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viernes, 17 de enero de 2014

Sin teoría revolucionaria…


El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su funcionamiento

Sin teoría revolucionaria…

13 ENERO 2014

El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su funcionamiento.

Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución tienen un carácter programático dado por la sujeción a los principios fundamentales de construcción socialista y por ser el resultado de un amplio, abarcador y democrático proceso de consulta popular, que los consagran y les otorgan legitimidad. Sin embargo, aún con estas características, los Lineamientos no constituyen un Programa por carecer de una construcción lógica expresa que establezca los enlaces armónicos entre sus diferentes partes y junto con ello pautar los límites de su desarrollo para evitar desviaciones que puedan hacer peligrar la orientación socialista de la construcción social y en el mediano o largo plazo, la independencia y la soberanía nacional, bases para un proyecto propio de Nación y fundamento junto con nuestra identidad cultural, de la libertad del pueblo cubano.

Recientemente el Presidente cubano Raúl Castro enfocando el papel de la teoría del socialismo en su calidad de orientación revolucionaria para contrarrestar las ideas que niegan la vigencia de los conceptos en los que se basa la ideología revolucionaria cubana, aludió a la necesidad de una “conceptualización teórica del socialismo posible en las condiciones de Cuba…”[2].

La necesidad de poner en tensión la capacidad del pensamiento creador colectivo de la sociedad cubana para desarrollar una teoría general de la construcción del socialismo en Cuba, que permita no solo dar mayor coherencia a los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, sino también orientar su necesaria actualización sistemática es un asunto en el que hemos insistido en trabajos anteriores por considerarlo un tema de la mayor importancia práctica.[3]

Sobre ello volveré más adelante. Ahora quiero solo recordar los ámbitos, campos u objetos fundamentales que no pueden dejar de ser atendidos en el proceso de conceptualización teórica del socialismo posible en las condiciones de Cuba y hacer algunos comentarios: el ámbito económico, el ámbito medioambiental, el ámbito científico tecnológico, el ámbito jurídico normativo, el ámbito organizacional, el ámbito político, el ámbito ideológico y el ámbito comunicacional. Estos campos de trabajo teórico no son los únicos, claro está, pero sí los principales. En este texto pretendo abordar algunas aristas en el terreno ideológico en su relación con los cambios que hoy tienen lugar.

Retomando el tema de la ideología

Los críticos de la ideología, me refiero a los que suponen que esta es una entelequia, un invento, una abstracción sin valor social, sin influencia, cometen el grave error de considerarla como un sistema de ideas dogmático, cerrado, sin transformación, la ven solo como “doctrina” -que naturalmente hace esa función-[4], y no son capaces de entender su origen -o lo comprenden, pero no lo aceptan- en la sinergia que generan los intereses comunes, la cultura, la historia, las tradiciones, la identidad, que en el decurso de la actividad humana generan sedimentos orgánicos que construyen y articulan los valores compartidos de las personas.

Al reducir arbitrariamente la ideología a “doctrina”, o a “texto escrito”, esos críticos la separan de un plumazo del torrente social vivo que la crea y la reproduce, y con ello lógicamente la convierten en algo más vulnerable y fácil de tergiversar.

Cuando se habla del rechazo a la ideología socialista de la revolución cubana –como de cualquier enfrentamiento entre ideologías generadas por intereses divergentes o antagónicos- esos enfoques tienen al menos dos orígenes posibles: la ignorancia o el interés de debilitar, incluso hacer desaparecer el proceso revolucionario cubano sustrayéndole el sistema de valores compartidos que cohesiona la acción social orientada a construir, consolidar y enriquecer un sistema social justo, equitativo, cultor de la dignidad humana, amigable con la naturaleza, constructivo, colaborador y pacífico.

Esa ideología revolucionaria, su existencia misma, no presupone –ni puede pretenderse- la ausencia de otros sistemas de ideas y valores; tampoco  a la inversa. Las ideologías existen en la sociedad, tienen numerosos momentos de identidad o diferencias y se fortalecen o debilitan en su presencia e influencia social en dependencia de las circunstancias, comportamientos, actitudes y acciones de sus portadores.

En las filas revolucionarias se ha cometido igualmente el error de ver a la ideología separada de la cotidianidad de las personas y se ha entendido que defender la pureza de la ideología es defender “la doctrina”, en lugar de comprender que la pureza de la ideología radica precisamente en su impureza, entendida esta última como su mezcla indisoluble con la actividad social que la transforma constantemente, de modo imperceptible en un momento dado, pero indefectiblemente.

De ahí que “la doctrina” tiene que actualizarse constantemente en el movimiento real, de lo contrario pierde vitalidad y virtualidad. Baste media vez que se proclame que la ideología es “la doctrina” para que en ese mismo instante la doctrina comience a distanciarse de la realidad social pudiendo llegar a perder sentido para las personas.

Lo anterior en modo alguno resta mérito a la doctrina revolucionaria en tanto expresión de la ideología, la doctrina entendida en su naturaleza de relato, expresión, comprensión, conceptuación de la ideología que es proceso vivo, real, sistema emergente de la sinergia que genera la conjunción de intereses y la sedimentación y reproducción cultural de los valores compartidos en el proceso de la práctica social.

Es la razón elemental por la cual la ideología revolucionaria cubana que tiene sus raíces en la tradición mambisa, martiana y marxista, si no se entiende en su sentido histórico, puede conducir a la elaboración de la doctrina con los conceptos y valores del siglo XIX, o del XX, a querer encontrar la ideología revolucionaria de una sociedad determinada en los libros y escritos que son el relato muchas veces riguroso, pero relato al fin, concebido en una determinada época histórica y en determinadas condiciones culturales, luego cambiadas y cambiantes.

Por su definición anticapitalista, la ideología de la revolución cubana en su expresión actual puede comprenderse claramente como una ideología de naturaleza marxista y socialista, sin embargo, en modo alguno puede entenderse correctamente si no se atiende al proceso histórico de su surgimiento y desarrollo como sistema de ideas necesario para la liberación, si no se la entiende como un producto histórico cultural de la sociedad cubana de donde le viene su raíz mambisa y martiana; histórico y por consiguiente en proceso de transformación.

Lo anterior significa que en el proceso de construcción de una sociedad de orientación socialista hay que estudiar constante y sistemáticamente el proceso ideológico, los cambios en la estructura social, en la mentalidad de las personas, el modo en que se producen las tendencias en la subjetividad social en su estrecha vinculación con los cambios en el metabolismo socioeconómico y en el mundo simbólico, teniendo en cuenta tanto los que se producen como resultado de las dinámicas internas de la sociedad como por las influencias externas, y el efecto resumen que todo ello tiene en la ideología revolucionaria cubana como sistema de ideas dirigido a la liberación plena del ser humano. La ideología es un fenómeno social, pero su estudio es objeto de la ciencia. Si no se adopta un abordaje científico de los fenómenos ideológicos de la sociedad cubana y de su papel en el proceso social, envejecerá la doctrina, se formalizará o se transformará en un relato arbitrario que poco o nada servirá a los procesos educacionales y formativos imprescindibles en la construcción socialista, en particular para prevenir el retroceso hacia los conceptos del capitalismo.

