ENTREVISTA CON PETER DALE SCOTT
Las drogas y la máquina de guerra de Estados Unidos
por Maxime Chaix
El ex
diplomático canadiense Peter Dale Scott
aprovecha su jubilación para estudiar detalladamente el Sistema de Estados
Unidos y sigue describiéndolo en sus libros. En esta entrevista, responde a
nuestro colaborador Maxime Chaix, traductor de sus trabajos al idioma francés.
RED
VOLTAIRE | 24 DE DICIEMBRE DE 2013
Peter
Dale Scott es doctor en Ciencias Políticas, profesor emérito de Literatura
Inglesa de la Universidad de California (Berkeley), poeta y ex diplomático
canadiense. Su primer libro traducido al francés, The Road to 9/11, fue
publicado en septiembre de 2010 por Demi-Lune bajo el título La Route vers le
Nouveau Désordre Mondial [El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial] y le valió
los elogios del general de la fuerza aérea francesa Bernard Norlain en el
número 738 de la Revue Défense Nationale (marzo de 2011). Su más reciente
libro, La Machine de guerre américaine [la Máquina de Guerra de Estados
Unidos], fue publicado en francés por Éditions Demi-Lune en octubre de 2012 y
también fue recomendado por el general Norlain en el número 757 de la Revue
Défense Nationale (febrero de 2013).
Peter
Dale Scott publica regularmente artículos en el sitio web de la Red Voltaire.
Maxime Chaix: En su último libro, La
Machine de guerre américaine, usted estudia profundamente lo que usted llama la
«conexión narcótica global». ¿Puede aclararnos esa noción?
Peter Dale Scott: Permítame, ante todo, definir lo que yo
entiendo por «conexión narcótica». Las drogas no entran en Estados Unidos por
arte de magia. Importantes cargamentos de droga son enviados a veces a ese país
con el consentimiento y/o la complicidad directa de la CIA. Le voy a
poner un ejemplo que yo mismo cito en La Machine de guerre américaine. En ese
libro yo menciono al general Ramón
Guillén Dávila, director de una unidad antidroga creada por la CIA en
Venezuela, quien fue inculpado en Miami por haber introducido clandestinamente
una tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según el New York Times, «la CIA, a
pesar de las objeciones de la Drug Enforcement Administration [DEA], aprobó el
envío de al menos una tonelada de cocaína pura al aeropuerto internacional de
Miami [,] para obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga».
En total, según el Wall Street Journal, el general Guillén posiblemente envió
ilegalmente más de 22 toneladas de droga a Estados Unidos. Sin embargo,
las autoridades estadounidenses nunca solicitaron a Venezuela la extradición de
Guillén. Incluso, en 2007, cuando [Guillén] fue arrestado en su país por haber
planificado un intento de asesinato contra [el presidente] Hugo Chávez, el acta
de acusación contra ese individuo todavía estaba sellada en Miami. Lo cual no
es sorprendente, sabiendo que se trataba de un aliado de la CIA.
Pero la
conexión narcótica de la CIA no se limita a Estados Unidos y Venezuela sino
que, desde los tiempos de la postguerra, ha ido extendiéndose progresivamente a
través del mundo. En efecto, Estados Unidos ha tratado de ejercer su
influencia en ciertas partes del mundo pero, siendo una democracia, no podía
enviar el US Army a esas regiones. Así que desarrolló ejércitos de apoyo (proxy
armies) financiados por los traficantes de droga locales. Ese modus operandi se
convirtió poco a poco en una regla general. Ese es uno de los
principales temas de mi libro La Machine de guerre américaine. En ese libro yo
estudio específicamente la operación Paper, que comenzó en 1950 con
la utilización por parte de la CIA del ejército del KMT en Birmania, [fuerza]
que organizaba el tráfico de droga en la región. Cuando resultó que
aquel ejército era totalmente ineficaz, la CIA desarrolló su propia fuerza en
Tailandia (bajo el nombre de PARU). El oficial de inteligencia a cargo de esa
fuerza reconoció que el PARU financiaba sus operaciones con importantes cantidades de
droga.
Al
restablecer el tráfico de droga en el sudeste asiático, el KMT –como ejército
de apoyo– fue el preludio de lo que se convertiría en una costumbre de la CIA:
colaborar en secreto con grupos financiados a través de la droga para hacer la
guerra, como sucedió en Indochina y en el Mar de China meridional durante los
años 1950, 60 y 70, en Afganistán y en Centroamérica en los años 1980, en
Colombia en los años 1990, y nuevamente en Afganistán en 2001. Los responsables son nuevamente los
mismos sectores de la CIA, o sea los equipos encargados de organizar las
operaciones clandestinas. Se puede observar como desde la época de la
postguerra sus agentes, financiados con las ganancias que reportan esas
operaciones con narcóticos, se mueven de continente en continente repitiendo el
mismo esquema. Por eso es que podemos hablar de «conexión narcótica global».
