El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología
revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la
globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le
acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su
funcionamiento
Sin teoría revolucionaria…
13 ENERO 2014
El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología
revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la
globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le
acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su
funcionamiento.
Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la
Revolución tienen un carácter programático dado por la sujeción a los
principios fundamentales de construcción socialista y por ser el resultado de
un amplio, abarcador y democrático proceso de consulta popular, que los
consagran y les otorgan legitimidad. Sin embargo, aún con estas
características, los Lineamientos no constituyen un Programa por carecer de una
construcción lógica expresa que establezca los enlaces armónicos entre sus
diferentes partes y junto con ello pautar los límites de su desarrollo para
evitar desviaciones que puedan hacer peligrar la orientación socialista de la
construcción social y en el mediano o largo plazo, la independencia y la
soberanía nacional, bases para un proyecto propio de Nación y fundamento junto
con nuestra identidad cultural, de la libertad del pueblo cubano.
Recientemente el Presidente cubano Raúl Castro enfocando el papel de la teoría del socialismo en su
calidad de orientación revolucionaria para contrarrestar las ideas que niegan
la vigencia de los conceptos en los que se basa la ideología revolucionaria
cubana, aludió a la necesidad de una “conceptualización teórica del socialismo
posible en las condiciones de Cuba…”[2].
La necesidad de poner en tensión la capacidad del pensamiento creador
colectivo de la sociedad cubana para desarrollar una teoría general de la
construcción del socialismo en Cuba, que permita no solo dar mayor coherencia a
los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución,
sino también orientar su necesaria actualización sistemática es un asunto en el
que hemos insistido en trabajos anteriores por considerarlo un tema de la mayor
importancia práctica.[3]
Sobre ello volveré más adelante. Ahora quiero solo recordar los
ámbitos, campos u objetos fundamentales que no pueden dejar de ser atendidos en
el proceso de conceptualización teórica del socialismo posible en las
condiciones de Cuba y hacer algunos comentarios: el ámbito económico, el ámbito
medioambiental, el ámbito científico tecnológico, el ámbito jurídico normativo,
el ámbito organizacional, el ámbito político, el ámbito ideológico y el ámbito
comunicacional. Estos campos de trabajo teórico no son los únicos, claro está,
pero sí los principales. En este texto pretendo abordar algunas aristas en el
terreno ideológico en su relación con los cambios que hoy tienen lugar.
Retomando el tema de la
ideología
Los críticos de la ideología, me refiero a los que suponen que esta es
una entelequia, un invento, una abstracción sin valor social, sin influencia,
cometen el grave error de considerarla como un sistema de ideas dogmático,
cerrado, sin transformación, la ven solo como “doctrina” -que naturalmente hace
esa función-[4], y no son capaces de entender su origen -o lo comprenden, pero
no lo aceptan- en la sinergia que generan los intereses comunes, la cultura, la
historia, las tradiciones, la identidad, que en el decurso de la actividad
humana generan sedimentos orgánicos que construyen y articulan los valores
compartidos de las personas.
Al reducir arbitrariamente la ideología a “doctrina”, o a “texto
escrito”, esos críticos la separan de un plumazo del torrente social vivo que
la crea y la reproduce, y con ello lógicamente la convierten en algo más
vulnerable y fácil de tergiversar.
Cuando se habla del rechazo a la ideología socialista de la revolución
cubana –como de cualquier enfrentamiento entre ideologías generadas por
intereses divergentes o antagónicos- esos enfoques tienen al menos dos orígenes
posibles: la ignorancia o el interés de debilitar, incluso hacer desaparecer el
proceso revolucionario cubano sustrayéndole el sistema de valores compartidos
que cohesiona la acción social orientada a construir, consolidar y enriquecer
un sistema social justo, equitativo, cultor de la dignidad humana, amigable con
la naturaleza, constructivo, colaborador y pacífico.
Esa ideología revolucionaria, su existencia misma, no presupone –ni
puede pretenderse- la ausencia de otros sistemas de ideas y valores;
tampoco a la inversa. Las ideologías existen
en la sociedad, tienen numerosos momentos de identidad o diferencias y se
fortalecen o debilitan en su presencia e influencia social en dependencia de
las circunstancias, comportamientos, actitudes y acciones de sus portadores.
En las filas revolucionarias se ha cometido igualmente el error de ver
a la ideología separada de la cotidianidad de las personas y se ha entendido
que defender la pureza de la ideología es defender “la doctrina”, en lugar de
comprender que la pureza de la ideología radica precisamente en su impureza,
entendida esta última como su mezcla indisoluble con la actividad social que la
transforma constantemente, de modo imperceptible en un momento dado, pero
indefectiblemente.
De ahí que “la doctrina” tiene que actualizarse constantemente en el
movimiento real, de lo contrario pierde vitalidad y virtualidad. Baste media
vez que se proclame que la ideología es “la doctrina” para que en ese mismo
instante la doctrina comience a distanciarse de la realidad social pudiendo
llegar a perder sentido para las personas.
Lo anterior en modo alguno resta mérito a la doctrina revolucionaria
en tanto expresión de la ideología, la doctrina entendida en su naturaleza de
relato, expresión, comprensión, conceptuación de la ideología que es proceso vivo,
real, sistema emergente de la sinergia que genera la conjunción de intereses y
la sedimentación y reproducción cultural de los valores compartidos en el
proceso de la práctica social.
Es la razón elemental por la cual la ideología revolucionaria cubana que tiene
sus raíces en la tradición mambisa, martiana y marxista, si no se
entiende en su sentido histórico, puede conducir a la elaboración de la
doctrina con los conceptos y valores del siglo XIX, o del XX, a querer
encontrar la ideología revolucionaria de una sociedad determinada en los libros
y escritos que son el relato muchas veces riguroso, pero relato al fin,
concebido en una determinada época histórica y en determinadas condiciones
culturales, luego cambiadas y cambiantes.
Por su definición anticapitalista, la ideología de la revolución
cubana en su expresión actual puede comprenderse claramente como una ideología
de naturaleza marxista y socialista, sin embargo, en modo alguno puede
entenderse correctamente si no se atiende al proceso histórico de su
surgimiento y desarrollo como sistema de ideas necesario para la liberación, si
no se la entiende como un producto histórico cultural de la sociedad cubana de
donde le viene su raíz mambisa y martiana; histórico y por consiguiente en
proceso de transformación.
Lo anterior significa que en el proceso de construcción de una
sociedad de orientación socialista hay que estudiar constante y
sistemáticamente el proceso ideológico, los cambios en la estructura social, en
la mentalidad de las personas, el modo en que se producen las tendencias en la
subjetividad social en su estrecha vinculación con los cambios en el
metabolismo socioeconómico y en el mundo simbólico, teniendo en cuenta tanto
los que se producen como resultado de las dinámicas internas de la sociedad
como por las influencias externas, y el efecto resumen que todo ello tiene en
la ideología revolucionaria cubana como sistema de ideas dirigido a la
liberación plena del ser humano. La ideología es un fenómeno social, pero su
estudio es objeto de la ciencia. Si no se adopta un abordaje científico de
los fenómenos ideológicos de la sociedad cubana y de su papel en el proceso
social, envejecerá la doctrina, se formalizará o se transformará en un relato
arbitrario que poco o nada servirá a los procesos educacionales y formativos
imprescindibles en la construcción socialista, en particular para prevenir el
retroceso hacia los conceptos del capitalismo.