La ideología revolucionaria cubana debe estudiarse científicamente y reproducir en la sociedad los valores que la integran conscientemente, con arte, con una estética agradable, pedagógicamente. Los procesos de influencia ideológica consciente han estado altamente formalizados en la actividad educativa formativa, no solo en los medios de comunicación, sino también en la escuela y en la actividad política. No se ha alcanzado la capacidad de desarrollar formas atractivas y efectivas de reproducir el mensaje ideológico; la propaganda y la publicidad revolucionarias dejaron de seducir porque no atendieron al cambio en la subjetividad social. Ello ha sido producto también de los modos verticalistas y centralizados de producir y reproducir el mensaje ideopolítico. Se trata entonces de dos ángulos del mismo asunto: los cambios en la ideología revolucionaria y los cambios en los modos de divulgarla, propagarla, reproducirla en el mundo simbólico de la sociedad cubana.

Esa formalización tiene su expresión estructural en la “departamentalización” de la ideología. La concepción de la gestión de la influencia ideológica quedó encasillada en áreas específicas de las estructuras de gestión política del partido y eso se transmitió igualmente a las organizaciones de masa, a los institutos ideológicos, al sistema educacional, a los medios de comunicación, etc. La ideología, un proceso vivo requerido de constante revisión y estudio, presente en toda la actividad social del país, tenía un nodo organizativo que de hecho le sustraía su dimensión de asunto esencial en cualquiera de las formas de la actividad social y cortaba el flujo de retorno sustrayendo a la doctrina la savia nutriente del movimiento social real, perdiendo efectividad la actividad ideológica consciente, formalizándose su labor. Lo que era bueno, regular o malo en materia ideológica quedaba pautado por un área específica de la estructura de gestión partidista. De la comisión de orientación revolucionaria de los primeros años de revolución se pasó al “departamento ideológico”. Obviamente, no se trata de los términos, sino de los contenidos cambiantes y de las prácticas, aunque determinados vocablos sirven más a unos conceptos que a otros.[5]

Una de la actividades principales que corresponde hacer al Partido Comunista de Cuba es precisamente la de promover los valores ideológicos de la revolución socialista. Para ello ejerce su influencia en la sociedad y particularmente en la estructura del Estado, el cual, naturalmente, no representa solo a quienes militan en el Partido Comunista o comparten la ideología socialista, sino que es el Estado de todo el pueblo en cuyo seno existen otros sistemas ideológicos. La Constitución que rige el funcionamiento del Estado cubano es de naturaleza socialista y establece por mandato constitucional legitimado por referendo aprobatorio, que el Partido es la fuerza rectora principal de la sociedad cubana, condición que tiene un origen histórico y político antes que constitucional, y que implica ante todo, no que el Partido está por encima de la Constitución y la leyes, sino que le corresponde ser el primer garante de esa Constitución y de las leyes adoptadas por el Estado cubano.

Ideología y política son procesos estrechamente interrelacionados e interdependientes, tienen puntos de contacto y también diferencias. Cuando se menciona que una determinada ideología encarna un proyecto de socialidad, en modo alguno ello significa –sería una tontería asumirlo así- que la ideología es la política, un programa de gobierno o algo parecido. La política se genera en un proceso de pluralismo político en el que interviene inevitablemente la pluralidad ideológica que existe en la sociedad y en ese contexto también la ideología de la revolución cubana, que mantiene hoy su condición de ideología hegemónica en la sociedad.

Las ideologías no pueden codificarse en las leyes, aunque sí expresarse en ellas de una manera jurídica. Las ideologías existen, estén o no en concordancia con los postulados constitucionales y es prerrogativa elemental de cada ciudadano identificarse o no con ellas, promoverlas o no. Por esa razón, en las condiciones históricas del surgimiento y desarrollo de la constitucionalidad revolucionaria que dieron lugar a la existencia de un solo partido político, este tiene también la obligación de ser el partido de todos los ciudadanos para la promoción de las políticas, compartan estos o no su ideología y ambos conjuntos: el conjunto ciudadanía y el subconjunto partido están obligados por la Constitución.

Cambiar lo que deba ser cambiado

Las experiencias vividas a lo largo del proceso revolucionario cubano, en particular los errores y excesos cometidos desde la voluntad de defender el proceso revolucionario, reclaman hoy un pensamiento maduro y muy especialmente la promoción del debate abierto, sistemático, incluyente y participativo de toda la ciudadanía, con una mayor y más activa participación de los medios de comunicación social, medios especializados, espacios culturales, todos en función de generar una subjetividad más rica que condicione y fertilice la creatividad que pide el compañero Raúl.

La definición del concepto de revolución que contiene la apretada síntesis elaborada por Fidel Castro incluye en primer lugar la necesidad de tener sentido del momento histórico.[6] Asumiendo la jerarquía de esa primera proposición cabe ante todo preguntarse en qué momento histórico estamos, cuáles son sus principales características tanto externas a la sociedad cubana como internas.

En el orden externo hay que consignar dos grandes realidades: de un lado, la contradicción entre los intereses hegemonistas de los poderes nortecéntricos nucleados en torno al aparato estatal-gubernamental de los EEUU y al complejo militar industrial de ese país  y, de otra, los intereses de la nación cubana, contradicción que se expresa claramente en la permanencia del bloqueo económico y la guerra cultural contra Cuba. Por otro lado el desarrollo en la región latinoamericana y caribeña de procesos de cambios sociales y de creciente concientización popular sobre la importancia de la soberanía y de la independencia nacional, la democracia participativa y la integración regional, que se expresa en los procesos revolucionarios venezolano, boliviano y ecuatoriano, en los movimientos sociales en Chile, Honduras, México, Colombia y otro países, en el surgimiento del ALBA, UNASUR y la CELAC, en las leyes regulatorias del aparato mediático que se oponen al empleo abusivo de los medios de comunicación privados, al linchamiento mediático y al monopolio de los medios, en la defensa de los recursos naturales contra la depredación de las transnacionales y de muchas otras formas, los cuales, a la vez que crean espacios más amplios y prometedores para el desarrollo de la región y particularmente de Cuba, significan experiencias sociales que plantean un contraste con el decurso del proceso social cubano y con ello una influencia y fuente de aprendizaje que es preciso tener en cuenta.

