13/10/2014
¿Pueden
China y Rusia echar a Washington a empujones de Eurasia?
Las
elites de EEUU se nieguen a aceptar que su breve “momento unipolar” está de
capa caída. El cierre de la era del dominio de espectro completo les resulta
inconcebible
El futuro de una alianza
Beijing-Moscú-Berlín
Un
fantasma recorre el rápidamente envejecido “Nuevo Siglo Americano”: la
posibilidad de una futura alianza comercial estratégica Beijing-Moscú-Berlín.
Llamémosla BMB.
Su
probabilidad está siendo analizada muy en serio en las más altas esferas de
Beijing y Moscú, y observada con interés en Berlín, Nueva Delhi y Teherán. Pero
no se les ocurra mencionarla dentro del circuito político –el Beltway–
de Washington o en la sede de la OTAN en Bruselas. En estos lugares, la
estrella del espectáculo de hoy y mañana es el nuevo Osama bin Laden: el Califa
Ibrahim, alias Abu Bakr al-Baghdadi, el escurridizo y autoproclamado profeta y
decapitador, jefe de un mini estado y un movimiento que ya nos ha deparado un
festín de siglas –ISIS/ISIL/IS– a mayor gloria de la histeria reinante en
Washington y otros lugares.
Sin
embargo, al margen de cómo Washington nos depara con asiduidad nuevos remix de
la Guerra Global contra el Terror, las placas tectónicas de la geopolítica
euroasiática continúan en movimiento, y no van a dejar de hacerlo porque las
elites estadounidenses se nieguen a aceptar que su históricamente breve
“momento unipolar” está de capa caída. A ellos, el cierre de la era del “full
spectrum dominance” (dominio de espectro completo), como el Pentágono
le gusta llamarlo, les resulta inconcebible. Después de todo, la necesidad de
que el país “indispensable” controle todo el espacio –militar, económico,
cultural, cibernético y exterior– es poco menos que un dogma religioso. A los
misioneros “excepcionalistas” no les va la igualdad. A lo sumo, aceptan
“coaliciones de voluntarios” como la que amontona a “más de 40 países” para
luchar contra ISIS/ISIL/IS, países que o bien aplauden (y maquinan) entre
bambalinas o envían algún que otro avión a Iraq o Siria.
La
OTAN, que a diferencia de parte de sus miembros no combatirá oficialmente en Jihadistan,
sigue siendo un montaje vertical controlado desde la cúspide por Washington.
Nunca se ha molestado en aceptar plenamente a la Unión Europea o permitir que
Rusia se “sintiera” europea. En cuanto al Califa, se trata únicamente de una
distracción menor. Un cínico postmoderno podría incluso afirmar que se trata de
un emisario enviado al terreno de juego mundial por China y Rusia para que la
hiperpotencia perdiera de vista la pelota.
Divide
y aísla
Así
pues, ¿cómo se aplica la “dominación de espectro completo” cuando dos potencias
competidoras reales –Rusia y China– comienzan a hacer sentir su presencia? El
enfoque de Washington hacia cada una de ellas –en Ucrania y en los mares de
Asia– podría considerarse como de dividir y aislar.
Con
el fin de mantener el Océano Pacífico como un clásico “lago americano”, el
gobierno de Obama ha estado “pivotando” de vuelta a Asia desde hace varios
años. Esto ha implicado no sólo movimientos militares modestos, sino también un
poco modesto intento de enfrentar el nacionalismo chino contra la variante
homóloga japonesa, mientras reforzaba sus alianzas y relaciones en todo el
Sudeste asiático, con un enfoque en las disputas energéticas del Mar del Sur de
China. Al tiempo que movía sus peones para cerrar un acuerdo comercial futuro,
la Asociación Trans-Pacífico (TPP).
En
las fronteras occidentales de Rusia, el gobierno de Obama (coreado por sus cheerleaders
locales, Polonia y los países bálticos) ha avivado las brasas de un cambio
de régimen en Kiev hasta hacerlas llamear y crear lo que Vladimir Putin y los
líderes de Rusia perciben como una amenaza existencial para Moscú. A diferencia
de EEUU, cuya esfera de influencia (y sus bases militares) son globales, se
trataba de que Rusia no tuviera ninguna influencia significativa en lo que fue
su bloque cercano, el cual, en lo que respecta a Kiev, no es para la mayoría de
los rusos en absoluto “extranjero”.
