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lunes, 1 de agosto de 2011

Omar Torrijos: Patriota y Pensador panameño

Manuel Moncada Fonseca

I. Introducción

La caída de una serie de dictaduras militares latinoamericanas a fines de los cincuenta, pero sobre todo la de Batista en Cuba en 1959, mostró de forma irrefutable que el “gorilismo” no representaba una garantía para los intereses yanquis en la región. De esta suerte, se inició el deslinde respecto a los gobiernos de este tipo y comenzó a fijarse una línea favorable a los gobiernos representativos de corte reformista. En este marco, se engendró la Alianza para el Progreso, en la que, al menos de palabra, se reconoció la necesidad de cambios dentro del marco burgués existente. Ante los militares se presentó el dilema de seguir plegados a la defensa de los intereses oligárquicos y de los monopolios extranjeros, o emprender la vía de las transformaciones sociales.

En estas condiciones históricas, se transmutan valores en varias estructuras castrenses de América Latina: La sublevación de unidades militares de Carúpano y Puerto Cabello (Venezuela, 1962), en apoyo a la lucha antiimperialista; la participación de militares en el movimiento democrático (Brasil, durante la presidencia de Goulart); la sublevación del coronel Francisco Caamaño (República Dominicana, 1965); el arribo al poder de militares progresistas (Perú, 1968); y el de Omar Torrijos (Panamá, 1968) (Grigulévich, 1982: 35-36).

II. Breve reseña histórica del problema panameño

El 4 de noviembre de 1903, Panamá, hasta entonces una provincia, se separó de Colombia. EEUU reconoció de inmediato al nuevo Estado, cuyo primer gobierno, por medio de un tratado, le cedió no sólo la realización de trabajos y el derecho para dirigir el Canal entonces en construcción, sino también y perpetuamente el conjunto de derechos, la potestad total y la plenitud de poderes sobre la zona canalera, lo que excluía la sesión de estos derechos a otros estados.

Ante la inminencia de la revisión del Tratado, el 2 de enero de 1955, muere asesinado el presidente panameño José Antonio Remon, lo que se atribuyó al imperialismo estadounidense y a la oligarquía panameña. Entre los involucrados en este crimen estaba J. Ramón Guisado, el vicepresidente. Apenas asumió la presidencia, se supo que había sido uno de sus organizadores. Fue destituido y condenado a 8 años de prisión. No obstante, Panamá siguió en manos de los yanquis y los oligarcas hasta el año 1968, año en que Omar Torrijos Herrera tomó el poder.

Torrijos nació el 13 de febrero de 1929, en la ciudad de Santiago de Veracruz, provincia de Veragua, en una familia de maestros. Estudió en una escuela en la que enseñaban maestros de espíritu revolucionario y patriótico. Surgió para entonces la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP), de la que Torrijos fue activista. En 1952, comenzó sus servicios en la Policía Nacional, la que pronto se llamaría Guardia Nacional (GN). Su labor en esta institución lo hizo conocer la pobreza, el desempleo, el hambre y la injusticia social reinantes en su país.

Pero lo que en definitiva marcó su formación político-ideológica fueron los sangrientos sucesos de 1964, provocados por la obstinación yanqui de negar la soberanía de Panamá sobre la zona del Canal. Un año antes, EEUU y Panamá firmaron un acuerdo que obligaba al primero de estos países a izar la bandera de ambas naciones en lugares oficiales. Debido al constante incumplimiento del acuerdo, estudiantes panameños, celebrando el primer aniversario de su entrada en vigor, con permiso de las autoridades, izaron la bandera de su país en una escuela de Balboa, ciudad ubicada en la zona del Canal. Pero fueron detenidos, apaleados y expulsados de allí por los yanquis, quienes, por otra parte, rompieron la bandera panameña.

