Cuba entre tres imperios
27
noviembre 2014
Ernesto
Limia enfrenta con mucho éxito en este libro -Cuba entre tres imperios-una
paradoja cubana actual: la ciencia de la Historia, que es la más desarrollada
entre las sociales en Cuba, registra grandes avances en numerosos aspectos y
obtiene monografías de mucha calidad. Pero, al mismo tiempo, se registra un
cambio muy negativo a nivel de la sociedad. Un pueblo que tenía un enorme
aprecio por su historia y la consideraba parte muy importante de su ser
nacional, rasgo que a partir de 1959 fue potenciado a un grado altísimo por
sentimientos y convicciones revolucionarios masivos, un pueblo que fue
escolarizado y dio un salto colosal en sus niveles educacionales en solo
treinta años, ha visto disminuir sus conocimientos y su interés por la historia
nacional a un grado realmente alarmante.
Advierto
dos causas principales de ese hecho, diferentes entre sí. Una es el grave
deterioro de nuestro sistema escolar, dentro del cual el de la Historia sería
un caso, y la otra es la apreciable disminución del orgullo de ser cubano. Esta
última es la peor, porque afecta a uno de los pilares básicos de las
capacidades de resistencia, combate, sacrificios, desarrollo como seres
humanos, patriotismo e internacionalismo que han asegurado la fuerza y la
permanencia de Cuba soberana y socialista frente a tantas dificultades,
carencias y errores, y frente a Estados Unidos, que es el mayor enemigo de Cuba
y de la Humanidad.
La
Historia es uno de los terrenos en los cuales Cuba se está dividiendo
peligrosamente en dos sectores que van separándose: una élite y una masa, algo
que es propio de las sociedades capitalistas, y no de la sociedad que hemos
venido construyendo. No me toca analizar aquí las circunstancias en que esto
sucede, pero sí expresar en primer lugar mi alegría porque Cuba entre
tres imperios (1) es una demostración práctica de que ese no es un
destino fatal, y es un ejemplo de cómo una investigación histórica de
extraordinaria calidad puede exponerse en un libro muy atractivo para todos los
lectores, sin perder nada de sus cualidades científicas.
Por
cierto, cuando comenzó aquí el proceso de universalización de la Universidad, hace
cuarenta y cinco años, bajo la dirección del Rector José Miguel “Chomi” Miyar,
la orientación respecto a los libros de texto para trabajadores era que debía
encargarse su redacción precisamente a los docentes que tuvieran mayor
calificación y experiencia en la materia en cuestión.
La
erudición tiene aspectos peligrosos, pero no debe ser sinónimo de aburrimiento,
de utilizar muchos datos y tener pocas ideas, o de pedantería bien organizada.
El autor ha sabido combinar de manera maestra tres elementos: informaciones
relevantes muy poco conocidas y lecturas sagaces de documentos y bibliografías;
un sistema de valoraciones, inferencias y llamados de atención que nunca
desfallece a lo largo de la obra; y una narración sumamente amena, que invita
al lector a interesarse por el tema y a querer conocer más.
La
historia de Cuba con escritura y centros urbanos, que comenzó a partir de su
colonización por europeos, no empieza con la toma de La Habana por los
ingleses, que es precisamente donde termina este libro de Limia. Esa idea fue
hija del interés de una clase dominante, que logró convertir aquella frase en
un lugar común de la historia tradicional. Pero la cultura del pueblo cubano
hace rato que es mayor de edad, y necesita incorporar bien el conocimiento del
decurso comenzado con esa colonización, la conversión de la isla en objeto de
un poder ajeno e impuesto, la fase inicial del capitalismo en el mundo —en la
cual el Caribe tuvo un papel descollante—, y los modos como los países europeos
que iban convirtiéndose en potencias se enfrentaban entre sí por las riquezas
naturales, los negocios y las posiciones estratégicas del mundo colonial.
Esa
es la época en la que Cuba era “antemural y llave”, es decir, fortaleza militar
y centro de comunicaciones de un valor fundamental para el imperio español en
el que llamaban Nuevo Mundo. Y al mismo tiempo era un lugar de notables
intercambios mercantiles con otros colonizadores de las pequeñas islas del
Caribe y de áreas continentales, y una referencia siempre importante en las
cartas de navegación y en los mapas de los políticos y los militares europeos.
