DIRECTOR: ALBERTO J.
FRANZOIA
EDITOR: RAÚL ISMAN
AÑO
3 – 2014
JUNIO
2014
Editorial.
Unidad nacional para ir por más. Por Alberto J. Franzoia
Traicionar
a Jauretche o ¿qué hacemos con Jauretche vivo? Por Juan Carlos Jara
Fortalecer
la columna vertebral. Por Germán Epelbaum
Cartas
de Romain Rolland a Ghandi. Literatura y Política. Por Pablo Carvallo (o Jorge
Abelardo Ramos).
Investigación
de Juan Carlos Jara
Video:
Las aguas bajan turbias. De Hugo del Carril
I. EDITORIAL
UNIDAD NACIONAL PARA IR
POR MÁS
Por Alberto J. Franzoia
“Convoco en esta fiesta patria a la unidad nacional, pero no
a cualquier unidad, no me interesa la unidad nacional para volver para atrás,
para no ocuparse de los pobres, excluidos, que me dice que le tengo que decir
que sí a culturas que no tienen nada que ver con nuestra historia y
necesidades”.
Así se expresó nuestra presidenta en respuesta al sermón pronunciado horas
antes en la catedral metropolitana por el cardenal
Mario Poli.
Veamos
entonces de qué cosa hablamos los sectores populares cuando reivindicamos la
unidad nacional. Lo primero que se comprueba al recorrer nuestra historia es
que la oligarquía argentina a través de sus intelectuales ha planteado desde
hace décadas una idea fuerza: la necesidad de que “todos los argentinos nos
unamos para recuperar nuestra perdida grandeza”. Adosada a esta idea de unidad
va simultáneamente la noción explícita o implícita que da cuenta, o sugiere,
que los argentinos hemos perdido el rumbo desde que ciertos personajes
“siniestros” dividieron a la nación en dos bandos rivales. Surge así en el
siglo veinte y con carácter excluyente la figura de Juan Domingo Perón. Si él
no hubiese existido los argentinos nunca nos hubiéramos divididos entre
peronista y antiperonistas. División que, según estos sesudos analistas, ha
frustrado los grandes logros de “la Argentina feliz” cuando, salvo excepciones
como el más tibio interregno yrigoyenista, nadie osaba desafiar a los
responsables de aquella supuesta felicidad. La Argentina agroexportadora de la
Belle Époque conducida por la oligarquía (en glamorosa alianza con su socia
mayor, la burguesía inglesa), que había sostenido su status mundial inclusive
después de la gran crisis de los años treinta (previa firma del pacto
entreguista Roca-Runciman), no hubiese ingresado en un persistente cono de
sombra de no ser por ese hombre “maldito” que se dedicó a sembrar el odio entre
hermanos.
Para las clases dominantes (de aquí o de cualquier otro
lugar del mundo) los antagonismos sociales de una sociedad capitalista, no son
producto de la estructura económico-social injusta que ellas edifican
objetivamente, sino de personajes, movimientos y/o partidos “culpables” de
comprender, poner en tela de juicio e intentar la transformación del statu quo.
Y esto resulta inadmisible para esta gente que con mirada displicente observa
al resto de los mortales desde las alturas en las que suelen habitar. Para
ellos, si todos inclináramos la cabeza y estuviésemos dispuestos a aceptar el
carácter “natural” u “origen divino” de las desigualdades, Argentina (y el
mundo) sería un paraíso terrenal. Por eso, no hay que llamarse a engaños, cuando
los intelectuales que expresan simbólicamente los intereses materiales de los
privilegiados llaman a la unidad, nos están convocando a mantener o recuperar
(cuando se ha perdido) la naturalización de la injusticia, para que de esa
manera las cosas sean como habitualmente han sido pero sin que nadie se queje:
fiesta para unos pocos y hambre para la mayoría.
La
Presidenta Cristina Fernández advirtió que la verdadera unidad nacional se debe
lograr “sin agresiones, sin descalificaciones y sobre todo sin
discriminaciones”. “A veces me duele como argentina, como mujer, cuando se nos critica
porque damos cosas a los pobres o a los ‘negros’, o al hijo de algún
inmigrante, y lo que es más importante cuando pareciera ser que sólo importa la
suerte de cada uno”. Y es que estos abanderados de la unidad de otros
tiempos sólo buscan recuperar el control absoluto de nuestra sociedad para
realizar sin ningún obstáculo (como lo es un Estado conducido con vocación
popular) sus intereses de clase. Por eso cuando individuos, movimientos y/o
partidos “endemoniados” convocan a otro tipo de unidad (que es la de las
grandes mayorías), la unidad de las clases y sectores populares para modificar
el mundo de la injusticia social (que en el seno del capitalismo dependiente se
corresponde tanto con una lucha de liberación social como, a la vez, nacional),
ellos los tildan de subversivos, agitadores, generadores de crispación en la
opinión pública o promotores del odio entre clases y enemigos del bien común.
