9/07/2016 :: VENEZUELA
Chavismo caribe. Hipótesis de trabajo
Para prevalecer, tendrá que imponerse sobre “la política de los políticos” y sobre quienes siguen proclamando su fe en un capitalismo bien administrado
Invitado por Supuesto Negado a escribir sobre “el chavismo que vendrá”, intenté hacer un resumen del planteamiento general del libro en el que estoy trabajando: “Por una política caribe”. He aquí el resultado
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A Edgardo Lander.
Mi agradecimiento y mis respetos.
1. El chavismo que vendrá habrá de ser un chavismo predominantemente caribe, sujeto de la política caribe. “Esta patria es caribe y no boba”, escribía Bolívar a Santander en 1819. Para que la política sea caribe es necesario conocer lo que el Libertador llamaba “ciencia práctica del gobierno”. Allá los “magistrados” con sus “códigos” y sus “repúblicas aéreas”. Para gobernar un país hay que conocerlo, es decir, “gobernarlo conforme al conocimiento”, escribía Martí en 1891. “En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política”, agregaba el cubano. “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país”. Finalmente, reinventar la política revolucionaria nos exige dejar de pensar el mundo a partir de la engañosa premisa civilización/barbarie, atacando fundamentalmente lo que Jauretche identificaba, en 1968, como “mesianismo al revés”, de acuerdo al cual todo lo autóctono es negativo, y el “ideologismo”, que nos hace preferir la abstracción conceptual e ignorar sistemáticamente al “país real”.
2. De acuerdo a Wallerstein, el uso del vocablo civilización como antónimo de barbarie data del siglo XVIII. Sin embargo, la violenta colonización de América, dos siglos antes, y con ella la emergencia del capitalismo y de la modernidad, se realizó a partir de idéntica premisa: la Europa conquistadora que cumple con la tarea histórica de civilizar o evangelizar a los originarios salvajes y primitivos. Partiendo de Wallerstein, activistas, militantes e intelectuales vinculados a la red Modernidad/Colonialidad emplean el concepto de sistema-mundo moderno/colonial para referirse a la realidad que prevalece desde entonces.
3. Según Cappelletti, el positivismo se impone en Venezuela alrededor de 1870 y predomina hasta 1935, y con él la premisa civilización/barbarie como principio básico de inteligibilidad. Se erige sobre la promesa de instaurar definitivamente el orden y el progreso, objetivo que no pudieron cumplir ni la “filosofía tradicional” de la Colonia, ni la “filosofía de la Ilustración” de los independentistas. No obstantes, ambas filosofías sirvieron al mismo propósito de gobernar a los salvajes: indios, negros, mestizos, campesinos, mujeres. Consumada la Independencia, la ascendente burguesía criolla entra en conflicto con la clase terrateniente. El pueblo bajo el comando de Zamora lucha contra ambas, y cae derrotado. Para el positivismo, durante todos estos años, más que conflicto hay desorden, consecuencia de las pugnas entre caudillos, figuras que se imponen por la fuerza. La resultante será el caudillismo: un estado permanente de anomia. El positivismo encarna la razón que reclama su derecho de gobernar sobre la fuerza. Particularmente a partir de Juan Vicente Gómez, se consolida lo que el mismo Cappelletti enuncia como “interpretación pesimista de la historia y de la sociedad venezolana”. El país de las peleas entre caudillos es un país desolado, pobre, analfabeto, insalubre, mísero que, ironía de ironías, se rinde a los pies del caudillo que logra acabar con el resto de los caudillos, aplacando la violencia a través de la violencia, un ignorante al servicio de la razón, un bárbaro al servicio de la civilización. Gómez como el “gendarme necesario”, conforme a la fórmula de Vallenilla Lanz.
