03-01-2014
¿Cómo se “educan” los
directores de cine?
Estulticias de película
Fernando Buen Abad
Domínguez
Rebelión/Universidad
de la Filosofía
“…Ahora,
sin embargo, sería imposible imaginar nuestra vida cultural sin el cine”. León
Trotsky
También
el desarrollo de los “directores de cine” es desigual y combinado. Hay de todo
pero no reina lo mejor. La base dura y cruda, donde se transparenta lo que
piensan y hacen la mayoría, es la “industria” cinematográfica burguesa, sus
intereses mercantiles, sus prioridades ideológicas y sus vanidades
nauseabundas.
En
general los “directores de cine” son unos mercenarios ideológicos dedicados en
formar opiniones y gustos con respuesta mercantil rápida. Se han vuelto
corredores de inversiones y usinas de glamour rentable que, en simultáneo,
consolidan latifundios cuyo poder se expresa más en la capacidad de controlar
mercados que en la habilidad para producir arte burgués. Sin que lo descuiden.
Los hay muy destacados.
Algunos
de esos “directores de cine” han sido formados por el empirismo más descarnado.
La escuela de la “práctica” dicen. A fuerza de recorrer todos los rincones de
la industria, algunos creen que han ganado el derecho a ser el que “dirige”. Una
especie de moral de latifundista que sostiene la idea de que “los grandes
genios se forman desde abajo”. Y con ese ilusionismo en píldoras embaucan a
incautos que pasan su vida entera en los sótanos de la industria y jamás
vieron, ni verán, cómo se llega a las “cumbres”. Maneras tiene el capitalismo de
hacer invisible la lucha de clases. “Mas, por el momento, podemos
dormir tranquilos, pues la luz cinematográfica está convenientemente dosificada
y encadenada.” Luis Buñuel.
Otros
más, salen de las aulas universitarias (sucedáneos y conexos) donde se han
sistematizado, unas más y otras menos, algunas verdades del negocio
cinematográfico. ¿Qué le gusta al público? ¿Qué vende más? ¿Cuántos nombres
famosos garantizan la inversión y su recuperación? ¿Qué disfraza mejor la
realidad? ¿Qué pude ser mostrado sin que deje de ser negocio? … ¿Cómo se
fabrica el glamour de las baratijas ideológicas narradas en filmes
estereotipados… cuánto debe ponerse de trompadas, desnudos, vulgaridades y
acción? y, principalmente, ¿cómo se gana la confianza de los inversionistas y qué
ganancias aseguran esa confianza? Un poquito de ingenio, no poca creatividad y
mucho trabajo esmerado al servicio de la mercancía fílmica. Localidades
agotadas.
Cada
“director de cine” tiene responsabilidades según sea el desarrollo de la
industria, su momento histórico y sus ambiciones (sin contar cómo se laven
dólares, cómo se eludan impuestos y cómo se esclavice a los trabajadores que no
son del “starsystem”). A cambio de mantener sanas sus finanzas, la industria
tolera ciertas audacias, inteligencia, irreverencias y “críticas”. Nada que no
sea digerible con una buena chequera y contratos para películas nuevas. Una red
de estudios fílmicos, distribuidoras, salas de proyección y negociados
colaterales… aguarda permanentemente las “novedades” con qué seducir a las
masas para que llenen las salas y coman la chatarra corporativa fríamente
preparada para un modelo de consumo que “entra por los ojos”. No pocas veces
toda esa red de parásitos descansa sobre los hombros del “director de cine”,
cuya riqueza mítica suele depender de la riqueza que reparte entre sus
zánganos. Y para eso “estudian”.
La
industria cinematográfica burguesa ha sido capaz de exhibirse a sí misma con
toda impudicia, mostrar sus miserias y sus perversiones confiada en el pulso
cirujano de sus directores que, siempre con la mira en las ganancias, son
capaces de contemplar sin transformar. Arte de mercenarios que, obedientes al
mejor postor, son capaces de convertir en “show business” cualquier tragedia
humana y, después de cobrar ganancias, recibir premios a granel. No importa el
espesor ni el calibre del ilusionismo con que se vende la imagen de los
“directores de cine” son responsables de operar armas de guerra ideológica en
plena lucha de clases y sus objetivos no pueden esconderse bajo ninguna
estratagema del glamour farandulero.
Para
fortuna, también hay “directores de cine” que dirigen su práctica y su obra con
dirección emancipadora. Hacen visible la crisis de dirección revolucionaria que
padece la humanidad y buscan respuestas que además de ser revolucionarias son
cinematográficas. Son la minoría pero la cantidad no opaca su calidad. Su
dirección no es una pataleta esteticista de mercado sino un programa
emancipatorio que se libra en la economía tanto como en la ideología y en la estética.
Su meta no es el esnobismo sino el triunfo revolucionario de hacer visibles
todas las muertes y las bajezas que el capitalismo esconde bajo la alfombra de
la “realidad”, y además, hacer visibles los caminos para derrotar al
capitalismo, definitivamente. Su meta es ser ayudante del sepulturero que ya
cava la fosa histórica de esta etapa monstruosa que ha esclavizado a los seres
humanos.
Por
fortuna, hay “directores de cine” investigadores del nuevo relato
cinematográfico, “directores” comprometidos con hacer visibles no solamente los
estragos infernales del capitalismo contra los seres humanos, y contra el
planeta, sino también mostrar a los que luchan y cómo se produce la riqueza
simbólica nueva de la revolución permanente. Directores comprometidos con desarrollar
la dialéctica forma-contenido en la sintaxis audiovisual nueva para el relato
nuevo que la revolución requiere. Directores que no son serviles al modelo
burgués de producción de imágenes y que entienden que la riqueza del cine ha
sido secuestrada por mafias exhibicionistas que no dejan ver el nacimiento de
una mejor etapa de la humanidad que será nueva porque será hija de la
Revolución Permanente y porque será Socialista. Nada más y nada menos.
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