Recordatorio de la Polonia socialista tras la muerte de
Jaruzelski
Juan Carlos Martínez-Portillo
jun 2nd, 2014 | By Boltxe kolektiboa | Category: Iritzia
Con
la muerte del militar y político comunista polaco Wojciech Jaruzelski el pasado 25 de mayo, desaparece una figura
fundamental que representa por su propia trayectoria de vida la efervescencia
revolucionaria y antifascista de los elementos más progresivos del pueblo
polaco en su durísima lucha contra la criminal ocupación nazi en el período
comprendido entre 1939 y 1945; la creación y desarrollo de la República Popular
de Polonia; y, finalmente, el triunfo de la contrarrevolución acontecida en los
países socialistas del este de Europa en el período de 1989-1991.
La
biografía política y militar de Jaruzelski constituye la plasmación, en primera
persona, de la ayuda prestada por la URSS para la conformación en el propio
territorio soviético de la Unión de Patriotas Polacos (ZPP) en febrero de 1943
y que, en permanente contacto con el clandestino Partido Obrero Polaco (PPR) que operaba dentro de la Polonia
ocupada por el nazifascismo, mantuvo en las terribles condiciones de lucha que
el período histórico requería un programa, en alianza con otros sectores de
izquierdas, centrado en la realización de cambios socioeconómicos sustanciales,
como la nacionalización de la industria, de la banca y el gran comercio, o la
reforma agraria.
Jaruzelski,
a pesar de no estar encuadrado en ninguna organización comunista hasta 1947, es
miembro activo desde 1943 del Ejército
Popular Polaco (LWP), creado igualmente en la URSS para dar protagonismo a
los refugiados polacos dentro del territorio soviético en la tarea de colaborar
militarmente en la Gran Guerra Patria dentro de las fronteras soviéticas, y a
ser ellos mismos, posteriormente, protagonistas en la liberación de su patria
de las garras de la Alemania hitleriana.
Varsovia, Gdansk, Gdynia…. fueron algunas de las ciudades
polacas en las que el LWP tuvo un protagonismo activo en su liberación
definitiva. E incluso tuvieron la oportunidad de cobrarse merecida venganza por
los más de 6 millones de ciudadanos y ciudadanas de Polonia exterminados por el
III Reich, al participar en los combates librados para la toma de la
Cancillería y del Reichstag berlinés por el Ejército Rojo.
Caen
por su propio peso, por tanto, con este breve recorrido histórico, las mentiras
volcadas por los elementos reaccionarios polacos, de entonces y de ahora, que
pretendieron y pretenden falsear su propia historia menospreciando, o
condenando abiertamente, la que fue una vital ayuda internacionalista de la
patria soviética a las masas polacas en su lucha por sacudirse, tanto la
ocupación alemana, como el intento por parte de los sectores capitalistas
polacos encuadrados en su día en el autoproclamado gobierno polaco en el exilio
(primero en París, luego en Londres) como los inequívocos y únicos
representantes de los intereses del pueblo polaco de la época.
Jaruzelski fue testigo de cómo en el referéndum de junio de
1946, el pueblo polaco apoya mayoritariamente las reformas socioeconómicas
impulsadas por el PPR, y cómo en las elecciones legislativas de 1947, el PPR y
sus aliados se alzan con el triunfo, pasando así Polonia a convertirse en
República Popular, dirigida por el Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR),
resultante de la fusión del PPR y del Partido Socialista.
Nuevamente
los simples hechos históricos contradicen a los elementos anticomunistas de
toda condición y pelaje que, machaconamente, siguen pretendiendo inocular el
falso discurso según el cual el llamado bloque socialista del Este de Europa no
fue más que fruto de una ocupación soviética y una imposición externa contra
las aspiraciones “democráticas” de sus propios pueblos.
Jaruzelski fue ascendiendo gradualmente en el escalafón
político y militar de la Polonia Popular siendo primero, testigo de excepción,
y posteriormente participante activo en la toma de decisiones estratégicas, del
impresionante desarrollo experimentado por el país, fruto de la planificación
democrática de la economía y de la propiedad colectiva de los medios de
producción, donde la clase obrera, a través de sus organizaciones políticas o
sindicales, era sujeto activo en la construcción del Socialismo.
