La vía asociativa hacia el socialismo*
Orlando Núñez Soto
Introducción
El
socialismo de Estado
El
socialismo de mercado
La
socialdemocracia y el Estado de Bienestar
Los
movimientos de liberación nacional y el socialismo
La
vía asociativa y autogestionaria al socialismo
1 La
importancia del Estado
2. La
importancia de la soberanía nacional y
el antiimperialismo
3. La
realidad del mercado
4. La
economía popular individual
5. La
economía popular asociativa
6. Los
consejos de gestión política
7. Los
consejos sectoriales
8. La
gestión de empresas comunitarias
9. Los
gobiernos municipales y autonómicos
10. Los movimientos de izquierda de orientación
socialista
11. La
unidad latinoamericana
*Tomado
de la Revista Correo No.24 (noviembre-diciembre 2012)
Introducción
En
la tradición marxista-leninista, el socialismo fue concebido como una fase de
transición hacia el comunismo. Se establecían, pues, dos momentos o etapas
separadas, a saber, el socialismo como transición y el comunismo como meta
final.
Por
comunismo se entendía una sociedad universal sin división del trabajo, por lo
tanto sin propiedad privada ni clases sociales, sin división entre el campo y
ciudad, sin división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, sin
explotación de la fuerza de trabajo, sin Estado. Se suponía un desarrollo tal
de las fuerzas productivas, que en medio de dicha abundancia el trabajo como
fatiga desaparecería dando lugar a un trabajo gratificante.
En
cuanto al socialismo, en tanto que transición, se partía de una revolución
política donde la burguesía era suplantada por el proletariado en tanto clase
mayoritaria, el que se haría cargo del Estado y desde el cual se sustituiría al
mercado por un plan económico. Esta acción era además la última tarea que el
proletariado hacía como tal, a partir de la cual también desaparecería como
clase y los trabajadores se convertirían en productores libremente asociados,
organizados alrededor de un plan. En un primer momento y para llevar a cabo
tales tareas, se establecía transitoriamente la dictadura del proletariado, en
tanto que clase hegemónica, pudiendo tal hegemonía establecerse en forma
dictatorial o democrática según las circunstancias, tal como sucede ahora bajo
la hegemonía de la burguesía. Todo esto suponía que la revolución comenzaría en
los países más industrializados del mundo, donde se regularía la producción y
el tiempo de trabajo; en otras palabras, cuando la economía empezaba a producir
de más (sobre-producción) comenzaba a bajarse el tiempo de trabajo; de esa
manera se pondría fin a la anarquía del mercado y a las crisis de
sobreproducción que desde el siglo antepasado comienzan a meter en crisis al
sistema.
Existen,
pues, al menos, dos conceptos y realidades que tienen una gran importancia,
como son el proletariado, en tanto clase explotada y redentora, y el Estado, en
tanto que instrumento para transitar hacia el socialismo. El Estado se
transformaba en administrador de las cosas, en vez de opresor de la gente;
mientras que el proletariado se transformaba en productor asociado, momento
hasta el cual podría hablarse de socialismo.
Lo
que quiero rescatar o subrayar en este proceso es la preponderancia que tiene
la creación del nuevo sujeto histórico, muy por encima de la
nacionalización-estatización o puesta en manos del Estado de todas las fuerzas
productivas, lo que apenas era un momento perentorio. Lo fundamental o el punto
crucial no radicaba en el Estado, sino en su desaparición, aún como
administrador central de la economía. El momento crucial era la desaparición
del trabajo asalariado y la emergencia de la “unión de productores libremente
asociados, actuando conforme a un plan”.
Tanta
prioridad concedían los clásicos al nuevo sujeto histórico para caracterizar al
socialismo por sobre la estatización o nacionalización de la economía, que
hasta la nacionalización total era apenas considerada como un momento de la
transición, como lo muestra el siguiente párrafo escrito por Engels (Del
socialismo utópico al socialismo científico): “De un modo o de otro, con o sin
trust (corporaciones), el representante de la sociedad capitalista, el Estado,
tiene que acabar haciéndose cargo del mando de la producción”. En el mismo
texto agrega, sin embargo: “Pero las fuerzas productivas no pierden su
condición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónimas y
de los trust o en propiedad del Estado. El Estado moderno no es más que una
organización creada por la sociedad burguesa para defender las condiciones
exteriores generales del modo capitalista de producción contra los atentados,
tanto de los obreros como de los capitalistas individuales”. “El Estado
moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina, es el Estado de los
capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuanta más fuerzas productivas
asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta
mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros
asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas
medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide. Más, al llegar a la cúspide,
se derrumba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es
solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte
para llegar a la solución”. “Ni Napoleón, ni Bismark, ni el gobierno belga
tienen nada de socialistas solamente por haber nacionalizado los ferrocarriles
y otras grandes empresas”, agregaba Engels.
¿Cuándo
entonces, a criterio de Engels, las fuerzas productivas dejaban de ser capital?
Nos preguntamos nosotros. A lo que Engels respondía: “Para esto, no hay más que
un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas
fuerzas productivas, que ya no admiten otra dirección que la suya” (…) “Tan
pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán,
de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras”. En otras palabras, es la
organización de los trabajadores haciéndose cargo directamente de los medios de
producción, conforme a un plan establecido por ellos, lo que garantizaría el fin
del mercado, el fin del capital y por tanto el fin de toda diferenciación
social, al menos en términos económicos.
“El
primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase
dominante, la conquista de la democracia”, rezaba la primera medida de la
revolución política sugerida por el Manifiesto del Partido Comunista, escrito
por Marx y Engels en 1848. Estos mismos revolucionarios sugerían un conjunto de
medidas a implementarse con el fin de enrumbarse hacia la construcción del
socialismo, a saber: “1. Expropiación de la propiedad territorial, 2. Fuerte
impuesto progresivo, 3. Abolición del derecho de herencia, 4. Confiscación de
la propiedad de todos los emigrados y sediciosos, 5. Centralización del crédito
en manos del Estado por medio de un banco nacional con capital del Estado y
monopolio exclusivo, 6. Centralización en manos del Estado de todos los medios
de transporte, 7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al
Estado, 8. Obligación de trabajar para todos, 9. Combinación de la agricultura
y la industria; medidas encaminadas a desaparecer gradualmente la diferencia
entre el campo y la ciudad, 10. Abolición del trabajo de los niños, tal como se
practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material”. Una
vez implementadas estas medidas, el propio
proletariado comenzaría a desaparecer como clase y a convertirse en un
nuevo sujeto histórico. El socialismo para Marx se caracterizaba como la “Unión de Productores Libremente Asociados
alrededor de un plan”.
Toda
esta situación suponía partir de una sociedad capitalista donde existiera la
mayor concentración del capital en unas cuantas empresas o incluso en propiedad
del Estado. Asimismo, suponía una estructura social donde el proletariado fuese
la clase mayoritariamente dominante. Es decir, condiciones que están, hoy por
hoy, lejos de vislumbrarse en cualquier país del mundo, a pesar de la enorme
concentración de capital que en cada crisis pasa a manos de unas pocas
corporaciones industriales, comerciales y bancarias, incluso a manos de los
Estados. Por lo tanto la emergencia histórica de revoluciones políticas con
orientación socialista que tuvieron que emprender una serie de medidas que
hicieran madurar la sociedad hasta
alcanzar el punto desde el cual enrumbarse hacia el socialismo.
Como
sabemos, todas estas medidas fueron aplicadas por Lenin al desencadenarse la
Revolución Rusa iniciada en 1917. A la Revolución Rusa sucedieron otras
revoluciones, pero ninguna de estas
revoluciones se hizo en países industrializados, sino más bien en países
rurales y llenos de pequeños productores; revoluciones políticas que
inmediatamente después de la toma del poder por un partido marxista intentaron
enrumbarse hacia una sociedad socialista y cuyos rasgos fueron los siguientes:
estatización mediante confiscación a la burguesía de los grandes medios de producción o de la industria pesada, el
comercio nacional e internacional y la banca; organización de los soviets o
consejos de obreros encargados de sustituir a la burguesía como agente
económico y político; cooperativización de los pequeños productores
mercantiles, mientras se les hacía transitar hacia la colectivización total;
sustitución del mercado por la planificación estatal para orientar la
producción, fijar los precios y asignar
los recursos; remuneración de acuerdo al trabajo y satisfacción social de las
necesidades básicas para todo el pueblo.
