Es urgente transformarla de raíz
Educación para la alienación domina los espacios
dentro y fuera de las aulas de clase
Manuel Moncada Fonseca
Escuchamos hace varios
años a un profesor universitario que, más allá de sus planteos de orden
político con los que no concordamos, expresó públicamente algo que nos pareció acertado:
“Hay tres profesiones que no son concebibles sin vocación: la del docente, la
del sacerdote y la del médico.” Sin embargo, al cabo de los años, hemos concluido
que todo oficio, profesión o quehacer -comprendidos en el campo de lo aceptable
en verdad en sociedad-, por complejo o simple que sea o pueda parecer, demanda
de vocación, entrega, pasión y sobre todo amor a servir a los demás. Pero
vocación es un producto escaso hoy en día. Y, en pavorosa medida, ello es
responsabilidad de la educación formal y no formal que, de hecho, a lo que
menos se dedica es a aportar a la forja de la solidaridad y la hermandad.
Por lo mismo, detestamos
ser “educados”, y amamos ser parte de los políticamente incorrectos. En otras
palabras, somos seres humanos comunes y corrientes, sin artificios enajenantes;
ni sometidos, por ende, a las reglas del “buen comportamiento”, equivalentes a
obediencia ingenua, ciega o servil a algo o a alguien. Nos oponemos, así, a
cualquier expresión de sometimiento del ser humano -sea de modo individual o
colectivo- a la voluntad, caprichos, sueños, deseos e intereses de pocos, estén
o no disfrazados como asuntos colectivos.
Este tipo de
comportamiento fue sembrado hace mucho tiempo. Uno de sus grandes apologistas
fue Johann Gottlieb Fichte (1762-1814),
quien en su “Discurso a la nación alemana” manifestó que “la nueva educación
debe consistir esencialmente en esto, destruir por completo la libertad de la
voluntad” y “si se quiere influir por completo en él (el estudiante), usted
debe hacer algo más que simplemente hablar con él; usted le impondrá la moda,
de tal manera que simplemente no haga lo contrario de lo que usted desee que
haga”. (Historia de la educación obligatoria. Sistema de adoctrinamiento).
Seguimos, eso sí,
preceptos como el de Ricardo Flores Magón: “La rebeldía es la vida: la sumisión
es la muerte”. (El derecho a la rebelión).
Educación e instrucción
Con lo expuesto, queremos
significar que la educación, tal como se le concibe, no ayuda en nada a la
formación de seres humanos sensibles. Se le confunde, deliberadamente o no, con
instrucción o saber. Empero, educar es algo mucho más profundo que lo segundo.
La instrucción es, sin discusión, necesaria. Sirve para adiestrar, entrenar y
llevar a la apropiación de diversos saberes instrumentales o directamente
prácticos. Sin embargo, con ella no se llega al alma de la gente que la recibe,
porque no lleva a la reflexión sobre los aspectos esenciales que rodean la vida
de las personas individual o colectivamente tomadas. No inculca sentimientos de
solidaridad y hermandad con los demás. Justo en eso radica la gran carencia de
la formación universitaria. Fenómeno que no causa sorpresa toda vez que está
sujeta a preceptos occidentales, que son los de las grandes corporaciones.
Para José Saramago,
las diferencias en los campos apuntados son absolutamente claros: “Una cosa es instrucción y otra cosa es
educación. Educar es una actividad que siempre se la relaciona con la escuela,
pero no es así. Mis padres, mis abuelos, eran analfabetos y me han educado, esa
educación se basa en los valores, en la solidaridad. Es un error confundir
educación con instrucción, porque los analfabetos no pueden instruir, pero sí educar.
Existe una idea equivocada acerca de que la escuela es la única que puede
educar y en realidad no tiene condiciones ni vocación ni tiempo para hacerlo.
Educar es cosa de la familia y de la sociedad. Pensar que es la escuela la que
tiene que educar a los estudiantes es precisamente una de las grandes equivocaciones de nuestra sociedad y causa
de la crisis en que se halla la familia...” (SARAMAGO: LITERATURA Y
COMPROMISO ÉTICO. Página Siete).
La formación integral
es, entonces, de modo dominante, una falacia recurrente en las universidades.
