Miércoles, 11 de junio
de 2014
"La dieta
occidental es responsable de muchas de nuestras enfermedades"
De la comida basura a
los alimentos ‘milagro’
Por Esther Vivas (*)
- Canarias-semanal.org
Vivimos obsesionados por
comer bien y nunca antes habíamos comido tan mal. Los estantes de los
supermercados están repletos de patatas fritas, bebidas azucaradas, chocolates,
congelados, conservas, bollería. Nos venden una gran variedad de comida
desnaturalizada, procesada, con un “max mix” de aditivos varios,
que tiene un impacto negativo en nuestra salud. Sin embargo, los
mismos que con una mano comercializan dichos productos con la otra nos ofrecen
alimentos funcionales, “milagrosos”, para
combatir precisamente los efectos perniciosos de este tipo de alimentación “moderna”. El negocio está
servido.
Enfermos y gordos
La “dieta
occidental”, como señala el periodista Michael Pollan en su
bestseller ‘El detective en el supermercado’, es responsable de
muchas de nuestras enfermedades. “Cuatro de las diez primeras causas de
mortalidad hoy día son enfermedades crónicas cuya conexión con la dieta está
comprobada: cardiopatía coronaria, diabetes, infarto y cáncer”, afirma. Una “dieta occidental”, con muchos
alimentos procesados, mucha carne, mucha grasa y mucho azúcar añadido, que nos
enferma y engorda. A principios del siglo XX, como señala Pollan, un
grupo de médicos observó que donde la gente abandonaba su forma tradicional de
comer y adoptaba la “dieta occidental”, pronto aparecían
enfermedades como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el
cáncer, que se bautizaron como “enfermedades occidentales”.
El relator
especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación Olivier
de Schutter coincide en el diagnóstico: “Las dietas poco saludables
son un riesgo mayor para la salud mundial que el tabaco”. Y añade: “Los
Gobiernos han puesto el foco en aumentar la cantidad de calorías disponibles,
pero muy a menudo han sido indiferentes acerca de qué tipo de calorías ofrecen,
a qué precio, para quién son accesibles y cómo se comercializan”. No en
vano, según datos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es
responsable, en todo el mundo, de 3,4 millones de muertes al año.
Estados Unidos es el
máximo exponente de esta deriva: un 75% de los estadounidenses tiene
sobrepeso o son obesos, un 25% padece síndrome metabólico, con mayores
probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares o diabetes, y entre un
4% y un 8% de la población adulta tiene diabetes tipo 2, según recoge la obra
‘El detective en el supermercado’. Los datos
de la OMS ratifican esta tendencia a escala global: desde 1980, la
obesidad se ha más que doblado en todo el mundo. Actualmente, 1.400
millones de adultos tienen sobrepeso, y de estos 500 millones son obesos.
En el Estado español, la
tasa de obesidad infantil no ha hecho sino aumentar en los últimos años
convirtiéndose en una de las más altas en Europa. Según el programa Perseo, del Ministerio de Sanidad y la Agencia
Española de Seguridad Alimentaria, se calcula que la obesidad afecta al 20% de
los niños y al 15% de las niñas entre 6 y 10 años. En lo que se refiere a la
población en general, las cifras son, también, muy elevadas. El estudio Enrica, promovido por el Gobierno, señala que el
62% de la población tiene exceso de peso, y de ésta el 39% padece sobrepeso y
el 23% obesidad.
Una situación que no ha
hecho sino agudizarse con la crisis. Cada vez más personas con menos ingresos
son empujadas a comprar productos baratos y menos nutritivos. El libro blanco de la nutrición en España así lo
afirma: “En la actual situación de crisis económica las conductas de los
consumidores también se han visto afectadas. Seleccionan opciones más
económicas tanto a la hora de decidir el lugar dónde comprar alimentos y
bebidas, como el tipo, calidad y cantidad de productos”. Con la crisis,
la dieta de quienes menos tienen se deteriora rápidamente. Se compra poco y
barato y se come mal. Uno de los productos que más ha aumentado su consumo, por
ejemplo, son los dulces envasados (galletas, chocolates, sucedáneos, bollería y
pastelería), con un incremento del 3,8% entre 2012 y 2013, según el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Los gordos,
paradójicamente, en general, son los que menos tienen, y, en consecuencia, peor
comen. Mirando el mapa de la península queda claro: las comunidades autónomas
con mayores índices de pobreza, como Andalucía, Canarias y Extremadura,
concentran las cifras más elevadas de población con exceso de peso. La posición
de clase determina, en buena medida, qué comemos. Y la crisis no hace sino acentuar
la diferencia entre comida para ricos y comida para pobres.
