17
junio de 2014
La hipocresía y el oportunismo
LOS
OTROS COMPETIDORES EN LA COPA MUNDIAL DE FÚTBOL
Por
Carlos Fonseca Terán
Quizás
antes de todo deba dejar claro que yo detesto el fútbol. Me parece un juego
tonto, tal vez porque no lo conozco bien. Tanto es así, que en el primer juego
del Mundial (en el que Holanda le dio la ya célebre paliza a España), yo estaba
en un lugar donde más de cien personas seguían atentamente el partido y sólo
habíamos unos tres o cuatro ajenos a lo que ocurría. Estábamos colocados en un
lugar donde no se veían las pantallas; en mi caso particular, llegué ahí
buscando un lugar donde trabajar con mi laptop, porque ni en la oficina ni en
la casa había condiciones en ese momento. Y es tanto mi desinterés en el tema,
que con la ayuda de unos audífonos para tener música de fondo mientras
trabajaba en lo mío (en algo que por cierto, requería mucha concentración),
logré mi propósito sin sentir mayores perturbaciones.
Esto
se debe a que estoy acostumbrado al béisbol. Veo que en el fútbol todo se
reduce a meter un balón en una portería, lo cual por cierto, es raro que
suceda. Me aburre mortalmente seguir el ir y venir del balón entre los pies de
los jugadores, sin llegar casi nunca adonde lo quieren llevar. Mientras en el
béisbol, cada jugada es un episodio de alta tensión, y cualquiera de ellas
puede cambiar el destino del juego. Lo siento mucho más rico, más emocionante;
claro, para el que no lo entiende debe ser más aburrido que para mí el fútbol,
y por eso le otorgo el beneficio de la duda.
Lo
que he dicho, sin embargo, bastaría para que el fútbol no me interesara, pero
no explica por qué lo detesto. Pues lo detesto, porque siento que la propaganda
futbolera está eliminando en nuestro país la preferencia por el béisbol, que a
mi juicio es infinitamente más interesante. En fin, una vez aclarado
este punto (luego se entenderá por qué), paso al asunto que me motivó a
escribir esto.
He
notado que en esta Copa, a la par de la euforia usual que causa en el mundo
entero, se han presentado dos fenómenos. Uno de ellos, es el de no poca gente
de izquierda o de esa a la que suele llamársele “progre”, pronunciándose contra
la Copa Mundial con el argumento de que es puro negocio. Desgraciadamente, en
el capitalismo todo es negocio porque es un sistema que tiende a convertir todo
en mercancía. Pero es un error que quienes estamos contra el capitalismo,
condenemos todo lo que en él ocurre, aunque tenga un alto contenido de sana
distracción como en este caso, sólo por la indignación que nos causa el hecho
de que se mercantilice. Eso no es ser revolucionario, sino extremista, y los
extremistas a veces causan más daño a la revolución que los
contrarrevolucionarios, por muy buenas intenciones que tengan.
Es
interesante el hecho de que quienes asumen esa posición extremista son en su
mayoría, personas que no hacen mayor cosa por la revolución y tal parece que
eso les lleva a aprovechar cualquier tema para demostrar lo buenos
revolucionarios que quieren aparentar ser, a falta de valor para asumir el
principal deber de un revolucionario, que es hacer la revolución, tal como
fuera sabiamente proclamado hace tiempo ya. Y la revolución no se hace
pronunciándose contra la Copa Mundial de fútbol ni dejando de beber Coca Cola,
otra moda de los que quieren demostrar lo que no son y que sólo logran hacerle
más propaganda a esa bebida. La mayor parte de quienes hacen estas cosas tienen
el problema señalado, decía, y la totalidad de quienes lo tienen se pronuncian
contra el evento en cuestión y le declaran la guerra al consumo de ciertos
productos. Fíjense, con esto no digo que todos los que hacen
estas dos cosas tengan el problema que señalo, pues como casi siempre ocurre,
en esto hay excepciones, pero lo que interesa aquí no es eso.
Ningún
favor se le hace a la causa revolucionaria apareciendo como aguafiestas en
medio de la sana algarabía mundial por el fútbol y su evento principal. Y digo
sana, porque el deporte lo es, y no tiene culpa de ser mercantilizado, ni la
tienen los deportistas de ser mercancías de sus equipos, y menos aún los
amantes del fútbol por disfrutar su amor a este deporte en medio de su
ciertamente, repudiable mercantilización. Pero repudiar la mercantilización no
debe ser igual a repudiar la Copa del Mundo, y eso es lo que no todos
entienden.
Paso
al siguiente punto. Por primera vez en la historia de las Copas del Mundo de
Fútbol se está volviendo una moda referirse al ofensivo contraste entre el
dinero que se mueve en estos eventos y la estremecedora pobreza que hay en el
país donde se realizará esta vez. Una ostentosa fiesta deportiva con derroche
de todo tipo en medio de la miseria, qué duda cabe.
Como
es ya obvio, estas cosas despertaron más mi interés que el propio fútbol, y me
puse a hacer averiguaciones. De veinte Copas del Mundo incluyendo la de este
año, ocho se han hecho en los países del llamado Tercer Mundo. Me llamó la
atención que una de ellas se haya hecho en Argentina en plena dictadura militar
de derecha (la de los 20 mil desaparecidos) en 1978. Por su parte, doce Copas
se han hecho en los países del llamado Primer Mundo (o sea, los países
industrializados). Entre 1990 y 2006 hubo cinco Copas, todas en este último grupo
de países.