La ideología revolucionaria cubana debe estudiarse científicamente y
reproducir en la sociedad los valores que la integran conscientemente, con
arte, con una estética agradable, pedagógicamente. Los procesos de influencia
ideológica consciente han estado altamente formalizados en la actividad
educativa formativa, no solo en los medios de comunicación, sino también en la
escuela y en la actividad política. No se ha alcanzado la capacidad de
desarrollar formas atractivas y efectivas de reproducir el mensaje ideológico;
la propaganda y la publicidad revolucionarias dejaron de seducir porque no
atendieron al cambio en la subjetividad social. Ello ha sido producto también
de los modos verticalistas y centralizados de producir y reproducir el mensaje
ideopolítico. Se trata entonces de dos ángulos del mismo asunto: los cambios en
la ideología revolucionaria y los cambios en los modos de divulgarla,
propagarla, reproducirla en el mundo simbólico de la sociedad cubana.
Esa formalización tiene su expresión estructural en la
“departamentalización” de la ideología. La concepción de la gestión de la
influencia ideológica quedó encasillada en áreas específicas de las estructuras
de gestión política del partido y eso se transmitió igualmente a las
organizaciones de masa, a los institutos ideológicos, al sistema educacional, a
los medios de comunicación, etc. La ideología, un proceso vivo requerido de
constante revisión y estudio, presente en toda la actividad social del país,
tenía un nodo organizativo que de hecho le sustraía su dimensión de asunto
esencial en cualquiera de las formas de la actividad social y cortaba el flujo
de retorno sustrayendo a la doctrina la savia nutriente del movimiento social
real, perdiendo efectividad la actividad ideológica consciente, formalizándose
su labor. Lo que era bueno, regular o malo en materia ideológica quedaba
pautado por un área específica de la estructura de gestión partidista. De la
comisión de orientación revolucionaria de los primeros años de revolución se
pasó al “departamento ideológico”. Obviamente, no se trata de los términos,
sino de los contenidos cambiantes y de las prácticas, aunque determinados
vocablos sirven más a unos conceptos que a otros.[5]
Una de la actividades principales que corresponde hacer al Partido
Comunista de Cuba es precisamente la de promover los valores ideológicos de la
revolución socialista. Para ello ejerce su influencia en la sociedad y
particularmente en la estructura del Estado,
el cual, naturalmente, no representa solo a quienes militan en el
Partido Comunista o comparten la ideología socialista, sino que es el Estado de
todo el pueblo en cuyo seno existen otros sistemas ideológicos. La
Constitución que rige el funcionamiento del Estado cubano es de naturaleza
socialista y establece por mandato constitucional legitimado por referendo
aprobatorio, que el Partido es la fuerza rectora principal de la sociedad
cubana, condición que tiene un origen histórico y político antes que
constitucional, y que implica ante todo, no que el Partido está por encima de
la Constitución y la leyes, sino que le corresponde ser el primer garante de
esa Constitución y de las leyes adoptadas por el Estado cubano.
Ideología y política son procesos estrechamente interrelacionados e
interdependientes, tienen puntos de contacto y también diferencias. Cuando se
menciona que una determinada ideología encarna un proyecto de socialidad, en
modo alguno ello significa –sería una tontería asumirlo así- que la ideología
es la política, un programa de gobierno o algo parecido. La política se genera
en un proceso de pluralismo político en el que interviene inevitablemente la
pluralidad ideológica que existe en la sociedad y en ese contexto también la
ideología de la revolución cubana, que mantiene hoy su condición de ideología
hegemónica en la sociedad.
Las ideologías no pueden codificarse en las leyes, aunque sí
expresarse en ellas de una manera jurídica. Las ideologías existen, estén o no
en concordancia con los postulados constitucionales y es prerrogativa elemental
de cada ciudadano identificarse o no con ellas, promoverlas o no. Por esa
razón, en las condiciones históricas del surgimiento y desarrollo de la
constitucionalidad revolucionaria que dieron lugar a la existencia de un solo
partido político, este tiene también la obligación de ser el partido de todos
los ciudadanos para la promoción de las políticas, compartan estos o no su
ideología y ambos conjuntos: el conjunto ciudadanía y el subconjunto partido
están obligados por la Constitución.
Cambiar lo que deba ser
cambiado
Las experiencias vividas a lo largo del proceso revolucionario cubano,
en particular los errores y excesos cometidos desde la voluntad de defender el
proceso revolucionario, reclaman hoy un pensamiento maduro y muy especialmente
la promoción del debate abierto, sistemático, incluyente y participativo de
toda la ciudadanía, con una mayor y más activa participación de los medios de
comunicación social, medios especializados, espacios culturales, todos en función
de generar una subjetividad más rica que condicione y fertilice la creatividad
que pide el compañero Raúl.
La definición del concepto de revolución que contiene la apretada
síntesis elaborada por Fidel Castro incluye en primer lugar la necesidad de
tener sentido del momento histórico.[6] Asumiendo la
jerarquía de esa primera proposición cabe ante todo preguntarse en qué momento
histórico estamos, cuáles son sus principales características tanto externas a
la sociedad cubana como internas.
En el orden externo hay que consignar dos grandes realidades: de un
lado, la contradicción entre los intereses hegemonistas de los poderes
nortecéntricos nucleados en torno al aparato estatal-gubernamental de los EEUU
y al complejo militar industrial de ese país
y, de otra, los intereses de la nación cubana, contradicción que se
expresa claramente en la permanencia del bloqueo económico y la guerra cultural
contra Cuba. Por otro lado el desarrollo en la región
latinoamericana y caribeña de procesos de cambios sociales y de creciente
concientización popular sobre la importancia de la soberanía y de la
independencia nacional, la democracia participativa y la integración regional,
que se expresa en los procesos revolucionarios venezolano, boliviano y
ecuatoriano, en los movimientos sociales en Chile, Honduras, México, Colombia y
otro países, en el surgimiento del ALBA, UNASUR y la CELAC, en las leyes
regulatorias del aparato mediático que se oponen al empleo abusivo de los
medios de comunicación privados, al linchamiento mediático y al monopolio de
los medios, en la defensa de los recursos naturales contra la depredación de
las transnacionales y de muchas otras formas, los cuales, a la vez que crean
espacios más amplios y prometedores para el desarrollo de la región y particularmente
de Cuba, significan experiencias sociales que plantean un contraste con el
decurso del proceso social cubano y con ello una influencia y fuente de
aprendizaje que es preciso tener en cuenta.