Doctor Jekyll y Mister
Hyde
Sin embargo, los mismos
que promueven una comida basura, de muy baja calidad, con un impacto negativo
en nuestra salud, son quienes nos venden “alimentos milagro” para
adelgazar, controlar el colesterol, reducir el estreñimiento, fortalecer el
sistema inmunitario, mantener la densidad ósea. Al más puro estilo Doctor
Jekyll y Mister Hyde es como actúan las grandes empresas de la
industria alimentaria.
Panrico afirma vender pan,
con “una miga como la del pan de siempre”. Mis abuelos, creo, no opinarían lo
mismo. Más allá de los cuestionables ingredientes y resultado de su pan,
ofrece, también, Donuts Original, Donuts Bombón, Donettes, Donettes Rayados, Donettes
Nevados, Bollycao Cacaco, Dip Dip, Palmera de Choco, la lista continúa. Pero
como toda buena industria de la comida, si nos “pasamos” con tanta bollería,
Panrico nos ayuda a combatir esos kilitos de más con su Panrico Línea, “para
quien le gusta cuidarse sin renunciar a su delicioso sabor”, como lo define la
empresa, o Panrico Integral, con alto contenido en fibras. Panrico tiene pan pá
todo.
Nutrexpa, por su parte, nos
vende Cola Cao Original, que de padres y madres a hijas e
hijos y nietos y nietas, nos repite, es “el desayuno y merienda ideal”. Nutrexpa,
siempre pensando en los más pequeños, vende también Nocilla, muy
“natural” con “leche, caco, avellanas y azúcar”, ¿recuerdan?,
y Phoskitos, con adhesivos y artefactos varios, que ahora saca
nueva línea, el tiempo pasa pero el Phoskito no, con Mini Phoskitos Hello Kitty
y Phoskitos Bob Esponja. Su gama de productos no acaba aquí, e incluye galletas Cuétara,
Chiquilín, Artiach, Filipinos. Aunque con tanto sobrepeso y obesidad
infantil, su línea de galletas Fibra Línea o 0% azucares, así como el Cola Cao
Cero o, aún mejor, el Cola Cao Cero con Fibra están aquí para echarnos una
mano.
Danone es el rey. Vende un gran
abanico de yogures de fresa, coco, plátano, macedonia, piña, limón. Aunque lo
único que tienen parecido a la fruta es el sabor y el color. En su gama de
postres destacan, desde siempre, las natillas de vainilla y chocolate, que nos
acompañaron de pequeños, y, más recientemente, las de oreo y choco blanko, para
las nuevas generaciones. No sea que con el paso del tiempo se pierdan las
costumbres… y se abandone la marca. Sorprendentemente, estos productos se
clasifican en su web al margen de los que la empresa incluye en el apartado de “buenos
hábitos”. ¿Será que no lo son? ¿Al webmaster le habrá traicionado el
subconsciente? Es en esta sección de productos donde Danone despliega toda su,
teórica, preocupación por nuestro bienestar y ofrece desde yogures Activia, “la
forma más deliciosa -como dicen- de ayudar a tu salud digestiva”, pasando por
los Actimel y “su exclusivo L-Casei, que incorpora las vitaminas B6 y D” hasta
el Danacol Sin Lactosa que favorece, afirman, “una dieta sana y equilibrada que
ayudará a reducir el colesterol”. ¿Qué más podemos pedir?
Modus operandi
Su modus operandi no
falla. Primero, la publicidad. Tanto para vendernos lo uno como lo otro. Aunque
entre un Danone Fresa y un Danacol no haya
tantas diferencias más allá del marketing nutricional. La inversión
publicitaria no escatima recursos económicos. En 2005, por ejemplo, la
industria alimentaria de Estados Unidos gastó más de 50 mil millones de dólares
en publicidad, más que ninguna otra industria del país. Coca-Cola, en concreto,
desembolsó 2.200 millones de dólares, un
total muy superior al conjunto del presupuesto de la Organización Mundial de la
Salud, como recoge el libro ‘Un planeta de gordos y hambrientos’ de Luis
de Sebastián. Los pequeños a menudo son su público objetivo principal. Como
afirmaba Tim Lobstein director de The Food Commission en un debate en la BBC
inglesa: “Vivimos en un entorno que ha sido bautizado como ‘obesogénico’, lleno
de estímulos que nos animan a comer, a hacer menos ejercicio y sobre todo a
consumir. Se trata de un entorno gestionado comercialmente”.