El
modelo marxista-leninista funcionó en gran parte, pero con ciertas
limitaciones. Finalmente, el modelo soviético terminó sucumbiendo, como modelo
social, frente a la competencia del imperialismo debido a un conjunto de
razones: razones políticas (concentración del poder en una minoría), razones económicas (productividad regresiva en la competencia
mundial), razones sociales (insatisfacción
de las masas por carencia de un consumo de bienes de vitrina). En todo
caso, la revolución no pudo llevarse a cabo en todo el mundo y el proyecto
socialista quedó circunscrito a un grupo de países; el proletariado no llegó a
ser la clase mayoritaria, pues las revoluciones se llevaron a cabo en países
agrarios con bastante retraso económico respecto a los países industrializados;
la propiedad privada y los propietarios se multiplicaron, sobre todo en el
campo, a través de una reforma agraria impulsada por el Estado a favor del
campesinado; los soviets no lograron
empoderarse y el partido comunista se hizo cargo, cual albacea del
proletariado, de administrar la producción y la economía en su conjunto,
convirtiéndose sus funcionarios en una burguesía de Estado, no porque poseyera
la propiedad de los medios de producción estatales, sino porque (cuestión de
fondo) la gestionaban en lugar de los trabajadores.
Al
final y después de un siglo de experiencias socialistas, de una u otra manera,
el mercado y la democracia electoral, terminaron disolviendo, contaminando o
entronándose en mayor o menor medida en el seno de aquellas experiencias.
Después
del fracaso de este modelo, muchos intelectuales y líderes políticos siguen
discurriendo sobre las vías de un socialismo diferente, nuevo o renovado,
proponiéndose tomar distancia del liberalismo económico o neoliberalismo por un
lado, como del socialismo estatista y autoritario por otro lado. Propósito que
no siempre se logra satisfactoriamente; algunos se hacen la ilusión de que
basta con instaurar la democracia electoral y tomar medidas para disminuir la
extrema pobreza o la pobreza para llamarse socialistas. La verdad es que en las actuales
circunstancias (economía de mercado + hegemonía del capital + competencia en el
mercado mundial con el modo de vida capitalista occidental), el discurso y la
pretensión socialistas, llámese como se llame, difícilmente logran
contrarrestar la tendencia concentradora y excluyente del mercado, hegemonizado
por el capital, agrandando la gran brecha social existente, tanto a nivel
nacional como internacional.
Mi
opinión al respecto es que en vez de hablar de construir una sociedad
socialista como transición hacia el comunismo, es más realista hablar
previamente de un modelo social de transición hacia el socialismo. Por lo
tanto, en este artículo, no pretendo plantear la construcción del socialismo,
mucho menos de construir el comunismo, ni siquiera de construir una sociedad
igualitaria, sino de luchar para superar las contradicciones que el capitalismo no puede ni quiere hacer, como
es lograr que cada quien tenga las mismas oportunidades para realizarse
dignamente en la sociedad. En otras palabras y a diferencia de muchos colegas,
voy a limitarme a analizar los esfuerzos emprendidos en América Latina para
superar y/o revertir el neoliberalismo en condiciones establecidas por la
realidad de cada país o formación social. Específicamente, voy a hablar de una
vía que yo llamaría asociativa y autogestionaria, en tanto que etapa de
transición al socialismo, más que intentar pretender encontrar un “socialismo
del siglo XXI”, alejado del socialismo de Estado, cuyo modelo paradigmático fue
el de la Unión Soviética, o del socialismo de mercado), cuyo modelo
paradigmático es el actual modelo chino, o de la economía social de mercado,
pregonada por la socialdemocracia. La referencia conceptual estaría emparentada
más bien con la experiencia histórica de los movimientos de liberación
nacional, surgidos de la voluntad política de una izquierda de orientación
socialista y cuya tarea principal se asienta en su lucha contra el imperialismo
en cualquiera de sus formas.
Esta
reflexión tiene como brújula la lucha política para ensayar concretamente un
conjunto de posibilidades donde todos recibamos de la sociedad las mismas
oportunidades para realizarnos. Por ejemplo, la misma oportunidad para educarse
y sanarse; la misma oportunidad para trabajar y tener los ingresos necesarios
para vivir dignamente, es decir, igual al resto de sus semejantes; la misma
oportunidad para organizarse y participar en la gestión de las cosas públicas;
en fin, la misma oportunidad para amar. Cosas que como sabemos no suceden ni
pueden suceder en las sociedades capitalistas, mucho menos en las sociedades
capitalistas subordinadas al mercado mundial o al capitalismo globalizado.
Supuestamente, en los países colonialistas, imperialistas o neocolonialistas,
hay mayores oportunidades que en los países colonizados, neo-colonizados o
imperializados para acceder a satisfacer las necesidades básicas requeridas por
lo que se ha dado en llamar el bien común, aunque como sabemos la crisis
capitalista de sobreproducción con todas sus secuelas está llegando incluso a
Europa y Estados Unidos, golpeando no solamente a la clase trabajadora, sino
también a los propios empresarios, sobre todo medianos y pequeños.
El socialismo de Estado
A
inicios del siglo pasado se intentó construir una sociedad socialista en Rusia,
convertida después de la revolución en la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Una sociedad donde los principales medios de producción y de cambio
fueron gestionados por el Estado y por las cooperativas, marginando la
propiedad individual de los medios de producción. Una sociedad que conoció
desde muy temprano la experiencia activa del nuevo sujeto histórico (social,
político y económico), encarnado en los Soviets o Consejos de trabajadores o de
soldados. Una sociedad donde la acumulación originaria se llevó a cabo
trasladando excedentes del campesinado hacia el proletariado industrial. Una
sociedad que logró ofrecer la igualdad de oportunidades en todos los campos de
la vida social. Una sociedad que lideró y apoyó a muchos países hacia un modelo
soviético, compitiendo, alcanzando y superando en muchos campos a las sociedades
capitalistas industrializadas. Muy pronto, sin embargo, antes de la muerte de
su inspirador (Lenin), el Partido Comunista, que dirigía todo el movimiento
tuvo que reconocer la importancia del mercado y de los capitales para el
desarrollo de las fuerzas productivas, lo que se hizo a través de la NEP o
nueva política económica, a pesar de una etapa de férrea colectivización
estaliniana. En todo el tiempo que duró esta experiencia (alrededor de un
siglo), el gestor político y económico principal fue la burocracia estatal.
Valga decir, que en los países socialistas que de alguna manera siguieron el
modelo soviético, la población accedió en poco tiempo a un nivel de vida
superior al resto de países agrarios del llamado tercer mundo. Se
priorizó exitosamente el bienestar económico y social, haciendo caso omiso, sin
embargo, de las libertades políticas. Este modelo implicaba un impulso
revolucionario desde arriba, pues la mayoría de la población no era
necesariamente revolucionaria, de lo contrario no hubiera sido necesario hacer
la revolución.
Como
bien sabemos el modelo se derrumbó desde adentro por falta de libertades
políticas, pérdida de competitividad en el concierto mundial, carencia de un
consumo de bienes y servicios que la gente admiraba en el occidente capitalista
y que la industria ligera de aquellos países no pudo priorizar. Hoy en día, los
antiguos países de la Europa del Este se han convertido en países completamente
capitalistas, llegando algunos a alinearse en forma reaccionaria con el imperialismo
encabezado por Estados Unidos: lo que tomó casi un siglo en construirse se
desmoronó en pocos días.
Una
de las principales lecciones de aquellas experiencias es que no se
puede emprender medidas de orientación socialista, sin contar con una mayoría política
en el seno de la población involucrada. La otra lección es que cuando
las deseadas relaciones de producción (bienestar social) avanzan más rápido que
las fuerzas productivas (industrialización), ambas terminan derrumbándose.
Por ello es que después de un siglo de experiencias socialistas asistimos a un
proceso donde las funciones del Estado regresan al mercado, sin que dicho
mercado pueda separarse de su tendencia hacia el capitalismo tal cual
(diferenciación social + clases sociales + empobrecimiento y pauperización
generalizados).
El socialismo de mercado
Una
constante en el recorrido de las experiencias socialistas ha sido la voluntaria
o involuntaria transición del socialismo de Estado hacia una progresiva
mercantilización, algunas veces igual a la que proponen e imponen los modelos
neoliberales. En algunos casos, esta transición se declara como socialismo de
mercado, otras veces se ha declarado la necesidad de las circunstancias como
una innovadora virtud.
Como
paradigma del socialismo de mercado escogeremos el declarado caso de China. El
país más poblado de la tierra (1,200 millones de habitantes), desencadenó una
revolución (1949) basada en el modelo soviético, pero a partir de los años
setenta, desde la dirección y voluntad del Partido Comunista y bajo el
liderazgo de Deng Xiaoping, giró
hacia el socialismo de mercado con un éxito económico y social sin precedente
en la historia del desarrollo económico, en cuanto a la
industrialización del país y al nivel de vida de su población, superando incluso
al desarrollo alcanzado por los grandes países industrializados de occidente.
