Un internacionalista colombiano en las filas de Sandino
La
autobiografía en Colombia. Vicente Pérez Silva (compilador)
Nació
en San Juan de Pasto, en 1910 y murió en la misma ciudad, en 1985. Escritor de
exótica y privilegiada inteligencia. Es autor de las siguientes obras: Sandino
(Edit. Ercilla, Santiago de Chile, 1937), biografía novelada de Augusto César
Sandino, de quien fue su secretario especial, su amigo y confidente; Sima
(Bucaramanga, 1939), novela de carácter social y La vida lírica de un símbolo
(Pasto, 1944). En sus Relatos de sangre queda la huella de su participación en
la revolución nicaragüense.
El
relato autobiográfico de Alexánder fue publicado por Carlos Pantoja, en la
Revista Alternativa, Nº 185, Bogotá, 1978.
Retrato autobiográfico
Yo
estaba en ciudad de México trabajando como columnista de planta en El
Universal. El diario había mandado más de diez corresponsales para tomarle un
reportaje a Sandino, pero éste no los había admitido, pues tenía la sospecha de
que bajo el pretexto de tomarle un reportaje, cualquier asesino vendido al
imperialismo llegara y lo matara. Y es que la penetración imperialista en este
aspecto había sido tan excesiva que, hasta un hombre de toda su confianza, el
coronel Caracas, se vendió al enemigo por trescientos mil dólares.
A mí me
mandaron a tomarle un reportaje a Sandino. Entonces alguien me indicó en el
mismo México que la mejor forma de entrar a Nicaragua no era llegando por mar,
sino entrando por tierra a través de Honduras. No tuve ninguna dificultad en
llegar hasta Danlí, frontera con Nicaragua. A veinte kilómetros de allí, en
plena selva, me encontré con el primer destacamento guerrillero, comandado por
un señor Bellorín, un campesino común y corriente, de unos cuarenta años. Yo
iba bien vestido, con mis botas altas, camisa de caki y casco, además de mi
tipo [norte] americano. Al verme llegar vestido en esa forma me capturaron
inmediatamente y sólo me salvó de que me mataran el hecho de que hablara tan
bien el castellano.
Me
desnudaron completamente y me ataron a un pino. Cerca de las once de la noche
llegó un muchacho rubio, fornido, que tenía algo que ver con el jefe de la
guerrilla (después supe que era hijo), quien luego de leer mis papeles ordenó
que me soltaran y me dieran una cama y buena comida, con lo cual mejoró mi
situación.
Bellorín
decidió entonces mandarme donde su jefe, el general Colindres, quien luego de
conversar conmigo por más de media hora y de avaluarme como un individuo
inteligente, me dijo sonriendo: "Hombre, usted se ha salvado por un pelo,
ahora va a permanecer aquí, conmigo, bajo vigilancia, naturalmente". Luego
me mandó como ayudante de Chente, su cocinero, con el cual la brillante carrera
por la revolución empezó, para Alfonso Alexander, de sirviente de un sirviente.
Como era tanto el odio que se tenía hacia todo lo [norte] americano, me
suprimieron el apellido, y como yo les había dicho que yo era de Colombia, me
dieron mi apodo, el apodo que llevaría siempre: "Colombia".
Un día
fuimos rodeados por las tropas de ocupación. Eran más de mil [norte] americanos
y nosotros seríamos unos doscientos. Cuando el centinela vino a avisar ya
estábamos rodeados. Entonces Colindres ordenó el ataque, con bombas de dinamita
que hacían allá con cuero de vaca. Como no tenía otra alternativa, brinqué
donde el general y le dije: "General, deme un arma para probarle que estoy
con la revolución y no soy un espía gringo como ustedes han creído". El
general me dio una pistola y yo me coloqué detrás de un tronco a disparar,
cuando se me apareció Dietre, un gigantón de unos veintidós años, y me dio una
bomba de esas de cuero de vaca, con una mecha tan pequeña que si uno se demoraba
una décima de segundo para lanzarla, le estallaba a uno en la mano.
