Mujeres: Cirugía Estética,
Polímeros o Vida
Iraida Vargas Arenas
Por fin los medios públicos nacionales han comenzado a hacerse eco de la
terrible y triste situación que confrontan cientos, si no miles, de mujeres
venezolanas que incautamente, como exponemos en nuestra obra Mujeres en tiempo de Cambio, creen en la
publicidad capitalista que dice que para que una mujer tenga éxito en la vida su
cuerpo debe ajustarse a un determinado modelo estético.
En los últimos 20 años han proliferado en el país, hasta límites
inimaginables, gimnasios, spa, salones de belleza, cosméticos adelgazantes, cremas
y lociones contra el envejecimiento, contra la celulitis, inyecciones para
lograr modificaciones celulares, etc, etc. Asimismo, no hay revista para
mujeres que no se precie de ofrecer en cada número uno o varios artículos
dedicados a aconsejar “cómo debe vestirse una mujer de éxito”, “cómo atrapar a
tu hombre”, cuál imagen garantiza a la mujer el éxito en su trabajo”, “cómo
seducir a tu jefe”, etc. etc. Todos esos establecimientos y enfoques dan cuenta
del increíblemente rentable y lucrativo negocio que supone estimular la vanidad
femenina a través de la manipulación de su sexualidad.
Dentro de esta avalancha de establecimientos destacan, de manera preponderante,
las clínicas de cirugía estética, en donde cualquier mujer que tenga los
recursos suficientes para pagar esos servicios puede modificarse la mandíbula y
los dientes, operarse la nariz, las orejas, la cintura, los senos, los glúteos y cualquier otra parte
del cuerpo con la cual nació.
En la lucha sin cuartel para lograr el modelo estético que ha llegado a
ser dominante, las clínicas y los médicos/as,
y también como hemos visto
recientemente cualquier enfermero, emplean sustancias que van desde silicona
hasta bio polímeros, pasando por cualquier otra que garantice la obtención de
la modificación deseada. Como sucede siempre en el capitalismo, poco importa si
esa sustancia es dañina para la salud hasta el punto de ser mortal. Lo que
importa es el lucro.
¿Por qué
mujeres inteligentes, bellas, jóvenes y exitosas como algunas recientemente
fallecidas se autodestruyen con la cirugía estética?
Ellas,
como sucede con miles, se hacen eco “de los ¡ ¡ ¡¡¡consejos médicos!!! sobre
los tratamientos de belleza” y del discurso seductor y vistoso de la publicidad.
Ésta
transmite valores y actitudes culturales y, por lo tanto, influye decisivamente
en la educación ética y estética de la ciudadanía, más aun cuando se trata de
una ciudadanía como la venezolana que sufre y padece cotidianamente de una
cultura creada gracias a la emisión de telenovelas. La publicidad exhibe
en diversos espacios un oasis de perfección absoluta, totalmente ajeno a los conflictos que existen en la
vida, a la injusticia, a las luchas sociales, al dolor y a la muerte. De esa
manera, los anuncios publicitarios convierten la vida en un espectáculo
ilusorio que es capaz de entretener, crear y reforzar estereotipos, prejuicios,
formas determinadas de comportamientos y, sobre todo, dan la pauta a los
individuos de la idea que deben tener de sí mismos. Esto se debe a que la
publicidad es, sin duda, un aparato ideológico.
Hay
publicidades para mujeres y hay publicidades con mujeres, en las que ellas ceden
su cuerpo para la connotación de los productos. Esto se traduce en un atentado
latente a la salud y al respeto del género femenino, toda vez que las mujeres
somos el punto central del sexismo publicitario. De una forma sutil, subliminal
y hasta agradable en algunas ocasiones, muchas mujeres son inducidas a adoptar
una imagen específica ya que es precisamente la publicidad la que les otorga un
determinado valor; y a lo que hacen las mujeres que corresponde al cumplimiento
de cánones impuestos: de belleza, de juventud, de maternidad, de amor, de
esposa, de dedicación familiar, todos ellos concepciones convencionales de la
feminidad.
