Por
qué odio a este puto país (Manifiesto antiespañol)
Rafael
Narbona
3
de julio 2012
Enviado
por tortilla en Jue, 10/31/2013 - 11:49
http://rafaelnarbona.es/?p=120
Cuando
de pequeño escuchaba que “España era una unidad de destino en lo universal”, me
preguntaba si se referían al éxito de Massiel en Eurovisión, cantando el “La,
la, la”, pero después del triunfo de la Roja en la Eurocopa 2012 he comprendido
que España aún sueña con fundar un Imperio Galáctico liderado por un risueño
Darth Vader ataviado con una montera y un capote carmesí. No es una broma.
Los
que siguieron la batalla librada contra una Italia debilitada por el
“bunga-bunga” del Lord Sith Berlusconi, pudieron comprobar que un torero
animaba a la selección, recordando al mundo que España siempre será la patria
del botijo, las tonadilleras, el tricornio y el garrote vil.
Odio
a este puto país porque al cruzar los Pirineos la caspa deja de ser un problema
de higiene y se convierte en un signo de identidad nacional. Odio a este puto
país porque sus pueblos aún martirizan a los animales, alegando que taladrar la
piel de un toro con un estoque o lanzar a una cabra desde un campanario es arte
y no tortura. Odio a este puto país porque presume de unos huevos de oro, pese
a su cobardía con las incontables víctimas de la rebelión de los generales en
1936. España es un gran cementerio bajo la luna, una gigantesca fosa
clandestina donde aún se amontonan los restos de maestros, poetas, obreros,
campesinos, socialistas, anarquistas y comunistas, asesinados por luchar contra
terratenientes, señoritos, banqueros, curas y militares. Nada augura que esos
restos hallarán una digna sepultura o que el espeluznante mausoleo de
Cuelgamuros será dinamitado, corriendo la misma suerte que los edificios y
monumentos de la Alemania nazi y la Italia fascista. Odio a este puto país
porque es un Reino y no una República, con un idiota coronado que extermina
elefantes, confraterniza con dictadores, colecciona Ferraris en mitad de una
pavorosa crisis económica y rivaliza con su tatarabuela Isabel II en
promiscuidad, molicie, avaricia, oportunismo, populismo, estulticia y
arribismo.
Odio
a este puto país porque ha convertido el traje de gitana en símbolo nacional,
sin avergonzarse de haber maltratado y hostigado durante siglos al pueblo
romaní, confinándole en lejanos basurales. Odio a este puto país porque su
unidad se ha construido sobre invasiones, matanzas y expolios. Odio a este puto
país porque se identifica con la bandera de los Borbones y no con la enseña
tricolor de la Segunda República. El rojo y gualda es una herencia (otra más)
del franquismo, una dictadura tan sangrienta como ridícula, donde un militar
bajito y con voz de espantapájaros se hizo llamar Caudillo y Generalísimo,
escribiendo algunas de las páginas más negras de la historia universal de la
infamia.
He
nacido en este puto país, pero preferiría ser un piel roja o un extraterrestre
perdido en el espacio. He nacido en este puto país, pero preferiría que la
selección española no hubiera ganado la Eurocopa, particularmente después de
saber que sus jugadores tributan sus bonificaciones en el extranjero para
eludir la presión fiscal.
He
nacido en este puto país, pero no me emocionan las victorias de Fernando Alonso
o Rafa Nadal, dos millonarios sin complejos que juegan con Hacienda al
escondite inglés. Rafa Nadal es tan buen chico que recuerda a Doris Day:
sonriente, educado, bobo, soso, lelo, acartonado, previsible. Si hubiera
trabajado en el Hollywood de los años 40, habría sido un aburrido galán de
serie B, incapaz de propinar un puñetazo creíble o de recitar su diálogo, sin
transmitir la sensación de ser el protagonista de una función escolar, con el
talento interpretativo de un chimpancé. Fernando Alonso no parece un buen
chico. Fernando Alonso tiene aires de rufián acostumbrado a matar las horas con
un palillo de dientes en la boca y una copa de anís en la mano. No hace falta
mucha imaginación para asignarle el papel de villano en una película de cine
mudo o de hampón en un entremés escenificado en una corrala atestada de
busconas y galeotes. Si se dejara crecer el bigote y una coleta, sería un
aceptable Fu Manchú, tejiendo planes maléficos para alimentar su megalomanía
hiperbólica.
Odio
a este puto país porque ha permitido que sus grandes cómicos murieran en un
inmerecido olvido. Gracita Morales pasó los últimos años de su vida sin recibir
ofertas de trabajo a la altura de su genio irrepetible. Condenada a interpretar
papeles secundarios en las series televisivas, se hundió poco a poco en la
depresión.
Odio
a este puto país porque algunos de sus grandes escritores han muerto en el
exilio, la cárcel o asesinados por españolistas furibundos. Las imágenes de un
Antonio Machado enfermo y prematuramente envejecido agonizando en una modesta
pensión de Colliure o de Miguel Hernández entregado a la Guardia Civil por la
policía del infame Salazar siempre nos recordarán la esencia de un país que ha
maltratado a sus poetas y nunca ha tolerado a sus disidentes. Ser heterodoxo en
España significa vivir con un pie en la horca. El asesinato de García Lorca
refleja ese odio atávico que siempre ha caracterizado a un país áspero y
huraño.
