GUSTAVO
VALCÁRCEL CARNERO: “ CUENTOS DESDE LA LUNA ROJA”
POR WINSTON
ORRILLO
La
verdad es que, trémulo, redacto esta columna.
El
autor acaba de dejarnos, pero yo, que ya había leído su libro, una semana antes, le manifesté mi deseo de escribir
sobre el texto, y él, con la modestia que lo caracterizaba, me expresó que el
hecho de que lo hubiera leído era suficiente…
Llegaron,
entonces, tareas universitarias, bloqueos de salud y fui retrasando estas
páginas que, ya, aparecerán, cuando él no se halle entre nosotros.
Pero,
felizmente, mucho de lo que se va a leer, se lo manifesté por el teléfono,
mientras lo redactaba mentalmente.
En
principio que, más que cuentos, sus textos se inscriben en la categoría de
relatos, precisamente por su extensión, por la densidad de sus análisis, por su
lenguaje muchas veces filosófico-científico (dada su rigorosa formación
intelectual) y, casi, siempre, pleno de conocimientos que, parece, él quisiera
transmitirnos, vía su prosa estremecida y estremecedora.
“Cuentos desde la luna roja”
(Editorial Summa, 2014) es el título
de las 150 páginas que contienen los tres relatos, alguno –especialmente el primero-
“El sueño de Angelina” de estremecedora, tremante impronta premonitoria: es la
historia de una mujer enterrada viva: con sus correspondientes expresiones: “La
sed que tengo es de muerte y la rigidez de mi cuerpo es cercana a la de un
cadáver. Deben haber cruzado mis manos a la altura de mi pecho y esa es la
opresión que siento sobre mí. ¡Seguramente me han colocado algodones en la
nariz y en la boca! ¡Con razón casi no puedo respirar! ¿Por qué tanto castigo?
Me falta el aire puro. No debo desmayarme otra vez. Demuéstrales rotundamente
que estás con vida. Pero dentro de un cajón no podrán verme. Solo el rostro.
¡Qué angustia, Señor!...- ¡Par de imbéciles! ¡Estoy viva! ¡Ayúdenme! –con toda
su desesperación trató de gritar Angelina desde el interior del ataúd.”
La
antítesis es “Luna de miel” un texto de alto, finísimo erotismo, en el que, --el
poeta que era verdaderamente Gustavo Valcárcel Carnero-- asoma pertinazmente: “La fauna enmudeció por el arribo de los
cónyuges, mientras que la flora se inquietó con las ventiscas del preludio
musical. Fue, entonces, que la estancia ermitaña se animó con su nocturno
jolgorio….La demencia idílica del entorno no permitió esperar el arribo de las
doce campanadas; de la jaula del castigo salió jubiloso el indiscreto placer
salvaje, vestido de presidiario fogoso….”
¿Alguien
puede poner en duda si decimos que solo un poeta puede escribir lo siguiente?: “Recorre toda su piel suave, prendadas con
formas de digna geometría. Descubre parábolas e hipérbolas nunca antes delineadas.
Encuentra en su sensacional anatomía unos círculos, arcos y conos perfectamente
redondeados. Con matemática medida hace sus cálculos para descifrar la
incógnita no despejada. Repasa la teoría del álgebra abstracta y decide
–sublimado de tanta trigonometría expuesta—resolver el teorema del amor en ese
instante…” (Recordemos, nuevamente, la formación científica del autor, para
mejor entender esta singular prosa poética que nos sobresalta).
Y
concluye, aunque no concluye, la faena amatoria cuando escribe: “Macho embriagado con el elíxir mitológico de
Afrodita, ubica –machete en mano—el sendero hacia el secreto por ella
preservado. Palpa suave terciopelo ensortijado y emite –al hallarlo—un sonido
cavernícola, incomprensible, gutural, por años retenido”.
En fin,
lo rico, lo sui generis, es que, en
medio del alucinante momento del amor definitivo, Gustavo hace uso de lo que
podríamos llamar una suerte de anticlímax, con el empleo del humor, de ese
exquisito, extraordinario humor que lo caracteriza: “Así van sus lances, manoletinas con cuidado, para no asustar en la
embestida. Y en el fragor del rejoneo, abriose húmedamente la entrada al coso.
Entonces, prudente matador aquerenció su presa, quien de santo dolor gimió
conquistada en su natura…”
Un
paradigma, pues, que tiene su culminación en “El brujo de Pichanaqui” un relato
con un vero resabio autobiográfico, que nos conduce a los numerosos viajes que,
por el territorio patrio, hiciera el autor en sus periplos laborales: San
Ramón, La Merced, Satipo, Oxapampa, y sus inevitables encuentros con personajes
y situaciones de aquellos lugares, y en especial de con esta especie de pseudo
chamán-brujo, adivino-curandero, a quien él se complace en desenmascarar con
esa suerte de conocimientos científicos de los que –lo sabemos -él estaba
premunido; pero, además, nos permite acercarnos a lo que podría ser la poética
del autor, es decir, su técnica narrativa, como cuando dice. “Le resultaba increíble a Nelson ver por la
calle a los personajes de su futuro relato, que tendría tres cuartos de verdad,
un poco de exageración y una ñisca de fantasía. Ya estaba en el tan mentado
Pichanaqui y bajo la luz del sol todo lucía normal”
El
protagonista, asimismo, hace uso de sus conocimientos científicos para
desmitificar las burdas tretas del apócrifo chamán, brujo o lo que quieran:
todo ello, sin embargo, con una narración entretenida y cautivadora allende sus triquiñuelas, y con un manejo del
suspenso que nos dice muy bien, qué clase de narrador, lamentablemente hemos
perdido…salvo que, por allí, se rescaten algunos libros inéditos de prosas de
nuestro inolvidable y admirado Gustavo Valcárcel Carnero, perteneciente –como todos
lo sabemos--a una familia de alta prosapia en las letras peruanas.
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