LA MEMORIA DEL AIRE
ESPINOZA SÁNCHEZ Y LAS ERGÁSTULAS DEL EMPERADOR
POR WINSTON ORRILLO
¿Cómo un título novelístico peruano va por su XI edición (la XII sale en
setiembre) sin que ello haya repercutido en la opinión pública nacional e
internacional? Se trata de “Las cárceles
del emperador”, novela-testimonio del poeta Jorge Espinoza Sánchez, sobre
la prisión de 15 meses que él tuvo que sufrir por falsas acusaciones de formar
parte del MAP (Movimiento de Artistas Populares) uno de los organismos de
fachada del Partido Comunista del Perú, más conocido como Sendero Luminoso.
La razón de este ominoso silencio (la
primera edición es de octubre de 2002 y la que tenemos entre manos es de julio
de 2012: más de 30 mil ejemplares vendidos) se debe a que el contenido es una
denuncia cabal del infierno que se vivió en el submundo de las prisiones políticas
del Perú y del ejercicio de la mal llamada “justicia”
–con los malhadados “jueces sin rostro”- y de principios como los de capturar a
veinte personas para que, si entre ellas
había un culpable, ellos, los represores, se daban por bien servidos.
El mundo del presidio y sus horrores –primero en la Carceleta del Poder Judicial y luego en la prisión de máxima
seguridad de Castro Castro- es un capítulo
que se le escapó a Dante Alighieri, y,
particularmente, de su Infierno,
en el que, hasta donde sabemos, no se ejercía
crueldad e inhumanidad tan flagrantes, como la que podemos leer en la
presente novela-testimonio que, entre estremecimiento y estremecimiento, vamos
aprehendiendo en sus 377 páginas, y en
formato mayor.
Creo que el libro, este libro, se
sostiene por la condición de poeta integérrimo de su autor, Jorge Espinoza
Sánchez, quien es testigo y víctima de
los atropellos incontables aquí enumerados, mas nunca de manera “objetiva”,
pues el autor era protagonista de las vicisitudes trágicas aquí descriptas, y
que tocan lo más bajo de la condición
humana –como los alimentos aderezados con excrementos de ratas y con las
ratas mismas que, en no pocas ocasiones, aparecen en los platos de los
comensales, más del 70% de los cuales estaba tuberculizado, especialmente en el
sector de los recalcitrantes senderistas, que no tenían visita familiar, pues
se negaban a que se “carnetice” a sus familiares, ya que era exponerlos a que,
en cualquier momento, fueran acusados de terroristas y detenidos y confinados y
torturados, como ellos mismos; y lo anterior es importante pues ante la bazofia
“alimenticia” del menú canero, los
otros presos iban tirando con los
alimentos que los familiares, en las
visitas, les traían, y ellos, por arte de birlibirloque, hacían crecer y
multiplicarse para varios días…y los demás, era ayunar y comer unos panes fríos
o ese líquido siniestro que se servía a guisa de desayuno.
El libro, es verdad, deviene en una
lectura agobiante, pero necesaria, porque la época y las circunstancias
–recientes-que son allí reveladas, constituyen un escarnio para la condición
vejada de la criatura humana, que aquí padece no solo la tortura física en sí,
sino la psicológica que, en medio de varazos, patadas y ominosas vejaciones, sin embargo, no
consiguen doblegar a un ser que se mueve por valores como la justicia, el
bien y la superación de las desigualdades sociales que, en el fondo y la forma,
son las motivaciones de los presos políticos, cualesquiera sean sus militancias o facciones.
Y, frente a ellos, el mundo –mejor
dicho el submundo- de los presos comunes
donde la patología social se muestra en su vera efigie, ausente toda traba y
suelta la fiera humana que veja, escarnece y roba y viola a todo aquel que se
descuide “un tantico así”.
Nosotros, como título al presente
comentario, le hemos aplicado lo de “ergástulas”,
para rememorar aquellas cárceles bárbaras de los esclavos en la antigua Roma
que, en este caso, se hallaran reencarnadas en el orbe del fujimontesinismo y
su represión, que convirtieran a nuestro país en una suerte de siniestro campo
de concentración, bajo el paradigma de los nazis…
Esta obra, no obstante su extensión, se
lee con relativa facilidad por una magia: el estilo poético, a pesar de las
hórridas circunstancias narradas, y la
forma de composición: con una suerte de ágiles cuadros breves. E, igualmente
por la aparición, como personajes, de v.g. Jehude Simons, Alberto 0laechea,
Jaime Guadalupe, José Antonio Álvarez Pachas –y su desopilante Radio Cadena Perpetua), Rodríguez López,
la Academia César Vallejo y la increíble “Chica Dinamita”.
No olvidemos, tampoco, que el autor es un reconocido bardo (“Poeta en el infierno”, 1995, “Documentos secretos de Sodoma”, 2003; “Sanatorio para enfermos mentales”, 2004;
“Papiros de Tiresias”, 2007 y “Orquesta de Gacelas”, 2010) y tiene,
asimismo, una obra narrativa, en la que destaca “El violador de Lurigancho”, también con 10 ediciones, la última de
las cuales es de 2012.
Pero él, con su copiosa obra poética,
narrativa y todo, dio a luz el Fondo Editorial Cultura peruana, y ha
dirigido la colección Perú lee.
Sus poemas, que se hallan entre los más
audaces de su generación, y que despiertan no pocas opiniones polémicas,
encontradas, usan un lenguaje desmitificador y urticante, que podría responder a las admoniciones del gran
Alejandro Romualdo, cuando dice: “Llamen siempre a las cosas por sus nombres”.
La novela está ad portas de su XIi edición, y viene otra en España, amén de que
están avanzadas las conversaciones para hacer, por Fico García, un filme que,
seguramente, dará mucho que hablar.
Buen comentario y Jorge se lo merece, porque su novela es un testimonio de la historia que vio,conoció,vivió, lloró, y se alegró cuando lo visitaban sus familiares. Para escribir esa obra en plena dictadura no solamente hay que tener capacidad creadora, sino huevos. Perdonen la palabra huevos; no encuentro otro vocablo para expresar su valentía.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Se lo haré saber al propio autor del escrito comentado.
EliminarManuel Moncada Fonseca