En
China, la acumulación económica se basó en la explotación de la fuerza de
trabajo y de los recursos naturales internos, más en el campo que en la ciudad,
así como en la captación de excedentes (plusvalía) en el mercado mundial. Al
igual que en el socialismo de Estado, los principales medios de producción en
China, sobre todo estratégicos, son gestionados por la burocracia estatal, pero
permitiendo y estimulando la competencia interna de capitales privados,
nacionales e internacionales. Existen al menos tres diferencias de la
experiencia de China con respecto a aquella de la Unión Soviética que le han
permitido al Partido Comunista chino mantenerse en el poder, a saber, a)
Conceder tanta importancia a la industria ligera de medios de consumo (sector
II de la economía) como a la industria pesada de medios de producción (sector I
de la economía), b) liberación del mercado de bienes de consumo para la
producción mercantil como de los bienes de capital para los empresarios
capitalistas de todos los tamaños, c) Mantenimiento de una férrea
centralización por parte del aparato estatal conducido por el partido de
gobierno (el partido comunista). Vale la pena señalar que muchos países
asiáticos capitalistas han tenido el mismo éxito económico con un modelo
parecido (Estado fuerte, liberación del
mercado para bienes ligeros, planificación).
Antes
de continuar permítaseme una digresión. Hay dos ilusiones que el capitalismo ha logrado
sembrar exitosamente en las masas, a saber, la libertad política + la vitrina
de bienes de consumo. En la Unión Soviética se privó a la población de
muchas libertades cívicas o políticas y de vitrinas a la usanza de occidente.
En China, a falta de elecciones pluripartidistas se ofrecen vitrinas por todos
lados, lo que le ha permitido sobrevivir política y económicamente. En otras
palabras, el modelo chino recurrió tempranamente al mercado interno para
estimular la productividad del trabajo de la industria ligera, satisfaciendo
así el apetito consumista de las masas, a la par que desde el Estado alentaba,
en competencia con las potencias imperiales, el desarrollo estratégico de los
grandes medios de producción, aparejando la industria civil con la industria
militar. Este modelo chino ha tenido éxito económico y social, aún en los
países pequeños y medianos, como es el caso de los países asiáticos, tanto los
de orientación socialista (Corea del
Norte o VietNam) como de orientación capitalista (Taiwán o Corea del Sur), lo que hace sospechar que el éxito está
dado por la combinación de un Estado-partido centralizado + un mercado
albergando progresivamente capitales de todos los tamaños + un plan central
orientando impositivamente la economía en su conjunto + un estímulo material a
la productividad del trabajo a través del consumo de masas generado por la
industria ligera.
La
verdad es que desde lo que ellos llaman socialismo de mercado, la sociedad
china se encamina a pasos acelerados hacia la formación de una creciente y
multimillonaria burguesía privada y hacia una creciente brecha en la distribución
del ingreso. Todo parece indicar que ni
la concentración productiva mayoritaria en manos del Estado, ni la subordinación
del mercado a un plan de crecimiento económico, ni la preferencia por el
capitalismo nacional o por la burguesía nacional (aún apoyados por una pujante
clase obrera, como sucede en la democracia burguesa de los Estados de Bienestar),
garantizan un futuro socialista. Al respecto existe una polémica puesta en
agenda por quienes proponen que no es lo mismo economía de mercado que capitalismo
y que por lo tanto es legítimo hablar de socialismo de mercado. La verdad es
que es
mucho más difícil demostrar que hoy en día pueda existir el mercado sin albergar
en su seno el modo de producción capitalista.
La socialdemocracia y el Estado
de Bienestar
Desde
los inicios del pensamiento marxista, sobre todo a finales del siglo XIX, se
generó una corriente, llamada socialdemócrata, que como alternativa a la
violencia revolucionaria y a la imposición de la dictadura de un partido único,
planteó la posibilidad del socialismo por la vía pacífica y democrática. Puede
afirmarse que el Estado de Bienestar alcanzado por los países europeos es el
prototipo de ese socialismo pregonado. En estos países, los partidos
socialistas y comunistas fueron legalizados y en algunos países han alcanzado
el gobierno a través de elecciones, sin embargo, funcionan completamente como
economías de mercado capitalistas, aunque con una fuerte base obrera y con
grandes logros alcanzados en materia de bienestar social, al menos hasta fechas
recientes en que comenzaron a implementar una política neoliberal.
Esta
corriente tuvo la ventaja de llevarse a cabo en países que estaban a la cabeza
de la industrialización, la clase obrera constituía la clase mayoritaria y con
una fuerte conciencia de clase, incluso de filiación marxista, como para
arrancarle al capital un nivel de vida por encima del promedio mundial. Como ya
lo señalaba Lenin se trataba de una especie de aristocracia obrera, cuyos
privilegios cabalgaban sobre la explotación de los países del llamado Tercer
Mundo.
Hoy
sabemos que esos países, europeos y no europeos, han sido países que lograron
hegemonizar el mercado mundial y por lo tanto explotar a través de los
desiguales términos de intercambio a los países proletarizados del mundo
restante. En otras palabras, el nivel de vida o los menores índices de
diferenciación social de la población de estos países, estuvieron respaldados
por la miseria rampante en sus colonias de ultramar, es decir, sobre los hombros
de la mayor parte de la humanidad entera. Y digo estuvo porque actualmente,
la emergencia de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ha
comenzado a ponerle límites a la fácil explotación colonial que tuvieron los
países occidentales durante los últimos siglos. La verdad es que la lógica
capitalista colonial, neocolonial o imperialista de estos países ha sido la
lógica imperante, no solamente para sí
mismos, sino para el resto de la humanidad, mostrando hoy en día el fracaso
incluso de su propio Estado de Bienestar. Tampoco podemos negar los
espacios de libertades políticas y de bienestar social arrancados por la clase
obrera; un ejemplo exitoso digno de mencionarse, es la experiencia de los
países escandinavos de Europa Occidental, llamados socialismos color de rosa,
lo que muestra el potencial que tiene una lógica socialista aplicada a un
mundo con igualdad de oportunidades políticas y económicas para todos y todas.
A raíz de los paquetazos neoliberales, aplicados a diestra y siniestra, incluso
en los países europeos, comienza a desmoronarse también el Estado de Bienestar
de la socialdemocracia, quienes como dijimos padecen además una competencia
menos fácil en el concierto del mercado mundial. Ahora bien, aunque el
extraordinario crecimiento del capitalismo nacional de los BRICS, contrarreste
la explotación neocolonial del capitalismo metropolitano occidental, estos
cinco países tampoco han podido disminuir la enorme brecha social entre ricos y
pobres, lo que muestra que el crecimiento económico no es sinónimo de igualdad
de oportunidades, ni siquiera de bienestar social; a lo que habría que agregar
que dicho crecimiento no escapa a un modelo extractivista y depredador.
En
síntesis se puede afirmar que los gobiernos socialdemócratas no solamente han
seguido la ruta clásica del capitalismo, sino que han funcionado como
metrópolis imperialistas, más que como sociedades socialistas.
Señalemos
de paso que en cuanto a la planificación de la economía y el desarrollo del
mercado interno, en tanto que aumento de la capacidad de compra de las masas,
existe cada vez más coincidencia entre los teóricos o líderes del capitalismo
como del socialismo. Desde Keynes hasta Obama, estos gobiernos no tienen
empacho en planificar e intervenir cada vez más el mercado y elevar la
solvencia de los consumidores, como medio para paliar la anarquía del mercado y
las crisis de sobreproducción respectivamente.
Ahora
pasemos a revisar lo que ha pasado en los países que desencadenaron una
revolución encabezada por movimientos y gobiernos de izquierda y que tienen
como principal agenda la liberación política, cultural y económica del
neocolonialismo y del imperialismo, bajo una orientación o discurso socialista,
es decir, el cuarto modelo ensayado sobre el socialismo.
Los movimientos de liberación nacional y el socialismo
La
existencia manifiesta y percibida del colonialismo, el neocolonialismo y el
imperialismo, así como la conciencia del nivel de explotación y miseria
sembrados en los países coloniales, neocoloniales e imperializados del llamado
Tercer Mundo, desencadenaron desde el siglo pasado sendos movimientos llamados
de liberación nacional. Estos países lograron mejorar su suerte bajo una orientación
socialista, a través de revoluciones políticas y del apoyo de la Unión
Soviética, dada la imposibilidad de emprender endógenamente un proceso de
acumulación originaria, debido en parte al nivel de atraso y vulnerabilidad en
que se encontraban en relación a sí mismos y en relación al mercado mundial.
