Chespirito y el Capitalismo
Por Marcio Vargas Arana
Viendo
el fenómeno causado en la redes sociales por el reciente fallecimiento de
Roberto Gómez Bolaños —fenómeno en el cual la comunidad de cibernautas se
dividió en dos bandos contrapuestos y con ideas irreconciliables entre ambos,
pues por un lado muchos lamentaban su descenso y por otro, muchos más, si bien
no lo festejaban, señalaban su lado negativo dentro de la televisión mexicana-
me permito meter mi cuchara en el asunto y expresar mi humilde opinión.
El
Chavo del 8 con toda su caudal de éxito en México y Latinoamérica contribuyó en
nuestros países a generar el mal gusto por la comedia del pastelazo y provocó
que muchas generaciones de telespectadores se regodearan y acostumbraran a la
simpleza, la ñoñería y la comicidad más rupestre que existe en el medio del
espectáculo, esa comicidad de golpes, cubetazos, escobazos, derechazos, la
comicidad del ridículo, de la pena ajena, del equívoco, del doble sentido y de
la repetición infinita.
El
Chavo del Ocho fue (o es, pues aún se sigue transmitiendo), una serie de
televisión que explotó la parte más cursi y barata del sentimentalismo y
comicidad televisiva, haciendo creer al público televidente que la precariedad
es algo divertido, que la pobreza es algo que, si la padecemos, la debemos
disfrutar y en ocasiones agradecer. Y no es que queramos negar que tenía sus
meritos, no, pero El Chavo del Ocho (y toda su lista de personajes perdedores y
tontos), siempre se regodeó en promover el conformismo, el Así Son LasCosas Que
Le Podemos Hacer, el callá y obedecé (sino casquín y pipipipipipi), el respeto
a la moral católica y la burla de las carencia del otro. De hecho, Roberto Gómez
Bolaños, en la vida “real” (es decir, ante el público en entrevistas y
programas dedicados a él no sé si en su intimidad), se presentaba con una
gazmoñería propia de colegios religiosos y sociedades apolilladas. No es por
ello extraño que en el 2006 Roberto Gómez Bolaños apoyara al candidato del PAN
Felipe calderón, candidato en ese tiempo a la presidencia de México e
integrante de la más rancia y déspota derecha mexicana y responsable en México
de la muerte de más de 100,000 mexicanos y la desaparición de más de 50 mil y
hablaba de comportarse bien, obedecer las leyes y ser felices a pesar de todo.
Otra de
las características negativas del Chavo del Ocho es que hizo creer a muchos que
actuar, vivir y socializarse como un ignorante era una forma correcta de vivir,
que una persona sin conocimientos podría ser el chistoso de la clase, el
ocurrente de la vecindad, el tontito tierno del programa y que vivir así y no
pasar de eso, no constituía problema alguno; al contrario, ese tontito puede
servir de catalizador de frustraciones de todos los que le rodean ya sea:
gritándole, burlándose de él, golpeándolo, regañándolo, despreciándolo,
culpándolo de todo (“tenía que ser el chavo del 8”), segregándolo, ignorándolo,
humillándolo, en fin, todo el catálogo de lo que ahora le llaman
"Bullying."
c
Ahora
bien, en el contexto de la sociedad neoliberal es claro que el Chavo del Ocho
es el arquetipo del pobre “bueno”, menso, dejado, pleitista, crédulo,
conformista, “agradecido”, centavero, envidioso, díscolo, perdedor, ignorante,
sentimentaloide, rencoroso, metiche, sólo da lástima, pordiosero y católico; es
el pobre que no puede aspirar más que a una torta de jamón, el pobre que debe
aceptar, sin dudar, su situación; el pobre que debe obedecer a su mayores (y
por extensión a sus autoridades) sin poner nunca en duda sus órdenes; el pobre
cuya única forma de confrontar al poder económico es golpearlo cada vez que
llega a cobrar la renta o partirle los cachetes de marrana flaca al niño popis
de la vecindad, hasta ahí. El Chavo del 8 representa a cabalidad al Pobre que
nunca crece, ni mental, ni físicamente. El pobre huérfano de todo, que vive así
porque así debe ser; el pobre que debe tener miedo a Dios y esperar la
recompensa a sus miserias después de su muerte; el pobre cuyas carencias son
culpa de él y no del sistema; el pobre que espera el milagro de San Judas; el
pobre que nace, crece, se casa, reproduce y muere en su vecindad; el pobre que
no necesita dinero para ser feliz; el pobre que es pobre porque así debe ser, porque
así lo quiso dios, porque a pesar de todo “vivimos pobres pero vivimos
contentos”; ese pobre que le conviene a los gobiernos autoritarios, ese pobre
que le gusta a las oligarquías fascistas, ese pobre que no exige nada y le
gusta a las autoridades religiosas y televisivas, ese pobre que le tiene miedo
al pobre que protesta, reclama y se indigna con la pobreza de los demás.
No lo
niego, de niño lo vi y me reí con sus personajes, pero con el tiempo caí en
cuenta de todo el trasfondo (tal vez inconscientemente armado o no), de una
serie de televisión que con la etiqueta de “humorismo blanco” penetró en la
mente de miles de mexicanos y latinoamericanos, contribuyendo, en parte, a la
apatía y conformismo que caracteriza a muchos de nuestros pueblos donde ahora
miles lamentan su descenso desde su pobreza secular, desde su pobreza
económica, desde su pobreza intelectual (la cual probablemente ni es culpa de
ellos, sino del sistema), desde su pobreza cultural, desde esa pobreza que
Roberto Gómez Bolaños se encargó de beatificar; en una tradición mexicana que
él continuó, pues la heredó de las radionovelas, telenovelas y películas
mexicanas donde la pobreza siempre ha sido signo de “beatitud” “nobleza”
“bondad” estoicismo y “felicidad” (al estilo de la trilogía de “Nosotros los
Pobres”), todo ello transmitido a las masas con la única intención de alimentar
una conformidad insensible que los mantenga anestesiados para que no pidan lo
que en justo derecho les corresponde y la oligarquía les tiene vedado.
Primero
de diciembre de 2014.
Totalmente de acuerdo
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