Un sector agrícola de propiedad cooperativa o bajo control
directamente estatal superior al 50% para los años -70; una industria que,
partiendo de la nada en el período de posguerra, representaba el 62% del PIB y
empleaba una cuarta parte de la mano de obra en 1977; una educación al servicio
del pueblo trabajador donde la Constitución consagraba el carácter universal,
laico, público y gratuito de la misma y donde, junto con el idioma polaco
común, se protegía el derecho a la educación en lenguas minoritarias
(bielorruso, alemán, ucraniano, eslovaco, lituano o yiddish); la erradicación
de un ejército hasta entonces férreamente clasista (prohibición en 1937 de
matrimonios entre oficiales con mujeres de sectores humildes) para
transformarse en una institución donde ya en 1963 el 49% de los oficiales eran
de extracción obrera y el 33% de composición campesina, y que tuvo la
posibilidad de demostrar su carácter internacionalista en el aplastamiento,
junto con otras tropas del Pacto de Varsovia, del intento de golpe capitalista
abortado en Checoslovaquia en 1968; constituyen algunas de las
conquistas que la clase obrera polaca protagonizó, y que contrastan con el
desmantelamiento progresivo del tejido industrial y la consecuente necesidad de
emigrar para millones de trabajadores y trabajadoras polacas a quien el
proceso contrarrevolucionario triunfante de 1989-1991 sólo ha traído paro,
privatizaciones, desprotección social, el regreso al oscurantismo religioso
representado en un integrismo católico y antisemita, o un nacionalismo
chovinista fanático interesado en reescribir la historia a medida de la
oligarquía que actualmente detenta el poder, protegida por el imperialismo de
la Unión Europea (UE), y tendente a borrar de la memoria colectiva del pueblo
polaco cualquier pasado emancipador, así como a criminalizar a quienes siguen
manteniendo en alto y reivindicando el pasado socialista de Polonia, donde actualmente
la exhibición de los símbolos comunistas en Polonia es considerado un delito.
Sin
embargo, la historia de la construcción de la Polonia Popular en la que
Jaruzelski tomó parte activa, no está exenta de gravísimos errores, tanto en el
ámbito económico como en el político, fruto sin duda de la relajación y la
posterior profundización en la deriva revisionista que fue corroyendo
progresivamente a las organizaciones partidarias y a las instituciones
estatales tras la negación de los principios fundamentales del
marxismo-leninismo, y su paulatina sustitución por “teorías” acientíficas y
ajenas a los intereses del pueblo trabajador como el llamado “estado de todo el
pueblo”, la pervivencia (incluso el impulso) de leyes económicas propias del
capitalismo; o la esclerosis y burocratización de los aparatos del Estado que
progresivamente se alejaban del necesario protagonismo que las masas debían
tomar a la hora de dirigirlo, y que permitieron la recuperación y posterior
ofensiva de sectores objetivamente interesados en liquidar la construcción
socialista.
La
permisividad para con una influyente jerarquía vaticanista que operaba
impunemente como actor político contrarrevolucionario; el protagonismo y
reconocimiento explícito concedido a falsos sindicatos como Solidaridad, o su
vertiente agrícola (“Solidaridad Campesina”) que, sabiendo aprovechar
hábilmente los fracasos de algunos planes quinquenales y malas cosechas,
catalizaron el descontento de amplios sectores obreros y populares para
presentarse falsamente como genuinos representantes de las masas y boicotear
activamente la producción, elemento que a su vez retroalimentaba el creciente
malestar en amplios sectores, constituyen alguno de los puntos que fueron
abriendo paso paulatina pero ininterrumpidamente a posiciones ideológicas
antagónicas a lo que debía suponer un gobierno obrero y campesino (chovinismo,
odio religioso, regreso a una economía capitalista, o entrega directa de
sectores estratégicos al capital privado, incluyendo el extranjero).
Jaruzelski, ya nombrado Jefe de Gobierno y Secretario
General del Partido, dirigió en Diciembre de 1981 un importante golpe destinado
a derrotar la influencia y maniobras abiertamente golpistas de los elementos
derechistas que, a pesar del éxito momentáneo obtenido, y quizás debido a la
timidez en cuanto a su contundencia e inconstancia en el tiempo, no pudo (o
supo, o quiso) frenar el caudal contrarrevolucionario que, operando al mismo
tiempo desde dentro de territorio polaco como desde fuera, haría caer definitivamente
la Polonia Popular y descabalgar así a las masas polacas de un Estado que, con
sus deficiencias y errores, durante las últimas 4 décadas les había pertenecido.
La
posterior persecución política a Jaruzelski por parte de las autoridades de la
Polonia burguesa, prácticamente hasta su muerte, incluyendo el intento de
enjuiciamiento por las responsabilidades ocupadas en la antigua República
Popular, es una muestra más del ensañamiento y afán de venganza que atraviesa
el accionar de los distintos gobiernos capitalistas en un intento para
erradicar la voluntad de lucha de los pueblos por deshacerse del yugo de la
actual dictadura del capital; por desarticular a sus organizaciones de
vanguardia. En definitiva, por tratar de parar la rueda de la historia y sacudirse
el pavor que les asalta ante “el fantasma del comunismo”, que no deja de
recorrer Europa.
Intentos
vanos. Pues la máxima aspiración de quienes hoy somos golpeados por el poder de
los monopolios de este capitalismo en crisis, incluyendo al pueblo trabajador
polaco, no puede erradicarse nuestra voluntad por conquistar, y esta vez
definitivamente, un mundo reflejado en las palabras de Israel Shamir para
referirse al período soviético: “Vivíamos en un paraíso comunista pero no
nos dábamos cuenta”.
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