serie de ideas que alumbran la comprensión de la lucha entre independen­tistas y anexionistas:

- El apego al pasado que caracterizaba al partido tradicionalista o conservador, el cual se vio obligado por la presión de las masas a tolerar la indepen­dencia.

- Los chapetones, siempre bajo la constante presión de las masas, tuvieron que pronunciarse en favor de la república.

- Esta misma fuerza, siendo consciente de la inestabilidad de su dominación, sintiéndose amenazada por la muchedumbre que le inspiraba temor, decidió la anexión a México, pensando que, de esa forma, salvaguardaría sus privilegios.

- El otro partido, el de los criollos de clase media, se pronunciaba en contra de la anexión, al parecer, en virtud de que identificaba la realización de ésta con la continuidad del dominio que sobre ellos ejercían los chapetones y los criollos serviles.



El pueblo sí asumió posiciones abiertamente clasistas

Otra, muy distinta, fue la actitud asumida por las masas populares. Su lucha contra la anexión a México tuvo un carácter abiertamente clasista, es decir, que, de manera franca, el pueblo, median­te esa lucha, aspiraba a realizar sus propios intereses sobre todas las facciones de la clase dominante. Esto, claro está, lo hacía aún de forma instintiva, espontánea. No se podía esperar otra cosa de una época donde el atraso general imperante en la sociedad debía, inevitablemente, expresarse en un incipiente desarrollo de la conciencia de las masas. Pero la incapacidad de la clase dominante para defender la Independencia abonaba el terreno sobre el cual la necesidad de mantener el estatus de Nicaragua como Estado independiente tendría en ellas la fuerza social que no sólo defendería este estatus sino que, además, buscaría como realizarlo plenamente.

En Nicaragua, la anexión a México no sólo fue repudiada sino que generó una rebelión popular encabezada por Cleto Ordóñez, la cual adquirió la dimensión de un levantamiento de la multitud, que se prolongó por largos meses. La rebelión de Ordóñez lanzó la consigna “se acabaron los dones”, pronunciándose, de esta suerte, contra los elementos más acaudalados de la ciudad. Mas las cosas no se redujeron a un lema. Se procedió a actuar directamente en favor del pueblo y en contra de aquéllos:

Los rebeldes arrancaron los escudos nobiliarios de las casas de los ricos y los destruyeron.

- Los habitantes de los barrios populares y comarcas rurales bajaron a expropiar los productos de los almacenes pertenecientes a los principales comerciantes.

- De las despensas de los ricos se extrajeron viandas y vino y, en las calles, se sirvieron comilonas para la multitud [20]

Todo ello evidencia claramente el sentido clasista de la rebelión encabezada por Ordóñez en la ciudad de Granada en 1822.

El levantamiento de Ordóñez contra la anexión a México fue en Nicaragua el más relevante, pero no el único. Poco antes del mismo, también durante ese año, en León un grupo de artesanos del barrio Sutiaba y varios estudiantes asaltaron y se apoderaron del cuartel de la compañía provincial. Este movimiento perseguía, al parecer  “... llevar a cabo el movimiento popular... [que] el pueblo se reuniera en cabildo abierto y pudiera ejercer el mismo las atribuciones del poder y proceder a elegir una junta de once individuos que ejercieran todas las funciones del mando” [21].

General Francisco Morazán

La lucha entre partidarios y enemigos de la federación

El imperio de Agustín Iturbide fue derrocado en 1823. Este mismo año, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala se constituyeron en federación, bajo el nombre de “Provincias Unidas de Centroamérica” [22]. En ella, en un inicio, los elementos libera­les, conformados principalmente por latifundistas y comerciantes, se impusieron. Ello obedeció a dos razones: al relativo debilita­mien­to de las fuerzas conservadoras, observado tras la caída de Iturbide; y al hecho de que las riquezas de los liberales no fueran afectadas por la guerra de Independencia [23].


La República Federal, impulsada por estas fuerzas, tomó medidas tendientes a organizar y modernizar el Estado: suprimió los estancos, ofreció los terrenos realengos y baldíos en propie­dad privada, inició la desamortización de los bienes eclesiásticos y limitó la influencia de la Iglesia en los asuntos públicos. Asimismo declaró la libertad de comercio [24].