4. Ensayistas excepcionales, como Augusto Mijares y Mario Briceño Iragorry, combatieron con vigor los presupuestos de esta “interpretación pesimista”. En 1938, Mijares se propuso discutir “la tesis según la cual nuestra historia no presentaba, como tradición genuinamente venezolana, sino la tradición de la fuerza material en sus dos manifestaciones políticas más elementales: la anarquía y el despotismo”, en tanto expresiones del caudillismo. Acto seguido, se plantea demostrar no sólo la existencia, sino subrayar las virtudes de una tradición de la “sociedad civil”, “una tradición de principios intelectuales y morales, que nos equipara a los pueblos europeos”, “una tradición de regularidad política, del orden considerado como un equilibrio regido por la ley”. En carta a Mariano Picón Salas, de 1956, Briceño Iragorry afirmaba: “los positivistas criollos desembocaron en la grosera teoría de la inferioridad de nuestro medio étnico-geográfico y en el descrédito del mestizaje que forma el corazón del pueblo. Como teoría estatal, sobre los hombres del positivismo descansa la responsabilidad del ‘gendarme necesario’ y de esa tesis pesimista y corrosiva de quienes sostienen que nuestro pueblo no puede dar nada en razón de los falsos relatos que inventaron los deterministas”. Sugiere, entonces, que “tal vez el único camino para vertebrar nuestra Historia sea la revelación de ese hilo callado de conciencia cívica, que se ha mantenido vivo a pesar de nuestras dolorosas vicisitudes”, o “exaltar con fe y con optimismo la memoria de los hombres civiles que forman nuestra sufrida tradición de resistencia moral”. Sin duda alguna hombres de avanzada, referentes imprescindibles del pensamiento nacional, no obstante reproducen la antinomia civilización/barbarie, que ahora se nos presenta como sociedad civil/caudillismo en Mijares, y que subyace en la reivindicación del “civilismo” que hace Briceño Iragorry.
5. El influjo “civilizador” del positivismo que legitimó a Gómez sólo es comparable con el impacto que provocó la instalación de las primeras transnacionales con el propósito de explotar el petróleo venezolano. Como ha demostrado Tinker Salas, la industria petrolera “ejerció una amplia influencia sobre la formación de valores políticos y sociales evidentes entre trabajadores, intelectuales y miembros de la clase media”. Cual agente “modernizador”, la industria petrolera puso en marcha un “proyecto cultural hegemónico”, con su respectivo “estilo de vida petrolero”, origen inmediato de nuestros actuales patrones de consumo. La expansión de la industria petrolera fue representada “como una lucha épica entre dos culturas: una primitiva, rústica e indómita, y otra moderna, cosmopolita, universitaria y refinada”. La cultura política de la clase media se cimentó en la lealtad al capital transnacional y de espaldas a la mayoría del país, al que valoraba como sumido en el atraso. En los campos petroleros tuvo lugar un “proceso de ingeniería social” que alteró significativamente “el panorama rural y urbano de Venezuela, inaugurando nuevos prototipos residenciales, patrones de consumo y formas de organización social, teniendo influencias sobre la moda, la diversión, los deportes y la dieta”. La industria petrolera logró establecer un modelo de sociedad, un modelo a seguir, reservándose siempre el derecho de admisión: “La representación de una próspera economía petrolera transformando a la nación opacó el hecho de que una parte importante de la población venezolana vivía al margen de la economía petrolera”. La Venezuela bárbara.
6. El modelo de sociedad que resulta de la empresa civilizadora de la industria petrolera es lo que los estudiosos llaman “capitalismo rentístico petrolero”. Para Bernard Mommer, “los quince años que van desde 1943 a 1958 son los años dorados del capitalismo rentístico venezolano, pues en este período el país se beneficiaba de un altísimo nivel de renta”, con unas “contradicciones externas… dentro de límites aceptables”, mientras que “en lo doméstico las contradicciones generadas por la distribución de la renta eran mínimas, con un mercado interno en plena expansión”. En este contexto llega Acción Democrática al poder, en 1945, y con este partido se produce, para decirlo con Luis Ricardo Dávila, “la entrada de las masas a la escena de la historia y de la política”. El “imaginario” adeco se articula en torno a tres ejes: “sufragio universal, moralidad administrativa y despersonalización del ejercicio del poder”. Sin restarle importancia a los dos primeros, éste último tiene una importancia capital: la crítica adeca al personalismo es la crítica al caudillismo, y por consiguiente la reivindicación de “las potencialidades y capacidades del pueblo”, en contraste con el “pesimismo de los sociólogos positivistas”. En palabras del mismo Betancourt: “Somos un pueblo que puede ser gobernado impersonalmente, no por régulos imperiosos, no por gente despótica”. Lo “popular venezolano”, sigue Betancourt, encuentra cause y expresión en el partido, y a través de éste gobierna y es gobernado. Lo que el líder adeco testimonia es un cambio a nivel de tecnologías de poder: desde entonces al pueblo se le reconocerán capacidades y potencialidades, pero tendrá que echar mano de ellas a través del partido. Efectivamente, el pueblo entra por primera vez en escena, pero en rol pasivo. Lo que opera es la entronización de la forma-partido, un partido que se convierte en partido de masas desde el poder, como demuestra Luis Ricardo Dávila.