Así clasificaron al peronismo histórico en tiempos de Perón, y así lo hacen con
el kirchnerismo en nuestros días.
Por
lo tanto, desde una visión alternativa a la de las clases dominantes (de
adentro y de afuera) no nos caben dudas que la verdadera unidad popular y
nacional es una forma distinta de percibir y proponer la unidad. Partimos de un
supuesto explícito y fácilmente verificable: la única alternativa para generar
el desarrollo autosostenido y con justicia social en la Argentina, consiste en
impulsar la unidad de las mayorías explotadas, sometidas o directamente
marginadas por una minoría que ha realizado siempre como clase aliándose con el
capital financiero del mundo imperialista. La unidad popular, por otra parte, para que
alcance la realización plena de sus intereses objetivos en un espacio económico
y cultural sustentable, debe trascender el reducido espacio de la patria chica
incorporando la noción y práctica de la Patria Grande Latinoamericana.
Es una unidad por lo tanto que circula por dos carriles convergentes:
1.unidad
de las mayorías sociales argentinas, cuya expresión más acabada se manifestará
cuando se concrete definitivamente la alianza plebeya de los obreros (ocupados
y desocupados) con las capas medias;
2.
y unidad con las otras alianzas plebeyas del conjunto de patrias chicas que
integran el conjunto mayor de la Patria Grande.
Es
una unidad nacional realmente inclusiva y eso supone enfrentar a las minorías
privilegiadas enemigas de dicho proyecto. Seguir incluyendo y alcanzar la mayor
justicia social en la distribución de las riquezas que nuestro país genera
gracias a sus trabajadores, nos conduce necesariamente a plantearnos la
necesidad de seguir avanzando. Eso es imposible si los reducidos sectores
del privilegio histórico no son afectados en sus mezquinos intereses; lo que
incluye, entre otras cuestiones, poner nuevamente en discusión la apropiación
de la renta diferencial de la tierra, el manejo del comercio exterior, los
privilegios del capital financiero internacional oligopólico, y la necesidad de
un Estado que se haga cargo nuevamente de generar inversiones productivas allí
donde la mal llamada burguesía nacional jamás lo hará. Nuestra unidad nacional
sólo puede por lo tanto producto de una práctica atrevida contra las causas del
regreso recurrente de nuestro pasado. Lo pobres, los negros y los hijos de
inmigrantes constituyen un parte esencial del sujeto histórico que se puso de
pie y necesita seguir avanzando para no caer. Por eso constituye una prioridad
ir por más con unidad nacional!!!
La
Plata, 4 de junio de 2014
II. TRAICIONAR A
JAURETCHE O ¿QUÉ HACEMOS CON JAURETCHE VIVO?
Por Juan Carlos Jara
Las
urgencias y prioridades de la batalla cultural, que, como predica
incansablemente nuestro Director, es necesario entablar hacia fuera pero muchas
veces también hacia dentro del movimiento nacional, nos obligan a posponer por
este número la continuación del artículo sobre Rodó que habíamos iniciado en el
Cuaderno N°41.
Hoy
queremos analizar brevemente, antes de que se despeje del todo la polvareda que
produjo, el artículo sobre Arturo
Jauretche que publicara Hernán Brienza en “Tiempo Argentino” del pasado 25
de mayo, fecha en que se cumplía el 40° aniversario de la muerte del gran
pensador, bajo el provocativo título de “¿Es necesario traicionar a Jauretche?”.
El mismo puede leerse completo aquí: http://tiempo.infonews.com/2014/05/25/editorial-125050-es-necesario-trai....
No
dudamos de que Brienza es un avezado periodista y, como tal, ha leído
concienzudamente la obra de Jauretche. Es más, recordamos, con cierta
delectación, haberlo oído alguna vez criticando con sagacidad jauretcheana la
vena antiperonista, por no decir gorila, de Tato Bores, ante la notoria
incomodidad de los columnistas de “6 7 8”, que hasta la intervención de Brienza
habían venido haciendo calurosos panegíricos del recordado humorista de la
peluca y el habano. Conocíamos también, y esto lo recordamos ya con menos delectación,
un suplemento especial de la revista “Noticias”, publicado en vísperas de las
elecciones de octubre de 2007, en el que se ensayaba, con ramplón desparpajo,
es decir al estilo Fontevecchia, una biografía “no autorizada” de la por
entonces candidata presidencial del Frente Para la Victoria, Cristina Fernández
de Kirchner. Una producción – tan pestilente como infructuosa- que bien
hubieran podido escribir Jorge Rial o Luis Ventura, pero que, paradójicamente,
estaba firmada por…Hernán Brienza. Ese suplemento, en el que aviesamente se
llega a poner en duda la autenticidad del título de abogada de Cristina, puede
leerse aquí: http://noticias.perfil.com/2013-09-14-38019-la-perdida-biografia-de-brie....