Muy pronto, sin embargo, estalló la lucha entre federalistas y antifederalistas, que habría de desembocar en el rompimiento de la federación centroamericana, acaecida en 1838 [25]. Por lo menos en el caso de Nicaragua, aunque en un primer momento hubo fuerzas interesadas en el predominio de las ideas liberales, sobre esas fuerzas se impuso luego el afán de lucro que habían heredado de la colonia. Por ello, la lucha degeneró, al decir de Carlos Fonseca, “en riñas de bandos opuestas que se disputaban el botín gubernamental” [26].

En este mismo sentido, se pronuncia la autora Shirley Christian, la que, después de señalar que la principal diferencia filosófica entre liberales y conservadores era su actitud hacia la Iglesia Católica (los primeros, abogando por la limitación de la función de ésta al cuido de las almas; los segundos, deseando que la misma pudiera tener gran influencia en el Gobierno), señala:

“Por lo general las luchas entre ambos partidos no estaban en relación con esas diferencias en su filosofía. Mas bien era una lucha por el poder y por las posibilidades de enriquecimiento que este ofrece” [27]

Siempre en relación con Nicaragua, es muy probable que, en el abandono de los principios liberales, haya influido el temor de toda la clase dominante ante la lucha del pueblo, pues ese mismo temor, en el último período del enfrentamiento entre liberales y conservadores (1844-1855), fue uno de los factores que empujó a estas fuerzas a hacer coincidir, por primera vez, sus intereses para enfrentar de manera conjunta al pueblo sublevado [28].

No obstante, la causa determinante del rompimiento de la unidad centroamericana debe buscarse en el gran atraso económico que caracterizaba a las cinco provincias del Istmo. Si entre éstas existía aislamiento económico y físico, ello obedecía al predominio de una economía preferentemente de subsistencia más que de mercado. Un intercambio comercial fluido entre las cinco nacio­nes centroamericanas habría servido como soporte material para mantener y afianzar la unidad centroamericana sobre bases federa­les, pero la ausencia del mismo, por el contrario, condujo al rompimiento de la unidad entre las provincias de Centroamérica [29]. A los factores de orden interno que sirven para explicar este fenómeno, debe necesariamente sumarse el factor externo, pues “el imperio inglés  primero y los Estados Unidos después, presionaron diplomática y militarmente, para impedir el empeño unionis­ta en la región” [30].

Sólo partiendo del atraso económico heredado de España, podemos comprender por qué a pesar de que a principios del siglo XIX en Europa se estaba operando una revolución científica y técnica, basada en la gran industria maquinizada, en Centroamérica no se pasaba del cultivo del jiquilite, de la cría de la cochinilla y del ganado y de los cultivos de subsistencia. Resalta el hecho de que sólo determinadas porciones de los grandes latifundios se utilizaran para las tres primeras actividades mencionadas. Tanto el jiquilite como la cochinilla se utilizaban para la extracción de tintes, en tanto que el ganado se destinaba a la producción de cueros.

No obstante, esta producción, hacia 1850, entró en crisis, dado que, para esa época, en Alemania se inventaron los colorantes sintéticos, que fueron poco a poco sustituyendo a los naturales. Se inicio así un período de estancamiento económico traducido en la reducción del comercio exterior y en la generalización de la pobreza. Dentro de este contexto histórico, el cultivo cafetalero comenzó “a cobrar importancia y a extenderse por doquier hasta que llegó a convertirse en el nuevo y principal producto de exportación en forma tal que marcará el inicio del ciclo de las revoluciones burguesas en Centro América” [31].

Previo al examen de la producción cafetalera y sus implica­ciones para nuestro país, debemos comprender de qué manera, tras el dominio colonial español, hizo su irrupción un nuevo dominio: el del mercado mundial capitalista.


