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jueves, 17 de octubre de 2013

Demencia neocolonial, guerra psicológica y la complicidad de los medios

Demencia neocolonial, guerra psicológica y la complicidad de los medios
Toni Solo

Enviado por tortilla en Mié, 10/16/2013 - 06:59

Tortilla con sal, 9 de octubre 2013

Versión también en inglés en el siguiente vínculo: 

http://www.tortillaconsal.com/albared/node/2504

Observar a alguien mientras se degenera y muere de demencia nos recuerda el complejo misterio de la mente humana y de su fragilidad desoladora. Las pausas y avances en el proceso físico de degeneración conducen inevitablemente al colapso humillante de las capacidades vitales como, por ejemplo, el apetito o poder tragar. Una vez así destruida, la persona que conocíamos cae rápidamente hacia la muerte, separada de los demás por una implacable barrera de la incoherencia, la desorientación y el olvido.

Se siente la misma sensación al leer la producción intelectual occidental que justifica o evade el bárbaro mal del terrorismo y agresión infligido por los países de la OTAN contra Afganistán, Irak, Costa de Marfil, Libia, Siria y otros países. Parece que las creencias falsas occidentales han avanzado a tal grado que todo el degenerado sistema de la oligarquía corporativa del capitalismo de consumo se ha arruinado hasta caer en una incoherencia irrecuperable. Al observar los crímenes de lesa humanidad del Occidente, una pregunta clave es sobre qué variedades de auto-engaño se hace posible para las y los intelectuales occidentales promover las creencias falsas necesarias para justificar los crímenes de sus gobiernos.

A cierto nivel, muy poco ha cambiado desde los tiempos de la descolonización después de 1945. Los antiguos poderes imperiales occidentales siguen desestabilizando política y económicamente a los gobiernos que rechazan hacer lo que quiere Occidente. Esos gobiernos pertinaces y sus dirigentes son satanizados por los medios occidentales. Cuando mantienen su resistencia, Estados Unidos y sus aliados promueven la subversión violenta contra ellos para así provocar violaciones de los derechos humanos y la miseria general con la meta de derrocar a cualquiera de ellos.

Los poderes occidentales siempre han abusado del sistema de la Naciones Unidas para aplicar sanciones genocidas y para justificar la agresión militar. Y si acaso ni el aún corrupto sistema de las Naciones Unidas logra los resultados deseados, los poderes occidentales recurren a la agresión armada unilateral, directamente o por medio de sus peones regionales. Actualmente, este modo de operar se aplica de la manera más obvia a Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela y Zimbabwe. En años recientes, se ha aplicado exitosamente con algunos variantes a Somalia, Haití, Honduras, Costa de Marfil y Libia.

 Destrucción de Sirte, Libia por los bombardeos de la OTAN

En Libia y en Siria, a los medios corporativos occidentales se han unido sus contrapartes alternativas y el sector no gubernamental correspondiente. Todos colaboran activamente como el brazo de guerra psicológica de la agresión neocolonial de sus gobiernos.  Un artículo reciente del escritor irlandés Patrick Cockburn ofrece una oportunidad de ver cómo un destacado apologista progresista de Occidente neocolonial, defiende los hechos facilitados en años recientes por su clase intelectual-gerencial.

Sería difícil encontrar un ejemplo más claro de las premisas y perspectivas con base en las que aquella clase construye su producción intelectual. Al dirigirse hacia las faltas de la cobertura de los medios occidentales en Afganistán, Irak, Libia y Siria, Patrick Cockburn omite sacar las obvias conclusiones con respecto al papel jugado en la guerra psicológica occidental por las y los trabajadores mediáticos y las y los intelectuales. Su artículo es una evasión esmerada de la falsedad motivada por la ideología de aquellos trabajadores, incluso por la suya.