Segundo, la
culpabilización. Somos culpables por comer mal, engordar, enfermar. Si
engordas, dicen, es que no tienes fuerza de voluntad. Tienes que sacrificarte,
afirman. Nos venden el paradigma de la perfecta mujer y del perfecto hombre,
como si fuera tan fácil caber en un talla 38. En definitiva, la culpa es
nuestra. Mientras, esconden las causas estructurales de tanta gordura y
enfermedad. Aún recuerdo a mi antiguo jefe como, a veces, para
desayunar pedía en el bar un chucho de crema, “rebozado” con azúcar blanco, y
un café con leche eso sí con sacarina. Nos hartamos de comer mal, para luego
sacrificarnos y comer, supuestamente, bien. Todo un negocio, el de culpabilizar
a nuestro estómago.
Tercero, el producto
“milagro” y el experto. Los mismos que nos venden comida de mala calidad nos
dan lecciones de nutrición y nos ofrecen alimentos funcionales, que contienen
componentes que -dicen- benefician la salud: leches enriquecidas con ácidos
grasos omega-3, ácido fólico, fósforo y cinc; yogures con calcio, vitaminas A y
D; cereales fortificados con fibra y minerales; zumos con vitaminas. Aunque
tanto producto de qué serviría sin un “buen” experto u organización
“especializada” que lo avalara. La Fundación Española del Corazón es una
habitual en prestar su imagen para respaldar dichos productos, lo que le ha
valido importantes críticas por parte de la comunidad científica. Entre sus
“apadrinados” se encuentra la margarina Flora Original con Omega-3 y 6 de Unilever,
el Danacol,
leche fermentada con esteroles vegetales añadidos, de Danone, el suplemento
MegaRed con Omega-3, el Agua de Firgas con bajo contenido en sodio y
alta concentración de calcio y magnesio. Pero, ¿cuánto dinero habrá
recibido la Fundación Española del Corazón por sus servicios? Eso, no se sabe.
En todo caso, si es una empresa de la industria alimentaria coloque un
“experto” en su vida, parece que ganará credibilidad, sea cierto o no lo que cuente,
y aumentará las ventas.
¿Cómo alimentarnos bien?
Visto lo visto, ¿qué
podemos hacer para comer bien? Como decía Michael Pollan se
trata de “comer comida”, lo que no es tan sencillo como parece. “Antes lo único
que se podía comer era comida, hoy encontramos en el supermercado miles de
otras sustancias comestibles parecidas a la comida” afirma en su libro ‘El
detective en el supermercado’. Y añade: “Si le preocupa la salud, quizá
debería evitar los productos de los que se hacen afirmaciones de propiedades
saludables. ¿Por qué? Porque este tipo de afirmaciones sobre un producto
alimenticio hacen suponer que no se trata realmente de comida”. Un
sinsentido: se desnaturalizan los alimentos, para luego vendernos otros
artificialmente naturales, que nos dicen son mejores.
La industria alimentaria
y su publicidad han estigmatizado la comida de siempre. Nos han hecho creer que tomar
fruta, verdura, legumbres y cereales era cosa de pobres. ¿Qué sentido
tiene exprimir unas naranjas? Si podemos tomar un Bifrutas Mediterráneo
Pascual, no solo con naranja sino, también, con melocotón y zanahoria
y leche y con 0% de materia grasa y vitaminas A, C, E. ¿Por qué perder el
tiempo en pelar patatas, zanahorias y cebolla para una crema cuando puedo
comprar un Sopinstant de verduras Gallina Blanca ya preparado y, como dicen,
“bajo en grasa, con menos sal y sin conservantes”? Parece que la comida de
siempre ya no tiene “glamour”.
Sin embargo, en los
últimos tiempos, las cosas han empezado a cambiar. Cada vez son más las
personas que se preguntan qué comemos, de dónde viene lo que ingerimos, cómo se
ha elaborado. La multiplicación de escándalos alimentarios y el auge de algunas
enfermedades han encendido las luces de alarma. El consumo de productos
ecológicos, campesinos, locales, de temporada aumenta, aunque representa tan
solo un porcentaje pequeño del consumo global. Comer bien implica avanzar en
esta dirección, reapropiarnos de aquello que comemos, exigir que la producción
de alimentos responda a las necesidades de las personas, tenga en cuenta al
campesinado y a la Tierra, y no se supedite a los intereses económicos de la
industria de la comida.
Comer bien implica comer natural. Y aunque
algunos digan que los alimentos naturales son un timo, lo que sí es un timo es
cuando la industria, a través de tanto alimento funcional y “milagroso”, nos
quiere vender gato por liebre. Como dice Michael Pollan, “no
coma nada que su bisabuela no reconocería como comida”.
(*) Esther Vivas, activista, periodista
y especialista en temas de soberanía alimentaria y comercio justo. Es
militante de Revolta Global-Esquerra Anticapitalista y miembro de la redacción
de la revista Viento Sur. Forma parte del Centro de Estudios sobre
Movimientos Sociales (CEMS) en la Universidad Pompeu Fabra, colabora con el
Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (IGOP) en la Universidad Autónoma de
Barcelona.
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