Nguyen Giap
SOBRE LA CONSTRUCCIÓN
DEL PARTIDO COMUNISTA DEL VIETNAM
Por Miguel Urbano
Rodrigues
La Historia no
registra una guerra de liberación similar a la del pueblo vietnamita.
La lucha armada
contra el colonialismo se inició en 1944 y finalizó en 1975 con la toma de
Saigón al gobierno títere allí instalado por los Estados Unidos.
Las fuerzas
revolucionarias habían derrotado primero a los franceses, forzándolos a reconocer
la independencia del Vietnam del Norte.
La intervención militar estadounidense señaló el inicio de otra guerra cuyo desenlace fue la derrota militar
de la más poderosa potencia mundial.
Solamente en las
epopeyas míticas del Gilgamesh babilónico y la Ilíada de Homero se encuentra un desafío
victorioso a lo imposible comparable a lo del pueblo de Ho Chi Minh.
Sobre ella medité conmovido
hace unos días al leer un libro: “La Primera resistencia vietnamita”, de Nguyen
Giap e Quoq Viet.
Lo compré en
Santiago do Chile durante el gobierno de Allende, pero no lo leí entonces y lo
consideraba perdido. Es una edición mexicana de la editorial Grijalbo, fechada
en 1970.
La primera parte fue
escrita por el general Giap, el gran estratega que derrotó a los franceses en
Dien Bien Phu y después a los estadounidenses en una serie de campañas que le generaron
prestigio mundial como genio militar.
En contextos
históricos, geográficos y culturales muy diferentes, dos factores en las
revoluciones rusa y vietnamita fueron decisivos para la victoria: un grande
partido y un gran líder.
En este pequeño libro
(159 páginas) el principal personaje es el Partido. Yo admiraba la gesta
vietnamita pero tenía dificultad en comprender cómo había sido posible
construir en condiciones tan adversas una organización comunista capaz de asumir
en la lucha por la independencia el papel de vanguardia.
Ho Chi Minh
Giap evoca en su
texto el primer encuentro, en el Norte de Tonkín, con Ho Chi Minh, tras el inicio
de la II Guerra Mundial.
En 1940, los japoneses ocuparon sin resistencia las colonias de Indochina, pero la administración permanecía
en manos francesas y la policía y las tropas de Vichy desencadenaron una feroz
represión contra los patriotas del movimiento
libertador
GIAP
EVOCA SU PRIMER ENCUENTRO CON HO CHI MINH
El Tío Ho -como le
llamaban- se encontró en la frontera chino-vietnamita con un reducido número de
emigrados que se habían refugiado en el país vecino. De él hacían parte Pham Van
Dong, futuro primer ministro y Giap, un joven abogado y profesor de Historia
que se había adherido al Partido.
Ho Chi Minh dio prioridad a la formación política de eses cuadros que deberían volver al país
para criar en el Norte de Tonkín las primeras bases de la Liga Vietminh.
El profesor de esos
cursos fue él. Discutió el programa, sometido a la validación colectiva. Las
lecciones, adaptadas al nivel de las masas, eran muy simples.
Los militantes
atravesaron la frontera en la Provincia de Cao Bang e iniciaran el trabajo político
en una región donde predominaban campesinos de la minoría Nung que comprendían mal la lengua vietnamita.
El Tío Ho se reunió
poco después al grupo. Estableció su puesto de mando en una cueva, en las
montañas. Giap recuerda que allí las condiciones de vida, en una rigurosa clandestinidad, eran extremamente duras. Un día en que, gravemente enfermo, temía un desenlace fatal,
Ho llamó a Giap y le dijo: «En este momento la coyuntura nacional e
internacional nos es muy favorable. Nuestro Partido no debe dejar pasar la oportunidad.
Debemos asumir la dirección de la lucha para la conquista de la independencia, cueste
lo que cueste, misma que arda toda la cordillera vietnamita (…) Sobre la lucha
armada, a partir del momento en que las circunstancias sean propicias, será
preciso iniciarla con determinación, pero sin olvidar la consolidación de
nuestras bases para evitar cualquier tropiezo».