Lancé
la bomba contra una ametralladora de trípode que tenían los gringos, con tan
buena suerte que cayó exactamente al pie de la misma, dejando intacta la
máquina. Dietre y yo corrimos y enfilamos la ametralladora contra los gringos y
al final ganamos la batalla. Entonces Colindres me ascendió a cabo allí mismo
sobre el terreno; después ya fue fácil seguir.
Al cabo
de varios meses de estar con Colindres llegó el coronel Ramón Raudales a llevar
gente escogida para un ataque a la ciudad de León y me llevó con él. Al fin iba
a conocer a Sandino. Cuando llegamos al campamento Raudales nos hizo formar en
fila. Yo llevaba una medallita que mi madre me había regalado en Pasto cuando
era pequeño. Al salir Sandino, y luego de revisarnos a todos, llega frente a mí
y me arranca la medalla con cadena y todo diciendo: "Maldita sea, yo no
quiero aquí espías de los Jesuitas"; y me mandó a encerrar.
Más
tarde vino el general Salgado, un hombre anciano y sereno y me dijo: "El
no cree en nada ni en nadie, animal, cómo te pusiste a exhibir eso, qué tal si
yo no vengo, pues te acaba". Fue y habló con Sandino y al cabo de un rato
regresó con él. Venía sonriéndose a carcajadas y después de soltarme se puso a
conversar conmigo, preguntándome qué sabía hacer. Le dije que conocía un poco
de mecanografía y de ortografía; entonces me hizo una pregunta que posiblemente
decidió mi destino: "¿Conoce usted la vida de Bolívar?". Yo había
sido un especialista en la vida de Bolívar y así se lo dije. El quedó muy
contento y me respondió que desde ese día tenía que desayunar, almorzar y comer
con él, hasta que le contara toda la vida del Libertador.
Cuando
empecé a contarle la historia de ese hombre que nunca lloraba por nada, se le
soltaron las lágrimas de la emoción. Era un adorador loco de Bolívar, y eso
sirvió para que me tuviera mucha más confianza. Desde ese entonces comencé a
figurar como uno de sus secretarios; tenía cuatro secretarios y les dictaba
sobre materias distintas a la vez, en lo cual se semejaba con Bolívar.
Posteriormente,
cuando Sandino se proponía tomar Puerto Cabezas, capital del imperio económico
y político de la United Fruit Company, me nombró corresponsal de guerra, a
órdenes del mayor Pancho Montenegro, con el grado de capitán. En esa incursión
nos tomamos Kisalaya, ciudad estratégica de unión entre el Atlántico y el
Pacífico. A Pancho lo mataron y a mí me toco dirigir la acción.
Esto me
valió un nuevo ascenso, y desde entonces éstos continuaron. La verdad es que no
puedo probar que llegué a mayor general, pues en el último combate que sostuve
en Zaraguasca perdí parte de mis papeles. Hace algunos años, cuando Fidel
estaba todavía en la Sierra Maestra en compañía del Che Guevara, Blanca Segovia
Sandino, una hija del General que había nacido en mi presencia y que también acompañaba
a Fidel, hizo una llamada a los generales supérstites de la revolución de su
padre para acompañarlos en la Sierra. Entre los generales me incluyó a mí, lo
cual conservo como un grato recuerdo, y como una cueva sentimental, digamos.
En
total, estuve en ochenta y seis batallas y perdí solamente tres. Realmente
honré a mi país, porque el nombre de Colombia lo repetían a cada momento. En el
anuario del Ministerio de Guerra de 1933, el ejército me hace figurar bajo el
epígrafe de ciudadanos colombianos que han honrado a su patria en el exterior.
En dicho anuario me colocan al lado de personajes tan importantes como el
general César Conto, quien batalló en Guatemala, Honduras y Nicaragua, y el
general Benjamín Herrera, célebre por sus intervenciones en Honduras y México.