Para
los dirigentes de estos movimientos la ruta hacia el socialismo no solamente
era posible, sino que aparecía con un itinerario muy claro de entender: a) toma
del poder político por la vía armada, b) nacionalización o confiscación del
gran capital internacional y nacional, b) políticas de redistribución del
ingreso a favor de la nación y de los más desposeídos, c) lucha contra la
presencia del imperialismo. Fueron muchos los logros alcanzados por estos
países donde tales movimientos alcanzaron el poder, tanto en términos de
soberanía y bienestar como de correlación política de fuerzas en el contexto
internacional. La caída del socialismo soviético y la agresividad del
imperialismo desmontaron gran parte de estos modelos de liberación nacional.
Muchos de ellos terminaron padeciendo reveses contrarrevolucionarios y algunos
de ellos hasta un proceso acelerado de neoliberalización de sus economías y de
sus sociedades. Pronto se entendió que no es lo mismo revolución que socialismo, o
incluso que transformación social, aunque sin la primera se hace mucho más
difícil, aunque no imposible, transformar un país, pues en muchos aspectos
hasta las masas se resisten a la transformación, ya que tienen interiorizada
una alta cuota de colonialidad conservadora.
El
principal rédito de aquellas experiencias fue el desmantelamiento de
sangrientas dictaduras, así como la obtención de un espacio político por parte
de la izquierda para poder batallar políticamente en aras de disputar en
condiciones legales la opinión de las masas. La democracia formal se
democratizó y comenzó a incluir a los movimientos de izquierda y por tanto a
las masas oprimidas, explotadas y marginadas. En el caso de la izquierda
latinoamericana, en la oposición o en el poder, la misma fue silenciosamente
obligada a trastocar todo su andamiaje estratégico. De ahora en adelante, a)
la toma del poder sólo podría llevarse a
cabo a través de elecciones democráticas, es decir, reconocidas por el imperio
y b) el acceso a los excedentes sociales debería hacerse a través del mercado y
de una tenue orientación indicativa del mercado por parte del Estado por sobre
sus economías.
Hoy
en día, la izquierda latinoamericana batalla en medio de una democracia política electoral donde se juega su
hegemonía en cada elección, sometida a una presencia oligopólica de las grandes
empresas transnacionales, ajenas a la acumulación económica interna. Estas
economías se proponen compensar con el
mercado regional latinoamericano la debilidad de sus propios mercados internos
nacionales.
Existe
un caso paradigmático, como es el caso cubano, debido al nivel alcanzado en
cuanto a la instauración de una sociedad socialista, acorde al menos a los
parámetros arriba mencionados. Entre tales rasgos podemos mencionar los
siguientes: a) desencadenamiento armado de una revolución de orientación
socialista nacional, es decir, antiimperialista, que tempranamente confiscó a
la burguesía imperialista y local, incluyendo a la burguesía pequeña; b) una gestión económica
completamente en manos del Estado, incluyendo una planificación presupuestada;
c) un Partido Comunista ejerciendo el monopolio de la orientación política de
la sociedad; d) una economía con grandes dificultades para llevar a cabo un
proceso de acumulación originaria endógena, como no fuese a través del subsidio
o apoyo externo, en este caso de la Unión Soviética. Al igual que el resto de
países socialistas, el modelo cubano logró ofrecer igualdad de oportunidades a
toda la población y mejorar el nivel de vida del pueblo cubano y alcanzó
niveles de solidaridad internacional sin precedentes en la historia del
socialismo. Hoy en día, Cuba, a pesar de muchas diferencias con el resto de
países socialistas, parece seguir la
experiencia del resto de países socialistas, a saber, la reorientación
de la sociedad hacia una economía mixta, donde la gestión económica estatal se
acompaña de medidas tendientes a liberalizar el mercado y la presencia de
pequeños, medianos y grandes capitales. En su último Congreso, el Partido
Comunista Cubano aceptó las limitaciones del Estado para gestionar la
producción y las limitaciones de su economía para emprender un proceso de
acumulación de capital, y, por ende, para continuar remunerando a la sociedad
de acuerdo al criterio de la satisfacción de las necesidades. Cada vez es más
evidente, sobre todo en las últimas décadas la recurrencia de Cuba al capital
transnacional para compensar su lenta acumulación ampliada, sociedad que ha
comenzado aceleradamente a liberalizar la economía mercantil, transformando el
modelo presupuestario, orientando cada vez más su economía bajo las reglas de
la competencia mercantil.
Pareciera,
pues, una regularidad, sino una regla, el axioma que arriba mencionada, en
cuanto a la contradicción o limitación que existe entre un bajo nivel de
productividad del trabajo o del capital y una alta satisfacción por voluntad
política del bienestar social de la población, sobre todo en un entorno
hegemónico del mercado capitalista mundial. Y esto es igual para el socialismo
como para el capitalismo. Al respecto es paradigmático el caso de un
pequeño país como Costa Rica, que al igual que los países escandinavos del
norte de Europa, ha tenido una experiencia exitosa, tanto en cuanto a democracia
como a bienestar social de la población.
Hoy
en día, algunos movimientos de izquierda con confesada vocación y/u orientación
socialista en América Latina, han accedido al gobierno y parte del poder por la
vía democrática, superando así la otrora falta de mayoría política para
emprender sus reformas, intentando llevar a cabo transformaciones políticas,
sociales y económicas que ni siquiera el liberalismo-capitalismo nacional
habían emprendido, por su subordinación al imperialismo occidental: soberanía nacional,
desarrollo del mercado interno a través de programas sociales para
desempobrecer a una gran parte de la población, renacionalización de algunas
empresas, protección económica de sus fronteras, solidaridad internacional para
combatir el injusto orden internacional o lo que es lo mismo el intercambio
desigual en la arena del comercio mundial, siendo paradigmático el ejemplo de
la revolución bolivariana de Venezuela.
Estas
experiencias de izquierda que se amparan del gobierno por la vía electoral, más
el enfrentamiento con el imperialismo, más la unidad latinoamericana en tanto
que patria grande y mercado regional como sustituto del mercado interno, han
permitido que se hable del Socialismo del Siglo XXI, precisión que apenas
alcanza para diferenciarse del socialismo estatista y del neoliberalismo, pero
que no alcanza para mostrar el apelativo de socialismo aplicado a estos países,
como no sea el discurso anticapitalista, la lucha nacional y regional contra la
presencia imperial, la nacionalización de algunas empresas transnacionales, los
programas sociales para favorecer a la población marginada. Y es tan fuerte la
herencia estructural del capitalismo dependiente, así como los estragos
sociales, que se vuelve titánico el esfuerzo por revertir la dependencia del
capital extranjero, la concentración del capital, la brecha entre ricos y
pobres, entre otras lacras generadas por un capitalismo apenas modificado.
En
otras palabras, asistimos a movimientos de izquierda que llevan a cabo, aunque
por distintas motivaciones, transformaciones que en rigor corresponderían a una
revolución liberal, aunque sin hegemonía de la burguesía en la conducción del
gobierno, el Estado, la sociedad. Sin
embargo, en la práctica, estos países están todavía en una fase bastante distanciada
de las experiencias y logros alcanzados, en cuanto a la acumulación o
desarrollo endógeno, por el socialismo anterior. A ello se agrega el hecho de
que muchos de ellos sucumbieron a la revolución conservadora impuesta por la
ofensiva neoliberal. Modelo que ha llevado incluso a muchos movimientos,
líderes e intelectuales, a pensar que basta con implantar la democracia
electoral para resolver los problemas de la justicia social, o a otros que
piensan que presionados por el crecimiento económico no logran evitar los
efectos no deseados, propios del desarrollismo extractivista.
Antes
de concluir con este apartado, quisiera señalar algo que me parece necesario
insertar en esta discusión, como es la aparición de nuevas banderas en la lucha
social contra el sistema imperante, banderas que difícilmente pueden ser
resueltas por la lógica del capitalismo. Me refiero a la participación en
igualdad de condiciones para las mujeres, los pueblos indígenas, las
comunidades étnicas, la ecología sostenible, así como la igualdad de
oportunidades de los Estados y naciones en el concierto internacional. Tanto es
así que habría que incluir como parte de un programa, sino socialista, al menos
post-neoliberal o post-capitalista, algunas banderas como la lucha contra la erradicación
del patriarcado, la discriminación racial, la destrucción del medio ambiente,
el empobrecimiento y exclusión laboral, la dependencia del exterior y la
colonialidad interna, tareas que parecen imposible desde la lógica del
capitalismo. Tan cierto es esta afirmación que deberíamos incluir como
parte de un programa alternativo el antiimperialismo y la lucha contra el
capitalismo salvaje, rasgo que padecen prácticamente todas las formas
capitalistas de las formaciones sociales hegemónicas.