Al conocerse por todo Panamá lo sucedido, por la noche, jóvenes panameños, portando la bandera de su país, se dirigieron a la línea divisoria de la zona de ocupación para protestar por la arbitrariedad yanqui. Sin advertencia de por medio, los recibieron a balazos. No bastando ello, por dos días consecutivos, la policía y el ejército yanquis, con apoyo de aviones cazas, dispararon sobre el territorio panameño. Más de veinte personas perecieron y cerca de trescientas resultaron heridas. Sin embargo, la agresión imperialista sirvió de caldo de cultivo al movimiento de liberación nacional destinado a la reintegración de la zona canalera y del mismo Canal a la soberanía panameña.

Para alcanzar este objetivo, primero había que eliminar la existencia de gobiernos oligárquicos, mismos que entregaban la suerte de Panamá a los dictados de EEUU. Así, el 11 de octubre de 1968, la GN encabezada por Torrijos, apoyándose en amplias masas del pueblo, puso fin a los tiranos panameños. Rechazando la posición del nuevo gobernante panameño, en 1969, EEUU trató de apartarlo del poder, alentando al ala derecha de la oficialidad de la GN a perpetrar un golpe de Estado. Pero Torrijos lo hizo fracasar.

Torrijos aprobó una nueva Constitución que refrendó el establecimiento de una Asamblea Nacional, compuesta por representantes de las comunidades. La iniciativa en el órgano legislativo pasó a manos de los sectores más marginados de la población (Grigulévich, 1988: 387-388, 390-392, 394). Como anotaban los comunistas panameños, la GN estaba demostrando que era una fuerza capaz de renunciar al papel de instrumento de la oligarquía para colocarse al lado de los intereses populares (Shulgovski, 1982: 93).

El líder panameño logró que el Consejo de Seguridad de la ONU se reuniera en su país en marzo de 1973, para discutir lo relativo al Canal. El Consejo, en su mayoría, se pronunció en favor de las exigencias panameñas y exhortó a Washington a revisar su tratado con Panamá. Pero, aplicando el veto, EEUU rechazó la resolución propuesta en torno al Canal. Con todo, lo que no se logró con Nixon, sí se logró con Carter: En septiembre de 1977, en Washington, se firmaron los acuerdos Carter-Torrijos, según los cuales, a partir del 31 de diciembre de 1999, el Canal sería devuelto en propiedad plena e incondicionalmente a Panamá. Restaba sólo la ratificación de dichos tratados por el Senado de EEUU, lo se logró, con cláusulas y enmiendas, el 18 de abril de 1978, con sólo dos votos de ventaja (Grigulévich, 1988: 396-397).

En efecto, las fuerzas de derecha de EEUU lograron la inclusión de dos enmiendas en las negociaciones en torno al Canal que afectaban la soberanía de Panamá. Una, otorgaba a los barcos de guerra de esa potencia el derecho al tránsito extraordinario por el Canal en caso de emergencia. La otra, le permitía la intervención militar bajo el pretexto de defender el Canal, incluso después de que éste pasara bajo el control de Panamá (Kremieniuk, Luquin, Rudnev, 1981: 190)

Poco después, un agente de la CIA, Howard Hunt, declaró que si Torrijos no colaboraba con EEUU debía ser eliminado. Nixon quiso comprarlo con un millón de dólares. Por rechazar la “oferta”, se decidió asesinarlo. Antes, para desacreditarlo, se le quiso implicar en narcotráfico. Pero Torrijos neutralizó la maniobra. Frustró tres planes más para eliminarlo. No obstante, se vio convertido en víctima de la CIA cuando el 31 de Julio de 1981, el pequeño avión en el que viajaba se estrelló, producto de un sabotaje. Cierta prensa de EEUU expresó su júbilo ante tan lamentable suceso. Moisés Torrijos, su hermano, acusó a la CIA por su muerte (Grigulévich, 1988: 398-401).

III. Pensamiento

Contra el colonialismo. Su punto de partida es Panamá, país que, desde 1903, se vio convertido en un enclave colonial que tuvo como centro el Canal sobre su propio territorio. EEUU aprovechó la petición de esta naciente nación centroamericana de defender su Estado, para usurparle sus derechos soberanos y reservarse el Canal (Torrijos, 1984: 36. En adelante sólo OT y la indicación de la página correspondiente). Por ello, Torrijos expresa que lo que había sido una conquista tecnológica de la humanidad, se convirtió en conquista colonial de su país (OT: 101). Es que el Canal en manos yanquis comía, a su parecer, “a la carta”, a costa del agua, la humanidad, el trabajo, el sudor, las tierras, las enfermedades y la muerte de ciudadanos panameños. EEUU puso el cemento, Panamá todo lo demás (OT: 94).