Para
Moscú, pareciera que Washington y sus aliados de la OTAN estuvieran cada vez
más interesados en imponer un nuevo telón de acero a su país desde el Báltico
hasta el Mar Negro, con Ucrania simplemente como punta de lanza. En términos de
la alianza BMB, el nuevo telón se concibe como un intento de aislar a Rusia e
imponer una nueva barrera a sus relaciones con Alemania. El objetivo final
sería dividir Eurasia e impedir nuevos avances hacia una integración comercial
futura a través de un proceso no controlado por Washington.
Desde
el punto de vista de Beijing, la crisis de Ucrania ha sido un acontecimiento en
el que Washington ha cruzado todas las líneas rojas imaginables para acosar y
aislar a Rusia. Para sus líderes, pareciera un intento concertado de
desestabilizar la región de manera favorable a los intereses estadounidenses,
con el apoyo de toda la amplia gama de élites de Washington, desde los
neoconservadores y “liberales” de la Guerra Fría hasta los intervencionistas
humanitarios del tipo Susan Rice y Samantha Power. Por supuesto, si usted ha
estado siguiendo la crisis de Ucrania desde Washington, esta perspectiva le
parecerá tan extraña como la de un marciano. Pero el mundo se ve de manera diferente
desde el corazón de Eurasia, en particular a partir de una China en ascenso con
su “sueño chino” (Zhongguo meng) de nuevo cuño.
Según
el presidente Xi Jinping, ese sueño incluiría una futura red de nuevas rutas de
la seda, organizada por China, que crearía el equivalente de un Trans-Asian
Express para el comercio euroasiático. Así que cuando Beijing, por
ejemplo, siente la presión de Washington y Tokio en el frente marítimo, parte
de su respuesta es un avance de tipo comercial en dos frentes a través de la
masa terrestre de Eurasia, uno de ellos a través de Siberia y el otro a través
de los “stans” de Asia Central.
En
este sentido, aun que usted no lo sepa –si sólo sigue los medios
estadounidenses o los “debates” en Washington– estamos entrando potencialmente
en un nuevo mundo. No hace mucho tiempo, los líderes de Beijing coqueteaban con la idea de
redefinir su juego geopolítico-económico codo con codo con EEUU, mientras que
el Moscú de Putin daba a entender la posibilidad de algún día unirse a la OTAN.
Ya se acabó. Hoy en día, la parte de Occidente en que ambos están interesados
en un posible futuro es una Alemania ya no dominada por el poderío
estadounidense y los deseos de Washington.
De
hecho, Moscú lleva ya no menos de medio siglo de diálogo estratégico con Berlín
que hoy día incluye la cooperación industrial y la interdependencia energética.
En muchas partes del Sur global ya se está al corriente de ello, y Alemania
está empezando a ser considerada como “la sexta potencia BRICS” (después de
Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
En
medio de unas crisis mundiales que van desde Siria a Ucrania, los intereses
geoestratégicos de Berlín parecen ir divergiendo lentamente de los de
Washington. Los industriales alemanes, en particular, parecen ansiosos por
continuar con unos tratos comerciales con Rusia y China que no tienen límite.
Estos podrían colocar al país en camino hacia un poderío mundial sin las
ataduras de las fronteras de la UE y, a largo plazo, indicar el final de la era
en la que Alemania, por mucha sutileza que se quisiera usar, era esencialmente
un satélite estadounidense.
Será
un camino largo y sinuoso. El Bundestag, el parlamento de Alemania, sigue
dependiente de una agenda atlantista fuerte y de una obediencia preventiva a
Washington. Y siguen habiendo decenas de miles de soldados estadounidenses en
suelo alemán. Sin embargo, por primera vez, la canciller alemana Angela
Merkel ha dudado a la hora de imponer sanciones más estrictas a Rusia, por
cuanto no menos de 300.000 puestos de trabajo alemanes dependen de las
relaciones con este país. Los líderes industriales y el establishment financiero
ya han dado la voz de alarma, temiendo que dichas sanciones sean totalmente
contraproducentes.
