Demencia neocolonial, guerra psicológica y la
complicidad de los medios
Toni Solo
Enviado
por tortilla en Mié, 10/16/2013 - 06:59
Tortilla
con sal, 9 de octubre 2013
Versión también en inglés en el siguiente vínculo:
http://www.tortillaconsal.com/albared/node/2504
Observar a alguien mientras se degenera y muere de demencia nos recuerda el complejo misterio de la mente humana y de su fragilidad desoladora. Las pausas y avances en el proceso físico de degeneración conducen inevitablemente al colapso humillante de las capacidades vitales como, por ejemplo, el apetito o poder tragar. Una vez así destruida, la persona que conocíamos cae rápidamente hacia la muerte, separada de los demás por una implacable barrera de la incoherencia, la desorientación y el olvido.
Se
siente la misma sensación al leer la producción intelectual occidental que
justifica o evade el bárbaro mal del terrorismo y agresión infligido por los
países de la OTAN contra Afganistán, Irak, Costa de Marfil, Libia, Siria y
otros países. Parece que las creencias falsas occidentales han avanzado a tal
grado que todo el degenerado sistema de la oligarquía corporativa del
capitalismo de consumo se ha arruinado hasta caer en una incoherencia
irrecuperable. Al observar los crímenes de lesa humanidad del Occidente, una
pregunta clave es sobre qué variedades de auto-engaño se hace posible para las
y los intelectuales occidentales promover las creencias falsas necesarias para
justificar los crímenes de sus gobiernos.
A
cierto nivel, muy poco ha cambiado desde los tiempos de la descolonización
después de 1945. Los antiguos poderes imperiales occidentales siguen desestabilizando
política y económicamente a los gobiernos que rechazan hacer lo que quiere Occidente.
Esos gobiernos pertinaces y sus dirigentes son satanizados por los medios
occidentales. Cuando mantienen su resistencia, Estados Unidos y sus aliados
promueven la subversión violenta contra ellos para así provocar violaciones de
los derechos humanos y la miseria general con la meta de derrocar a cualquiera
de ellos.
Los
poderes occidentales siempre han abusado del sistema de la Naciones Unidas para
aplicar sanciones genocidas y para justificar la agresión militar. Y si acaso
ni el aún corrupto sistema de las Naciones Unidas logra los resultados
deseados, los poderes occidentales recurren a la agresión armada unilateral, directamente
o por medio de sus peones regionales. Actualmente, este modo de operar se
aplica de la manera más obvia a Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela y
Zimbabwe. En años recientes, se ha aplicado exitosamente con algunos variantes
a Somalia, Haití, Honduras, Costa de Marfil y Libia.
Destrucción de Sirte, Libia por los bombardeos de la OTAN
En
Libia y en Siria, a los medios corporativos occidentales se han unido sus
contrapartes alternativas y el sector no gubernamental correspondiente. Todos
colaboran activamente como el brazo de guerra psicológica de la agresión
neocolonial de sus gobiernos. Un artículo reciente del
escritor irlandés Patrick Cockburn ofrece una oportunidad de ver cómo un
destacado apologista progresista de Occidente neocolonial, defiende los hechos
facilitados en años recientes por su clase intelectual-gerencial.
Sería
difícil encontrar un ejemplo más claro de las premisas y perspectivas con base en
las que aquella clase construye su producción intelectual. Al dirigirse hacia
las faltas de la cobertura de los medios occidentales en Afganistán, Irak,
Libia y Siria, Patrick Cockburn omite sacar las obvias conclusiones con
respecto al papel jugado en la guerra psicológica occidental por las y los
trabajadores mediáticos y las y los intelectuales. Su artículo es una evasión
esmerada de la falsedad motivada por la ideología de aquellos trabajadores,
incluso por la suya.