Torrijos no circunscribe su ataque al dominio colonial y neocolonial sólo a Panamá, sino a todo país de la tierra. Por eso declara que los panameños no pueden “aceptar el sometimiento económico de una país sobre otro, ni la penetración política, cultural, y económica”. Llama neocolonialismo a esta forma de dominio, a la que define como “un colonialismo disimulado” que se presenta “a través de la ayuda económica condicionada”, orientada al control de los pueblos (OT: 21).

Para fundamentar la legitimidad de la lucha anticolonialista –que no es un mero rechazo a lo externo-, es preciso señalar lo que implica para un pueblo su condición colonial o neocolonial. Aunque parezca verdad de perogrullo, el asunto estriba en que esa condición priva de autodeterminación e identidad a los pueblos. No es gratuito así que Torrijos plantee que cada nación debe estar en condiciones de escoger libremente los esquemas que desea, en aras de su propio desarrollo; su propia receta para la cura de sus males (OT: 21).

Ese deseo de autodeterminación fue lo que, el 9 de enero de 1964, movió a los panameños a marchar pacíficamente hacia la zona del Canal, para izar allí la bandera de su propio país. Y por esta muestra de patriotismo, las ciudades de Panamá y Colón fueron ocupadas por las tropas yanquis, muriendo por ello muchos panameños, cuyas madres, esposas e hijos fueron humillados por los invasores (OT: 36-37).

Hablando en la cumbre de los No-Alineados, realizada en Colombo, Sri Lanka, en agosto de 1976, Torrijos explica la razón del descontento de su pueblo señalando que su causa mayor es la persistencia de un enclave colonial emplazado en el territorio de su país, aduciéndose el apoyo al funcionamiento del Canal. EEUU cuenta en él “con catorce bases militares, un sistema de política arrogante y agresivo, un sistema judicial y educativo a la norteamericana, comisariatos y correos”, que sirven “a cincuenta mil privilegiados aislados por una cerca”, los que, por haber nacido en ese enclave, ostentan la nacionalidad estadounidense y son “dueños de todos los beneficios” producidos gracias al tránsito por el Canal. Y por el uso de este último, a Panamá sólo le pagan un millón novecientos treinta mil dólares anuales (OT: 35-36).

Considerando esta serie de cosas, pregunta: “¿Qué pueblo del mundo soporta la humillación de ver una bandera extranjera enclavada en su propio corazón (…)? ” (OT: 27). Por la misma razón, cuestiona la costumbre de los estadistas de EEUU de estimar “agresores a todos aquellos que se defienden de sus ataques” y la de mezclar esto con influencias extrañas o, incluso, con problemas que ellos mismos generan o toleran, como el narcotráfico (OT: 32). Rechaza de plano, pues, que tan deportivamente se califique de “bandoleros” a aquéllos que se miran empujados a tomar las armas cuando se les cierran las posibilidades de participar pacíficamente en los asuntos políticos y sociales de su país (OT: 121).

Tampoco acepta el supuesto esgrimido por EEUU de estimar norma de derecho internacional lo que esta potencia llama sus “intereses vitales” o su “seguridad nacional”. Más aún, critica la hipocresía de que esta nación se llame anticolonialista, mientras reduce a Panamá a la condición de colonia (OT: 23-24) y, sobre todo, el que se arrogue el derecho de actuar, por siempre, con entera libertad si el Canal se ve amenazado por algo cualquiera y, además, cuando lo estime necesario (OT: 60). Por eso, no se le pasa por alto lo que Teodoro Roosevelt le expresara en 1904 a Amador Guerrero, presidente a la sazón de Panamá: “… no tenemos la menor intención de establecer una colonia independiente en la zona del Canal” (OT: 101-102).