Maxime Chaix: En La Machine de guerre américaine,
usted señala además que la producción de droga se desarrolla bruscamente en los
lugares donde Estados Unidos interviene con su ejército y/o sus servicios de
inteligencia y que esa producción disminuye cuando terminan esas
intervenciones. En Afganistán, en momentos en que la OTAN está retirando
paulatinamente sus tropas, ¿piensa usted que la producción disminuirá cuando
termine la retirada?
Peter Dale Scott: En el caso de Afganistán es interesante
ver que durante los años 1970, a medida que el tráfico de droga disminuía en el
sudeste asiático, la zona fronteriza pakistano-afgana se convertía poco a poco
en punto central del tráfico internacional de opio. Finalmente, en
1980, la CIA se implicó de manera indirecta, pero masiva, contra la URSS en la
guerra de Afganistán. Por cierto, Zbigniew Brzezinski se jactó ante Carter de
haber organizado el Vietnam de los soviéticos. Pero también desató una epidemia
de heroína en Estados Unidos. Antes de 1979 sólo entraban a ese país
muy pequeñas cantidades de opio proveniente del Creciente de Oro. Pero en un
solo año, el 60% de la heroína que entraba en Estados Unidos provenía de esa
región, según las estadísticas oficiales.
Como yo
mismo recuerdo en La Machine de guerre américaine, los costos sociales de
aquella guerra alimentada por la droga aún siguen afectándonos. Por ejemplo,
sólo en Pakistán existen hoy, al parecer, 5 millones de heroinómanos.
Sin embargo, en 2001, Estados Unidos reactivó, con ayuda de los traficantes,
sus intentos de imponer un proceso de edificación nacional a un cuasi-Estado
que cuenta no menos de una docena de grupos étnicos importantes que hablan
diferentes lenguas. En esa época, estaba perfectamente claro que la
intención de Estados Unidos era utilizar a los traficantes de droga para
posicionarse en el terreno en Afganistán. En 2001, la CIA creó su
propia coalición para luchar contra los talibanes reclutando –e incluso
importando– traficantes de droga que ya había tenido como aliados en los años
1980. Como en Laos –en 1959– y en Afganistán –en 1980–, la intervención
estadounidense fue una bendición para los cárteles internacionales de la droga.
Con la agravación del caos en las zonas rurales afganas y el aumento del
tráfico aéreo, la producción se multiplicó por más de 2 pasando de 3 276
toneladas en el año 2000 (y sobre todo de las 185 toneladas producidas en 2001,
año en que los talibanes prohibieron la producción de opio) a 8 200 toneladas
en 2007.
Hoy en
día es imposible determinar cómo evolucionará la producción de droga en
Afganistán. Pero si Estados Unidos y la OTAN se limitan a retirarse dejando el
caos tras de sí, todo el mundo sufrirá las consecuencias –con excepción de los
traficantes de droga, que se aprovecharían entonces del desorden para
[desarrollar] sus actividades ilícitas. Sería por lo tanto indispensable
establecer una colaboración entre Afganistán y todos los países vecinos,
incluyendo China y Rusia (que puede ser considerada una nación vecina debido a
sus fronteras con los Estados del Asia Central). El Consejo Internacional sobre
la Seguridad y el Desarrollo (ICOS) ha sugerido comprar y transformar el opio
afgano para utilizarlo con fines médicos en los países del Tercer Mundo, que lo
necesitan con gran urgencia. Pero Washington se opone a esa medida, difícil de
poner en práctica sin un sistema de preservación del orden eficaz y sólido. En
todo caso, tenemos que dirigirnos hacia una solución multilateral en la que se
incluya Irán, país muy afectado por el tráfico de droga proveniente de
Afganistán. Se trata además del país más activo en la lucha contra la
exportación de estupefacientes afganos y el que más pérdidas humanas está
sufriendo por causa de ese tráfico. Por consiguiente, habría que reconocer a
Irán como un aliado fundamental en la lucha contra esa plaga. Pero, por
numerosas razones, ese país es considerado como un enemigo en el mundo
occidental.
Maxime Chaix: En
su último libro, La Machine de guerre américaine, usted demuestra que una parte
importante de los ingresos narcóticos [de la droga] alimenta el sistema
bancario internacional, incluyendo los bancos de Estados Unidos, creando así
una verdadera «narconomía». En ese contexto, ¿qué cree usted del caso HSBC?