7. Acción Democrática jamás cuestionó el modelo de sociedad de la industria petrolera. Al contrario, fue beneficiario y entusiasta promotor. Si el clientelismo es uno de los correlatos políticos del capitalismo rentístico venezolano, es correcto afirmar que el “partido del pueblo” sentó las bases de las lógicas y prácticas clientelares tal y como las conocemos hoy en día. Afirma Tinker Salas: Acción Democrática “necesitaba el reconocimiento de Estados Unidos para consolidar su poder y mantener a raya a sus oponentes políticos. Más aún, necesitaba las regalías petroleras para expandir el aparato del Estado y desarrollar un sistema de clientelismo que vinculara los intereses de la creciente clase media urbana con la de los trabajadores petroleros”. Pero además, aporta un dato tan significativo como revelador: “Mientras los sindicatos en Estados Unidos se oponían a los símbolos visibles de la intrusión empresarial en sus vidas (incluyendo viviendas, clubes recreacionales y comisariatos) los sindicatos petroleros en Venezuela defendieron dichos símbolos como beneficios. Por ejemplo, los trabajadores petroleros y sus sindicatos apoyaron categóricamente el sistema de comisariato que los abastecía con una amplia gama de comestibles a precios regulados”. A lo que agrega: “Debido en parte a su largo legado de militancia, para 1946 los trabajadores petroleros disfrutaron de los salarios más elevados y de los mejores paquetes de beneficios de la fuerza laboral venezolana”, negociando un contrato colectivo con más de cien cláusulas. Acción Democrática, el partido “popular” por excelencia, fue realmente el partido de la clase media emergente y de la “aristocracia obrera”.
8. El 18 de octubre de 1945 marca el inicio de la primera experiencia de “distribución popular de la renta”, plantean Baptista/Mommer. Pero “esta absorción consuntiva de la renta, sujeta a la finalidad de abrir cauce a una futura absorción productiva, de pronto se vio desbordada por la cuantía del ingreso petrolero. Se establecieron así patrones de consumo y de comportamiento propios de una sociedad rentística”. Patrones de consumo y de comportamiento que, hay que decirlo, no fueron simplemente un accidente que frustró el desarrollo “normal” del capitalismo, superando su etapa rentística: ellos fueron suscitados por la propia industria petrolera, lo que le permitía legitimarse en tanto fuerza civilizadora o modernizadora, para emplear un vocablo más ajustado a la época. Ya en la década del 60, con Acción Democrática nuevamente en el poder, el modelo de nación continuó “enraizado en la industria petrolera y los ideales de ciudadanía y participación política que generó”, según Tinker Salas.
9. Cuando, a finales de los años 70, se produce el colapso del capitalismo rentístico en Venezuela, éste “ni prefigura ni saluda una etapa posterior”, advierte Baptista en 1997. Agrega: “el impulso hacia la disolución” del modelo “no proviene de nuevos arreglos que presionan por ocupar la escena”. En 2006, escribía: “Estos años recientes… han visto cómo se acentúan antiguas prácticas y, lo más interesante de notar, cómo se trata de abrir nuevas”. En cuanto a las primeras, “se encuentra en marcha una política del Estado propietario publicitada con gran despliegue, a saber, la de intentar llegar más lejos aún con la distribución popular de la renta. Valga decir que las políticas gubernamentales al presente están signadas por una reiterada orientación: asegurar la transferencia de una porción de la renta originaria del Estado hacia los estratos sociales menos favorecidos”. No obstante, “no hay forma razonable de apreciar, todavía, si la presente política distributiva es más popular, más extendida y de mayores consecuencias de lo que fue la misma política, que también estuvo presente en las décadas anteriores”. Respecto de las prácticas novedosas, afirmaba que “lo sobresaliente es el intento de redefinición del viejo y sobado lema de «sembrar el petróleo». El ámbito de significación de la frase, sólo local y económico como ha sido, se lo quiere ahora desbordar para cubrir también lo internacional y lo político”. Cuatro años después, escribía el mismo autor: “El tiempo contemporáneo de Venezuela atestigua la intención política de orientar el desarrollo del país en una dirección de sentido distinto a la que dominó el curso de las largas décadas anteriores. Colapsadas las estructuras del capitalismo rentístico y convertidos en añicos sus principales arreglos, desde la acumulación de capital hasta la distribución del poder político basada en una cierta organización de partidos políticos, por qué no pensar, entonces, en que el proceso histórico podía dirigirse hacia formas de organización social no capitalista”.