Aunque Torrijos busca que la lucha de liberación no implique un alto costo social para su pueblo, manifiesta que el mayor terror del mismo es que la incomprensión del Congreso de EEUU obligue a su país a recurrir a la violencia (OT: 94-95). Porque está convencido de que “de no haber un arreglo satisfactorio” para su nación pasará algo inevitable: “Vendrá por combustión espontánea una explosión del pueblo panameño”. Y ante esa perspectiva, declara que a la GN y a él como su Jefe le quedan dos caminos: “Aplastar esa rebelión patriótica del pueblo o conducirla”, concluyendo así: “Y yo no la voy a aplastar” (OT: 33).

Tal habría sido la perspectiva real en caso de que EEUU no devolviera su Canal a Panamá, incumpliendo la promesa de descolonizarlo; devolverle su bandera; dejarlo contar con su propios policía, correo y territorio. Tal perspectiva sólo podía consistir en que una generación ofrendara su vida para que otras generaciones heredaran “un país libre” (OT: 29-30). Todo porque en Torrijos existe la convicción de que Panamá no debe convertirse jamás en “estado asociado, colonia o protectorado” (OT: 25).

Con base en lo arriba expuesto, se comprende a Torrijos cuando expresa: “… le damos mucha más importancia a la bandera que a cualquier beneficio económico…”. Esto que parece romántico, no significa renuncia a los beneficios económicos, ya que éstos, para él, deben necesariamente llegarle a Panamá, porque el Canal es un paso obligado del mundo entero (OT: 32).

Comprensión del nacionalismo. Para Torrijos el nacionalismo panameño no debe definirse como odio a otra nación; sino como rechazo al imperialismo colonial. Acota: “Por eso los árabes, los hindúes, los africanos, cualquier hispano-americano, puede ser nacionalista panameño”. No extraña que hable de que se ha logrado que dentro del nacionalismo panameño militen “muchas naciones” (OT: 51-52) o que exprese: “Nuestro problema es tan sueco como japonés, tan judío como árabe, tan norteamericano como panameño (…) nuestro nacionalismo es internacional”. Igual pasa al decir: “Nosotros no somos antiyankis. Somos anticolonialistas” (OT: 84-85).

Explicando en el Vaticano la visión materialista y mercantil que las naciones del mundo tienen del Canal -por preguntar lo que cuesta cruzar una tonelada, los kilómetros de viaje ahorrados, la ganancia que les significa su utilización, lo que aporta el Canal a su producto interno bruto-, Torrijos se queja de que nunca han “siquiera advertido, por qué no está nuestra bandera ahí. Nunca han preguntado el precio en humillación, la cantidad en vergüenza, los millones en ultraje”, cosas que su pueblo ha “tenido que pagar para que ellos crucen de un océano a otro en ocho horas de distancia y bajo todas las banderas” (OT: 82-83).

Y contra el falso supuesto de que el Canal sólo podía ser defendido por las tropas estadounidenses expresa: “Que (…) nadie caiga en el error, grave y peligroso, de pensar que las bases militares ubicadas en las riveras del Canal son capaces de protegerlo y de garantizar el libre tránsito por él. Sólo la paz social de la región puede hacer esto” (OT: 127).

La ONU y los NOAL. Comprendiendo que la lucha de su pueblo debe contar con el concurso de los demás pueblos de la tierra, Torrijos demanda que la ONU no limite su papel a la de un simple espectador, ni se conforme “con el de bombero dentro del drama de la humanidad”, invitándola a que asuma “un papel más activo en la solución de los problemas reales” que viven nuestros pueblos (OT: 23). Pero ubicado en circunstancias históricas distintas por completo a las actuales -en que la ONU es prácticamente nula y su Consejo de Seguridad se ha vuelto complaciente con el imperio yanqui-, Torrijos confía en que la existencia de estos organismos internacionales puede “ganar batallas con votos en lugar de balas” (OT: 42).