Esos cánones se expresan en imágenes-símbolos al alcance de todas que buscan y lo han logrado
inmediatas respuestas emocionales sobre las maneras femeninas de concebir y de
ver al mundo, muchas de las cuales presentan, por diversas razones, importantes
carencias precisamente emocionales.
La alienación
simbólica que viven las mujeres en el capitalismo ha convertido a muchas en
objetos simbólicos, lo que ha condicionado sus propias percepciones sobre sus
cuerpos; ello crea la aceptación social de imágenes
utilizadas como arquetipos de lo debe ser una mujer y de esa manera constituyen
representaciones de su sexualidad, la cual es cosificada haciéndola equivalente
a una mercancía a ser consumida. Las
imágenes privilegian cuerpos femeninos juveniles que entran en el mercado de la
oferta y la demanda, devienen objetos del deseo, son codiciadas. Es por
lo anterior que las imágenes destacan la
postura y las proporciones del cuerpo, para hacer de las jóvenes mostradas,
figuras incitantes, eróticas y seductoras. En realidad, se representa a la feminidad,
dentro de ella a la sexualidad y ésta es reducida solamente a la capacidad de
seducción.
La
feminidad es representada a través de un estereotipo caracterizado por la blancura de la piel, la delgadez, la
juventud, la altura, los senos prominentes y lo longilíneo de piernas y brazos,
a despecho de las diferencias étnicas que puedan existir entre ellas en la
realidad, donde esas características corporales no existen o son poco
frecuentes, provocando una adecuación en la subjetividad femenina -sobre todo
dentro de la mayoría de las jóvenes- a esas imágenes y a la idea de libertad y
de requisito para el éxito social así como medio ideal para acceder al poder
masculino. Al regirse por el patrón estético impuesto por el mercado muchas
jóvenes han abrazado sin cautela la homogeneización estética, incluso si para
lograrla ponen en riesgo sus propias vidas. La mayoría de ellas no visualizan
cómo la publicidad despliega ideas sobre la feminidad y lo femenino
persiguiendo siempre su conversión en consumidoras de cosméticos, de cirugía
estética, de modas en el vestir, de dietas, de gimnasios, etc.
La
identidad personal se realiza entonces para muchas jóvenes, a través de la
asimilación de esa representación publicitaria con su propia sexualidad y el
modelo estético que la encarna y la sensación de poder ello les confiere.
La mercantilización
del cuerpo femenino se manifiesta meridianamente en la publicidad en los medios
de comunicación masiva, en vallas publicitarias, en las exhibiciones de los
museos y galerías de arte, en murales callejeros, en los libros de autoayuda,
en las letras de canciones, en los ritmos y los bailes que los acompañan. La
aceptación de esos modelos por parte de una importante cantidad de mujeres
–sobre todo entre las más jóvenes, como ya hemos dicho-, las hace sentirse
gratificadas y satisfechas al halagar a los hombres con su sexualidad, la cual
deviene un objeto de consumo público, un objeto que entra en un ritual diario
de gozo, entretenimiento y a veces de deferencia masculina.
Sin embargo, no todas
las mujeres somos sujetas pasivas ante la publicidad. Ésta invoca modelos que
podemos rechazar. Las condiciones sociales en las cuales vivimos condicionan
nuestra aceptación o rechazo; no obstante,
la permanente “contaminación” que sufrimos con esas imágenes-símbolos,
con los significados que transmiten, con los propósitos a los que obedecen las
representaciones de nosotras mismas y de nuestra sexualidad pueden yuxtaponerse
a esas condiciones. Combatir esa contaminación con una acción subjetivamente
pensada es una tarea, por demás, esencial para trascender la alienación que
produce la publicidad dentro del sistema capitalista. Ese combate es todavía
más imperioso para aquellas mujeres que somos o nos decimos revolucionarias.
Caracas, 24-10-2012
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