En el orden interno en lo fundamental se impone, en primer lugar, la
urgente necesidad de articular las actividades socioeconómica, organizativa,
jurídica normativa y política-ideológica, comenzando por el vuelco en la
actividad económica, organizativa y jurídica, iniciado ya con la aplicación de
los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución
y, junto con ello, una ofensiva en el plano de la ideas que aporte esencialidad
y coherencia a todo el proceso y contribuya a construir el adecuado correlato
ideológico y político de los cambios estructurales para reorganizar
eficientemente el metabolismo socioeconómico que se está transformando al calor
de la aplicación de los lineamientos.
El concepto de revolución sintetizado por Fidel Castro, también
incluye el imperativo de desafiar poderosas fuerzas dominantes, dentro y fuera
del ámbito social y nacional. Entre esas
poderosas fuerzas dentro del ámbito social y nacional están la corrupción, la
inercia y el burocratismo.
El proceso de cambios no podrá ser conducido con éxito si se mantienen
los resortes y el pensamiento burocráticos generados por la deformación de las
funciones estatales y si no se contrarresta la emergencia de intereses
individuales y -en diferente medida- corporativos, ajenos y contrarios a los
propósitos socialistas, en particular cuando se trata de corrupción. Eso significa la necesidad, de una parte, de ejercer estrictos
controles administrativos y legales en el comportamiento de funcionarios,
cuadros y responsables en general y, de otra, comprender que con una mentalidad
atrasada y sin capacidad de aprendizaje será imposible orientarse en la
complejidad de la situación actual. Hoy más que nunca se necesitan hombres y
mujeres capaces, preparados y con disposición para cambiar lo que deba ser
cambiado.
En efecto, entre las fuerzas internas más difíciles de enfrentar está
precisamente el pensamiento atrasado, la incapacidad de asumir lo nuevo o el
querer asumir lo nuevo con ideas viejas, mentalidad presente en diferente
magnitud en la sociedad cubana en general, pero más urgente de superar en los
ámbitos donde se concentra hoy el poder de decisión en los diversos niveles
estatales y políticos. Uno de los procesos fundamentales se refiere
precisamente a la resistencia a la transmisión gradual de poder “hacia abajo”, decurso
que debe avanzar junto con el crecimiento de la conciencia y madurez que
implica el asumir responsabilidades hasta encontrar un equilibrio funcional
entre los diferentes niveles y planos organizativos.
En estas condiciones se está produciendo hoy el cambio en el terreno
económico y tanto en lo tocante a los Lineamientos, como por la actividad
ideológica que debe acompañar su aplicación, hay que señalar nuevamente eso en
lo que insistió recientemente el Presidente Raúl Castro: la ausencia de una clara
construcción teórica de los cambios en curso, proceso que debe estar acompañado
de una actitud más agresiva de los medios de comunicación para compartir y
potenciar el debate de las ideas.
Los cambios en la actividad
económica: el trabajo y la ideología
Décadas de predominio casi absoluto de la propiedad social sobre los
medios de producción y de servicios, una muy generosa legislación laboral y de
seguridad social, formas de distribución igualitaria y amplias políticas
sociales, mantuvieron por años “a raya” la influencia del mercado, reducido a
su menor expresión, y junto con una convencida y dedicada aplicación de los
institutos ideológicos cultivaron importantes valores solidarios en varias
generaciones de cubanos, pero no lograron -ni podía esperarse que lo
lograran-, superar la psicología del
intercambio de equivalentes que es un resultado cultural de siglos de
relaciones mercantiles, no solo presentes en el metabolismo socioeconómico,
sino reproducidas en el mundo simbólico de las más diversas maneras. Esta
psicología se hizo más patente en las conductas de los ciudadanos durante el
Período Especial.[7]
Aun con las amplias formas de distribución del producto social que no
se regían por el aporte en trabajo, sino que respondían a direcciones del plan
nacional[8], en la vida cotidiana persistía -y persiste hoy- en las relaciones
entre las personas esa psicología.[9]
A su vez, décadas de inadecuada
correspondencia entre el trabajo y los salarios, algo ciertamente compensado en
determinada medida por esas formas de distribución del producto social, escalas
salariales en general aceptadas socialmente antes del período especial, pero
que tampoco reflejaban el aporte en trabajo, una visión organizativa basada en
la reproducción en escala territorial, municipal y de base de las estructuras
de los organismos centrales del Estado, las decisiones centralizadas, el
verticalismo, un enfoque rígido de la planificación y otras realidades,
impidieron aprovechar las posibilidades de ordenamiento del metabolismo socioeconómico
de la sociedad cubana que mantiene el mercado, precisamente por la
imposibilidad de superar en el corto o en el mediano plazo, sino únicamente a
muy largo plazo, la psicología de intercambio de equivalentes. Esa psicología
desemboca indefectiblemente en la conciencia individual de que las
potencialidades laborales de cada persona le pertenecen y en consecuencia
considera justo que la sociedad le retribuya en correspondencia con su aporte.
Los cambios en la actividad económica están dirigidos a elevar la
eficiencia, lo que significa lograr los resultados esperados con el menor gasto
posible de recursos humanos y materiales. Para ello es imprescindible que el
trabajo sea también eficiente.
El funcionamiento eficiente de la economía exigirá el máximo de
resultados con el menor quantum posible de gastos; igual lógica pautará el
comportamiento del trabajador. Cuando la eficiencia es un imperativo del
funcionamiento de la economía, no puede separarse de la lógica de la actitud
del trabajador. Dentro del mismo ambiente de funcionamiento eficiente de la
economía, desarrollará y formará en el
trabajador una actitud de ser ahorrativo con su propia fuerza de trabajo.
Desde el punto de vista ideológico la finalidad es recuperar el
trabajo como necesidad de la personalidad, como obligación social, como motivo
de orgullo personal, como un valor. La necesidad de
recuperar en toda la sociedad el trabajo como un valor inherente a la
personalidad del ciudadano cubano y componente sustantivo de la ideología revolucionaria,
requiere a su vez del fundamento material de la recuperación del valor del
trabajo.
Cuando la manutención de la persona y de quienes de ella dependen
económicamente obliga a su aplicación laboral dentro del metabolismo
socioeconómico de la sociedad, el ejercicio laboral resulta un imperativo
existencial y desde ese punto de vista, la persona poseedora de la capacidad de
trabajar, buscará obtener los resultados que espera empleando la menor cantidad
de sus energías físicas y mentales y dentro del menor tiempo posible. De ahí la
necesidad de los fundamentos jurídicos y organizativos que estipulen los
derechos y deberes, así como los límites, procurando como efecto resumen que la
persona reciba en proporción a su aporte.
En efecto, si en la mentalidad actual del cubano está instalada la
psicología del intercambio de equivalentes, es ético que se acepte como
correcto y justo que la remuneración esté en correspondencia con el trabajo
aportado y que se considere incorrecto e injusto tanto recibir por lo que no se
hizo como no recibir por lo que se hizo. Quien aporta más debe recibir
más y lo que acumule formará parte de su patrimonio exclusivo, protegido por la
ley. El modo en que ese acumulado sea distribuido dependerá de su voluntad.