Mas es en el Movimiento de Países No-alineados (NOAL) donde él cifra las mayores esperanzas para la causa libertaria y el progreso real de los países tercermundistas. Porque sólo en él: se plantea la recuperación de los recursos naturales, las materias primas y la posición geográfica de los países que lo integran; la creación de un Banco con sucursales en las capitales de los NOAL; se han sentado “las bases para diseñar un Nuevo Orden Económico Internacional” que debe equipar a los NOAL para el desarrollo; se practica una reciprocidad que complementa “la escasez de unos con la abundancia de otros” (OT: 47-48).

En el marco de las posibilidades que los NOAL representan para el Tercer Mundo, Torrijos recuerda los consejos que el Mariscal Tito de Yugoslavia le daba: “Mire, joven Presidente, en estos tiempos existen mecanismos de paz que en mí época no existían (…) capaces de propiciar la erradicación del colonialismo. (…) El Movimiento de los Países No-Alineados es la organización que (…) le dará repuesta a su problema sin costo social” (OT: 38). Por ello, Torrijos expresa que, para él, Tito es “un punto de referencia histórica”; un hombre que defiende “la paz con el fervor que sólo puede tener quien ha hecho la guerra” (OT: 72-74).

Torrijos define a los NOAL como: club de naciones independientes no “dispuestas a recibir la línea de conducta internacional desde la metrópolis de una superpotencia” (OT: 72); instancia en la que se produce “la sindicalización de la pobreza”; la posibilidad de sus miembros de hacerse oír por los poderosos (OT: 95).

La Conferencia de 1976 en Colombo, a su parecer, sirvió de estímulo a “los intentos de lograr un acuerdo sobre un nuevo Derecho del Mar y propuso un sistema financiero y monetario completamente tercermundista”. Esto se debe materializar “en la creación de nuevas asociaciones de productos de materias primas estratégicas, en la creación de flotas mercantes, y sobre todo en la creación de un banco de Asia, África y América Latina como una empresa eminentemente comercial y multinacional, con sucursales en todos los países del Tercer Mundo” (OT: 47-48).

Reflejando su fe en los NOAL, Torrijos refiere lo que la señora Sirimavo Bandaranaike, Primer Ministro de Sri Lanka, respondió en la cumbre de 1976, cuando el movimiento fue acusado de ser una “tiranía de las mayorías”. Ella expresó que los NOAL nunca había sido eso, sino “el arma más poderosa contra todas las tiranías del mundo, especialmente del Tercer Mundo”, que durante cinco siglos ha soportado la tiranía de la pobreza, del hambre, la malnutrición y la inanición, la enfermedad y la muerte prematura y, sobre todo, la “de la ausencia total de perspectivas de felicidad y de esperanza” (OT: 50-51).

Contra la alienación. Torrijos habla de la trampa que se encierra en el hecho de que se estén “creando demandas para las ofertas, en vez de ofertas para las demandas. Es decir, gente para las cosas, en lugar de cosas para la gente” (OT: 62). Critica el protocolo y la cortesía como inventos destinados a “mantener distanciada a la gente”, y no hay “forma de establecer una relación humana y sincera sin romper el protocolo” (OT: 64). Acota que en América Latina, la mayoría de las veces, los procesos electorales han sido tan sólo procesos episódicos en los que se actualizan los “tiempos romanos de pan y circo, con la diferencia de que estos sucesos han sido fuertes en circo y débiles en pan” (OT: 162).

Critica a los intelectuales identificados con los opresores achacándoles una visión limitada “a los metros cuadrados” de una biblioteca. En esta línea, señala que Paris es “impactante”, pero no le parece “el sitio indicado para mandar a estudiar a ningún panameño”, porque su gran personalidad intelectual y científica desnativiza a cualquiera que conviva largamente en ella. Así se explica que por las calles de Panamá se observen “muchos egresados de sus universidades añorando la torre Eiffel y desconociendo lo que es un asentamiento” (OT: 43).

Acusa la deshumanización de la tecnología; el hecho de que comience a empequeñecer al hombre; señala la facilidad con que el hombre cae “en el error de admirar demasiado a lo que debería servirnos (…)”. Y expresa que a los campesinos les asiste la razón en la actitud que adoptan ante su machete, sirviéndose de él en vez de sometérsele. Y cuando se vuelve inservible lo deshechan de inmediato. “No son como esos que sirven y adoran su carro, su ciencia, su arte, su partido”. De la misma Revolución, expresa que “no es más que la trocha para lograr la auténtica y única finalidad: el bienestar, la felicidad del panameño” (OT: 44-45).