El banquete de la Ruta de la Seda china
El
nuevo juego de poder geopolítico de China en Eurasia tiene pocos paralelos en
la historia moderna. Los días en que el “pequeño timonel” Deng Xiaoping
insistía en que el país debía mantener un perfil bajo en la escena mundial han
desaparecido. Por supuesto, hay desacuerdos y estrategias en conflicto cuando
se trata de la gestión de los puntos calientes del país: Taiwán, Hong Kong,
Tíbet, Xinjiang, el Mar del Sur de China, los competidores India y Japón, y los
aliados problemáticos como Corea del Norte y Pakistán. Y el descontento popular
en algunas “periferias” dominadas por Beijing está creciendo hasta niveles
incendiarios.
La
prioridad número uno del país sigue siendo llevar a cabo las reformas
económicas del presidente Xi, al tiempo que se aumenta la “transparencia” y se
lucha contra la corrupción en el seno del Partido Comunista gobernante. En un
distante segundo lugar está el problema de cómo protegerse progresivamente
contra los planes de “pivote” del Pentágono en la región –mediante el aumento
del poderío militar de una flota de alta mar, submarinos nucleares y una fuerza
aérea tecnológicamente avanzada– sin llegar a ser tan asertivo como para hacer
entrar en pánico al establishment de Washington y su temida
“amenaza amarilla”.
Mientras
tanto, con una Marina estadounidense capaz de controlar las vías de comunicación
globales marítimas en un futuro previsible, la planificación de las citadas
rutas de la seda a través de Eurasia prosigue a buen ritmo. El resultado final
podría ser un triunfo de las infraestructuras integradas –carreteras, trenes de
alta velocidad, oleoductos, puertos– que conectaría China a Europa Occidental y
el Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum imperial, en todas las
formas imaginables.
En
un viaje inverso al de Marco Polo, remixed para un mundo con
Google, uno de los ramales claves de la Ruta de la Seda irá desde la antigua
capital imperial Xi'an a Urumqi, en la provincia de Xinjiang, y luego, a través
de Asia central, Irán, Iraq y la Anatolia turca, hasta terminar en Venecia.
Otro será una ruta marítima de la seda a partir de la provincia de Fujian,
pasando por el estrecho de Malaca, el Océano Índico, Nairobi, en Kenia, para
finalmente continuar hasta el Mediterráneo a través del Canal de Suez. Tomados
en conjunto, es a lo que Beijing se refiere como el Cinturón Económico de la
Ruta de la Seda.
La
estrategia de China es crear una red de interconexiones entre no menos de cinco
zonas clave: Rusia (puente clave entre Asia y Europa), los “stans” de Asia
Central, Asia del sureste (con importantes funciones para Irán, Iraq, Siria,
Arabia Saudita y Turquía), el Cáucaso y Europa del Este (entre otros Belarús,
Moldavia y, en función de su estabilidad, Ucrania). Y no se olviden de
Afganistán, Pakistán y la India, en lo que podría ser considerado como una ruta
de la seda plus.
Esta
ruta plus conectaría el corredor económico
Bangladesh-China-India-Myanmar con el corredor económico China-Pakistán, y
podría ofrecer a Beijing un acceso privilegiado al Océano Índico. Una vez más,
un paquete total –carreteras, trenes de alta velocidad, oleoductos y redes de
fibra óptica– uniría la región con China.
Xi
en persona situó la conexión entre India y China como parte de un bien definido
conjunto de imágenes en un artículo de fondo que publicó en el periódico The Hindu poco
antes de su reciente visita a Nueva Delhi. “La combinación de la 'fábrica del
mundo' y la 'oficina administrativa del mundo'”, escribió, “dará como resultado
la base productiva más competitiva y el mercado de consumo más atractivo”.
El
núcleo central de la elaborada planificación china para el futuro euroasiático
es Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang y sede de la mayor feria
comercial de Asia Central, la Feria de China-Eurasia. Desde el año 2000, una de
las mayores prioridades de Beijing ha sido la urbanización de esta provincia,
en gran parte desierta pero rica en petróleo, e industrializarla a toda costa.
Lo que implica, en opinión de Beijing, la homologación de la región con China,
con el corolario de la supresión de cualquier disidencia de la etnia uigur. Li
Yazhou, general del Ejército Popular de Liberación describió Asia Central como
“el más sutil pedazo de pastel donado por el cielo a la China moderna”.
