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lunes, 6 de febrero de 2017

Educación para la alienación domina los espacios dentro y fuera de las aulas de clase


Es urgente transformarla de raíz
Educación para la alienación domina los espacios dentro y fuera de las aulas de clase
Manuel Moncada Fonseca

Escuchamos hace varios años a un profesor universitario que, más allá de sus planteos de orden político con los que no concordamos, expresó públicamente algo que nos pareció acertado: “Hay tres profesiones que no son concebibles sin vocación: la del docente, la del sacerdote y la del médico.” Sin embargo, al cabo de los años, hemos concluido que todo oficio, profesión o quehacer -comprendidos en el campo de lo aceptable en verdad en sociedad-, por complejo o simple que sea o pueda parecer, demanda de vocación, entrega, pasión y sobre todo amor a servir a los demás. Pero vocación es un producto escaso hoy en día. Y, en pavorosa medida, ello es responsabilidad de la educación formal y no formal que, de hecho, a lo que menos se dedica es a aportar a la forja de la solidaridad y la hermandad.

Por lo mismo, detestamos ser “educados”, y amamos ser parte de los políticamente incorrectos. En otras palabras, somos seres humanos comunes y corrientes, sin artificios enajenantes; ni sometidos, por ende, a las reglas del “buen comportamiento”, equivalentes a obediencia ingenua, ciega o servil a algo o a alguien. Nos oponemos, así, a cualquier expresión de sometimiento del ser humano -sea de modo individual o colectivo- a la voluntad, caprichos, sueños, deseos e intereses de pocos, estén o no disfrazados como asuntos colectivos.

Este tipo de comportamiento fue sembrado hace mucho tiempo. Uno de sus grandes apologistas fue  Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), quien en su “Discurso a la nación alemana” manifestó que “la nueva educación debe consistir esencialmente en esto, destruir por completo la libertad de la voluntad” y “si se quiere influir por completo en él (el estudiante), usted debe hacer algo más que simplemente hablar con él; usted le impondrá la moda, de tal manera que simplemente no haga lo contrario de lo que usted desee que haga”. (Historia de la educación obligatoria. Sistema de adoctrinamiento).

Seguimos, eso sí, preceptos como el de Ricardo Flores Magón: “La rebeldía es la vida: la sumisión es la muerte”. (El derecho a la rebelión).

Educación e instrucción

Con lo expuesto, queremos significar que la educación, tal como se le concibe, no ayuda en nada a la formación de seres humanos sensibles. Se le confunde, deliberadamente o no, con instrucción o saber. Empero, educar es algo mucho más profundo que lo segundo. La instrucción es, sin discusión, necesaria. Sirve para adiestrar, entrenar y llevar a la apropiación de diversos saberes instrumentales o directamente prácticos. Sin embargo, con ella no se llega al alma de la gente que la recibe, porque no lleva a la reflexión sobre los aspectos esenciales que rodean la vida de las personas individual o colectivamente tomadas. No inculca sentimientos de solidaridad y hermandad con los demás. Justo en eso radica la gran carencia de la formación universitaria. Fenómeno que no causa sorpresa toda vez que está sujeta a preceptos occidentales, que son los de las grandes corporaciones.

Para José Saramago, las diferencias en los campos apuntados son absolutamente claros: “Una cosa es instrucción y otra cosa es educación. Educar es una actividad que siempre se la relaciona con la escuela, pero no es así. Mis padres, mis abuelos, eran analfabetos y me han educado, esa educación se basa en los valores, en la solidaridad. Es un error confundir educación con instrucción, porque los analfabetos no pueden instruir, pero sí educar. Existe una idea equivocada acerca de que la escuela es la única que puede educar y en realidad no tiene condiciones ni vocación ni tiempo para hacerlo. Educar es cosa de la familia y de la sociedad. Pensar que es la escuela la que tiene que educar a los estudiantes es precisamente una de las grandes equivocaciones de nuestra sociedad y causa de la crisis en que se halla la familia...” (SARAMAGO: LITERATURA Y COMPROMISO ÉTICO. Página Siete).

