UN ASOMO A LA DESTRUCCIÓN DE IRAQ POR EEUU Y SUS LACAYOS
30/6/2014
Guerras
en curso
x Juan Diego García
Las ofensivas bélicas de Occidente no parecen
arrojar como resultado una ocupación firme de los territorios agredidos como
sucede en el colonialismo clásico
La
ocupación estable no es el objetivo, al menos por ahora. En las guerras que los
Estados Unidos y sus aliados llevan a cabo en Asia y África se manifiesta una
constante que tiene en la simple destrucción su objetivo inmediato y casi
único. Países antes prósperos y relativamente estables como Irak o Libia han
quedado convertidos en ruinas y no precisamente por errores de cálculo,
normales en toda contienda bélica. En realidad, en todos estos casos se repite
un patrón que bien podría describirse con la consigna “destruirlo todo,
arrasarlo todo”. La misma estrategia se repite en Afganistán y con ciertas
variables se utiliza también en Pakistán.
En
todos estos países las armas de Occidente dejan muertos, heridos, mutilados y
desplazados a millones y naciones que ven desaparecer de la noche a la mañana
sus infraestructuras básicas, sus principales fuentes de actividad económica y
un trauma humano que afecta a ésta y a varias generaciones futuras. El caso de
Irak es probablemente el más paradigmático. Del país floreciente de antes
(aliado que fue de las potencias occidentales y para su desgracia devenido
luego en obstáculo) no queda nada. Resulta muy significativa la táctica de
eliminar cualquier foco de ciencia, técnica y cultura, una pérdida de la cual
el país tendrá que reponerse a un precio inmenso. Profesionales, científicos,
artistas y docentes irakíes a todos los niveles son expulsados de forma
sistemática a los países vecinos o sencillamente eliminados en una operación
que tampoco puede ser fruto del azar.
Occidente
destruye pero resulta incapaz luego de asegurar siquiera la explotación
tranquila de los recursos naturales (petróleo, sobre todo) de los países que
agrede. En Irak y Libia ni siquiera se han podido restablecer los nieles de
producción de antes de la agresión y nada sugiere que se vayan a alcanzar
pronto; tampoco que el problema quite el sueño a los estrategas occidentales.
Hasta hoy los únicos directamente beneficiados son el complejo
militar-industrial y su expresión más perversa, las empresas de los mercenarios
modernos (“contratistas”) que constituyen un ejército paralelo de paramilitares
destinado a realizar sobre el terreno las labores de guerra sucia evitando el
compromiso oficial.
A
Occidente sus aventuras bélicas no parecen tampoco darle mucho resultado en
Siria o en Ucrania. En Siria ha fracasado la actuación de agentes encubiertos y
“personal especializado” dirigiendo o coordinando huestes primitivas e
impresentables del extremismo más delirante del Islam. Otro tanto sucede en
Ucrania con la práctica hegemonía política de los corruptos de siempre en santa
alianza con grupos fascistas y criminales. Las potencias occidentales, por
supuesto, justifican su actuación como “una lucha por la democracia y contra el
terrorismo”.
DESTRUCCIÓN DE SIRIA POR FUERZAS MERCENARIAS DE OCCIDENTE
Aunque
Occidente no haya podido alcanzar sus objetivos en estos dos frentes, en Siria
la táctica de “destruirlo todo, arrasarlo todo” deja como resultado un paisaje
de desolación y muerte, un retroceso enorme en su desarrollo económico y una
crisis humanitaria de dimensiones colosales. Recuperarse le va a costar a este
país árabe un sacrificio enorme durante décadas. Para fortuna de los sirios y a
diferencia de lo acontecido en Libia, en esta ocasión los rusos (y los chinos)
se movilizaron ayudando al gobierno de Damasco a superar el desafío, al menos
de momento. En el caso de Ucrania el balance para los intereses occidentales no
es mejor sobre todo considerando que el operativo de los occidentales tiene
como objetivo debilitar a Rusia, una potencia que sale airosa incrementando su
territorio (con la adhesión de Krimea), asegurando su salida al Mediterráneo,
fortaleciendo su posición ante Kiev y -no menos clave- incrementando las
contradicciones entre Estados Unidos y la Unión Europea. En efecto, frente a
Rusia no coinciden los intereses de gringos y europeos, sobre todo para
Alemania que sigue creyendo en la utilidad de la “Schnaps Politik” que instauró
en su día el canciller Willy Brandt.