Consecuentemente, rechaza de plano la idolatría ante la tecnología, que para él no debe perder nunca su condición de medio o herramienta de trabajo. El amor a las cosas equivale para él a “boba idolatría”. Y concluye: “El único santo de devoción debe ser la Humanidad, y todo lo demás devoto de ella”, incluyendo la Revolución (OT: 61).

Advierte el increíble grado de perfeccionamiento diabólico que tienen los regímenes oligarcas y las fuerzas antidemocráticas para adoctrinar a los pueblos, en función de defender un sistema que los explota, y de reprimir “las aspiraciones de sus padres, de sus vecinos y de su propia clase social” (OT: 126).

Poniendo los puntos sobre las íes. Sobre los problemas del Cercano Oriente expresa que ha llegado a comprender que su falta de solución radica en que “hay demasiados intermediarios”. Llama así a los árabes e israelitas a “sentarse a solas a resolver sus problemas” puesto que estos son problemas suyos y no “de quienes quieren capitalizarlos”, porque éstos desean pelear pero “con sangre ajena, hasta el último judío y el último árabe (…)” (OT: 64-65). Al presidente Suárez de España le manifiesta que a Carter no le conviene definir los derechos humanos, puesto que éstos “son los de nacer, los de tener de qué alimentarse, de no ser torturado, no ser racialmente discriminado, no ser explotado, y los de ser soberanos en el propio territorio”. El tema resulta tener muchos filos; porque con él “se puede golpear pero también ser golpeado”. En todo caso, concluye, “a Panamá le ha convenido” abordarlo (OT: 77).

Llamando las cosas por su nombre, habla de que el terrorismo, en sí mismo, no es más que causa aparente, porque la causa real descansa en el terror social. Las llamadas teorías exóticas son también causa aparente, porque la real se encuentra acá en “el caldo de miseria” en el que cocinan esas teorías. Otras causas reales son la inexistencia de escuelas y acueductos, la ausencia de un programa de desarrollo nacional; la negación de los derechos del hombre tomado individual o socialmente; el vejamen, el irrespeto a la dignidad humana, el predominio de un sector social sobre otro, la tendencia de las fuerzas armadas a convertirse en casta; la desproporción existente entre la asignación presupuestaria destinada a educación, carreteras, transporte, etc., y el excesivo gasto bélico. Y no es sino en la liberación donde Torrijos identifica el remedio a los males señalados, sin que exista, a su parecer, nada que pueda impedirla (OT: 124).

En contra de las ideas anticomunistas que el macartismo esgrimía, tildando de “rojo” a todo aquel que propiciara “la erradicación de la injusticia y el advenimiento de una sociedad más justa y más distributiva”, Torrijos concluye que dicho color es sano y bueno “porque son buenas y sanas las aspiraciones y las intenciones de los hombres a quienes se ha teñido con él” (OT: 126). Y es tajante en la identificación de las alternativas existentes: “Es o la paz mundial o la extinción de la especie humana” (OT: 65).

Actitud ante la vida. Torrijos expresa su desinterés por los esquemas de vida europeos, diseñados en función de que uno empuje al otro en aras de su sobrevivencia. Manifiesta su interés más que en el nivel de vida, en su calidad; y más que en el desarrollo tecnológico, en el calor humano (OT: 95). En esta misma línea, anota que se puede vivir sin grandes conocimientos científicos pero no sin confianza, fe y creencia. Para él, “la esperanza es mucho más profunda que la experiencia” (OT: 41-42). Más que escribir la Revolución llama a practicarla (OT: 99). Y lejos de la actitud del mandatario oportunista que pronuncia discursos adornados para mantenerse a flote, llama a decir la verdad por desagradable y amarga que pueda resultar y aunque tras ella venga “una rechifla sonora” (OT: 113). Y más que preocuparse por ser elegante al expresarse, se interesa por ser sincero (OT: 59).

