Los héroes de
nuestra época
Por: Fidel Castro
Ruz
Mucho hay que decir de estos tiempos difíciles para la humanidad. Hoy,
sin embargo, es un día de especial interés para nosotros y quizá también para
muchas personas.
A lo largo de nuestra breve historia revolucionaria, desde el golpe
artero del 10 de marzo de 1952 promovido por el imperio contra nuestro pequeño
país, no pocas veces nos vimos en la necesidad de tomar importantes decisiones.
Cuando ya no quedaba alternativa alguna, otros jóvenes, de cualquier
otra nación en nuestra compleja situación, hacían o se proponían hacer lo mismo
que nosotros, aunque en el caso particular de Cuba el azar, como tantas veces
en la historia, jugó un papel decisivo.
A partir del drama creado en nuestro país por Estados Unidos en
aquella fecha, sin otro objetivo que frenar el riesgo de limitados avances
sociales que pudieran alentar futuros de cambios radicales en la propiedad
yanki en que había sido convertida Cuba, se engendró nuestra Revolución
Socialista.
La Segunda Guerra Mundial, finalizada en 1945, consolidó el poder de
Estados Unidos como principal potencia económica y militar, y convirtió ese
país —cuyo territorio estaba distante de los campos de batalla— en el más
poderoso del planeta.
La aplastante victoria de 1959, podemos afirmarlo sin sombra de
chovinismo, se convirtió en ejemplo de lo que una pequeña nación, luchando por
sí misma, puede hacer también por los demás.
Los países latinoamericanos, con un mínimo de honrosas excepciones, se
lanzaron tras las migajas ofrecidas por Estados Unidos; por ejemplo, la cuota
azucarera de Cuba, que durante casi un siglo y medio abasteció a ese país en
sus años críticos, fue repartida entre productores ansiosos de mercados en el
mundo.
El ilustre general norteamericano que presidía entonces ese país, Dwight
D. Eisenhower, había dirigido las tropas coaligadas en la guerra en que
liberaron, a pesar de contar con poderosos medios, solo una pequeña parte de la
Europa ocupada por los nazis. El sustituto del presidente Roosevelt, Harry S. Truman, resultó ser el
conservador tradicional que en Estados Unidos suele asumir tales
responsabilidades políticas en los años difíciles.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —que constituyó hasta
fines del pasado siglo XX, la más grandiosa nación de la historia en la lucha
contra la explotación despiadada de los seres humanos— fue disuelta y
sustituida por una Federación que redujo la superficie de aquel gran Estado
multinacional en no menos de cinco millones 500 mil kilómetros cuadrados.
Algo, sin embargo, no pudo ser disuelto: el espíritu heroico del pueblo ruso, que unido a sus hermanos del resto de la URSS ha sido capaz de preservar una fuerza tan poderosa que junto a la República Popular China y países como Brasil, India y Sudáfrica, constituyen un grupo con el poder necesario para frenar el intento de recolonizar el planeta.
Algo, sin embargo, no pudo ser disuelto: el espíritu heroico del pueblo ruso, que unido a sus hermanos del resto de la URSS ha sido capaz de preservar una fuerza tan poderosa que junto a la República Popular China y países como Brasil, India y Sudáfrica, constituyen un grupo con el poder necesario para frenar el intento de recolonizar el planeta.
Dos ejemplos ilustrativos de estas realidades los vivimos en la
República Popular de Angola. Cuba, como otros muchos países socialistas y
movimientos de liberación, colaboró con ella y con otros que luchaban contra el
dominio portugués en África. Este se ejercía de forma administrativa directa
con el apoyo de sus aliados.
La solidaridad con Angola era uno de los puntos esenciales del
Movimiento de Países No Alineados y del Campo Socialista. La independencia de
ese país se hizo inevitable y era aceptada por la comunidad mundial.
