Visión Macrohistórica del Istmo
Erasmo Pinilla C.
14/08/2014
- Según la opinión de reputados paleobiólogos, los panameños existimos sobre un
istmo que bien podría ser responsable de la aparición de la especie humana
sobre el planeta. Ocurre que hace unos cuatro millones de años, la naciente
franja de tierra terminó de separar los océanos, alterando el flujo de las
corrientes marinas y provocando una transformación climática planetaria, que
produjo muchos efectos, entre ellos, el nacimiento del desierto del Sahara y la
formación de las grandes estepas africanas, donde fue posible que algunos
simios ensayaran la marcha erecta y la consecuente evolución hacia los
homínidos primero, y el Homo sapiens después; el surgimiento del istmo también
es responsable del benigno clima de Europa, cuna de nuestra civilización.
En
una visión macrohistórica, el istmo separa los océanos, permitiendo ¡oh
paradoja! que nazca y evolucione la especie que los volverá a unir. Comprobada
esta tesis, los panameños somos entonces parte esencial de la paleta de colores
primarios con que se coloreó –y se sigue coloreando– el paisaje mundial.
Después,
los europeos se tropezaron con el istmo, estableciendo a través de éste rutas
imprescindibles para el desarrollo del comercio, como lo entendemos hoy. Desde
Carlos V se comienza a soñar con abrir el feraz istmo y volver a unir los
inmensos océanos.
Era
cuestión de tiempo que nos desprendiéramos de la enajenación de no ser nosotros
mismos, uno con nuestro destino. Por eso, las luchas canaleras ocuparon, desde
el primer cruce, la cotidianidad de los istmeños; como fue también cuestión de
tiempo que dos colosos coincidieran en el devenir canalero, siendo uno esencia
humanista del otro: Torrijos y Carter. A Jimmy Carter no le hemos reconocido su
estatura, porque tendríamos que hacerlo en tándem con Torrijos... y todavía no
tenemos la madurez sociopolítica para aceptarlo. De repente nos lo dice un
extranjero, y nos parece un descubrimiento deslumbrante.
Esta
franja angosta y codiciada todavía no encuentra su plenitud, porque algunos
panameños prefirieron vivir de rodillas que morir de pie; y porque –cosa
inaudita– todavía hay quienes viven de rodillas ante el amo oro, signo del
capitalismo, en lugar de abolir la genuflexión con ese gesto extraordinario que
distingue a los humanistas de los hombres comunes: la visión solidaria.
Y
hablando de plata y de oro (silver and gold rolls), les traigo cifras
interesantes que por alguna razón inimaginable nadie quiere comparar. Panamá ha
recibido por el Canal y su zona adyacente de 10 millas de ancho por 50 de
largo, miles de millones de dólares desde 1903 hasta la fecha. En
los primeros 73 años, es decir, desde 1903 hasta la aprobación de los tratados
Torrijos-Carter en 1977, $70 millones (incluyendo los $10 millones “para la
posteridad” que nadie sabe dónde quedaron). Desde la fecha de la firma de los
tratados Torrijos–Carter hasta la reversión total en diciembre de 1999 (en 22
años), recibimos mil 818 millones de dólares (solo por los peajes del Canal, y
sin contar la reversión de las 100 millas cuadradas de territorio y todas sus
instalaciones). Y desde el año 2000 hasta el año 2014 –o sea, en 14 años, el
Canal (que no la ACP), ha aportado al Estado panameño 9 mil 613 millones de
dólares.
El
amo no tiene que ser extranjero; se ha demostrado que, igual que la cuña del
mismo palo, hace más daño el coterráneo creado con ambición torcida, que el
expoliador foráneo. Y hoy, los hechos nos hacen sospechar que para algunos, no
valió la advertencia de Omar Torrijos, de que nos cuidáramos de no cambiar al
amo rubio por el chocolate.
Reafirmando
que el Canal explota la principal riqueza de los panameños, su posición
geográfica, concluimos que el Canal está para servir a Panamá... y no al revés.
Allí
están desde siempre esos océanos; felices hoy de volverse a tocar con mayor
número de tránsitos canaleros. Para decepción de los hermanos nicaragüenses,
podemos optar por construir el Canal a nivel por la ruta más corta y barata de
“Sasardí-Mortí” y con ella desarrollar dos nuevas ciudades terminales debida y
modernamente planificadas.
En estas grandezas narradas desde que emerge el istmo y
separa las aguas; donde luego aparece el hombre que las vuelve a unir; donde
los panameños somos protagonistas de una recuperación digna de fabulosas
narraciones, falta lo esencial: que andemos juntos hasta completar la
reivindicación social, y no separados por las ambiciones personales.
Si
fuimos capaces de confinar las codicias extranjeras, es cuestión de tiempo que
los nacionales entiendan que no se trata del Canal: se trata de consumarnos
como Nación... 100 años después.
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