Pero hay una importante diferencia en el enfoque del trabajo como
necesidad material y en su dimensión moral. Por un lado, el sano orgullo por el
patrimonio obtenido con el trabajo ejerce una importante influencia moral
positiva en la persona, pero, por otro, la finalidad de equilibrar trabajo
aportado – retribución material en una sociedad de orientación socialista en la
cual se parte de proteger a toda la ciudadanía en cuanto a sus necesidades
básicas, no puede constituir un principio universal único. La existencia de formas
de distribución del producto social no dependientes del trabajo (educación,
salud pública, protección a la tercera edad, vivienda, etc.) implica
obligadamente un sistema de obtención de recursos a través de un sistema de
redistribución que debe ser equitativo y aceptar la necesidad de estimular
determinados sectores y líneas de desarrollo que son estratégicos.
Uno de los asuntos fundamentales en materia política ideológica es
precisamente el de construir y reconstruir el consenso en torno a este tema, lo
que impone al sistema de la actividad ideológica la tarea de informar
debidamente a la ciudadanía acerca de las opciones, motivar y orientar el
debate en torno a estos contenidos y hacerlo con la claridad necesaria para que
su participación social sea eficiente y aporte al pensamiento colectivo, a las
decisiones que afectan a todos. Me refiero particularmente a las políticas de
precios, la política fiscal, la distribución del presupuesto, etc.
Pero ese mismo trabajo tiene otra dimensión moral: la de constituir un
deber social, la de no engañar al conciudadano con una aplicación deficiente,
mala calidad, menor cantidad y es en ese orden en el que las reglas del mercado
que obliga a intercambiar equivalentes, tienen un lado constructivo, si se
acompañan de los adecuados controles.
En las condiciones culturales actuales de la sociedad cubana en la que
predomina la psicología de intercambio de equivalentes, es imposible pensar en
una adecuada organización de la producción, la distribución, el cambio y el consumo
excluyendo del proceso a las relaciones mercantiles. Ellas deben ser
recuperadas en su papel ordenador, coherente con las características
psicosociales predominantes en la sociedad cubana, a la vez que adecuadamente
limitadas de manera que no se comprometa en ningún caso el predominio de la
propiedad social y el papel de la planificación, pilares fundamentales para
mantener la orientación socialista de la construcción social.
Los cambios económicos y la
ideología
Pero, a la vez, la presencia creciente del mercado y sus leyes en la
sociedad cubana, reponen desde la propia política del Partido y del Estado, la
base económica para que se reestructure la vieja ideología liberal dependiente,
derrotada y desarticulada por el proceso revolucionario. Como dijimos arriba, el
Estado socialista representa no solo a quienes comparten la ideología
socialista, sino a toda la ciudadanía en cuya subjetividad existen otras
expresiones ideológicas que es obligado tener en cuenta.
Ciertamente, entre la abigarrada diversidad de criterios,
matices y posiciones, se percibe la voluntad evidentemente mayoritaria en la
sociedad cubana para mantener la orientación socialista de la construcción
social que tiene, entre otros, tres factores causales indisolublemente
vinculados entre sí:
La percepción del socialismo como sociedad de la justicia social y la
dignidad humana.
La percepción del socialismo como fundamento de la cohesión nacional
imprescindible para defender el desarrollo de un proyecto de país que responda
a los intereses de las grandes mayorías.
La percepción del socialismo como vía para avanzar en la construcción
de un metabolismo socioeconómico que asegure la prosperidad compartida, que sea amigable con la naturaleza, generador
de solidaridad y capaz de mantener la normalidad y estabilidad en la seguridad
ciudadana.
Pero entre los sistemas ideológicos que persisten en diferente medida
en la sociedad cubana, está la ideología liberal, la pretensión del regreso a
los niveles de legalidad de la Constitución de 1940, la reposición de la vieja
democracia representativa, el no reconocer el adjetivo socialista para definir
la república. La diferencia, contradicción y confrontación
entre la ideología liberal y la ideología socialista, constituyen hoy un
desafío mucho mayor, no solo por la inexistencia aún de una teoría eficiente de
la construcción socialista en Cuba, sino también por lo que apuntamos
arriba: la promoción de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles
que generan diferencias sociales, particularmente en el plano psicológico,
alimentando el sustrato social conveniente a la ideología liberal.
En consecuencia, promover una ideología nacionalista de corte liberal
cuando lo que se necesita es profundizar el patriotismo socialista e
internacionalista como horizonte estratégico para enfrentar la amenaza y acción
de la transnacionales, sería coadyuvar al rebrote de la ideología superada en
la sociedad cubana por la transformación cultural que significó la revolución y
favorecida hoy por la reposición de formas privadas de propiedad de medios de
producción de bienes y servicios, e incluso por las formas cooperativas que si
bien son necesarias, potencialmente eficientes, promueven la colaboración entre
los cooperativistas y constituyen sin duda alguna una forma de la propiedad
social, sus integrantes se autoidentifican en sus intereses grupales ante la
sociedad y el Estado, estableciéndose una diferencia real, que no se exacerbará
mientras el entorno socioeconómico, cultural, jurídico, político y simbólico
mantenga los fundamentos socialistas.
Promover una ideología nacionalista de corte liberal sería socavar los
valores que permanecen vigentes en la personalidad del ciudadano, muchas veces
ocultados por las reacciones ante la escasez, las dudas sobre la viabilidad de
una economía de orientación socialista, el cansancio por décadas de trabajar y
vivir bajo el asedio del bloqueo económico norteamericano y los efectos de los
errores y deficiencias de la acción revolucionaria.
La disyuntiva capitalismo–socialismo no es una novedad para Cuba, es
un dilema planteado desde que se inició el rumbo socialista y replanteado una y
otra vez en el decurso histórico[10], aunque tal vez sí lo sea ahora que se
hace más evidente para quien haya pensado alguna vez que esa contradicción
quedó definitivamente resuelta en alguna de la etapas del proceso
revolucionario cubano.
El propósito declarado de continuar la orientación socialista de la
construcción social requiere, ante todo,
una eficiente articulación entre las actividades socioeconómica, organizativa,
jurídica normativa e ideológica política en cuyo centro está el ciudadano que
podrá realizar sus finalidades personales en correspondencia con su aporte a la
sociedad y dentro de la ética predominante y la juridicidad consensuada.
El desafío que ello representa no puede ser explicado a través
únicamente de los criterios de los líderes por más interesantes e importantes
que sean; tampoco será con preceptos simplemente que el país saldrá adelante,
sino que debe ser comprendido a la luz de las nuevas realidades y
comportamientos sociales en los que se pondrán a prueba una y otra vez los
principios de construcción socialista y las políticas definidas.