El Estado racista de Sudáfrica y el Gobierno corrupto del antiguo
Congo Belga, con el apoyo de aliados europeos, se preparaban esmeradamente para
la conquista y el reparto de Angola. Cuba, que desde hacía años cooperaba con
la lucha de ese pueblo, recibió la solicitud de Agostinho Neto para el
entrenamiento de sus fuerzas armadas que, instaladas en Luanda, la capital del
país, debían estar listas para su toma de posesión oficialmente establecida
para el 11 de noviembre de 1975. Los soviéticos, fieles a sus compromisos, les
habían suministrado equipos militares y esperaban solo el día de la
independencia para enviar a los instructores. Cuba, por su parte, acordó el envío
de los instructores solicitados por Neto.
El régimen racista de Sudáfrica, condenado y despreciado por la
opinión mundial, decide adelantar sus planes y envía fuerzas motorizadas en
vehículos blindados, dotados de potente artillería que, tras un avance de
cientos de kilómetros a partir de su frontera, atacó el primer campamento de
instrucción, donde varios instructores cubanos murieron en heroica resistencia.
Tras varios días de combates sostenidos por aquellos valerosos instructores
junto a los angolanos, lograron detener el avance de los sudafricanos hacia
Luanda, la capital de Angola, adonde había sido enviado por aire un batallón de
Tropas Especiales del Ministerio del Interior, transportado desde La Habana en
los viejos aviones Britannia de nuestra línea aérea.
Así comenzó aquella épica lucha en aquel país de África negra,
tiranizado por los racistas blancos, en la que batallones de infantería
motorizada y brigadas de tanques, artillería blindada y medios adecuados de
lucha, rechazaron a las fuerzas racistas de Sudáfrica y las obligaron a
retroceder hasta la misma frontera de donde habían partido.
No fue únicamente ese año 1975 la etapa más peligrosa de aquella
contienda. Esta tuvo lugar, aproximadamente 12 años más tarde, en el sur de
Angola.
Así lo que parecía el fin de la aventura racista en el sur de Angola
era solo el comienzo, pero al menos habían podido comprender que aquellas
fuerzas revolucionarias de cubanos blancos, mulatos y negros, junto a los
soldados angolanos, eran capaces de hacer tragar el polvo de la derrota a los
supuestamente invencibles racistas. Tal vez confiaron entonces en su
tecnología, sus riquezas y el apoyo del imperio dominante.
Aunque no fuese nunca nuestra intención, la actitud soberana de
nuestro país no dejaba de tener contradicciones con la propia URSS, que tanto
hizo por nosotros en días realmente difíciles, cuando el corte de los
suministros de combustible a Cuba desde Estados Unidos nos habría llevado a un
prolongado y costoso conflicto con la poderosa potencia del Norte. Desaparecido
ese peligro o no, el dilema era decidirse a ser libres o resignarse a ser
esclavos del poderoso imperio vecino.
En situación tan complicada como el acceso de Angola a la
independencia, en lucha frontal contra el neocolonialismo, era imposible que no
surgieran diferencias en algunos aspectos de los que podían derivarse
consecuencias graves para los objetivos trazados, que en el caso de Cuba, como
parte en esa lucha, tenía el derecho y el deber de conducirla al éxito. Siempre
que a nuestro juicio cualquier aspecto de nuestra política internacional podía
chocar con la política estratégica de la URSS, hacíamos lo posible por
evitarlo. Los objetivos comunes exigían de cada cual el respeto a los méritos y
experiencias de cada uno de ellos. La modestia no está reñida con el análisis
serio de la complejidad e importancia de cada situación, aunque en nuestra
política siempre fuimos muy estrictos con todo lo que se refería a la
solidaridad con la Unión Soviética.