Sandino
era ante todo un gran militar y un gran estadista. De su genio militar da
cuenta el hecho de que durante mucho tiempo, y creo que aún lo hacen, se ha
dictado en la academia militar de West Point, en Estados Unidos, un curso sobre
las tácticas de Sandino, obligatorio para todos los cadetes norteamericanos. Como estadista, cuando nadie hablaba de
la unión indoamericana en un solo cuerpo, con el objeto de que se pudiera
entender con Norteamérica de igual a igual, él escribió El supremo sueño de
Bolívar, en busca de ese objetivo. Ese pequeño folleto de veintidós páginas me
lo dictó a mí, y yo le obsequié el original a mi compadre Darío Echandía en
Bogotá.
Sobre
su disciplina y personalidad, además de su espíritu de compañerismo, habla
claramente la siguiente ley que él impuso: "En el combate, quien no
respete un grado irá a consejo de guerra; fuera de combate, quien trate a los
demás con un grado será degradado, allí todos serán hermanos y
compañeros". Era muy común verlo riéndose con todos nosotros y tratándonos
de tú y vos; pero en el combate era distinto, nadie podía retroceder, todo el
mundo tenía que avanzar, no admitíamos cobardes y no los tuvimos.
Era
también muy humano. Recuerdo que cuando Sandino entró victorioso en su primera
campaña a San Rafael Norte llevó a sus tropas de caballería frente a la oficina
de telégrafos, descabalgó, pistola en mano, y al entrar quedó sorprendido por
una belleza en flor de diecisiete años, Blanca Arauz. Más tarde me contó que
se había enamorado a primera vista y, por supuesto, ella también. El caso es
que apenas nos demoramos ocho días en la población, pero cuando regresó a las
montañas de las dos Segovias, la nueva y la vieja Segovia, llevaba a Blanca
Sandino al lomo de su caballo.
En
un carta que me envió Sandino en julio de 1933 me dice: "Paso a contestar
con el mayor placer su atenta del 4 de junio del corriente año, donde me
expresa su más sentido pésame por el desaparecimiento de mi adorada esposa
Blanquita, quien al morir me deja como recuerdo amoroso una preciosa
muchachita, que he convenido llamarla Blanquita Segovia Sandino, en
conmemoración de esa mujer que con valor heroico nos acompañara en tan difícil
y larga campaña en las regiones donde usted mismo tan valerosamente cooperó al
éxito". Esa muchachita, a la que se refería Sandino fue quien estuvo dos
años más tarde al lado de Fidel en la Sierra Maestra.
Otro
aparte de la misma carta, la cual conservo con especial cariño, nos da una
imagen de cuáles eran los intereses de Sandino: "Estamos organizando en este
puerto fluvial del Coco una sociedad de trabajo y mutua ayuda, basada en la
fraternidad que usted conoce y practicó en nuestro ejército, denominada
Cooperativa Río Coco. Estamos haciendo casas, cuartel, hospital, comedor,
oficina, radio y todo lo necesario para vivir; estamos talando y cultivando
enormes extensiones de terreno, haciendo lavaderos de oro, etc. El asunto es
trocar estas vírgenes regiones en centros de vida y de cultura para todo ser
humano acosado por la clase explotadora y la miseria".
Ese
ideal por el cual se luchaba en Nicaragua exigía una gran fe espiritual. Nunca
se realizaba una reunión especial para celebrar alguna victoria importante
porque materialmente no teníamos tiempo. Estábamos siempre luchando; había
ocasiones en que luchábamos dos, tres, cuatro, siete veces al día. Luchábamos a
cualquier hora, la guerra de guerrillas es algo verdaderamente doloroso,
morboso, se puede decir. Uno se descontrolaba; yo anduve dormido por plena
selva, y mis compañeros también, físicamente dormidos, topeteándonos contra los
árboles, comiendo raíces de cualquier hierba, era una vida durísima, pero de
todas formas a mí me ha dejado grandes satisfacciones.
Cuando
ya todo el país era nuestro, Sandino fue invitado por Sacasa al banquete de
reconciliación, después de las conversaciones de paz en las cuales yo había
participado. Y aquí sí tengo que decir que Sandino fue un poco ingenuo, todavía
creía en los demás, creía en la palabra empeñada. El interés de él, tal como me
lo manifestaba en la carta, era trabajador por el bienestar del pueblo; él no
quería la Presidencia de la República, tal como lo quería todo el país, todas
las clases sociales, inclusive los poderosos. Pero había alguien que sí quería
el poder, Anastasio Somoza, padre de los Somozas de ahora.
