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sábado, 23 de agosto de 2014

¿Existe Una Universidad Del Orden Nacional En Colombia?


Jueves, 18 de octubre de 2012

¿Existe Una Universidad Del Orden Nacional En Colombia?
Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas


La crisis de los intelectuales. No ha perdido vigencia la célebre definición que José Ortega y Gasset diera para lo que debemos entender stricto sensu por Universidad: La inteligencia como institución. De facto, esta definición es de tremenda utilidad a fin de poner en contexto la crisis perenne de la institución universitaria como un componente insoslayable de la crisis general de civilización, máxime cuando la vanidad de las palabras ofusca en grado sumo la elucidación misma de la realidad. Es decir, dado el empobrecimiento sufrido por el lenguaje, reducido a una pobre neolengua orwelliana, se impone borrón y cuenta nueva para que las palabras recuperen su otrora fuerza de transformación del mundo.

Los sucesos más recientes a propósito del planteamiento de un plan de desarrollo para el trienio 2013-2015 en la llamada Universidad Nacional de Colombia resultan francamente preocupantes y enojosos tanto por la evanescencia de la definición orteguiana de Universidad como por el crecimiento esquizoide del abismo existente desde hace largos años entre la gran mayoría de los académicos y los amplios sectores sociales atenazados por la arremetida del neoliberalismo contra nuestros países. En suma, resulta una píldora bastante difícil de tragar aquella de la pretendida existencia de una Universidad del orden nacional en Colombia, cual garante de una nación colombiana, sobre todo cuando las administraciones universitarias en general, aquí y en Vladivostok, han quedado cooptadas, junto con el grueso del profesorado, por el neoliberalismo desde hace un buen número de años. Es justo el fenómeno denominado, unos años atrás, con acierto por Heinz Dieterich Steffan como la crisis o traición de los intelectuales.

En líneas generales, los siguientes son los problemas puestos en mayor evidencia por los claustros realizados en días pasados en la Universidad Nacional de Colombia: (1) Desconocimiento craso por parte del grueso del profesorado de las implicaciones de los tratados de libre comercio para los países latinoamericanos; (2) indiferencia por parte de dicho profesorado hacia los amplios sectores sociales atropellados por el neoliberalismo, reflejo de una mentalidad letrateniente como la que más; (3) carencia de habilidades pedagógicas por parte del profesorado de marras; (4) pésima infraestructura de bibliotecas, laboratorios y otras ayudas pedagógicas para los fines docentes, sobre todo en la educación de pregrado; (5) investigación orientada a la satisfacción de las necesidades del mundo empresarial a buen tono con el dictum neoliberal; (6) carácter descaradamente crematístico de la extensión universitaria; y (7) inconsciencia suicida en lo atinente a la crisis civilizatoria en curso. En marcado contraste, cabe detectar una mayor visión política entre el estudiantado, si bien no de manera uniforme y generalizada, puesto que, por ejemplo, no es la nota dominante entre los estudiantes de ingenierías y ciencias, tanto de pregrado como de postgrado, habida cuenta de la emasculación sufrida por los programas de estudios respectivos en lo tocante a las asignaturas humanísticas por obra y gracia de las contrarreformas neoliberales de las últimas dos décadas.

En estas condiciones, resulta obvio que la capacidad de resistencia universitaria frente a la asonada neoliberal no puede contar con los sectores de la vida universitaria que o bien han quedado cooptados por la ideología neoliberal o, sencillamente, que carecen de la formación política que permite una sólida educación humanista. Así, tornamos al diagnóstico lúcido de Dieterich a propósito de la crisis de los intelectuales.

La vanidad de las palabras

Prolifera como verdolaga en playa en las universidades una retórica triunfalista que entra en conflicto con el principio de realidad, una retórica alambicada y almibarada que infesta espacios académicos como foros, claustros y asambleas. Así, la definición orteguiana de Universidad brilla por su ausencia, al punto que las universidades coquetean de manera insensata con currículos, proyectos y planes cognicidas como los que más, cognicidas en el sentido que tendrán por consecuencia sumir al grueso de la población en un oscurantismo de alta tecnología en el mejor de los casos.

En el seno de los claustros recientes con motivo de la así denominada construcción de un plan de desarrollo para el trienio 2013-2015 en la Universidad Nacional de Colombia, el profesorado y la administración han brindado sus buenos óbolos en materia de la retórica triunfalista de marras. Vaya aquí un par de ejemplos a este respecto. En primera instancia, la pretensión mesiánica en cuanto a que tal Universidad le formará al país sus “líderes intelectuales”, expresión desacertada por varias razones:

1) el vocablo “líder” presupone que quien funge como tal posee un carisma que causa que el conglomerado social lo siga;

2) el vocablo “intelectual” connota una estatura ética elevada que está faltando hoy día, cuestión puesta en evidencia por Dieterich al señalar el colapso ético y científico de muy buena parte de la intelligentsia por todo el orbe;

3) además, el marbete de “intelectual” suele aplicar a quien posee una sólida formación humanista, es decir, estamos hablando ante todo de la figura del pensador, y, por desgracia, el discurrir no suele ser parte del ethos universitario actual;

4) la formación ética propiamente dicha no suele distinguir los currículos en vigor en aquellas universidades y demás instituciones cooptadas por el neoliberalismo; y

5) quién dijo que, por ejemplo, las comunidades indígenas del país tienen que seguir los preceptos de unos supuestos “líderes” salidos de alguna Universidad con complejo de faraón, o que la población católica del país debe ceñirse a lo que les digan unos supuestos “líderes” de talante agnóstico o ateo, de suerte que los mentideros universitarios pierden de vista la realidad multicultural de este país.