En momentos decisivos de la lucha en Angola contra el imperialismo y
el racismo se produjo una de esas contradicciones, que se derivó de nuestra
participación directa en aquella contienda y del hecho de que nuestras fuerzas
no solo luchaban, sino que también instruían cada año a miles de combatientes
angolanos, a los cuales apoyábamos en su lucha contra las fuerzas pro yankis y
pro racistas de Sudáfrica. Un militar soviético era el asesor del gobierno y
planificaba el empleo de las fuerzas angolanas. Discrepábamos, sin embargo, en
un punto y por cierto importante: la reiterada frecuencia con que se defendía
el criterio erróneo de emplear en aquel país las tropas angolanas mejor
entrenadas a casi mil quinientos kilómetros de distancia de Luanda, la capital,
por la concepción propia de otro tipo de guerra, nada parecida a la de carácter
subversivo y guerrillera de los contrarrevolucionarios angolanos. En realidad
no existía una capital de la UNITA, ni Savimbi tenía un punto donde resistir,
se trataba de un señuelo de la Sudáfrica racista que servía solo para atraer
hacia allí las mejores y más suministradas tropas angolanas para golpearlas a
su antojo. Nos oponíamos por tanto a tal concepto que más de una vez se aplicó,
hasta la última en la que se demandó golpear al enemigo con nuestras propias
fuerzas lo que dio lugar a la batalla de Cuito Cuanavale. Diré que aquel
prolongado enfrentamiento militar contra el ejército sudafricano se produjo a
raíz de la última ofensiva contra la supuesta “capital de Savimbi” —en un
lejano rincón de la frontera de Angola, Sudáfrica y la Namibia ocupada—, hacia
donde las valientes fuerzas angolanas, partiendo de Cuito Cuanavale, antigua
base militar desactivada de la OTAN, aunque bien equipadas con los más nuevos
carros blindados, tanques y otros medios de combate, iniciaban su marcha de
cientos de kilómetros hacia la supuesta capital contrarrevolucionaria. Nuestros
audaces pilotos de combate los apoyaban con los Mig-23 cuando estaban todavía
dentro de su radio de acción.
Cuando rebasaban aquellos límites, el enemigo golpeaba fuertemente a
los valerosos soldados de las FAPLA con sus aviones de combate, su artillería
pesada y sus bien equipadas fuerzas terrestres, ocasionando cuantiosas bajas en
muertos y heridos. Pero esta vez se dirigían, en su persecución de las golpeadas
brigadas angolanas, hacia la antigua base militar de la OTAN.
Las unidades angolanas retrocedían en un frente de varios kilómetros
de ancho con brechas de kilómetros de separación entre ellas. Dada la gravedad
de las pérdidas y el peligro que podía derivarse de ellas, con seguridad se
produciría la solicitud habitual del asesoramiento al Presidente de Angola para
que apelara al apoyo cubano, y así ocurrió. La respuesta firme esta vez fue que
tal solicitud se aceptaría solo si todas las fuerzas y medios de combate
angolanos en el Frente Sur se subordinaban al mando militar cubano. El
resultado inmediato fue que se aceptaba aquella condición.
Con rapidez se movilizaron las fuerzas en función de la batalla de
Cuito Cuanavale, donde los invasores sudafricanos y sus armas sofisticadas se
estrellaron contra las unidades blindadas, la artillería convencional y los
Mig-23 tripulados por los audaces pilotos de nuestra aviación. La artillería,
tanques y otros medios angolanos ubicados en aquel punto que carecían de
personal fueron puestos en disposición combativa por personal cubano. Los
tanques angolanos que en su retirada no podían vencer el obstáculo del
caudaloso río Queve, al Este de la antigua base de la OTAN —cuyo puente había
sido destruido semanas antes por un avión sudafricano sin piloto, cargado de
explosivos— fueron enterrados y rodeados de minas antipersonal y antitanques.
Las tropas sudafricanas que avanzaban se toparon a poca distancia con una
barrera infranqueable contra la cual se estrellaron. De esa forma con un mínimo
de bajas y ventajosas condiciones, las fuerzas sudafricanas fueron
contundentemente derrotadas en aquel territorio angolano.
