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viernes, 18 de enero de 2013

Rubén Darío, poeta humanista



Rubén Darío, poeta humanista*
Manuel Moncada Fonseca

Su legado histórico

Rubén Darío, el poeta universal, que se convirtió en el máximo exponente del modernismo en lengua castellana, nació el 18 de enero de 1867, en Metapa (antes Chocoyos), un humilde pueblo de Matagalpa que hoy lleva su nombre. Murió en 1916, durante la Administración de Adolfo Díaz. Se cometió la locura de arrebatarle el cerebro, para buscar en él “la cuerda de la lira insigne” (Cuadra, 1976: 451). Su verdadero nombre fue Félix Rubén García Sarmiento. Rosa Sarmiento y Manuel García fueron sus progenitores.

Según referencias que al poeta le daban algunos ancianos de León, el seudónimo que adoptó tuvo su origen en un tatarabuelo que se llamó Darío, a cuyos hijos llamaban los Daríos. Así fue desapareciendo el primer apellido, al grado que su bisabuela paterna se firmaba Rita Darío. Finalmente el patronímico adquirió el estatus de valor legal. El mismo padre del artista de las letras, un comerciante, realizó todos sus negocios con el nombre de Manuel Darío (Darío, 1993: 9). Su vástago genial se desempeñó en cargos diplomáticos en Argentina, Chile, El Salvador, España, Estados Unidos y Francia. 

El poeta Luis Alberto Cabrales, habla de los dos efectos que produjo el movimiento modernista, del cual Darío fue figura central: el primero consistió en el surgimiento “de una nueva sensibilidad estética”, que dio lugar a que se captaran, por primera vez, los tonos más indecisos de la sensación y del sentimiento; sobreviniera la curiosidad de examinar y cantar las bellezas de la música, la pintura, la arquitectura, la escultura del presente y del pasado; una pasión por desentrañar las bellezas de todas las religiones y teogonías. Se expresó, además, la voluntad para liberarse de tertulias y escuelas y para que cada uno se formara a su propia manera, buscando la originalidad “a todo trance”. El segundo consistió en el desembarazo del rigorismo retórico, de los preceptos falsos y rígidos.

En adelante, la única exigencia dada sería que el poeta diera a cualquiera que fuera la forma de verso de su predilección “el soplo de la perfección y la belleza” (Cabrales, 1939:174-175).

Sintetizando las cosas respecto a la trascendencia poética de Darío, Guillermo Rothschuh Tablada, en el prólogo de Prosas Profanas del poeta, anota que, después de esta obra, “la poesía en español no volvió a ser la misma. Todo cambió bajo la jefatura de la más alta vanguardia de la Poesía Castellana y Americana: los ritmos, el vocabulario, los temas, la intuición, la manera de enfocar y desarrollar la obra poética. Por las escotillas abiertas por Rubén Darío, un impetuoso viento de libertad pasó y barrió prejuicios, normas anquilosadas y academicismos resecos que ya nadie quería” (Darío, 1996: XI). 

¿Flotaba Darío en las nubes?


En lo relativo a la forma en que el poeta fue tratado en el país, Carlos Cuadra Pasos señala que muchos se pronunciaron contra él, “porque lo creían un servidor abyecto del dictador Zelaya. No comprendían que el genio de Rubén lo hacía flotar en las nubes por sobre todas nuestras miserias partidistas” (Cuadra, 1977: 201). Darío estuvo, efectivamente, más allá de las miserias partidistas de la oligarquía conservadora, pero no al margen de toda política. Consciente de ello, el Partido Conservador, en 1910, colocado por la intervención nuevamente en el “poder” lo destituyó del cargo diplomático que el depuesto régimen zelayista le había asignado. Antes, cuando el poeta llegó en 1906 a Nicaragua, en Granada fue “recibido con disgusto por las malditas pasiones políticas”. (Cuadra, 1976: 441-442)

En sentido figurado, todo poeta, en mayor o menor medida, en dependencia del grado de inspiración que posea, “flota en las nubes”. Pero, por mucho que así sea, consciente o inconscientemente, refleja la realidad en que se desenvuelve con más o menos objetividad, de acuerdo a determinados intereses político-ideológicos. Y Darío no fue la excepción de la regla. En 1910, en su artículo "Las palabras y los Actos de Mr. Roosevelt”, protestando contra la llamada revolución antizelayista fomentada por Estados Unidos, expresaba:


“Hay en este momento en América Central un pequeño Estado que no pide más que desarrollar, en la paz y en orden su industria y comercio; que no quiere más que conservar su modesto lugar al sol y continuar su destino con la seguridad de que, no habiendo cometido injusticia hacia nadie, no será blanco de represalias de nadie. Pero una revolución lo paraliza y debilita. Esta revolución está fomentada por una gran nación. Esta nación es la República de los Estados Unidos. Y Nicaragua nada ha hecho a los Estados Unidos que pueda justificar su política. Mas bien se encontraba segura, si no de su protección, al menos de su neutralidad, en virtud del tratado y las convenciones firmadas en Washington en diciembre de1907”. (Darío, 1980: 46)


En ¿Por qué?, escrito publicado por primera vez en El Heraldo de Costa Rica, en marzo de 1892, Darío expresa: “-Oh, señor! el mundo anda muy mal. [...] El pauperismo reina, y el trabajador lleva sobre sus hombros la montaña de una maldición. Nada vale ya sino el oro miserable. [..] Los bandidos están posesionados de los bancos y los almacenes. [...] Yo quisiera que sonara ya la hora de rehabilitación, de la justicia social. ¿No se llama democracia a esa quisicosa política que cantan los poetas y alaban los oradores? Pues maldita sea esa democracia. Eso no es democracia, sino baldón y ruina. El infeliz sufre la lluvia de plagas; el rico goza [...]” (Darío, 1980: 9) (El subrayado es nuestro).