IV. Notas:


[1].Wheelock Román, Jaime. Raíces Indígenas de la Lucha Anticolonialista en Nicaragua. Editorial Nueva Nicaragua, Managua 1985. p. 89.
[2. En Colombia,  por ejemplo, “…el pueblo en armas esperaba, además de la Independencia Nacional, la revolución de las estructuras y la mentalidad de la Colonia (…) la libertad de los esclavos, la distribución de las tierras bien situadas a los campesinos pobres, el rescate de comunidades indígenas, la abolición de privilegios religiosos y de casta y la institución real del Estado de derecho”.  Torres Giraldo, Ignacio. Síntesis de Historia Política de Colombia. Editorial Margen Izquierdo. Colección Pensamiento. Primera edición. Julio de 1972. p. 11. 
[3] Historia de los tiempos Modernos (1789-1917/1918. Cuaderno IV. Universidad Wilhelm Pieck. Rostock, RDA. 1986. Traducción e impresión provisionales. p. 114.  
[4] Torres-Rivas, Edelberto. Notas sobre las clases y el Estado en Centroamérica. En: La Inversión Extranjera en Centroamérica. EDUCA, Centroamérica. Tercera edición, 1974. p. 242.
[5] “Nada resulta más evidente que la imposibilidad de entender, sin el auxilio de la Economía, los fenómeno que dominan el proceso de formación de  la nación peruana. La economía no explica, probablemente, la totalidad de un fenómeno y de sus consecuencias. Pero explica sus raíces. Esto es claro, por lo menos, en la época que vivimos. Época que si por alguna lógica parece regida es, sin duda, por la lógica de la Economía.”  José Carlos Mariátegui. Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta. Perú. Lima, 1975.
[6] Lindo Fuentes, Héctor. La Economía de Centroamérica de las Reformas Borbónicas a las Reformas Liberales. Versión fotocopiada. p. 248.
[7] Ibíd. pp. 254, 257. 
[8]. Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo Social Centroamericano. EDUCA, 1981. p. 38.
[9]. Burns, Bradford E. Nicaragua: Surgimiento del Estado-Nación 1798-1856.. Instituto de Historia de Nicaragua. Talleres de Historia. Cuaderno Nº 5.  Managua, Nicaragua, 1993. p. 22.
[10]  Ramírez, Sergio.  El Alba de Oro.  Siglo Veintiuno Editores.  México 1984. pp. 55-56.
[11] Manfred Kossok dice al respecto: “Como resultado de la Conquista, España estableció un imperio colonial centralizado pero no unitario. Centralismo y Unidad pueden ser dos fenómenos idénticos, pero no tienen que serlo necesariamente. En el caso de España no hubo tal identidad”. Kossok, Manfred. Revolución, Estado y Nación en la Independencia. s-f-e. p. 163. Esa no-correspondencia entre centralismo y unidad se ligó muy estrechamente a la ausencia de una conquista y de una colonización que tuviera como proyecto el progreso económico. Se  entiende así el criterio según el cual “...la mayoría de los invasores  probablemente se proponía permanecer en el nuevo mundo sólo temporalmente. Su preocupación en esos primeros días era la de acumular riquezas o botines, tan rápidamente como fuera posible, para regresar con ellos y cargados de prestigio a España. Así fue como la conquista de la América Central, en las dos décadas subsiguientes guarda más parecido con un asalto prolongado que con una ocupación”. Macleod, Murdo J. Historia Socio-Económica de la América Central Española 1520-1720. s-f-e. pp. 39-40. Gregorio Smutko plantea en esencia lo mismo: “La conquista y los primeros años de la colonia fueron más una rapiña que una ocupación”. Smutko, Gregorio. La Mosquitia. Historia y Cultura de la Costa Atlántica. Editorial La Ocarina. Colección Costeña. p. 65. Así se explica el hecho que, después de haber transcurrido un siglo desde el momento de llamado “descubrimiento” de América, en ésta no se registró ninguna superpoblación española. Se estima que,  hacia 1550, en todo el Nuevo Mundo la cantidad de españoles apenas comprendía 15.000 hombres. Malajovski, K.B. Historia del Colonialismo en Oceanía. Editorial “NAUKA”. Redacción Central de Literatura Oriental, Moscú 1979. pp. 27-28.
[12]. Vargas, Oscar-René.  Notas sobre la Historia de Nicaragua 1823-1892. Material inédito. p. 2.