La
obra ha sabido comenzar precisamente por el principio, cuando los primeros
actores del drama histórico ni siquiera sospechaban que se encontrarían. Limia
nos explica quiénes eran realmente los europeos que vendrían a “descubrirnos”,
cómo apenas se articulaban en un solo Estado y construían una hegemonía dentro
de él cuando se expandieron tanto y tan bruscamente. Así podemos ver qué
características suyas marcaron sus fuerzas, sus ideas y sus limitaciones, y
cómo influyeron en nuestro país cuando apenas era considerado una posesión y
una parte de un imperio. Y nos expone datos esenciales acerca de la población
de Cuba que sería “descubierta” por aquellos, a la luz de un buen número de
investigaciones recientes acerca de los que vivían en esta isla, la terrible
hecatombe que los abatió mediante el proceso llamado “la conquista” —e
inclusive “la evangelización”— y las acciones de resistencia contra el ocupante
que realizaron en aquella primera etapa.
Limia
presenta claramente sus credenciales: lo que preside la historia que comienza
es el colonialismo, y la posición de su libro es anticolonialista. Quiero
resaltar esto, porque desde el punto de vista científico me parecen dos
requisitos imprescindibles: para intentar una comprensión efectiva de ese
proceso histórico; y para la relación inevitable que existe entre la obra
intelectual y las posiciones ideológicas y las funciones que ella tiene, sea o
no consciente de ello el autor. También quiero destacarlo porque están en curso
en esta década las celebraciones del quinto centenario de la fundación de las
primeras villas.
En
general no existen lenguajes inocentes, y en particular tampoco existe una
historia inocente. La que se intenta popularizar alrededor de estas
celebraciones del inicio de la colonización de Cuba es una historia
conservadora y más bien propia de colonizados de la mente y de los
sentimientos. Las primeras villas fundadas por los que le dieron permanencia al
supuesto descubrimiento de Cuba parecen unos hitos felices de la historia de un
pueblo maleable, solamente apto para recrear a los turistas y admirar las
baratijas de los Colón del siglo XXI. Hoy se le sigue llamando a este gran
crimen histórico “el encuentro de las dos culturas”, en medios que pertenecen
al Estado cubano. La torre de Iznaga, en Trinidad, nos ha sido presentada como
el romántico espacio de un drama de celos por una amada entre dos hermanos que
eran dueños de esclavos, y no hay una sola mención de los miles de seres humanos
literalmente molidos junto con la caña del valle de Trinidad, de aquellos que
no tuvieron derecho a tener ningún amor.
Cuba
entre tres imperios nos
conduce por una travesía que dura casi tres siglos. El tema está claro desde el
título. La isla, convertida a la fuerza en una colonia de un Estado europeo,
fue ocupada y utilizada atendiendo solamente a los beneficios que les reportaba
a gobernantes y empresarios, a las ganancias y el poder obtenidos de ella. Las
colonias no tienen historia, mientras no sean capaces de forjarla ellas mismas.
No
existía todavía la noción de concierto de potencias, y el mundo europeo del
capitalismo en expansión combinaba sin cesar la guerra y el mercado. La
metrópoli española alcanzó su cénit como potencia durante el primer siglo de la
colonia de Cuba, el XVI, pero libraba al mismo tiempo una contienda contra sus
rivales europeos y contra los límites férreos que le creaba su propia
actuación. El oro, la plata y los tercios de España eran protagonistas en
Europa, pero Francia, Inglaterra y los nacientes Países Bajos la desafiaban. El
poderío de Francia será mayor en el continente en el siglo XVII, pero
Inglaterra crecía inexorablemente y se fue imponiendo en el siglo siguiente.
Mientras, la decadencia española se iba acentuando, también sin remedio.
Cada
paso de la acumulación y el desarrollo del capitalismo, cada guerra o alianza
europea, tenían significados inmediatos para la vida de Cuba, a tal grado que
puedo afirmar que Ernesto Limia ha realizado una de las aproximaciones históricas
más valederas a la historia de la isla en esos tres siglos, al relacionarla tan
íntimamente con las acciones, las relaciones y los conflictos de aquellos tres
imperios.