En el orden interno en lo fundamental se impone, en primer lugar, la urgente necesidad de articular las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa y política-ideológica, comenzando por el vuelco en la actividad económica, organizativa y jurídica, iniciado ya con la aplicación de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y, junto con ello, una ofensiva en el plano de la ideas que aporte esencialidad y coherencia a todo el proceso y contribuya a construir el adecuado correlato ideológico y político de los cambios estructurales para reorganizar eficientemente el metabolismo socioeconómico que se está transformando al calor de la aplicación de los lineamientos.

El concepto de revolución sintetizado por Fidel Castro, también incluye el imperativo de desafiar poderosas fuerzas dominantes, dentro y fuera del ámbito social y  nacional. Entre esas poderosas fuerzas dentro del ámbito social y nacional están la corrupción, la inercia y el burocratismo.

El proceso de cambios no podrá ser conducido con éxito si se mantienen los resortes y el pensamiento burocráticos generados por la deformación de las funciones estatales y si no se contrarresta la emergencia de intereses individuales y -en diferente medida- corporativos, ajenos y contrarios a los propósitos socialistas, en particular cuando se trata de corrupción. Eso significa la necesidad, de una parte, de ejercer estrictos controles administrativos y legales en el comportamiento de funcionarios, cuadros y responsables en general y, de otra, comprender que con una mentalidad atrasada y sin capacidad de aprendizaje será imposible orientarse en la complejidad de la situación actual. Hoy más que nunca se necesitan hombres y mujeres capaces, preparados y con disposición para cambiar lo que deba ser cambiado.

En efecto, entre las fuerzas internas más difíciles de enfrentar está precisamente el pensamiento atrasado, la incapacidad de asumir lo nuevo o el querer asumir lo nuevo con ideas viejas, mentalidad presente en diferente magnitud en la sociedad cubana en general, pero más urgente de superar en los ámbitos donde se concentra hoy el poder de decisión en los diversos niveles estatales y políticos. Uno de los procesos fundamentales se refiere precisamente a la resistencia a la transmisión gradual de poder “hacia abajo”, decurso que debe avanzar junto con el crecimiento de la conciencia y madurez que implica el asumir responsabilidades hasta encontrar un equilibrio funcional entre los diferentes niveles y planos organizativos.

En estas condiciones se está produciendo hoy el cambio en el terreno económico y tanto en lo tocante a los Lineamientos, como por la actividad ideológica que debe acompañar su aplicación, hay que señalar nuevamente eso en lo que insistió recientemente el Presidente Raúl Castro: la ausencia de una clara construcción teórica de los cambios en curso, proceso que debe estar acompañado de una actitud más agresiva de los medios de comunicación para compartir y potenciar el debate de las ideas.

Los cambios en la actividad económica: el trabajo y la ideología

Décadas de predominio casi absoluto de la propiedad social sobre los medios de producción y de servicios, una muy generosa legislación laboral y de seguridad social, formas de distribución igualitaria y amplias políticas sociales, mantuvieron por años “a raya” la influencia del mercado, reducido a su menor expresión, y junto con una convencida y dedicada aplicación de los institutos ideológicos cultivaron importantes valores solidarios en varias generaciones de cubanos, pero no lograron -ni podía esperarse que lo lograran-,  superar la psicología del intercambio de equivalentes que es un resultado cultural de siglos de relaciones mercantiles, no solo presentes en el metabolismo socioeconómico, sino reproducidas en el mundo simbólico de las más diversas maneras. Esta psicología se hizo más patente en las conductas de los ciudadanos durante el Período Especial.[7]

Aun con las amplias formas de distribución del producto social que no se regían por el aporte en trabajo, sino que respondían a direcciones del plan nacional[8], en la vida cotidiana persistía -y persiste hoy- en las relaciones entre las personas esa psicología.[9]

A su  vez, décadas de inadecuada correspondencia entre el trabajo y los salarios, algo ciertamente compensado en determinada medida por esas formas de distribución del producto social, escalas salariales en general aceptadas socialmente antes del período especial, pero que tampoco reflejaban el aporte en trabajo, una visión organizativa basada en la reproducción en escala territorial, municipal y de base de las estructuras de los organismos centrales del Estado, las decisiones centralizadas, el verticalismo, un enfoque rígido de la planificación y otras realidades, impidieron aprovechar las posibilidades de ordenamiento del metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana que mantiene el mercado, precisamente por la imposibilidad de superar en el corto o en el mediano plazo, sino únicamente a muy largo plazo, la psicología de intercambio de equivalentes. Esa psicología desemboca indefectiblemente en la conciencia individual de que las potencialidades laborales de cada persona le pertenecen y en consecuencia considera justo que la sociedad le retribuya en correspondencia con su aporte.

Los cambios en la actividad económica están dirigidos a elevar la eficiencia, lo que significa lograr los resultados esperados con el menor gasto posible de recursos humanos y materiales. Para ello es imprescindible que el trabajo sea también eficiente.

El funcionamiento eficiente de la economía exigirá el máximo de resultados con el menor quantum posible de gastos; igual lógica pautará el comportamiento del trabajador. Cuando la eficiencia es un imperativo del funcionamiento de la economía, no puede separarse de la lógica de la actitud del trabajador. Dentro del mismo ambiente de funcionamiento eficiente de la economía,  desarrollará y formará en el trabajador una actitud de ser ahorrativo con su propia fuerza de trabajo.

Desde el punto de vista ideológico la finalidad es recuperar el trabajo como necesidad de la personalidad, como obligación social, como motivo de orgullo personal, como un valor. La necesidad de recuperar en toda la sociedad el trabajo como un valor inherente a la personalidad del ciudadano cubano y componente sustantivo de la ideología revolucionaria, requiere a su vez del fundamento material de la recuperación del valor del trabajo.

Cuando la manutención de la persona y de quienes de ella dependen económicamente obliga a su aplicación laboral dentro del metabolismo socioeconómico de la sociedad, el ejercicio laboral resulta un imperativo existencial y desde ese punto de vista, la persona poseedora de la capacidad de trabajar, buscará obtener los resultados que espera empleando la menor cantidad de sus energías físicas y mentales y dentro del menor tiempo posible. De ahí la necesidad de los fundamentos jurídicos y organizativos que estipulen los derechos y deberes, así como los límites, procurando como efecto resumen que la persona reciba en proporción a su aporte.

En efecto, si en la mentalidad actual del cubano está instalada la psicología del intercambio de equivalentes, es ético que se acepte como correcto y justo que la remuneración esté en correspondencia con el trabajo aportado y que se considere incorrecto e injusto tanto recibir por lo que no se hizo como no recibir por lo que se hizo. Quien aporta más debe recibir más y lo que acumule formará parte de su patrimonio exclusivo, protegido por la ley. El modo en que ese acumulado sea distribuido dependerá de su voluntad.