En ese escenario es imprescindible el debate de ideas que contribuyan
a orientar y rectificar el camino de cambios emprendido en la sociedad cubana,
lo que requiere, ante todo, plantearse los desafíos desde la actualidad y
comprender que nada será igual en lo adelante y que realidades y problemas
nuevos y viejos están urgidos de propuestas nuevas. Por ello de nada sirve intentar
encontrar las repuestas en el pasado, como si “lo mejor” de la revolución
cubana fue lo ocurrido en los años 60 ó 70, lo que sería confirmar aquel refrán
“cualquier tiempo pasado fue mejor”, criticado por Julio Antonio Mella; como si
los problemas de hoy fueran los mismos que los de ayer, o como si quienes
hicieron ayer propuestas de solución las repetirían hoy sin tener en cuenta lo
nuevo (lo cual equivaldría a sustraerles la capacidad de pensar dialécticamente);
o como si lo aprendido en estos años no tuviera la mayor importancia. No se
trata de soslayar la historia tan valiosa para pensar el presente y el futuro,
sino de abordarla históricamente.
Las relaciones mercantiles, convenientemente enmarcadas en las
determinaciones políticas y jurídicas y en adecuadas condiciones organizativas,
pueden jugar un papel ordenador en particular en la recuperación del valor del
trabajo, base –como dijimos arriba- para recuperar el trabajo como valor. Fue
precisamente la pérdida de contenido material de esa importante magnitud
axiológica, lo que terminó desvalorizando el trabajo socialmente. Esa realidad
representaba un alejamiento del enfoque marxista de la sociedad, que postula
una ética “de carne y hueso”.
La experiencia histórica permite reconocer que el gran reto de una
sociedad de orientación socialista radica precisamente en asumir críticamente
la persistencia de una psicología de intercambio de equivalentes que actúa como
límite natural de la justicia social y de la legalidad socialista. En efecto,
cualquier ideal estratégico que se formule desde la política tiene su límite en
esta realidad.
Es justo percibir algo por algo equivalente, en consecuencia la ley
debe codificar esa lógica de convivencia en todos los ámbitos del metabolismo
socioeconómico y de la vida social en general. Las distribuciones que se hagan
del producto social deben respetar esa realidad en tanto fundamento de la
eficiencia del trabajo y base del Derecho (como todo Derecho desigual) y como
factor de equilibrante de las relaciones sociales.
El funcionamiento metabólico saludable de la actividad económica, la
posibilidad de asegurar una participación eficiente de los trabajadores en las
decisiones a escala de su colectivo laboral y en otras dimensiones de la vida
pública están estrechamente vinculadas a esta relación de equivalentes.
A su vez, no se trata ni mucho menos de permitir que el mercado
termine pautándolo todo. Los límites a la acción de las relaciones mercantiles
establecidos por la sociedad, expresados en su política y sus leyes, son los
que pueden viabilizar las potencialidades constructivas que mantienen esas
relaciones y reducir al mínimo posible las destructivas, no solo en lo tocante
a la naturaleza, sino y principalmente en el orden psicosocial, pues de ello
dependen los comportamientos humanos.
Lo anterior establece un asunto de importancia capital para la
viabilidad de la labor ideológica[11] en la sociedad cubana actual y es el
consenso respecto de esos límites. No es suficiente la fórmula general que
expresa la decisión de mantener el rumbo socialista, tampoco el enunciado de
los principios fundamentales de esa orientación. Se necesitan mecanismos
estables de reconstrucción del consenso no solo en lo tocante a las
definiciones generales del proceso de cambios, sino también en las particulares
de especial relevancia.
Pero no es este el único problema que afronta la labor ideológica hoy
en día. Está todo el impacto recesivo del Período Especial, la lentitud en el
imprescindible incremento de las inversiones productivas, la imposibilidad
material de retribuir a todos simultáneamente según su aporte a la sociedad, lo
que es especialmente complejo en las actividades imprescindibles en el
socialismo y ampliamente extendidas en Cuba (educación, atención médica) de
inestimable valor social, pero que no generan de modo directo bienes
materiales. Está también la influencia de patrones de consumo no saludable e
irresponsable, ajenos a la racionalidad que reclama la sociedad cubana dadas
sus condiciones económicas y su cultura.
La obligatoriedad de generar los medios para garantizar el bienestar,
y la permanencia de la psicología del intercambio de equivalentes arriba
explicada, conducen a la necesidad de “romper el cerco” con aquellas
actividades que aporten recursos, lo que inevitablemente coloca “fuera de la
media social” a todos los trabajadores que formen parte de esas actividades,
algo que por demás viene ocurriendo desde que se comenzó la “salida” del
período especial, independientemente de que ello signifique que esos
adelantados tengan todas sus necesidades resueltas.
Se está produciendo inevitablemente una mayor diferenciación social en
el país, producida por la necesidad de impulsar determinados sectores de la
economía y por el encarecimiento del costo de la vida, la imposibilidad de
compensar suficientemente a los menos favorecidos, las diferencias que
determinan las remesas del exterior, y el nivel de vida de los que están
“rompiendo el cerco”, entre otros factores.
Por ello, lo que todavía se distribuye por la libreta de
abastecimientos es para muchos algo de primordial importancia para sus vidas.
El debate alrededor de cómo gradualmente se deberá conducir el proceso de su
eliminación -aprobada en los Lineamientos- se está produciendo en la calle,
avisando que lo que se deba hacer en este orden, debe ser también resultado de
un debate nacional que defina el consenso.
La libreta de abastecimientos luego de medio siglo de existencia se ha
convertido en un fenómeno de naturaleza cultural, en algo cotidiano, de
costumbre en la sociedad cubana, además de ser un aporte significativo a las
familias con menor capacidad adquisitiva: y aunque los Lineamientos aprobados
por el pueblo prevén su eliminación compensando a los más carenciados, el modo
en que esto tendrá lugar, los plazos, la graduación en el proceso, se
constituyen en una decisión de importancia nacional que debe estar respaldada
por la participación ciudadana.
La articulación integral de este y muchos otros razonamientos
referidos a los alcances de unos y otros lineamientos y sus equilibrios y
proyecciones nutrirían lo que constituiría una plataforma programática o
programa, concepción integradora que sometida nuevamente a escrutinio público
permitiría una mayor cohesión de la acción social y un sólido basamento para la
labor ideológica.
Los cambios en Cuba tienen indiscutiblemente un ordenamiento, una
sucesión y están articulados en determinada medida por los Lineamientos, se
están produciendo con una amplia participación social que se expresa
particularmente en el reordenamiento laboral, la incorporación a la iniciativa
privada individual y cooperativa y los cambios en curso en las empresas
estatales. Está cambiando la base económica de la sociedad cubana. Sus estructuras
no están como antes conformadas casi totalmente por elementos regidos por
relaciones de propiedad social socialista y casi totalmente administradas por
el Estado. A medida que van avanzando los cambios va cambiando la base
económica productiva y de servicios, cambian las relaciones de propiedad,
cambian los modos de relacionarse las personas entre sí y de éstas con el
Estado.