La
estructura y el contenido de la obra están regidos por la narración, esa virtud
central de los libros de Historia. Limia se revela como un maestro del relato,
que sabe hilar con el concurso inexcusable del dominio del idioma, la sucesión
seleccionada de hechos, el manejo muy riguroso de resultados de investigaciones
y reflexiones, la invitación a emplear bien su tiempo que le hace al lector una
narración que enseña y es muy amena a la vez, y el encanto de pasajes que
motivan al espíritu y le reclaman que a su vez piense y se haga nuevas
sugerencias.
Pongo
un ejemplo, que me recordó que la historia es maestra, como decían los romanos,
y también que más nos vale ser buenos alumnos.
El escocés William Patterson, marino, gran negociante y uno
de los fundadores del Banco de Londres, le presenta un proyecto al rey de
Inglaterra en 1697, que él considera trascendental: debemos conquistar el
Darién, porque el istmo de Panamá sería fundamental para crear allí un sistema
de paso de mercancías que tendría alcance mundial. Con ello derrotaremos al
imperio español, solos o en alianza con otros poderes europeos, y alcanzaremos
un control a escala mundial. Pero es indispensable también conquistar La
Habana de manera permanente, porque Cuba, que es una de las mejores y más
extensas (islas) no solo de América sino tal vez del mundo, y que encontrándose
casi a igual distancia de los dos grandes continentes de América, el
septentrional y el meridional, es como la llave natural del golfo de México y
el centinela o guardián no poco respetable de la navegación de aquellas aguas, la
convertirán en un punto de singular importancia… (2)
Pero
si no lo hacemos, previene, el día no está muy distante en que América (…) se
apoderará en primer lugar de aquel istmo y después de las islas (…) Y de aquí
resultará que los angloamericanos, colocados en una situación intermedia entre
el este y el oeste del Nuevo Mundo, podrán construir el imperio más poderoso y
extendido que hasta ahora se haya visto en el mundo (…) y reunirán por medio
del comercio, por donde quiera que pasen, las más grandes riquezas. (…)
Entonces Inglaterra, a pesar de su gloria y sus libertades, será solo conocida
en el mundo por el recuerdo de su historia, como lo es hoy Egipto. (3)
El
Rey no le hizo caso a Patterson, los escoceses apelaron a enviar una expedición
al Darién por su cuenta, fueron derrotados por la naturaleza y su país se
hundió en una profunda ruina. Entonces, en 1707, su parlamento aprobó que se
reunieran ambos países y se creó el Reino Unido de la Gran Bretaña.
Por
su parte, Limia agrega:
Nuestra
suerte estaba echada: ya no podía pensarse en las guerras de conquista entre
las potencias imperiales por la redistribución de América sin pensar en
utilizar a Cuba como punto de avanzada y aprovisionamiento. En este contexto, a
la puja por nuestro país se incorporaría un nuevo actor, germen del imperio más
poderoso de la tierra: las Trece Colonias inglesas de Norteamérica. (4)
La
creciente Inglaterra puso su ambición en Cuba en aquel siglo XVIII. Pero ya
hubo otra historia diferente durante el medio milenio transcurrido desde el
final del libro de Limia hasta hoy. Esta lectura me hace pensar en cuánto nos
ilumina conocer los eventos y los procesos, que pueden ser tan disímiles como
el apoderamiento de Panamá por Estados Unidos y la construcción allí de un
canal interoceánico, por un lado, y la creación del pueblo cubano mediante su
propia epopeya en la última parte del siglo XIX, su revolución socialista de
liberación nacional sesenta años después y la estrategia cubana actual en
desarrollo en la zona de El Mariel, mientras se está produciendo la ampliación
de capacidades del canal de Panamá.
Un
gran acierto de esta obra es la utilización de la voz de los actores a través
de huellas que ellos mismos dejaron cuando todavía no sabían que devendrían
históricos. Fragmentos de documentos personales, actas de reuniones,
declaraciones, utilizados con mesura, ilustran los eventos que se narran y
ofrecen datos muy valiosos que casi siempre están ausentes en la Historia
tradicional. Esto le ilumina al lector un aspecto decisivo para entender los
hechos históricos en sí mismos, a partir de los sentimientos, intereses,
creencias, valoraciones, pasiones, motivaciones, aprensiones, audacias,
argumentos. A partir, en fin, del mundo de los que entonces efectivamente
actuaron. El trabajo con los datos y los análisis correspondientes a esa
dimensión de la realidad histórica investigada, bien integrado con los que
ubicamos en la otra realidad, la de los hechos mismos, le permiten al autor
disponer de la materia sin la cual no es factible hacer ciencia de la historia
y articularla.