Quienes, por un optimismo ingénito (algunos lo tildarán de ingenuo), descreemos del proverbial “piensa mal y acertarás”, preferimos obviar aquel mal paso del periodista ofreciéndole crédito de buena fe a su posterior y apresurada conversión al más fervoroso “cristinismo”. Esa conversión, es bueno añadirlo, le deparó poco después la oportunidad de convertirse en espada mediática kirchnerista, miembro prominente del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego y editorialista “estrella” del diario progubernamental “Tiempo Argentino”. Uno de esos editoriales dominicales es, precisamente, el dedicado a Jauretche al que aludimos más arriba.
En él, Brienza empieza asegurando que la popularización, en los últimos años, de la figura de Arturo Jauretche constituye al mismo tiempo una buena y una mala noticia. Lo primero, obviamente, porque representa un acto de justicia; lo segundo “porque nos hace comprender que desde aquella fecha en que el autor del Manual de zonceras argentinas dijo que tenía que partir, quedó una fecha vacía en el almanaque de las ideas políticas del peronismo”.
Dejemos
pasar esta parcialización partidista de Jauretche, quien siempre se proclamó
nacional antes que peronista. Marginemos piadosamente, asimismo, que el autor,
acaso encandilado por los pergaminos académicos de dos intelectuales a los que
sin duda admira, contemple con cierta reminiscencia bucólica que Horacio
González y José Pablo Feinmann campean “por los caminos venturosos de las ideas
argentinas”, aunque seguramente, aclara, ni ellos mismos se reconocerían como
“pensadores nacionales y populares en el sentido clásico del término”. No se
detiene Brienza a aclarar cuál sería el sentido no clásico del término, pero no
importa, dejemos también pasar esa aparente contradicción de percibir “ideas
argentinas” en pensadores ni nacionales ni populares (en el sentido clásico del
término) cuando reconocerse en lo nacional y desde lo popular parecieran
requisitos indispensables para generar alguna clase de “ideas argentinas”.
Un
poco más difícil de soslayar es, en cambio, la afirmación de que, en su célebre
“Medio Pelo”, Jauretche analiza “el fenómeno aspiracional de la clase media
argentina”, cuando, como es público y notorio hasta para quien haya hojeado
distraídamente ese libro, allí Jauretche describe “el fenómeno aspiracional” de
la burguesía nacional, no de “la clase media argentina”. Tampoco es fácil de
digerir que se tilde de “interesante y divertido” al “Manual de zonceras
argentinas”, uno de los libros más enjundiosos y esclarecedores de la
ensayística nacional de todos los tiempos. Brienza conoce muy bien el sentido y
matiz de cada palabra como para no apreciar el desdeñoso juicio que alberga
dicha adjetivación.
En
otro pasaje de su artículo Brienza, que poco antes ha citado a Scalabrini y
Hernández Arregui como a los otros dos “mosqueteros” del pensamiento nacional,
afirma que no ha habido un pensador nacional que alcanzara la altura de
Jauretche. Con lo que a estar de esa aseveración don Arturo vendría a ser algo
así como el D’artagnan hoy resurrecto de la mentada trilogía. Pero no nos
alegremos tanto de dicha resurrección, alerta Brienza, porque ella nos habla de
las virtudes del pensamiento de Jauretche pero al mismo tiempo de nuestro
fracaso en la generación de nuevos jauretches capaces de superar al maestro sin
repetirlo. Ello revelaría, según Brienza “cierta necrosis del ideario
nacional”.
El
periodista historiador, como lo calificara afectuosamente su otrora difamada
Cristina, pareciera desconocer las vicisitudes de silenciamiento,
tergiversación, intentos de exterminio en suma, por las que han pasado el
“ideario nacional” y sus protagonistas más destacados a lo largo de la mayor
parte del último medio siglo y pico. Pareciera ignorar, además, que pese a
todas las adversidades, contamos hoy con la presencia siempre vigente de
intelectuales de la talla de Norberto Galasso, Alfredo Eric Calcagno, Eduardo
Romano, Eduardo Basualdo, Mario Rapoport, para sólo citar unos pocos al azar,
lo que evidencia palmariamente que tal necrosis es sólo un mito, una zoncera
más de las que seguramente, de vivir, se hubiera burlado don Arturo en alguno
de sus libros “interesantes y divertidos”.