Cockburn
empieza por observar en relación a las recientes guerras neocoloniales, que “A
pesar de los aparentes éxitos militares, en ninguno de estos casos, la
oposición local y sus patrones han logrado consolidar el poder y
establecer estados estables.” Pero Cockburn no saca la conclusión obvia; a
saber, que esos movimientos de oposición no tenían suficiente apoyo popular
para derrocar a su gobierno. Esto contrasta marcadamente con los ejemplos de
revoluciones verdaderas como las de Cuba y Nicaragua, donde más del 70% de la
población apoyaba su eventual triunfo revolucionario, tras lo cual se vieron agredidos
inmediatamente por Estados Unidos.
La premisa implícita de Patrick Cockburn parece ser que los
poderes occidentales esperaban poder establecer estados estables en Afganistán,
en Irak y en Libia. Pero no ofrece ningún apoyo para una suposición tan benigna. En cambio, nota
acertadamente que, “Más que en otros conflictos armados, éstos han sido guerras
de propaganda en que los periodistas de la prensa, la televisión y la radio han
jugado un papel central.” Vale la pena examinar lo que esto quiere decir. Los
medios occidentales son organizados deliberadamente para filtrar de una manera
ideológicamente selectiva la enorme cantidad de insumos que reciben para
excluir las perspectivas contradictorias del punto de vista occidental,
procedentes del mundo mayoritario.
Este
proceso involucra un puñado de medios altamente concentrados en los países de
la OTAN y de sus aliados. El Internet ha hecho posible que medios más pequeños puedan
comenzar a tener un impacto. Pero aún así, los medios globales de información
en los idiomas europeos quedan controlados por los insumos cuidadosamente
filtrados procedentes de un número muy reducido de agencias de noticias
occidentales. Casi nunca se encuentran reportajes noticiosos procedentes de
agencias no-occidentales que contradigan el razonamiento fundamental de las
políticas de los gobiernos occidentales.
Enfocándose
estrechamente sobre países en los que él ha tenido experiencia directa, pero sin
referirse al patrón global más amplio de agresión de los países de la OTAN,
Patrick Cockburn comete las mismas faltas de omisión que él identifica
correctamente en los reportajes de sus colegas. La tarea que él se asigna, la de
examinar las faltas en los reportajes de los medios occidentales, es falsa
porque él deliberadamente omite explorar su papel como componente de la guerra
psicológica. Comenta de Afganistán, Irak, Libia y Siria que, “Durante estas
cuatro campañas, el mundo en general ha quedado con conceptos falsos aún sobre
la identidad de los victoriosos y los derrotados.”
Pero
al explicar esto, Cockburn hace la banal observación que son los reportajes
dramáticos los que captan la atención y los títulos. Y anotándolo, mueve parte
de la responsabilidad de los reportajes falsos e incorrectos de los periodistas
hacia los editores. Pero eso, en sí, omite otra pregunta amplia relacionada al
tema de qué tipo de persona se emplea en las organizaciones mediáticas de los
países de la OTAN. Evidentemente, son ser personas dispuestas a reportar desde
dentro del marco ideológico dominante occidental a favor de la OTAN.
Cockburn
alude a esta conclusión, pero sin hacerla explícita, al escribir que “las
simplificaciones excesivas eran groseras y engañosas más de lo normal en
Afganistán e Irak cuando se unieron a la propaganda política.” Y así procede a
hacer un resumen compuesto de los acontecimientos recientes en Egipto y en
Bahréin de una manera que los une implícitamente a los acontecimientos en
Siria, como si todo fuera, de algún modo, homogéneo, sólo porque todos los
gobiernos de aquellos países usaban medidas de represión similares contra los
disturbios que enfrentaban. Esta sugerencia contradice las propias advertencias
de Cockburn contra las explicaciones fáciles de acontecimientos complejos.
Sobre Siria, Cockburn omite mencionar la relevancia de
eventos muy importantes efectuados en ella, como las elecciones parlamentarias y
su referéndum constitucional. Esta omisión rinde algo insincero a su comentario
que “las guerras irregulares o de guerrilla siempre son intensamente políticas
y ninguna tanto como los raros conflictos con desarrollo esporádico que se
desarrollaban después de 11 de septiembre 2001.” Da la impresión que él
estuviera observando desde afuera, pero está hablando también de sí mismo. De
hecho, las omisiones en este artículo de opinión de Patrick Cockburn son las que
definen la naturaleza esencialmente ideológica de su argumento. Él nota de
manera crítica, “La Historia –incluso la historia de sus propios países– no
tenía nada qué enseñar a esta generación de radicales y revolucionarios
aprendices.”
