Jueves, 18 de octubre de 2012
¿Existe Una Universidad Del Orden Nacional En Colombia?
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
La crisis de los intelectuales. No ha perdido
vigencia la célebre definición que José Ortega y Gasset diera para lo que
debemos entender stricto sensu por Universidad: La inteligencia como
institución. De facto, esta definición es de tremenda utilidad a fin de poner
en contexto la crisis perenne de la institución universitaria como un componente
insoslayable de la crisis general de civilización, máxime cuando la vanidad de
las palabras ofusca en grado sumo la elucidación misma de la realidad. Es
decir, dado el empobrecimiento sufrido por el lenguaje, reducido a una pobre
neolengua orwelliana, se impone borrón y cuenta nueva para que las palabras
recuperen su otrora fuerza de transformación del mundo.
Los sucesos más recientes a propósito del
planteamiento de un plan de desarrollo para el trienio 2013-2015 en la llamada
Universidad Nacional de Colombia resultan francamente preocupantes y enojosos
tanto por la evanescencia de la definición orteguiana de Universidad como por
el crecimiento esquizoide del abismo existente desde hace largos años entre la
gran mayoría de los académicos y los amplios sectores sociales atenazados por
la arremetida del neoliberalismo contra nuestros países. En suma, resulta una
píldora bastante difícil de tragar aquella de la pretendida existencia de una
Universidad del orden nacional en Colombia, cual garante de una nación
colombiana, sobre todo cuando las administraciones universitarias en general,
aquí y en Vladivostok, han quedado cooptadas, junto con el grueso del
profesorado, por el neoliberalismo desde hace un buen número de años. Es justo
el fenómeno denominado, unos años atrás, con acierto por Heinz Dieterich
Steffan como la crisis o traición de los intelectuales.
En líneas generales, los siguientes son los
problemas puestos en mayor evidencia por los claustros realizados en días
pasados en la Universidad Nacional de Colombia: (1) Desconocimiento craso por
parte del grueso del profesorado de las implicaciones de los tratados de libre
comercio para los países latinoamericanos; (2) indiferencia por parte de dicho
profesorado hacia los amplios sectores sociales atropellados por el
neoliberalismo, reflejo de una mentalidad letrateniente como la que más; (3)
carencia de habilidades pedagógicas por parte del profesorado de marras; (4)
pésima infraestructura de bibliotecas, laboratorios y otras ayudas pedagógicas
para los fines docentes, sobre todo en la educación de pregrado; (5)
investigación orientada a la satisfacción de las necesidades del mundo
empresarial a buen tono con el dictum neoliberal; (6) carácter descaradamente
crematístico de la extensión universitaria; y (7) inconsciencia suicida en lo
atinente a la crisis civilizatoria en curso. En marcado contraste, cabe
detectar una mayor visión política entre el estudiantado, si bien no de manera
uniforme y generalizada, puesto que, por ejemplo, no es la nota dominante entre
los estudiantes de ingenierías y ciencias, tanto de pregrado como de postgrado,
habida cuenta de la emasculación sufrida por los programas de estudios
respectivos en lo tocante a las asignaturas humanísticas por obra y gracia de
las contrarreformas neoliberales de las últimas dos décadas.
En estas condiciones, resulta obvio que la
capacidad de resistencia universitaria frente a la asonada neoliberal no puede
contar con los sectores de la vida universitaria que o bien han quedado
cooptados por la ideología neoliberal o, sencillamente, que carecen de la
formación política que permite una sólida educación humanista. Así, tornamos al
diagnóstico lúcido de Dieterich a propósito de la crisis de los intelectuales.
La vanidad de las palabras
Prolifera como verdolaga en playa en las
universidades una retórica triunfalista que entra en conflicto con el principio
de realidad, una retórica alambicada y almibarada que infesta espacios
académicos como foros, claustros y asambleas. Así, la definición orteguiana de
Universidad brilla por su ausencia, al punto que las universidades coquetean de
manera insensata con currículos, proyectos y planes cognicidas como los que
más, cognicidas en el sentido que tendrán por consecuencia sumir al grueso de
la población en un oscurantismo de alta tecnología en el mejor de los casos.
En el seno de los claustros recientes con
motivo de la así denominada construcción de un plan de desarrollo para el
trienio 2013-2015 en la Universidad Nacional de Colombia, el profesorado y la
administración han brindado sus buenos óbolos en materia de la retórica
triunfalista de marras. Vaya aquí un par de ejemplos a este respecto. En
primera instancia, la pretensión mesiánica en cuanto a que tal Universidad le
formará al país sus “líderes intelectuales”, expresión desacertada por varias
razones:
1) el vocablo “líder” presupone que quien
funge como tal posee un carisma que causa que el conglomerado social lo siga;
2) el vocablo “intelectual” connota una
estatura ética elevada que está faltando hoy día, cuestión puesta en evidencia
por Dieterich al señalar el colapso ético y científico de muy buena parte de la
intelligentsia por todo el orbe;
3) además, el marbete de “intelectual” suele
aplicar a quien posee una sólida formación humanista, es decir, estamos
hablando ante todo de la figura del pensador, y, por desgracia, el discurrir no
suele ser parte del ethos universitario actual;
4) la formación ética propiamente dicha no
suele distinguir los currículos en vigor en aquellas universidades y demás
instituciones cooptadas por el neoliberalismo; y
5) quién dijo que, por ejemplo, las
comunidades indígenas del país tienen que seguir los preceptos de unos
supuestos “líderes” salidos de alguna Universidad con complejo de faraón, o que
la población católica del país debe ceñirse a lo que les digan unos supuestos
“líderes” de talante agnóstico o ateo, de suerte que los mentideros
universitarios pierden de vista la realidad multicultural de este país.