Pero hay una importante diferencia en el enfoque del trabajo como necesidad material y en su dimensión moral. Por un lado, el sano orgullo por el patrimonio obtenido con el trabajo ejerce una importante influencia moral positiva en la persona, pero, por otro, la finalidad de equilibrar trabajo aportado – retribución material en una sociedad de orientación socialista en la cual se parte de proteger a toda la ciudadanía en cuanto a sus necesidades básicas, no puede constituir un principio universal único. La existencia de formas de distribución del producto social no dependientes del trabajo (educación, salud pública, protección a la tercera edad, vivienda, etc.) implica obligadamente un sistema de obtención de recursos a través de un sistema de redistribución que debe ser equitativo y aceptar la necesidad de estimular determinados sectores y líneas de desarrollo que son estratégicos.

Uno de los asuntos fundamentales en materia política ideológica es precisamente el de construir y reconstruir el consenso en torno a este tema, lo que impone al sistema de la actividad ideológica la tarea de informar debidamente a la ciudadanía acerca de las opciones, motivar y orientar el debate en torno a estos contenidos y hacerlo con la claridad necesaria para que su participación social sea eficiente y aporte al pensamiento colectivo, a las decisiones que afectan a todos. Me refiero particularmente a las políticas de precios, la política fiscal, la distribución del presupuesto, etc.

Pero ese mismo trabajo tiene otra dimensión moral: la de constituir un deber social, la de no engañar al conciudadano con una aplicación deficiente, mala calidad, menor cantidad y es en ese orden en el que las reglas del mercado que obliga a intercambiar equivalentes, tienen un lado constructivo, si se acompañan de los adecuados controles.

En las condiciones culturales actuales de la sociedad cubana en la que predomina la psicología de intercambio de equivalentes, es imposible pensar en una adecuada organización de la producción, la distribución, el cambio y el consumo excluyendo del proceso a las relaciones mercantiles. Ellas deben ser recuperadas en su papel ordenador, coherente con las características psicosociales predominantes en la sociedad cubana, a la vez que adecuadamente limitadas de manera que no se comprometa en ningún caso el predominio de la propiedad social y el papel de la planificación, pilares fundamentales para mantener la orientación socialista de la construcción social.
  
Los cambios económicos y la ideología

Pero, a la vez, la presencia creciente del mercado y sus leyes en la sociedad cubana, reponen desde la propia política del Partido y del Estado, la base económica para que se reestructure la vieja ideología liberal dependiente, derrotada y desarticulada por el proceso revolucionario. Como dijimos arriba, el Estado socialista representa no solo a quienes comparten la ideología socialista, sino a toda la ciudadanía en cuya subjetividad existen otras expresiones ideológicas que es obligado tener en cuenta.

Ciertamente, entre la abigarrada diversidad de criterios, matices y posiciones, se percibe la voluntad evidentemente mayoritaria en la sociedad cubana para mantener la orientación socialista de la construcción social que tiene, entre otros, tres factores causales indisolublemente vinculados entre sí:

La percepción del socialismo como sociedad de la justicia social y la dignidad humana.

La percepción del socialismo como fundamento de la cohesión nacional imprescindible para defender el desarrollo de un proyecto de país que responda a los intereses de las grandes mayorías.

La percepción del socialismo como vía para avanzar en la construcción de un metabolismo socioeconómico que asegure la prosperidad compartida,  que sea amigable con la naturaleza, generador de solidaridad y capaz de mantener la normalidad y estabilidad en la seguridad ciudadana.

Pero entre los sistemas ideológicos que persisten en diferente medida en la sociedad cubana, está la ideología liberal, la pretensión del regreso a los niveles de legalidad de la Constitución de 1940, la reposición de la vieja democracia representativa, el no reconocer el adjetivo socialista para definir la república. La diferencia, contradicción y confrontación entre la ideología liberal y la ideología socialista, constituyen hoy un desafío mucho mayor, no solo por la inexistencia aún de una teoría eficiente de la construcción socialista en Cuba, sino también por lo que apuntamos arriba: la promoción de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles que generan diferencias sociales, particularmente en el plano psicológico, alimentando el sustrato social conveniente a la ideología liberal.

En consecuencia, promover una ideología nacionalista de corte liberal cuando lo que se necesita es profundizar el patriotismo socialista e internacionalista como horizonte estratégico para enfrentar la amenaza y acción de la transnacionales, sería coadyuvar al rebrote de la ideología superada en la sociedad cubana por la transformación cultural que significó la revolución y favorecida hoy por la reposición de formas privadas de propiedad de medios de producción de bienes y servicios, e incluso por las formas cooperativas que si bien son necesarias, potencialmente eficientes, promueven la colaboración entre los cooperativistas y constituyen sin duda alguna una forma de la propiedad social, sus integrantes se autoidentifican en sus intereses grupales ante la sociedad y el Estado, estableciéndose una diferencia real, que no se exacerbará mientras el entorno socioeconómico, cultural, jurídico, político y simbólico mantenga los fundamentos socialistas.

Promover una ideología nacionalista de corte liberal sería socavar los valores que permanecen vigentes en la personalidad del ciudadano, muchas veces ocultados por las reacciones ante la escasez, las dudas sobre la viabilidad de una economía de orientación socialista, el cansancio por décadas de trabajar y vivir bajo el asedio del bloqueo económico norteamericano y los efectos de los errores y deficiencias de la acción revolucionaria.

La disyuntiva capitalismo–socialismo no es una novedad para Cuba, es un dilema planteado desde que se inició el rumbo socialista y replanteado una y otra vez en el decurso histórico[10], aunque tal vez sí lo sea ahora que se hace más evidente para quien haya pensado alguna vez que esa contradicción quedó definitivamente resuelta en alguna de la etapas del proceso revolucionario cubano.

El propósito declarado de continuar la orientación socialista de la construcción social  requiere, ante todo, una eficiente articulación entre las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política en cuyo centro está el ciudadano que podrá realizar sus finalidades personales en correspondencia con su aporte a la sociedad y dentro de la ética predominante y la juridicidad consensuada.

El desafío que ello representa no puede ser explicado a través únicamente de los criterios de los líderes por más interesantes e importantes que sean; tampoco será con preceptos simplemente que el país saldrá adelante, sino que debe ser comprendido a la luz de las nuevas realidades y comportamientos sociales en los que se pondrán a prueba una y otra vez los principios de construcción socialista y las políticas definidas.

