23/08/2014
Maldita clase media
El
discurso pro clase media ha servido, gracias a un muy buen montado sistema
simbólico de larga data, para profundizar en cierta alma chilena el
individualismo
En
su más amplia expresión, de desprecio por el interés común, de lo político.
Con
extraña sensación me muevo por estos días. No es el caluroso invierno de
un Santiago que por mucho que visite no me acostumbra a sus aires –más de los
santiaguinos que de una urbe que no tiene, no puede, tener opinión- del estilo
“solo acá discurre lo importante”. Tampoco es este raro agosto de
Coyhaique que chubascos por acá, aguanieve por allá, nos hace pensar que eso
del cambio climático ya nos alcanzó.
Son
las reformas. O, más bien, las casi reformas.
La
borrasca de los años 2011 y 2012 hizo a muchos clamar Chile
cambió. Sin embargo, el statu quo se resiste a
mutar y los anhelos transformadores tambalean ante tanto espolonazo que los
celadores de la normalidad –esta radical, ultronamente neoliberal normalidad-
han lanzado para apuntalar un modelo que cruza nuestra educación, sistema
impositivo, de salud, de previsión social. Es nuestro modelo de sociedad
de mercado, en las antípodas de la sociedad con economía de mercado.
Ya sé el origen de mi desasosiego. Es la escasa acción
ciudadana pública que he visto en esa gran masa supuestamente beneficiada por
las reformas tan ampliamente votadas en las presidenciales de 2013. Porque no es
precisamente un ejército el que, desde la ciudadanía, le ha salido al paso a
históricos aliados: el gran empresariado, los medios de
comunicación mainstream y los promotores políticos de
la ideología que sacraliza la propiedad privada, teñida de ímpetus de
libertad. Que se me entienda, no circunscribo entre estos últimos solo a
los partidos de la Alianza, extendiéndolos también a ciertos actores dentro y
fuera de la Nueva Mayoría.
El
rechazo de la divina trinidad neoliberal a las reformas estructurales no debe
extrañar. Para nadie es un misterio que son los principales impulsores del modelo
social y económico (y político) vigente. Son los grupos conservadores en
su sentido más estricto, de todo aquel que se siente cómodo con el estado
vigente de las cosas. Son quienes estiman que el sistema ha funcionado
para ellos, por tanto buscan mantenerlo.
Pero
hay un cuarto grupo que ha salido al ruedo. Son las organizaciones que,
apoyo de la derecha ideológica y los medios de comunicación mediante, han
podido tomar protagonismo en la discusión tanto sobre los impuestos como sobre
la enseñanza.
En
la primera, la Asociación de Emprendedores de Chile (Asech) cuya cara visible es Juan Pablo
Swett. Donde su principal contenido publicitario es que la Reforma
Tributaria es un “golpe a
la pyme”.
En
la segunda, la Confederación de Padres y Apoderados de Colegios Particulares
Subvencionados (Confepa), que hoy por hoy
tiene como entrevistada estrella de múltiples medios a su presidenta, Erika
Muñoz. Acá sus lemas fundamentales son “que no experimenten con
nuestros hijos” y “así no la quiero”.
La Reforma Educacional, se entiende.
El
disímil origen socioeconómico de ambos representa, en alguna medida, lo que en
el último tiempo ha llamado mi atención sobre el discurso público pro clase
media. Swett es
hijo del importante empresario agrícola y estudió en el colegio ABC1 Verbo
Divino de Santiago. Muñoz es dueña de casa, usuaria Fosis y ha incursionado en
distintos rubros para sacar adelante a su familia.
Ambos
se paran en el debate público en defensa de la clase media. Esa masa
ciudadana informe y amplísima, que en el último tiempo se utiliza
recurrentemente para emprenderlas contra toda política que intente redistribuir
los ingresos (subir el sueldo mínimo golpea a las pymes clase media) o
garantizar derechos sociales a todos los ciudadanos del país (otro ejemplo de
ello es la incipiente crítica a una eventual reforma estructural a la salud).
Reiterativas son frases del tipo “las únicas familias que no reciben
apoyo del Estado son las de clase media”, “a los pobres los protege el
gobierno, los ricos no necesitan beneficios y a la clase media no la ayuda
nadie”. También están sus primas hermanas “da lo mismo el
Presidente que se elija, total al día siguiente debo trabajar igual”, “para
qué tener más parlamentarios, si al final no hacen nada”.
Así
las cosas, en última instancia el discurso pro clase media ha servido, gracias a
un muy buen montado sistema simbólico de larga data, para profundizar en cierta
alma chilena el individualismo en su más amplia expresión, de desprecio por el
interés común, de lo político. Eso sí, muy bien disfrazado de derecho a
la libertad y el emprendimiento para el éxito personal no colectivo. El
derecho a elegir en un mercado donde todo es transable: valores, bienes
comunes, derechos. Como si vivir en sociedad no fuera más que la suma de
las individualidades y que cuando se busca hacer de este un Chile menos
desigual e injusto nadie está disponible para meterse la mano al bolsillo o
para sacrificar un poco de su cómoda situación “porque siempre los golpeados
somos la clase media”. Clarificadora es la frase de un grupo de
apoderados de Temuco, durante una actividad pública: “¡Nico, con mis hijos
no te metas!”.
Mis
hijos, mis hijos. Ellos, los míos, son intocables, no importa que una
parte importante del resto (esos otros que quizás no son clase media, pero eso
ya es mala suerte) la esté pasando mal. Total, en un mundo mercantilizado
cada uno se rasca con sus propias uñas.
Fue en pleno movimiento estudiantil que un grupo de alumnos
de Coyhaique dio un ejemplo claro de que vivir en sociedad no son solo
conocimientos, plata en los bolsillos. También es solidaridad contemporánea e
intergeneracional.
Así
lo demostró una joven dirigenta. Rememoro lo columneado en
aquella ocasión: “Aún hoy escucho a
una estudiante del Liceo San Felipe Benicio, expresando en plena toma que ellos
sabían que tenían una buena educación. Y que su movilización no era por ellos
mismos, sino en adhesión a un proceso que buscaba que todos los niños y jóvenes
de Chile hoy y mañana tuvieran derecho a una educación como la suya. Que ésta
fuera un derecho y no el premio para algunos afortunados. ¿No vale tal
fundamento más que varios 7 en matemáticas?”.
Desde
que ingresé el mundo laboral estoy adscrito a Fonasa, tramo D.
Hasta hace poco planteaba que si se aprobaba la AFP estatal haría el tránsito hacia ella. Hoy ya no estoy tan seguro, creo que lo que se requiere es cambiar el sistema general de previsión (desde uno de capitalización individual a uno de reparto), dentro de un modelo donde todos los derechos sociales debieran ser garantizados por el Estado y los bienes comunes no pudieran ser mercantilizados.
No
sé si soy clase media. Y saben qué, la verdad es que me tiene sin
cuidado. Mi intención solo es dejar establecido que creo que para dejar atrás
un sistema perverso como el actual se requiere cambiar de paradigma. Y uno
importante es que, en ocasiones, hacer
lo correcto debe involucrar sacrificios. Aunque eso beneficie a otros
menos afortunados y no particularmente a uno.
El
tema es que no estoy tan seguro que este principio permee el interés de una
clase media individualista y aspiracional que tantos, demasiados, compiten por
defender y representar.
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