El
riego de convertirse en objetivo de la estrategia de “destruirlo todo,
arrasarlo todo” no es menor en el continente americano si bien aquí experimenta
cambios acordes con la situación regional. Las potencias de Occidente
desarrollan en el Nuevo Mundo al menos tres estrategias diferentes. La primera
consiste en fortalecer sus vínculos con aquellos países que les resultan más
afines (México, Colombia, Perú, Chile, Honduras, entre los más destacables).
Son vínculos de todo orden, desde los Tratados de Libre Comercio hasta la
presencia directa de sus tropas y el control de instalaciones militares
locales. La segunda estrategia está dirigida a los países de regímenes
democráticos reformistas y con matices nacionalistas como Brasil, Argentina o
Uruguay con los cuales se producen diversos roces por sus proyectos de
integración regional y por su independencia en política exterior. En este caso
Washington presiona pero no ahoga y maniobra tras bambalinas para propiciar un
regreso a la jefatura del Estado de la derecha tradicional. En realidad estos
gobiernos mantienen con matices mayores o menores la política neoliberal
promovida por Estados Unidos.
ASPECTO DE UNA GUARIMBA FINANCIADA POR LA CIA
La
tercera estrategia es la abierta agresión contra los gobiernos progresistas de
Venezuela, Ecuador y Bolivia, contra quienes se utiliza todo tipo de mecanismos
desde los más tradicionales de fomentar al descontento, apoyar la paralización
de la actividad económica, intentar obstaculizar el funcionamiento
institucional y fomentar el golpe militar hasta las tácticas de agresión
directa que incluyen asesinatos, terrorismo, el magnicidio, los típicos desordenes
públicos que caldean el ambiente y, por supuesto - si todo lo anterior fracasa-
la guerra civil y la intervención extranjera....naturalmente para traer “la paz
y restablecer la democracia”.
En
este contexto adquiere especial significación la derrota de la extrema derecha
en las recientes elecciones presidenciales en Colombia. Aquí la intervención
directa de los Estados Unidos resulta grosera en extremo y es inocultable la
responsabilidad de Washington en el origen y desarrollo del conflicto bélico
local que dura ya más de medio siglo. Además, el gobierno de Estados Unidos
asigna a este país andino una función clave dentro de su estrategia
continental. A los gringos les hubiese encantado un triunfo del candidato de
Uribe Vélez de manera que en lugar de los posibles acuerdos con la insurgencia
de las FARC-EP y el ELN y en consecuencia, una necesaria revisión de la
presencia estadounidense allí, se hubiera continuado con la política
militarista de exterminar la oposición armada y reprimir sin miramientos toda protesta
civil con el pretexto de combatir el “terrorismo” y el narcotráfico”. En
realidad, el triunfo de Santos no traerá de forma inmediata los cambios que el
mismo candidato-presidente anunció en su campaña pero la continuación de los
diálogos en La Habana y un proceso similar con el ELN (la otra fuerza
insurgente) unidos a un clamor por la paz que gana cada más fuerza entre la
población auguran noticias gratas en los próximos meses.
BATALLÓN COLOMBIANO CON ÓRDENES DE MATAR CAMPESINOS
La
firma de un acuerdo de paz en Colombia sería una nueva derrota de la estrategia
de guerras interminables que fomenta Occidente, esta vez, sin dejar como
herencia envenenada la destrucción que se registra en otras latitudes del
planeta. De todas formas el pueblo colombiano ya ha sufrido la muerte de
cientos de miles de personas (¿casi un millón?), registra el desplazamiento de
más de seis millones (sobre todo de campesinos), la desaparición de miles de
activistas sociales y la práctica de una guerra sucia que se traduce en
tortura, cárcel o el exilio para la oposición. Este es el resultado de la
“doctrina de la seguridad nacional”, del combate a muerte contra el llamado
“enemigo interno”; es el fruto del terrorismo de Estado, una estrategia cuyo
principal impulsor es precisamente los Estados Unidos.
Un
enorme interrogante se abre para este país saber a ciencia cierta cuáles son
los términos reales del supuesto apoyo que ofrece Washington al proceso de paz,
sobre todo ahora cuando se incrementan los factores positivos para una solución
política del conflicto armado entre el gobierno y las fuerzas insurgentes.
CALPU
No hay comentarios:
Publicar un comentario