En ese escenario es imprescindible el debate de ideas que contribuyan a orientar y rectificar el camino de cambios emprendido en la sociedad cubana, lo que requiere, ante todo, plantearse los desafíos desde la actualidad y comprender que nada será igual en lo adelante y que realidades y problemas nuevos y viejos están urgidos de propuestas nuevas. Por ello de nada sirve intentar encontrar las repuestas en el pasado, como si “lo mejor” de la revolución cubana fue lo ocurrido en los años 60 ó 70, lo que sería confirmar aquel refrán “cualquier tiempo pasado fue mejor”, criticado por Julio Antonio Mella; como si los problemas de hoy fueran los mismos que los de ayer, o como si quienes hicieron ayer propuestas de solución las repetirían hoy sin tener en cuenta lo nuevo (lo cual equivaldría a sustraerles la capacidad de pensar dialécticamente); o como si lo aprendido en estos años no tuviera la mayor importancia. No se trata de soslayar la historia tan valiosa para pensar el presente y el futuro, sino de abordarla históricamente.

Las relaciones mercantiles, convenientemente enmarcadas en las determinaciones políticas y jurídicas y en adecuadas condiciones organizativas, pueden jugar un papel ordenador en particular en la recuperación del valor del trabajo, base –como dijimos arriba- para recuperar el trabajo como valor. Fue precisamente la pérdida de contenido material de esa importante magnitud axiológica, lo que terminó desvalorizando el trabajo socialmente. Esa realidad representaba un alejamiento del enfoque marxista de la sociedad, que postula una ética “de carne y hueso”.

La experiencia histórica permite reconocer que el gran reto de una sociedad de orientación socialista radica precisamente en asumir críticamente la persistencia de una psicología de intercambio de equivalentes que actúa como límite natural de la justicia social y de la legalidad socialista. En efecto, cualquier ideal estratégico que se formule desde la política tiene su límite en esta realidad.

Es justo percibir algo por algo equivalente, en consecuencia la ley debe codificar esa lógica de convivencia en todos los ámbitos del metabolismo socioeconómico y de la vida social en general. Las distribuciones que se hagan del producto social deben respetar esa realidad en tanto fundamento de la eficiencia del trabajo y base del Derecho (como todo Derecho desigual) y como factor de equilibrante de las relaciones sociales.

El funcionamiento metabólico saludable de la actividad económica, la posibilidad de asegurar una participación eficiente de los trabajadores en las decisiones a escala de su colectivo laboral y en otras dimensiones de la vida pública están estrechamente vinculadas a esta relación de equivalentes.

A su vez, no se trata ni mucho menos de permitir que el mercado termine pautándolo todo. Los límites a la acción de las relaciones mercantiles establecidos por la sociedad, expresados en su política y sus leyes, son los que pueden viabilizar las potencialidades constructivas que mantienen esas relaciones y reducir al mínimo posible las destructivas, no solo en lo tocante a la naturaleza, sino y principalmente en el orden psicosocial, pues de ello dependen los comportamientos humanos.

Lo anterior establece un asunto de importancia capital para la viabilidad de la labor ideológica[11] en la sociedad cubana actual y es el consenso respecto de esos límites. No es suficiente la fórmula general que expresa la decisión de mantener el rumbo socialista, tampoco el enunciado de los principios fundamentales de esa orientación. Se necesitan mecanismos estables de reconstrucción del consenso no solo en lo tocante a las definiciones generales del proceso de cambios, sino también en las particulares de especial relevancia.

Pero no es este el único problema que afronta la labor ideológica hoy en día. Está todo el impacto recesivo del Período Especial, la lentitud en el imprescindible incremento de las inversiones productivas, la imposibilidad material de retribuir a todos simultáneamente según su aporte a la sociedad, lo que es especialmente complejo en las actividades imprescindibles en el socialismo y ampliamente extendidas en Cuba (educación, atención médica) de inestimable valor social, pero que no generan de modo directo bienes materiales. Está también la influencia de patrones de consumo no saludable e irresponsable, ajenos a la racionalidad que reclama la sociedad cubana dadas sus condiciones económicas y su cultura.

La obligatoriedad de generar los medios para garantizar el bienestar, y la permanencia de la psicología del intercambio de equivalentes arriba explicada, conducen a la necesidad de “romper el cerco” con aquellas actividades que aporten recursos, lo que inevitablemente coloca “fuera de la media social” a todos los trabajadores que formen parte de esas actividades, algo que por demás viene ocurriendo desde que se comenzó la “salida” del período especial, independientemente de que ello signifique que esos adelantados tengan todas sus necesidades resueltas.

Se está produciendo inevitablemente una mayor diferenciación social en el país, producida por la necesidad de impulsar determinados sectores de la economía y por el encarecimiento del costo de la vida, la imposibilidad de compensar suficientemente a los menos favorecidos, las diferencias que determinan las remesas del exterior, y el nivel de vida de los que están “rompiendo el cerco”, entre otros factores.

Por ello, lo que todavía se distribuye por la libreta de abastecimientos es para muchos algo de primordial importancia para sus vidas. El debate alrededor de cómo gradualmente se deberá conducir el proceso de su eliminación -aprobada en los Lineamientos- se está produciendo en la calle, avisando que lo que se deba hacer en este orden, debe ser también resultado de un debate nacional que defina el consenso.  La libreta de abastecimientos luego de medio siglo de existencia se ha convertido en un fenómeno de naturaleza cultural, en algo cotidiano, de costumbre en la sociedad cubana, además de ser un aporte significativo a las familias con menor capacidad adquisitiva: y aunque los Lineamientos aprobados por el pueblo prevén su eliminación compensando a los más carenciados, el modo en que esto tendrá lugar, los plazos, la graduación en el proceso, se constituyen en una decisión de importancia nacional que debe estar respaldada por la participación ciudadana.

La articulación integral de este y muchos otros razonamientos referidos a los alcances de unos y otros lineamientos y sus equilibrios y proyecciones nutrirían lo que constituiría una plataforma programática o programa, concepción integradora que sometida nuevamente a escrutinio público permitiría una mayor cohesión de la acción social y un sólido basamento para la labor ideológica.

Los cambios en Cuba tienen indiscutiblemente un ordenamiento, una sucesión y están articulados en determinada medida por los Lineamientos, se están produciendo con una amplia participación social que se expresa particularmente en el reordenamiento laboral, la incorporación a la iniciativa privada individual y cooperativa y los cambios en curso en las empresas estatales. Está cambiando la base económica de la sociedad cubana. Sus estructuras no están como antes conformadas casi totalmente por elementos regidos por relaciones de propiedad social socialista y casi totalmente administradas por el Estado. A medida que van avanzando los cambios va cambiando la base económica productiva y de servicios, cambian las relaciones de propiedad, cambian los modos de relacionarse las personas entre sí y de éstas con el Estado.

Se abre entonces un nuevo tipo de desafío a lo interno de la sociedad cubana que pude resumirse en el dilema que plantea el crecimiento de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles y la orientación socialista de la sociedad.