Cockburn empieza por observar en relación a las recientes guerras neocoloniales, que “A pesar de los aparentes éxitos militares, en ninguno de estos casos, la oposición local y sus patrones han logrado consolidar  el poder y establecer estados estables.” Pero Cockburn no saca la conclusión obvia; a saber, que esos movimientos de oposición no tenían suficiente apoyo popular para derrocar a su gobierno. Esto contrasta marcadamente con los ejemplos de revoluciones verdaderas como las de Cuba y Nicaragua, donde más del 70% de la población apoyaba su eventual triunfo revolucionario, tras lo cual se vieron agredidos inmediatamente por Estados Unidos.

La premisa implícita de Patrick Cockburn parece ser que los poderes occidentales esperaban poder establecer estados estables en Afganistán, en Irak y en Libia. Pero no ofrece ningún apoyo para una suposición tan benigna. En cambio, nota acertadamente que, “Más que en otros conflictos armados, éstos han sido guerras de propaganda en que los periodistas de la prensa, la televisión y la radio han jugado un papel central.” Vale la pena examinar lo que esto quiere decir. Los medios occidentales son organizados deliberadamente para filtrar de una manera ideológicamente selectiva la enorme cantidad de insumos que reciben para excluir las perspectivas contradictorias del punto de vista occidental, procedentes del mundo mayoritario.

Este proceso involucra un puñado de medios altamente concentrados en los países de la OTAN y de sus aliados. El Internet ha hecho posible que medios más pequeños puedan comenzar a tener un impacto. Pero aún así, los medios globales de información en los idiomas europeos quedan controlados por los insumos cuidadosamente filtrados procedentes de un número muy reducido de agencias de noticias occidentales. Casi nunca se encuentran reportajes noticiosos procedentes de agencias no-occidentales que contradigan el razonamiento fundamental de las políticas de los gobiernos occidentales.

Enfocándose estrechamente sobre países en los que él ha tenido experiencia directa, pero sin referirse al patrón global más amplio de agresión de los países de la OTAN, Patrick Cockburn comete las mismas faltas de omisión que él identifica correctamente en los reportajes de sus colegas. La tarea que él se asigna, la de examinar las faltas en los reportajes de los medios occidentales, es falsa porque él deliberadamente omite explorar su papel como componente de la guerra psicológica. Comenta de Afganistán, Irak, Libia y Siria que, “Durante estas cuatro campañas, el mundo en general ha quedado con conceptos falsos aún sobre la identidad de los victoriosos y los derrotados.”

Pero al explicar esto, Cockburn hace la banal observación que son los reportajes dramáticos los que captan la atención y los títulos. Y anotándolo, mueve parte de la responsabilidad de los reportajes falsos e incorrectos de los periodistas hacia los editores. Pero eso, en sí, omite otra pregunta amplia relacionada al tema de qué tipo de persona se emplea en las organizaciones mediáticas de los países de la OTAN. Evidentemente, son ser personas dispuestas a reportar desde dentro del marco ideológico dominante occidental a favor de la OTAN.

Cockburn alude a esta conclusión, pero sin hacerla explícita, al escribir que “las simplificaciones excesivas eran groseras y engañosas más de lo normal en Afganistán e Irak cuando se unieron a la propaganda política.” Y así procede a hacer un resumen compuesto de los acontecimientos recientes en Egipto y en Bahréin de una manera que los une implícitamente a los acontecimientos en Siria, como si todo fuera, de algún modo, homogéneo, sólo porque todos los gobiernos de aquellos países usaban medidas de represión similares contra los disturbios que enfrentaban. Esta sugerencia contradice las propias advertencias de Cockburn contra las explicaciones fáciles de acontecimientos complejos.



Sobre Siria, Cockburn omite mencionar la relevancia de eventos muy importantes efectuados en ella, como las elecciones parlamentarias y su referéndum constitucional. Esta omisión rinde algo insincero a su comentario que “las guerras irregulares o de guerrilla siempre son intensamente políticas y ninguna tanto como los raros conflictos con desarrollo esporádico que se desarrollaban después de 11 de septiembre 2001.” Da la impresión que él estuviera observando desde afuera, pero está hablando también de sí mismo. De hecho, las omisiones en este artículo de opinión de Patrick Cockburn son las que definen la naturaleza esencialmente ideológica de su argumento. Él nota de manera crítica, “La Historia –incluso la historia de sus propios países– no tenía nada qué enseñar a esta generación de radicales y revolucionarios aprendices.”