10. Lo que se deriva de la trayectoria del análisis de Baptista es que, si bien es correcto trazar una línea de continuidad entre la distribución popular de la renta que acomete Acción Democrática y la que impulsa el chavismo, es preciso identificar también la ruptura que introduce este último: al chavismo no le distingue su afán por distribuir popularmente la renta, sino su intención de superar un modelo que colapsó hace casi cuarenta años. Además, se propone superarlo por la vía no capitalista. Al margen de los balances que, ya bien entrado el 2016, sea necesario hacer, de las limitaciones y equívocos del chavismo, sólo sus enemigos más enconados serían capaces de negar lo que, no obstante, constituye su naturaleza anticapitalista o, empleando el término de Wallerstein, antisistémica.
11. La naturaleza antisistémica del chavismo tiene, por supuesto, su correlato político. El análisis sociohistórico de las múltiples relaciones de continuidad y ruptura entre el “imaginario” que produce Acción Democrática durante el Trienio (1945-1948), con sus correspondientes antecedentes y consiguientes, y la cultura política chavista, constituye uno de los temas de estudio más importantes de la actualidad. Si los “políticos profesionales”, los burócratas de la política, los políticos de aparato, como se prefiera llamarles, reproducen la misma lógica clientelar de impronta adeca, esto no es lo que distingue al chavismo. Entre otras, la novedad que entraña el chavismo, por ejemplo, es su condición de sujeto activo, “participativo y protagónico”, que se vale de la forma-partido para organizarse, pero no exclusivamente. Sin que dejen de estar atravesados por las viejas lógicas clientelares y sectarias (durante el Trienio, Acción Democrática funda el sectarismo como forma de ejercicio de la política), el chavismo promueve la creación de espacios como los consejos comunales y las Comunas, llamados a servir de asiento a una política de los comunes, y que propenden a crear las condiciones que hagan posible el autogobierno popular.
12. Es necesario recordar, como señala Tinker Salas, que “la industria petrolera y su nuevo orden social nunca reemplazaron completamente la forma de vida tradicional venezolana. Aún en su auge, la moderna industria petrolera sólo empleó una pequeña fracción de la población… La presencia de una población relativamente empobrecida fue un constante recuerdo de que había dos Venezuela: una que se beneficiaba directamente del petróleo y otra que sobrevivió en gran parte a la sombra de la industria”. A pesar de todo el esfuerzo que las élites y la mayoría de la clase media hacen por negarla o encubrirla, no es posible concebir una Venezuela sin la otra. La Venezuela excluida y explotada no es una rémora del modo de vida civilizado, sino su consecuencia. El colapso del “estilo de vida petrolero” y del imaginario político adeco prepara el terreno para la insurgencia del chavismo que, lejos de ser una anomalía (en sentido peyorativo), no es más que la resultante del proceso de subjetivación política de la “otra” Venezuela. Esto no es posible entenderlo si se parte de la premisa civilización/barbarie, que funciona como verdadero “obstáculo epistemológico”, al decir de Bachelard: a la derecha y a la izquierda del espectro político se interpretará al chavismo como irrupción de la barbarie. Unos verán amenazado un modelo de sociedad que, ciertamente, es objeto de la crítica radical del chavismo, y por tanto lo combatirán con todas sus fuerzas; otros, negándole cualquier capacidad de elaboración teórica y destreza práctica, intentarán guiarlo, encaminarlo, dirigirlo, iluminarlo, orientarlo, enseñarlo, tutelarlo, relegarlo a la retaguardia. Unos y otros, irónicamente, recrearán, cada cual a su manera, el pesimismo de los positivistas de finales del último tercio del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. La intelectualidad en general, incluida la gran mayoría de la intelectualidad de izquierda, continuará lamentando el hecho de que, con el chavismo, vuelve a repetirse el eterno conflicto entre Vargas y Carujo, entre la razón y la fuerza, como si la razón no engendrara sus propios monstruos.
13. Hasta nuevo aviso, chavismo sigue siendo el nombre adecuado para nombrar a las fuerzas que, en Venezuela, y en medio de las mayores dificultades, luchan contra el sistema-mundo moderno/colonial. Para prevalecer, tendrá que imponerse sobre “la política de los políticos”; sobre quienes, como advertía Bolívar, desconocen la “ciencia práctica del gobierno” y, como planteaba Martí, “desconocen los rudimentos de la política” porque desconocen el “país real” que invocaba Jauretche. Igualmente, tendrá que imponerse sobre quienes siguen proclamando su fe en un capitalismo bien administrado. Finalmente, tendrá que producir un nuevo pensamiento, liberado de las amarras de la premisa civilización/barbarie. Tendrá, pues, que terminar de dominar los rudimentos de la política caribe. La política del futuro.
Texto completo en:
http://www.lahaine.org/chavismo-caribe-hipotesis-de-trabajo
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