Efectos psicológicos e ideológicos de los cambios en la propiedad

Uno de los desafíos más importantes radica en que no están esclarecidos los límites de las relaciones mercantiles, ni están elucidadas todas las consecuencias ideológicas, éticas, organizativas, jurídicas y políticas de los cambios en curso.

No pocas veces se reproduce en los medios y en la comunicación en general la idea de que el Estado ha crecido demasiado, que no puede sostener tantas personas asalariadas y que debe achicarse para lo cual una solución eficiente es apoyar e incentivar los pequeños emprendimientos individuales y grupales donde se generarán los puestos de trabajo que permitan ocupar a los desplazados. Y no falta razón a esta aseveración, solo que explica una parte del asunto.

Esa explicación deja sin respuesta al menos una pregunta: ¿Cuáles son las causas de la ineficiencia del Estado socialista?

Esta ineficiencia ha sido diferente en diferentes ámbitos de la actividad social y ha estado más acentuada en la económica. En efecto, el Estado socialista cubano ha sido en general eficiente –con altas y bajas- en la organización y desarrollo del sistema educativo, del sistema de salud pública, del sistema de defensa, en el aseguramiento de la seguridad ciudadana, en la seguridad social, en la organización y desarrollo del sistema energético, en el desarrollo de la cultura artística literaria, en la organización de la actividad científica, entre otras actividades.

En lo tocante al sistema productivo de bienes y servicios que da soporte material a todas las anteriores actividades y del cual éstas también participan, la sociedad cubana, particularmente el Estado socialista encargado de organizarla no ha sido suficientemente eficiente.

El crecimiento de la propiedad privada y las relaciones inherentes a esta, incluyendo las de explotación del trabajo ajeno, reponen y fortalecen el tipo de bases sobre las cuales se desarrolló en el pasado en la sociedad cubana la ideología liberal dependiente y plantean en consecuencia un desafío para los propósitos de justicia social que encarna la ideología socialista de la revolución cubana. La reproducción en el medio social cubano de esa ideología se manifestará ahora contaminada por los desvaríos neoliberales y mimetizada a través de las construcciones simbólicas de la propia ideología revolucionaria.

Es sabido que al emerger el capitalismo como nuevo modo de producción tuvo entre sus principales expresiones ideopolíticas la que se sintetizaba en las palabras: “libertad, igualdad, fraternidad” y también que la historia de su desarrollo ulterior se encargó de demostrar que tales propósitos eran inalcanzables dentro de la lógica depredadora del sistema. Esa consigna solamente podría ser abordada con éxito fuera de la lógica del capitalismo, de ella se tendrían que encargar los trabajadores en el empeño de construir una sociedad diferente.

Sin embargo, como ha sido expuesto arriba no es posible eliminar por decreto las relaciones mercantiles respondientes a una cultura y una psicología ancladas en la sociedad humana por milenios. Pero no se trata solo de la persistencia de una psicología de intercambio de equivalentes que reclama su contrapartida en las relaciones sociales, particularmente las económicas; sino, y en estrecha relación, de la incapacidad del Estado para responder eficientemente a las necesidades de la población en una serie de producciones de bienes y servicios, los cuales se canalizan mejor a través de la pequeña propiedad, de las cooperativas, las asociaciones y de las relaciones primarias entre la personas.

A la vez, modos y comportamientos individualistas superados en gran medida durante los años de revolución, se ven hoy resurgir con no poca fuerza. En el desarrollo espacial temporal de este fenómeno se observa también la sinergia entre las personas y grupos que se asemejan por las condiciones en que reproducen su vida.

El predominio de la lógica del mercado a escala del resto de los ámbitos de la vida social conduce invariablemente al individualismo y al egoísmo, y a la larga, al debilitamiento del tejido social, de la armonía y el equilibro en la convivencia.

Si se deja el mercado actuar en su propia lógica sin intervención consciente en su regulación y además no se acompaña con medidas jurídicas y educativas que confirmen la primacía de lo social sobre lo económico, las palabras sobre defensa de la orientación socialista serán vacías y el país terminará tarde o temprano absorbido por el mercado mundial, la trasnacionales y los poderes nortecéntricos.

Es cierto que la Revolución no podía mantener la lógica igualitarista, pero también lo es que esta lógica fue la que más promovió y sustentó el colectivismo y la solidaridad, el equilibrio y la seguridad ciudadana, también es cierto que hoy solo se puede mantener ese alto nivel de igualdad (y ya eso es todo un reto) en campos estratégicos como lo es el de la salud, el de la educación y el de la seguridad social, pero hay muchos otros campos de la vida social, por ejemplo, la regulación laboral, la protección de la niñez y de la tercera edad, por solo mencionar algunos, en los que el Estado revolucionario debe continuar jugando un decisivo papel mediador para alcanzar toda la justicia social posible.

A su vez, si la educación siempre ha estado en un primer plano desde 1959, en lo adelante su importancia es aún mayor, ya que las principales reservas del socialismo están en los valores y en la conciencia, y ambos deben ser celosamente cultivados.

No es difícil observar localmente cómo se van tejiendo las relaciones primarias y comportamientos y actitudes similares entre personas que tienen ante el Estado y la sociedad una posición común: la de ser pequeños propietarios, reproducir su vida en condiciones de una actividad regida por el mercado; eso los asemeja y crea inevitablemente una nueva identidad social. En esa sinergia está el embrión de una psicología social individualista y el fundamento subjetivo potencial para el resurgimiento de la ideología liberal. Obviamente, el trasfondo de ese fenómeno está en los intereses compartidos.

La relación entre empleador y empleados en los emprendimientos privados marca nuevas diferencias. Aunque controlada por los límites y reglas que impone la ley, se aceptan determinados niveles de explotación del trabajo ajeno. En ese sentido, en comparación con las determinaciones anteriores se está aceptando la imposibilidad de organizar determinados ámbitos del quehacer económico sin aceptar la explotación del trabajo ajeno. Tal condición cambia la relación en el pequeño colectivo laboral de un emprendimiento cuentapropista. Hay un dueño y hay empleados del dueño y este último se beneficia con el trabajo de los demás con todas las consecuencias sociales en las relaciones de poder que implica esa realidad.

La lógica de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles capitalistas es la expansión. Es ahí donde la política y las normativas jurídicas, junto con la ideología y la educación deben jugar un papel insustituible.

En efecto, un emprendimiento privado produce mercancías que se intercambian bajo las reglas de la oferta y la demanda. El desarrollo de estos emprendimientos será desigual, algunos prosperarán más rápidamente, otros se estancarán e incluso desaparecerán. Estos emprendimientos producen mercancías, pero el propio emprendimiento (taller de producción de muebles, restaurante, etc.) no puede ser una mercancía, es decir, el emprendimiento próspero no puede adquirir el emprendimiento fracasado y con ello ampliar sus márgenes de explotación del trabajo ajeno. Ese sería el camino más rápido a la restauración del capitalismo.