Parecía dictar su última
voluntad. Felizmente se curó y dirigió la lucha por muchos años.
El sabía –subraya
Giap- «comunicarnos maravillosamente su inquebrantable fe en la Victoria de la revolución
(…) Situaba el problema a debatir y nos daba algún tiempo para reflexionar
sobre el. A continuación se realizaba la reunión y el debate (…) Después de la discusión adoptábamos los acuerdos finales y exigía que los cumpliésemos costase lo que
costase».
Siempre acosados por
la represión, se organizaron tan bien que, a pesar de las privaciones -la alimentación
era escasa y frugal, a base de arroz y frutas- consiguieron criar en aquella
región selvática una fundición para la fabricación de granadas y armas toscas,
un periódico para los militantes, el «Vietnam Independiente», y un hospital de
campaña.
En 1944 cuando De Gaulle,
tras la batalla de Normandía, entró en París y formó un gobierno con
participación de los comunistas, se agravaron en Vietnam las contradicciones
entre franceses y japoneses.
EL MOVIMIENTO DE RESISTENCIA CRECIÓ TORRENCIALMENTE
Ho Chi Min, que saliera
de las prisiones de Chiang Kai Chek, consideró que en el Sur no había
condiciones para desencadenar la lucha armada. El Ejército de Liberación del Vietnam
aun no estaba preparado para la insurrección. Era indispensable profundizar las
relaciones entre los guerrilleros y las poblaciones.
Cuando Japón
capituló en 1945, eclosionó en Tonkín la Revolución de agosto.
En el mando de las
Fuerzas Armadas de la joven República Democrática del Vietnam, Nguyen Giap,
desempeñaría un papel histórico.
UN
PUEBLO Y UN PARTIDO HEROICOS
El texto de Hoang
Quoc Viet -coautor del libro- incide sobretodo sobre la construcción del
Partido realizada en una atmósfera de bárbara represión.
Hoang Quoc, un sindicalista
que fue presidente de la CGT vietnamita, participó desde muy joven en las
huelgas de 1929 en el puerto tonquinés de Haiphong. Viajó a Francia donde
contactó en Marsella con camaradas del PCF. De regreso al Tonkín, fue elegido
para participar como delegado en la primera reunión del Comité Central del
entonces Partido Comunista de Indochina. Fue preso en las vísperas con otros
camaradas. En la carcel de Haiphong fue torturado salvajemente por la policía francesa
durante diez días consecutivos.
Trasladado para el
presidio central de Hanoi, de allí fue embarcado en 1931 en un buque para la penitenciaria
de Saigón. Metido en un varadero, lo encadenaron con diez camaradas en una
barra de hierro que debían cargar en todas las escalas al tiempo que sufrían latigazos por los guardias.
Condenado a prisión
perpetua, el destino final era el siniestro presidio de Poulo Condor. El capítulo
en que recuerda los años que allí pasó es clarificador sobre su fibra de
comunista. El agua del baño era infecta, provocando heridas y eccemas. «La
comida -escribe- era aun más repugnante. Era servida en fuentes de un metro
nunca lavadas. Había también una «sopa ácida»: pescado salado cocido en zumo de
arroz fermentado. Le dimos el nombre de «sopa moto» porque provocaba violentas
diarreas cuyos estampidos sonaban durante día y noche en la fosa sanitaria».
Muchos presos
murieron en aquel infierno.
Hoang Quoc afirma
haber forjado allí su temple de comunista.
Con otros camaradas formó
una célula comunista y consiguieron en lucha permanente autorización para abrir
pozos, plantar legumbres, criar gallinas, organizar un equipo de fútbol. La
organización de los presos funcionó tan bien que en todos los edificios del
presidio había células comunistas. Una de ellas crió un periódico, «Opiniones
comunes», que circulaba clandestinamente. Criaron también una biblioteca
clandestina con los clásicos del marxismo. Cuando colocaron en una pared un
mapa de la URSS y otro de las regiones de China controladas por los comunistas,
el director do presidio los mandó destruir y los convocó. Fueron todos molidos
a palos con porras.
