Raúl Isman
Agosto de 2011,
Un fantasma recorre el orbe. Se trata de algo más que un simple espectro. Es más bien una fuerza marcadamente material, aunque con un indudable peso simbólico. La derecha es el fantasma que mencionamos, articulada, territorialmente, nacionalmente y por sobre todo desde su construcción global mediática. Un hilo conductor unifica desde el ataque genocida en Noruega hasta la sorprendente performance de un cómico de picardías poco sutiles en la provincia argentina de Santa Fe. Para peor este ni siquiera se privó de reconocer que no tenía la menor idea de cómo tratar los asuntos de estado. Es el mismo vínculo que liga desde los exabruptos impunes de Berlusconi a la sonoridad provocadora del discurso del Frente Nacional Francés. O relaciona el descarado racismo de la derecha boliviana con las danzas con globos en los festejos del Macrismo, al imponerse con guarismos indescontables en la primera y la seguda vuelta en la ciudad de Buenos Aires: se trata nada menos que de la pregnancia de la derecha, su facilidad para capturar la conciencia de muchas de sus víctimas, su enorme ductilidad para apropiarse del sentido común, su perseverancia difundiendo contenidos y tópicos que alejan a los sectores populares de defender sus verdaderos intereses.
En la Argentina, las fiestas reaccionarias con globos -muy inconcientemente por cierto- develan la más profuda realidad del hemisferio derecho del sistema político en nuestro país. Es que aquí, globo es otro nombre dado a la mentira y globero es el mentiroso. Y los embustes consisten en presentarse con un rostro festivo, apolítico e anti-ideológico, cuando en rigor la fiesta es sólo para los sectores más poderosos, son políticos al servicio del bloque dominante y del imperialismo y su ideología (cuando no la ocultan) no es otra cosa que el nefasto neoliberalismo, que provocó las crisis más sonoras del último cuarto del siglo XX y lo que va de la presente centuria. Parte de la ideología de los derechistas en todo el mundo es difundir un modo salvaje y antilegal de resolver la problemática de la delincuencia, la búsqueda de soluciones puramente individuales o la constante demonización de los inmigrantes. Pero cuando un ¿lunático? la pone en acto, como en el repudiable atentado en Oslo, solícitos todos los reaccionarios corren a despegarse. ¿No advierten que se trata de la realización sangrienta del clima cultural que la propia derecha propicia? Por supuesto que lo tienen claro, pero toman distancia para no ser salpicados por los efectos indeseables de su propia acción práctica e ideologica. Sus manos están tan machadas con sangre, como su conciencia con la materia fecal que ellos difunden (ser globeros es una actitud común para la reacción). Macri, que propicia hipócritamente modales zen y buenas ondas, apañó a la U.C.E.P. que le pegaba patotéramente a los pobres en situación de calle, mandaba a espiar hasta a su propia parentela, realizó campañas al lado de las cuales el hediondo riachuelo porteño resultaba un transparente manantial, nombró ministro de educación en la ciudad a un troglodita que consideraba al rock and roll una creación de Lucifer y mandaba amenazar profesionales de la salud, entre otras expresiones de su profunda condición de impenitente globero.
¿Por qué le resulta tan fácil a la derecha travestirse (quedando no obstante siempre en condición de reaccionaria)? No existe una única explicación, tampoco existe unanimidad al respecto. Pero lo cierto es que la lucha cultural contra las (nuevas y viejas) fuerzas neocoloniales es más urgente que nunca.
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