Se abre entonces un nuevo tipo de desafío a lo interno de la sociedad
cubana que pude resumirse en el dilema que plantea el crecimiento de la
propiedad privada y de las relaciones mercantiles
y la orientación socialista de la sociedad.
Efectos psicológicos e
ideológicos de los cambios en la propiedad
Uno de los desafíos más importantes radica en que no están
esclarecidos los límites de las relaciones mercantiles, ni están elucidadas
todas las consecuencias ideológicas, éticas, organizativas, jurídicas y
políticas de los cambios en curso.
No pocas veces se reproduce en los medios y en la comunicación en
general la idea de que el Estado ha crecido demasiado, que no puede sostener
tantas personas asalariadas y que debe achicarse para lo cual una solución
eficiente es apoyar e incentivar los pequeños emprendimientos individuales y
grupales donde se generarán los puestos de trabajo que permitan ocupar a los
desplazados. Y no falta razón a esta aseveración, solo que explica una parte
del asunto.
Esa explicación deja sin respuesta al menos una pregunta: ¿Cuáles son
las causas de la ineficiencia del Estado socialista?
Esta ineficiencia ha sido diferente en diferentes ámbitos de la
actividad social y ha estado más acentuada en la económica. En efecto, el
Estado socialista cubano ha sido en general eficiente –con altas y bajas- en la
organización y desarrollo del sistema educativo, del sistema de salud pública,
del sistema de defensa, en el aseguramiento de la seguridad ciudadana, en la
seguridad social, en la organización y desarrollo del sistema energético, en el
desarrollo de la cultura artística literaria, en la organización de la
actividad científica, entre otras actividades.
En lo tocante al sistema productivo de bienes y servicios que da
soporte material a todas las anteriores actividades y del cual éstas también
participan, la sociedad cubana, particularmente el Estado socialista encargado
de organizarla no ha sido suficientemente eficiente.
El crecimiento de la propiedad privada y las relaciones inherentes a
esta, incluyendo las de explotación del trabajo ajeno, reponen y fortalecen el
tipo de bases sobre las cuales se desarrolló en el pasado en la sociedad cubana
la ideología liberal dependiente y plantean en consecuencia un desafío para los
propósitos de justicia social que encarna la ideología socialista de la
revolución cubana. La reproducción en el medio social cubano de esa ideología se
manifestará ahora contaminada por los desvaríos neoliberales y mimetizada a
través de las construcciones simbólicas de la propia ideología
revolucionaria.
Es sabido que al emerger el capitalismo como nuevo modo de producción
tuvo entre sus principales expresiones ideopolíticas la que se sintetizaba en
las palabras: “libertad, igualdad, fraternidad” y también que la historia de su
desarrollo ulterior se encargó de demostrar que tales propósitos eran
inalcanzables dentro de la lógica depredadora del sistema. Esa consigna
solamente podría ser abordada con éxito fuera de la lógica del capitalismo, de
ella se tendrían que encargar los trabajadores en el empeño de construir una
sociedad diferente.
Sin embargo, como ha sido expuesto arriba no es posible eliminar por
decreto las relaciones mercantiles respondientes a una cultura y una psicología
ancladas en la sociedad humana por milenios. Pero no se trata solo de la
persistencia de una psicología de intercambio de equivalentes que reclama su
contrapartida en las relaciones sociales, particularmente las económicas; sino,
y en estrecha relación, de la incapacidad del Estado para responder
eficientemente a las necesidades de la población en una serie de producciones
de bienes y servicios, los cuales se canalizan mejor a través de la pequeña
propiedad, de las cooperativas, las asociaciones y de las relaciones primarias
entre la personas.
A la vez, modos y comportamientos individualistas superados en gran
medida durante los años de revolución, se ven hoy resurgir con no poca fuerza.
En el desarrollo espacial temporal de este fenómeno se observa también la
sinergia entre las personas y grupos que se asemejan por las condiciones en que
reproducen su vida.
El predominio de la lógica del mercado a escala del resto de los
ámbitos de la vida social conduce invariablemente al individualismo y al
egoísmo, y a la larga, al debilitamiento del tejido social, de la armonía y el
equilibro en la convivencia.
Si se deja el mercado actuar en su propia lógica sin intervención
consciente en su regulación y además no se acompaña con medidas jurídicas y
educativas que confirmen la primacía de lo social sobre lo económico, las
palabras sobre defensa de la orientación socialista serán vacías y el país
terminará tarde o temprano absorbido por el mercado mundial, la trasnacionales
y los poderes nortecéntricos.
Es cierto que la Revolución no podía mantener la lógica igualitarista,
pero también lo es que esta lógica fue la que más promovió y sustentó el
colectivismo y la solidaridad, el equilibrio y la seguridad ciudadana, también
es cierto que hoy solo se puede mantener ese alto nivel de igualdad (y ya eso
es todo un reto) en campos estratégicos como lo es el de la salud, el de la
educación y el de la seguridad social, pero hay muchos otros campos de la vida
social, por ejemplo, la regulación laboral, la protección de la niñez y de la
tercera edad, por solo mencionar algunos, en los que el Estado revolucionario
debe continuar jugando un decisivo papel mediador para alcanzar toda la
justicia social posible.
A su vez, si la educación siempre ha estado en un primer plano desde
1959, en lo adelante su importancia es aún mayor, ya que las principales
reservas del socialismo están en los valores y en la conciencia, y ambos deben
ser celosamente cultivados.
No es difícil observar localmente cómo se van tejiendo las relaciones
primarias y comportamientos y actitudes similares entre personas que tienen
ante el Estado y la sociedad una posición común: la de ser pequeños propietarios, reproducir su vida en condiciones de una
actividad regida por el mercado; eso los asemeja y crea inevitablemente una
nueva identidad social. En esa sinergia está el embrión de una psicología
social individualista y el fundamento subjetivo potencial para el resurgimiento
de la ideología liberal. Obviamente, el trasfondo de ese fenómeno está en los
intereses compartidos.
La relación entre empleador y empleados en los emprendimientos
privados marca nuevas diferencias. Aunque controlada por los límites y reglas
que impone la ley, se aceptan determinados niveles de explotación del trabajo
ajeno. En ese sentido, en comparación con las determinaciones anteriores se
está aceptando la imposibilidad de organizar determinados ámbitos del quehacer
económico sin aceptar la explotación del trabajo ajeno. Tal condición cambia la
relación en el pequeño colectivo laboral de un emprendimiento cuentapropista.
Hay un dueño y hay empleados del dueño y este último se beneficia con el
trabajo de los demás con todas las consecuencias sociales en las relaciones de
poder que implica esa realidad.
La lógica de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles
capitalistas es la expansión. Es ahí donde la política y las normativas
jurídicas, junto con la ideología y la educación deben jugar un papel
insustituible.