[13] Los conflictos que, a lo interno de la provincia de Nicaragua, tuvieron lugar después de la Independencia propiciaron que de ella se separaran Nicoya y Guanacaste. Las tensiones en Granada a causa de la anexión de Centroamérica al Imperio Mexicano de Miguel Iturbide y, particularmente, de la rebelión armada que en contra de semejante hecho estalló en esta ciudad, motivaron dicha separación. No era para menos dados “los naturales e imprescindibles reclutamientos, las contribuciones forzosas, persecuciones y todas las calamidades que producen esas revueltas...”. Álvarez, Miguel Ángel. De cómo perdimos las Provincias de Nicoya y Guanacaste. 1942. p. 21. No obstante sólo hasta el 15 de abril de 1858, con la suscripción del tratado Caña Jerez por parte de Costa Rica y Nicaragua, se cedieron a la primera los territorios de Nicoya y Guanacaste. El artículo 6 del tratado rezaba: “La República de Nicaragua tendrá exclusivamente el dominio y sumo imperio sobre las aguas del Río San Juan desde su salida del lago hasta su desembocadura en el Atlántico, pero la República de Costa Rica tendrá en dichas aguas los derechos perpetuos de libre navegación desde la expresada desembocadura hasta tres millas inglesas antes de llegar al Castillo viejo con objeto de comercio”. Ibíd. p. 67.  
[14] Vargas, Oscar-René.  Notas sobre la Historia de Nicaragua 1823-1892.. Ob. cit. pp. 4-5.
[15] Ibíd.
[16] “Las aparentes rivalidades lugareñas, simbolizadas por las pretensiones hegemónicas de las ciudades tales como Granada, León y Corinto eran la simple expresión de factores comerciales en juego. Granada representaba a los terratenientes y cultivadores en tanto que el puerto de Corinto, en el Pacífico (...) era, con la ciudad de León, la expresión de los pequeños propietarios, de los artesanos, así como de la incipiente clase de los comerciantes al menudeo. Aquéllos eran los conservadores, mechudos o calandracas, éstos los liberales, desnudos o timbucos”. Selser, Gregorio. Nicaragua de Walker a Somoza. Mex Sur Editorial S.A. 1984. p. 33.
[17]  Ramírez, Sergio.  Ob. cit. p. 12.
[18] Gámez, José Dolores. Historia Moderna de Nicaragua. Complemento a mi Historia de Nicaragua. Colección Cultural Banco de América. Serie Histórica Nº 7, Nicaragua, 1975. p. 113.
[19] Ibíd. pp. 113-114.
[20] Fonseca, Carlos.  Viva SandinoDEPEP-FSLN, 1984. pp. 18-20.
[21] Cita tomada de Wheelock Román.  Ob. cit. p. 331.
[22] Decreto de Independencia absoluta de las Provincias del Centro de América. (1º de julio de 1823). En: Documentos de la Historia de Nicaragua 1523-1857. Recopilación de Antonio Esgueva Gómez. Universidad Centroamericana. Managua 1993. Departamento de Filosofía e Historia. pp. 125-127.
[23]. Véase:  Historia de América. Selección de Lecturas, en dos tomos, tomo I.  Editorial Pueblo y Educación, 1980. p. 256.
[24] Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo Social Centroamericano.  Ob. cit. p. 39.
[25] “La independencia disolvió el vínculo principal que unía al istmo: la actividad centralista de la monarquía. Es decir, en la medida que la Audiencia se iba disolviendo en el proceso independentista, los Cabildos fueron cobrando mayor fuerza e iniciaron procesos internos de unidad regional, pues las élites locales pasaron a sustituir a los funcionarios peninsulares en los gobiernos de las provincias, haciendo más patente su ruptura con la capital. Ante ello, la autoridad política de la ciudad de Guatemala, ya en manos de comerciantes y terratenientes capitalinos, que abogaban por el libre comercio, vieron primero en la diputación provincial y, luego, en la anexión a México, un recurso para hacer valer su autoridad política y, así, revitalizar su hegemonía no consumada”. Tarracena Arriola, Arturo. Reflexiones sobre la Federación Centroamericana, 1823-1840. En: Revista de historia. Nº2 . Número especial (1992-1993). Publicaciones del Instituto de Historia de Nicaragua-Universidad Centroamericana  (UCA). p. 6.  
[26]  Fonseca, Carlos.  Ob. cit. p. 20.
[27] Christian, Shirley. Nicaragua. Revolución en la Familia. Sudamericana-Planeta. Buenos Aires. 1987. p. 12. 
[28]  Wheelock Román, Jaime. Ob. cit. pp. 94-101.
[28] “Las cinco provincias, con límites imprecisos pero aisladas entre sí, no pudieron mantenerse dentro de un pacto federal sin poseer la base económica indispensable para sustentarlo”.  Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo Social Centroamericano. Ob. cit. p. 41.
 [29]. Ibíd. p. 44.
 [30]. Cabezas Carcache, Horacio. La Política Expansionista de las potencias imperialistas y su impacto en Nicaragua. En: Apuntes de Historia de Nicaragua. Obra en dos tomos, tomo I, UNAN Managua, Departamento de Ciencias Sociales, Sección de Historia, 1980. p. 4.

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