La vía asociativa y autogestionaria hacia el socialismo
Una
vía es un proceso político, social y económico, por medio del cual una sociedad
se encamina progresivamente hacia una formación social diferente. Por ende,
hablar de una vía asociativa hacia el socialismo significa un proceso de
ruptura para resolver o superar aquellas limitaciones que el capitalismo no
está en capacidad de lograr sin abandonar su propia naturaleza. ¿Qué hacer para
enrumbarnos hacia una “una sociedad de productores libremente
asociados, organizados alrededor de un plan”?. Ya mencionamos arriba la
vía socialista clásica: desarrollo y concentración del capital en pocas manos,
conformación de una clase obrera mayoritaria con conciencia de clase,
nacionalización o estatización de los medios de producción y de cambio, en fin,
transformación de los trabajadores-proletarios-asalariados en productores
libremente asociados alrededor de un plan.
Además
de la experiencia del socialismo de Estado, donde un partido gobernaba en
nombre y en función del proletariado, como fue el caso del socialismo soviético
o cubano, y además de la experiencia del socialismo de mercado o del socialismo
socialdemócrata, existe una experiencia sui-géneris que merece destacarse, como
es la experiencia yugoslava. En Yugoslavia se combinó un régimen de
carácter democrático con una gestión generalizada de empresas autogestionarias
y de repúblicas federadas que se turnaban la conducción del Estado federado.
Experiencia que se separó tanto del socialismo soviético, como del socialismo
de la socialdemocracia europea. Lamentablemente, esta experiencia es menos
conocida y fue brutalmente descuartizada por las tropas del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), apadrinado por el imperialismo estadounidense. A mi
modo de ver es la experiencia donde el socialismo alcanzó su mejor nivel, tal
como lo definía el marxismo, una
verdadera unión de trabajadores libremente asociados.
En
nuestros países latinoamericanos estamos lejos de cualquiera de las
experiencias anteriormente señaladas. Vivimos en sociedades dependientes, con
Estados debilitados por el neoliberalismo, subordinados al mercado mundial, con
una clase obrera minoritaria, con una mayoría de trabajadores por cuenta
propia, una gran brecha en relación a los ingresos, un mercado abierto y en
medio de una agresiva competencia internacional.
¿Qué
hacer entonces? Esperar a que se desarrollen las fuerzas productivas como en
Inglaterra, esperar una mayoría proletaria, confiscar a las grandes empresas
transnacionales, planificar la economía a favor de las masas explotadas,
estatizar totalmente la economía, y finalmente transformar a un proletariado de
asalariados inexistentes en productores libremente asociados que se harán cargo
de gestionar la vida política y económica del país. Obviamente, tal ecuación
parece imposible. Vivimos en un mundo de sobreproducción relativa, donde los
trabajadores sobran y donde los centros de producción expulsan, a riesgo de
perecer, cada vez más a un mayor número de trabajadores.
¿Podemos
expropiar (compensando a los propietarios) o confiscar a los propietarios de
medios de producción? Obviamente que no, dada la existencia mayoritaria de
pequeños y medianos productores mercantiles. Sería un verdadero suicidio tanto
desde el punto de vista político como económico, pues estaríamos afectando a la
mayoría de la población.
¿Podemos
expropiar o confiscar a los grandes capitales locales o a las corporaciones
internacionales? Igualmente, parece muy difícil, dado que gran parte de su
patrimonio está internacionalmente dislocado; confiscar un banco internacional
significaría confiscar apenas una oficina con sumas insignificantes en sus
cajas, confiscar una zona franca o una empresa capitalista local, sería dejar
sin empleo a una gran masa de trabajadores sin alternativa para recolocarlos.
¿Puede
el Estado hacerse cargo de administrar los (incluso inexistentes) grandes
medios de producción y de cambio? ¿Podemos prescindir de la cooperación
internacional, bilateral o multilateral? ¿Podemos planificar el mercado, regular
los precios y asignar los recursos de acuerdo a criterios políticos, en el seno
de una economía abierta? ¿Podemos lograr el pleno empleo de una clase obrera e
inculcarles una orientación proletaria, en un país desindustrializado o esperar
que el actual capitalismo los genere? Todo esto parece difícil en las actuales
circunstancias, amén de que necesitaríamos una conciencia masiva en la
población que esté de acuerdo con estas medidas y dispuesta a sufrir las
consecuencias. ¿Podemos contar con un subsidio permanente por parte de algún
país, capitalista o socialista, como para emprender un proceso de acumulación
endógeno?
Últimamente,
abundan los planteamientos sobre el llamado socialismo del siglo XXI. A juzgar
por las experiencias de los gobiernos de izquierda en el poder y de las medidas
emprendidas para construir dicho socialismo, lo que se puede afirmar dada la
cruda realidad capitalista en que se desenvuelven dichos procesos, es una
voluntad de transformación caracterizada por un conjunto de rasgos comunes: a)
Discurso antiimperialista o anticapitalista, b) Medidas para frenar o revertir
el modelo neoliberal, entre ellos la reconstrucción del Estado y la restitución
de la ciudadanía, así como la
implementación de otras medidas que dejaron pendiente las reformas liberales
(reforma agraria, protección del mercado interno, protección del capital
nacional y generación de empleo, etc.) c) Programas sociales encaminados a
disminuir la pobreza y redistribuir la renta nacional, c) Organización de los
sectores populares alrededor de las elecciones y de la ejecución de los
programas sociales, d) Desplazamiento de la oligarquía por una burguesía local
o nacional, e) Apoyo a los pequeños productores y fomento de la cooperativización, f) Unidad nacional y
latinoamericana, h) Medidas para evitar los estragos sociales y ecológicos del
capitalismo salvaje.
Sin
embargo hay muchas cosas que se pueden hacer en aras de enrumbar nuestras
sociedades hacia un modelo de orientación o transición hacia el socialismo.
Tales como la nacionalización de algunas empresas de producción o de servicio,
reforma agraria integral, la capitalización de los pequeños y medianos
productores, una reforma fiscal progresiva, la gratuidad en la educación y la
salud, la inclusión de una orientación socialista en los programas escolares,
una alianza latinoamericana para frenar la agresividad del gendarme del
capitalismo mundial como es el imperialismo estadounidense, entre otras
medidas. Esta última política está avanzando bastante desde que se inició la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la conformación
del Mercado del Sur (MERCOSUR), la conformación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), entre otras experiencias.
A
pesar de la importancia de las medidas anteriormente señaladas, el objetivo, la
motivación y la hipótesis de este artículo están centrados en la posibilidad de
emprender una de las medidas más medulares de la transición al socialismo y que
no parecen poder instalarse por la vía convencional del socialismo.
Nos referimos a la transformación del proletariado en
productores libremente asociados.
Nuestra
hipótesis es que en nuestras sociedades los trabajadores ya se han convertido
en productores, aunque por una vía diferente a la industrialización capitalista
de los países metropolitanos. Tenemos una masa mayoritaria que nosotros hemos
llamado proletariado por cuenta propia, para diferenciarlos del proletariado
por cuenta del capital, como hemos estado acostumbrados a conocerlos.
Trabajadores-productores que han sido expulsados o no tienen esperanza alguna
de convertirse en obreros asalariados. Nos referimos a los
trabajadores-productores (la economía familiar, los campesinos, los artesanos,
los pescadores, los madereros, los manufactureros, los pequeños transportistas,
las cooperativas de acopio, crédito y otros servicios). Son trabajadores
directos que además de haberse convertido en trabajadores-productores, se han
amparado de gran parte de los medios de producción.
En el caso de Nicaragua, gestionan directamente la mayor parte de los medios de
producción, generan la mayor cantidad de la riqueza, el empleo y las divisas
del país, aunque por estar situados en la producción primaria son los sectores
más empobrecidos de la sociedad. De tal manera que para convertirse en
productores libremente asociados, solamente les hace falta asociarse en
diferentes tipos de asociaciones, cosa que han empezado a hacer, como veremos
más adelante. Entonces, con esta mayoritaria masa de trabajadores-productores,
hay que emprender las medidas que permitan horizontalizar la distribución de la
renta, compitiendo con el gran capital nacional y con las empresas
transnacionales, sin menoscabo de que el Estado, puesto al servicio de los
pequeños y medianos productores, nacionalice, estatice o regule las rentas de
los grandes empresarios.