En efecto, un emprendimiento privado produce mercancías que se
intercambian bajo las reglas de la oferta y la demanda. El desarrollo de estos
emprendimientos será desigual, algunos prosperarán más rápidamente, otros se
estancarán e incluso desaparecerán. Estos emprendimientos producen mercancías,
pero el propio emprendimiento (taller de producción de muebles, restaurante,
etc.) no puede ser una mercancía, es decir, el emprendimiento próspero no puede
adquirir el emprendimiento fracasado y con ello ampliar sus márgenes de
explotación del trabajo ajeno. Ese sería el camino más rápido a la restauración
del capitalismo.
Es ahí donde la juridicidad socialista debe jugar su papel
estableciendo límites legales a la propiedad privada y donde el control popular
e institucional deben vigilar que no se amplíen los niveles de explotación del
trabajo ajeno mediante la concentración de la propiedad. Corresponde a la
educación, a la labor ideológica, la argumentación de la necesidad de mantener
tales límites.
En el plano de las relaciones con el capital extranjero, la legalidad
socialista tiene también un papel fundamental: el de establecer los límites y
condiciones de la inversión extranjera. En las condiciones actuales de la sociedad
cubana es impensable el desarrollo sustentable y el crecimiento sin la participación
de la inversión extranjera. Incluso es necesario crear para ésta mejores
condiciones, pero sin comprometer el predominio de la propiedad social
socialista sobre los medios fundamentales de producción y servicios,
preservando el equilibrio ecológico, la regulación del trabajo y el estricto
cumplimiento de todas las leyes del país. Aun con estas condiciones, los
contingentes de trabajadores que presten sus servicios en estas instalaciones
tendrán condiciones de vida diferentes a las de muchos otros ciudadanos, lo que
de hecho ya representará niveles de desigualdad que no estarán dados por las
capacidades individuales solamente, sino por el tipo de propiedad con el que se
relacionan.
La propia propiedad cooperativa, si bien en las condiciones de predominio
de la propiedad social socialista es una forma viable de propiedad social,
también genera inevitablemente intereses grupales que se diferencian de los
intereses sociales generales, con una influencia mayor de las prácticas
colectivistas que las de un emprendimiento privado que explota el trabajo de un
grupo pequeño de personas, pero sus relaciones con el Estado no son las mismas
que las de un colectivo laboral administrado estatalmente.
Es de esperar que en el devenir de una cooperativa de producción o de
servicios, agropecuaria o no agropecuaria, se desarrolle un adecuado estímulo
para el trabajo, el sentido del ahorro, el sentimiento de pertenencia, el
cuidado de la propiedad colectiva, pero la organización cooperativa no es una
“varita mágica”, también son posibles fenómenos negativos si no hay control y
vigilancia en su desarrollo, a la vez que el hecho de compartir intereses
comunes diferentes de los del resto de la población establece un
distanciamiento y la emergencia de una psicología grupal donde puede anidar
–por paradójico que parezca- una suerte de “individualismo colectivo”.
Naturalmente que las medidas de diversificación de los tipos de
propiedad y la descentralización de responsabilidades y decisiones en
individuos y grupos, constituye una forma de democratización de la actividad
económica y obliga al Estado socialista a desarrollar un sistema de regulación
y planificación del metabolismo socioeconómico que sea armónico y flexible, en
el que el papel de la juridicidad en la regulación del desarrollo de todas las
formas de propiedad, particularmente de aquellas que conducen a niveles mayores
de diferenciación de los intereses individuales y colectivos, es
imprescindible.
En la perspectiva histórica, el Estado se extinguirá junto con el
mercado. Mientras haya mercado, serán necesarias formas de regulación jurídica
de las relaciones entre las personas. Pero el Estado socialista y la cohesión
ciudadana en torno a un proyecto de desarrollo armónico y justo en Cuba son
imprescindibles en el mundo de hoy, en primer lugar para preservar ese proyecto
y para defenderlo. La amenaza a la independencia y la soberanía, que emana de
las apetencias de la lógica depredadora del capital, como la define István
Mezsáros, es real, basta una ojeada al comportamiento agresivo del primer mundo
capitalista para darse cuenta. La labor ideológica es aquí muy importante,
decisiva, para el futuro de la Nación.
No descuidar los símbolos
Uno de los componentes fundamentales de la actividad ideológica tiene
que ver con los símbolos. Cuando se adoptó la medida de liberar la circulación
del dólar norteamericano, se introdujo esa moneda en la cotidianidad de los
cubanos, cuyos efectos rebasaban el ámbito de lo económico – comercial para
marcar una influencia simbólica en la sociedad: el dólar norteamericano como la
moneda que permitía acceder a bienes ni siquiera suntuarios sino básicamente
necesarios.
La presencia simbólica del dólar norteamericano fue fuertemente
disminuida con la creación del peso cubano convertible (CUC) y las casas de
cambio (CADECA), así como la anulación de la libre circulación de esa y de
otras divisas internacionales. Digo disminuida, porque de moneda olvidada en la
subjetividad de los cubanos, el dólar norteamericano se reinstaló como “moneda
dura” y esa influencia persistirá en el orden simbólico y solo podrá ser
disminuida en la medida en que se aprecie el peso cubano no convertible.
El tema de la permisividad con los símbolos abarca distintos ámbitos
de la cotidianidad y entra el terreno de las influencias culturales, modos de
hacer y de decir que no son resultado directamente, ni tienen por qué serlo, de
los imprescindibles cambios en el terreno económico.
Uno de los elementos fundamentales a tener en cuenta es la diferencia
entre la publicidad en su función informativa y cuando rebasa lo informativo y
se confunde con contenidos de naturaleza simbólica contraproducentes en el
orden cultural, ajenos a nuestra idiosincrasia, promotores del consumismo y del
lujo hedonista.[12]
Para terminar
El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología
revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la
globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le
acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su
funcionamiento, y al mito del sistema político de la democracia representativa
que enmascara los poderes fácticos que nadie elige (aun reconociendo que no es
perfecto) como paradigmas universales inapelables de modo de producción y de
vida.
El capitalismo ha sustituido el discurso con el que acusaban al
socialismo de sistema monocorde, autoritario y totalitario por el autoritarismo
real del mercado capitalista globalizado que excluye cualquier otro modo de
producir y de vivir.
La desaparición de las iniciativas socialistas de Europa del Este y de
la URSS fue un proceso rápido y caótico, del cual salieron perdedores ante todo
los trabajadores que se vieron sumidos de la noche a la mañana en diferentes
modalidades de capitalismo salvaje para lo cual naturalmente no estaban
preparados.
El Estado, las instituciones, las leyes, el poder que respaldaba a la
regulación laboral, formas de distribución equitativa del producto social
dirigidas a prestaciones básicas desaparecieron. Lo más absurdo fue que las
mayorías ciudadanas empujaron el derrumbe o lo contemplaron inermes e
inactivos, descartando con su inacción cualquier nueva variante de organización
socialista de la sociedad y esperando el milagro capitalista.
No estaban adecuadamente informados, no estaban acostumbrados a
decidir, no participaban realmente; aquellos no eran “su” Estado, ni “su”
sistema político, ni “su” economía, de manera que tampoco los defendieron.