Así que habría sido razonable esperar encontrar alguna referencia a la experiencia en la década de los 80 de países como Afganistán, Nicaragua, Mozambique y Angola. De igual manera, obviamente relevantes son los conflictos más recientes como los de Costa Marfil, de Somalia o de los países de los Grandes Lagos Africanos. También, los países de la OTAN, en años recientes, han aplicado el mismo tipo de agresión de baja intensidad contra Haití, Zimbabwe y Venezuela; misma  que usaron durante décadas, en mayor o menor grado, contra Irak, Libia y Siria. De hecho, Cockburn salta por encima de toda esta historia tan relevante para citar ante todo la relevancia de... los levantamientos europeos de 1848.

Cockburn distrae a sus lectores por medio de simpáticas referencias a su propia experiencia en Irak, Libia y Siria, a la vez que vuelve a advertir contra la simplificación excesiva. Sin embargo, algunas cosas sí son extremadamente sencillas, como el mismo Cockburn comenta con respecto a Libia: “El enfoque mediático en las escaramuzas pintorescas distraía la atención del hecho central que Gaddhafi fue derrocado por la intervención militar de los EE.UU, Gran Bretaña y Francia.” De la misma manera, los episodios agraciados de primera mano de Cockburn distraen a sus lectores de la evidente conclusión que el gobierno libio fue más legítimo que la violenta oposición minoritaria. Lo mismo es cierto en el caso de Siria.

Sobre Libia, Cockburn menciona un par de ejemplos de la propaganda falsa, pero omite que cada acusación occidental lanzada por los gobiernos, las ONGs y los medios de información fueron completamente falsos desde el inicio. Por ejemplo, los primeros incidentes en Benghazi de febrero 2011, lejos de ser principalmente manifestaciones pacíficas, incluyeron asaltos bien armados y planificados contra las bases de las fuerzas libias de seguridad, ejecutados por rebeldes apoyados por numerosos terroristas extranjeros. Fue totalmente falso que Gaddhafi hubiera masacrado manifestaciones pacíficas. Tampoco fue verdad que el ejército libio empleara mercenarios africanos.

Sin embargo ambas mentiras se incluyeron en la desgraciada Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que se dejó pasar de la manera más vergonzosa por los diplomáticos de Rusia y China. Durante febrero y marzo del 2011, se generalizaron los linchamientos racistas por los rebeldes, atacando a los decenas de miles de trabajadores africanos atraídos a Libia por las generosas políticas del gobierno de entonces. Sin embargo, los medios occidentales no reportaron aquellas masivas violaciones de los derechos humanos y, mucho menos, lo que significaban en términos de la falsa revolución de los rebeldes. La Resolución 1973 llamaba a todas las partes en conflicto a trabajar por una solución pacífica. Pero alrededor del 19 de marzo, cuando la Resolución llegó a ser vigente, los rebeldes rechazaron las negociaciones de paz porque sabían que los gobiernos de la OTAN habían decidido apoyarlos militarmente de manera directa.

De igual manera, ningún medio occidental cubrió de una manera comprensiva la humillación total de los países de la Unión Africana en sus urgentes esfuerzos de promover una tregua para facilitar negociaciones de paz. Desde un inicio, los hechos fueron manipulados para facilitar las políticas agresivas occidentales y todo, incluso las políticas de cobertura mediática, fue dirigido hacia la guerra total, completa, con deliberados bombardeos de blancos civiles, contra el pueblo libio. El cínico fracaso moral de Occidente jamás fue más evidente de parte de todos sus sectores, incluyendo la crema de su clase intelectual progresista neocolonial. Casi nadie entre los más destacados intelectuales y escritores occidentales, incluyendo Patrick Cockburn, alzó la voz en contra de la agresión contra Libia.