La
mayor parte de la visión de China de una nueva Eurasia conectada con Beijing
por todo tipo de transporte y comunicación se detallaba claramente en el
documento “Marching Westwards: The Rebalancing of China’s Geostrategy”
(“Marchando hacia el oeste: el reequilibrio de la geoestrategia china”) un
estudio de referencia publicado en 2012 por el académico Wang Jisi, del Centro
de Estudios Internacionales y Estratégicos de la Universidad de Beijing. Como
respuesta a este futuro entramado de conexiones de eurasiáticas, el mayor logro
del gobierno de Obama ha sido una versión de la contención naval desde el
Océano Índico hasta el Mar del Sur de China, al tiempo que un agudizamiento de
los conflictos y las alianzas estratégicas alrededor de China, de Japón a la
India. (La OTAN se queda, por supuesto, con la tarea de contener a Rusia en
Europa del Este).
Contra
las rutas de la seda, telón de acero
El
“acuerdo de gas del siglo”, de 400.000 millones dólares, firmado por Putin y el
presidente chino en mayo pasado, sentó las bases para la construcción del
gasoducto Power of Siberia ya en construcción en Yakutsk, que
hará llegar un diluvio de gas natural ruso al mercado chino. Está claro que
sólo representa el comienzo de una alianza energética turboasistida entre los
dos países. Entre tanto, los empresarios e industriales alemanes ya se han
percatado de una nueva realidad: del mismo modo que el mercado final de los
productos made-in-China que circularán por las futuras nuevas
rutas de la seda será Europa, una circulación en sentido inverso es asimismo
evidente. En un factible futuro comercial, China está destinada a convertirse en el
principal socio comercial de Alemania para 2018, por delante tanto de EEUU como
de Francia.
Un posible obstáculo a esta evolución, grato a los ojos de
Washington, es una Guerra Fría 2.0, que ya está desgarrando no la OTAN sino la
Unión Europea. En la UE de este momento, el campo antirruso incluye Gran
Bretaña, Suecia, Polonia, Rumanía y los países bálticos. Por otra parte, Italia
y Hungría pueden considerarse en el campo prorruso, mientras que una
imprevisible Alemania sigue siendo la clave para saber si el futuro va a
consistir en un nuevo telón de acero o en una nueva apertura al Este. Para ello, Ucrania
sigue siendo la clave. Si se la consigue finlandizar con éxito (con una
autonomía significativa para sus regiones), como ha propuesto Moscú –sugerencia
que Washington rechaza de plano–, la vía hacia el Este seguirá abierta. Si no,
la propuesta de una BMB tendrá un futuro incierto.
Cabe
señalar que hay también otra visión del futuro económico euroasiático que asoma
en el horizonte. Washington intenta imponer a Europa un Tratado Transatlántico
de Comercio e Inversión (TTIP) y un tratado Transpacífico de Asociación (TPP)
similar a Asia. Ambos favorecen a las corporaciones [norte] americanas globales
y su objetivo evidente es el de impedir el ascenso de las economías de los
países BRICS y el surgimiento de otros mercados emergentes, a la vez que da
solidez a la hegemonía económica global estadounidense.
Dos
hechos flagrantes, debidamente registrados en Moscú, Beijing y Berlín, indican
cuál es el núcleo duro geopolítico detrás de estos dos pactos “comerciales”. El
TPP excluye a China y el TTIP excluye a Rusia. Es decir, ambos representan las
líneas de fuerza, apenas disimuladas, de una futura guerra comercial y
monetaria. En mis propios viajes recientes, he oído una y otra vez de boca de
productores agrícolas de calidad en España, Italia, y Francia que el TTIP es nada más que una versión económica
de la OTAN, la alianza militar que el presidente chino Xi Jinping, llama,
quizás un tanto ilusoriamente, una “estructura obsoleta”.
Hay
una resistencia significativa al TTIP en muchos países de la UE (especialmente
en los del Club Med de la Europa meridional), del mismo modo
que la hay contra el TPP entre las naciones de Asia (especialmente Japón y
Malasia). Es esto es lo que da a chinos y rusos esperanzas para sus nuevas
rutas de la seda y para un nuevo tipo de comercio a través del corazón de
Eurasia respaldado por una Unión Euroasiática apoyada en Rusia. A esta
situación están prestando mucha atención figuras clave en los círculos
empresariales e industriales alemanes para los que la relación con Rusia sigue
siendo esencial.