Es ahí donde la juridicidad socialista debe jugar su papel estableciendo límites legales a la propiedad privada y donde el control popular e institucional deben vigilar que no se amplíen los niveles de explotación del trabajo ajeno mediante la concentración de la propiedad. Corresponde a la educación, a la labor ideológica, la argumentación de la necesidad de mantener tales límites.

En el plano de las relaciones con el capital extranjero, la legalidad socialista tiene también un papel fundamental: el de establecer los límites y condiciones de la inversión extranjera. En las condiciones actuales de la sociedad cubana es impensable el desarrollo sustentable y el crecimiento sin la participación de la inversión extranjera. Incluso es necesario crear para ésta mejores condiciones, pero sin comprometer el predominio de la propiedad social socialista sobre los medios fundamentales de producción y servicios, preservando el equilibrio ecológico, la regulación del trabajo y el estricto cumplimiento de todas las leyes del país. Aun con estas condiciones, los contingentes de trabajadores que presten sus servicios en estas instalaciones tendrán condiciones de vida diferentes a las de muchos otros ciudadanos, lo que de hecho ya representará niveles de desigualdad que no estarán dados por las capacidades individuales solamente, sino por el tipo de propiedad con el que se relacionan.

La propia propiedad cooperativa, si bien en las condiciones de predominio de la propiedad social socialista es una forma viable de propiedad social, también genera inevitablemente intereses grupales que se diferencian de los intereses sociales generales, con una influencia mayor de las prácticas colectivistas que las de un emprendimiento privado que explota el trabajo de un grupo pequeño de personas, pero sus relaciones con el Estado no son las mismas que las de un colectivo laboral administrado estatalmente.

Es de esperar que en el devenir de una cooperativa de producción o de servicios, agropecuaria o no agropecuaria, se desarrolle un adecuado estímulo para el trabajo, el sentido del ahorro, el sentimiento de pertenencia, el cuidado de la propiedad colectiva, pero la organización cooperativa no es una “varita mágica”, también son posibles fenómenos negativos si no hay control y vigilancia en su desarrollo, a la vez que el hecho de compartir intereses comunes diferentes de los del resto de la población establece un distanciamiento y la emergencia de una psicología grupal donde puede anidar –por paradójico que parezca- una suerte de “individualismo colectivo”.

Naturalmente que las medidas de diversificación de los tipos de propiedad y la descentralización de responsabilidades y decisiones en individuos y grupos, constituye una forma de democratización de la actividad económica y obliga al Estado socialista a desarrollar un sistema de regulación y planificación del metabolismo socioeconómico que sea armónico y flexible, en el que el papel de la juridicidad en la regulación del desarrollo de todas las formas de propiedad, particularmente de aquellas que conducen a niveles mayores de diferenciación de los intereses individuales y colectivos, es imprescindible.

En la perspectiva histórica, el Estado se extinguirá junto con el mercado. Mientras haya mercado, serán necesarias formas de regulación jurídica de las relaciones entre las personas. Pero el Estado socialista y la cohesión ciudadana en torno a un proyecto de desarrollo armónico y justo en Cuba son imprescindibles en el mundo de hoy, en primer lugar para preservar ese proyecto y para defenderlo. La amenaza a la independencia y la soberanía, que emana de las apetencias de la lógica depredadora del capital, como la define István Mezsáros, es real, basta una ojeada al comportamiento agresivo del primer mundo capitalista para darse cuenta. La labor ideológica es aquí muy importante, decisiva, para el futuro de la Nación.

No descuidar los símbolos

Uno de los componentes fundamentales de la actividad ideológica tiene que ver con los símbolos. Cuando se adoptó la medida de liberar la circulación del dólar norteamericano, se introdujo esa moneda en la cotidianidad de los cubanos, cuyos efectos rebasaban el ámbito de lo económico – comercial para marcar una influencia simbólica en la sociedad: el dólar norteamericano como la moneda que permitía acceder a bienes ni siquiera suntuarios sino básicamente necesarios.

La presencia simbólica del dólar norteamericano fue fuertemente disminuida con la creación del peso cubano convertible (CUC) y las casas de cambio (CADECA), así como la anulación de la libre circulación de esa y de otras divisas internacionales. Digo disminuida, porque de moneda olvidada en la subjetividad de los cubanos, el dólar norteamericano se reinstaló como “moneda dura” y esa influencia persistirá en el orden simbólico y solo podrá ser disminuida en la medida en que se aprecie el peso cubano no convertible.

El tema de la permisividad con los símbolos abarca distintos ámbitos de la cotidianidad y entra el terreno de las influencias culturales, modos de hacer y de decir que no son resultado directamente, ni tienen por qué serlo, de los imprescindibles cambios en el terreno económico.

Uno de los elementos fundamentales a tener en cuenta es la diferencia entre la publicidad en su función informativa y cuando rebasa lo informativo y se confunde con contenidos de naturaleza simbólica contraproducentes en el orden cultural, ajenos a nuestra idiosincrasia, promotores del consumismo y del lujo hedonista.[12]

Para terminar

El primer asunto fundamental que debe reafirmarse desde la ideología revolucionaria cubana es el rechazo al mito extendido por la ideología de la globalización neoliberal que declara al mercado capitalista y al dogma que le acompaña de ser capaz de asegurar que todos saldrán beneficiados con su funcionamiento, y al mito del sistema político de la democracia representativa que enmascara los poderes fácticos que nadie elige (aun reconociendo que no es perfecto) como paradigmas universales inapelables de modo de producción y de vida.

El capitalismo ha sustituido el discurso con el que acusaban al socialismo de sistema monocorde, autoritario y totalitario por el autoritarismo real del mercado capitalista globalizado que excluye cualquier otro modo de producir y de vivir.

La desaparición de las iniciativas socialistas de Europa del Este y de la URSS fue un proceso rápido y caótico, del cual salieron perdedores ante todo los trabajadores que se vieron sumidos de la noche a la mañana en diferentes modalidades de capitalismo salvaje para lo cual naturalmente no estaban preparados.

El Estado, las instituciones, las leyes, el poder que respaldaba a la regulación laboral, formas de distribución equitativa del producto social dirigidas a prestaciones básicas desaparecieron. Lo más absurdo fue que las mayorías ciudadanas empujaron el derrumbe o lo contemplaron inermes e inactivos, descartando con su inacción cualquier nueva variante de organización socialista de la sociedad y esperando el milagro capitalista.

No estaban adecuadamente informados, no estaban acostumbrados a decidir, no participaban realmente; aquellos no eran “su” Estado, ni “su” sistema político, ni “su” economía, de manera que tampoco los defendieron.