Sin
embargo, como si ya con esto no tuviéramos bastante, Hernán Brienza nos reserva la frutilla del postre, el broche de oro
(muerto) de su meditado texto. “No hay posibilidad de mantener viva una
tradición sino es traicionándola”, asevera muy borgiana, o cobosianamente. Y
agrega más adelante: “El peronismo hoy –y el kirchnerismo como
magma que lo mantiene caliente– debe traicionar al Pensamiento Nacional, debe
cuestionar sus formas, sus condensaciones coaguladas, sus calambres. Y debe
abrir nuevos diálogos con la modernidad, la posmodernidad, la liquidez, la
pluralidad, la democratización de las sociedades, los medios masivos de comunicación,
resemantizarse, complejizar los discursos y los conceptos, deslindarse de
viejos maniqueísmos, adquirir nuevos significantes. El pensamiento nacional
debe construir un nuevo mapa de referencias conceptuales –de hecho lo hace en
baja intensidad, apenas perceptiblemente– que "traicione" de buena
manera los viejos marcos teóricos del nacionalismo popular y del revolucionario
de los años sesenta y setenta”.
He
ahí el meollo, el núcleo central, el “magma” que termina por calentar el
artículo de Brienza, al par que a no pocos de sus lectores. El mismo nos
sugiere una serie de preguntas de muy difícil respuesta. ¿”Traicionar” quiere
decir “superar” en el diccionario particular del articulista? Si así fuera
podríamos llegar a estar de acuerdo. Pero para la Real Academia, y creo que
para todos nosotros, cientistas sociales o meros ciudadanos de a pie, traición
significa simplemente “no ser fiel una persona y no ser firme en los afectos o
ideas o faltar a la palabra dada”. ¿Propone eso el compañero Brienza? ¿No ser
firme en la defensa de las ideas nacionales, por más coaguladas y acalambradas
que (le) parezcan? Por otra parte, ¿cuáles son los viejos maniqueísmos de los
que debemos deslindarnos? ¿Los de Liberación o Dependencia? ¿Pueblo u
Oligarquía? ¿Frente Nacional o Frente Cipayo? ¿Patria sí, Colonia no?
Como
buen periodista todo terreno, Brienza navega con mucha comodidad por las
nebulosas de la enumeración abstracta. ¿Por qué no explicar más concretamente qué
quiere decir con eso de: "el pensamiento nacional debe construir un nuevo
mapa de referencias conceptuales”? ¿Cuáles son esas “referencias
conceptuales” que el kirchnerismo parece manejar casi furtivamente, en forma
poco menos que imperceptible, salvo para el ínclito periodista historiador?
¿Dónde radica la vejez de los "marcos teóricos" del nacionalismo
popular y revolucionario a los que se alude? ¿Cómo se los puede traicionar, con
o sin comillas, "de buena manera"? ¿Acaso “complejizando los
discursos y los conceptos”, con lo que el pensamiento nacional y popular
perdería, por lo menos, una de sus patas fundamentales, premisa que Jauretche
entendió tan bien al hablar “para todos sus paisanos”? ¿No será que en el fondo
lo que propone Brienza es “campear por los caminos venturosos de las ideas
argentinas” que hoy recorren, sin considerarse siquiera herederos de Jauretche,
Feinmann, el admirador de Milcíades Peña, y el oscuro González, perito en lunas
y erudito en nubes o cerros de Úbeda y alrededores?
Hace
cuarenta años, al poco tiempo del fallecimiento del Presidente Perón, Ernesto
Goldar publicó un olvidable librito de no muy afortunado título: “¿Qué hacemos
con Perón muerto?”. Parafraseando el mismo, nos hacemos la última y crucial
pregunta: ¿no será que “matar” a los “monstruos sagrados”, entre ellos a
Jauretche, como sugiere Brienza, significa en el peculiar vocabulario brienzano
“¿qué hacemos con Jauretche vivo?”.
III. FORTALECER LA
COLUMNA VERTEBRAL
Por Germán Epelbaum
Militante de la
JPBA-Peronismo Kirchnerista
Una
de las tantas frases repetidas hasta el cansancio dentro del Kirchnerismo, y no
por ello necesariamente ciertas, es la que afirma que el corazón de este
Proyecto político nacido en el 2003 y que a tantos nos enamora, somos los
jóvenes. Esto puede sonar como un lindo discurso de autocomplacencia para
quienes atravesamos esta edad en la cual ya no somos adolescentes pero tampoco
tenemos canas o una prominente calvicie demasiado notoria. Sin embargo, la
humilde opinión de quien escribe esto y de tantos compañeros más es que esto
dista mucho de ser cierto.