En segundo lugar, se blasona en el área de ingenierías en Medellín en cuanto a que de aquí salen los mejores ingenieros del país, una aseveración que deja bastante en que pensar a la luz de lo presentado por los delegados de los claustros de estudiantes reunidos por carreras. En especial, los delegados estudiantiles de carreras como ingeniería de control, ingeniería química e ingeniería industrial, entre otras, describen un panorama dantesco por decir lo menos. En efecto, está faltando una buena formación práctica, de talleres, salidas de campo y laboratorios, dada la pésima o, incluso, nula dotación de tales medios, quedando así condenados los estudiantes de tales carreras, en el mejor de los casos, a una enseñanza teórica que, de todos modos, exhibe sus talones de Aquiles en no pocos casos, sobre todo cuando la mayoría de los profesores menosprecia la pedagogía. Pero, no sólo esto, puesto que los delegados estudiantiles hablan también de la carencia de una buena formación ética en sus programas de estudios, una realidad estruendosa con motivo del colapso de la de por sí pésima infraestructura de comunicaciones del país ocasionada por las recientes olas invernales. Como vemos, la vanidad de las palabras pulula por doquier.

Por la época de la rectoría de Marco Palacios Rozo, causó bastante estupor una declaración suya, según la cual “estamos enseñando demasiado” en la Universidad Nacional de Colombia, una declaración indigna de todo aquel que se precie de haber incorporado el buen modo científico de comprender la realidad. En todo caso, en sintonía con semejante eslogan, se exacerbó la poda desmesurada de los programas de estudios, por lo cual la formación humanista y la otrora menos indecente enseñanza de laboratorio quedaron relegadas a la infausta categoría de pobres damas vergonzantes, incluido el así mismo otrora buen ejercicio del trabajo de grado.

No han faltado las memeces de similar jaez proferidas en otros espacios universitarios. Como botón adicional de muestra, uno entre muchos posibles, en una reunión de profesores de termodinámica de hace pocos años llevada a cabo en la Facultad de Minas en Medellín, tres profesores declararon sin rubor alguno que “es peligroso que los estudiantes piensen”, con lo cual pretendían alegar que los programas de los cursos de termodinámica deben evitar el fomento de la capacidad de pensamiento crítico entre los estudiantes. ¡Válganos, Dios!

Por consiguiente, afirmar que una facultad de ingeniería puede formar los mejores ingenieros del país en semejantes circunstancias equivale a un oxímoron en toda regla. Más correcto resulta afirmar que ella está en posición de formar seres alienados, robots de carne y hueso, que, acogiendo aquí lo apuntado por el senador Jorge Enrique Robledo Castillo en diversas oportunidades, apenas sirven para que vendan en los semáforos tarjetas para teléfonos celulares.

En suma, la retórica triunfalista en cuestión demuestra a las claras que el profesorado y la administración universitaria adolecen de una falta de visión tanto del país como del mundo, máxime cuando el neoliberalismo da muestras patentes del fracaso de su proyecto ideológico y económico.

A estas alturas, dada la tendencia marcada, en la Universidad Nacional de Colombia, a privilegiar la educación de postgrado en detrimento de la de pregrado, so pretexto de fomentar una “universidad de investigación”, un discurso administrativo neoliberal que va de la mano con la formación de élites letratenientes antinómicas con respecto a la mayoría de la población del país, élites al servicio de los inconfesables intereses neoliberales, se impone concluir que carecemos en este país de una verdadera universidad del orden nacional, por lo que es menester construirla a la medida de las necesidades de la sociedad civil, construcción que exige per se un nuevo contrato social.

Tal construcción no precisa partir de ceros, puesto que, por fortuna, contamos con el legado maravilloso de Iván Illich, el crítico más lúcido de la civilización industrial, un genio de primer orden, amén de haber sido un conocedor formidable de la realidad latinoamericana y de los males generados en nuestros países por obra y gracia del elitismo inherente a la formación de cuadros profesionales por parte de nuestras flamantes universidades al servicio de las clases dominantes de siempre. Es más: Illich nos habla del paso radical hacia una civilización de índole convivencial, contrapuesta a la civilización dominante correspondiente a las sociedades industriales. Por civilización convivencial, en su esencia, hemos de entender aquella que privilegia, entre otras cosas, el desarrollo de la autonomía humana, los valores de uso sobre los de cambio, el respeto a la naturaleza y a los ámbitos de comunidad, y el uso de las fuentes de energía en forma austera si se desea que las sociedades convivenciales no degeneren en sociedades inequitativas. Esto es crucial si no perdemos de vista que Colombia figura entre los países más inequitativos del planeta. Como se ve, las sociedades convivenciales son la otra cara de la moneda en relación con el infierno neoliberal todavía en boga.

Entretanto, en calidad de compromiso ético ineludible para quienes somos conscientes de la falta de eticidad de las contrarreformas neoliberales, no nos olvidemos de los atenienses, mantengamos en nuestra memoria a los culpables de la actual depravación cultural de la universidad colombiana.

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas

En: Plano Sur
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Referencias claves

Dieterich, Heinz. (2005). Crisis en las ciencias sociales. Madrid: Popular.

Illich, Iván. (2006). Obras reunidas I. México: Fondo de Cultura Económica.

Illich, Iván. (2008). Obras reunidas II. México: Fondo de Cultura Económica.

Orwell, George. (1993). 1984. Barcelona: RBA.

Texto publicado originalmente en Papeles de la Plataforma 2015 y más.


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