Al imponerse la lógica capitalista se le dio jaque mate a las debilitadas articulaciones del tejido social y político, potenciándose la división, el individualismo y el egoísmo entre personas y grupos de intereses corporativos que quedaron a merced del mercado capitalista.

El asunto es entonces de primordial importancia ideológica y política. Todo indica que si bien muchos hoy lamentan los logros perdidos y sienten el impacto brutal del capitalismo, tampoco añoran regresar al viejo orden de cosas, solo que perdieron la oportunidad histórica de continuar por un camino propio, de ejercer y controlar su rectificación y decidir sobre su futuro.

Quedó comprobado que solamente asegurando una participación real respaldada por una descentralización armónica y efectiva del poder, y amplios y generosos flujos de información oportuna y veraz den todos los órdenes, la ideología socialista puede enriquecerse, desarrollarse y constituir el núcleo esencial del escudo cultural de la nación.

La necesidad de integrar el proceso de cambios que tiene lugar hoy en la sociedad cubana en una concepción sistémica armónica y general, que de cuenta de las características de estos, de sus efectos sociales, de los desafíos éticos e ideológicos que implica, puede ser sin duda alguna calificada como apremiante.

Disponer de un programa sustentado en conceptos teóricos rigurosamente argumentados, siempre abiertos a ser desarrollados a tono con los cambios que se vayan operando en la sociedad y en el medio internacional, constituirá un medio decisivo para orientar todo el proceso de cambios, fundamentar las políticas particulares, explicarlas y lograr construir y consolidar el consenso.

La complejidad de la elaboración teórica de la construcción socialista en Cuba exige que no sea vista como la responsabilidad y tarea exclusivas del Estado, del gobierno, del partido –al que corresponde organizar ese proceso-, de instituciones académicas o de un grupo de intelectuales prominentes, sino como un proceso amplio, incluyente e interactivo en el que tome parte todo el pueblo, canalizando la inteligencia colectiva de la nación cubana, poniendo a su disposición los espacios necesarios en los medios de comunicación, fertilizando el debate, sintetizando las mejores experiencias y propuestas, resumiendo los principios y valores que existen en el seno de la sociedad.
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[1] Licenciado en Ciencias Políticas, Diplomado en teoría del proceso ideológico, Doctor en ciencias filosóficas, investigador y profesor titular, preside la cátedra de periodismo de investigación y es vicepresidente de la cátedra de comunicación y sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. dariomachadocuba@yahoo.es
[2] Ver: Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto de conmemoración del 55 Aniversario del triunfo de la Revolución, en el parque Carlos Manuel de Céspedes, Santiago de Cuba, el 1ro. de enero de 2014, “Año 56 de la Revolución”.
[3] “Todo proceso de cambios estructurales en una sociedad, implica poner en tensión todas sus potencialidades, pero también evitar errores que pueden ser muy costosos, llevados por el entusiasmo y la improvisación. Hay que ir paso a paso. En este proceso es preciso atender al desarrollo de una teoría general de la transición socialista en Cuba.” Ver Darío Machado Rodríguez, El trasfondo ideológico de los cambios en Cuba, CUBADEBATE, 4 de Abril de 2012.
[4] Según el diccionario del Español Moderno de Martín Alonso (Editorial AGUILAR, VI Edición, Madrid, 1982, Doctrina es en primera acepción “Enseñanza que se da sobre una materia” y en segunda acepción “Ciencia, sabiduría”.
[5] Una práctica colectiva, descentralizada y expedita tiene que ver más con el término de “comisión”, que evoca grupo de personas delegadas, que con el de “departamento” que evoca compartimiento, apartado y jerarquías. Pero si además  el departamento es “el de la ideología” y la comisión es para la  “orientación revolucionaria” lo que evoca su función educativa formativa, se completan las referencias a conceptos diferentes de enfocar la labor ideológica. No se plantea “volver” a la COR, sino cuestionar la concepción implícita en “el departamento”.
[6] Fidel Castro, 1ro. de Mayo de 2000.
[7] El período especial fue interpretado de diferentes maneras, incluyendo quienes lo vieron como una suerte de “paréntesis” que una vez cerrado permitiría continuar escribiendo la oración anterior. En su momento mi definición de “Período Especial” fue verlo como el tiempo mínimo que necesitaba la sociedad cubana para reorientar sus relaciones económicas y comerciales internacionales, reestructurar el aparato productivo y de servicios interno, y hacerlo salvando las conquistas fundamentales de la revolución, en primer lugar el poder político, garante de todas las demás.
[8] Esto se refiere no solo a la educación gratuita e igualitaria, la atención médica y la seguridad social básica, sino también a la distribución de alimentos con subsidio universal y muchas otras prestaciones (comedores obreros subsidiados, círculos infantiles, electricidad, etc.).
[9] No ya durante el Período Especial, sino siempre, un ciudadano recibía por la libreta de abastecimientos una lata de leche condensada con un precio de 20 centavos, pero no la vendía a otra persona por ese precio, sino que la cambiaba por otro producto que se asemejara a su valor real o la vendía a mayor precio.
[10] “De otro lado, hay que valorar con toda objetividad y crudeza que el MODELO ECONÓMICO MIXTO es COMPETITIVO Y ALTAMENTE CONTRADICTORIO por la diversidad de intereses que se ponen en juego, incluso muchos de ellos en franca pugna. La ECONOMÍA MIXTA DE TRANSICIÓN plantea al país la interrogante de QUIEN VENCE A QUIEN en el terreno económico, social y político. Las fuerzas tendientes a la conservación de la socialización bajo diversas modalidades se enfrentarán a aquellas orientadas a la disolución, la privatización y al capitalismo.” (Ponencia presentada por Víctor Figueroa Albelo en el Seminario sobre Democracia Participativa celebrado en  Santa Clara en Febrero de 1995 y posteriormente publicada en la revista Contrapunto)
[11] Considero indispensable para desarrollar una labor ideológica eficiente tener en cuenta tres elementos: la proyección de los escenarios sociopolíticos a mediano y largo plazo, la teoría de la transición socialista[11] que generalice y direccione todo el proceso de cambios y un diagnóstico actualizado del estado moral y político de la población cubana. Los tres considerados como procesos requeridos de periódica revisión. El enfoque científico de la construcción social es el fundamento de los tres, al permitir la prevención del voluntarismo y la reducción del error, constituye,  a la vez que constituye el fundamento para una labor ideológica eficiente.
[12] El empleo en entidades estatales o privadas de los gorritos rojos navideños con los graciosos pompones blancos, como si Cuba fuera un país del gélido norte o como si el sombrero de guano fuera una entidad menor, es un hecho real y emblemático, los anuncios de los cuentapropistas en inglés, las figuras del “dueño” y del “empleado”, etc.


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