No
quiero restar importancia a la irremplazable labor de los pibes que pusieron el
hombro durante las inundaciones, los que salen a cuidar precios y discuten con
encargados de hipermercados o los que bancan y siguen bancando a este gobierno
en las calles. La Juventud Peronista es actor protagónico de los últimos casi
cincuenta años de historia, y nadie le puede quitar el mérito por ello tan bien
ganado.
No
obstante, hay un hecho insoslayable: la columna vertebral de las transformaciones
en el país, y por ende del Peronismo son los trabajadores. En su versión de
agremiados, organizaciones de base o de piqueteros fueron siempre los
laburantes la clave para resistir a la oligarquía trasnacional o para avanzar sobre
ella.
Es
tarea de todo militante recibir con los brazos abiertos a todo aquel que quiera
sumarse a este gran colectivo, darle herramientas de formación y un lugar en
esta batalla, pero debemos saber también que los imprescindibles son y serán
los que ponen la cabeza y el sudor para engrandecer a la Patria.
Cuando
la Presidenta Cristina dice que necesitamos a todos los que estamos de este
lado de la orilla para así construir la unidad nacional no se equivoca, no
puede faltar nadie en esta gran tarea de reconstrucción de la Argentina.
Tampoco se equivocaba Perón cuando afirmaba que sólo sobre la unidad y
hermandad de los que trabajan ha de levantarse la grandeza de la Patria.
El
25 de Mayo pasado se notó una gran concurrencia sindical en la Plaza, en mayor
proporción a la vista en algunos actos peronistas del último tiempo. Debemos
seguir por esa senda. No vacilemos en tibias proclamas clase medieras que le
copian la agenda al enemigo, dejemos atrás a los pelafustanes que se pasean por
los estudios televisivos de los liberales. Salgamos a caminar los barrios y las calles
con un discurso concreto y combativo, las cacerolas que nos odian ya han tomado
su decisión, es en vano seducirlas si a cambio de ello se olvida lo más
importante. Debemos cuidar a los trabajadores que están con nosotros y salir a
convencer a todos los que aun no se sumaron, uno por uno si es necesario.
Ellos
son los imprescindibles. Solamente podremos seguir profundizando la
transformación y cumpliendo nuestros sueños si fortalecemos el poder popular.
IV. RECORDANDO ARTÍCULOS DE JORGE ABELARDO RAMOS INÉDITOS EN INTERNET QUE CUADERNO DE LA IZQUIERDA NACIONAL HA PUBLICADO EN EXCLUSIVIDAD. INVESTIGACIÓN A CARGO DE JUAN CARLOS JARA. TERCERA ENTREGA
Ghandi
Por Juan Carlos Jara
En
este trabajo de junio de 1952 el joven Ramos profundiza en la personalidad
política del Mahatma Ghandi a la luz de los escritos de Romain Rolland
(1866-1944). Con gran agudeza percibe en aquél a un político revolucionario del
Tercer Mundo y no al místico a lo Francisco de Asís que describen los
intelectuales europeos de esos años, incluido Rolland y “nuestra” no menos
idealista Victoria Ocampo. Éstos, encandilados con el concepto de “ahimsa” (no
violencia), enarbolado por Ghandi para movilizar a las masas en su lucha por la
liberación de la India, carecían de la perspicacia suficiente para ubicarla en
el contexto de esa lucha y veían al líder antiimperialista hindú como “la
encarnación completa del semidiós mortal que nos conducirá hacia la nueva etapa
de la humanidad nueva” (Rolland, “Ghandi”, Siglo Veinte; p. 134). Por eso,
además de un retrato muy fiel del verdadero Gandhi, el texto de Ramos es una
radiografía del intelectual “humanista” europeo encarnado en la figura de
Rolland, “un demócrata francés que podía soñar en París con la igualdad de
todos los hombres, fundado en el orden perfecto que las tropas coloniales
francesas podían mantener en Indochina, África del Norte y Madagascar” (Ramos,
“De Octubre a Setiembre”, Peña Lillo; p. 205).
Cartas de Romain Rolland
a Ghandi
Literatura y Política
Por Pablo Carvallo
La
Prensa, 8 de junio de 1952
La
personalidad de Romain Rolland pertenece a una época definitivamente concluida
en 1914. Era un intelectual y la historia no es piadosa con ellos. El escritor
hace su obra en la paz y sólo conoce las tempestades interiores. Esos
disturbios íntimos le bastan. Cuando el mundo se revuelve y la tierra tiembla,
el escritor es una criatura frágil que busca refugio. A veces decide
incorporarse a las luchas civiles. Pero generalmente se equivoca de bandera.
