El
descubrimiento de Europa y los europeos el 12 de Octubre de 1492…
Abel
Posse*
El 12 de Octubre de 1492 fue
descubierta Europa y los europeos por los animales y hombres de los reinos
selváticos. Desde entonces fueron de desilusión en pena ante el paso de esos
seres blanquiñosos, más fuertes por astucia que por don. Se les veía como una angustiada
pero peligrosa congregación de expulsados del Paraíso, de la Unidad Primordial
de la que ningún hombre o animal tiene porqué alejarse.
Los desembarcados eran ladrones,
ambiciosos, mezquinos. Organizaban sus delirantes visiones del tiempo bajo el
nombre Historia (una especie de metafísica pista de carreras).
Se manejaban con ese
indiscutible coraje de quienes viven empujados por un miedo medular. Sus
triunfos implicaban necesariamente la desdicha: manifestaban una rotunda
incapacidad para comprender el equilibrio y el orden natural de las cosas. Cuando
juntaban ananáes, por ejemplo, cortaban también los verdes, las crías,
siguiendo rigurosos planes de acopiamiento que terminarían en colitis general.
Cuando pescaban, no sabían distinguir a los dorados y paiches hembras en ciclo
de desove. Si cazaban no ahorraban mono padre ni hembra preñada. Para admirar algún
papagayo Arcoíris que encontraban silbando alegremente, no sabían sino levantar
la ballesta y abatirlo para estudiarlo muerto, arruinado entre las botas y el fango.
Alguno científico, dibujaba el cadáver.
Su dios y símbolo de lo sagrado
eran dos leños cruzados que servían para clavar cuerpos: un instrumento de
torturas.
Los blanquiñosos estaban
inclinados a sembrar una muerte, preventiva, y general. Todo les parecía
amenaza, desde un huracán del Caribe hasta el paso de un niño indígena cantando
por la senda del bosque. Sólo en la muerte (de los otros) creían encontrar la
inmovilidad necesaria para su “Construcción”.
Los hombre y los animales
selváticos (seguramente también las plantas) pronto comprendieron que los
claros venían movidos por el signo de la depredación y de la angurria; que se
manifestaba en un impulso de muerte asesina (no la muerte biológica,
subsistencial, de las especies normales).
Pronto los despreciaron los jaguares
y las confederaciones de monos. Fueron los primeros, después casi todos. Los
mansísimos manatíes se sumergían al verlos porque cuando se ponían a cazarlos
no mataban uno o dos para comer, como sería comprensible, sino 30 ó 40 porque
alguien había dicho que era un buen negocio vender al por mayor el aceite en el
Cuzco. Llegó a ser tan extrema la costumbre de estas gentes que los pájaros dejaron
de cantar. Las multicolores bandadas huían negándoles alegría visual ante el primer
asomo de ese olor a zorrino enviudado que despedía el grupo ibérico.
Sólo buscaban complicidad con ellos los eternos
traidores: los zopilotes y otros interesados comedores de carroña, algunos
perros cimarrones buscando la domesticidad y los zorros inmorales. (Uno de
estos se fue haciendo amigo de Lope y solía dejarle de regalo alguna becacina
gorda o garzas que el Viejo hacia cocinar a la francesa. Se veía que el zorro preveía
un no muy lejano triunfo imperial de los
blanquecinos.)
Eran incapaces de la paz, la
tolerancia. ¿Porqué? Alguien, alguna vez, en sus tierras de constructividad, y
de desdicha, les había dicho que no era posible ser sin hacer; y que no
habíamos nacido para estar sino para hacernos el ser. Esta barbaridad, o
filosofía, cuyos sombríos detalles los hombres indios no podían todavía comprender,
se ponía de manifiesto en cada acto de los invasores.
Con increíble tenacidad
fundaban lo que ellos mismos –inexplicablemente – llamarían “el valle de
lágrimas”.
*Fragmento
de “Daimón”, novela de Abel Posse. Véase UN ARCANO MAYOR. LE JUGEMENT DES
MORTS, EL JUICIO DE LOS MUERTOS. EDITORIAL ARGOS VERGARA. S.A Impreso en España.
1981. pp. 28-30. El título y la transcripción son de Revista Libre Pensamiento.
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