Peter Dale Scott: Primeramente, el escándalo de lavado de
dinero del HSBC nos lleva a pensar que la manipulación de ingresos narcóticos
por parte de ese banco pudo contribuir al financiamiento del terrorismo –como
ya había revelado una subcomisión del Senado en julio de 2012. Además, un nuevo
informe senatorial ha estimado que «cada año, entre 300 000 millones y un
millón de millones de dólares de origen criminal son lavados por los bancos a través
del mundo y la mitad de esos fondos transitan por los bandos estadounidenses».
En ese contexto, las autoridades gubernamentales nos explican que no se
desmantelará HSBC porque es demasiado importante en la arquitectura financiera
occidental. Hay que recordar que Antonio María Costa, el director de la
Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen (ONUDC), recordó que en 2008 «los
miles de millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en el
peor momento de la crisis [financiera] global».
Así
que el HSBC se puso de acuerdo con el Departamento [estadounidense] de Justicia
para pagar una multa de unos 1 920 millones de dólares, con lo cual evitará ser
objeto de acciones penales.
El
gobierno de Estados Unidos nos da a entender de esa manera que nadie será
condenado por esos crímenes porque, como ya señalé anteriormente, ese banco es
parte integrante del sistema. Eso es una confesión fundamental. En
realidad, todos los grandes bancos de importancia sistémica –no sólo el HSBC–
han reconocido haber creado filiales (los privates banks) concebidas
especialmente para el lavado de dinero sucio. Algunos han pagado
fuertes multas, habitualmente mucho menos importantes que las ganancias
generadas por el lavado de dinero. Y mientras dure esa impunidad, el sistema
seguirá funcionando de esa manera.
Es
un verdadero escándalo. Piense usted en un individuo cualquiera arrestado con
unos cuantos gramos de cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya a la
cárcel. Pero el banco HSBC puede haber lavado unos 7 000 millones de dólares de
ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie vaya a la
cárcel.
En
realidad, la droga es uno de los principales factores que sostienen el dólar,
lo cual explica el uso de la expresión «narconomía». Los 3 productos que más se
intercambian en el comercio internacional son, en primer lugar, el petróleo
seguido por las armas y después la droga. Esos 3 elementos están
interconectados y alimentan los bancos de la misma manera. Es por eso que el
sistema bancario global absorbe la mayoría del dinero de la droga. Así que en
La Machine de guerre américaine yo estudio de qué manera una parte de esos
ingresos narcóticos financia ciertas operaciones clandestinas estadounidenses.
Y analizo además las consecuencias que se derivan.
Maxime Chaix: Hace 10 años, la administración Bush
emprendía la guerra contra Irak, sin el aval del Consejo de Seguridad de la
ONU. ¿Qué balance hace usted de ese conflicto, sobre todo en relación con sus
costos humanos y financieros?
Peter Dale Scott: En mi opinión, ha habido dos grandes
desastres en la política exterior reciente de Estados Unidos: la guerra de
Vietnam, que no era necesaria, y la guerra de Irak, que lo era menos todavía.
El objetivo aparente de esa guerra era instaurar la democracia en ese país, lo
cual era una verdadera ilusión. Es el pueblo iraquí quien tiene que
determinar si está hoy en mejor situación que antes de esa guerra, pero yo dudo
que su respuesta sea afirmativa si se le consulta al respecto.
En
cuanto a los costos humanos y financieros, ese conflicto fue un desastre, tanto
para Irak como para Estados Unidos. Pero el ex vicepresidente Dick
Cheney acaba de declarar en un documental que él haría lo mismo [que antes] «al
minuto». Sin embargo, el Financial Times estimó recientemente que los
contratistas habían firmado con el gobierno de Estados Unidos contratos por más
de 138 000 millones de dólares en el marco de la reconstrucción de Irak.
Sólo la empresa KBR, filial de Halliburton –firma que dirigía el propio Dick
Cheney antes de convertirse en vicepresidente [de Estados Unidos]– firmó desde
2003 una serie de contratos federales por al menos 39 500 millones de dólares.
Recordemos también que a finales del año 2000 –un año antes del 11 de
septiembre– Dick Cheney y Donald Rumsfeld firmaron juntos un importante estudio
elaborado por el PNAC (el grupo de presión neoconservador conocido como
Proyecto para el Nuevo Siglo Americano). Aquel estudio, titulado «Reconstruir
las Defensas de América» (Rebuilding America’s Defenses), reclamaba sobre todo
un fuerte aumento del presupuesto de Defensa, el derrocamiento de Sadam Husein
en Irak y mantener tropas estadounidenses en la región del Golfo Pérsico,
incluso después de la caída del dictador iraquí. A pesar de los costos humanos
y financieros de esa guerra, ciertas empresas privadas sacaron cuantiosas
ganancias de ese conflicto, como yo mismo analizo en mi libro La Machine de
guerre américaine. Para terminar, cuando se ven las gravísimas tensiones que
hoy existen en el Medio Oriente entre los chiitas, respaldados por Irán, y los
sunnitas, que cuentan con el apoyo de Arabia Saudita y Qatar, tenemos que
recordar que la guerra contra Irak tuvo un impacto muy desestabilizador en toda
esa región…
Maxime Chaix: Precisamente, ¿cuál es su
punto de vista sobre la situación en Siria y las posibles soluciones?