Aunque son las grandes masas las que en nuestros días hacen la historia, el
intelectual se resiste a fundir su persona en el movimiento desplegado. Concibe
el triunfo como su propio triunfo. Las victorias colectivas escapan a su
visión. Este rasgo lo hereda de su vieja función social: es un escriba de
minorías. Sin independencia real, el medio objetivo le hace creer que es dueño
de sí mismo. Sus ideas, sin embargo, son tributarias de los círculos dominantes
de la sociedad, de quienes vive.
En la época de declinación capitalista, que se inicia con la aparición del imperialismo a principios de este siglo, el intelectual se siente inclinado a la profecía. Se trata de profecías del retorno del género más inocuo. Frente al delirio bélico, muchos escritores se transforman en pacifistas, que es una de las tantas expresiones de la postración. Otros vaticinan, como pastores agoreros, un regreso a la Edad Media, ensalzándola o negándola. Algunos, como Romain Rolland, redescubren las delicias de la existencia rural y las comparten con su admiración por la cultura policíaca de la Unión Soviética. Naturalmente, aquellos intelectuales, deslumbrados por el espíritu anglosajón, forman legiones y no sirven menos a las necesidades políticas del imperialismo moderno que los mensajes humanitarios de Rolland a la burocracia soviética. La diferencia reposa en que este último partía de una consideración crítica hacia los horrores del capitalismo y que los otros se sienten bastante satisfechos en este valle de lágrimas. En última instancia, la historia no se detiene en matices, aunque ellos iluminen el punto de partida psicológico.
La
evolución sufrida por Romain Rolland –desde Gandhi a Stalin- es bastante
ilustrativa de la crisis contemporánea y de los estragos que ella causa en el
espíritu de los intelectuales arrastrados en su curso. El subjetivismo de
Romain Rolland (o de Bertrand Russell o Norman Angell) ofreció en su tiempo un
excelente caldo de cultivo para todas las formas de parálisis ante los
acontecimientos históricos. Todos estos profetas ya no existen en nuestros
días. El fragor de las armas ha ahogado los suspiros interiores, las
meditaciones de “Clerambault” y el “regreso a la naturaleza”. La juventud ya no
tiene “maestros”. Un poderoso espíritu crítico se incuba en la nueva
generación. Por ese motivo resulta de un interés simplemente retrospectivo la
opinión de las páginas del “Diario” de Romain Rolland, publicado recientemente
en París con autorización de su viuda. Estos extractos presentan las cartas
intercambiadas por Rolland y Mahatma Gandhi en 1928. El resto del “Diario” solo
verá la luz dentro de treinta años, por disposición expresa del escritor.
Dichas cartas permiten apreciar las diferencias de dos caracteres y los choques
previsibles entre un santo aparente (en realidad un notable político) y un
escritor político (esencialmente, un moralista sin rumbo).
Entre
otros temas, las cartas aluden a dos hermanos llamados Sèchillon, de origen
campesino, que habían sido conducidos ante un tribunal militar bajo la
acusación de haber rehusado tomar las armas en el ejército de su país. Romain
Rolland asumió la defensa de dichos “objetores de conciencia”. El escritor
francés escribió en este sentido a Gandhi, pero éste rechazó la defensa de los
hermanos Sèchillon, arguyendo que él no observaba en las respuestas ofrecidas
por los acusados “una repugnancia definida por la guerra como guerra y una
determinación de sufrir hasta el extremo en su resistencia a la guerra. Esos
amigos campesinos, escribía Gandhi, si mi memoria no me engaña, son héroes que
representan y defienden la vida simple y rústica”. Rolland respondió:
“si estos simples campesinos sin educación, sin guía, ignorantes de toda
doctrina, y de lo que pasa en el mundo, llevados por la sola luz de su
conciencia instintiva y por su fe nativa en su vieja Biblia, si estos humildes
héroes, que se ignoran ellos mismo, no satisfacen aún las exigencias religiosas
del Maestro de la No-Violencia absoluta y las de sus discípulos, entonces no
hay ninguna esperanzas de que el gran pensamiento gandhista pueda penetrar
jamás en el resto del mundo y llevar sus frutos… Todas las almas son débiles,
insuficientes, incompletas, si se las compara con el modelo divino. Ellas no
valen más que por su sinceridad y por la firmeza de sus aspiraciones. Si sus
errores y sus faltas nos impiden ver en ellas el dios viviente, ¿cómo le verán
otros bajo nuestros errores y nuestras faltas? Aún Gandhi, que yo venero, está
engañado. Yo le diría cuántas veces he tenido la tarea de tranquilizar la
inquietud de sus oscuros discípulos de Occidente por su actitud durante la
guerra de 1914, por sus esfuerzos para conciliar la No-Violencia con la
predicación de participar en la guerra del Imperio británico que habían
confundido frecuentemente”. Aunque en apariencia Rolland hablaba de política seleccionando
hechos e ideas, y Gandhi respondía con un estilo de patriarca, en el fondo el
hindú era el único que conocía bien su terreno y su tema. Si la doctrina de la
No-Violencia había sido elaborada por Gandhi como un recurso de política
interior para adormecer a las masas de la India en su vigorosa lucha contra el
opresor británico, su participación en la guerra de 1914 había sido dictada por
su temor a las represalias inglesas y por la vana esperanza de recibir la
gratitud del Imperio envuelta en la liberación de la India. Gandhi
encarnó los intereses de los industriales y de los magnates hindúes y su teoría
de la desobediencia civil se inspiraba en el juicioso temor de que las masas
trabajadoras nativas desbordasen en su lucha los prudentes límites fijados por
ese grupo de intereses al movimiento nacional. El dirigente hindú revistió su
clara política con un lenguaje extraído de las más antiguas tradiciones de su
país y usando métodos de acción con efectos letárgicos. El sistema de
tejer por medio de la rueca y de identificar todo progreso técnico con el
Imperio británico eran los seudónimos elementales de su política, que jamás
pecó de confusión para sí mismo y para su partido, integrado de hijos de brahmanes
como Nehru o por caudillos de la industria hindú como Tatá.
