23-08-2014
Universidades
como Herramienta de la Crítica
“La universidad en los barrios, los barrios en la universidad”.
La
dignidad en las aulas
Es,
justamente dicho, la Historia esa brújula que debería marcar rumbos al devenir
del trabajo universitario. A pesar de que unos lo ignoren y otros lo
rechacen. Arde el mundo en un perol de belicismo imperialista y mercantilizado;
arde el mundo entre ráfagas de sabotajes financieros, políticos y judiciales;
arde el planeta entre desigualdades, cada día más obscenas y macabras; arde con
operaciones ideológico-mediáticas para mentir y escondernos cómo una minoría
poderosa controla la vida de la inmensa mayoría de los seres humanos, mientras
las tensiones políticas y económicas mundiales se “multipolarizan”.
Hasta
hoy, las Universidades no han sido capaces de atender, con suficiencia, las
necesidades que la Historia impone en materia de conocimiento y cambio para la
resolución de los problemas, especialmente los más añejos. Eso obedece a muchas
causas que, incluso muy estudiadas, no han sido resueltas. Deformaciones ideológicas
variopintas, anemias presupuestales crónicas y desconexión impertérrita con la
realidad, claustros con hegemonías de vanidades burocráticas y pigmeas… sin
hablar de corrupción, indolencia y claudicaciones que forman una ensalada
indigesta de “instituciones del saber” que, a los ojos de muchos pueblos son,
además de onerosas e inútiles, fuentes de agresión con emanaciones
“científicas” tóxicas, serviles a los modelos de desigualdad más aberrante. Esa
es la Historia de la educación impartida por las oligarquías. Hay mil
ejemplos. Debería haber auditores populares.
A contrapelo de ese paisaje, y en más de un sentido, Argentina abrió un pulmón universitario con 12 nuevas universidades nacionales [1] en las que, entre otras políticas, está el de “La universidad en los barrios, los barrios en la universidad”. [2] Y eso cobra fuerza objetiva que va haciendo Historia mientras desarrolla su historia. Un ejemplo. La Carrera de Historia, de la Universidad Nacional de Avellaneda, de suyo una experiencia científica extraordinaria que ya acarrea aportes de interés específico para Latinoamérica, desarrolla en, por ejemplo, “Dock Sud”, en “Isla Masiel” y en “Villa Inflamable”, tareas de inclusión pero en el doble sentido de incluir a la Universidad en la vida de los barrios ahí donde, como dicen los argentinos, “las papas queman”. Y viceversa. Hay pruebas extraordinarias de ese trabajo. Dice y sostiene la carrera “Los pueblos hacen la Historia” y quizá lo diga, también, para que desde ahí emerjan las agendas prioritarias que, de una vez por todas, orienten a las Universidades.
Es
posible que el cúmulo de los logros, que son ya muchos en materia de inclusión,
tenga su esplendor mayor en los episodios más “invisibles” de la vida diaria.
Una parte importante de las personas que acuden a estas instalaciones nuevas
son el primer miembro familiar en inscribirse en una Universidad, pública y
gratuita. Una parte importante de quienes, imposibilitados por las distancias,
no podían ir a un plantel universitario, ahora lo tienen cerca, metido en los
barrios, en edificios recuperados y adaptados ex profeso. Muchos de
los estudiantes, de todas las edades, que hoy conviven y disfrutan la aventura
de la Universidad, nos dejan ver cómo la dignidad se pasea por las aulas y
levanta la mirada para encontrar vetas de futuro que el neoliberalismo más
feroz canceló. Un acto de amor. Contra esto, también, atentan los “Fondos
Buitre”. Endógenos y exógenos.
Hay,
desde luego, una campaña desaforada que se digita desde el grupo Clarín y todos
sus siervos, asalariados o voluntarios, para desprestigiar a las Universidades
nacientes [3]. Tratan de desprestigiar el fundamento más prestigioso de
toda Universidad pública que es, precisamente, su compromiso, ético y
científico, con lo público. Va y viene la palabrería de leguleyos academicistas
que, a la sombra o bajo las luces de los reflectores de televisoras o diarios
golpistas, discriminan, ofenden, menosprecian y calumnian el talento y
profesionalismo de miles de estudiantes, de profesores y de trabajadores
administrativos que se empeñan, diariamente, en profundizar todo lo bueno que
las universidades nuevas acarrean. Incluyendo el haber recuperado confianza en
la contribución universitaria para el cambio radical de la realidad.
Era de esperarse que, precisamente en la Carrera de
Historia, y no sólo, donde se mete la mano para sentir el latido de la vida
colectiva, donde se cuecen las agendas que deben marcar el rumbo de las
universidades y de toda tarea por la justicia social, justamente donde anida el
motor de la historia, hicieran blanco algunas de las más asincrónicas
operaciones de chismes y de desprecio académico. Y no es de sorprender.
Ahí donde más vínculos existen con la realidad y más fortalezas teóricas para
el cambio, aparecen más resistencias de quienes son enemigos de la
emancipación. O lo parecen. En respuesta a eso, los barrios están imbricándose
más y la lista de intelectuales, catedráticos e instituciones serias, en materia
de Historia, crece en solidaridad efectiva, es decir científica, en un terreno
fértil que hace de la educación, de la inclusión y de la igualdad académica,
una bandera de lucha. Amor, pues, y confianza en los seres humanos. Eso también
lo odian los “buitres”, en todos los idiomas.
En
breve, si las mejores fuerzas de esas Universidades nuevas en Argentina logran
profundizar sus principios y logran ponerlos a salvo, la idea de “Ser cultos
para ser libres” será la estética del aprendizaje, es decir su placer mayor.
Será cotidiano y normal que la dignidad y la alegría colmen las aulas y abracen
el conocimiento para que sea, además de saber, sabiduría. Es ese uno de los
escenarios más necesarios y urgentes para el impulso de talentos nuevos y
renovados. Camino de la emancipación, a toda costa, que incluye emancipar a las
universidades de los vicios viejos, burocráticos y elitistas, que las
arrodillaron ante la burguesía. Es ese el camino para recuperar el pensamiento
crítico y transformador como el objetivo fundamental de la educación en todos
los niveles y para hacer de las universidades herramientas creadoras, alegres y
rigurosas en la emancipación humana y la transformación del mundo. Ya sin
“buitres”.
Notas
[1] "La
universidad argentina en tránsito. Ensayo para jóvenes y no tan jóvenes".
Marcela Mollis. 2001, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
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