El líder panameño no ve la solución de los problemas de convivencia en la acción de las esferas de poder, sino en la de las personas de más bajo nivel. De las conflictivas relaciones entre árabes e israelitas señala: “En el campo de batalla se están matando, en los foros políticos se lanzan insultos, pero más abajo, en el nivel humano, la convivencia es fácil y natural. Es en este nivel en el que deben sentarse a conversar” (OT: 67-68).

Pensando en el bienestar de su pueblo plantea que “Patria es sobre todo esperanza de futuro” (OT: 78). Entiende la Reforma Agraria no sólo como tierra, sino sobre todo como hombre. Porque la tierra se puede distribuir una y otra vez, sin que jamás se vaya a ninguna parte, pero al hombre hay que organizarlo (OT: 160).

Como estadista probo y capaz, aprende de lo que observa en el extranjero. En la India aprendió “una lección difícil pero profunda”: la necesidad de conservar las raíces propias y la de alimentarse de su propio suelo, sin dejarse seducir por el cine, la propaganda, ni la moda para cambiar “su modo propio, su personalidad histórica”. La india es un país en el que aprende sobre el nivel de vida pero sobre todo sobre la calidad de vida. Ella enseña que hay pueblos con alto nivel de vida pero de mala calidad. “Hay quienes asocian la calidad de vida con la vocación de consumo, convirtiendo en estatus-símbolo la marca de su carro, su calzado, su electrodoméstico. Esto eleva el consumo “per capita” pero tiende a bajar la calidad de la vida. La India tiene una gran calidad. Está muy lejos de ser un país cocacolizado. Seguramente esto se debe (…) a su religión, su mística”.

En países como la India descubre una lógica distinta a la occidental, inclinada a ver las cosas sólo en blanco y negro, o como verdaderas o falsas. Señala que para esos pueblos “estas cosas son extremos en medio de los cuales hay (…) un claro-oscuro en el que nosotros no podemos comprender la totalidad” (OT: 45).

Ante quienes han querido divorciar a Torrijos de un plano auténticamente revolucionario, debe sostenerse que, en su pensamiento, todo gira alrededor de la felicidad de las mayorías en todo el orbe. Por eso refiriéndose a Cuba y Panamá, dice: “Me enorgullece que nuestros dos Pueblos se encuentran en la misma frecuencia revolucionaria” (OT: 199). Por lo mismo, declara que la “ victoria no será total hasta que el hombre que trabaja no le tema al desempleo y el desempleado no le tema al trabajo” (OT: 80). La misma razón lo lleva a “visualizar al hombre del futuro al pie de un tractor, con los brazos llenos de los frutos de la tierra” (OT: 67).

IV. Bibliografía

1. Anatoli Shulgovski. “Nacionalismo y fuerzas armadas. (Décadas de los sesenta y setenta)”. En El Ejército y la sociedad. América Latina: Estudios de científicos soviéticos. Redacción “Ciencias Sociales Contemporáneas”, Academia de Ciencias de la URSS. Moscú, 1982.

2. Grigulevich, Iósif. Luchadores por la libertad de América Latina. Siglos y hombres. Editorial Progreso Moscú, 1988.

3. Grigulevich, José. “El ejército y el proceso revolucionario en América Latina”. En El Ejército y la sociedad. América Latina: Estudios de científicos soviéticos. Redacción “Ciencias Sociales Contemporáneas”, Academia de Ciencias de la URSS. Moscú, 1982.

4. Kremieniuk, V.A.; Luquin, V.P; Rudnev, V.S. (redactores) EEUU y los países en desarrollo en los años 70. Redacción Central de Literatura Oriental de la Editorial <>, 1981. (Obra en ruso).

5. Torrijos, Omar. Papeles del General. Centro de Estudios Torrijistas, 1984.

http://www.euram.com.ni/pverdes/otros_documentos/manuell_moncada_fonseca.htm http://www.alternativabolivariana.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=425

http://labanderanegra.wordpress.com/2009/08/01/omar-torrijos-patriota-y-pensador-panameno/

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