¿A
qué vienen estos datos? A que por primera vez hay toda una campaña en los
medios de comunicación y en las redes sociales alrededor del tema planteado, es
decir acerca de la pobreza que hay en el lugar donde se realizará la Copa, que
en este caso es Brasil, un país del Tercer Mundo y donde hay un tercer gobierno
consecutivo de una fuerza de izquierda que precisamente ha reducido la pobreza
como ninguna otra fuerza política en el poder. Al contrario, bajo los gobiernos
de derecha en Brasil la pobreza siempre fue en aumento, sobre todo en los
gobiernos neoliberales que antecedieron a los tres gobiernos de izquierda. Por
eso los índices al respecto eran tan altos al inicio del primer gobierno del
Partido de los Trabajadores, que para eliminar la pobreza harán falta varios
períodos más de gobierno, siempre que continúe el PT gobernando, pues en caso
contrario la pobreza volverá a incrementarse en Brasil, pero en tal
circunstancia ya los que ahora se rasgan las vestiduras no estarán recordándolo
con tanta alharaca en las redes sociales.
Se
trata pues, de culpar al gobierno brasileño de la pobreza, cuando es la derecha
(ahora en la oposición) en Brasil la que, respondiendo a los intereses de las
potencias industrializadas (en las que se han hecho cinco de las últimas siete
Copas de Fútbol del Mundo), la que desde sucesivos gobiernos a lo largo de toda
la historia de Brasil, ha generado los índices de pobreza con que se encontró
la izquierda al asumir el gobierno, y que han venido siendo espectacularmente
reducidos desde entonces.
Incluso,
se han vuelto virales las fotos de policías reprimiendo brutalmente a la
población en los barrios pobres, y cuya finalidad (aunque no lo sepan quienes a
veces ingenuamente multiplican estas imágenes) es culpar también de eso a la
izquierda gobernante en Brasil. Tales imágenes en muchos casos no son de
Brasil, y en el caso de algunas que podrían serlo (no las he visto todas), en
Brasil no todas las dependencias policiales responden al gobierno central,
estando muchas subordinadas a los gobiernos locales, algunos de los cuales son
de derecha.
Es
más, la derecha brasileña, causante de la miseria en Brasil, ha querido
aprovechar políticamente las manifestaciones de protesta social contra
determinadas políticas para atacar y desgastar al gobierno central, en manos de
la izquierda, pero resulta que las políticas contra las cuales se protesta no
son las del gobierno central (ojo con esto), sino de gobiernos estatales y
locales en manos de la derecha. La gran mayoría de las protestas en Brasil, tan
publicitadas (sobre todo si son en ciudades-sede del Mundial de Fútbol), no han
sido contra el gobierno de izquierda, sino contra los gobiernos de derecha de
esos Estados o de esas ciudades.
De
las últimas diez Copas Mundiales, las últimas dos han sido en países del Tercer
Mundo y las restantes ocho en países económicamente desarrollados, es decir del
Primer Mundo. Es obvio que los cuadros de miseria en las ciudades del Tercer
Mundo no se pueden comparar con los de la mayoría del Primer Mundo, y no debe
olvidarse que no es por casualidad que este último grupo de países (los países
ricos) fueron los conquistadores y colonizadores que despojaron de su riqueza
por siglos al otro grupo (el de los países pobres), y nadie me venga con el cuento
de Obama, de que Estados Unidos también fue colonizado, pues fue ese país ya
independizado y conocido por entonces como las Trece Colonias Americanas, el
que conquistó y colonizó el 99% del territorio que actualmente ocupa, donde
vivían los pueblos indígenas a los que despojó de sus tierras, incluyendo en
esto más de la mitad de lo que antes era el territorio mexicano.
Sin
embargo, mientras en los países tercermundistas gobernados por la izquierda la
pobreza y la desigualdad social disminuyen, en los países primermundistas
gobernados por la derecha sucede lo contrario. El colmo de la doble moral de
los países ricos es que un periodista danés apareció como héroe por negarse a
cubrir el Mundial, impresionado por la miseria que vio a su alrededor cuando fue
a Brasil. Bienvenido sea al mundo que ellos, los europeos, saquearon durante
tanto tiempo. En el caso concreto de Dinamarca, tuvo colonias en América (aún
posee Groenlandia), en Asia y en África. Se dio hasta el lujo de vender
territorios colonizados a otras potencias (como el caso de las Islas Vírgenes
en Las Antillas, vendidas a Estados Unidos – los que dicen haber sido
colonizados –). Mejor cosa haría el reportero de marras exigiendo a los países
ricos como el suyo, que indemnicen a los que fueron víctimas del saqueo
perpetrado por ellos y del cual el nuevo héroe se ha beneficiado.
Reitero:
Detesto el fútbol (por razones ya dichas), pero detesto aún más la hipocresía,
la doble moral, la desvergüenza, el fanatismo sectario de cualquier origen
ideológico y el oportunismo que con tanta facilidad se disfraza de buenas
intenciones (las que no se puede negar que a veces existen en las peores
acciones imaginables); y detesto estas otras cosas, porque lo que más detesto
en este mundo es el capitalismo y su detestable manía genética de
mercantilizarlo todo, incluyendo la denuncia de esa misma manía cuando se hace
en el momento y el lugar incorrectos, como sucede también con la denuncia de la
pobreza y la desigualdad tan fuera de contexto, que de igual manera termina
vendiéndose en el mercado de las palabras y las imágenes, puestas las ganancias
materiales y hasta espirituales al servicio de los intereses de quienes
provocan el mal que supuestamente se pretende denunciar.
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