Con razón, el diplomático, escritor y crítico español Juan Valera (1824-1905) escribió en octubre de 1888, en el prólogo de Azul que, en este libro de Darío, “se ven patentes las tendencias y los pensamientos del autor sobre las cuestiones más trascendentales” (Darío: 15). En La canción del oro, por ejemplo, Darío revela un pensamiento que cuestiona con mucha fuerza el poder del oro sobre los hombres:


“Cantemos el oro, río caudaloso, fuente de la vida, que hace jóvenes a los que se bañan en sus corrientes maravillosas, y envejece a aquellos que no gozan de sus raudales […] Cantemos el oro porque de él se hacen las tiaras de los pontífices, las coronas de los reyes y los cetros imperiales […] porque […] lleva […] el perfil soberbio de los césares; y va a repletar las cajas de sus vastos templos, y mueve los bancos, las máquinas, y da la vida, y hace engordar los tocinos privilegiados […] porque tapa las bocas que nos insultan; detienen las manos que nos amenazan, y pone vendas a los pillos que nos sirven […] porque nos hace gentiles, educados y pulcros […] porque es la piedra de toque de toda amistad […]” (Darío: 84-86). 


Dos valoraciones: Zelaya el estadista; Gorki el escritor


Acerca de Zelaya, Darío expresa que no hay duda alguna de que “hizo progresar al país” (Darío, 1993: 125). Entre otras cosas, estableció la libertad religiosa, el carácter laico de la educación, el matrimonio civil, promulgó una ley de trabajo en provecho de los trabajadores; secularizó los cementerios, logró el aumento progresivo de las rentas públicas, desarrolló la instrucción, aumentó las escuelas, creó nuevas líneas férreas, dio apoyo a las empresas agrícolas y forestales (Darío, 1998: 92-93).


Zelaya, escribe Darío, se rodeó de hombres inteligentes, pero que, como suele ocurrir, administraban muy poco, y los principales, de entre ellos, se enriquecieron o aumentaron sus fortunas. En sus diecisiete años de gobierno, la revolución conservadora no pudo levantar cabeza. La traición de Estrada inició, anota el poeta, la caída de Zelaya. Madriz, su sucesor, puso a raya a los conservadores y pudo deshacer la revolución de éstos “a no haber tomado parte los Estados Unidos que desembarcaron tropas de sus barcos” para ayudarlos (Darío, 1993: 134). 


Carlos Fonseca, quien estudió la realidad nicaragüense desde diversos ángulos, observaba que la mano del imperialismo estadounidense agredía al país también en el plano cultural, ocultando escritos darianos de espíritu latinoamericanista. Darío, señala, en sus escritos estaba pendiente del acontecer humano, entre otras cosas, no fue indiferente a la primera revolución rusa de 1905. Por lo mismo, no fue casual que elogiara al escritor comunista ruso Máximo Gorki, escribiendo que sus libros podían parecer muy “secos a los lectores de cosas bonitas […] inmorales a los hipócritas […] La obra [de Gorki] interesa… a los sabios que buscan resolver el problema de la justicia […]” (Fonseca, 1982:407-408).


Darío no fue, como puede fácilmente constatarse, el poeta que sólo cantaba a las musas de la belleza y del amor, era también el hombre de carne y hueso que escribía, además sobre las cosas que afectaban profundamente a los seres humanos, poseyendo un profundo humanismo que lo llevó a preocuparse por resolver el problema de la justicia.


*Artículo publicado en la revista Universidad y Sociedad del Consejo Nacional de Universidades. Edición Nº 9. Mayo del 2002. pp. 4-6.


Bibliografía:

Cabrales, Luis Alberto. Curso de Historia de la Literatura Castellana de España y América. Segunda edición. Tipografía Robelo, Managua, 1939. 

Cuadra Pasos, Carlos. Obras I. Fondo de Promoción Cultural Banco de América, 1976.

Cuadra Pasos, Carlos. Obras II. Fondo de Promoción Cultural Banco de América, 1977. 

Darío, Rubén. Autobiografía. Ediciones Distribuidora Cultural, Managua, Nicaragua, 1993.

Darío, Rubén. Prosas profanas. Ediciones Distribuidora Cultural. Prólogo de Guillermo Rothschuh Tablada. 6ta. edición 1996. 

Darío, Rubén. Textos Socio-Políticos. Managua, Nicaragua. Ediciones de la Biblioteca Nacional. 1980.

Darío, Rubén. Azul. Prólogo de Juan Valera del 22 de octubre de 1888 (A. D. Rubén Darío). Impreso en Nicaragua. (No se indica fecha de publicación). 

Darío, Rubén. El viaje a Nicaragua. Ediciones Distribuidora Cultural. Managua, Nicaragua, 1998.

Fonseca, Carlos. Noticias sobre Gorki y Darío. En Fonseca Carlos Obras. Bajo la bandera del sandinismo. Tomo 1. Editorial Nueva Nicaragua. 1982.


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