Amén de lo relativo de producir cuadros técnicos y profesionales para el
mercado, éstas se interesan más en formar en esa apariencia, nada sana, de los
“buenos modales”, que en contribuir a la construcción real de la sensibilidad
social. Y no son pocas las personas que, luciéndolos en demasía, por lo
regular, actúan de modo perverso. No extraña que, en muchos que han salido de
sus aulas, impera un individualismo muy desagradable; o una indiferencia
también rayana en la complicidad con el orden impuesto por el omnipresente
capital transnacional.
La clave para
comprender el sentido real de la llamada educación en un sistema opresor son
estas palabras de Pablo Freire: “Sería en verdad una actitud ingenua esperar
que las clases dominantes desarrollasen una forma de educación que permitiese a
las clases dominadas percibir las injusticias sociales en forma crítica”. (La
Educación como práctica de la Libertad).
He ahí por qué el alma
mater, en lo esencial de su quehacer, nos parece mucho más dedicada a alimentar
la presunción, la mentira, la competitividad, la apariencia, la demagogia,
etc., que a aportar a la formación de verdaderos seres humanos. No ponemos en discusión
acá su capacidad para formar a cuadros técnicos y profesionales. No obstante, comoquiera
que sea, sí acusamos la mala calidad humana de sus egresados.
Rechazamos, de esta
suerte, la casi absoluta sujeción a la “respetabilísima” UNESCO, encargada por
los poderosos de “atender” los asuntos de la educación, la ciencia y la
cultura. Todo en función de hacer uso del instrumental requerido para dominar
la mente humana y volverla dúctil. No extraña que incluso universidades
públicas, recurran a esos “expertos” que aplican los programas de coaching para
sembrar en los trabajadores y en los estudiantes la aceptación acrítica y
pasiva de su suerte.
Mantenemos, como
expresáramos en un viejo escrito del 2011, que las “universidades, en una gran
mayoría (…), están sirviendo no a otro que al dios mercado, aunque aseguren que
es a la humanidad, a las naciones y a los pueblos a los que se deben y
responden. Usan su mismo lenguaje (…); a veces disimulan y dicen que lo que
hacen (…) responde a exigencias internacionales o al entorno…” (Tendencia dominante entre universidades del
mundo: Siervas de la civilización capitalista).
Desde una percepción
auténtica de la educación, rescatemos la individualidad, no así el
individualismo. Definitivamente, sin titubeo ni descanso, debemos librar la
batalla de cada quien por afirmar o reafirmar su individualidad; esto es, por
mantenerse en la condición de ser humano, consciente de sí mismo y de todo
cuanto le rodea; escudriñando todo detalle significativo de la realidad y
asomándose a la complejidad de cuanto existe para comprenderlo. Negarse consecuentemente
a ser convertido en un ser sin sentimientos, pensamientos y decisiones en
verdad propias, es apremiante.
Igual decimos respecto
a la necesidad de emprenderla contra el individualismo, como expresión negativa
de la individualidad, porque conduce de modo irremisible a negar al resto de
los mortales. Sin embargo, aunque se está propagando la individualidad, no
pocas veces, se puede entrever en ello, agazapada, la apología del
individualismo. Tal ocurre, por ejemplo, con el oportunista, capaz de alabar la
virtud en público, “mientras adora en privado el resultado de obtener ventajas
y utilidades sin reparar en medios, su paradigma de éxito”, como acota René
Fidel González García en su artículo “Memorias del oportunismo”.
Desde la percepción
educativa que abrazamos estamos cada vez más y más convencidos de que los
inhumanos carecen de todo sentimiento, incluyendo el odio, porque éste es
compañero inseparable de toda auténtica resistencia a la opresión, forma
superior de solidaridad y hermandad. El odio de clase no es ira, ni desenfreno,
es rechazo tajante a las acciones malignamente bestiales. El que proviene de la
profundidad de las vísceras no pertenece a este campo. Ese es otro rollo. Con
el amor pasa lo mismo, siempre y cuando no conduzca a la obnubilación de la
mente. Qué nadie se espante por nuestras palabras. Nos las dictan nuestras
convicciones, no nuestras vísceras.
Concluimos con estas
palabras de Frei Betto: “Si queremos atrevernos a reinventar el futuro, debemos
comenzar por revolucionar la escuela, transformándola en un espacio cooperativo
en el cual convivan la formación intelectual, científica y artística; la
formación de conciencia crítica; la formación de protagonistas sociales
éticamente comprometidos con los desafíos de construir otros mundos posibles,
fundados en la compartición de los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo
humano. (Reinventarnos el futuro: tarea de la Educación).
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