Fútbol
y capitalismo financiero
Por
Maximiliano Raimondi
Tiempo
Argentino | 3 enero del 2014
Días
atrás tuve el gusto de presentar el libro Violencia en el fútbol,
investigaciones sociales y fracasos políticos", que compiló el
investigador del CONICET José Garriga Zucal, y que reúne más que interesantes
análisis y contenidos. He aquí lo que considero mi pensamiento central –desde
luego que sin pretensión científica ni académica alguna–acerca de un tema de
gran repercusión social.
Antes
que nada, se debe caracterizar la violencia. No se trata de una violencia que
surge de la pobreza. Reducirla a ello sería caer en la trampa ideológica de la
estigmatización de la pobreza, que acostumbra a asociarla con la violencia, con
el delito, con el clientelismo, en una visión clasista y racista, con el fin de
dejar a salvo violencia, delito y clientelismo practicados por quienes poseen
solvencia económica. En el caso del fútbol, me inclino a asociar
la violencia con la circulación de mucho dinero, mucho antes que con la
pobreza. En todo caso, si una persona pobre está integrada a un
circuito de violencia en el fútbol, lo más factible es que trabaje para alguien
que tiene mucho dinero. Tampoco creo que se trate de una violencia vinculada
con la pasión deportiva, como tal vez sí sucediera varias décadas atrás. Hoy el
origen no es la pasión, la pertenencia, la identificación con una divisa, en
contra de otra. Los hechos más graves de violencia resultan, en los últimos
tiempos, de rencillas surgidas del interior de una misma divisa.
Descartada
pues, la idea de una violencia asociada con fenómenos puntuales, prefiero referirla
a un entorno más estructural que es el modo de acumulación financiera. En
las últimas décadas hizo su aparición un capitalismo financiero en paralelo con
el productivo, que incluso fue acumulando un volumen de recursos mucho mayor
que el del universo productivo. Es decir, la multiplicación del capital se ha
independizado de la producción y el intercambio de bienes, para generar su
propio circuito a través de la pura circulación de dinero, de los llamados
productos derivados. Traslademos este razonamiento al fútbol. Su
naturaleza lúdica, su raíz deportiva, está conformada por el jugador, la
pelota, la cancha, los colores de la camiseta y el hincha. Con excepción de los
ingresos de contados astros deportivos, que son una minoría en comparación con el
conjunto de los futbolistas, el punto de acumulación de dinero
relacionado con el fútbol no tiene tanto que ver con su esencia deportiva, con
el juego en sí, sino con los negocios financieros que surgen a su alrededor.
Esto
es, el negocio de transferencias, intermediaciones, publicidad, indumentaria
deportiva, televisación de los partidos. Y, en el plano doméstico, el
merchandising, los estacionamientos, la venta de alimentos y bebidas en los
estadios, etcétera.
Es
aquí donde creo que reside el nudo del problema en nuestros días. Es
tal la cantidad de dinero que mueve el negocio del fútbol (no ya el
fútbol-deporte), que los niveles de violencia se tornan proporcionales al monto
de los intereses en disputa. Y reafirmo que se trata de un problema
estructural, y no futbolístico, ya que merchandising, estacionamiento y venta
de alimentos y bebidas se reproduce en todo espectáculo masivo, no sólo en los
partidos de fútbol, porque tiene que ver con un aumento de los niveles de
informalidad en la economía. Y con la ausencia del Estado. Ausencia de control
e incumplimiento de sus funciones esenciales. Así, el sueldo de un policía no
lo paga íntegramente el Estado, sino que una parte corre por cuenta del
particular al que le permiten estacionar sin riesgo a cambio de que le pague
una coima a ese agente policial. ¿Cuánto dinero se mueve a partir de que los
clubes cambian cada año su modelo de camiseta? La titular, y la alternativa.
¿Qué tiene que ver eso con la esencia lúdica? ¿Los jugadores juegan mejor por
eso? O lo que se fomenta es un consumismo y un negocio adicional que corren
por fuera del juego en sí mismo.
A
diferencia de antaño, son cada vez menos los casos en que un jugador permanece
años en un mismo club. Por eso, uno de los términos históricos de la identificación
con una divisa (camiseta-jugador-hincha) tiene menos relevancia. Hoy, la pasión
por un club se asocia con la infancia, con el barrio, con un vínculo familiar,
con el impacto causado por una campaña, pero no con la perdurabilidad de los
jugadores, porque estos rotan de club en club por períodos cada vez más breves.
Es decir, los jugadores no duran en sus clubes. De aquí que no se llegan a
identificar con la divisa, y esta pasa a ser un vínculo puramente simbólico
entre los colores del club y el hincha, sin el jugador en el medio, como lo era
en otras épocas. Pero no es casual que no duren. Sino que necesariamente deben
ser transferidos, porque con cada transferencia hay un conjunto de nuevas
profesiones que se enriquecen –fideicomisos, representantes, intermediarios,
dirigentes, periodistas (sí, periodistas que exageran las cualidades de un
jugador y luego cobran un porcentaje de su transferencia), entrenadores– aunque
muchos de ellos sean muy pataduras jugando al fútbol.
Y
este mecanismo va alcanzando niveles cada vez más altos, hasta hacer depender
de él la fijación de las propias reglas deportivas. Por ejemplo, la FIFA no
establecerá claramente si quienes hayan sido sancionados durante las
eliminatorias del campeonato Mundial se verán o no imposibilitados de jugar el
primer partido de la ronda final, hasta no saber si será alcanzada alguna
súper-estrella, porque ello resentiría el interés por la televisación y la
venta de entradas.
Y
todo esto trastoca la escala de valores elementales. Desde lo ético, una vida
vale más que un aviso de TV. Sin embargo, se ha persistido en jugar partidos aun
cuando hubiera muertes en los alrededores del estadio, por el sólo hecho de
cumplir los compromisos de televisación: una comprobación más de que lo
financiero está por encima de todo. Esto constituye una renuncia más de la
política a su rol de liderazgo ético y pedagógico en una sociedad.
Finalmente,
estoy seguro de que una firme decisión política podría terminar con los hechos
más graves de violencia relacionados con el fútbol. Me resisto a creer que el
Estado, en sus distintos niveles –nacional, provincial y municipal– deba
declarar su impotencia, y renuncie a ser más fuerte que los grupos de interés
que están comprometidos con negocios de la escala de los mencionados, que son,
a mi entender, la causa principal de la violencia en el fútbol.
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