La
brutal paliza que tres falangistas le propinaron al cantante de copla Miguel de
Molina por ser homosexual y republicano aún inspira a los matones que apalean a
inmigrantes, “rojos y maricones”, abusando de sus músculos de gimnasio y del
calor de la manada, que les garantiza un victoria fácil sobre un rival
indefenso y con miedo a recurrir a una policía aficionada a los mamporros y a
la presunción de veracidad, una pirueta jurídica que atribuye a los agentes una
infalibilidad sobrenatural.
Odio
a este puto país porque se emociona con sus éxitos en el pueril entretenimiento
del balompié, sin reparar que los verdaderos héroes no son unos jugadores
adictos a los paraísos fiscales, sino los bomberos que extinguen incendios o
los mineros que se enfrentan con tirachinas a las bocachas de la Benemérita,
permitiéndonos soñar con una marea roja que ahogue a los adoradores del Becerro
de Oro. Odio a este puto país porque todos los años mueren decenas de mujeres,
asesinadas por un machismo profundamente enraizado en una sociedad que presume
de sus cojones, convirtiendo los genitales masculinos en la metáfora de su
chulería colectiva. Odio a este puto país porque se ha resignado a que el 20%
de los niños viva en la pobreza y a que las oligarquías financieras sigan
acumulando privilegios. Odio a este puto país porque ha asimilado el dogma de
la no violencia, olvidando que las grandes transformaciones sociales siempre se
han producido con estallidos revolucionarios. Conviene recordar que la heroica
defensa de Madrid durante 1936, la revolución de Asturias en 1934 o la Semana
Trágica de Barcelona en 1909 no se hicieron con manifestaciones pacíficas, sino
con dinamita, fusiles y cócteles Molotov. Odio a este puto país porque llama
terroristas a los autores de los atentados contra Melitón Manzanas y Carrero
Blanco. Melitón Manzanas era un brutal torturador que había perfeccionado sus
técnicas de interrogatorio con la Gestapo durante la ocupación de Francia.
Carrero Blanco era el gorila del régimen franquista, la quintaesencia de una
dictadura responsable de un genocidio. Sólo en la postguerra se fusiló a
192.000 personas en los diferentes campos de concentración levantados para
descabezar cualquier forma de resistencia u oposición.
Odio
a este puto país porque ya no lee a sus clásicos. Luis Cernuda describió el
alma española como “una meseta ardiente y andrajosa” que adquirió “una gloria
monstruosa” sometiendo a otros pueblos con su “sinrazón congénita”.
Valle-Inclán escribió que “en España el trabajo y la inteligencia siempre han
sido menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”. Por eso, hay que eviscerar
a los patronos y exhibir sus entrañas negras. “Todos los días una patrono
muerto, a veces dos… –apunta Max Estrella en Luces de bohemia (1924)-. Eso consuela”.
Y añade algo más adelante, comentando la infame ley de fugas aplicada a los
anarquistas: “La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de
España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza”.
Yo
sólo admiro a una Roja: Dolores Ibarruri, Pasionaria. Odiada por la derecha más
intolerante, encarna el espíritu de resistencia de la clase trabajadora, que se
arrojó a la calle para defender Madrid contra los militares golpistas.
Pasionaria es la madre de todos los rebeldes, de todos los que no se rinden, de
los que han perdido el miedo a las represalias y prefieren la muerte a las
humillaciones. Pasionaria es la España antifascista, roja, libertaria,
socialista, solidaria e igualitaria. Mi madre escuchó a la Pasionaria
despidiendo a las Brigadas Internacionales y aún recuerda su voz, llena de
emoción y dignidad. Los 9.000 voluntarios extranjeros que murieron en España
combatiendo al fascismo son los verdaderos héroes y no los deportistas que sólo
se preocupan de su peculio. Las protestas de los mineros podrían ser la primera
piedra de un futuro diferente, sin Borbones, Guardia Civil, políticos venales,
obispos homófobos, toreros sanguinarios, empresarios sin conciencia y banqueros
corruptos.
Valle-Inclán
soñó con una guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. Su afilado cartabón
sería la espada de Teseo decapitando a explotadores, represores, escritorzuelos
y usureros. No puede existir misericordia para los que conspiran contra la
sanidad, la escuela y el pan de las familias. Si ese sueño se realiza, si las
calles se llenan de banderas rojas y tricolores y se hace justicia con los
verdugos de la clase trabajadora, ser español ya no estará asociado a las
procesiones de Semana Santa y a la cabra de la Legión, sino a una insurrección que
hizo rodar cabezas, sin avergonzarse de imitar el color de la aurora,
convirtiendo las calles en ríos de sangre y el hotel Ritz en el cuartel general
de las milicias revolucionarias.
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