Al imponerse la lógica capitalista se le dio jaque mate a las
debilitadas articulaciones del tejido social y político, potenciándose la
división, el individualismo y el egoísmo entre personas y grupos de intereses
corporativos que quedaron a merced del mercado capitalista.
El asunto es entonces de primordial importancia ideológica y política.
Todo indica que si bien muchos hoy lamentan los logros perdidos y sienten el
impacto brutal del capitalismo, tampoco añoran regresar al viejo orden de
cosas, solo que perdieron la oportunidad histórica de continuar por un camino
propio, de ejercer y controlar su rectificación y decidir sobre su futuro.
Quedó comprobado que solamente asegurando una participación real
respaldada por una descentralización armónica y efectiva del poder, y amplios y
generosos flujos de información oportuna y veraz den todos los órdenes, la
ideología socialista puede enriquecerse, desarrollarse y constituir el núcleo
esencial del escudo cultural de la nación.
La necesidad de integrar el proceso de cambios que tiene lugar hoy en
la sociedad cubana en una concepción sistémica armónica y general, que de
cuenta de las características de estos, de sus efectos sociales, de los
desafíos éticos e ideológicos que implica, puede ser sin duda alguna calificada
como apremiante.
Disponer de un programa sustentado en conceptos teóricos rigurosamente
argumentados, siempre abiertos a ser desarrollados a tono con los cambios que
se vayan operando en la sociedad y en el medio internacional, constituirá un
medio decisivo para orientar todo el proceso de cambios, fundamentar las
políticas particulares, explicarlas y lograr construir y consolidar el
consenso.
La complejidad de la elaboración teórica de la construcción socialista
en Cuba exige que no sea vista como la responsabilidad y tarea exclusivas del
Estado, del gobierno, del partido –al que corresponde organizar ese proceso-, de
instituciones académicas o de un grupo de intelectuales prominentes, sino como
un proceso amplio, incluyente e interactivo en el que tome parte todo el
pueblo, canalizando la inteligencia colectiva de la nación cubana, poniendo a
su disposición los espacios necesarios en los medios de comunicación,
fertilizando el debate, sintetizando las mejores experiencias y propuestas,
resumiendo los principios y valores que existen en el seno de la sociedad.
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[1] Licenciado en Ciencias Políticas, Diplomado en teoría del proceso
ideológico, Doctor en ciencias filosóficas, investigador y profesor titular,
preside la cátedra de periodismo de investigación y es vicepresidente de la cátedra
de comunicación y sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José
Martí. dariomachadocuba@yahoo.es
[2] Ver: Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer
Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los
Consejos de Estado y de Ministros, en el acto de conmemoración del 55
Aniversario del triunfo de la Revolución, en el parque Carlos Manuel de
Céspedes, Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 2014, “Año 56 de la
Revolución”.
[3] “Todo proceso de cambios estructurales en una sociedad, implica
poner en tensión todas sus potencialidades, pero también evitar errores que
pueden ser muy costosos, llevados por el entusiasmo y la improvisación. Hay que
ir paso a paso. En este proceso es preciso atender al desarrollo de una teoría
general de la transición socialista en Cuba.” Ver Darío Machado Rodríguez, El
trasfondo ideológico de los cambios en Cuba, CUBADEBATE, 4 de Abril de 2012.
[4] Según el diccionario del Español Moderno de Martín Alonso
(Editorial AGUILAR, VI Edición, Madrid, 1982, Doctrina es en primera acepción
“Enseñanza que se da sobre una materia” y en segunda acepción “Ciencia,
sabiduría”.
[5] Una práctica colectiva, descentralizada y expedita tiene que ver
más con el término de “comisión”, que evoca grupo de personas delegadas, que
con el de “departamento” que evoca compartimiento, apartado y jerarquías. Pero
si además el departamento es “el de la
ideología” y la comisión es para la
“orientación revolucionaria” lo que evoca su función educativa formativa,
se completan las referencias a conceptos diferentes de enfocar la labor
ideológica. No se plantea “volver” a la COR, sino cuestionar la concepción
implícita en “el departamento”.
[6] Fidel Castro, 1ro. de Mayo de 2000.
[7] El período especial fue interpretado de diferentes maneras,
incluyendo quienes lo vieron como una suerte de “paréntesis” que una vez
cerrado permitiría continuar escribiendo la oración anterior. En su momento mi
definición de “Período Especial” fue verlo como el tiempo mínimo que necesitaba
la sociedad cubana para reorientar sus relaciones económicas y comerciales
internacionales, reestructurar el aparato productivo y de servicios interno, y
hacerlo salvando las conquistas fundamentales de la revolución, en primer lugar
el poder político, garante de todas las demás.
[8] Esto se refiere no solo a la educación gratuita e igualitaria, la
atención médica y la seguridad social básica, sino también a la distribución de
alimentos con subsidio universal y muchas otras prestaciones (comedores obreros
subsidiados, círculos infantiles, electricidad, etc.).
[9] No ya durante el Período Especial, sino siempre, un ciudadano
recibía por la libreta de abastecimientos una lata de leche condensada con un
precio de 20 centavos, pero no la vendía a otra persona por ese precio, sino
que la cambiaba por otro producto que se asemejara a su valor real o la vendía
a mayor precio.
[10] “De otro lado, hay que valorar con toda objetividad y crudeza que
el MODELO ECONÓMICO MIXTO es COMPETITIVO Y ALTAMENTE CONTRADICTORIO por la
diversidad de intereses que se ponen en juego, incluso muchos de ellos en
franca pugna. La ECONOMÍA MIXTA DE TRANSICIÓN plantea al país la interrogante
de QUIEN VENCE A QUIEN en el terreno económico, social y político. Las fuerzas
tendientes a la conservación de la socialización bajo diversas modalidades se
enfrentarán a aquellas orientadas a la disolución, la privatización y al
capitalismo.” (Ponencia presentada por Víctor Figueroa Albelo en el Seminario
sobre Democracia Participativa celebrado en
Santa Clara en Febrero de 1995 y posteriormente publicada en la revista
Contrapunto)
[11] Considero indispensable para desarrollar una labor ideológica
eficiente tener en cuenta tres elementos: la proyección de los escenarios
sociopolíticos a mediano y largo plazo, la teoría de la transición
socialista[11] que generalice y direccione todo el proceso de cambios y un
diagnóstico actualizado del estado moral y político de la población cubana. Los
tres considerados como procesos requeridos de periódica revisión. El enfoque
científico de la construcción social es el fundamento de los tres, al permitir
la prevención del voluntarismo y la reducción del error, constituye, a la vez que constituye el fundamento para
una labor ideológica eficiente.
[12] El empleo en entidades estatales o privadas de los gorritos rojos
navideños con los graciosos pompones blancos, como si Cuba fuera un país del
gélido norte o como si el sombrero de guano fuera una entidad menor, es un
hecho real y emblemático, los anuncios de los cuentapropistas en inglés, las
figuras del “dueño” y del “empleado”, etc.
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