Pero la lucha no había concluido, el imperialismo con la complicidad
de Israel había convertido a Sudáfrica en un país nuclear. A nuestro ejército
le tocaba por segunda vez el riesgo de convertirse en un blanco de tal arma.
Pero ese punto, con todos los elementos de juicio pertinentes, está por elaborarse
y tal vez se pueda escribir en los meses venideros.
¿Qué sucesos ocurrieron anoche que dieron lugar a este prolongado
análisis? Dos hechos, a mi juicio, de especial trascendencia:
La partida de la primera Brigada Médica Cubana hacia África a luchar
contra el Ébola.
El brutal asesinato en Caracas, Venezuela, del joven diputado
revolucionario Robert Serra.
Ambos hechos reflejan el espíritu heroico y la capacidad de los
procesos revolucionarios que tienen lugar en la Patria de José Martí y en la cuna
de la libertad de América, la Venezuela heroica de Simón Bolívar y Hugo Chávez.
¡Cuántas asombrosas lecciones encierran estos acontecimientos! Apenas
las palabras alcanzan para expresar el valor moral de tales hechos, ocurridos
casi simultáneamente.
No podría jamás creer que el crimen del joven diputado venezolano sea
obra de la casualidad. Sería tan increíble, y de tal modo ajustado a la
práctica de los peores organismos yankis de inteligencia, que la verdadera
casualidad fuera que el repugnante hecho no hubiera sido realizado
intencionalmente, más aún cuando se ajusta absolutamente a lo previsto y
anunciado por los enemigos de la Revolución Venezolana.
De todas formas me parece absolutamente correcta la posición de las
autoridades venezolanas de plantear la necesidad de investigar cuidadosamente
el carácter del crimen. El pueblo, sin embargo, expresa conmovido su profunda
convicción sobre la naturaleza del brutal hecho de sangre.
El envío de la primera Brigada Médica a Sierra Leona, señalado como
uno de los puntos de mayor presencia de la cruel epidemia de Ébola, es un
ejemplo del cual un país puede enorgullecerse, pues no es posible alcanzar en
este instante un sitial de mayor honor y gloria. Si nadie tuvo la menor duda de
que los cientos de miles de combatientes que fueron a Angola y a otros países
de África o América, prestaron a la humanidad un ejemplo que no podrá borrarse
nunca de la historia humana; menos dudaría que la acción heroica del ejército
de batas blancas ocupará un altísimo lugar de honor en esa historia.
No serán los fabricantes de armas letales los que alcancen merecido
honor. Ojalá el ejemplo de los cubanos que marchan al África prenda también en
la mente y el corazón de otros médicos en el mundo, especialmente de aquellos
que poseen más recursos, practiquen una religión u otra, o la convicción más
profunda del deber de la solidaridad humana.
Es dura la tarea de los que marchan al combate contra el Ébola y por
la supervivencia de otros seres humanos, aun a riesgo de su propia vida. No por
ello debemos dejar de hacer lo imposible por garantizarle, a los que tales
deberes cumplan, el máximo de seguridad en las tareas que desempeñen y en las
medidas a tomar para protegerlos a ellos y a nuestro propio pueblo, de esta u
otras enfermedades y epidemias.
El personal que marcha al África nos está protegiendo también a los
que aquí quedamos, porque lo peor que puede ocurrir es que tal epidemia u otras
peores se extiendan por nuestro continente, o en el seno del pueblo de
cualquier país del mundo, donde un niño, una madre o un ser humano pueda morir.
Hay suficientes médicos en el planeta para que nadie tenga que morir por falta
de asistencia. Es lo que deseo expresar.
¡Honor y gloria para nuestros valerosos combatientes por la salud y la
vida!
¡Honor y gloria para el joven revolucionario venezolano Robert Serra junto a la compañera María Herrera!
Estas ideas las escribí el dos de octubre cuando supe ambas noticias,
pero preferí esperar un día más para que la opinión internacional se informara
bien y pedirle a Granma que lo publicara el sábado.
Fidel Castro Ruz
Octubre 2 de 2014
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