Así
que habría sido razonable esperar encontrar alguna referencia a la experiencia
en la década de los 80 de países como Afganistán, Nicaragua, Mozambique y
Angola. De igual manera, obviamente relevantes son los conflictos más recientes
como los de Costa Marfil, de Somalia o de los países de los Grandes Lagos
Africanos. También, los países de la OTAN, en años recientes, han aplicado el
mismo tipo de agresión de baja intensidad contra Haití, Zimbabwe y Venezuela; misma
que usaron durante décadas, en mayor o
menor grado, contra Irak, Libia y Siria. De hecho, Cockburn salta por encima de
toda esta historia tan relevante para citar ante todo la relevancia de... los
levantamientos europeos de 1848.
Cockburn
distrae a sus lectores por medio de simpáticas referencias a su propia
experiencia en Irak, Libia y Siria, a la vez que vuelve a advertir contra la
simplificación excesiva. Sin embargo, algunas cosas sí son extremadamente
sencillas, como el mismo Cockburn comenta con respecto a Libia: “El
enfoque mediático en las escaramuzas pintorescas distraía la atención del hecho
central que Gaddhafi fue derrocado por la intervención militar de los EE.UU,
Gran Bretaña y Francia.” De la misma manera, los episodios agraciados de
primera mano de Cockburn distraen a sus lectores de la evidente conclusión que
el gobierno libio fue más legítimo que la violenta oposición minoritaria. Lo
mismo es cierto en el caso de Siria.
Sobre
Libia, Cockburn menciona un par de ejemplos de la propaganda falsa, pero omite
que cada acusación occidental lanzada por los gobiernos, las ONGs y los medios
de información fueron completamente falsos desde el inicio. Por ejemplo, los
primeros incidentes en Benghazi de febrero 2011, lejos de ser principalmente
manifestaciones pacíficas, incluyeron asaltos bien armados y planificados
contra las bases de las fuerzas libias de seguridad, ejecutados por rebeldes
apoyados por numerosos terroristas extranjeros. Fue totalmente falso que Gaddhafi
hubiera masacrado manifestaciones pacíficas. Tampoco fue verdad que el ejército
libio empleara mercenarios africanos.
Sin embargo ambas mentiras se incluyeron en la desgraciada
Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se dejó
pasar de la manera más vergonzosa por los diplomáticos de Rusia y China. Durante febrero y marzo
del 2011, se generalizaron los linchamientos racistas por los rebeldes,
atacando a los decenas de miles de trabajadores africanos atraídos a Libia por
las generosas políticas del gobierno de entonces. Sin embargo, los medios
occidentales no reportaron aquellas masivas violaciones de los derechos humanos
y, mucho menos, lo que significaban en términos de la falsa revolución de los
rebeldes. La Resolución 1973 llamaba a todas las partes en conflicto a trabajar
por una solución pacífica. Pero alrededor del 19 de marzo, cuando la Resolución
llegó a ser vigente, los rebeldes rechazaron las negociaciones de paz porque
sabían que los gobiernos de la OTAN habían decidido apoyarlos militarmente de
manera directa.
De
igual manera, ningún medio occidental cubrió de una manera comprensiva la
humillación total de los países de la Unión Africana en sus urgentes esfuerzos
de promover una tregua para facilitar negociaciones de paz. Desde un inicio,
los hechos fueron manipulados para facilitar las políticas agresivas
occidentales y todo, incluso las políticas de cobertura mediática, fue dirigido
hacia la guerra total, completa, con deliberados bombardeos de blancos civiles,
contra el pueblo libio. El cínico fracaso moral de Occidente jamás fue más
evidente de parte de todos sus sectores, incluyendo la crema de su clase
intelectual progresista neocolonial. Casi nadie entre los más destacados
intelectuales y escritores occidentales, incluyendo Patrick Cockburn, alzó la
voz en contra de la agresión contra Libia.