Peter Dale Scott: Dado lo complejo de la situación no
existe una respuesta simple sobre lo que habría que hacer en Siria, al menos a
nivel local. Sin embargo, como ex diplomático, estoy convencido de que
necesitamos un consenso entre las grandes potencias. Rusia sigue insistiendo en la
necesidad de remitirse a los acuerdos de Ginebra. No es ese el caso de Estados
Unidos, que efectivamente fue en Libia más allá del mandato concedido por el
Consejo de Seguridad [de la ONU] y que está violando un consenso potencial en
Siria. No es ese el camino a seguir ya que, en mi opinión, es necesario
un consenso internacional. Si no, es posible que la guerra a través de
intermediarios entre chiitas y sunnitas en el Medio Oriente acabe por arrastrar
a Arabia Saudita e Irán a participar directamente en el conflicto sirio. Habría
entonces un riesgo de guerra entre Estados Unidos y Rusia. Así estalló la
Primera Guerra Mundial, desencadenada por un acontecimiento local en Bosnia. Y
la Segunda Guerra Mundial comenzó con una guerra por intermediarios en España,
donde Rusia y Alemania se enfrentaban indirectamente. Tenemos y podemos evitar
que se repita ese tipo de tragedia.
Maxime Chaix: ¿Pero no piensa usted que, por el
contrario, Estados Unidos está tratando hoy de ponerse de acuerdo con Rusia,
esencialmente a través de la diplomacia de John Kerry?
Peter Dale Scott: Para responder a esa pregunta, permítame
hacer una analogía en el Afganistán y en el Asia Central de los años 1990,
después de la retirada soviética. El problema recurrente en Estados Unidos es
que resulta difícil lograr un consenso en el seno del gobierno porque existe
una multitud de agencias que, a veces, tienen objetivos antagónicos. Lo cual se
traduce en la imposibilidad de obtener una política unificada y coherente. Eso
es precisamente lo que pudimos observar en Afganistán en 1990. El
Departamento de Estado quería llegar obligatoriamente a un acuerdo con Rusia.
Pero la CIA seguía trabajando con sus aliados narcóticos y/o yihadistas en
Afganistán. En aquella época Strobe Talbott –un amigo muy cercano del
presidente Clinton, a quien representaba con mucha influencia dentro del
Departamento de Estado– declaró con toda razón que Estados Unidos tenía que
llegar a un arreglo con Rusia en Asia Central, en vez de considerar esa región
como un «gran tablero» donde manipular los acontecimientos para obtener
ventajas (para retomar el concepto de Zbigniew Brzezinski). Pero, al
mismo tiempo, la CIA y el Pentágono estaban haciendo acuerdos secretos con
Uzbekistán, [acuerdos] que neutralizaron totalmente lo que Strobe Talbott
estaba tratando de hacer. Yo dudo que hayan desaparecido hoy en día ese tipo de
divisiones internas en el seno del aparato diplomático y de seguridad de
Estados Unidos.
En todo
caso, desde 1992, la doctrina de Wolfowitz que aplicaron los neoconservadores
de la administración Bush a partir de 2001 llama a la dominación global y
unilateral de Estados Unidos. Paralelamente, elementos más moderados del
Departamento de Estado tratan de negociar soluciones pacificas a los diferentes
conflictos en el marco de la ONU. Pero es imposible negociar la paz a la vez
que se exhorta a dominar el mundo a través de la fuerza militar. Desgraciadamente,
los halcones intransigentes se imponen más a menudo, por la simple razón de que
disponen de presupuestos más elevados –los presupuestos que alimentan La
Máquina de guerra estadounidense. Así que si usted logra compromisos
diplomáticos, esos halcones tendrán menos presupuesto, lo cual explica por qué
son las peores soluciones las que tienen tendencia a prevalecer en la política
exterior de Estados Unidos. Y eso es precisamente lo que pudiera impedir un
consenso diplomático entre Estados Unidos y Rusia en el caso del conflicto
sirio.
Maxime
Chaix
Fuente
Diplomatie
(Francia)
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