Anastasio
Somoza era yerno del presidente Sacasa y jefe de la Guardia Nacional. Como veía
en Sandino un gran obstáculo para sus ambiciones de poder, urdió el complot de
invitarlo, a través de Sacasa, al banquete de la reconciliación. A él y a todos
sus generales que estaban en Managua. La mayor parte de ellos se salvó;
recuerdo al general López y al general Salgado que después murió en Honduras.
Estrada, Ferreti y otros que se me escapan en este momento, acompañaron a
Sandino al banquete. Estando en medio del banquete entró una patrulla de la
Guardia Nacional a órdenes del teniente López y capturó a Sandino y a los
generales, los llevó a una manga vecina y allí los fusilaron. Después de esto
se desencadenó una matanza de campesinos y partidarios de Sandino, en la cual
fueron asesinadas más de nueve mil personas.*
Yo
hubiera muerto con Sandino de no ser por mi venida para Colombia dizque a
ofrecer mis servicios al gobierno en su guerra contra el Perú, porque además de
los grados militares que tenía, había sido nombrado ayudante personal del
caudillo en unión del general Estrada, y en calidad de tales teníamos que
seguirlo a todas partes, aún cuando no quisiéramos.
Cuando
yo me vine para Colombia no pude despedirme personalmente de Sandino, porque él
se encontraba en San Rafael organizando su ejército y yo estaba en Managua,
precisamente en los últimos arreglos de Paz. La despedida fue ideal, pero sí
recuerdo que él dio orden al señor Sacasa de que me despidiera con todos los
honores. Entonces en el campo de Marte se izaron simultáneamente las banderas
de Colombia y Nicaragua, mientras sonaban los himnos nacionales de ambos países
y los cadetes de la Escuela Militar se formaban en dos alas para que yo pasara
acompañado por un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores del
señor Sacasa, hasta llegar al hidroavión que debía conducirme a mi país.
La
causa de mi venida, como ya lo mencioné, fue la iniciación de la guerra entre
Colombia y el Perú. Yo venía de Nicaragua con un gran fervor, y todavía creía
en la patria, por eso decidí ofrecer mis servicios al comandante de la cuarta
zona militar, con el resultado de que fueron rechazados. La respuesta que se me
dio fue que el gobierno no necesitaba gente. Después entendí que la guerra
entre Colombia y el Perú fue un simple arreglo entre Sánchez y Olaya Herrera
para poder consolidar sus propios gobiernos. La verdad es que Olaya Herrera
estaba luchando contra todo el conservatismo de los Santanderes. Y su gobierno
se encontraba bastante débil, entonces tenía que inventar un pretexto para
aglutinar a toda la gente con su gobierno, y qué mejor pretexto que la defensa
de la patria. Por el otro lado, Sánchez se encontraba en idénticas
circunstancias en el Perú.
—Con
esta reflexión, en la cual se refleja la decepción de un hombre que arriesgó su
vida por la liberación de una nación hermana y no pudo hacerlo por la suya
propia, termina el relato de Alfonso Alexander, no sin antes apersonarse de la
lucha que actualmente libra el pueblo nicaragüense y decir: "Estoy seguro,
hablando como militar, no como político, que en vista de la actual situación de
nuestras fuerzas y de las fuerzas somocistas en todo el territorio de
Nicaragua, no pasarán muchos días sin que logremos la victoria final".
Revista
Cultural de Diario del Sur, Pasto, domingo 28 de enero de 1990, pp. 1-4
*Nota
de Revista Libre Pensamiento: Sandino y los hombres que le acompañaban el 21 de
febrero de 1934, fueron detenidos no en Casa Presidencial, sino tras salir de
ella, al ser interceptado su vehículo por órdenes de Anastasio Somoza García. Tras
ello, fueron asesinados.
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