El
objetivo es el mismo, convertir al proletariado, esta vez por cuenta propia, en
productores libremente asociados. En otras palabras la asociatividad
funcionaría como una estrategia y como una escuela para entrenar al
proletariado por cuenta propia a fin de que pueda competir con el capital
local, nacional y transnacional, resolviendo al mismo tiempo las necesidades de
sus familiares. Como una estrategia, porque solamente a través de la
asociatividad podría escalar los eslabones de la cadena de valor y recuperar
los excedentes que el mercado capitalista les arrebata a través de la
circulación. Como una escuela porque a través de la asociatividad es que se
entrenarían para convertir las relaciones de competencia en relaciones de
solidaridad y complementariedad. Por supuesto que no negamos la posibilidad y
necesariedad de que los obreros y resto de asalariados puedan asociarse para
participar o hacerse cargo directamente de la gestión de las empresas o de las
instituciones públicas.
1. La importancia
del Estado
La
presencia y uso del Estado es incluso imprescindible hasta para el capitalismo
de mercado, incluso en su versión oligopólica especulativa. De tal manera que
sería insensato plantearse, como lo hace o ha intentado el neoliberalismo,
optar por la privatización total de la economía, en aras de una supuesta
hegemonía única de la sociedad civil.
En las
actuales circunstancias, el Estado sigue siendo la síntesis de las contradicciones
y la institucionalidad por excelencia, escogida por la sociedad para conducir o
acompañar el sistema político, el sistema económico y los aparatos ideológicos
del Estado. Por lo tanto, no es nada despreciable que un movimiento de
transición hacia el socialismo, tenga que ampararse del Estado o aliarse con un
partido de izquierda que represente sus intereses, para construir la soberanía
frente al imperialismo, para emprender medidas o reformas radicales encaminadas
a neutralizar la tendencia concentradora y excluyente del mercado, y para
debilitar la hegemonía diferenciadora del capital.
La
diferencia con las revoluciones anteriores es que ahora y debido a la
debilitada correlación de fuerzas que nos heredó la derrota de la Unión
Soviética y la agresiva acometida del neoliberalismo, la toma del poder se haga
a través de elecciones que permitan alcanzar una estable y permanente mayoría
política. Los éxitos de los diversos movimientos
de izquierda en América Latina testimonian la posibilidad de arrebatarle a la
oligarquía, la burguesía y el imperialismo, la conciencia de las masas
empobrecidas del continente. En el caso de Nicaragua, el movimiento sandinista
ha logrado copar la institucionalidad estatal, contando con una mayoría
política en el Parlamento y por lo tanto emitir las leyes que estime
conveniente para neutralizar las embestidas del capitalismo salvaje y del
imperialismo.
En
última instancia, el Estado es el ente que puede lograr, si lo hace, expresar
la voluntad de la nación y por tanto hacerla caminar con todas sus
posibilidades, aún en medio de una debilitada correlación de fuerzas en el
concierto internacional. Y cuando decimos Estado nos estamos refiriendo a la
promulgación de leyes, al control de las fuerzas armadas, la gestión de empresas
públicas, la política internacional, la distribución del presupuesto, la
orientación de las instituciones centrales y municipales, la influencia en la
organización de las fuerzas populares.
2. La importancia
de la soberanía nacional y el
antiimperialismo
La
soberanía nacional en América Latina no ha sido posible ni siquiera en los
grandes países capitalistas del subcontinente. Nuestros países han sido y
siguen siendo dependientes del neocolonialismo y del imperialismo europeo y
norteamericano. Y cuando hablamos de soberanía estamos hablando de
autodeterminación política, soberanía alimentaria, soberanía energética,
soberanía financiera, soberanía comercial, soberanía ecológica, soberanía
autonómica de los pueblos indígenas y comunidades étnicas existentes al
interior de nuestros países.
Y
tomando en cuenta que la soberanía es la otra cara del imperialismo, se hace
necesario una posición y voluntad antiimperialista para poder disminuir la
dependencia y enrumbar la sociedad por un modelo de transición hacia una
sociedad post-capitalista y eventualmente socialista. Y tomando en cuenta las
dificultades, económicas e ideológicas, de las burguesías u oligarquías
locales, para enfrentarse a sus hermanos mayores en el concierto del
capitalismo mundial, parece evidente que sólo una organización de orientación
socialista puede hacerse cargo desde el gobierno de emprender una orientación
antiimperialista.
3.
La realidad del mercado
El
mercado sigue siendo un recio regulador de precios y un fuerte asignador de
recursos, lo que puede facilitar, en las actuales circunstancias, una creciente
productividad del capital, condición sine qua non para competir con el resto de
las economías del orbe y disponer de mayores recursos para mejorar el bienestar
social de la población. Nuestros mercados son mercados subordinados al mercado
mundial y funcionan bajo la lógica y hegemonía del capital, es decir, a través
de un intercambio mercantil donde el precio de mercado se obtiene a partir de
los bajísimos costos de producción más la ganancia media de los capitales
nacionales e internacionales.
En
nuestras sociedades la relación mercantil de compra-venta de la fuerza de
trabajo por el capital, a través de la contratación salarial, ha sido
desplazada por una relación entre capitalistas y pequeños productores
mercantiles, donde los últimos son explotados a través de las relaciones de
intercambio, tal como se hace a nivel internacional entre las naciones
capitalistas y las naciones proletarizadas. Lo que antes se conocía como el ejército industrial
de reserva, se ha convertido en una masa mayoritaria de trabajadores por cuenta
propia que venden sus mercancías en el mercado abierto, conformando una
sui-géneris economía que nosotros hemos llamado economía popular. Esta
economía mercantil donde los trabajadores se han convertido en precarios
productores mercantiles avanza en la medida que el capitalismo necesita menos
de la fuerza de trabajo asalariada, la cual es expulsada inmisericordemente
dada la enorme productividad del capital. Se trata por supuesto de una experiencia
surgida y establecida en el seno de una economía capitalista liderada por el
capital a través del intercambio desigual y donde tales
productores-trabajadores no escapan al empobrecimiento y pauperización. En
rigor económico, son trabajadores explotados por el capital en la esfera de la
circulación y por lo tanto pertenecen al proletariado y a quien nosotros hemos
llamado proletariado por cuenta propia, para diferenciarlos de los proletarios
explotados en la fábrica por un patrón.
Quisiera
aprovechar esta oportunidad para señalar que a nivel de los estratos más bajos
del mercado, el intercambio mercantil se acerca más a un intercambio de
equivalentes, que el intercambio entre los estratos superiores e inferiores.
Los productores populares intercambian sus mercancías a un precio que se acerca
al valor o cantidad de fuerza de trabajo invertida en un producto. Cuando uno
va a un mercado, constata fácilmente que los productores populares, los
productores de frutas y de verduras, por ejemplo, intercambian sus mercancías
de acuerdo al tiempo de trabajo invertido por cada uno de ellos. En otras
palabras, a mayor capital invertido en una transacción mercantil, mayor es la
transferencia de excedentes de quien posee la fuerza de trabajo hacia los que
posen capital.
4. La economía
popular individual
Conferimos
el nombre de economía popular a cualquier actividad social y económica donde
los trabajadores gestionan directamente la producción, el crédito, el comercio
y otros servicios, no para explotar la fuerza de trabajo ajena, sino para
subsistir. El primer ejemplo lo tenemos en las unidades económicas familiares.
La economía familiar es una economía doméstica donde todos los miembros
trabajan dentro o fuera del hogar, y la distribución se hace bajo las reglas de
la satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros. Ciertamente, al
interior de la economía familiar existen relaciones de explotación, aunque las
mismas están limitadas a los privilegios del macho sobre la hembra y los hijos,
pero donde predominan relaciones de cooperación, solidaridad y
complementariedad. En segundo lugar se ubican los pequeños productores
individuales conocidos como el sector informal de la economía o como
productores pertenecientes a una economía mercantil simple, es decir, sin
capacidad para acumular y donde los ingresos apenas alcanzan para sobrevivir y
en condiciones muy precarias. Como dijimos anteriormente, son
trabajadores-productores empobrecidos a través de la circulación. Y es que en
las condiciones actuales del capitalismo, el excedente o plusvalía no se capta
necesariamente en el ámbito del proceso inmediato de producción como antes,
sino en la esfera de la circulación. Los llamamos
trabajadores-productores o productores directos, para diferenciarlos de los
grandes productores que no trabajan en el proceso inmediato de producción, sino
que contratan fuerza de trabajo permanente.
En
Nicaragua, estos sectores constituyen la mayoría de la clase trabajadora,
siendo los mayores generadores de empleo, valor agregado y divisas, en una
proporción incluso mayor que los de la economía capitalista asentada en el
mercado, ya sea de procedencia nacional o internacional.