Después
de todo, Berlín no ha mostrado una excesiva preocupación por el resto de una UE
sumida en crisis (tres recesiones en cinco años). A través de una troika
universalmente despreciada –Banco
Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Comisión Europea– Berlín
está ya a todos los efectos prácticos, al timón de Europa, prosperando y
mirando al Este.
Hace
tres meses, la canciller alemana Angela Merkel visitó Beijing. Apenas
aparecieron en la prensa las conversaciones sobre la aceleración de un proyecto
potencialmente revolucionario: una conexión ininterrumpida de ferrocarril de
alta velocidad entre Beijing y Berlín. Su construcción será un imán para el
transporte y el comercio entre decenas de países a lo largo de su ruta, de Asia
a Europa. Pasando a través de Moscú, podría convertirse en el integrador
definitivo de la Ruta de la Seda y quizás la pesadilla definitiva para
Washington.
“Perder” Rusia
En
medio de una gran atención de los medios, la reciente cumbre de la OTAN en
Gales ha producido sólo una modesta “fuerza de reacción rápida” para su
despliegue con vistas a cualquier situación futura tipo Ucrania.
Mientras
tanto, la creciente Organización de
Cooperación de Shanghái (OCS), una
posible contraparte asiática de la OTAN, se reunió en Duchanbé (Tayikistán).
En Washington y Europa Occidental nadie pareció dar importancia al encuentro.
Deberían haberlo hecho. Allí, China, Rusia y los cuatro “stans” de Asia Central
acordaron incorporar a un impresionante conjunto de nuevos miembros: India, Pakistán e Irán. Las
implicaciones pueden ser de largo alcance. Después de todo, India, con su
primer ministro Narendra Modi, está ahora contemplando su propia interpretación
de la Ruta de la Seda. Detrás de ella se encuentra la posibilidad de un
acercamiento económico de “Chindia”, que podría cambiar el mapa geopolítico de
Eurasia. Al mismo tiempo, Irán está también incorporándose al tejido de la red
“Chindia”.
De
este modo, lenta pero segura, la OCS se perfila como la principal organización
internacional en Asia. Ya es evidente que uno de sus objetivos fundamental a
largo plazo será el de dejar de operar en dólares, mientras avanza en el uso
del petroyuan y el petrorrublo en el comercio
de la energía. Y EEUU, por supuesto, nunca será bien recibido en la
Organización.
Pero
todo esto es hablar del futuro. En la actualidad, el Kremlin sigue enviando
señales de que quiere empezar a hablar de nuevo con Washington, mientras que
Beijing nunca ha querido dejar de hacerlo. Sin embargo, la administración Obama
sigue miope, enfrascada en su propia versión de un juego de suma cero,
confiando en su fuerza tecnológica y militar para mantener una posición
ventajosa en Eurasia. Beijing, sin embargo, tiene acceso a los mercados y un
montón de dinero en efectivo, mientras que Moscú tiene un montón de energía.
Una cooperación triangular entre Washington, Beijing y Moscú sería sin duda
–como dirían los chinos– un juego en el que todos saldrían ganando… pero no
contengan la respiración por el momento.
En
cambio, es de esperar que China y Rusia profundicen su asociación estratégica,
al tiempo que atraen a otras potencias regionales euroasiáticas. Beijing ha
apostado el resto a que el enfrentamiento entre EEUU/OTAN y Rusia por Ucrania
hará que Vladimir Putin gire hacia el Este. Al mismo tiempo, Moscú está
calibrando cuidadosamente lo que su presente reorientación hacia un gigante
económico así puede significar. Algún día, es posible que algunas voces de
cordura en Washington se pregunten en voz alta cómo fue que EEUU “perdió” Rusia
en beneficio de China.
Mientras
tanto, podemos pensar en China como un imán en el nuevo orden mundial de un
futuro siglo euroasiático. El mismo proceso de integración que realiza Rusia,
por ejemplo, parece cada vez más el de India y otras naciones de Eurasia, y,
posiblemente, tarde o temprano también el de una Alemania neutral. En el juego
final de un proceso así, EEUU podría verse progresivamente expulsado de
Eurasia, y el eje BMB podría aparecer como un factor de cambio de juego. Hagan
sus apuestas, pronto. El resultado para el año 2025.
TomDispatch.
Traducido para Rebelión por S. Seguí. Revisado por La Haine
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