La formación integral es, entonces, de modo dominante, una falacia recurrente en las universidades. Amén de lo relativo de producir cuadros técnicos y profesionales para el mercado, éstas se interesan más en formar en esa apariencia, nada sana, de los “buenos modales”, que en contribuir a la construcción real de la sensibilidad social. Y no son pocas las personas que, luciéndolos en demasía, por lo regular, actúan de modo perverso. No extraña que, en muchos que han salido de sus aulas, impera un individualismo muy desagradable; o una indiferencia también rayana en la complicidad con el orden impuesto por el omnipresente capital transnacional.

La clave para comprender el sentido real de la llamada educación en un sistema opresor son estas palabras de Pablo Freire: “Sería en verdad una actitud ingenua esperar que las clases dominantes desarrollasen una forma de educación que permitiese a las clases dominadas percibir las injusticias sociales en forma crítica”. (La Educación como práctica de la Libertad).

He ahí por qué el alma mater, en lo esencial de su quehacer, nos parece mucho más dedicada a alimentar la presunción, la mentira, la competitividad, la apariencia, la demagogia, etc., que a aportar a la formación de verdaderos seres humanos. No ponemos en discusión acá su capacidad para formar a cuadros técnicos y profesionales. No obstante, comoquiera que sea, sí acusamos la mala calidad humana de sus egresados.  

Rechazamos, de esta suerte, la casi absoluta sujeción a la “respetabilísima” UNESCO, encargada por los poderosos de “atender” los asuntos de la educación, la ciencia y la cultura. Todo en función de hacer uso del instrumental requerido para dominar la mente humana y volverla dúctil. No extraña que incluso universidades públicas, recurran a esos “expertos” que aplican los programas de coaching para sembrar en los trabajadores y en los estudiantes la aceptación acrítica y pasiva de su suerte.

Mantenemos, como expresáramos en un viejo escrito del 2011, que las “universidades, en una gran mayoría (…), están sirviendo no a otro que al dios mercado, aunque aseguren que es a la humanidad, a las naciones y a los pueblos a los que se deben y responden. Usan su mismo lenguaje (…); a veces disimulan y dicen que lo que hacen (…) responde a exigencias internacionales o al entorno…”  (Tendencia dominante entre universidades del mundo: Siervas de la civilización capitalista).

Desde una percepción auténtica de la educación, rescatemos la individualidad, no así el individualismo. Definitivamente, sin titubeo ni descanso, debemos librar la batalla de cada quien por afirmar o reafirmar su individualidad; esto es, por mantenerse en la condición de ser humano, consciente de sí mismo y de todo cuanto le rodea; escudriñando todo detalle significativo de la realidad y asomándose a la complejidad de cuanto existe para comprenderlo. Negarse consecuentemente a ser convertido en un ser sin sentimientos, pensamientos y decisiones en verdad propias, es apremiante.

Igual decimos respecto a la necesidad de emprenderla contra el individualismo, como expresión negativa de la individualidad, porque conduce de modo irremisible a negar al resto de los mortales. Sin embargo, aunque se está propagando la individualidad, no pocas veces, se puede entrever en ello, agazapada, la apología del individualismo. Tal ocurre, por ejemplo, con el oportunista, capaz de alabar la virtud en público, “mientras adora en privado el resultado de obtener ventajas y utilidades sin reparar en medios, su paradigma de éxito”, como acota René Fidel González García en su artículo “Memorias del oportunismo”.

Desde la percepción educativa que abrazamos estamos cada vez más y más convencidos de que los inhumanos carecen de todo sentimiento, incluyendo el odio, porque éste es compañero inseparable de toda auténtica resistencia a la opresión, forma superior de solidaridad y hermandad. El odio de clase no es ira, ni desenfreno, es rechazo tajante a las acciones malignamente bestiales. El que proviene de la profundidad de las vísceras no pertenece a este campo. Ese es otro rollo. Con el amor pasa lo mismo, siempre y cuando no conduzca a la obnubilación de la mente. Qué nadie se espante por nuestras palabras. Nos las dictan nuestras convicciones, no nuestras vísceras.


Concluimos con estas palabras de Frei Betto: “Si queremos atrevernos a reinventar el futuro, debemos comenzar por revolucionar la escuela, transformándola en un espacio cooperativo en el cual convivan la formación intelectual, científica y artística; la formación de conciencia crítica; la formación de protagonistas sociales éticamente comprometidos con los desafíos de construir otros mundos posibles, fundados en la compartición de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. (Reinventarnos el futuro: tarea de la Educación).

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