Ahora
bien, las unidades económicas familiares o los trabajadores individuales por
cuenta propia, muchas veces con una fina
división entre ellos, no están exentos de la competencia del mercado
capitalista, lo que fácilmente los mantiene o encamina hacia lo que sería un
capitalismo popular; popular porque pertenecen a los sectores más empobrecidos,
pero capitalismo en última instancia y por lo tanto sujetos a la férrea
diferenciación del mercado capitalista. En todo caso no se puede negar que
estamos en presencia de medios de producción gestionados directamente por los
trabajadores y por las trabajadoras y por lo tanto factibles de convertirse en
productores asociados y a regirse por un Plan Nacional de Desarrollo Humano,
sobre todo si son apoyados por un Estado popular. En el caso de Nicaragua, estos
sectores son los mayores productores de alimento (crianza de ganado, leche,
huevos, queso, verduras, granos, pescado), así como de algunos productos
oleaginosos como el ajonjolí; tienen un peso importante en la producción de
café y de arroz; en el caso del transporte constituyen el mayor contingente y
son dueños de la mayor cantidad de transporte público (buses, taxis, camionetas,
moto-taxis, triciclos). En las recientes Cuentas Nacionales ajustadas, la
economía familiar aparece con el 45% del valor agregado de la economía.
5. La economía popular asociativa
Una
economía popular asociativa corresponde a un conjunto de
trabajadores-productores que se unen para acceder a una economía de escala,
asociándose para gestionar un fondo de crédito, un medio de producción mayor
que sobrepasa su capacidad individual, pudiendo ser un medio de transporte, un
centro de acopio, una planta industrial, un servicio de exportación o
importación, etc. Por lo general estos trabajadores-productores se organizan en
cooperativas de servicios y muy pocos en cooperativas de producción, en parte por
la mala experiencia en cuanto a la productividad del trabajo, donde los
productores ponían en común sus medios de producción, por lo general la tierra.
Muchos
de ellos, campesinos, artesanos, pescadores o transportistas se han organizado
en cooperativas de servicio, es decir, manteniendo su propiedad y la gestión
individual de su medio de producción o de comercio, pero gestionando como
cooperativa una actividad mayor, ya sea el crédito, una gasolinera, un
beneficio de café o una planta procesadora de leche.
Existen
además algunas empresas mayores que están siendo gestionadas por sus antiguos
trabajadores asalariados y que fueron beneficiados por la Revolución Sandinista
para que pudieran quedarse con las empresas donde trabajaban. Una
economía popular asociativa corresponde, independientemente de su tamaño, a lo
que Marx llamaba Unión de Productores Libremente Asociados. Por lo que
nosotros, tal como reza nuestra hipótesis, consideramos que bien podría
constituir una vía asociativa para transitar más adelante hacia una economía
socialista, donde la mayoría de los medios de producción o una parte
significativa de éstos pertenezcan a los trabajadores-productores, es decir, al
proletariado convertido en Unión de Productores Asociados alrededor de un Plan.
Para lo cual es indispensable que exista un Estado que represente y priorice
sus intereses por encima de los intereses del gran capital o de las
corporaciones internacionales del capitalismo monopólico. Sabemos que eso no
puede hacerse de la noche a la mañana, por eso no hablamos de socialismo, sino
de una vía o tránsito más o menos largo hacia el socialismo.
Dicho
sea de paso, estos trabajadores-productores, individuales o asociados, tienen a
una parte de sus familiares en el exterior, trabajando como migrantes y
enviando remesas periódicamente, con lo que la economía popular tiene así una
fuente de acumulación, aunque sea a pequeña escala.
Habría
mucho de qué hablar en el caso de Nicaragua al respecto sobre este tema,
experiencia que he tratado exhaustivamente en un texto reciente: “El Manifiesto
de los Trabajadores por Cuenta Propia”.
6. Los consejos de gestión política
En
la concepción leninista del socialismo se experimentó la creación de los Soviets
o consejos obreros para gestionar la economía. Hoy en día, existe una rica
experiencia en América Latina alrededor de consejos de ciudadanos y de
trabajadores que junto a la democracia electoral se han organizado como
consejos populares para gestionar espacios políticos junto a las instituciones
del Estado. En el caso de Nicaragua y durante el gobierno del Frente Sandinista
de Liberación Nacional se ha legislado y se han establecido miles de consejos
llamados Consejos del Poder Ciudadano (CPC), los que participan en 16
gabinetes, desde el barrio o la comarca, hasta el municipio, el departamento y
la nación, interviniendo en discusiones y decisiones concernientes a la gestión
cotidiana de los asuntos que les compete. Igualmente, en varios países de
América Latina existe una rica experiencia de consejos ciudadanos encaminados a
la gestión política de los asuntos públicos.
Estos
Consejos también participan en las elecciones municipales y nacionales donde
presentan candidatos a concejales en las alcaldías o de diputados en el Parlamento.
En el caso de Nicaragua y de otros países de América Latina, encontramos
centenares de representantes en los gobiernos municipales y en el Parlamento provenientes de las organizaciones
sociales en general (sindicatos, cooperativas, centrales de cooperativas,
federaciones, confederaciones, consejos de poder ciudadano, organizaciones de
mujeres o de indígenas, asociaciones de ecologistas, entre otros).
7. Los consejos
sectoriales
Igualmente,
existen consejos sectoriales de trabajadores, productores,
trabajadores-productores, gremios y demás asociaciones laborales, productivas y
culturales que se dedican a gestionar sus intereses comunes, tanto en Nicaragua
como en el resto de los países latinoamericanos. Destacan los gremios de
productores por rubro, experiencia que anteriormente se había limitado a los
grandes productores o empresarios, como ha sido el caso en Nicaragua y otros
países de Consejos de la Empresa Privada, los que han alcanzado una gran
experiencia en influenciar las políticas públicas.
En
Nicaragua los gremios populares participan activamente en iniciativas de ley en
el Parlamento, así como en protestas callejeras demandando políticas públicas a
favor de sus agremiados.
8. La gestión de
empresas comunitarias
Asimismo,
existen múltiples experiencias en América Latina de empresas comunitarias,
directamente en manos de ciudadanos, en manos de trabajadores-productores o de ciudadanos-trabajadores-productores
en coinversión con los gobiernos municipales. Empresas llamadas comunitarias
que han logrado organizar a toda la ciudadanía de un municipio para hacerse
cargo de gestionar una empresa de pobladores para administrar el servicio
eléctrico, por ejemplo. Es relevante el caso de grandes cooperativas o
asociaciones donde participan miles de ciudadanos trabajando en defensa de los
intereses precisamente de los consumidores, enfrentándose al gobierno o a
compañías nacionales y extranjeras para influenciar en la regulación de precios
y formas de suministro de bienes y servicios.
9. Los gobiernos
municipales y autonómicos
Junto
al gobierno nacional o federal existen gobiernos municipales desde la
independencia, incluso hay experiencias de cabildos que funcionaron en la época
colonial; y aunque no participaba la mayoría del pueblo, comenzó a incubarse una tradición de gobierno municipal.
Hoy
en día, los funcionarios, concejales y alcaldes, de los gobiernos municipales están
cada vez más en manos de funcionarios provenientes de las organizaciones
populares, con ricas experiencias de gobiernos participativos o directos donde los
ciudadanos deciden sobre la distribución operativa del presupuesto de esas
alcaldías.
Algunos
de esos funcionarios se presentan a las
elecciones, propuestos directamente por sus organizaciones y representando sus
intereses, donde la ley lo permite, en otros casos lo hacen a través de
partidos políticos de izquierda que los incluyen en sus listas como parte de
una explícita alianza política entre partidos y movimientos sociales. Es
destacable el caso de países como Bolivia donde un movimiento social se convirtió
en partido político, el Movimiento al Socialismo (MAS) que después de derrocar
a presidentes decidió convertirse en partido político y ganó las elecciones
presidenciales.
En
Nicaragua existe desde la Revolución Popular Sandinista de los años ochenta una
experiencia que no podríamos dejar de mencionar, como es la ley y puesta en
práctica de un proceso autonómico para los Pueblos Indígenas y Comunidades
Étnicas de la Costa Caribe, donde funcionan dos gobiernos regionales
autonómicos, encargados de gestionar, preservar y desarrollar la cultura y
autodeterminación de su población. Se trata además de un territorio de más de
30,000 kilómetros cuadrados, equivalente a la cuarta parte del territorio
nicaragüense y un poco más grande que la república de El Salvador.
10. Los movimientos de izquierda de orientación
socialista
Los
movimientos de izquierda pueden ser movimientos sociales, partidos de izquierda
en la oposición o partidos de izquierda en el poder. En Latinoamérica existe
una gran cantera de experiencias de todos estos movimientos.