Cockburn llegó a Trípoli, Libia, después que la ciudad había caído frente a la ofensiva de las fuerzas de la OTAN y su aliado Qatar, lo que permitió a los rebeldes pretender que fueron ellos mismos los que habían capturado la ciudad. En ese momento, el sitio web alternativo Coutnerpunch publicó varios artículos de diferentes escritores, entre ellos Patrick Cockburn. Pero ninguno de estos escritores reportaba de una manera fiel el criminal genocidio de la OTAN contra los libios que seguían defendiendo su Yamahiria durante y después de la caída de Trípoli.

Tampoco dieron una justa cobertura al salvaje bombardeo de Bani Walid y Sirte o a la compleja realidad de la actividad de la resistencia verde en el resto del país. Por ejemplo, un reportaje extraño de Cockburn en Coutnerpunch repitió un rumor escuchado por él en Trípoli: que fuerzas leales a Muammar al Gaddhafi se habían replegado hacia el Sur a la provincia de Fezzan y que iban a sabotear el suministro de agua hacia el norte de Libia. Ese reportaje falso, después parecía desaparecer del sitio de Coutnerpunch sin ninguna explicación.

Pero indica la frívola complicidad de Patrick Cockburn y Coutnerpunch en la satanización de Muammar al-Gaddhafi. En ese momento, el dirigente libio acompañaba a su ejército en Sirte, antes de su asesinato que provocó tanto sádico placer a Hillary Clinton. Entonces, no sorprende del todo que cuando Cockburn vuelve a ofrecer otro ejemplo de la falsa propaganda contra la Yamahiria libia durante esa cruenta guerra, de nuevo el escritor omite abordar el tema de la amplia duplicidad de los medios occidentales. En lugar de eso, elabora una débil y contradictoria coartada que busca exculpar a los periodistas por su cobertura de ese tipo de conflicto, una cobertura al servicio de la propaganda gubernamental de los países de la OTAN, directamente o por defecto.

Este artículo de Patrick Cockburn demuestra que ignorar lo que es evidente puede ser todavía más pernicioso que mantener absurdas creencias falsas. Los reportajes de asuntos extranjeros por Cockburn no tendrían donde publicarse si él no aceptara las reglas del juego del sistema mediático occidental, organizado para promover la guerra psicológica contra quienes son percibidos como el enemigo por los gobiernos occidentales. Esta guerra psicológica está clara en los ataques de aquellos medios contra Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, contra la Revolución Cubana, contra Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, o contra otros dirigentes de América Latina.

Muestra de la destrucción de Siria por los mercenarios de la OTAN

El bárbaro mal de la destrucción por los países de la OTAN de Libia y de Siria, dos países árabes muy exitosas, se refleja también en el profundo fracaso moral de las y los intelectuales occidentales al no reconocer su complicidad en los crímenes de lesa humanidad de sus gobiernos. Individuos como Nelson Mandela y Hugo Chávez responsables de incuestionables transformaciones positivas en sus países, trataban a Muammar al-Gaddhafi como el gran estadista antiimperialista que fue. Todavía es dudoso si va a ser o no posible impedir una agresión directa de los bárbaros de la OTAN contra Siria, pero, pase lo que pase, el lugar histórico de Bashar al-Assad también será el de un gran estadista antiimperialista.

Las guerras en Libia y Siria han demostrado categóricamente el muy claro compromiso de la clase intelectual-gerencial de Occidente con las premisas neocoloniales fundamentales de sus gobiernos. En ese contexto, el artículo de Patrick Cockburn constituye una obra maestra de la evasión. Su publicación en numerosos sitios de los medios alternativos progresistas indica una ósmosis insidiosa entre aquellos medios y los grandes medios corporativos, una ósmosis que ha destruido casi completamente la consciencia antiimperialista políticamente eficaz en Occidente.



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