En segundo lugar, se blasona en el área de
ingenierías en Medellín en cuanto a que de aquí salen los mejores ingenieros
del país, una aseveración que deja bastante en que pensar a la luz de lo
presentado por los delegados de los claustros de estudiantes reunidos por
carreras. En especial, los delegados estudiantiles de carreras como ingeniería
de control, ingeniería química e ingeniería industrial, entre otras, describen
un panorama dantesco por decir lo menos. En efecto, está faltando una buena
formación práctica, de talleres, salidas de campo y laboratorios, dada la
pésima o, incluso, nula dotación de tales medios, quedando así condenados los
estudiantes de tales carreras, en el mejor de los casos, a una enseñanza
teórica que, de todos modos, exhibe sus talones de Aquiles en no pocos casos,
sobre todo cuando la mayoría de los profesores menosprecia la pedagogía. Pero,
no sólo esto, puesto que los delegados estudiantiles hablan también de la
carencia de una buena formación ética en sus programas de estudios, una
realidad estruendosa con motivo del colapso de la de por sí pésima
infraestructura de comunicaciones del país ocasionada por las recientes olas
invernales. Como vemos, la vanidad de las palabras pulula por doquier.
Por la época de la rectoría de Marco Palacios
Rozo, causó bastante estupor una declaración suya, según la cual “estamos
enseñando demasiado” en la Universidad Nacional de Colombia, una declaración indigna
de todo aquel que se precie de haber incorporado el buen modo científico de
comprender la realidad. En todo caso, en sintonía con semejante eslogan, se
exacerbó la poda desmesurada de los programas de estudios, por lo cual la
formación humanista y la otrora menos indecente enseñanza de laboratorio
quedaron relegadas a la infausta categoría de pobres damas vergonzantes,
incluido el así mismo otrora buen ejercicio del trabajo de grado.
No han faltado las memeces de similar jaez
proferidas en otros espacios universitarios. Como botón adicional de muestra,
uno entre muchos posibles, en una reunión de profesores de termodinámica de
hace pocos años llevada a cabo en la Facultad de Minas en Medellín, tres
profesores declararon sin rubor alguno que “es peligroso que los estudiantes
piensen”, con lo cual pretendían alegar que los programas de los cursos de
termodinámica deben evitar el fomento de la capacidad de pensamiento crítico
entre los estudiantes. ¡Válganos, Dios!
Por consiguiente, afirmar que una facultad de
ingeniería puede formar los mejores ingenieros del país en semejantes
circunstancias equivale a un oxímoron en toda regla. Más correcto resulta
afirmar que ella está en posición de formar seres alienados, robots de carne y
hueso, que, acogiendo aquí lo apuntado por el senador Jorge Enrique Robledo
Castillo en diversas oportunidades, apenas sirven para que vendan en los
semáforos tarjetas para teléfonos celulares.
En suma, la retórica triunfalista en cuestión
demuestra a las claras que el profesorado y la administración universitaria
adolecen de una falta de visión tanto del país como del mundo, máxime cuando el
neoliberalismo da muestras patentes del fracaso de su proyecto ideológico y
económico.
A estas alturas, dada la tendencia marcada, en
la Universidad Nacional de Colombia, a privilegiar la educación de postgrado en
detrimento de la de pregrado, so pretexto de fomentar una “universidad de
investigación”, un discurso administrativo neoliberal que va de la mano con la
formación de élites letratenientes antinómicas con respecto a la mayoría de la
población del país, élites al servicio de los inconfesables intereses
neoliberales, se impone concluir que carecemos en este país de una verdadera
universidad del orden nacional, por lo que es menester construirla a la medida
de las necesidades de la sociedad civil, construcción que exige per se un nuevo
contrato social.
Tal construcción no precisa partir de ceros,
puesto que, por fortuna, contamos con el legado maravilloso de Iván Illich, el
crítico más lúcido de la civilización industrial, un genio de primer orden,
amén de haber sido un conocedor formidable de la realidad latinoamericana y de
los males generados en nuestros países por obra y gracia del elitismo inherente
a la formación de cuadros profesionales por parte de nuestras flamantes
universidades al servicio de las clases dominantes de siempre. Es más: Illich
nos habla del paso radical hacia una civilización de índole convivencial,
contrapuesta a la civilización dominante correspondiente a las sociedades
industriales. Por civilización convivencial, en su esencia, hemos de entender
aquella que privilegia, entre otras cosas, el desarrollo de la autonomía
humana, los valores de uso sobre los de cambio, el respeto a la naturaleza y a
los ámbitos de comunidad, y el uso de las fuentes de energía en forma austera
si se desea que las sociedades convivenciales no degeneren en sociedades
inequitativas. Esto es crucial si no perdemos de vista que Colombia figura
entre los países más inequitativos del planeta. Como se ve, las sociedades
convivenciales son la otra cara de la moneda en relación con el infierno
neoliberal todavía en boga.
Entretanto, en calidad de compromiso ético
ineludible para quienes somos conscientes de la falta de eticidad de las
contrarreformas neoliberales, no nos olvidemos de los atenienses, mantengamos
en nuestra memoria a los culpables de la actual depravación cultural de la
universidad colombiana.
Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
En: Plano Sur
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Referencias claves
Dieterich, Heinz. (2005). Crisis en las
ciencias sociales. Madrid: Popular.
Illich, Iván. (2006). Obras reunidas I.
México: Fondo de Cultura Económica.
Illich, Iván. (2008). Obras reunidas II.
México: Fondo de Cultura Económica.
Orwell, George. (1993). 1984. Barcelona: RBA.
Texto publicado originalmente en Papeles de la
Plataforma 2015 y más.
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