Cockburn
llegó a Trípoli, Libia, después que la ciudad había caído frente a la ofensiva
de las fuerzas de la OTAN y su aliado Qatar, lo que permitió a los rebeldes
pretender que fueron ellos mismos los que habían capturado la ciudad. En ese
momento, el sitio web alternativo Coutnerpunch publicó varios artículos de
diferentes escritores, entre ellos Patrick Cockburn. Pero ninguno de estos
escritores reportaba de una manera fiel el criminal genocidio de la OTAN contra
los libios que seguían defendiendo su Yamahiria durante y después de la caída
de Trípoli.
Tampoco
dieron una justa cobertura al salvaje bombardeo de Bani Walid y Sirte o a la
compleja realidad de la actividad de la resistencia verde en el resto del país.
Por ejemplo, un reportaje extraño de Cockburn en Coutnerpunch repitió un rumor
escuchado por él en Trípoli: que fuerzas leales a Muammar al Gaddhafi se habían
replegado hacia el Sur a la provincia de Fezzan y que iban a sabotear el
suministro de agua hacia el norte de Libia. Ese reportaje falso, después
parecía desaparecer del sitio de Coutnerpunch sin ninguna explicación.
Pero
indica la frívola complicidad de Patrick Cockburn y Coutnerpunch en la
satanización de Muammar al-Gaddhafi. En ese momento, el dirigente libio
acompañaba a su ejército en Sirte, antes de su asesinato que provocó tanto
sádico placer a Hillary Clinton. Entonces, no sorprende del todo que cuando
Cockburn vuelve a ofrecer otro ejemplo de la falsa propaganda contra la Yamahiria
libia durante esa cruenta guerra, de nuevo el escritor omite abordar el tema de
la amplia duplicidad de los medios occidentales. En lugar de eso, elabora una
débil y contradictoria coartada que busca exculpar a los periodistas por su
cobertura de ese tipo de conflicto, una cobertura al servicio de la propaganda
gubernamental de los países de la OTAN, directamente o por defecto.
Este artículo de Patrick Cockburn demuestra que ignorar lo
que es evidente puede ser todavía más pernicioso que mantener absurdas
creencias falsas.
Los reportajes de asuntos extranjeros por Cockburn no tendrían donde publicarse
si él no aceptara las reglas del juego del sistema mediático occidental,
organizado para promover la guerra psicológica contra quienes son percibidos como
el enemigo por los gobiernos occidentales. Esta guerra psicológica está clara
en los ataques de aquellos medios contra Hugo Chávez y Nicolás Maduro en
Venezuela, contra la Revolución Cubana, contra Daniel Ortega y Rosario Murillo
en Nicaragua, o contra otros dirigentes de América Latina.
Muestra de la destrucción de Siria por los mercenarios de la OTAN
El
bárbaro mal de la destrucción por los países de la OTAN de Libia y de Siria,
dos países árabes muy exitosas, se refleja también en el profundo fracaso moral
de las y los intelectuales occidentales al no reconocer su complicidad en los
crímenes de lesa humanidad de sus gobiernos. Individuos como Nelson Mandela y Hugo
Chávez responsables de incuestionables transformaciones positivas en sus
países, trataban a Muammar al-Gaddhafi como el gran estadista antiimperialista
que fue. Todavía es dudoso si va a ser o no posible impedir una agresión
directa de los bárbaros de la OTAN contra Siria, pero, pase lo que pase, el
lugar histórico de Bashar al-Assad también será el de un gran estadista
antiimperialista.
Las
guerras en Libia y Siria han demostrado categóricamente el muy claro compromiso
de la clase intelectual-gerencial de Occidente con las premisas neocoloniales
fundamentales de sus gobiernos. En ese contexto, el artículo de Patrick
Cockburn constituye una obra maestra de la evasión. Su publicación en numerosos
sitios de los medios alternativos progresistas indica una ósmosis insidiosa
entre aquellos medios y los grandes medios corporativos, una ósmosis que ha
destruido casi completamente la consciencia antiimperialista políticamente
eficaz en Occidente.
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