Romain Rolland percibió las formas externas de estas contradicciones pero no sospechó su lógica íntima. Idealizó la figura de Gandhi, como muchos intelectuales desorientados de occidente y lo elevó a la categoría de “santo”. De ese equívoco nació su perplejidad cuando el santo hindú apoyó la primera guerra imperialista, que no constituyó ante los ojos del mundo precisamente una aplicación espiritual de la No- Violencia. La desilusión tardía de Rolland se reflejó en su “Journal”. Al comentar la respuesta de Gandhi, que era un campeón del espíritu en todo lo que no afectase su política, Rolland anotó: “Observo que Gandhi sabe sacar más provecho de las críticas que se le hacen que de los elogios: se diría que él gusta una secreta voluptuosidad, como una lucha que despierta y estimula el organismo. Por otra parte, este viejo testarudo no cederá un paso en los errores que se le denuncian. Él prefiere resistir. Pero en el fondo es un mulo, un santo mulo. No puede ser convencido, ni convencer”. Rolland, en cambio, era más dúctil. De la biografía de Beethoven pasó a la iconografía de Stalin sin mayores crisis de conciencia. La astuta fuerza del “santo mulo” resalta más en el claroscuro del contraste. Para Romain Rolland, los procesos de Moscú probaron que había llegado la hora de la verdadera No- Violencia. Expresión de los años más trágicos de la historia reciente, su “Diario” retrata la completa impotencia de los intelectuales modernos frente a los hechos vivos. La publicación del volumen rescata fugazmente del olvido las turbaciones orientalistas del último pastor de almas.
Romain Rolland percibió las formas externas de estas contradicciones pero no sospechó su lógica íntima. Idealizó la figura de Gandhi, como muchos intelectuales desorientados de occidente y lo elevó a la categoría de “santo”. De ese equívoco nació su perplejidad cuando el santo hindú apoyó la primera guerra imperialista, que no constituyó ante los ojos del mundo precisamente una aplicación espiritual de la No- Violencia. La desilusión tardía de Rolland se reflejó en su “Journal”. Al comentar la respuesta de Gandhi, que era un campeón del espíritu en todo lo que no afectase su política, Rolland anotó: “Observo que Gandhi sabe sacar más provecho de las críticas que se le hacen que de los elogios: se diría que él gusta una secreta voluptuosidad, como una lucha que despierta y estimula el organismo. Por otra parte, este viejo testarudo no cederá un paso en los errores que se le denuncian. Él prefiere resistir. Pero en el fondo es un mulo, un santo mulo. No puede ser convencido, ni convencer”. Rolland, en cambio, era más dúctil. De la biografía de Beethoven pasó a la iconografía de Stalin sin mayores crisis de conciencia. La astuta fuerza del “santo mulo” resalta más en el claroscuro del contraste. Para Romain Rolland, los procesos de Moscú probaron que había llegado la hora de la verdadera No- Violencia. Expresión de los años más trágicos de la historia reciente, su “Diario” retrata la completa impotencia de los intelectuales modernos frente a los hechos vivos. La publicación del volumen rescata fugazmente del olvido las turbaciones orientalistas del último pastor de almas.
París,
junio de 1952
V. VIDEO: LAS AGUAS
BAJAN TURBIAS. DE HUGO DEL CARRIL
Nota de la Redacción
“Las
aguas bajan turbias” (también exhibida con el título “El río verde”) es una muy
importante película argentina dirigida y actuada por Hugo del Carril
(1912-1989), compañero que inmortalizara con su inconfundible voz la Marcha
Peronista. Está basada en la novela del militante comunista Alfredo Varela “El
río oscuro”, quien participó también del guión. La historia presentada carece
de toda visión condescendiente hacia la “armonía social” entre explotadores y
explotados. Por el contrario narra la lucha en los yerbatales del Alto Paraná,
la formación del sindicato de los trabajadores y la rebelión final contra sus
patrones.