Hoy
en día ser de izquierda significa enarbolar las banderas de la justicia social
en todas sus manifestaciones y que de alguna manera pertenecen a la cultura
socialista. Existen muchas clases de movimientos sociales: viejos movimientos
sociales como los movimientos obreros, movimientos campesinos, movimientos de
estudiantes, entre otros. Existen además nuevos movimientos sociales con nuevas
banderas, como los movimientos indígenas, movimientos por la tierra o la
reforma agraria integral, movimientos ecologistas, movimientos feministas,
movimientos por la diversidad sexual, movimientos cívicos, movimientos
barriales, amén de un conjunto de movimientos políticos con reivindicaciones
más globales, como los movimientos contra las guerras de intervención,
movimientos por la paz, movimientos contra gobiernos dictatoriales o
autoritarios, etc. Estos movimientos no necesariamente se definen como
socialistas o de orientación socialista, pero definitivamente están orientados
hacia formas de gestión no capitalistas o post-capitalistas.
Los
movimientos sociales masivos y combativos tienen incluso en su haber la
experiencia de tumbar presidentes, otros tienen un poder de veto
extraordinario, por ejemplo movimientos que han logrado rechazar tratados
internacionales o leyes parlamentarias que lesionan sus intereses, como los
movimientos contra las medidas neoliberales.
Igualmente,
existen movimientos organizados como bloques políticos de alianzas electorales
o simplemente como partidos políticos como es el caso de los movimientos de
liberación nacional, muchos de ellos movimientos guerrilleros que se
enfrentaron y lograron derrocar dictaduras y ampararse del poder político; nos
referimos a los arriba señalados movimientos de liberación nacional.
Toda
esta rica experiencia revolucionaria se acompaña o combina con partidos de
izquierda que han llegado al gobierno por la vía electoral, existiendo una gran
afinidad con los movimientos sociales de toda naturaleza.
No
estamos todavía hablando de socialismo, pero toda esta rica experiencia
participativa no puede ni debe pasar desapercibida como un modelo de gestión
social que nos entrena y nos encamina hacia una sociedad post-capitalista, por
ser eminentemente popular. Y es que en América Latina hoy en día lo popular es
por lo general sinónimo de izquierda, es decir, de posiciones políticas que
combaten gobiernos de derecha o aliados del imperialismo estadounidense.
Muchos
partidos de izquierda, en la oposición o en el poder, han protagonizado en alianza
con sendos movimientos sociales combates para frenar una ley, botar a un
gobierno, enfrentarse a las empresas transnacionales o al propio gobierno de
los Estados Unidos, defendiendo los intereses soberanos de sus naciones o
intereses populares de sus propios pueblos.
Destacan
aquí viejos y nuevos movimientos populares en el combate, discursivo o
institucional, contra el orden establecido, rechazo que sólo puede provenir de
un pueblo organizado y con conciencia de clase y de nación explotada.
Efectivamente, hay muchas limitaciones para emprender medidas socialistas, dada
la estructura económica y social en estos países, aunque la institucionalidad de tales estructuras está
siendo erosionada paulatinamente, debiendo aprovechar cualquier resquicio en
las estructuras del poder establecido para penetrarlo con un espíritu
anticapitalista.
Aunque
sé que hay innumerables experiencias riquísimas alrededor de la temática que
estamos tratando, no quisiera dejar pasar la experiencia de Nicaragua, donde un
movimiento social de carácter político, el Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN), alcanzó el poder a través de la lucha armada, como fue el caso asimismo de la
revolución cubana. Una vez en el poder, gobernó bajo una orientación
socialista. Después de diez años de enfrentar un movimiento
contrarrevolucionario apoyado por el gobierno de Estados Unidos, fue derrotado
electoralmente. Sufrió las consecuencias de una restauración
contrarrevolucionaria y neoliberal. Finalmente, aceptó las reglas del juego de
la democracia burguesa y retomó el poder por la vía electoral, desde donde alcanzó
la hegemonía o mayoría política de los electores, intentando en las nuevas
condiciones y en una nueva etapa implementar medidas encaminadas a debilitar el
sistema imperante. Como todos los movimientos o partidos de izquierda en el
poder se enfrenta a la cruda realidad de tener que administrar una economía
capitalista y gobernar una sociedad con fuertes huellas de la ideología
neoliberal.
Pero
lo que quiero destacar, como un hecho paradigmático sobre el modelo que estamos
tratando, es la creación en este gobierno de un Ministerio de Economía
Familiar, Comunitaria, Cooperativa y Asociativa; lo que muestra a nuestro modo
de ver la importancia adquirida por lo que nosotros hemos venido denominando
trabajadores por cuenta propia, en camino hacia la asociatividad.
11. La unidad latinoamericana
Finalmente,
pero no menos importante es el discurso y la práctica de unidad latinoamericana
contra las empresas transnacionales y contra los gobiernos extranjeros que
durante siglos han saqueado nuestros países. Muchos movimientos y partidos de izquierda
en el poder tienen conciencia de que la soberanía de cada nación pasa
necesariamente por la soberanía de Latinoamérica, dada la correlación de fuerzas
en el concierto del injusto y poderoso orden internacional.
Hoy
en día se habla de una segunda independencia, una independencia política
acompañada de una independencia económica, con algunas experiencias
alentadoras, a pesar de las adversidades a la hora de enfrentar al poderoso
imperio yanqui. Vale la pena destacar la experiencia de la Alianza Bolivariana para los
Pueblos de Nuestra América (ALBA), liderada por la Revolución Bolivariana de
Venezuela y donde participan países de Suramérica, Centroamérica y El Caribe,
teniendo en su haber un comercio justo entre sus miembros, es decir, un
comercio solidario y complementario, donde ningún país explota a otro y donde
todos salen ganando.
El
ALBA es quizás la primera experiencia de una relación no capitalista o dicho de
otra manera la única experiencia post-capitalista, donde la experiencia de la
Revolución Cubana y sus muestras de heroísmo solidario auguran un porvenir muy
provechoso para el socialismo. Y cuando hablamos del ALBA estamos hablando a
gran escala de una experiencia asociativa de orientación socialista.
Finalmente,
quisiera retomar y recordar la hipótesis arriba mencionada sobre la posibilidad
y necesidad de sistematizar las experiencias en marcha y descubrir que si bien
no podemos hablar de una sociedad socialista, sí podemos hablar de un modelo
social por medio del cual podemos transitar a corto, mediano y largo plazo
hacia una sociedad socialista, conscientes de que los males del capitalismo no
pueden resolverse al interior del sistema capitalista e imperialista, debiendo
conjugar el ejercicio analítico y las experiencias empíricas para construir
esas sociedades en transición de las que hemos hablado en este artículo.
No es
menor importante, cuando se trata de emprender una vía asociativa y autogestionaria
hacia el socialismo, el desempeño del discurso, ideología, teoría, análisis o
sistematización de experiencias, en tanto que agenda para un debate. El
individuo y la cultura que fomentemos tienen un rol estratégico. El individuo
sigue siendo la célula concreta desde donde se forman las moléculas, los
tejidos, los organismos y las instituciones sociales en general. El espíritu
libertario de un ser humano, hombre, niño, mujer, indígena, ciudadano, líder,
funcionario, etc., abona en mayor o menor medida, dependiendo de su
comportamiento personal, a educar y educarse en todas estas experiencias
sociales de espíritu anticapitalista. El avance de un barrio sin basura, sin
charco y sin letrinas contaminantes, dependerá en última instancia del
comportamiento individual de las personas de carne, hueso y espíritu, lo mismo
que el comportamiento de un macho en relación a las hembras, para citar apenas
un par de ejemplos. El avance de la solidaridad estará lleno de actos
individuales heroicos, donde la ética referida estará amasada de ejemplaridad
viviente. El vínculo entre la práctica y la teoría está mediado por la
organización de individuos concretos.
Para
terminar, quiero señalar una acción cotidiana donde el individuo tiene una
importancia mayúscula a la hora de querer cambiar el mundo que nos rodea; me
refiero a la lucha contra el machismo en la familia, el trabajo o la vida pública. Ciertamente que las acciones
colectivas son importantes, además son más vistosas y hasta elegantes, pero un acto
cotidiano tiene también el poder de desencadenar verdaderos acontecimientos,
siempre y cuando sean revolucionariamente gratificantes. Ciertamente que la revolución
no es todavía el socialismo, pero es su principal instrumento y entre todas las
revoluciones no podemos ni debemos olvidar la revolución de la vida cotidiana,
donde todos y todas estamos concernidos, atrapados, muchas veces perdidos, pero
no por ello es menos importante. No se trata de establecer una nueva
inquisición contra la clase política como lo
pretenden los medios de comunicación de la derecha, sino de relevar aquellas conductas
cuya imitación pueda entusiasmarnos de nuevo y prepararnos para los nuevos y
difíciles combates en esta lucha a muerte entre un viejo sistema que solo
muestra sus crueldades y un nuevo sistema que apenas sospechamos.
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