La nueva estrategia militar de EEUU para buscar
la conquista del mundo
Por Gilberto López y Rivas
18/08/2012
Resumen
Latinoamericano/La Jornada – por Gilberto López y Rivas.
A
partir de la aplicación de la antropología en los afanes contrainsurgentes de
Estados Unidos y de la presencia de científicos sociales como asesores en el
terreno de las brigadas de combate de ese país en sus guerras neocoloniales, un
numero creciente de profesionales de esta disciplina nos hemos dado a la tarea
de estudiar la magnitud, características y consecuencias de este descomunal
esfuerzo imperialista por mantener su hegemonía militar para salvaguarda de sus
intereses económicos, corporativos y geoestratégicos en el mundo. Así, el
colega antropólogo David Vine, quien
prepara un libro en torno a las más de mil bases militares estadounidenses en 150 países (a las que hay
que sumar las 6 mil bases internas), publicó el artículo La
estrategia del nenúfar, que tradujo Rebelión (18/7/12), en el que informa sobre
la transformación silenciosa que el Pentágono lleva a cabo de todo el sistema
de bases militares fuera de territorio estadounidense, lo cual significa una
nueva y peligrosa forma de guerra.
Acorde
con Vine, los militares estadounidenses aumentan la
creación de bases en todo el planeta, que ellos llaman nenúfares (esas hojas o
plantas que flotan en la superficie de las aguas y que sirven a las ranas para
saltar hacia su presa) y que consisten
en “pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con una cantidad restringida
de soldados, comodidades limitadas y armamento y suministros previamente
asegurados. Semejantes bases
nenúfares se han convertido en una parte crítica de una estrategia militar de
Washington en desarrollo que apunta a mantener la dominación global de Estados
Unidos, haciendo más con menos en un mundo cada vez más competitivo, cada vez
más multipolar”.
Chalmers
Johnson, otro académico crítico de su gobierno y estudioso de estos temas,
sostiene que “esta enorme red de establecimientos
militares en todos los continentes, excepto la Antártida, constituye una
nueva forma de imperio –un imperio de bases con su propia geografía que no
parece que podría ser enseñada en una clase de una secundaria cualquiera. Sin
comprender la dimensión de este mundo anillado de bases en el ámbito
planetario–, uno no puede intentar comprender las dimensiones de nuestras
aspiraciones imperiales, o el grado por el cual un nuevo tipo de militarismo
está minando nuestro orden constitucional.” (“America’s Empire of
Bases” en Tomdispatch.com)
Johnson
plantea que la rama militar del gobierno estadounidense emplea a cerca de medio
millón de soldados, espías, técnicos y contratistas civiles en otras naciones,
y que esas instalaciones secretas, además de monitorear lo que la gente en el
mundo, incluyendo los ciudadanos estadounidenses, están hablando, o enterándose
del contenido de faxes y correos que se están enviando, benefician a las
industrias que diseñan y proveen de armas a sus ejércitos. Asimismo,
una tarea de esos contratistas es mantener a los uniformados miembros del
imperio alojados en cuartos confortables, bien comidos, divertidos, y
suministrados con infraestructura de calidad vacacional. Sectores enteros de la economía
han venido a depender de los militares para sus ventas. Durante la
guerra de conquista de Irak, Johnson informa que el Departamento de Defensa,
mientras ordenaba una ración extra de misiles de crucero y tanques que
disponían de municiones con uranio empobrecido, también adquirió 273 mil
botellas de un bloqueador de sol que benefició a empresas de esos productos
situadas en Oklahoma y Florida.
A
diferencia de las grandes bases que parecen ciudades, como las que ocupan las
fuerzas armadas en Japón y Alemania, los nenúfares son construidos con
discreción, tratando de evitar la publicidad y la eventual oposición de la
población local, informa Vine. Se trata de bases operativas pequeñas y
flexibles, “más cerca de zonas de conflicto previstas en Medio Oriente, Asia,
África y Latinoamérica. Los funcionarios del Pentágono sueñan con una
flexibilidad casi ilimitada, la capacidad de reaccionar con notable rapidez
ante eventos en cualquier parte del mundo, y por lo tanto algo que se acerque a
un control militar total del planeta”.
En
lo que toca a nuestra América, Vine señala que después de la expulsión de los
militares de Panamá en 1999 y de Ecuador en 2009, el
Pentágono ha creado o actualizado nuevas bases en Aruba y Curazao, Chile,
Colombia, El Salvador y Perú. En otros sitios, el Pentágono ha
financiado la creación de bases militares y policiales capaces de albergar
fuerzas estadunidenses en Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa
Rica, y aun en Ecuador. En 2008, la armada reactivó su Cuarta Flota,
inactiva desde 1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una
base en Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para
ayuda humanitaria y de emergencia, en Paraguay y Argentina. No dudamos que una de las razones del golpe de Estado contra el
presidente Lugo fue su negativa a instalar bases en territorio paraguayo.
Ahora
que muchos científicos sociales han desterrado de la academia el uso de
términos ideologizados como lucha de clases o imperialismo, por considerarlos
demodé, destacó una conclusión clave del colega Johnson en lo que toca a la
expresión militar de este último concepto: Hace algún tiempo, se podía trazar
la expansión del imperialismo contando las colonias. La
versión estadounidense de la colonia es la base militar. Siguiendo la
política de cambio global de bases, se puede aprender mucho acerca de nuestra
cada vez mayor posición imperial y del militarismo que crece en su vértice. El
militarismo y el imperialismo son hermanos siameses unidos por la cadera.
¿Cuando
será el siguiente salto de la rana desde el nenúfar más próximo a la presa?
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