LA HABANA, 8 DE OCTUBRE DE 2014
El
ejemplo que nos alumbra
Por: Lissy Rodríguez
Otro 8 de octubre se recuerda a Ernesto Ché Guevara,
cuya labor internacionalista prevalece como ejemplo de valentía, tesón y
verdadera conciencia revolucionaria
8 de octubre de 2014 00:10:42
“Todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una
creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo, todos veíamos así que ese
hombre nuevo es realidad, porque existe, eres tú…”.
Haydée Santamaría
El joven estudiante de Medicina, con solo 23 años, le
acopló a su bicicleta un motor y viajó el continente. Comprendió que el mundo
era demasiado injusto, y decidió ponerlo de cabezas. Una mochila al hombro y la
compañía de un amigo le bastaron para conocer del hambre, la necesidad y la
miseria, una decisión con la cual comenzó a ser, en sí mismo, “un hombre
nuevo”.
No fue fortuito el andar. Ya había iniciado un camino
de aprendizaje con los clásicos de la filosofía y la intelectualidad
contemporánea, y la confección de sus Cuadernos Filosóficos. Al regresar a su
tierra de su primer itinerario comentó en sus relatos: “el personaje que
escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las
ordena y pule, “yo”, no soy “yo”; por lo menos no el mismo yo interior”.
A partir de ahí todo lo que se conoce: su labor como
fotógrafo en México, donde conoció a Fidel y entablan su primera discusión
sobre política internacional (“A las pocas horas de la misma noche —en la
madrugada— era yo uno de los futuros expedicionarios”), la prisión, llegar a
Cuba en el yate Granma, su bautizo de fuego en Alegría de Pío (Tenía delante de
mí una mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho
peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas), la primera victoria
del Ejército Rebelde, el Uvero, Bueycito, El Hombrito, Pino del Agua, Mar
Verde… su plan operativo en la ciudad de Villa Clara los últimos días de
diciembre de 1958, la Revolución.
Pero no fue suficiente la conmoción que lo devolvió
periodista y escritor, estratega militar, Ministro de Industrias, hijo ilustre
de Cuba, y se fue a otras tierras del mundo, tierras que reclamaban el concurso
de sus modestos esfuerzos. Y dejó en la Isla ese amargo de las más tristes
despedidas, de quien dice adiós a un ser muy querido, con la breve sensación de
que le volverás a ver.
“Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor;
aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre
mis seres queridos...”, dijo sin saber que a este país también se le escapaba
—aún sin la certeza— uno de sus mejores hombres.
El internacionalismo le hizo hervir la sangre y lo
colocó en el medio de las selvas del Congo, y luego en Bolivia, para entregarse
a las luchas por la causa de América; dejando el sentimiento sembrado aquí, en
cada hombre y mujer que años más tarde surcaron las tierras del mundo en la
lucha contra los males, que a pesar de él, a pesar de su inexpugnable bregar,
sobreviven.
El 8 de octubre llegó. Allí en la Quebrada del Yuro
cuentan que lo apresaron. Ilusos aquellos que pensaron, matándolo, inhumar sus
ideas. Dicen también que el 9, por órdenes del alto mando de la CIA y el
Ejército Boliviano, lo asesinaron.
Sin embargo —y aunque estaba consciente de que “En una
revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”—, aquel día vivió, una
especie de vida que se lleva en el alma de la gente, no tiene fin, no acaba
nunca, no se asesina, termina heredándose, cuerpo por cuerpo, idea tras idea.
Leí un día que su verdugo escribió una carta, y que en
dicha carta había escrito así: “el hombre que de veras murió en La Higuera
no fue el Che, sino yo, un simple sargento del ejército boliviano, cuyo único
mérito —si acaso puede llamarse mérito— es haber disparado contra la
inmortalidad”.
Porque el Che legó a su pueblo, que son todos los
pueblos del mundo, su infinito amor por esa libertad conquistada a fuerza de
lucha, y la independencia; sus pasajes; sus análisis filosóficos y económicos;
sus incontables anécdotas familiares y esa adoración sin límites por los hijos;
su impronta y su espíritu.
Nos dejó su: “a riesgo de parecer ridículo, que el
revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor.” Pero
eso no lo saben los que matan. Los que matan no saben de amor y revoluciones,
solo dominan el “arte” de odiar a la raza humana, el exterminio.
Y allí en la Higuera, a 2 160 metros sobre el nivel
del mar, donde se erige un monumento en su nombre al cual asisten cientos de
personas diariamente, reza una inscripción: “Tu ejemplo alumbra un nuevo
amanecer”.
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