En 1936, cuando lo
liberan durante el gobierno del Frente Popular, Hoang Quoc fue inicialmente
situado por el Partido en el periódico «Vivir», de Hanói. A partir del año siguiente
asumió la dirección política de todos los órganos de comunicación social del
Partido en Tonkín.
Recuerda que en esos
días se entregaba totalmente al trabajo revolucionario, dedicándose sobretodo a
los temas ideológicos. El funcionamiento del Partido, entonces por breve tiempo en la semiclandestinidad, era el de una organización marxista–leninista cuya dirección
en la teoría y en la práctica tomaba como ejemplo la democracia socialista de
los revolucionarios bolcheviques de 1917.
Sin sorpresa, en las
vísperas de la Guerra Mundial, Hoang, expulsado de Hanói por la policía, fue a realizar trabajo político a las montañas con las minorías étnicas. Contribuyó a
que esas selvas remotas, casi inaccesibles, se transformasen –es él quien lo
afirma- «en la cuna de la República Democrática del Vietnam como reducto
inexpugnable de nuestra prolongada resistencia».
Las condiciones de
vida en la región eran tan primitivas que al inicio dormían encima de establos
de búfalos.
Un día, cuando las
campanas de una iglesia próxima tocaron a rebato, le llegó la noticia de la derrota
de Francia.
El trabajo revolucionario
ganó un ritmo nuevo, muy intenso. Hoang dirigió un mensaje a los soldados franceses,
sugiriendo que siguiesen el ejemplo de los communards de 1871 y apuntasen las
armas contra los colonialistas en vez de usarlas contra la insurrección de los
campesinos.
Es bello el capítulo
en que evoca la VIII Conferencia del Comité Central, realizada en una cabaña de
la selva en que el único mueble era una tabla de bambú y los participantes se
sentaban en troncos.
Se cantó la Internacional,
y el discurso de clausura fue pronunciado por Ho Chi Minh, anunciando la
llegada de «un nuevo día”. Al final se exigió la destrucción de las copias de
todos los documentos aprobados.
Los camaradas que deberían transmitir por el país las decisiones adoptadas, tendrían que hacerlo oralmente.
El tío Ho temía que los documentos cayesen en manos del enemigo.
Las páginas
dedicadas a la preparación de la insurrección son conmovedoras.
Hoang seguía para el
sur en misión cuando en una aldea del delta del Río Rojo ció un coche que tenía
izada una bandera roja con la estrella dorada. Un megáfono que transmitía
canciones revolucionarias informó de repente: «Las fuerzas insurrecionales bajo
la dirección del Viet Minh tomaron Hanói a las cuatro de la tarde. En la
capital el poder está totalmente en las manos del pueblo».
El
GRAN DESAFÍO
En 1975, derrotado
el gobierno títere de Saigón y unificado el país, nuevos y complejos desafíos
se presentaron al Partido.
En 1981, en una entrevista
al periodista americano Stanley Karowe, Pham Van Dong, entonces primer ministro,
abordó el tema. Afirmó que los desafíos del presente y del futuro serían
colosales, mucho más complejos de lo que habían previsto.
«Si –dijo- derrotamos
a los Estados Unidos. Pero no tenemos comida suficiente, somos subdesarrollados económicamente. Gobernar un país es más difícil que vencer una guerra».
Lucido, pronosticó los
tremendos problemas que su pueblo tendría que enfrentar.
Hoy Vietnam tiene 90
millones de habitantes. Es un pueblo alfabetizado que reconstruyó una economía
arrasada por el imperialismo, con enormes extensiones de tierras envenenadas
por herbicidas.
Los desafíos en el
futuro inmediato son complejos en un mundo hegemonizado por el imperialismo estadounidense.
Pero la historia de
su heroico partido justifica la esperanza.
En este inicio del
tercer milenio de Nuestra Era, cuando muchos partidos comunistas tienden a
socialdemocratizarse, reeditar y divulgar el maravilloso libro de Giap y Hoang Quoc
será una contribución revolucionaria para el fortalecimiento de la confianza de
los comunistas en la victoria final sobre el capitalismo.
Vila Nova de Gaia,
31 de marzo de 2014
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