Limia
utiliza también el testimonio, lo que le añade riqueza y amenidad a la
exposición. Cristóbal Colón habla, la noche de su llegada a la isla, pero sobre
todo lo hacen desconocidos: un vecino de La Habana en 1598, un tripulante de la
Flota un siglo después, un marino francés en 1740.
No
debo referirme a otros valores que contiene la obra, para dejar tiempo a lo
mejor, que será el intercambio que tendremos a continuación. Pero quisiera
tocar muy brevemente dos cuestiones. La primera es que con actividades como
esta que ustedes han organizado y con libros como el que nos ofrece Ernesto
Limia estamos enfrentando un desafío tremendo que ya tiene encima nuestro país:
el de la reafirmación del patriotismo. Cuba va entrando en una etapa de dilemas
y alternativas diferentes, pero entre las que sobresale la que existe entre el
socialismo y el capitalismo, teatro de una lucha cultural abierta en la que se
pondrá en juego nuestro futuro. El socialismo cubano tiene una profunda
necesidad de apelar al patriotismo, hilo conductor de la hazaña maravillosa
protagonizada por este pueblo en el último siglo y medio, y no servirán de nada
los rituales vacíos y los lenguajes pequeños de un patriotismo formal y
simplón.
El
nacionalismo ha sido un factor formidable para que hubiera Cuba y para sostener
sus realidades y sus proyectos, pero el nacionalismo tuvo que ser especificado
a lo largo de nuestra historia como vehículo del radicalismo revolucionario que
levantó por sobre todo la unión de la libertad con la justicia social.
Diferentes situaciones, luchas, condicionantes y proyectos no han modificado,
sin embargo, esa continuidad esencial. Por esto hay que reivindicar el
patriotismo de honda raíz popular, el que está comprometido con la revolución
de los humildes, por los humildes y para los humildes, porque un nacionalismo
sin apellidos suele ser manipulado para servir a un régimen contrario a las
mayorías, y convertido en una función de la dominación capitalista.
La
otra cuestión es hacer una propuesta: que este sea uno de los libros de texto
de la enseñanza media superior, y de las carreras universitarias en las que la
Historia de Cuba se brinda como servicio. Está lleno de datos que se necesita
que conozcan y manejen los estudiantes, y de valoraciones de historiador. En
vez de aquellas viejas narraciones hermosas, omisas, erróneas, imprecisas, acríticas
respecto al material historiográfico, Ernesto Limia utiliza los medios, los
métodos y los requisitos de exposición de la ciencia histórica actual. Usa los
tipos de aproximación, los lenguajes, los datos, las mediciones, los fecharios
y los auxilios técnicos de la historiografía. Contiene un gran número de temas
que no se tratan, o casi, en los libros de texto, y los trata sumamente bien. Y
todo lo pone al servicio de hacer divulgación como ella debe ser, de muy alta
calidad. Debemos abogar porque se desarrolle más una corriente de obras con
estas características.
Este
es un magnífico ejemplo de lo que debe ser la bibliografía a nuestro alcance,
para que cumpla su función, y le deje a la docencia la suya. A mi juicio, la
docencia debe ser un lugar de compartir y estimular los pensamientos y la
capacidad de pensar, de ejercitarse en identificar y entrar en relaciones con
un conjunto de temas, de problemas, de preguntas y sugerencias, de métodos, y
un lugar en el que los docentes logran establecer con los alumnos relaciones
que les permitan cumplir su función de formadores.
Notas
(1)En
la presentación de Ernesto Limia Díaz: Cuba entre tres imperios: perla,
llave y antemural, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2014. Facultad de
Filosofía, Sociología e Historia de la Universidad de La Habana, 11 de
noviembre de 2014.
(2)Ibídem, p. 151.
(3)Id.
(4)Id., p. 152.
(Tomado
de Dialogar Dialogar)
http://www.cubadebate.cu/opinion/2014/11/27/cuba-entre-tres-imperios/#.VHjO1TGG_Ds
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