Fue
estrenada el 9 de octubre de 1952, durante el segundo gobierno de Perón; sin
embargo, Raúl Apold (Subsecretario de Prensa), con quien Hugo del Carril estaba
enfrentado, terminó prohibiéndola. Entre los principales protagonistas, además
de Hugo del Carril, se encuentran: la actriz italiana Adriana Benetti (quien
actualmente tiene 94 años), Pedro Laxait y Raúl del Valle. Recibió el premio a
Mejor Film, Mejor Director y Mejor Actor de Reparto de la Academia de Arte y
Ciencias Cinematográficas (1952); también fue premiado en rubros similares por
la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina; y finalmente
recibió Diploma de Honor (1952) en el XII Festival Cinematográfico de Venecia.
VI. CORREO DE LECTORES
Compañeros
de esta gran publicación, es la primera vez que los leo ya que acabo de
descubrirlos en Facebook porque una amiga me sugirió solicitar la amistad de
Alberto Franzoia. Hace dos días que estoy leyendo y todo me parece buenísimo.
La editorial de Alberto es excelente por su claridad y por algo que a mí me
había pasado desapercibido como la ubicación de teleSur en la grilla, es tal
cual. Lo que escribe Jara sobre Rodó me resultó una verdadera novedad, me lo
habían enseñado en secundaria de otra manera, espero la segunda parte. Y qué
bueno el cuento de Killam, me fascinó. Gracias por lo que nos dan es muy
valioso para quienes nos vamos formando en política, aunque en mi caso soy hija
de militantes peronistas y ya llevo unos 10 años en esto.
Los
saluda Ana Arroyo.
AL LEER EL “CUADERNO DE
LA IZQUIERDA NACIONAL Nº 41”
Me
alegró al leer el “CUADERNO DE LA IZQUIERDA NACIONAL Nº41”, el homenaje y los
artículos que hablan de Arturo Jauretche.
Había
que dejar de ver nuestros problemas ideológicamente y considerar la avidez, la
codicia y la “avivada” de los que llamamos “vende patria”, para poder salir del
colonialismo [al] que estábamos sometidos. Había para llegar a una nueva
concepción del porqué hacíamos lo que hacíamos para poder salir de nuestra
dependencia. Había que conseguir aliviar la pobreza e igualar las oportunidades
para todos los argentinos. Por eso la pregunta que continuamente aparecía era
¿Cómo con tantos esfuerzos realizados en el país siempre se vuelve al punto de
partida?
Y
estimo que la repuesta está en los escritos de Raúl Scalabrini Ortiz y de
Arturo Jauretche. Escritos que deberían ser lecturas obligatorias desde la
primaria hasta en las universidades, porque hay que transformar el pensamiento,
necesitando de una política real con ejecuciones concretas y pragmáticas, sin
olvidar la moral en las acciones, dejando de lado las declamaciones de las
“políticas líricas”.
Arturo
Jauretche decía: “… nos hacen zonzos, con principios introducidos en nuestra
formación intelectual desde la más tierna infancia —y en dosis para adultos—
con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la
simple aplicación del buen sentido… y sin reflexionar sobre esas zonceras pero
pensando desde ellas, que es mucho peor. Y el resultado fue una conformación
mental que nos llevó directamente a una política de achicamiento del país…”
Además
dijo que “la zoncera sólo es viable si no se la cuestiona… Pero cuando el zonzo
analiza la zoncera deja de ser zonzo”
Lo
que no puede explicarme es que continuemos todavía con ese sistema educacional
que no enseña a reflexionar sobre nuestras propias realidades y que los
docentes no estén mejor remunerados.
Si
extrapolamos el pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz a los días de hoy se ve
que “la inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la
República" ya no es metálica sino de papel: la DEUDA EXTERNA.
Y
agregaba “…El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros
es el ferrocarril. El arma del ferrocarril es la tarifa…”
Hoy
el instrumento más poderoso de dominación es del “gran capital financiero” que
utiliza como arma la deuda externa.
Pronto
veremos, aunque no nos guste, cómo queda nuestra deuda cundo terminemos de
arreglar con los bonos que quedaron fuera del canje (holdouts), el Club de
París y el CIADI. Para, luego, conseguir más endeudamiento.
RubEn
Peretti
Para
ver el índice general acceder desde
Cuaderno
nº42 (junio 4 de 2014)
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